11

Al día siguiente mis nervios estaban en carne viva. Cuando llegué al trabajo y le conté a Arlene lo que había sucedido, me dio un fuerte abrazo y dijo:

– ¡Me gustaría matar al bastardo que le ha hecho eso a la pobre Tina! -De alguna manera eso me hizo sentir mucho mejor.

Charlsie se mostró igual de compasiva, aunque más preocupada por el susto que me había llevado yo que por el fallecimiento de mi gata. Sam parecía lúgubre. Sugirió que llamase al sheriff o a Andy Bellefleur y le contara lo que había sucedido. Al final me decidí por Bud Dearborn.

– Lo normal es que estas cosas sucedan en serie-murmuró Bud-. Pero nadie más ha informado de mascotas desaparecidas o muertas. Me temo que esto parece una especie de venganza personal, Sookie. A ese vampiro amigo tuyo, ¿le gustan los gatos?

Cerré los ojos y respiré hondo. Lo llamaba desde el teléfono del despacho de Sam, el cual estaba sentado al otro lado del escritorio preparando el siguiente pedido de licores.

– Bill estaba en su casa cuando quien fuera que mató a Tina la tiró en mi porche -dije, todo lo serena que pude-. Lo llamé justo después y contestó al teléfono. -Sam alzó la mirada de manera burlona y yo hice girar los ojos para hacerle saber mi opinión sobre las sospechas del sheriff.

– Y te contó que la gata había sido estrangulada-prosiguió Bud en tono pesado.

– Sí.

– ¿Tienes la ligadura?

– No, ni siquiera vi con qué lo habían hecho.

– ¿Qué habéis hecho con el gatito?

– Lo enterramos.

– ¿Fue eso idea tuya o del señor Compton?

– Mía. -¿Qué otra cosa podríamos haber hecho con Tina? -Puede que vayamos a desenterrarlo. Si tuviéramos la ligadura y el gato, quizá podríamos ver si el método de estrangulamiento coincide con el usado para matar a Dawn y Maudette -explicó con pereza.

– Lo siento. No se me ocurrió eso.

– Bueno, tampoco importa mucho sin la ligadura.

– De acuerdo, adiós. -Colgué, probablemente con algo más de fuerza de la que precisaba el aparato. Sam arqueó las cejas.

– Bud es un gilipollas -le dije.

– Bud no es mal policía -respondió Sam en voz baja-. Nadie de aquí está acostumbrado a asesinatos tan macabros.

– Tienes razón-reconocí tras unos instantes-. No he sido justa con él. Pero es que se empeñaba en repetir "ligadura" como si estuviera orgulloso de haber aprendido una palabra nueva. Lamento haberme enfadado con él.

– No tienes por qué ser siempre perfecta, Sookie.

– ¿Quieres decir que de vez en cuando puedo joderlo todo y no ser ni compasiva ni tolerante? Gracias, jefe. -Le sonreí, notando el toque irónico de mis labios, y bajé del borde de su mesa, a la que me había subido para hacer la llamada. Me estiré. Hasta que me fijé en que los ojos de Sam se perdían en mi cuerpo no volví del todo a la realidad-. ¡Al trabajo de nuevo! -dije con brusquedad, y salí con rapidez del cuarto, tratando de asegurarme de no contonear lo mínimo las caderas.

– ¿Te importaría quedarte con los niños un par de horas esta noche?-me preguntó Arlene con cierta timidez. Me acordé de la última vez que habíamos hablado de ese tema, y de la ofensa que me había causado su renuencia a dejar sus críos con un vampiro. En aquella ocasión no pensé como lo haría una madre; ahora Arlene trataba de disculparse.

– Estaré encantada. -Esperé a ver si Arlene mencionaba de nuevo a Bill, pero no lo hizo-. ¿Desde qué hora a qué hora?

– Bueno, Rene y yo vamos a ir al cine en Monroe-dijo-. ¿Digamos a las seis y media?

– Perfecto. ¿Ya habrán cenado?

– Oh, claro, les daré de comer antes. Les encantará ver a su tía Sookie.

– Lo estoy deseando.

– Gracias -dijo Arlene. Se detuvo, estuvo a punto de añadir algo más y después pareció pensárselo de nuevo-. Te veré a las seis y media.

Me marché a casa como a las cinco, y la mayor parte del camino tuve que conducir con el sol de cara, resplandeciente como si me mirara justo a mí. Me cambié y me puse un conjunto de manga corta azul y verde, de punto; me cepillé el pelo y me lo recogí con un clip con forma de plátano; y por último tomé un bocadillo sentada sola, incómoda, en la mesa de la cocina. La casa parecía grande y vacía, y me alegré al ver que Rene aparecía con Coby y Lisa.

– Arlene tiene problemas con una de sus uñas postizas-me explicó, con aspecto de avergonzarse de tener que transmitir un problema tan femenino-. Y Cobyy Lisa estaban ansiosos por venir.

Me fijé en que Rene todavía llevaba las ropas de trabajo: botas recias, cuchillo, sombrero y todo lo demás. Arlene no iba a dejar que la llevara a ninguna parte hasta que se diera una ducha y se cambiara.

Coby tenía ocho años y Lisa cinco, y enseguida estuvieron colgando de mí como enormes pendientes. Rene se inclinó para darles un beso de despedida, y su afecto por los niños hizo que le diera un diez en mi valoración personal. Le sonreí con aprobación y cogí a los niños de la mano, para llevarlos a la cocina en busca de algo de helado.

– Volveremos a por ellos más o menos a las diez y media u once -dijo-, si te viene bien. -Se apoyó en el picaporte.

– Claro-accedí. Estuve a punto de ofrecerme para quedármelos hasta el día siguiente, como había hecho en ocasiones anteriores, pero entonces pensé en el cuerpo fláccido de Tina y decidí que era mejor que no se quedaran esa noche.

Hice correr a los críos hacia la cocina, y uno o dos minutos después oí la vieja camioneta de Rene traqueteando mientras se alejaba por el camino.

Cogí a Lisa en brazos.

– ¡Casi ya no puedo levantarte, chiquilla, de lo grande que te estás haciendo! Y tú, Coby, ¿ya te afeitas? -Nos sentamos a la mesa durante más de treinta minutos mientras los niños comían helado y me ametrallaban con su lista de logros alcanzados desde la última vez que nos habíamos visto.

Entonces Lisa quiso leerme algo, así que traje un libro de colorear con los nombres de los colores y de los números impresos dentro, y me los leyó con cierto orgullo: Coby, por supuesto, tenía que demostrar que él podía leer mucho mejor, y después quisieron ver en la tele su programa favorito. Antes de darme cuenta, había anochecido.

– Mi amigo va a venir esta noche-les avisé-. Se llama Bill.

– Mamá nos ha contado que tienes un amigo especial-dijo Coby-. Espero que me guste. Será mejor que sea amable contigo.

– Oh, lo es-aseguré al niño, que se había estirado y sacaba pecho, dispuesto a defenderme si mi amigo especial no era lo suficientemente agradable según su baremo.

– ¿Te envía flores? -preguntó Lisa con romanticismo.

– No, todavía no. Tal vez puedas insinuarle que me gustaría que lo hiciera.

– Oooh. Claro, lo haré.

– ¿Ya te ha pedido que te cases con él?

– Bueno, no, pero yo tampoco se lo he pedido a él.

Como no podía ser de otro modo, Bill escogió ese momento para llamar a la puerta.

– Tengo compañía -le dije con una sonrisa al abrirle.

– Ya lo oigo -respondió. Le cogí de la mano y lo conduje hasta la cocina.

– Bill, este es Coby y esta jovencita es Lisa-dije con todo el protocolo.

