36

Deshawn pensaba que el jurado deliberaría durante cuatro días. El consultor del jurado que había contratado calculaba que una semana entera, y el comentarista de Tribunal TV opinaba que serían al menos ocho días. Karen y yo volvimos a su mansión y tratamos de mantener nuestras mentes ocupadas con cualquier cosa menos en preocuparnos por el veredicto. Los dos estábamos sentados en su salón: habíamos decidido que nos gustaba estar sentados; aunque no era necesario desde el punto de vista de la fatiga, parecía más natural. Yo ocupaba aquel sillón reclinable de cuero. Karen, en uno adyacente, trataba de leer un libro en papel. Reclinado, veía claramente la página por la que iba, y advertí que releía la misma sección. Supongo que su zombi interior era el único que podía prestar atención mientras esperábamos.

Yo estaba viendo los resúmenes de los partidos de béisbol que me había perdido en un pequeño visor de mano, con el sonido quitado: podía analizar las escenas al menos tan bien como el comentarista.

De repente (¿hay otra forma de expresarlo?), sonó mi teléfono móvil; mi tono de llamada era el tema Hockey Night in Canadá. El aparato estaba en la mesita de Karen. Enderecé el sillón, tomé el teléfono, lo planté ante mi cara y miré la pantallita que decía «sólo audio», seguido de «larga distancia». Nunca he sido bueno resistiéndome al teléfono; Karen dice que no tiene ningún problema para ignorarlo por completo, supongo que una celebridad puede hacer esas cosas. Pulsé una tecla y me llevé el auricular al oído.

—¿Diga?

Silencio. Pensé que no había nadie al otro lado.

—¿Diga? —repetí—. Demonios…

—Hola —dijo una voz de hombre con acento británico—. ¿Puedo hablar por favor con Jacob John Sullivan?

—Al aparato… ¿Hola? ¿Hola? ¿Hay…?

—Bien, excelente. Señor Sullivan, me llamo Gabriel Smythe. Trabajo para Inmortex.

—¿Qué puedo hacer por usted, señor Smythe…? ¿Señor Smythe… hola? ¿Hola?

—Disculpe por los retrasos, señor Sullivan. Verá, lo llamo desde la Luna…

—¡La Luna! —Vi que Karen reaccionaba con sorpresa—. ¿Esto tiene que ver con…?

—… de hecho, lo llamo desde el cráter de Heaviside, en la cara oculta… Sí, sí, tiene que ver con el usted original. Como iba diciendo…

—¿Qué pasa con él?

—Estoy en Heaviside, en las instalaciones… Por favor, señor Sullivan, es muy difícil hablar con estos retrasos. Tal vez si cada uno dice «cambio» cuando acabe… Cambio.

Bueno, yo siempre había querido decir eso.

—Muy bien. Cambio.

Silencio. Entonces:

—Eso está mejor. Bien, como le iba diciendo, estoy en Heaviside, en las instalaciones que nuestros folletos llaman Alto Edén. Señor Sullivan, esto tiene que ver con su original que está aquí. Ha…

—¿Ha muerto? —No esperaba que me informaran directamente. Karen colocó una mano tranquilizadora sobre mi brazo—. Yo, ah, no quiero…

—… tomado a tres personas como rehenes y… ¿Qué? No, no ha muerto. Por favor, espere a que diga «cambio». Ha tomado a tres personas como rehenes…

—¡Rehenes! ¡Eso es imposible! ¿Está seguro…?

—… y se ha atrincherado dentro de un lunabús, junto con sus cautivos y… Por favor, señor Sullivan: acordamos que esperaría usted a que yo dijera «cambio». Todavía no…

—Lo siento.

—… he terminado. Su original exige hablar con usted. Ya está: cambio.

Karen se había acercado para poder oír ambos lados de la conversación. Tenía los ojos verdes muy abiertos.

—¿Señor Sulli…

—Sí, estoy aquí. Lo siento.

—… van? ¿Está usted ahí? Cambio.

—Sí, sí. Estoy aquí. Pero, mire, esto es una locura. Conozco… me conozco a mí mismo. Es imposible que yo haga algo parecido a tomar rehenes. —Silencio, entonces recordé—: Cambio.

Karen y yo intercambiamos miradas de angustia mientras pasaban los segundos.

—Sí, lo comprendemos. Pero, humm, quizá, ya sabe… Encontraron una cura para su… para la enfermedad de él. Cambio.

—¿De veras? Caramba. No, no tenía ni idea. Es… Bueno, es sorprendente. Cambio.

Silencio. Entonces:

—Nosotros nos encargamos del procedimiento, naturalmente. Pero ha habido unos efectos secundarios en la intervención. El doctor que lo trató tiene la teoría de que sus neurotransmisores están fuera de sintonía temporalmente, y de forma bastante severa. Es algo que lo está volviendo paranoico y violento. Cambio.

—¿Pueden arreglarlo?

