Estábamos juntos de nuevo y mis dudas quedaron amortiguadas, al menos por un tiempo, gracias al miedo que sentí al pensar que podía haberlo perdido. Bill y yo nos adaptamos a una complicada rutina.
Cuando me tocaba trabajar de noche, iba a casa de Bill después determinar el turno y solía pasar allí el resto de la noche. Si trabajaba de día, era Bill el que se venía a mi casa después del ocaso y veíamos la tele, íbamos al cine o jugábamos al Scrabble. Me veía obligada a descansar una noche de cada tres, o en su defecto Bill tenía que evitar morderme esas noches; de lo contrario empezaba a sentirme débil y desganada. Y siempre estaba presente el peligro de que Bill se alimentara demasiado de mí. Estuve trasegando vitaminas y hierro hasta que Bill se quejó del sabor. Entonces reduje el hierro.
Mientras yo dormía, Bill se dedicaba a otras cosas. A veces leía, otras vagaba al amparo de la noche, y en ocasiones salía y arreglaba el jardín bajo la luz de las farolas. Tal vez tomara sangre de otra persona, pero al menos lo mantuvo en secreto y lo hizo lejos de Bon Temps, que era lo que yo le había pedido. He dicho que esta rutina resultaba complicada, porque me daba la impresión de que aguardábamos algo. El incendio del nido de Monroe había enfurecido a Bill, pero creo que también lo asustó. Debe de ser terrible sentirse tan poderoso despierto y tan indefenso dormido. Los dos nos preguntábamos si la opinión pública contra los vampiros amainaría ahora que los más molestos de la zona habían muerto.
Aunque Bill no dijo nada explícito, supe, por el curso que tomaban nuestras conversaciones de vez en cuando, que también le preocupaba mi seguridad con el asesino de Dawn, Maudette y mi abuela aún suelto.
Si la gente de Bon Temps y las ciudades de los alrededores pensó que quemar a los vampiros de Monroe tranquilizaría sus conciencias respecto a los asesinatos, estaban equivocados. Los informes de las autopsias de las tres víctimas aclararon por último que cuando murieron no les faltaba nada de sangre. Además, las marcas de mordiscos en Maudette y Dawn no solo tenían pinta de ser antiguas, sino que se demostró que así era. La causa de las muertes fue el estrangulamiento. Maudette y Dawn habían mantenido relaciones sexuales antes de morir. Y después.
Arlene, Charlsie y yo teníamos cuidado, por ejemplo al salir al estacionamiento solas, y siempre vigilábamos que nuestras casas siguieran bien cerradas antes de entrar en ellas. Tratábamos de fijarnos en qué coches podían seguirnos por la carretera.
Pero es complicado mantener esas precauciones; es un enorme peso para los nervios, y no me cabe duda de que las tres volvimos pronto a retomar nuestra rutina descuidada. Puede que fuese más comprensible en el caso de Arlene o el de Charlsie, porque no vivían solas, como las dos primeras víctimas; Arlene vivía con sus hijos (y con Rene Lenier de tanto en tanto) y Charlsie con su marido, Ralph. Yo era la única que vivía sola.
Jason venía albar casi cada noche, y se aseguraba de charlar siempre conmigo. Me di cuenta de que trataba de reparar la brecha que había entre nosotros, y respondí todo lo que pude. Pero Jason también bebía más, y su cama tenía tantas usuarias como unos baños públicos, aunque parecía abrigar fuertes sentimientos por Liz Barrett. Colaboramos con meticulosidad hasta resolver el tema de las herencias de la abuela y del tío Bartlett, aunque en ese caso él tenía más que ver con el asunto que yo: el tío Bartlett había dejado a Jason todo salvo mi dinero.
Una noche en la que se había tomado una cerveza de más, Jason me contó que había tenido que volver otras dos veces a la central de policía, y que lo estaban volviendo loco. Al fin había hablado con Sid Matt Lancaster, y este le había aconsejado que no volviera a la comisaría si no era en su compañía.