– Estupendo, había estado deseando conoceros-respondió Bill, ante mi sorpresa-. Lisa y Coby, ¿os parece bien si hago compañía a vuestra tía Sookie?

Ellos lo miraron pensativos.

– En realidad no es nuestra tía -dijo Coby, tanteando la situación-. Solo es una buena amiga de nuestra mamá.

– ¿Es cierto eso?

– Sí, y dice que no le envías flores -añadió Lisa. Al fin su vocecita resultaba cristalina. Me alegré mucho de que Lisa hubiera superado su pequeño problema con las erres. De verdad. Bill me miró de reojo y me encogí de hombros.

– Ellos me han preguntado-dije con impotencia.

– Umm-respondió pensativo-. Tendré que corregir mis modales, Lisa. Gracias por recordármelo. ¿Cuándo es el cumpleaños de la tía Sookie, lo sabéis?

Noté queme sonrojaba.

– Bill-dije cortante-, déjalo ya.

– ¿Lo sabes, Coby? -le preguntó Bill al niño.

Coby sacudió la cabeza, pesaroso.

– Pero sí sé que es en verano, porque la última vez que mamá llevó a Sookie a comer a Shreveport por su cumpleaños, era verano. Estuvimos con Rene.

– Eres listo si recuerdas aquello, Coby-le dijo Bill.

– ¡Soy más listo que eso! Adivina lo que aprendí el otro día en la escuela. -Coby empezó a hablar por los codos.

Lisa estudió a Bill con mucha atención todo el tiempo que Coby estuvo hablando, y cuando su hermano terminó, dijo:

– Estás muy blanco, Bill.

– Sí -dijo- Es mi cutis natural.

Los críos se miraron el uno al otro. Deduje que decidieron que "cutis natural" era una enfermedad y que no sería educado hacer más preguntas. De vez en cuando los niños muestran cierto tacto.

Bill, alprincipio un poco tenso, se encontró cada vez más cómodo según avanzaba la noche. A las nueve yo ya hubiera reconocido que estaba agotada, pero cuando Arlene y Rene vinieron a recogerlos a las once él todavía aguantaba el ritmo de los niños.

Presenté a Bill a mis amigos, y se dieron la mano de una manera del todo normal. En ese momento llegó otra visita.

Un hermoso vampiro de denso pelo negro, peinado con un difícil estilo ondulado, apareció de entre los árboles mientras Arlene subía a los críos al camión y Rene y Bill charlaban. Bill saludó de pasada al vampiro y este alzó la mano como respuesta, uniéndose a Bill y a Rene como si lo hubieran estado esperando.

Desde el columpio del porche delantero observé que Bill hacía las presentaciones, y que el vampiro y Rene se daban la mano. Rene estaba boquiabierto ante el recién llegado, y me pareció que le daba la impresión de reconocerlo. Bill dirigió una mirada significativa hacia Rene y sacudió la cabeza, y la boca de Rene contuvo cualquier comentario que estuviera a punto de hacer.

El recién llegado era fornido, más alto que Bill, y llevaba puestos unos viejos tejanos y una camiseta que decía "Yo estuve en Graceland [11]". Sus pesadas botas estaban gastadas en los talones y llevaba una botella empapada de sangre sintética en una mano, a la que echaba un trago de vez en cuando. No es que tuviera mucho don de gentes.

Puede que me influyera la reacción de Rene, pero cuanto más miraba al vampiro, más familiar me parecía. Traté de oscurecerle mentalmente el tono de piel, añadirle algunas arrugas, imaginármelo más erguido e imbuir algo de vitalidad en su rostro.

¡Dios mío, era el chico de Memphis!

Rene se giró para marcharse y Bill condujo al recién llegado hasta mí. Cuando estaba a tres metros de distancia, el vampiro gritó:

– ¡Ey, Bill me ha dicho que alguien ha matado a tu gato! – tenía un fuerte acento sureño.

Bill cerró los ojos durante un segundo y yo me limité a asentir sin decir palabra.

– Pues lo lamento mucho. Me gustan los gatos -dijo el vampiro alto, y quedó claro que no se refería a que le gustara acariciarles el pelaje. Recé porque los niños no se enteraran de aquello, pero el horrorizado rostro de Arlene apareció en la ventanilla del camión. Era probable que toda la buena voluntad que Bill había invertido con ellos acabara de irse por el desagüe.

Rene sacudió la cabeza detrás de los vampiros y se subió al asiento del conductor, diciéndonos adiós mientras encendía el motor. Asomó la cabeza por la ventanilla para echarle un último y largo vistazo al recién llegado. Debió de decirle algo a Arlene, porque ella volvió a aparecer en el cristal y nos contempló con ojos como platos. Vi que se quedaba boquiabierta de la impresión al estudiar con más atención a la criatura que se hallaba junto a Bill. Su cabeza desapareció en el interior del vehículo y oí un chillido mientras la camioneta se alejaba.

– Sookie-dijo Bill con tono de advertencia-, este es Bubba.

– Bubba-repetí, no muy segura de haberlo oído bien.

– Sí, Bubba-dijo con alegría el vampiro, irradiando buena voluntad con su temible sonrisa-, ese soy yo. Encantado de conocerte.

Le estreché la mano, obligándome a devolverle la sonrisa. Santo Dios Todopoderoso, nunca pensé que le estrecharía la mano a él. Pero desde luego había cambiado mucho, y a peor.

– Bubba, ¿te importaría esperarnos aquí en el porche? Permite que le explique nuestro acuerdo a Sookie.

– Por mí estupendo-dijo Bubba despreocupado. Se sentó en el columpio tan feliz y estúpido como un chorlito.

Pasamos al comedor, pero no sin que antes me diera cuenta de que gran parte de los ruidos nocturnos (de los insectos y las ranas) se habían extinguido al aparecer Bubba.

– Quería explicártelo antes de que Bubba llegara-me dijo Bill con un susurro-, pero no ha sido posible.

– ¿Es quien creo que es? -pregunté.

– Sí. Así que al menos se puede decir que algunas de las historias sobre sus apariciones son ciertas. Pero no lo llames por su nombre, ¡llámalo Bubba! Algo fue mal cuando hizo la transición de humano a vampiro, puede que fuera por todas las drogas de su sangre.

– Pero estuvo muerto de verdad, ¿no?

– No… no del todo. Uno de los nuestros era empleado en la funeraria y gran fan suyo, y pudo detectar el hálito de vida que le quedaba, así que lo resucitó del modo más rápido posible.

– ¿Lo resucitó?

– Lo convirtió en vampiro-explicó Bill-. Pero fue un error. Por lo que me han contado mis amigos, nunca ha vuelto a ser el mismo. Es tan listo como una rama seca, así que para sobrevivir nos hace trabajitos a los demás. No podemos dejar que se le vea en público, ya comprendes.

Asentí con la boca abierta. Por supuesto que no.

– Guau -murmuré, asombrada ante la realeza que tenía en mi jardín.

– Así que recuerda lo estúpido y lo impulsivo que es… No te quedes a solas con él, y nunca le llames otra cosa que Bubba. Además le gustan las mascotas, como ya te ha contado, y la dieta a base de sangre de animalillos no lo ha hecho más digno de confianza. Ahora bien, en cuanto a por qué lo he traído aquí…

Me crucé de brazos, aguardando la explicación de Bill con cierto interés.

– Cariño, tengo que irme del pueblo durante un tiempo -explicó.

Era algo tan inesperado que me desconcertó por completo.

– ¿Qué?… ¿Por qué? No, déjalo, no necesito saberlo. -Hice un gesto con las manos para alejar cualquier indicio de que Bill tuviera la obligación de contarme sus cosas.

