V

El buscapersonas de Bosch sonó cuando él y Edgar salían de la cárcel para hombres del centro de Los Ángeles. Aunque no reconoció el número, Harry supo por las tres primeras cifras que lo llamaban desde el Parker Center.

Detective Bosch, ¿dónde está usted? -le preguntó la teniente Billets cuando Bosch le devolvió la llamada.

Aquella formalidad le hizo pensar que la teniente no estaba sola. Y el hecho de que estuviese en el Parker Center y no en la comisaría de Hollywood le hizo sospechar que algo iba mal.

En la cárcel de hombres. ¿Qué pasa?

¿Está con usted Luke Goshen?

No, acabamos de dejarlo allí. ¿Por qué? ¿Qué pasa?

Déme el número de referencia.

Bosch dudó un instante, pero finalmente aguantó el teléfono con el hombro y abrió el maletín para buscar el número que le había pedido Billets. A pesar de que volvió a preguntarle qué sucedía, la teniente se negó a dar explicaciones.

Detective, preséntese inmediatamente en el Parker Center -le ordenó-. En la sala de conferencias del sexto piso.

El sexto piso era la planta administrativa, así como la sede de Asuntos Internos. Bosch vaciló nuevamente antes de responder.

Muy bien, Grace. ¿Quiere que también vaya Jerry?

Dígale al detective Edgar que regrese a la División de Hollywood. Le daremos instrucciones.

Sólo tenemos un coche.

Pues que coja un taxi y lo cargue a la cuenta de la División. Dése prisa, detective. Le estamos esperando.

¿Estamos? ¿Quiénes?

En ese momento la teniente colgó y Bosch se quedó mirando el auricular.

¿Qué pasa? -inquirió Edgar.

No lo sé.


El ascensor se detuvo en la planta sexta y Bosch echó a andar por un pasillo totalmente vacío, al fondo del cual se hallaba la sala de juntas. Era la última puerta antes del despacho del jefe de policía. El suelo amarillo parecía recién pulido y, al avanzar hacia su destino con la cabeza baja, Harry veía su propia sombra unos pasos más adelante.

La puerta de la sala de juntas estaba abierta y cuando Bosch entró, todos los presentes se volvieron a mirarlo. Harry reconoció a la teniente Billets y a la capitana LeValley de la División de Hollywood, así como al subdirector Irvin Irving y a un detective de Asuntos Internos llamado Chastain. Los otros cuatro hombres sentados alrededor de la larga mesa le eran totalmente desconocidos. Por sus aburridos trajes grises, Harry dedujo que eran federales.

Siéntese, detective Bosch -le ordenó Irving.

Irving permaneció de pie. Vestía un uniforme tan ajustado que le obligaba a estar totalmente tieso y su cráneo afeitado brillaba a la luz de los fluorescentes. El subdirector acompañó a Bosch a un asiento vacío a la cabecera de la mesa y éste retiró la silla despacio mientras sus pensamientos se aceleraban. Sabía que semejante despliegue de altos cargos y federales era demasiado para haber sido provocado por su aventura con Eleanor Wish. Había algo más; algo que sólo le concernía a él. De no ser así, Billets no se habría opuesto a que Edgar lo acompañase.

¿Es que se ha muerto alguien? -preguntó Bosch.

Irving hizo caso omiso de la pregunta. Cuando la mirada de Harry recorrió la mesa a su izquierda y se posó en Billets, la teniente bajó la cabeza.

Detective, tenemos que hacerle unas preguntas relacionadas con su investigación del caso Aliso -le anunció Irving.

¿De qué me acusan? -replicó Bosch.

No le acusamos de nada -respondió Irving en tono tranquilizador-. Sólo queremos aclarar unas cosas.

¿Quién es esta gente?

Irving presentó a los cuatro desconocidos. Tal como Bosch se había imaginado, eran federales: John Samuels, un ayudante del fiscal general asignado a la unidad de lucha contra el crimen organizado y tres agentes del FBI de diferentes ciudades: John O'Grady de Los Ángeles, Dan Ekeblad de Las Vegas y Wendell Werris de Chicago.