– ¿Cómo es que siguen molestándote?-le pregunté-. Tiene que haber algo que no me hayas contado. Andy Bellefleur no ha acosado a nadie más, y sabemos que ni Dawn ni Maudette erandemasiado melindrosas respecto a quién se llevaban a la cama.
Jason pareció avergonzado. Nunca había visto a mi atractivo hermano mayor tan sonrojado.
– Películas -murmuró.
Me incliné para asegurarme de que lo había oído bien.
– ¿Películas?-dije, incrédula.
– Shhh -chistó, pareciendo muy culpable-. Hacíamos películas.
Supongo que me sentí tan avergonzada como Jason. Hermana y hermano no tienen por qué saberlo todo el uno del otro.
– Y les diste una copia -sugerí con timidez, tratando de adivinar lo tonto que había llegado a ser. Él miró en otra dirección, con aquellos confusos ojos azules titilando románticamente con las lágrimas-. Bobo-dije-, incluso teniendo en cuenta que no podías saber cómo iba a salir a la luz, ¿qué hubiera sucedido cuando decidieras casarte? ¿Y si uno de tus antiguos amores le envía una copia de vuestro pequeño tango a tu futura esposa?
– Gracias por hacer leña del árbol caído, hermanita.
Respiré hondo.
– Vale, vale. Has dejado de hacer esos vídeos, ¿verdad?
Asintió con énfasis. No lo creí.
– Y se lo has contado a Sid Matt, ¿verdad?
Asintió con menos convicción.
– ¿Y crees que es por eso que Andy va tanto tras de ti?
– Sí-confirmó Jason malhumorado.
– Entonces, si comprueban tu semen y no coincide con el que estaba dentro de Maudette y de Dawn, estás a salvo -en ese momento yo parecía tan furtiva como mi hermano. Nunca antes habíamos hablado de muestras de semen.
– Eso es lo que dice Sid Matt. Pero no me fío de esas cosas.
Mi hermano no confiaba en la evidencia científica más fiable que se podía presentar ante un tribunal. Estupendo.
– ¿Crees que Andy va a falsificar los resultados?
– No, Andy es un buen tipo, solo está haciendo su trabajo. Pero es que no sé nada de todo eso del ADN.
– No seas tonto -dije, y me alejé para llevar otra jarra de cerveza a cuatro chavales de Ruston, estudiantes universitarios que disfrutaban de una noche loca lejos de su hogar. Solo quedaba la esperanza de que Sid Matt Lancaster fuera bueno convenciendo a la gente. Volví a hablar una vez más con Jason antes de que se marchara del bar.
– ¿Podrías ayudarme? -me preguntó, poniéndome una cara que me costó reconocer. Yo estaba junto a su mesa, y su cita de aquella noche había ido al servicio. Mi hermano nunca antes me había pedido ayuda.
– ¿Cómo?
– ¿Podrías leer la mente de los hombres que vienen aquí y descubrir si uno de ellos lo hizo?
– Eso no es tan sencillo como parece, Jason-respondí con lentitud, pensándolo mientras lo decía-. Para empezar, ese hombre tendría que estar pensando en su crimen mientras estuviera aquí, en el momento exacto en que yo le escuchara. Y además, no siempre recibo pensamientos claros. Con alguna gente es como escuchar la radio, puedo oírlo todo, pero con otros solo recibo una serie de impresiones sin vocalizar; es como oír a alguien hablar en sueños, ¿comprendes? Oyes que están hablando, puedes saber si están tristes o contentos, pero no logras identificar las palabras exactas. Y encima, a veces puedo oír un pensamiento pero no logro identificar su origen si hay mucha gente en la sala.
Jason me miró con intensidad. Era la primera vez que hablábamos abiertamente de mi discapacidad.
