13. Sombrero con diez galones

Liam no la había visto tan borracha desde los días en que bebía de modo experimental en las fiestas adolescentes. Estaba sentada en el suelo, apoyada en el sofá con los ojos entreabiertos, tenía ceniza en la frente y algo que parecía ser queso en la manga. A pesar de que estaba bien apoyada en el sofá, seguía teniendo problemas para mantenerse erguida. Cuando dejó el mensaje en el contestador de Liam, sonaba cada vez más borracha pero él no se esperaba aquello.

Maureen tenía todo lo que necesitaba: cigarros, whisky, agua, cenicero, y sin embargo, se sentía muy enferma. Se había bebido la mitad de la botella de whisky, y era de las grandes. En un momento dado, se había dado cuenta de que se pondría enferma si no comía algo, así que se tomó lo que encontró en la nevera, queso posiblemente, pero no le había sentado nada bien. Y allí estaba Liam, delante de ella, su adorado Liam, que había recorrido un kilómetro y medio desde Hillhead para ir a verla. Era muy amable. Maureen empezó a llorar.

– ¡Por Dios santo! -dijo Liam mientras se quitaba la chaqueta-. ¿Cómo has llegado a este punto?

Maureen sollozó, por lo menos intentó sollozar. Movía la cabeza en círculos irregulares y Liam la miró un rato, boquiabierto y encantado ante su falla de coordinación.

– Mauri -dijo sobrecogido-. Estás hecha un asco.

Maureen se limpió la cara con la manga, restregándose queso Cheddar rayado por el pelo.

– No soy feliz -dijo indignada.

– Bueno -dijo Liam con serenidad-. Eso te hace muy especial. -Se reclinó en el sillón de piel de caballo y la observó intentando coger un cigarro con dedos de goma-. ¿Por qué estás tan borracha?

Maureen desistió con lo del cigarro y se encogió de hombros durante mucho rato.

– La vida es una mierda -dijo, atontada, borracha y sin malicia-. Leslie… me ha escupido a los ojos.

Liam se levantó.

– Dios, Mauri. Lo siento, ya no puedo aguantar más.

Salió de la habitación y Maureen esperó, olvidándose de que estaba en casa, y luego acordándose, y luego olvidándose. Cuando Liam volvió al salón, traía una magnífica sorpresa y ella se puso a llorar otra vez. Liam la obligó a beberse el café que le había preparado y que la hizo sentirse muy mal.


Le lavó el pelo con agua caliente, sujetando el mango de la ducha demasiado atrás y dejando que el agua le resbalara por la mandíbula y le subiera por la nariz. Estaba inclinada sobre el lavabo, intentando mantenerse derecha, pero las piernas no la sostenían demasiado bien y se tambaleaba hacia delante.

– Mierda. Me encuentro mal. -Su voz confusa resonó en aquel valle de cerámica blanca.

– Has vomitado por todas partes.

– Ya vale. -Intentó levantarse pero Liam la tenía agarrada por el hombro y sólo consiguió tambalearse hacia adelante y hacia atrás.

– Mauri, tienes queso del que has vomitado enganchado en el pelo. Estáte quieta, por favor.

Le echó champú en la nuca y le lavó el pelo con suavidad. Le colocó una toalla limpia sobre los hombros y le recogió el pelo con ella. Maureen se levantó y se apoyó en la pared, tocándose la cabeza con las manos. En medio de la alquimia del alcohol, el pelo mojado la hacía sentirse un poco más sobria.

– Oh, Dios mío -dijo.

Liam se sentó en la repisa de la bañera, sintiéndose culpable porque él le había dado el café.

– ¿Te sientes algo mejor?

Ella se tocó el turbante hecho con la toalla.

– Sí.

Liam no parecía muy convencido.

– En serio -dijo ella-. El día que tú vomites, yo te haré lo mismo.

Volvieron al salón y Maureen se sentó con las piernas dobladas encima del sofá. Había restos de la borrachera por todo el piso. El paquete de tabaco estaba esparcido por el suelo y más de la mitad de la botella de whisky se había evaporado. Había una foto de Winnie apoyada en una pata del sillón, mirando hacia al campamento de su hija. Maureen miró la ventana y recordó el aire frío envolviéndola y el pie descalzo balanceándose en el vacío. Liam se horrorizaría si se enterase.

– Dios -dijo ella, sintiéndose culpable y tratando de cambiar de tema en su cabeza-. Has sido muy amable esta tarde.

– No existe hombre de igual gentileza -dijo, encendiéndose un porro.