Nadie tendió la mano a Bosch ni hizo el menor gesto de saludo. Más bien al contrario; todos lo miraron con unas caras que expresaban un desprecio absoluto. Siendo federales, una cierta antipatía hacia la policía de Los Ángeles era corriente, pero Bosch no lograba comprender el motivo de todo aquello.

De acuerdo -prosiguió Irving-. Vamos a aclarar unas cuantas cosas. A partir de ahora cedo la palabra al señor Samuels.

Samuels se pasó la mano por su grueso bigote negro y se dispuso a hablar. Estaba sentado enfrente de Bosch y tenía una libreta amarilla ante él, pero estaba demasiado lejos para que Bosch pudiera leer lo que había escrito en ella. En la mano izquierda Samuels sostenía una pluma que empleaba para seguir sus notas.

Empecemos con el registro del domicilio de Luke Goshen en Las Vegas -dijo, mirando sus apuntes-. ¿Quién exactamente encontró el arma de fuego que más tarde se identificó como el arma empleada en el asesinato de Anthony Aliso?

Bosch entornó los ojos. Intentó mirar a Billets una vez más, pero ésta seguía con la mirada clavada en la mesa. Al echar una ojeada a su alrededor, atisbó una sonrisa burlona en el rostro de Chastain. Aquello no le sorprendió, puesto que Bosch ya había topado con él anteriormente. En el departamento lo llamaban Chastain El Justificador. Cuando se presentaban cargos contra un agente de policía, el juicio ante el Comité de Derechos que seguía a la investigación de Asuntos Internos podía arrojar dos resultados: que las acusaciones fueran justificadas o infundadas. Chastain presumía de un alto porcentaje de querellas justificadas; de ahí el apodo que ostentaba como una medalla.

Si esto es una investigación interna, creo que tengo derecho a representación legal -opinó Bosch-. No sé de qué va esto, pero no tengo por qué contarles nada.

Detective -intervino Irving, al tiempo que le pasaba una hoja de papel a Bosch-. Ésta es una orden del jefe de policía en la que se le exige que coopere con estos caballeros. Si decide no hacerlo, se le suspenderá de empleo y sueldo. Sólo entonces se le asignará un representante sindical.

Bosch leyó la orden por encima. Era una carta clásica, como alguna que ya había recibido anteriormente. La misiva formaba parte de la estrategia del departamento para arrinconar a la gente a fin de obligarla a hablar.

Yo encontré la pistola -dijo Bosch con la vista aún fija en la orden-. Estaba en el baño del dormitorio principal, envuelta con un plástico y escondida entre la cisterna del retrete y la pared. Alguien comentó que los gángsters de El padrino también hacían eso, pero yo no me acuerdo.

¿Estaba usted solo cuando supuestamente encontró el arma?

¿Supuestamente? ¿Insinúa que la pistola no estaba allí?

Limítese a responder, por favor.

Bosch sacudió la cabeza, indignado. Ignoraba lo que estaba ocurriendo pero parecía peor de lo que había imaginado.

No, no estaba solo. La casa estaba llena de policías.

¿Estaban en el baño con usted? -insistió O'Grady.

Bosch se lo quedó mirando. O'Grady era como mínimo diez años más joven que Bosch y tenía ese aspecto de niño aseado que tanto valoraba el FBI.

Creía que el señor Samuels estaba llevando el interrogatorio -se quejó Irving.

Así es -se apresuró a decir Samuels-. ¿Había algún policía en el baño cuando localizó el arma?

No, estaba solo. En cuanto la vi., llamé al agente de uniforme que estaba en el dormitorio para que viniera a verla antes de que yo la tocara -explicó Bosch-. ¿A qué viene todo esto? ¿Les ha metido en la cabeza el abogado de Goshen que yo le coloqué el arma? Pues es mentira. La pistola estaba allí y, además, tenemos suficientes pruebas contra él sin contar con ella. Tenemos un móvil, huellas… ¿Por qué iba a querer colocársela?

