Llevé el coche de vuelta a la gente de Olin un poco después de las dos. Paré para tomar un bocadillo y un trozo de tarta y repasé mi libreta, tratando de encontrar la manera de que todo cuadrase.
Wendy Hanniford. Tenía algo con los hombres mayores, y si querías podías remontar la raíz de eso a los sentimientos pendientes por el padre que no llegó a conocer. En la escuela se dio cuenta del poder que tenía y tuvo aventuras con varios profesores. Uno de ellos se enamoró locamente de ella, tuvieron un lío y cuando se terminó ella abandonó la escuela para irse sola a Nueva York.
Hubo multitud de hombres mayores en Nueva York y uno de ellos la llevó a Miami Beach. El mismo, u otro, le proporcionó una referencia de trabajo cuando alquiló su apartamento. A lo largo de toda su trayectoria debió de haber multitud de hombres mayores que la llevaran a cenar, le soltaran veinte dólares para el taxi y dejaran sobre la cómoda veinte, treinta o cincuenta dólares.
Nunca había necesitado un compañero de piso. Había subvencionado a Marcia Maisel pidiéndole una cantidad considerablemente inferior a la mitad de la renta. Probablemente también había subvencionado a Richie Vanderpoel, y lo había aceptado como compañero de piso por la misma razón que lo hizo con Marcia y por la que quería que Marcia se quedara.
Que era un mundo solitario y que siempre había vivido sola en él, con el fantasma de su padre como única compañía. Los hombres con los que ligaba, hacia los que se sentía atraída, eran los que pertenecían a otras mujeres y volvían a sus casas después de estar con ella. Quería tener a alguien en ese apartamento de la calle Bethune que no quisiera llevarla a la cama. Alguien que solo fuera una buena compañía. Primero fue Marcia. ¿No se decepcionó un poco Wendy cuando Marcia estuvo de acuerdo en acompañarla a las citas? Supongo que fue porque al mismo tiempo que ganó una compañera de citas, perdió otra, no de ese mundo quebradizo, sino con un poco de la inocencia que Marcia había percibido en la propia Wendy.
Después estuvo Richie, que probablemente fuera una compañía incluso mejor. Un homosexual tímido y reticente, que había mejorado la decoración y la gastronomía e hizo un hogar para ella mientras él guardaba su ropa en el salón y pasaba las noches en el sofá cama. Y ella a cambio le había proporcionado un hogar. Le había proporcionado la relación con una mujer sin el consiguiente desafío sexual que pudiera haber constituido otra mujer. Se trasladó a vivir con ella y dejó de frecuentar los bares de gays.
Pagué la cuenta y me marché, me dirigí hacia Broadway y volví al hotel. Un mendigo andrajoso con los ojos enrojecidos se interpuso en mi camino. Quería saber si tenía algo suelto. Sacudí la cabeza y pasé de largo, y él salió corriendo del camino. Me miró como si quisiera decirme «jódete. Si tuviera valor…».
¿Hasta dónde quería indagar? Podía volar a Indiana y dar la lata en el campus en el que Wendy había aprendido a definir su papel en la vida. Podía enterarme con bastante facilidad del nombre del profesor cuya aventura con ella había tenido unos resultados tan dramáticos. Podía encontrar a ese profesor, tanto si seguía en la escuela como si no. Hablaría conmigo. Podía hacer que hablara conmigo. Podría averiguar el paradero de otros profesores que se habían acostado con ella, otros estudiantes que la hubieran conocido.
¿Pero qué podrían contarme que no supiera ya? No estaba escribiendo su biografía. Estaba intentando capturar la esencia suficiente de ella como para ir a Cale Hanniford y decirle quién era y cómo escogió esa vida. Probablemente ya había hecho un trabajo razonable. No encontraría mucho más en Indiana.
Solo había un problema. En realidad, mi acuerdo con Hanniford era más que una forma de burlar las leyes sobre licencias de detectives e impuesto de la renta. El dinero que me dio era un regalo, así como el dinero que yo había dado a Koehler, a Pankow y al empleado de correos. Y a cambio le estaba haciendo un favor, así como ellos me habían hecho favores a mí. Yo no estaba trabajando para él.
Por lo que no podía rendirme solo porque tuviera las respuestas a las preguntas de Cale Hanniford. Tenía dos o tres preguntas de mi propia cosecha y todavía no tenía todas las respuestas bien atadas. Tenía la mayoría de ellas o pensaba que las tenía, pero todavía quedaban algunos espacios en blanco y quería rellenarlos.
Vincent estaba en recepción cuando entré. Me lo hizo pasar mal en su tiempo, y aún no estaba seguro de cómo me sentía con eso. Le di un billete de diez dólares por Navidad, lo que debería haberle indicado que no albergaba ningún mal sentimiento, pero todavía tendía a encogerse cuando me aproximaba. En ese momento se encogió un poco, antes de darme la llave de mi cuarto y una nota que me informaba de que Kenny había llamado. Había un número en el que podía localizarlo.
Lo llamé desde mi habitación.
– Ah, Matthew -dijo-. Qué bien que hayas llamado.