– Te lo explicaré cuando vuelva-afirmó con seguridad.

– ¿Y dónde encaja en esto tu amigo… Bubba? -pregunté, aunque tuve la desagradable impresión de que ya lo sabía.

– Bubba va a protegerte mientras estoy fuera-dijo Bill con rigidez.

Arqueé las cejas.

– De acuerdo -reconoció-. No es muy listo en… -Bill miró a su alrededor-nada- reconoció al fin-. Pero es fuerte y hará lo que yo le diga, y se asegurará de que nadie se cuela en tu casa.

– ¿Se quedará en los bosques?

– Por supuesto -afirmó Bill con énfasis-. Ni siquiera debería venir a hablarte. Por las noches se limitará a permanecer en un lugar desde el que pueda ver la casa y vigilará hasta que amanezca.

Tendría que acordarme de cerrar las persianas. La idea de un vampiro lerdo curioseando por mis ventanas no resultaba atractiva.

– ¿Realmente crees que esto es necesario?-pregunté impotente-. La verdad, no recuerdo que me lo consultaras.

Bill hizo un movimiento de hombros, su equivalente a respirar hondo.

– Cariño -dijo, exagerando el tono paciente de su voz-, intento con todas mis fuerzas acostumbrarme al modo en que las mujeres actuales queréis que os traten. Pero no me resulta natural, en especial si temo que estés en peligro. Estoy tratando de poder sentirme tranquilo cuando me marche. Ojalá no tuviera que alejarme, y no quiero hacerlo, pero es lo que debo hacer, por nosotros dos.

Clavé la mirada en él.

– Te entiendo -dije por último-. No me gusta esto, pero paso miedo por las noches, y supongo… Bueno, de acuerdo. En el fondo no creo que importase un pimiento si consentía o no. Al fin y al cabo, ¿cómo iba a obligar a Bubba a marcharse si él no quería irse? El cuerpo de policía de nuestro pequeño pueblo no disponía del equipo necesario para enfrentarse a vampiros, y si se encontraban con este vampiro en particular, se limitarían a mirarlo alucinados con la boca abierta el tiempo suficiente para que él los despedazara. Apreciaba la preocupación de Bill, y supuse que al menos debía tener la educación de agradecérselo. Le di un pequeño abrazo.

– En fin, si tienes que irte, ten cuidado mientras estés fuera -dije, tratando no sonar melancólica-. ¿Tienes algún sitio donde quedarte?

– Sí. Estaré en Nueva Orleáns. Quedaba una habitación libre en el Blood, en el casco viejo.

Había leído un artículo sobre ese hotel, el primero del mundo destinado en exclusiva a vampiros. Garantizaba una seguridad completa, y hasta el momento así había sido. Además, estaba situado justo en medio del barrio francés. A1 anochecer era rodeado por los cuatro costados por colmilleros y turistas que esperaban a que los vampiros salieran.

Empecé a sentir envidia. Me esforcé por no tener el aspecto de un perrito triste que se queda detrás de la puerta cuando sus dueños se van de vacaciones, y volví a esbozar mi eterna sonrisa.

– Bueno, que lo pases bien -dije alegremente-. ¿Ya has hecho las maletas? Tardarás unas horas en llegar allí, y ya es bien entrada la noche.

– El coche está listo. -Comprendí al fin que había retrasado la partida para pasar más tiempo conmigo y con los hijos de Arlene-. Será mejor que me marche -vaciló, parecía estar buscando las palabras adecuadas. Entonces me entregó sus manos y yo las tomé. Tiró un poco, una leve presión, y yo cedí y lo abracé. Froté la cara contra su camisa y lo rodeé con los brazos, apretándolo hacia mí.

– Te echaré de menos -me dijo. Su voz no era más que un hálito de aire, pero lo oí. Me besó la coronilla y después se apartó de mí y se marchó por la puerta delantera. Lo escuché dar a Bubba algunas instrucciones de último momento y luego el chirrido del columpio al levantarse este.

No miré por la ventana hasta que el coche de Bill se alejó por el camino de entrada, y vi que Bubba se paseaba entre los árboles. Mientras me daba una ducha me dije que Bill debía de confiar mucho en Bubba, ya que me había dejado a su cargo. Pero seguía sin estar segura de a quién le tenía más miedo, si al asesino que perseguía Bubba, o al propio Bubba.


Al día siguiente, en el trabajo, Arlene me preguntó por qué había aparecido aquel vampiro por mi casa. No me sorprendió que sacara el tema a relucir.

– Verás, Bill tenía que irse del pueblo, y está preocupado, ya sabes… -Tenía la esperanza de poder dejarlo ahí, pero Charlsie se nos había acercado (no estábamos muy ocupadas; la Cámara de Comercio daba una comida y una conferencia en el restaurante Fins amp; Hooves, y el grupo femenino de cocina y rezos estaba poniendo a punto sus patatas al horno en la enorme mansión de la anciana Señora Bellefleur).

– ¿Quieres decir -dijo Charlsie con ojos resplandecientes-que tu hombre te ha conseguido un guardaespaldas personal?

Asentí reluctante. Era un modo de verlo.

– Es tan romántico -suspiró ella.

Sí, era un modo de verlo.

– ¡Pero tienes que verlo -le contó Arlene tras retener la lengua todo lo que pudo-, es igualito a…!

– Oh, no, no digas eso cuando hables con él -la interrumpí-. No se parecen en absoluto-eso era cierto-, y no le gusta nada oír ese nombre.

– Oh-respondió Arlene con timidez, como si Bubba pudiera estar escuchándonos a plena luz del día.

– Me siento más segura con Bubba en el bosque-dije, lo que también era más o menos cierto.

– Ah, ¿no se queda en tu casa? -preguntó Charlsie. Estaba claro que se sentía un tanto defraudada.

– ¡Dios, no! -dije, y de inmediato me disculpé ante Dios por pronunciar su nombre en vano. En los últimos tiempos tenía que hacerlo demasiado a menudo-. No, Bubba pasa las noches en el bosque, vigilando la casa.

– ¿Era cierto aquello de los gatos? -Arlene parecía aprensiva.

– No era más que una broma. No tiene un gran sentido del humor, ¿verdad?-era una mentira descarada, estaba convencida de que Bubba disfrutaba con un aperitivo de sangre de gato.

Arlene sacudió la cabeza, poco convencida. Era momento de cambiar de tema.

– ¿Os divertisteis Rene y tú en vuestra noche libre? – pregunté.

– Rene fue bueno anoche, ¿verdad? -dijo con las mejillas ruborizadas.

Era curioso que una mujer casada tantas veces aún pudiera sonrojarse.

– Dímelo tú -respondí. A Arlene le gustaban un poco los comentarios indecentes.

– ¡Oh, no seas tonta! Me refiero a que fue muy educado con Bill, e incluso con ese Bubba.

– ¿Y existe alguna razón por la que no debiera serlo?

– Tiene una especie de problema con los vampiros, Sookie. -Arlene sacudió la cabeza-. Ya lo sé, yo también -confesó cuando la miré con las cejas arqueadas-, pero en Rene de verdad llega a ser un prejuicio. Cindy salió con un vampiro un tiempo, y eso lo preocupó mucho.

– ¿Y Cindy está bien? -sentía un gran interés por la salud de cualquiera que hubiera salido con un vampiro.

– No la he visto-admitió Arlene-, pero Rene va a visitarla cada dos semanas o así. Le va bien, ha vuelto al buen camino. Tiene un trabajo en la cafetería de un hospital.