Para rematar el caso -volvió a intervenir O'Grady.

Bosch soltó un bufido de asco.

Típico del FBI. Dejar todo lo que estáis haciendo para perseguir a un poli del departamento sólo porque un mafioso de mierda os ha lloriqueado un poco. ¿Qué pasa? ¿Es que os dan puntos si trincáis a un poli? ¿Paga doble si es de Los Ángeles? Vete a la mierda, O'Grady, ¿vale?

Ya me voy, pero contesta las preguntas.

Pues hazlas.

Samuels hizo un gesto con la cabeza como si Bosch hubiera marcado un tanto a su favor y movió la pluma un centímetro.

¿Sabe si otro agente de policía entró en ese baño antes de que usted lo registrara y encontrara la pistola?

Bosch recordó los movimientos de los policías de Las Vegas en la habitación y concluyó que nadie había entrado en el cuarto de baño; sólo se habían asomado para ver si había alguien escondido.

No estoy del todo seguro -repuso-, pero lo dudo. Si alguien entró, no tuvo suficiente tiempo para colocar el arma. La pistola ya estaba allí.

Samuels asintió de nuevo, consultó su libreta y finalmente miró a Irving.

Señor Irving, creo que eso es todo por ahora. Les agradecemos su cooperación en este asunto y esperamos verlos pronto.

Samuels se dispuso a levantarse.

Espere un momento -le interrumpió Bosch-. ¿Ya está? ¿Piensa irse así, por las buenas? ¿Qué coño está pasando? Merezco una explicación. ¿Quién presentó la queja? ¿El abogado de Goshen? Porque, si es así, yo voy a presentar una contra él.

Su jefe está autorizado a decírselo si lo desea.

No, Samuels. Dígamelo usted. Usted ha hecho las preguntas; ahora le toca contestarlas.

Samuels tamborileó con la pluma en la libreta y miró a Irving, que le hizo un gesto para indicarle que hiciera lo que quisiera.

Si insiste en recibir una explicación, se la daré -dijo tras dedicarle una mirada torva-. Por supuesto, no puedo entrar en detalles.

Joder, ¿me van a decir qué pasa? ¿Sí o no?

Samuels se aclaró la garganta antes de continuar.

Hace unos cuatro años, en una operación conjunta entre las oficinas del FBI en Chicago, Las Vegas y Los Ángeles, la unidad especial de lucha contra el crimen organizado creó lo que llamamos la Operación Telégrafo. A nivel de personal era una operación modesta, pero el objetivo era muy ambicioso: acabar con Joseph Marconi y los últimos tentáculos de la mafia en Las Vegas. Nos costó más de dieciocho meses, pero finalmente logramos infiltrarnos. Colocamos a un agente secreto en la organización. Y en los dos años siguientes ese agente consiguió alcanzar un nivel prominente, un puesto de confianza con Joseph Marconi. Como mucho, estábamos a unos cuatro o cinco meses de cerrar la operación e ir al jurado de acusación para solicitar cargos contra más de doce importantes miembros de la Cosa Nostra en tres ciudades, eso sin contar a un variado surtido de ladrones, tramposos, estafadores, policías, jueces, abogados y unas cuantas personas del mundo del cine, como Anthony N. Aliso. Sin mencionar que, gracias en su mayor parte a los esfuerzos de este agente infiltrado y las escuchas autorizadas que él nos proporcionó, hemos podido llegar a un mayor conocimiento de la sofisticación y el alcance de redes de crimen organizado como la de Marconi.

Samuels hablaba como si estuviera dando una rueda de prensa. Hizo una pausa para coger aire, pero no dejó de mirar a Bosch.