Más silencio, mientras las ondas de radio saltaban entre mundos, y luego, aunque yo no había terminado adecuadamente mi última frase, la cultivada voz británica volvió a hablar.

—Sin duda… Si podemos hacer que se someta al tratamiento, se pondrá bien. Pero ahora mismo, como decía, tiene a tres personas como rehenes en un lunabús. Y exige recuperar sus derechos de personalidad. Naturalmente, nosotros…

—¿Que quiere qué?

—… le hemos explicado que eso era imposible. Simplemente no hay ningún procedimiento legal que permita la… repatriación, supongo que sería la palabra… que permita la repatriación de la personalidad. Necesitamos su ayuda, señor Sullivan. Necesitamos que venga aquí, a Heaviside, a parlamentar con él. Cambio.

—¿Ir a la Luna? Ni siquiera he estado nunca en Europa, por el amor de Dios, ¿y quieren que vaya a la Luna? Uh, cambio.

El enloquecedor retraso. Luego:

—Sí. Ahora mismo. Usted es el único con el que quiere hablar. Hay mucho más que sólo tres vidas en juego: si hace explotar el lunabús, matará a casi todos los que estamos aquí en Alto Edén. Cambio.

—Bueno, que se ponga al teléfono. No hace falta que yo vaya hasta la Luna. Cambio.

Se produjo un silencio aún más largo que el que requería la velocidad de la luz.

—Humm, nosotros, ah… hemos intentado engañarlo antes, con la esperanza de resolver rápidamente el asunto. No ha funcionado. No creerá que está hablando con el usted real a menos que pueda verlo cara a cara y le hable directamente. Cambio.

—Cristo. Yo… no tengo ni idea de cómo preparar un viaje semejante. Cambio.

—Nosotros nos encargaremos de todo eso. Está usted en Toronto, ¿no? Podemos…

—No, no. Estoy en Detroit, no en Toronto.

—… enviarle un conductor a su puerta y… Oh, Detroit. De acuerdo, podemos hacerlo. Le enviaremos un conductor dentro de una hora para que lo lleve al aeropuerto Metropolitan. Desde allí, le trasladaremos a Orlando y, desde Orlando, un pequeño reactor le llevará directamente al Centro Espacial Kennedy. Podremos introducirlo en un cohete de carga… Por suerte, está previsto el lanzamiento de uno dentro de seis horas para traer suministros médicos a Alto Edén. Eso no es nada extraño: hay un montón de productos químicos complejos y perecederos que los residentes necesitan y sólo se fabrican en la Tierra. De cualquier forma, hay espacio sobrante que iban a llenar con delicias para gourmets, pero podemos descargarlas para hacerle sitio. Cambio.

—Humm, tengo que pensarlo. Déjeme que vuelva a llamarlo. Cambio.

Una pausa.

—Es complicado llamar a la Luna. Por favor…

—Entonces vuelva a llamarme dentro de treinta minutos. Necesito pensar. Cambio… y corto.


Había tenido que dejar que mis… invitados a bordo del lunabús fueran al lavabo. Me preocupé las dos primeras veces de que pudieran intentar algo allí, pero no parecía que hubiera nada que pudiesen usar en su ventaja. El espejo, por ejemplo, era de acero inoxidable pulido, y no de cristal. Con todo, les hice mantener la puerta abierta mientras usaban las instalaciones.

Pero pronto yo mismo tendría que ir. No podía darme la vuelta, pero tampoco había sido nunca bueno orinando en público. Tendría que obligarlos a todos a volverse mientras lo hacía en una jarra o algo… si podía encontrar una jarra. Naturalmente, sería aún peor cuando tuviera que defecar, ya que en esa postura sería vulnerable. Si al menos…

El videófono sonó. Me acerqué a contestarlo.

—Hemos establecido contacto con el otro usted —dijo Smythe, apareciendo en la pantallita—. Está en Detroit.

—¿Detroit? —dije. Tenía la pistola en la mano derecha y la agité suavemente entre Chloé, Akiko y Hades… aunque Akiko estaba dormida, así que posiblemente no sirvió mucho como amenaza—. ¿Qué demonios puede estar haciendo en Detroit?

Y entonces se me ocurrió. El juicio. Habría sentido suficiente curiosidad, por algún motivo, para asistir a él.

—Da igual —dije, antes de que Smythe pudiera responder—. ¿Qué ha dicho?

—Dice que tenemos que volver a llamarlo dentro de treinta minutos.

—Maldición, Smythe, si están perdiendo el tiempo…

—No estamos perdiendo el tiempo. Deberíamos tener una respuesta suya pronto. Así que por favor, por favor, por el amor de Dios, no haga nada desesperado.


Karen y yo nos miramos. Ella todavía sostenía el libro: no le costaba ningún esfuerzo y, a menos que le dijera a su brazo que lo soltara, no lo soltaría.

Por mi parte, seguía sentado en el sillón reclinable, pero recto, los mecanismos de su interior y los mecanismos de mi interior ambos tensos.

