Jesús debe haber pensado bien en sus actitudes. Sabía que ellas serían comentadas por los siglos venideros, y precisaba dar el ejemplo.
¿Su primer milagro? No fue curar a un ciego, hacer andar a un cojo o exorcizar a un demonio: fue transformar el agua en vino, y animar una fiesta.
¿Sus compañeros? No fueron los que comandaban la cultura y la religión de la época; más eran hombres comunes, que vivían de su trabajo.
¿Sus compañeras? No eran como Marta, que hacía aplicadamente las tareas domésticas; eran como María, que lo seguía con osadía.
¿El primer Santo? No fue un apóstol, ni un discípulo, ni un fiel seguidor; fue un ladrón que moría a su lado.
¿El sucesor? No fue aquel que más se aplicó en aprender sus enseñanzas; fue aquel quien lo negó en el momento que más precisaba de ayuda.
En fin, nada de lo que mandaba el manual del buen comportamiento.