El agente secreto en cuestión se llama Roy Lindell. Recuerde su nombre porque se hará famoso. Ningún otro agente permaneció tanto tiempo infiltrado y obtuvo unos resultados tan importantes. Se habrá fijado que hablo en pasado, porque nuestro hombre ya no está en la organización. Y eso se lo debemos a usted, detective Bosch. El nombre falso de Roy era Luke Goshen, Lucky para los amigos. Así que queremos darle las gracias por jodernos el final de un caso tan importante y maravilloso. Bueno, todavía podemos atrapar a Marconi y a los otros a través de las pruebas obtenidas por Roy, pero gracias a usted la operación se ha ido al carajo.

Bosch notó la rabia en la garganta, pero intentó controlarla y hablar en un tono pausado.

Usted sugiere, no, más bien me acusa de colocar esa pistola. Pues se equivoca. Se equivoca totalmente. Soy yo quien debería enfadarme y ofenderme, pero dadas las circunstancias comprendo que hayan cometido este error. En vez de señalarme a mí, quizá deberían cuestionar a su hombre, Goshen o comoquiera que se llame. Tal vez deberían preguntarse si lo dejaron demasiado tiempo ahí dentro, porque le aseguro que nadie le metió esa pistola. Usted…

¡No se te ocurra! -estalló O'Grady-. ¡Ni se te ocurra hablar contra él, poli de mierda! Te conocemos, Bosch; todo tu pasado. Pero esta vez has ido demasiado lejos. Le colocaste una prueba al hombre equivocado.

Lo retiro; estoy ofendido y enfadado -replicó Bosch, todavía tranquilo-. Y tú vete a la mierda, O'Grady. Dices que yo coloqué la pistola, pues pruébalo. Pero primero tendrás que demostrar que yo metí a Tony Aliso en el maletero. Porque si no, ¿cómo coño iba a tener el arma homicida?

Muy fácil. Podrías haberla encontrado en los arbustos de la maldita carretera forestal. Ya sabemos que la registraste por tu cuenta. Te vamos…

Caballeros -interrumpió Irving.

… a hundir, Bosch.

¡Caballeros!

O'Grady se calló y todos miraron a Irving.

Esto se está descontrolando. Declaro terminada esta reunión. Baste decir que se iniciará una investigación interna y…

Nosotros también realizaremos nuestra propia investigación -terminó Samuels-. Mientras tanto, tenemos que pensar cómo salvar nuestra operación.

Bosch lo miró atónito.

¿No lo entiende? -le dijo-. No hay operación, Samuels. Su testigo estelar es un asesino. Lo dejaron demasiado tiempo infiltrado y se convirtió en uno de ellos. Él mató a Tony Aliso porque se lo ordenó Joey El Marcas. Sus huellas estaban en el cadáver y la pistola en su casa. No sólo eso, no tiene coartada. Me dijo que se pasó toda la noche en el despacho, pero yo sé que no es verdad. Sabemos que se marchó y le dio tiempo de llegar aquí, hacer el trabajito y volver.

Bosch sacudió la cabeza y bajó la voz.

Estoy de acuerdo con usted, Samuels -continuó Harry-. Su operación se ha ido al carajo, pero no por culpa mía. Fueron ustedes los que dejaron al tío demasiado tiempo en el horno. Por eso se les quemó. Usted era el responsable; usted jodió la operación.

Esta vez Samuels sacudió la cabeza y sonrió con tristeza. Fue entonces cuando Bosch comprendió que había algo más. Con rabia contenida, Samuels pasó la primera página de su libreta y leyó una anotación:

«La autopsia concluye que la hora de defunción fue entre las once de la noche del viernes y las dos de la madrugada del sábado.» ¿Es así, detective Bosch?

No sé cómo consiguió el informe porque yo aún no lo he recibido.

¿Fue entre las once y las dos?

Sí.

¿Tienes esos documentos, Dan? -le pidió Samuels a Ekeblad.

Ekeblad se sacó del bolsillo varias páginas dobladas por la mitad y se las entregó a Samuels, que les echó una ojeada rápida y se las pasó a Bosch con desdén. Bosch las cogió pero no las miró, sino que mantuvo la vista fija en Samuels.