– ¿Cómo evitas volverte loca?-me preguntó, sacudiendo la cabeza asombrado. Estaba a punto de tratar de explicarle cómo mantengo mis protecciones, pero en ese momento Liz Barrett volvió a la mesa, con pintalabios fresco y emperifollada. Contemplé como Jason recobraba su personaje de Don Juan como quien se envuelve en un pesado abrigo, y lamenté no haber podido hablar más con él cuando tenía su verdadera personalidad.
Aquella noche, mientras los empleados nos preparábamos para salir, Arlene me pidió que le hiciera de canguro la noche siguiente. Las dos teníamos el día libre, y ella quería ir a Shreveport con Rene para ver una peli y cenar después.
– ¡Claro! -le dije-. Hace mucho que no me quedo con los niños.
De repente se le demudó el rostro y se giró un poco hacia mí. Abrió la boca pero se lo pensó dos veces antes de hablar, y entonces dijo:
– ¿Estará… eh… estará Bill allí?
– Sí, tenemos planeado ver una película. Iba a pasarme mañana por la mañana por el videoclub, pero cogeré algo que puedan ver los críos.-De repente me di cuenta de lo que quería decir-. Espera. ¿Quieres decir que no quieres dejarme a los niños si Bill va a estar allí?-Noté que cerraba los ojos hasta dejar solo unas rendijas y que mi tono de voz caía hasta su registro de mayor furia.
– Sookie -dijo con expresión de impotencia-, cariño, te quiero mucho. Pero no puedes entenderlo, no eres madre. No puedo dejar a mis hijos con un vampiro. No puedo.
– ¿Y no importa que yo también esté allí y que también quiera mucho a tus hijos? ¿Ni que Bill no haría daño a un niño ni en un millón de años?-Me colgué el bolso del hombro y salía grandes zancadas por la puerta trasera, dejando allí a Arlene con aspecto preocupado. ¡Se merecía sentirse mal, vaya que sí!
Para cuando llegué a la carretera rumbo a casa ya me encontraba algo más calmada, pero aún me irritaba. Me sentía preocupada por Jason, ofendida por Arlene y distante de modo casi permanente con Sam, que llevaba unos días actuando como si fuéramos simples conocidos. Pensé en ir a mi casa en vez de a la de Bill, y decidí que era buena idea.
Muestra de lo mucho que él se preocupaba por mí es que estuviera en mi puerta apenas quince minutos después de que me esperara frente a la suya.
– No has venido, y tampoco me has llamado -dijo en voz baja cuando abrí la puerta.
– Estoy de mal humor -respondí-, de muy malo.
Fue sabio y mantuvo las distancias.
– Siento haberte preocupado -dije tras un instante-, no volveré a hacerlo. -Me alejé de él en dirección a la cocina. Me siguió, o al menos supuse que lo hacía. Era tan silencioso que no podías estar segura hasta que mirabas.
Se recostó contra el marco de la puerta mientras yo permanecía en el centro del suelo de la cocina, preguntándome para qué había ido allí y notando que la oleada de furia me ahogaba. Empezaba a sentirme de nuevo harta de todo aquello. Tenía muchas ganas de tirar algo, de romper alguna cosa, pero no me habían educado para que ahora diera rienda suelta a impulsos destructivos como aquel. Lo contuve, cerrando con fuerza los párpados y apretando los puños.
– Voy a cavar un hoyo-dije, y salí por la puerta de atrás. Abrí la puerta del cobertizo, saqué la pala y me lancé a la parte posterior del jardín. Allí había una parcela de tierra en la que nunca había crecido nada, no sé por qué. Clavé la pala, empujé con el pie y saqué un buen trozo de tierra. Continué y el montón de tierra se hizo cada vez más alto, a la vez que más profundo el agujero.
– Tengo excelentes músculos en los brazos y los hombros dije, mientras descansaba apoyada en la pala y resollaba. Bill estaba sentado en una silla de jardín, mirando. No dijo ni una palabra.
Seguí cavando.
Al final, obtuve un agujero realmente hermoso.
– ¿Vas a enterrar algo?-me preguntó cuando dedujo que había terminado.