– Ni siquiera estoy cansada.

– Sólo son las siete y media. ¿Cómo es que estás tan borracha?

Maureen frunció el ceño y se bebió un vaso de agua comprobando si eso también le sentaba mal. Le temblaron un poco las extremidades pero el estómago estaba bien.

– Siempre te emborrachas con Leslie -dijo Liam-. ¿Dónde está?

Maureen le dijo la verdad.

– Nos hemos peleado. Toda a sucedido a partir de lo de ese Cammy. Ella me ha dejado de lado como si nada y ya estoy harta de poner siempre buena cara.

– Pero se ha enamorado por primera vez. Va a desaparecer durante tres meses.

Maureen se lo quedó mirando, sin acabarlo de entender.

– No sabes de qué te hablo -dijo Liam-, porque Douglas estaba casado. La primera vez que te enamoras pasas todo el tiempo con esa persona durante tres meses y luego vuelves al mundo real, sorprendido por cómo ha ido todo, y vuelves con tus viejos amigos. Eso es lo que le está pasando a Leslie. Me apuesto lo que quieras a que nunca se había enamorado. ¿O sí?

– Es más que eso, Liam, ha cambiado. Ya has visto las pintas que lleva ahora.

Liam sonrió, indulgente.

– Sólo intenta complacerlo -dijo-. Él hará lo mismo por ella.

– ¿Insinúas que a ella le gusta que él lleve esa ropa?

Liam frunció el ceño mientras se acordaba de los vaqueros rectos y la camiseta celta que Cammy llevaba el día de Nochevieja.

– No sabemos cómo iba antes de conocerla -dijo-. Quizás iba por ahí con un traje de aviador lleno de cremalleras.

– Y plataformas.

– Con espuelas.

– Y un sombrero con diez galones.

– Es posible -dijo Liam-. No te pelees con ella ahora… algún día la necesitarás.

Cogió un libro y colocó papel de liar Rizlas encima de la cubierta. Había traído opio. La lámpara del suelo iluminó el celofán, convirtiéndolo en un cubito de hielo. Maureen le hizo un gesto.

– ¿De dónde lo has sacado? Creía que no estaba legalizado.

– He tenido suerte. -Sonrió ante su obra de papiroflexia-. ¿Sólo estás preocupada por lo de Leslie?

Maureen se ablandó.

– Vino a verme Winnie. La echo de menos. Sé que siempre hablo mal de ella pero la echo de menos, y cuando la vi me dijo que George no le volvería a dirigir la palabra. No se separarán, ¿verdad? No lo volveremos a ver si se separan.

– No, cielo, no se separarán. Él sólo quiere hacerle saber que no puede seguir teniendo a Michael por casa.

– Echo de menos a George.

– Él también te echa de menos. -Liam le sonrió.

Nunca lo habían hablado, pero los cuatro hermanos querían mucho a su padrastro. George no hablaba con ellos ni les daba consejos. Ni siquiera pasaba mucho tiempo en casa. También bebía, como Winnie, pero en lugar de pelearse con ellos o intentar involucrarlos en dramas producto de su imaginación, George solía cantar y recitar poesía romántica. Winnie se peleaba mucho con él, como se había peleado con Michael, de un modo violento, intransigente y a gritos. George la escuchaba hasta que se cansaba y entonces se iba a ver a sus amigos. Era lo más parecido a un padre benévolo que los chicos habían conocido.

– Winnie me ha dicho que Michael está viviendo en Glasgow. -Maureen miró a Liam, pero él estaba mojando con la lengua el papel de fumar y liándose un porro-. Bueno, ¿es cierto o no?

– No tiene a nadie con quien beber -dijo Liam con indiferencia-. No se quedará mucho tiempo.

Maureen suspiró con la cabeza baja. Había sido un día muy largo.

– He dejado el trabajo. Lo odio. Leslie me consiguió ese puesto. No me volverá a dirigir la palabra si no vuelvo.

– Tonterías, claro que lo hará.

Maureen observó cómo Liam se hartaba de porros, liando uno mientras se fumaba otro, con una actitud despreocupada como si lo único que importara fuera seguir manteniéndose ocupado. A ella le pasaba lo mismo con la bebida. A primera vista parecía un tema sin importancia, pero en el fondo sólo pensaba en beber, estaba desesperada por no parar o reducir el ritmo.

– Mírate con tu fábrica de porros -dijo, algo enfadada.

Liam la miró, ofendido por la intrusión.

– Mírate a ti, con tu fábrica de vómitos -dijo, y volvió a su trabajo.