Lo que tiene usted ahí es el informe de una investigación y una entrevista, escrito el martes por la mañana por el agente Ekeblad aquí presente. También hay dos declaraciones juradas de los agentes Ekeblad y Phil Colbert, que se unirá a nosotros en breve. Si lee esos papeles, verá que el viernes a medianoche, el agente Ekeblad estaba sentado al volante de su coche oficial en el aparcamiento trasero del Caesar's Palace, junto a Industrial Road. Con él estaba su compañero, Colbert, y en el asiento de atrás, el agente Roy Lindell.

Samuels hizo una pausa y Bosch miró los papeles que tenía en las manos.

Era la reunión mensual, en la que Roy nos informó de los últimos acontecimientos. Roy les contó a Ekeblad y Colbert que esa noche había metido cuatrocientos ochenta mil dólares en metálico procedentes de varios negocios de Marconi en la maleta de Anthony Aliso y lo había enviado a Los Ángeles para que lo blanqueara. También mencionó que Tony había estado bebiendo en el club y se había propasado con una de las chicas. Cumpliendo su papel como empleado de Joey El Marcas y director del club, tuvo que ser duro con Tony. Lo esposó y lo zarandeó un poco por el cuello. Esto explicaría las huellas que se extrajeron de la cazadora de la víctima y los hematomas antemortem mencionados en la autopsia.

Bosch seguía sin levantar la vista de los papeles.

Aparte de eso -continuó Samuels-, aún quedaba mucho que contar, así que Roy se quedó con ellos unos noventa minutos. Por tanto, no hay manera humana de que hubiese podido llegar a Los Ángeles para matar a Tony Aliso antes de las dos de la mañana, ni siquiera a las tres. Y para que no se vaya de aquí pensando que estos tres agentes eran cómplices de asesinato, le diré que, por motivos de seguridad, la reunión estaba siendo vigilada por cuatro agentes más desde otro coche aparcado en el mismo lugar.

Samuels volvió a hacer una pausa antes de dar la puntilla.

Usted no puede probar nada, Bosch. Las huellas pueden explicarse y el hombre al que usted acusa estaba sentado con dos agentes del FBI a quinientos kilómetros de donde ocurrió el asesinato. No tiene usted nada. Bueno, no es verdad. Sí tiene una cosa: la pistola. Es lo único.

Como a propósito, se abrió la puerta situada detrás de Bosch y se oyeron unos pasos. Harry siguió con la vista fija en los documentos hasta que notó que una mano le agarraba el hombro. Al volverse, vio al agente especial Roy Lindell. A su lado se hallaba otro agente que debía de ser el compañero de Ekeblad, Colbert.

Bosch -le saludó Lindell con una gran sonrisa-, te debo un corte de pelo.

Bosch se quedó mudo al ver allí al hombre que acababa de meter en la cárcel, pero en seguida comprendió lo que había ocurrido. Irving y Billets se habían enterado de la reunión en el aparcamiento detrás de Caesar's, habían leído las declaraciones juradas y habían creído la coartada de Lindell. Ellos habían autorizado su puesta en libertad; por eso Billets le había pedido el número de referencia.

Y ustedes creen que fui yo, ¿no? -dijo Bosch mirando a Irving y Billets-. Creen que encontré la pistola entre la maleza y se la coloqué a Goshen para rematar el caso.

Hubo un momento de duda mientras cada uno dejaba al otro la oportunidad de responder. Fue Irving quien lo hizo.

Lo único que sabemos seguro es que no fue el agente Lindell. Su historia está probada. De momento me reservo mi opinión sobre lo demás.

Bosch miró a Lindell, que no se había movido.

¿Por qué no me dijiste que eras un federal cuando estábamos en la Metro?

¿Tú qué crees? Por lo que sabía, me habías colocado una pistola en el baño. ¿Piensas que te iba a contar que era un agente federal? Anda ya.