Sam, que estaba en esos momentos detrás de la barra llenando el frigorífico con sangre embotellada, dijo:

– Tal vez Cindy quiera volver a casa. Lindsey Krause ha dejado el otro turno porque se traslada a Little Rock.

Desde luego, eso logró atraer nuestra atención. Merlotte's estaba empezando a sufrir una seria escasez de personal. Por algún motivo, durante el último parde meses los trabajos de servicios con baja calificación habían perdido su popularidad.

– ¿Has entrevistado a alguien más? -preguntó Arlene.

– Tendría que repasar los archivos-dijo Sam con desaliento. Arlene y yo sabíamos que éramos las únicas camareras, mozas, meseras o como se quiera llamarnos, que Sam había mantenido fijas durante más de dos años. No, eso no era del todo cierto; también estaba Susanne Mitchell, del otro turno. Sam se pasaba mucho tiempo contratando y de vez en cuando despidiendo camareras eventuales-. Sookie, ¿te importaría echarle un vistazo a los archivos, para descartar a algunas que se hayan mudado o que ya tengan trabajo, o por si ves a alguien que me recomendarías de verdad? Eso me ahorraría algo de tiempo.

– Claro -dije. Recordaba que Arlene había hecho lo mismo un par de años atrás, cuando contrataron a Dawn. Nosotras teníamos más lazos con la comunidad que Sam, que nunca parecía apuntarse a nada. Sam llevaba ya seis años en Bon Temps, y jamás había conocido a nadie que pareciera saber algo de su vida anterior a la adquisición del bar.

Me senté junto a la mesa de Sam, con el grueso archivo de solicitudes. Tras unos pocos minutos comprendí que la tarea merecía la pena. Tenía tres montones: mudadas, empleadas en otra parte y buenas perspectivas. Entonces añadí la cuarta y la quinta pilas: una para la gente con la que no podía trabajar porque no la soportaba, y otra para los muertos. La primera demanda del quinto montón la había rellenado una chica que murió en un accidente de coche las navidades pasadas, y volví a sentir lástima por su familia cuando vi su nombre en la parte superior de la solicitud. La siguiente empezaba con "Maudette Pickens".

Maudette había solicitado trabajar con Sam tres meses antes de morir. Me imagino que ganarse la vida en el Grabbit Kwik era bastante aburrido. Cuando eché una ojeada a los campos que había rellenado y me fijé en lo penosa que eran su letra y su ortografía, volvió a darme pena. Traté de imaginarme cómo mi hermano podía haber pensado que tener relaciones sexuales con esa mujer (y grabarlas en vídeo) era un buen modo de pasar el tiempo, y me maravillé ante la extraña mentalidad de Jason. No lo había visto desde que se fue en coche con Desiree. Confié en que hubiera llegado a casa de una pieza; esa chica era todo un caso. Ojalá hubiera sentado la cabeza con Liz Barrett; ella tenía la tenacidad necesaria para meterlo en vereda.

Desde hacía un tiempo, siempre que pensaba en mi hermano era para preocuparme. ¡Tan solo con que no se hubiera llevado tan bien con Maudette y Dawn! Aparentemente, muchos hombres las habían conocido a las dos, tanto en el sentido habitual como carnal. Ambas habían sido mordidas por vampiros. A Dawn le gustaba el sexo duro, pero no sabía cuáles eran las tendencias de Maudette. Muchos hombres ponen gasolina y toman un café en el Grabbit Kwik, igual que muchos vienen a beber algo a nuestro bar. Pero solo el tonto de mi hermano había grabado en cinta sus relaciones con ellas.

Contemplé la enorme taza de plástico del escritorio de Sam, que había contenido té con hielo. En la cara externa de aquella taza verde estaba escrito, con color naranja neón: "El Gran Especial del Grabbit Kwik". Sam también las conocía a las dos. Dawn había trabajado para él, y Maudette había solicitado un trabajo allí.

A Sam no le gustaba que yo saliera con un vampiro. Puede que no le gustase nadie que saliese con uno.

Justo en ese momento Sam entró, y pegué un bote como si hubiera estado haciendo algo malo. Y según mis normas, lo estaba haciendo, pensar mal de un amigo es una cosa mala.

– ¿Cuál es el montón de los buenos?-preguntó, aunque me dirigió una mirada extrañada.

Le entregué un pequeño fajo de unas diez solicitudes.

– Esta chica, Amy Burley-expliqué, señalando la de más arriba-, tiene experiencia, está de sustituta en el bar Good Times, y Charlsie trabajó con ella allí. Así que primero puedes consultarla a ella.

– Gracias, Sookie. Esto me ahorrará unos cuantos líos. -Asentí como contestación, aunque con cierta brusquedad.

– ¿Te encuentras bien? -preguntó-. Hoy pareces algo distante.

Lo miré de cerca; parecía igual que siempre. Pero su mente me estaba vedada. ¿Cómo podía hacerlo? La única otra mente que se me cerraba por completo era la de Bill, debido a su naturaleza de vampiro. Pero desde luego, Sam no era un vampiro.

– Es solo que echo de menos a Bill-dije a propósito. ¿Me largaría un sermón sobre los peligros de salir con un vampiro?

– Es de día, no estaría muy cómodo aquí-respondió.

– Claro que no -dije envarada. Estuve a punto de añadir: "Está fuera del pueblo", pero me planteé si sería juicioso contar eso cuando tenía una sospecha interior, por pequeña que fuera, sobre mi jefe. Salí del despacho tan de repente que Sam se me quedó mirando asombrado.

Cuando vi que Arlene y Sam mantenían una larga conversación algo más tarde, ese mismo día, sus miradas de reojo me dejaron claro que el tema era yo. Sam regresó a su despacho con un aspecto más preocupado que nunca. Pero no cruzamos más palabras durante el resto del día.

Aquella noche fue duro marcharme a casa, porque sabía que estaría sola hasta el amanecer. Otras noches, a pesar de estar sola, me tranquilizaba saber que Bill estaba solo a un telefonazo de distancia. Pero ya no. Traté de consolarme con la idea de que estaría protegida una vez oscureciera y Bubba saliera del agujero en el que dormía, pero no lo conseguí.

Llamé a Jason, pero no estaba en casa. Llamé entonces a Merlotte's, pensando que podría estar allí, pero Terry Bellefleur me cogió el teléfono y me dijo que Jason no había aparecido.

Me pregunté qué estaría haciendo Sam aquella noche. ¿Por qué nunca parecía salir con nadie? Por lo que había podido observar numerosas veces, no era por falta de ofertas. Dawn se había mostrado especialmente activa en el empeño…

Aquella noche no lograba pensar en nada agradable.

Comencé a preguntarme si Bubba había sido el sicario al que había recurrido Bill para cargarse al tío Bartlett. Era extraño que Bill hubiera elegido a una criatura tan lerda para protegerme.

Todos los libros que cogía parecían de uno u otro modo inadecuados, y cada programa de televisión que traté de ver me pareció completamente ridículo. Intenté leer mi ejemplar de Time, y me indignó el impulso suicida que gobernaba tantas naciones. Arrojé la revista al otro lado de la habitación. Mi cabeza daba vueltas como una ardilla que tratase de escapar de su jaula. No lograba concentrarme en nada ni sentirme cómoda en ningún sitio.

Cuando sonó el teléfono me puse en pie de un brinco.

– ¿Dígame?-contesté con voz áspera.

– Jason ya está aquí-dijo Terry Bellefleur-. Quiere invitarte a una copa.

Pensé con cierto desagrado en el rollo de tener que salir a por el coche, ahora que ya había oscurecido, y regresar después a una casa vacía, al menos a una casa que ojalá estuviera vacía. Pero me regañé a mí misma porque, al fin y al cabo, habría alguien vigilándola, alguien muy fuerte aunque careciera de cerebro.