– No. -Contemplé la cavidad en el suelo-. Voy a plantar un árbol.
– ¿De qué tipo?
– Una encina -dije sin pensarlo.
– ¿Y dónde vas a conseguir una?
– En el vivero. Iré esta semana.
– Tardan mucho en crecer.
– ¿Y a ti que más te da eso? -estallé. Volví a dejar la pala en el cobertizo y me apoyé en él, agotada de repente. Bill hizo gesto de recogerme-. Soy una mujer adulta -ladré-. Puedo entrar en casa por mi propio pie.
– ¿Te he hecho algo? -preguntó Bill. Había muy poco amor en su voz, y logró pararme en seco. Ya me había auto compadecido bastante.
– Mis disculpas -dije-, de nuevo.
– ¿Qué te ha puesto tan furiosa?
No podía contarle lo de Arlene.
– Bill, ¿qué haces cuando te pones furioso?
– Hago pedazos un árbol. En ocasiones hiero a alguien.
Comparado con eso, cavar un agujero no parecía tan malo. Incluso podía considerarse constructivo. Pero todavía estaba tensa, solo que ahora se parecía más a un temblor sutil que a un aullido de alta frecuencia. Miré a mi alrededor incansable en busca de algo que hacer. Bill pareció interpretar correctamente los síntomas.
– Haz el amor -sugirió-. Haz el amor conmigo.
– No estoy del humor adecuado para el sexo.
– Deja que intente persuadirte.
Resultó que fue capaz.
Al menos sirvió para barrer el exceso de energía de la furia, pero aún quedó un residuo de tristeza que el sexo no podía curar. Arlene había herido mis sentimientos. Miré al vacío mientras Bill me hacía una trenza, un pasatiempo que en apariencia le resultaba relajante. De vez en cuando me sentía como si fuera su muñeca.
– Jason ha estado esta noche en el bar-le conté.
– ¿Qué quería?
A veces Bill era demasiado listo interpretando a las personas.
– Apeló a mis poderes mentales. Quería que sondeara las mentes de los hombres que vienen al bar hasta encontrar al asesino.
– Salvo por unas cuantas decenas de defectos, no es tan mala idea.
– ¿Tú crees?
– Tanto tu hermano como yo nos libraríamos de las sospechas si el asesino está entre rejas. Y tú estarías a salvo.
– Eso es verdad, pero no sé cómo abordarlo. Sería duro, doloroso y aburrido, tener que vadear toda esa información tratando de encontrar un pequeño detalle, un destello mental.
– No sería más doloroso ni duro que ser sospechoso de asesinato. Lo que ocurre es que te has acostumbrado a mantener tu don encerrado.
– ¿Eso piensas?-Comencé a girarme para mirarle a la cara, pero él me retuvo para poder acabar la trenza. Nunca había considerado que mantenerme fuera de las cabezas de los demás pudiera ser egoísta, pero en este caso tal vez lo fuera. Tendría que invadir mucha privacidad.
– Un detective- murmuré, tratando de verme bajo un enfoque más atrayente que el de una simple entrometida.
– Sookie -dijo Bill, y algo en su voz me obligó a prestarle atención-, Eric me ha pedido que vuelva a llevarte a Shreveport.
Tardé un segundo en recordar quién era Eric.
– Ah, ¿el enorme vampiro vikingo?
– El vampiro muy anciano-precisó Bill.
– ¿Quieres decir que te ha ordenado que me lleves?-No me gustaba nada cómo sonaba aquello. Yo estaba sentada en el borde de la cama, con Bill detrás de mí, y ahora sí que me giré para mirarle a la cara. Esta vez no me lo impidió. Lo observé, descubriendo algo en su expresión que me era desconocido-. Tienes que hacerlo- exclamé horrorizada. No podía imaginarme a nadie dándole una orden a Bill-. Pero cariño, no quiero ver a Eric.
Comprendí que eso no suponía ninguna diferencia.
– ¿Quién se cree que es, el capo de los vampiros?-pregunté furiosa e incrédula-. ¿Te ha hecho una oferta que no has podido rechazar?