—Tienes que ir —dijo Karen—. Tienes que ir a la Luna.

—No me necesitan. Necesitan a un profesional. Un negociador de rehenes o un…

—¿O un qué? ¿Un francotirador? Porque eso es lo que enviarán: no a alguien que pueda disuadirlo hablando, sino a alguien que pueda eliminarlo.

Maldición. Lo único que yo quería era lo que tiene todo el mundo: una vida normal, sólo una puñetera vida normal.

—Muy bien —dije por fin—. Iré.

—Y yo también —dijo Karen.

—¿Adónde? ¿A Florida?

Karen negó con la cabeza.

—A la Luna.

—Yo, ah, no estoy seguro de que vayan a pagarlo.

—Puedo permitírmelo.

Me quedé sorprendido un segundo, pero ella tenía razón: desde luego que podía. Aunque sus cuentas bancarias seguían bloqueadas, el anticipo de St. Martin's lo cubriría de sobra.

—¿Estás segura de que quieres ir?

—Absolutamente. Dios sabe cuánto durarán las deliberaciones del jurado y, además, no me necesitan allí para leer un veredicto. Así que en la Luna tendré que esperar 1,5 segundos más para averiguar qué van a decidir. Podré soportarlo.

Karen se levantó, se giró y me miró. Me tendió las manos y sin ningún esfuerzo me puso en pie. Apoyó la cabeza en mi hombro y dijo:

—Y, sinceramente, tengo mucho que perder si me quedo aquí. Me encanta… me encanta hablar contigo, Jake. Me encanta la forma en que juegas con las ideas. Pero eres demasiado rápido poniéndote en el lugar del otro. No quiero que te convenzan para que te desconecten. La transferencia fue legal y firme: tú eres Jacob Sullivan. No quiero que lo que vaya a pasar en la Luna te juegue una mala pasada. A la gente de Inmortex sólo le interesa recuperar a sus rehenes. Tu original, al menos en su actual estado de salud, sólo se preocupa al parecer de sí mismo. Tiene que haber alguien allá arriba que se preocupe por ti.

La acerqué aún más, la abracé, sintiendo el suave exterior y la dureza debajo.

—Gracias.

—¿Cuánto falta para que te vuelvan a llamar?

—Les he dicho que treinta minutos, pero dudo que sean tan pacientes y…

Como si me hubiera oído, el teléfono sonó. Miré la pantalla, que anunciaba de nuevo «larga distancia». Y que lo digas.

—¿Hola? —dije, después de pulsar el botón de mi móvil.

Dos segundos de silencio digital.

—Señor Sullivan, gracias por responder. Lamento volver a llamarle tan pronto, pero necesitamos…

—No, no importa. Iré.

—… tener una respuesta suya. La situación aquí arriba es… ¿Vendrá? ¡Estupendo! ¡Magnífico! Estoy encantado. Le…

—Hay una condición. Karen Bessarian va a venir conmigo. Cambio.

Silencio. Entonces:

—¿Se refiere a la versión Mindscan? ¿Por qué? Ella… humm, bien…

—Sabemos que la original ha fallecido. Pero es mi amiga y quiero que me acompañe. Cambio.

—Señor Sullivan, no estoy autorizado… —Yo pagaré mi pasaje —dijo Karen.

—… para hacer acuerdos para nadie más. Esto va a ser… ¿Qué era eso? Bueno, si usted cubre los costes. Supongo que quien habla es la señora Bessarian. Pero le advierto, señora, que pensamos usar un cohete exprés: cincuenta kilogramos extra costarán… ¿Anna? Deme un segundo… aproximadamente seis millones de dólares. Cambio.

Le sonreí a Karen.

—La mujer de los seis millones de dólares.

—No hay problema —dijo ella.

—Bien… De acuerdo, entonces —respondió Smythe—. Muy bien. Pero, se lo repito, vamos a usar un cohete exprés… Es la forma más rápida de llegar hasta allí. No lleva tripulación y no está diseñado para pasajeros. No será un viaje cómodo. Cambio.

—¿Qué es la comodidad, de todas formas? —dijo Karen—. Ninguno de nosotros necesita sillones acolchados. Somos conscientes de la temperatura, pero indiferentes a ella. ¿Cuánto tiempo durará el viaje?

—Tienes que decir «cambio» —le recordé.

—Humm, cambio —dijo Karen.

El lapso temporal. Entonces:

—Doce horas.

Karen bufó, algo que yo no sabía que pudiéramos seguir haciendo.

—He pasado más tiempo en vuelos de avión.

—Entonces ya está —dije—. Iremos. ¿Ha dicho usted que nos enviaría un coche? Cambio.

—Eso haremos. ¿Cuál es la dirección?

Karen se la dio.

—Magnífico —dijo Smythe—. Lo dispondremos todo. Van ustedes camino de la Luna.

Camino de la Luna…

Sacudí la cabeza.

Camino de la puñetera Luna.

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