– De acuerdo, estaré ahí en un minuto-respondí.

Terry se limitó a colgar. Era todo un parlanchín.

Me puse una falda vaquera y una camiseta amarilla y, mirando en todas direcciones, crucé el patio hasta llegar al coche. Dejé encendidas todas las luces de fuera. Abrí el coche y me metí dentro como un rayo. Una vez dentro, volví a echar el seguro. Aquella no era manera de vivir.


Aparqué casi de modo instintivo en el estacionamiento de empleados de Merlotte's. Había un perro escarbando en el contenedor, y le acaricié la cabeza antes de entrar. Teníamos que llamar a la perrera casi cada semana para que vinieran a llevarse unos cuantos animales perdidos o abandonados, muchos de ellos perras preñadas, lo que me ponía enferma.

Terry estaba detrás de la barra.

– Hola-dije, echando un vistazo a mi alrededor-. ¿Dónde está Jason?

– No está aquí -me respondió Terry-. No lo he visto en toda la noche. Ya te lo he contado por teléfono.

Lo miré boquiabierta.

– Pero después me has vuelto a llamar y me has dicho que ya había llegado.

– No, no lo he hecho.

Nos miramos con intensidad el uno al otro. Terry estaba teniendo una de sus noches malas, eso estaba claro. Su cabeza bullía por dentro con los suplicios de su servicio activo en el ejército y su lucha contra el alcohol y las drogas. Por fuera se veía que estaba rojo y sudoroso a pesar del aire acondicionado, y sus movimientos eran torpes y bruscos. Pobre Terry.

– ¿De verdad no me has llamado? -pregunté, con un tono lo más neutral posible.

– Eso he dicho, ¿no? -su voz resultaba beligerante.

Mejor sería que ninguno de los clientes del bar le diera problemas a Terry aquella noche. Me retiré con una sonrisa reconciliadora. El perro seguía en la puerta de atrás. Gimoteó al verme.

– ¿Tienes hambre, muchacho? -le dije.

Vino directo hacia mí, sin el temor que hubiera esperado de un perro perdido. Al adentrarnos más en la zona iluminada, comprobé que aquel perro había sido abandonado hacía poco, al menos por lo que se deducía de su lustroso pelaje. Era un collie, aunque no de pura raza. Pensé meterme en la cocina para preguntarle al cocinero de turno si teníamos algunas sobras para nuestro amigo, pero en ese momento tuve una idea mejor.

– Ya sé que el viejo y malo Bubba está cerca de casa, pero tal vez puedas entrar conmigo-dije, con esa voz infantil que uso con los animales cuando creo que nadie me escucha-. ¿Podrías hacer pipí fuera, para no ensuciar la casa? ¿Qué me dices?

Como si me hubiera entendido, el collie manchó la esquina del contenedor.

– ¡Buen chico! ¿Quieres dar una vuelta? -Abrí la puerta del coche, confiando en que no ensuciara demasiado los asientos. El animal dudó-. Vamos, bonito, te daré algo bueno para comer cuando lleguemos a casa -el soborno no siempre es algo malo.

Tras un par de miradas más y un olfateo intenso de mis manos, el perro saltó al asiento de los pasajeros y se sentó mirando por la ventanilla como si él mismo se hubiera apuntado a esta aventura. Le dije que se lo agradecía y le rasqué las orejas. Partimos y quedó claro que el perro estaba acostumbrado a ir en coche.

– Ahora, muchachito, cuando lleguemos a casa-le dije con seriedad al collie-, vamos a ir directos a la puerta delantera, ¿está claro? Hay un ogro en los bosques al que le encantaría devorarte.

El perro respondió con un ladrido excitado.

– Bueno, no vamos a dejarle ninguna oportunidad-le dije para tranquilizarlo. Era agradable tener alguien a quien hablar. Era incluso bonito que no pudiera responderme, al menos por ahora. Y no tenía que mantener mi protección porque no era humano. Me relajé-. Démonos prisa.

– ¡Guau! -mi compañero estuvo de acuerdo.

– Tengo que llamarte de alguna manera -dije-, ¿qué tal… Buffy?

El perro gruñó.

– Vale, ¿Robert?

Gemido.

– Tampoco te gusta ese. Umm.- Llegamos a la entrada de casa.

– Puede que ya tengas un nombre -pensé-. Deja que te mire el cuello. -Tras apagar el motor pasé los dedos a través de su grueso pescuezo. No llevaba siquiera un collar antipulgas-. Alguien te ha estado cuidando bastante mal, cariño -dije-. Pero eso se acabó. Seré una buena mamá.

Con esa última estupidez preparé la llave de la casa y abrí la puerta. Como una centella, el perro me adelantó y permaneció en el jardín, mirando a su alrededor, alerta. Olfateó el aire y surgió un gruñido de su garganta.

– Solo es el vampiro bueno, dulzura, el que está protegiendo la casa. Vamos dentro. -Engatusándolo sin parar, logré que entrara en el edificio. Cerré de inmediato la puerta detrás de nosotros.

El perro caminó sin hacer ruido alrededor del salón, olisqueando y mirándolo todo. Después de vigilarlo durante un minuto, para asegurarme de que no iba a morder nada ni levantar la pata, fui a la cocina para encontrarle algo de comer. Llené un cuenco grande de agua. Cogí otro de plástico en el que la abuela guardaba la lechuga y puse en él los restos de la comida para gatos de Tina y algo de carne para tacos. Me supuse que, si estabas muriéndote de hambre, algo así resultaría aceptable. Al fin el perro encontró el camino a la cocina y se dirigió a los cuencos. Olfateó la comida y alzó la cabeza para mirarme largo rato.

– Lo siento, no tengo comida para perros. Es lo mejor que he podido encontrar. Si quieres quedarte conmigo, te conseguiré algunos Kibbles'N Bits.

El perro me miró durante unos segundos más, y entonces agachó la cabeza hacia el cuenco. Comió un poco de carne, bebió y volvió a mirarme expectante.

– ¿Puedo llamarte Rex?

Pequeño gruñido.

– ¿Y qué tal Dean?-pregunté-. Dean es un nombre bonito. -Un chico agradable que me ayudó en una librería de Shreveport se llamaba Dean. Sus ojos se parecían a los de este collie, observadores e inteligentes. Y Dean era un tanto diferente. Nunca había conocido a un perro llamado Dean.

– Apuesto a que eres más listo que Bubba -dije pensativa,, y el perro soltó su corto y agudo ladrido-. Estupendo, vamos, Dean. Preparémonos para dormir-añadí, disfrutando de poder mantener una especie de conversación. El perro me siguió en silencio hasta el dormitorio, estudiando todo el mobiliario con suma atención. Me quité la falda y la camiseta, y las eché a un lado. Me bajé las braguitas y me desabroché el sujetador. El perro me contempló con gran atención mientras cogía un camisón limpio y me metía en el baño para ducharme. Cuando salí, limpia y relajada, Dean se sentaba junto a la puerta, con la cabeza echada a un lado.

– Para limpiarse, a la gente le gusta darse una ducha -le expliqué-. Ya sé que a los perros no, supongo que es algo humano. -Me cepillé los dientes y me puse el camisón-. ¿Estás listo para dormir, Dean?

Como respuesta, el perro saltó a la cama, se giró en círculos y se tumbó.

– ¡Eh, espera un minuto! -Desde luego, yo misma me lo había buscado. A la abuela le hubiese dado un ataque si se enterase de que había un perro en su cama. Ella pensaba que los animales estaban muy bien siempre que no pasaran la noche en casa. Su regla era: humanos dentro, animales fuera. Bueno,ahora tenía un vampiro fuera y un collie en mi cama.