– ¿Cuál es el problema?
– No hay ningún problema. Simplemente estoy ocupado disfrutando de un día libre. Era eso o ir a la cárcel y no tenía muchas ganas de cárceles. Estoy seguro de que me traería recuerdos desagradables.
– No te sigo.
– ¿Estoy siendo muy tortuoso? Hablé con el teniente Koehler, como me aconsejaste. Está programado que se haga una redada en Sinthia's en algún momento de esta noche. Hombre prevenido vale por dos, si me permites la frase. Me he tomado la precaución de contratar a uno de mis camareros para que se ocupe de los asuntos esta tarde y esta noche.
– ¿Sabe lo que va a pasar?
– No soy ningún cabrón, Matthew. Sabe que será encarcelado. También sabe que saldrá bajo fianza dentro de poco y los cargos se retirarán enseguida. Y sabe que será cincuenta dólares más rico por la experiencia. Personalmente, yo no sufriría la indignidad de un arresto por diez veces esa cantidad, pero para gustos los colores, otra frase hecha. Tu teniente Koehler estaba más que dispuesto a cooperar, debo añadir, salvo que quería cien dólares en lugar de los cincuenta que me sugeriste. Supongo que no tenía que haber regateado con él, ¿no?
– Probablemente no.
– Eso es lo que pensé. Bueno, si funciona, el precio es lo de menos. Espero que no te moleste que haya mencionado tu nombre.
– En absoluto.
– Me pareció que me permitía una cierta entrada. Pero eso me lleva a deberte un favor y estaría encantado de cumplir mi obligación de inmediato.
– ¿Descubriste algo sobre Richie Vanderpoel?
– Sí. Dediqué bastantes horas a hacer las preguntas pertinentes en un after-hours. El que hay en la calle Houston.
– No lo conozco.
– Uno de mis garitos favoritos. Te llevaré allí alguna noche si quieres.
– Ya veremos. ¿Qué descubriste?
– Ah, déjame que piense. ¿Qué descubrí? Hablé con tres caballeros que recordaban haber llevado a casa a nuestro chico de ojos vivos para tomar leche y galletas. También hablé con algunos otros que juraban haber hecho lo mismo, pero lamentablemente sus recuerdos estaban enturbiados. Parece que yo estaba bastante acertado al pensar que no se llevaba ni un pavo. Nunca le pedía dinero a nadie, y un tipo dijo que había intentado insistir en que cogiera algunos chelines para el taxi a casa y el muchacho no lo aceptó. Una persona de toda confianza, ¿No crees?
– Sí.
– Y todo demasiado extraño para nuestros tiempos. Esto por lo que se refiere a los hechos. El resto son impresiones, pero creo que eso es lo que tiene más interés para ti.
– Sí.
– Bueno, según parece a Richard no le iba demasiado el sexo.
– ¿Eh?
Suspiró.
– Al chaval no le gustaba mucho y no era muy bueno en ello. Tengo entendido que no era solo una cuestión de nervios, aunque parece haber sido un tipo nervioso y aprehensivo. Era más una cuestión de estar incómodo con el tema y de que disfrutaba poco del sexo en sí. Rechazaba la intimidad. Se había prestado voluntariamente a llevar a cabo hechos lascivos, pero nunca quería dar la mano o que sus hombros se rozaran. No es algo inaudito, ya sabes. Hay una especie de maricas que reclaman sexo, pero que no pueden resistir la proximidad. Todos sus amigos están destinados a ser unos desconocidos. Pero tampoco parecía disfrutar tanto con el sexo.
– Interesante.
– Ya pensé que dirías eso. Además, cuando acababa, Richie siempre estaba impaciente por largarse. No era de los que se quedaban a pasar la noche. Ni siquiera se molestaba en quedarse para tomar café y brandy. Tan solo zas-zas y gracias. Sin interés por repetirlo otro día. Un tipo estuvo verdaderamente interesado en volver a verlo, no porque el sexo fuera bueno, que no lo fue, sirvo porque estaba intrigado. Pensó que podría perforar ese muro exterior si le daba otra oportunidad. Pero Richie no daba segundas oportunidades. Ni siquiera quería hablar con alguien una vez que había compartido almohada con él.
– Esos tres hombres…
– Nada de nombres, Matthew. Tengo mi código ético.
– No estoy interesado en sus nombres. Solo estoy interesado en si eran del mismo estilo.
– ¿En qué sentido?
– La edad. ¿Eran todos de aproximadamente la misma edad?
– Más o menos.
– ¿Cincuenta o más?
– ¿Cómo lo sabes?
– Es solo una suposición.
– Bueno, es una buena suposición. Yo les daría entre cincuenta y sesenta años. Y aparentaban sus años, pobres diablos, a diferencia de algunos de nosotros que nos bañamos en la fuente de la juventud.
– Todo cuadra.
– ¿Cómo?
– Es demasiado complicado de explicar.
– O sea, que cierre el pico, ¿no? Pues da igual. La mera satisfacción de saber que he sido útil, Matthew, es recompensa suficiente para mí. No es que yo quiera una historia para contar a mis nietos cuando sea viejo.