Teníamos que continuar con el juego para ver qué ibas a hacer y asegurarnos de que Roy saliera de la Metro de una pieza -intervino O'Grady-. Después de eso, te seguimos por tierra y aire a través del desierto. Estábamos al acecho, a unos seiscientos metros de distancia; algunos pensábamos que habías hecho un trato con Joey El Marcas. Ya puestos, ¿por qué no?

O'Grady lo estaba pinchando, pero Bosch negó con la cabeza. Todo era inútil.

¿Es que no veis lo que está pasando? -preguntó-. Sois vosotros los que, sin saberlo, habéis hecho un trato con Joey El Marcas. Os está manipulando como marionetas. ¡Joder! No me lo puedo creer.

¿Cómo nos controla? -le preguntó Billets, señal de que tal vez la teniente no estaba del todo en contra de él.

¿No lo ves? -respondió Bosch, mirando a Lindell-. Te descubrieron. Sabían que eras un agente y por eso planearon todo esto.

Ekeblad resopló, incrédulo.

Esa gente no hace planes, Bosch -replicó Samuels-. Si hubiesen pensado que Roy era un confidente, se lo habrían llevado al desierto, le habrían pegado un tiro y punto.

No, porque no estamos hablando de un confidente. Ellos sabían que Roy era un federal y por eso no podían cargárselo. Si hubieran matado a un agente del FBI, se habrían metido en una buena. Lo que hicieron es tramar un plan; ellos sabían que el tío llevaba años ahí dentro y tenía suficiente información para llevárselos a todos por delante, pero no podían matarlo. Tenían que neutralizarlo, pero ¿cómo? Pues desacreditándolo; pretendiendo que se había pasado al otro bando y era tan malo como ellos. De esa forma, cuando testificara, podrían cargarle el asesinato de Aliso, hacer creer al jurado que todo lo había hecho para salvar su tapadera. Si conseguían que el jurado tragara, todos se librarían de la cárcel.

Bosch pensó que su historia resultaba bastante convincente, a pesar de haberla elaborado a medida que hablaba. Los demás lo miraron en silencio unos segundos.

Los sobrevaloras, Bosch -dijo Lindell finalmente-. Joey no es tan listo. Yo lo conozco y te aseguro que no es tan listo.

¿Y Torrino? ¿No me dirás que él no podría pensar todo esto? A mí se me acaba de ocurrir ahora mismo. ¿Quién sabe el tiempo que tuvo él para planearlo? Contéstame a una pregunta, Lindell. ¿Sabía Joey El Marcas que Tony Aliso tenía al fisco pisándole los talones, que iban a inspeccionarlos?

Lindell dudó y miró a Samuels en buscar de autorización para responder. Bosch notó un sudor de desesperación en el cuello y la espalda; sabía que tenía que convencerlos si quería salir de aquella sala con su placa. Samuels hizo un gesto con la cabeza y Lindell respondió:

Si lo sabían, no me lo dijeron.

Exactamente -afirmó Bosch-. Tal vez lo sabían pero no te lo dijeron. Joey era consciente de que tenía un problema con Aliso, pero también sabía que tenía un problema más gordo contigo. Así que Torrino y él se pusieron a elucubrar y se les ocurrió todo este plan para matar dos pájaros de un tiro.

Hubo otra pausa, pero Samuels negó con la cabeza.

No cuela, Bosch. Es demasiado enrevesado. Además, tenemos setecientas horas de grabaciones, así que podemos encarcelar a Joey sin que Roy tenga que subir al estrado.

En primer lugar, puede que ellos no supieran nada de las cintas -intervino Billets-. Y aunque conocieran su existencia, esas grabaciones son fruto del trabajo de Lindell. Sin él, ustedes no las tendrían. Y si quieren presentarlas en un juicio, se verán obligados a subir al estrado al agente. Así que destruyéndolo a él, ellos destruyen las cintas.

Estaba claro que Billets se había pasado al bando de Bosch, lo cual le dio esperanza. Samuels decidió entonces que la reunión había tocado a su fin, así que cogió su libreta y se puso en pie.