– Estoy preocupada por lo de la bebida -dijo Maureen-. Estoy preocupada por parecerme a Winnie.

– A mí también me preocupa. Antes de Navidad estaba muy preocupado. Se supone que el alcoholismo es genético, así que decidí burlar al destino y empacharme a base de drogas. -Sonrió, mirando los pies de su hermana.

La alegría se acumuló en su barriga y empezó a reírse a carcajadas, tosiendo cuando la risa no le permitía respirar. Se sentó riendo y tosiendo como un jovial enfermo de tuberculosis, y Maureen esbozó una sonrisa triste mientras lo miraba. Antes, Liam estaba siempre enfadado; se había vuelto más apacible desde que había dejado el mundo de las drogas. Era como volver a ver al chiquillo optimista que había sido una vez. Si ella se hubiera suicidado, se habría perdido todo eso. Un golpe delicado en la puerta hizo que Liam se callara de golpe. Maureen, asustada, se sentó erguida y se miraron el uno al otro, sentados en silencio por si los oían. Liam soltó una risa en silencio.

– ¿Por qué estamos…? -susurró, tapándose la nariz para no soltar una carcajada-. No estamos en ningún lío.

Volvieron a llamar.

– Ve -dijo Liam en silencio, articulando la boca, indicando la puerta con la mano mientras escondía el paquete de opio debajo del sofá-. Ve y abre.

– Si es la policía, tira eso por la ventana -susurró ella, señalando hacia donde él había escondido el opio mientras iba de puntillas hacia el recibidor. Observó por la mirilla.

Vik estaba de pie frente a la puerta, con una botella de vino y un ramo de flores, con su bello rostro resplandeciente y optimista, mirando la junta de la puerta, esperando que apareciera Maureen. Ella inmediatamente se sintió malvada, culpable y enfadada con Katia. Debería abrir la puerta y decirle que se largara, eso sería lo más honesto. Maureen y Liam siempre se habían parecido mucho, tenían la misma mandíbula cuadrada, el mismo pelo oscuro y rizado y los mismos ojos azules pálidos; pero Vik no se daría cuenta del parecido. Pensaría que ella estaba con otro y no estaba en las mejores condiciones como para explicarle por qué podía dejar entrar a su hermano y a él no. Apoyó la frente en la puerta, a menos de un palmo del hombro de Vik, y escuchó cómo llamaba a la puerta y movía los pies nervioso. Maureen sintió la presión de la puerta, Vik estaba apoyado en ella, rascando con suavidad o algo así. Oyó el ruido de la botella sobre el suelo y se encogió al oírlo marcharse solo, arrastrando los pies. La puerta del pasillo se cerró de golpe por el fuerte viento y ella escuchó la quietud durante un rato, sólo para estar segura. Abrió la puerta. Vik había dejado una nota debajo de la botella y las flores. Tenía una letra grande, redonda y alegre. Decía ¡Hola! Que se había pasado para verla ¡Que lo llamase pronto! Estaba empezando a odiarlo.

Volvió al salón con la botella de la culpabilidad y la corona de flores.

– Entonces, ¿no era la policía? -dijo Liam.

Maureen se dejó caer en el sillón. Las flores eran rosas de color rosa pálido, ya estaban abiertas, con las puntas de los pétalos de color marrón.

– Son bonitas -dijo Liam.

– He estado saliendo con alguien.

– Debe iros muy bien si ni siquiera le abres la puerta.

– Es agradable. -Normalmente no hablaban de ciertos temas, pero ese día no tenía a nadie más para contárselo-. El sexo es genial.

– Sí, ese es un tema delicado. -A Liam parecía no importarle hablar de eso-. Maggie y yo nos lo pasábamos muy bien en la cama pero ahí quedaba todo para mí. Puede estar así durante años esperando hasta después del siguiente polvo. -Se la quedó mirando-. Has hecho lo correcto.

Sin embargo, Maureen sabía que no era cierto. Dobló las piernas junto al pecho mientras una ráfaga de lluvia golpeó la ventana. Se quedaron en silencio y Maureen levantó la vista para encontrarse con los ojos rojos de Liam observándola. Estaba sonriendo, tan vanidoso como Yoda, y haciéndole gestos con la cabeza hacia el recibidor.

– Llama a Leslie -dijo.

A Maureen se le hizo un nudo en el estómago con sólo oír su nombre.

– No lo entiendes -dijo-. No quiere que la llame. Me miente acerca de algunas cosas. Es como si no confiase en mí.

– Llámala y pregúntale por qué te está mintiendo.