– ¡Tú, abajo! -dije, señalando la alfombra.

El collie, con lentitud y cierta reluctancia, descendió del lecho. Me lanzó una mirada de reproche mientras se sentaba en la alfombra.

– ¡Quédate ahí! -dije con firmeza antes de meterme en la cama. Me sentía muy cansada, y ahora que tenía al perro no estaba tan nerviosa, aunque no sabía qué ayuda podía esperar de él en caso de que se colara un intruso, ya que no me conocía lo suficiente como para serme fiel. Pero tenía que aceptar cualquier consuelo que pudiera encontrar, y comencé a abandonarme al sueño. Justo mientras me quedaba adormilada noté que la cama se combaba bajo el peso del collie. Una lengua estrecha me pasó por la mejilla. El perro se acomodó cerca de mí. Me giré y lo acaricié. Era agradable tenerlo cerca.

Lo siguiente que recuerdo es que estaba amaneciendo. Fuera se oían los pájaros que volaban hacia el pueblo, gorjeando como locos. Era estupendo acurrucarse en la cama. Sentí la calidez del perro a través de mi camisón; debía de haber hecho calor por la noche y me había quitado la sábana de encima. Lo acaricié con torpeza la cabeza y comencé a rascarle el pelaje, pasando los dedos distraídamente a través de su grueso pelo. Se me acercó aún más, me olisqueó la cara y me rodeó con su brazo.

¿Con su brazo?

De un solo movimiento, salté de la cama y me puse a chillar. En mi cama, Sam se incorporó sobre los codos, de lado, y me miró con cierta curiosidad.

– ¡Oh, oh dios mío! Sam, ¿cómo has llegado aquí? ¿Qué estás haciendo? ¿Dónde está Dean? -Me tapé la cara con las manos y me di la vuelta, pero ya había visto todo lo que había que ver de Sam.

– ¡Guau! -dijo Sam con su garganta humana, y la verdad me cayó encima como un jarro de agua fría.

Me revolví para mirarlo, tan enfadada que pensé que me iban a saltar los fusibles.

– ¡Anoche me viste desnudarme, maldito… maldito perro!

– Sookie-dijo con tono persuasivo-. Escúchame.

Otra idea me golpeó.

– Oh, Sam. Bill te matará. -Me senté en la butaca de la esquina, junto a la puerta del baño. Puse los codos sobre las rodillas y dejé caer la cabeza-. ¡Oh, no! No, no, no.

Él se arrodilló delante de mí. El áspero pelo dorado rojizo de su cabeza se repetía sobre su pecho y bajaba en una línea hasta su… volví a cerrar los ojos.

– Sookie, me preocupé cuando Arlene me contó que ibas a estar sola -comenzó a explicarme.

– ¿No te habló de Bubba?

– ¿Bubba?

– El vampiro que ha dejado Bill vigilando la casa.

– ¡Ah, sí! Me contó que le recordaba a algún cantante.

– Bueno, pues se llama Bubba. Le gusta desangrar animales por diversión.

Tuve la satisfacción de verlo palidecer, aunque fuera entre los dedos de mis manos.

– Bueno, entonces ha sido toda una suerte que me dejaras entrar-dijo por último.

Al recordar de repente su aspecto la noche anterior, pregunté:

– ¿Qué eres, Sam?

– Soy un cambiaformas. Pensé que ya era hora de que lo supieras.

– ¿Y tenías que hacerlo de esa manera?

– En realidad-dijo avergonzado-tenía planeado despertarme y marcharme antes de que abrieras los ojos. Pero me he quedado dormido. Correr a cuatro patas es agotador.

– Creía que la gente solo podía transformarse en lobo.

– No, yo puedo cambiar a cualquier forma.

Resultaba tan interesante que dejé caer las manos y traté de mirarle solo la cara.

– ¿Cada cuánto? -pregunté- ¿Puedes escoger?

– Me veo obligado cuando hay luna llena -me explicó-. En otras ocasiones puedo hacerlo a voluntad, aunque es más difícil y tardo más tiempo. Me convierto en cualquier animal que vea antes de cambiar, así que siempre tengo un libro sobre perros sobre mi mesita, abierto con una foto de un collie. Los collies son grandes, pero no resultan amenazadores.

– Así que, ¿podrías ser un pájaro?

– Sí, pero volar es muy duro. Además, siempre me da miedo acabar achicharrado en un tendido eléctrico o chocarme contra un cristal.

– ¿Por qué? ¿Por qué querías que lo supiera?

– Parecías llevar bastante bien el hecho de que Bill fuese un vampiro, en realidad hasta lo disfrutabas. Así que pensé que merecía la pena intentarlo, a ver si podías asumir mi… condición.

– ¡Pero lo que tú eres-dije de manera repentina, saliéndome por la tangente- no puede explicarse por un virus! ¡Quiero decir, tú cambias del todo!

No dijo nada. Se quedó mirándome, con sus ojos ahora azules pero igual de inteligentes y observadores.

– Ser un cambiaformas es decididamente sobrenatural. Si esto existe, otras cosas también pueden existir. Así que… -dije con lentitud y cautela-, Bill no tiene ningún virus. Ser un vampiro no puede explicarse mediante una alergia a la plata, o al ajo, o al sol… Eso solo es basura que esparcen los vampiros, propaganda, se podría llamar. Así pueden ser aceptados con más facilidad, como víctimas de una terrible enfermedad. Pero en realidad están… en realidad están…

Me precipité hacia el baño para vomitar. Por suerte logré llegar al inodoro.

– Sí -dijo Sam desde la puerta, con voz triste-. Lo siento mucho, Sookie. Pero no es que Bill tenga un virus. Está de verdad, de verdad muerto.


Me lavé la cara y me cepillé los dientes dos veces. Me senté en el borde de la cama, demasiado cansada como para ir más lejos. Sam se sentó a mi lado, me rodeó acogedor con su brazo y tras un instante me acurruqué a él, colocando la mejilla junto a su cuello.

– ¿Sabes? Una vez estaba escuchando la NPR -dije, sin venir para nada a cuento-, estaban retransmitiendo un programa sobre criogenia, sobre cómo mucha gente está decidiendo congelarse solo la cabeza porque es mucho más barato que conservar todo el cuerpo.

– ¿Eh?

– Adivina qué canción pusieron al final.

– ¿Cuál, Sookie?

– Put Your Head on My Shoulder [12].

Sam hizo un ruido de asfixia y después se dobló de las carcajadas.

– Escucha, Sam-dije, cuando se tranquilizó-. Entiendo lo que me dices, pero necesito tratar esto con Bill. Lo amo, le soy fiel, y además él no está aquí para dar su punto de vista.

– Oh, el objetivo no era tratar de apartarte de Bill. Aunque eso sería estupendo -y Sam esbozó su poco habitual y maravillosa sonrisa. Parecía mucho más relajado conmigo ahora que compartía su secreto.

– Entonces, ¿cuál era el objetivo?

– Mantenerte con vida hasta que atrapen al asesino.

– ¿Así que por eso has aparecido desnudo en mi cama? ¿Por mi protección?

Tuvo el detalle de parecer avergonzado.

– Bueno, reconozco que podría haberlo planeado mejor, pero pensé que necesitabas alguien a tu lado, ya que Arlene me había dicho que Bill estaba fuera del pueblo. Sabía que no me dejarías pasar aquí la noche como humano.

– ¿Estarás tranquilo ahora que sabes que Bubba vigila la casa por las noches?