Bueno, veo que no vamos a llegar muy lejos con todo esto -concluyó-. Teniente, está usted escuchando a un hombre desesperado. Nosotros no tenemos por qué hacerlo. Señor Irving, no le envidio en absoluto. Tiene usted un problema y tendrá que solucionarlo. Si el lunes descubro que Bosch todavía lleva su placa, iré al jurado de Acusación y obtendré cargos contra él por falseamiento de pruebas y violación de los derechos de Roy Lindell. También le pediré a nuestra unidad de derechos civiles que investigue todas las detenciones practicadas por este hombre en los últimos cinco años. Un mal policía nunca coloca pruebas falsas una sola vez; lo hace siempre por costumbre.

Samuels se dirigió hacia la puerta y los demás lo imitaron. Bosch sintió deseos de saltar de la silla y estrangularlo, pero mantuvo la calma, al menos exteriormente. Sus ojos oscuros siguieron a Samuels hasta la puerta, pero éste no se volvió a mirarlo. A quien sí miró fue a Irving.

No tengo ningún interés en airear sus trapos sucios, jefe. Pero si no se encarga de esto, no me dejará otra elección.

Dicho aquello, los federales se marcharon. Los que se quedaron permanecieron en silencio un buen rato, escuchando los pasos sobre el linóleo recién pulido del pasillo. Bosch miró a Billets y le hizo un gesto de agradecimiento.

Gracias, teniente.

¿Por qué?

Por defenderme.

No te creo capaz de algo así, eso es todo.

Yo no le plantaría una prueba ni a mi peor enemigo.

Cuando Chastain se levantó de su asiento, esbozó una sonrisita casi imperceptible. Sin embargo a Bosch no se le pasó por alto.

Chastain, ya has venido a por mí varias veces y siempre has fallado -le dijo-. Más vale que te calles si no quieres volver a cagarla.

Mira, Bosch. Mi jefe me pidió que viniera y eso he hecho. La decisión es suya, pero en mi opinión esa historia que te acabas de sacar de la manga es una idiotez. Esta vez estoy de acuerdo con los federales. Si de mí dependiera, no saldrías de aquí con una placa.

Pero no depende de ti -le recordó Irving.


Bosch llegó a su casa con una bolsa llena de provisiones y llamó a la puerta, pero nadie contestó. A continuación le dio una patada al felpudo, bajo el cual encontró la llave que le había dado a Eleanor. Al agacharse a recogerla, le embargó una enorme tristeza. Ella no estaba.

Cuando entró en la casa, le asaltó un fuerte olor a pintura fresca. Aquello le extrañó, porque hacía ya cuatro días que había pintado. Bosch fue directamente a la cocina para guardar la comida y, cuando hubo terminado, sacó una botella de cerveza de la nevera y se la bebió lentamente, apoyado en la encimera. El olor a pintura le recordó que, a partir de ese momento, tendría tiempo de sobra para acabar todas las obras de la casa. Lo habían destinado a un trabajo de oficina, estrictamente de nueve a cinco.

Harry volvió a pensar en Eleanor y decidió comprobar si había una nota de ella o si su maleta estaba en el dormitorio. Sin embargo, no pasó de la sala de estar. La pared que había dejado a medio pintar el domingo anterior, cuando tuvo que acudir al escenario del crimen, estaba acabada. Bosch se quedó inmóvil, admirando el trabajo como si fuera una obra maestra en un museo. Finalmente se acercó a la pared y tocó levemente la pintura; estaba fresca pero seca, y dedujo que la habían pintado hacía pocas horas. Aunque no había nadie con él, Bosch sonrió de oreja a oreja. Un rayo de felicidad rasgó la nube gris que le envolvía. Ya no hacía falta que buscara su maleta en el dormitorio; la pared era una señal, una nota. Eleanor volvería.