– Ya se lo he preguntado y no me lo va a decir.

– Mauri, Leslie no tiene que darte explicaciones de todo lo que piensa. Llámala de todos modos.

– No.

– Venga.

– Vete a la mierda, Liam, no sabes nada de lo que está pasando.

– Pero si ha sido tu mejor amiga. No le importará que dejes el trabajo. Sólo díselo. Siempre ha sido una amiga leal.

Liam tenía razón. Leslie había estado a su lado en el hospital, fue ella quien la ayudó después de la muerte de Douglas, quien la acompañó en su aventura de atacar a Angus, a pesar de que estaba muerta de miedo y quería irse. Había dado la cara por Maureen cientos de veces y ahora, cuando le tocaba a ella dar la cara, no hacía lo mismo. Era una persona vulgar e insensible.

– Que no, joder. -Metió la cabeza entre las rodillas-. Me he vuelto a equivocar.

Levantó la cara, en busca de palabras de confort, pero Liam estaba asintiendo con la cabeza. Se levantó del sillón y se fue hacia el recibidor, encendió la luz y marcó el número de Leslie. Liam la siguió, con el cenicero en la mano para poder seguir fumándose su porro. El teléfono dio señal. Sonó ocho veces. Maureen conocía todos los rincones del pequeño apartamento de Leslie. Nada estaba tan lejos como para que el teléfono sonase ocho veces. Triste, Maureen estaba a punto de colgar cuando Leslie cogió el teléfono.

– ¿Diga?

Maureen volvió a ponerse el auricular en la oreja.

– ¿Leslie?

– ¿Sí? -dijo muy seria. Maureen no sabía qué decir.

– ¿Leslie? ¿Estás bien?

Leslie suspiró fuerte al otro lado de la línea.

– Siento llamarte -dijo Maureen, preparándose para una mala respuesta. Se sintió como cuando Vik estaba en el rellano. Miró en vano a Liam, que le guiñó el ojo y levantó los pulgares. Estaba completamente colocado, no se estaba enterando de nada.

– Mauri, escucha… -empezó a decir Leslie-. Esta noche ha… Ann está muerta.

– ¿Ann está qué? -balbuceó Maureen.

– Está muerta -dijo Leslie, atragantándose con las palabras, y Maureen de repente se dio cuenta de que Leslie sonaba rara porque había estado llorando-. La encontraron en Londres, en el río.

Maureen se acordó de la pegatina de la British Airways en la bolsa de Jimmy. No, no podía haber sido Jimmy.

– ¿Sospechan que se trata de un crimen? -dijo. Liam rió y se apoyó en la pared.

– ¿Quién se está riendo ahí? -dijo Leslie, con recelo.

– Es Liam -dijo Maureen, dándole una patada en la espinilla y girándose-. Ha estado fumando. Yo estoy algo deprimida, Leslie, siento lo que te dije. Soy una mala amiga.

– Bueno. No importa… Vete a la cama, Mauri.

– Lo siento -dijo Mauri.

– Hablaremos de esto más tarde. -Leslie respiró fuerte.

– ¿Qué le pasó a Ann? ¿Se suicidó?

– Le pasaron muchas cosas. La torturaron y la mataron, la pusieron en un colchón y la tiraron al río.

– Por Dios -dijo Maureen.

Se quedaron calladas. Maureen intentó aclararse la cabeza y encontrar algo apropiado que decir.

– ¿Fueron los usureros de Finneston? -preguntó.

– La verdad es que no lo sé.

Se volvieron a callar.

– Leslie, ¿qué es Ann para ti?

Leslie volvió a respirar.

– Jimmy es… -Empezó a llorar-. Es mi primo -dijo, y de repente Maureen lo entendió todo.

Leslie había pedido que pusieran a Ann en su casa de acogida porque se sentía responsable. Debía saber que a Maureen no le pasaría nada si iba y hablaba con él, y después de años de recoger los escombros de los malos tratos de otros hombres, estaría demasiado avergonzada como para admitir que él era familia suya.

– Leslie, yo no creo que él le pegase.

Leslie estaba al otro lado sollozando.

– Te lo iba a contar -dijo, haciendo pausas para respirar-. No quiero pelearme contigo, Mauri…

Maureen la interrumpió.

– Leslie, no te quedes sola -dijo-. Ven aquí. Tenemos un montón de whisky y Liam ha traído un paquete de opio del tamaño de su pie.

Leslie volvió a respirar de un golpe seco.

– Estaré… Estaré ahí en media hora -dijo, y colgó.

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