– Es mayor que yo. Y lo que es más importante, es más fuerte.
– Nadie es más fuerte que tú-afirmé con tenacidad.
– Ojalá eso fuese cierto.
– ¿Así que es el jefe de la Región Vampírica Diez o algo así?
– Sí, algo así.
Bill siempre había sido muy discreto respecto a cómo organizaban los vampiros sus asuntos. Eso no había supuesto ningún problema para mí, hasta ese momento.
– ¿Qué es lo que quiere? ¿Qué pasará si no voy?
Bill ignoró la primera pregunta.
– Enviará a alguien, a varios, para traerte.
– Otros vampiros.
– Sí. -Los ojos de Bill resultaban indescifrables y destacaban, castaños y profundos.
Traté de pensar detenidamente en ello. No estaba acostumbrada a que me dieran órdenes, ni a no tener ninguna elección. A mi corta mente le costó varios minutos evaluar la situación.
– Entonces, ¿te sentirías obligado a luchar contra ellos?
– Por supuesto. Eres mía.
Otra vez aquel "mía". Parecía que lo decía enserio. Me dieron ganas de gritar, pero supe que no serviría de nada.
– Supongo que tendré que ir -dije, tratando de no sonar molesta-. Esto es un chantaje en toda regla.
– Sookie, los vampiros no son como los humanos. Eric recurre al mejor método a su disposición para conseguir su objetivo, que es tenerte en Shreveport. No ha necesitado explicármelo, lo he comprendido.
– Bueno, yo también lo comprendo, pero lo odio. ¡Estoy entre la espada y la pared! Además, ¿qué es lo que quiere de mí? -Me vino a la cabeza la respuesta obvia, y miré a Bill aterrada-. ¡Oh, no, no haré eso!
– No tendrá sexo contigo ni te morderá, no sin matarme antes. -El reluciente rostro de Bill perdió todo vestigio de familiaridad y pasó a ser harto inhumano.
– Y él lo sabe-dije con timidez-, así que debe de haber otra razón para que me quiera en Shreveport.
– Sí -coincidió Bill-, pero no sé cuál.
– Bueno, si no tiene que ver con mis encantos físicos o la poco habitual exquisitez de mi sangre, debe de ser por mi… pequeña rareza.
– Tu don.
– Claro -dije, con el sarcasmo rezumando en mi voz-. Mi precioso don. -Toda la furia que pensé que me había quitado de encima regresó para aplastarme como un gorila de doscientos kilos. Y tenía un miedo mortal. Me pregunté cómo se sentiría Bill; me daba incluso pánico preguntárselo. En vez de eso pregunté:
– ¿Cuándo?
– Mañana por la noche.
– Supongo que estos son los gajes de las relaciones no tradicionales.-Contemplé por encima de su hombro el dibujo del empapelado que escogió mi abuela diez años atrás. Me prometí que si salía viva de aquello volvería a empapelar la casa.
– Te amo-su voz no era más que un susurro. Aquello no era culpa de Bill.
– Yo también te amo -dije. Tuve que contenerme para no suplicarle, para no decirle "Por favor, no dejes que el vampiro malo me haga daño, no dejes que me viole". Si yo estaba entre la espada y la pared, Bill aún lo estaba más. No pude ni imaginarme el autocontrol que debía estar empleando. A no ser que de verdad estuviera tranquilo. ¿Podía un vampiro enfrentarse al dolor y a la indefensión sin sufrir ningún trastorno?
Estudié su rostro, los famosos rasgos pálidos y su blanco cutis, los oscuros arcos de sus cejas y la orgullosa línea de su nariz. Me fijé en que sus colmillos solo asomaban una pizca, y yo sabía que la rabia y la lujuria hacían que se desplegaran por completo.
– Esta noche -dijo-, Sookie… -me indicó con las manos que me tendiera junto a él.
– ¿Qué?
– Esta noche creo que deberías beber de mí.