– Los vampiros son fuertes, y feroces -reconoció Sam-: Supongo que este Bubba le debe algo a Bill, o no le haría un favor. Los vampiros no se distinguen por hacerse favores unos a otros, su mundo está muy estratificado.

Debería haber prestado más atención a lo que me contaba Sam, pero pensé que era mejor no explicarle los orígenes de Bubba.

– Si tú y Bill existís, supongo que debe de haber un montón de seres ajenos a la naturaleza -dije, comprendiendo la cantidad de reflexiones que me aguardaban. Desde que conocía a Bill no había sentido tanta necesidad de acumular ideas para estudiarlas en el futuro, pero estar preparada nunca hace, daño-. Algún día tendrás que contármelo. ¿El yeti? ¿El monstruo del lago Ness? Yo siempre había creído en el monstruo del Lago Ness.

– Bueno, supongo que será mejor que me vuelva a casa-dijo Sam. Me miró esperanzado. Seguía desnudo.

– Sí, creo que será lo mejor. Pero… oh, maldición, tú… oh, diablos. -Corrí escaleras arriba en busca de algo de ropa. Me parecía recordar que Jason guardaba un par de cosas en un armario del piso superior, para un caso de emergencia.

Por suerte había un par de tejanos y una camisa informal en el primer dormitorio. Ya hacía calor allí arriba, debajo del tejado de estaño, porque el primer piso tenía un termostato independiente. Regresé al piso inferior, contenta de sentir el frescor del aire acondicionado.

– Aquí están -anuncié, entregando las prendas a Sam-. Espero que te sienten bien. -Me miró como si quisiera retomar nuestra conversación, pero yo ya era demasiado consciente de que iba cubierta solo con un fino camisón de nylon y de que él no estaba cubierto por nada en absoluto.

– Vamos con las ropas-dije con firmeza-. Y vístete en la sala de estar. -Lo obligué a salir y cerré la puerta detrás de él. Pensé que echar el pestillo resultaría insultante, así que no lo hice. Me vestí en un tiempo récord, con ropa interior limpia y la falda vaquera y la camiseta amarilla de la noche anterior. Me puse un poco de maquillaje, escogí unos pendientes y me cepillé el pelo para recogerlo en una coleta, sujetándola con cinta de goma amarilla. Mi moral se recuperó al mirarme al espejo, pero mi nueva sonrisa se convirtió en un ceño fruncido cuando creí oír un camión aparcando delante de casa.

Salí del dormitorio como si me hubieran disparado con un cañón, confiando con todas mis fuerzas en que Sam ya se hubiera vestido y estuviera escondido. Había hecho algo mejor, había vuelto a convertirse en perro. Las ropas estaban tendidas en el suelo y yo las recogí y las lancé al armario del pasillo.

– ¡Buen chico! -dije con entusiasmo mientras le rascaba entre las orejas. Dean respondió metiendo su frío hocico negro bajo mi falda-. Deja eso ya-exclamé, mirando a través de la ventana delantera-. Es Andy Bellefleur-le dije al perro.

Andy saltó de su Dodge Ram, se estiró durante un largo instante y se dirigió a mi puerta. La abrí, con Dean a mi lado. Contemplé al detective de manera burlona.

– Parece como si hubieras estado levantado toda la noche, Andy. ¿Puedo ofrecerte un café?

El perro se agitaba nervioso a mi alrededor.

– Eso estaría genial -dijo-, ¿puedo pasar?

– Claro. -Me eché a un lado y Dean gruñó.

– Veo que tienes un buen perro guardián. Vamos, muchacho, ven aquí.

Andy se agachó para ofrecer una mano al collie, al que yo no lograba ver como si fuera Sam. Dean olisqueó la mano de Andy, pero no la lamió. En vez de eso, se situó entre Andy y yo.

– Vamos a la cocina -dije. Y Andy se irguió y me siguió. Tuve el café listo en un santiamén, y puse algo de pan en la tostadora. Coger la nata, el azúcar, las cucharas y los tazones llevó unos minutos más, pero los aproveché para preguntarme qué hacía Andy allí. Tenía el rostro demacrado; parecía diez años mayor de su verdadera edad. No se trataba de ninguna visita de cortesía.

– Sookie, ¿estuviste aquí anoche? ¿No trabajaste?

– No, no me tocaba. Estuve aquí salvo por un rápido viaje a Merlotte's.

– ¿Ha estado Bill aquí en algún momento?

– No, está en Nueva Orleáns. Se aloja en ese nuevo hotel del barrio francés, el que es solo para vampiros.

– Pareces segura de que está allí.

– Sí-noté que se me endurecía el rostro. Se aproximaban las malas noticias.

– He estado levantado toda la noche-dijo Andy.

– ¿Sí?

– Acabo de venir de otra escena del crimen.

– Oh. -Me colé en su mente-: ¿Amy Burley?-Lo miré a los ojos tratando de asegurarme-. ¿Amy, la que trabajaba en el bar Good Times?

Era el primer nombre del montón de posibles camareras del día anterior, el nombre que le había aconsejado a Sam. Miré al perro. Estaba tumbado en el suelo con el hocico entre las patas, y parecía estar tan triste y sorprendido como yo. Gimió de pena.

Los ojos castaños de Andy me miraban con tanta fuerza que me estaban taladrando.

– ¿Cómo lo sabes?

– Déjate de tonterías, Andy, sabes que puedo leer el pensamiento. Me siento fatal, pobre Amy. ¿Ha sido como las demás?

– Sí -respondió-. Sí, ha sido como las demás, pero las marcas de colmillos eran más recientes.

Pensé en la noche que Bill y yo tuvimos que ir a Shreveport para responder a la llamada de Eric. ¿Había sido Amy la que había dado sangre a Bill aquella noche? Ni siquiera fui capaz de calcular cuántos días habían pasado desde aquello, mi vida cotidiana se había visto alterada de cabo a rabo por todos los sucesos extraños y terribles de las semanas previas.

Me dejé caer sobre una silla de cocina de madera, sacudiendo la cabeza distraída durante algunos minutos, sorprendida por el giro que había dado mi vida. La de Amy Burley ya no daría más giros. Me sacudí de encima aquella extraña apatía, me levanté y serví el café.

– Bill no ha estado aquí desde anteanoche -dije.

– ¿Y has pasado toda la noche aquí?

– Así es, mi perro puede confirmártelo -y sonreía Dean, que gimió al sentirse el centro de atención. Se acercó hasta colocar su peluda cabeza sobre mis rodillas mientras me tomaba el café. Le acaricié las orejas.

– ¿Sabes algo de tu hermano?

– No, pero anoche recibí una curiosa llamada de teléfono, de alguien que me dijo que estaba en Merlotte's… -en cuanto las palabras abandonaron mi boca me di cuenta de que mi interlocutor debía de haber sido Sam, que me había atraído al bar para poder ponerse en situación de acompañarme a casa. Dean bostezó, un enorme bostezo de oreja a oreja que nos permitió ver todos sus blancos y afilados dientes.

Ojalá yo hubiera mantenido la boca cerrada. Pero ya lo había soltado, y tuve que explicárselo todo a Andy, que se escoraba apenas medio despierto sobre la silla de mi cocina, con su camisa escocesa arrugada y llena de manchas de café y sus caquis deformados por llevarlos demasiado tiempo puestos. Necesitaba una cama igual que un caballo necesita su establo.

– Tienes que descansar un poco -dije con amabilidad. Había algo triste en Andy Bellefleur, algo desalentador.

– Es por estos asesinatos -dijo, con voz insegura por el cansancio-, estas pobres mujeres. Y todas se parecían en tantos aspectos…

– ¿Mujeres sin estudios, trabajadoras manuales empleadas en bares? ¿Que no les importaba tener un amante vampiro de cuando en cuando? -Él asintió, con los ojos cerrándosele por momentos-. En otras palabras, mujeres como yo.