Puse cara de asco.
– ¡Agg! ¿No necesitarás toda tu fuerza para mañana por la noche? No estoy herida.
– ¿Cómo te has sentido desde que bebiste de mí? ¿Desde que puse mi sangre en tu interior?
Reflexioné.
– Bien -tuve que admitir.
– ¿Has estado enferma?
– No, pero de todos modos casi nunca lo estoy.
– ¿Has notado que tenías más energía?
– ¡Solo cuando no me la estabas robando tú! -dije con amargura, pero noté que los labios se me curvaban formando una pequeña sonrisa.
– ¿Eres más fuerte?
– Yo… sí, supongo que sí. -Me di cuenta por vez primera de lo extraordinario que había sido que trasladar yo sola un sillón nuevo la semana anterior.
– ¿Te ha sido más fácil controlar tu poder?
– Sí. Eso sí lo he notado -lo había achacado a mi mayor relajación.
– Si ahora bebes de mí, mañana por la noche tendrás más recursos.
– Pero tú estarás más débil.
– Si no tomas mucho, me recuperaré durante el día mientras duerma. Y puede que encuentre a otra persona de la que beber mañana por la noche, antes de que salgamos para allá.
Mi rostro expresó mi dolor. Sospechar que lo hacía y saberlo eran dos cosas muy distintas.
– Sookie, es por nosotros. Nada de sexo con ninguna otra persona, te lo prometo.
– ¿De veras crees que esto es necesario?
– Puede serlo. Al menos útil, y necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir.
– Oh, está bien. ¿Cómo lo hacemos? -Solo conservaba recuerdos confusos de la noche de la paliza, por suerte.
Me miró con socarronería. Tuve la impresión de que le hacía gracia.
– ¿No estás excitada, Sookie?
– ¿Por beber tu sangre? Discúlpame, pero eso no me pone.
Sacudió la cabeza, como si no pudiera comprenderlo.
– Se me olvidaba-se limitó a decir-, se me olvida que no tiene por qué ser así. ¿Prefieres cuello, muñeca o ingle?
– Ingle no-dije rápidamente-. No sé, Bill, qué asco. Como tú prefieras.
– Cuello -decidió él-. Ponte encima de mí, Sookie.
– Eso es como el sexo.
– Es la manera más sencilla.
Así que me puse a horcajadas sobre él y descendí poco a poco. Daba una sensación curiosa; era una postura que solo usábamos para hacer el amor.
– Muerde, Sookie-susurró.
– ¡No puedo hacerlo!-protesté.
– Muerde o tendré que usar un cuchillo.
– Mis dientes no son afilados como los tuyos.
– Son lo bastante afilados.
– Te haré daño.
Él rió en silencio, sentí que su pecho se movía debajo de mí.
– Maldita sea. -Tomé aliento y haciendo de tripas corazón le mordí el cuello. Me lancé a fondo porque no tenía sentido alargar aquello. El sabor metálico de la sangre me llenó la boca. Bill gruñó suavemente y sus manos acariciaron mi espalda y bajaron por ella. Sus dedos me encontraron.
Di un respingo de sorpresa.
– Bebe -dijo con voz entrecortada, y yo chupé con fuerza. Volvió a gemir, más alto, y sentí que se apretaba contra mí. Una pequeña oleada de locura me recorrió y me pegué a él como una lapa. Él me penetró y comenzó a moverse. Sus manos me aferraban las caderas. Bebí y tuve visiones; visiones sobre un fondo negro de formas blancas que emergían del suelo e iban a cazar, la excitación de la persecución a través de los bosques, la presa jadeando por delante y la excitación de su miedo. Cacería, las piernas a toda velocidad, escuchando el retumbar de la sangre a través de las venas del perseguido…
Bill hizo un ruido profundo con su pecho y se liberó en mi interior. Aparté la cabeza de su cuello y un torrente de placer me llevó hasta el océano.
Eso fue bastante exótico para una camarera telépata del norte de Luisiana.