Entonces abrió los ojos. Estaba horrorizado por su error.

– Sookie…

– Lo entiendo, Andy -dije-. En algunos aspectos todas somos parecidas, y si aceptas que el ataque contra mi abuela estaba dirigido a mí, bueno, entonces supongo que soy la única superviviente.

Me pregunté quién le quedaría por matar al asesino. ¿Era yo la única viva que encajaba con sus parámetros? Era la cosa más aterradora que había pensado en todo el día.

Andy casi estaba echando una cabezada encima de su taza.

– ¿Por qué no vas a tumbarte en el otro dormitorio? -le sugerí cortés-. Tienes que dormir un poco. Me parece que no estás en condiciones de conducir.

– Es muy amable por tu parte -dijo Andy, arrastrando la voz. Parecía algo sorprendido, como si amabilidad no fuese algo que pudiera esperar de mí-. Pero tengo que ir a casa y ponerme el despertador. Tal vez pueda dormir tres horas.

– Te prometo que te despertaré-dije. No me hacía ilusión que se quedara durmiendo en mi casa, pero tampoco quería que tuviera un accidente de regreso a la suya. La anciana señora Bellefleur nunca me lo perdonaría, y probablemente Portia tampoco-. Ven, túmbate en este cuarto. -Lo conduje a mi viejo dormitorio. Mi cama individual estaba arreglada con pulcritud-. Tú solo túmbate encima de la cama y yo pondré el despertador. -Así lo hice, mientras él me observaba-. Ahora duerme un poco. Tengo que hacer un recado, pero volveré enseguida.

Andy no ofreció más resistencia, sino que se sentó con pesadez sobre la cama mientras yo cerraba la puerta. El perro había estado siguiéndome de cerca mientras me encargaba de Andy, y en ese momento le dije con un tono bastante distinto:

– Vas a vestirte ya mismo.

Andy sacó la cabeza por la puerta del dormitorio.

– Sookie, ¿con quién estás hablando?

– Con el perro -respondí al instante-. Siempre lleva su collar, y se lo pongo cada día.

– ¿Y por qué se lo quitas?

– Tintinea por las noches y no me deja dormir. Ahora vete a la cama.

– De acuerdo. -Parecía satisfecho por mi explicación y volvió a cerrar la puerta.

Recogí las ropas de Jason del armario y las puse en el sofá delante del perro, y me senté dándole la espalda. Pero me di cuenta de que podía verlo en el espejo de encima de la repisa. El aire se desdibujó alrededor del collie, parecía hervir y vibrar lleno de energía, y entonces su forma comenzó a cambiar dentro de esa concentración eléctrica. Cuando se aclaró la neblina, era Sam el que estaba de rodillas en el suelo, en cueros. ¡Guau, qué culo! Tuve que obligarme a cerrar los ojos y decirme repetidas veces que no estaba siendo infiel a Bill. El culo de Bill, me dije con firmeza, era igual de bonito.

– Estoy listo-dijo la voz de Sam a mi espalda, tan cerca que pegué un salto. Me levanté con rapidez y me giré para mirarlo. Descubrí que tenía su rostro a apenas quince centímetros del mío-. Sookie -dijo esperanzado, poniendo una mano en mi hombro, frotándolo y acariciándolo.

Me puse furiosa porque la mitad de mi ser quería continuar por ese camino.

– Escúchame clarito, amigo. Podías haberme contado esto de ti en cualquier momento de los últimos años. ¿Desde cuánto hace que nos conocemos? Cuatro años… ¡o incluso más! Y aun así, Sam, a pesar de que te he visto casi a diario, has esperado a que Bill se sienta interesado por mí antes siquiera de… -incapaz de pensar cómo terminar la frase, sacudí las manos en el aire.

Sam se retiró, lo que fue un alivio.

– No he visto lo que tenía delante hasta que me he dado cuenta de que me lo podían quitar -dijo con voz serena.

No tenía nada que añadir a eso.

– Hora de irse a casa-le dije-. Y será mejor que te llevemos allí sin que nadie te vea. Lo digo en serio.

Ya era bastante arriesgado sin necesidad de que algún cotilla como Rene viera a Sam en mi coche a primera hora de la mañana y sacara las conclusiones equivocadas. Y se las transmitiera a Bill.

Así que partimos, con Sam agazapado en el asiento trasero. Estacioné con precaución detrás de Merlotte's. Había un camión allí; negro, con remolinos de colores rosa y celeste a los lados. El de Jason.

– Oh, oh-dije.

– ¿Qué pasa? -la voz de Sam quedaba algo amortiguada por su postura.

– Déjame ir a echar un vistazo -anuncié, comenzando a sentirme nerviosa. ¿Por qué iba a aparcar Jason allí, en la zona de empleados? Y me parecía que había un bulto en el camión.

Abrí la puerta de mi coche, confiando en que el ruido alertara a la figura del camión. Esperé a atisbar algún movimiento, pero cuando nada sucedió comencé a atravesar la gravilla, lo más asustada que he estado nunca a la luz del día.

Cuando me acerqué a la ventanilla pude descubrir que el bulto del interior era Jason. Estaba desplomado detrás del volante. Podía ver que tenía la camisa manchada, la barbilla apoyada en el pecho, y que sus manos estaban caídas a ambos lados del asiento. Las marcas de su hermoso rostro formaban un largo arañazo rojo. Pude ver también una cinta de video sobre el salpicadero del camión, sin etiquetas.

– Sam-dije, lamentando el miedo que traslucía mi voz-. Por favor, ven.

Antes de lo que hubiera creído posible, Sam estaba a mi lado. Se me adelantó para abrir la puerta del camión. Como estábamos a comienzos del verano y el vehículo llevaba ahí en apariencia varias horas (había rocío en el capó) con las ventanillas subidas, el olor que emergió fue bastante fuerte, y se componía al menos de tres elementos: sangre, sexo y alcohol.

– ¡Llama a una ambulancia! -dije con aprensión mientras Sam se inclinaba para tomarle el pulso a Jason. Me miró dubitativo.

– ¿Estás segura de que eso es lo que quieres?

– ¡Pues claro! ¡Está inconsciente!

– Espera, Sookie. Piensa en esto.

Puede que lo hubiera reconsiderado con solo un minuto más, pero en ese momento Arlene apareció en su destartalado Ford azul. Sam suspiró y se metió en la caravana para llamar.

Era tan ingenua… Eso es lo que me pasa por ser una ciudadana respetuosa con la ley durante casi todos los días de mi vida.

Acompañéa Jason al diminuto hospital local, ajena a que la policía examinaba con mucho cuidado su camión, ajena al coche patrulla que seguía a la ambulancia, aún confiada cuando el doctor de la sala de emergencias me envió a casa asegurándome que me llamaría cuando Jason recobrara la consciencia. El doctor me contó, observándome con curiosidad, que parecía que Jason estaba recuperándose de los efectos del alcohol o de las drogas. Pero Jason nunca había bebido tanto antes, y no consumía drogas; la caída de nuestra prima Hadley a la vida callejera nos había impresionado profundamente a los dos. Le conté todo aquello al doctor, y él me escuchó y me echó de allí.

Sin saber qué pensar, fui a casa para descubrir que a Andy Bellefleur le había despertado su busca. Me había dejado una nota avisándome de ello, y nada más. Después me enteré de que había llegado al hospital cuando yo todavía estaba allí, y que por consideración hacia mí había esperado a que me fuera antes de esposar a Jason a la cama.

Загрузка...