Al cabo de una hora, Bosch había deshecho su maleta y sacado el resto de cosas del coche. Estaba bebiéndose otra cerveza en la terraza, a oscuras, mientras contemplaba las luces de la autopista de Hollywood al pie de la colina. No sabía el tiempo que ella llevaba mirándolo desde la puerta corredera de la terraza. Cuando se volvió, allí estaba.

Eleanor.

Harry… Pensaba que volverías más tarde.

Yo también, pero aquí estoy.

Bosch sonrió. Quería acercarse y tocarla, pero una voz interior le aconsejó que no se precipitara.

Gracias por terminar la pared -dijo Bosch, indicando la sala de estar con la botella.

De nada. Me gusta pintar, me relaja.

Sí, a mí también.

Los dos se miraron sin decir nada.

He visto el cuadro -comentó ella-. Me gusta mucho como queda.

Bosch había sacado del maletero la reproducción de Aves nocturnas y lo había colgado en la pared recién pintada. Sabía que la reacción de ella al verlo allí le diría mucho sobre la situación y el futuro de su relación.

Me alegro -contestó él, intentando no sonreír.

¿Qué le pasó al que te regalé yo?

De eso hacía mucho tiempo.

El terremoto -contestó Bosch.

Ella asintió.

¿De dónde vienes? -preguntó Bosch.

De alquilar un coche. Lo necesito hasta que decida lo que voy a hacer. El mío lo dejé en Las Vegas.

Supongo que podríamos volver a buscarlo. Sin quedarnos allí; sólo entrar y salir.

Ella volvió a asentir.

Ah, he traído un poco de vino. ¿Te apetece? ¿O prefieres una cerveza?

Lo que tomes tú.

Yo voy a tomar una copa de vino. ¿Estás seguro de que te apetece?

Sí. Ya la abro yo.

Bosch la siguió hasta la cocina, donde abrió la botella y enjuagó dos copas. Hacía mucho tiempo que no tenía un invitado que bebiera vino. Eleanor lo sirvió y ambos brindaron.

Bueno, ¿cómo va el caso?

Se acabó para mí.

Ella frunció el ceño.

¿Qué ha pasado? Creía que ibas a traerte a tu sospechoso de Las Vegas.

Y lo hice, pero ya no es mi caso. Resulta que mi sospechoso era un agente federal con una coartada perfecta.

Oh, no. -Ella bajó la mirada-. ¿Te has metido en un lío?

Bosch dejó la copa en la encimera y se cruzó de brazos.

De momento me han puesto en una mesa. Me han echado los perros porque Asuntos Internos y el FBI creen que le coloqué una prueba al agente: la pistola. Yo no fui, pero supongo que alguien lo hizo. Todo se aclarará cuando descubra quién.

Harry, ¿cómo…?

Bosch negó con la cabeza, se acercó a ella y la besó. Luego le quitó la copa de la mano y la depositó en la encimera.


Después de hacer el amor, Bosch fue a la cocina a abrir una cerveza y preparar la cena. Peló una cebolla y la troceó, junto con un pimiento verde. Después arrojó los dos ingredientes en una sartén y los salteó con mantequilla, ajo en polvo y otras especias. A continuación agregó dos pechugas de pollo y las frió hasta que la carne se rasgó fácilmente con el tenedor. Acto seguido, añadió una lata de salsa de tomate italiana, otra de tomate triturado y más especias. El remate final fue un chorrito del vino tinto que había traído Eleanor. Mientras se iba cociendo, Harry puso a hervir un cazo de agua para hacer arroz.

Aquélla era la mejor cena que Bosch sabía preparar en la cocina. Él hubiese preferido asar algo en la terraza, pero el terremoto había destruido su parrilla y, desde que se había vuelto a mudar a la casa, no había tenido tiempo de reemplazarla. Mientras ponía el arroz a hervir, decidió que, si Eleanor se quedaba un tiempo, se compraría una parrilla nueva.

Qué bien huele.

Eleanor apareció por la puerta de la sala, vestida con pantalones y camisa tejana. Tenía el pelo húmedo después de ducharse y, al verla, Harry sintió deseos de volver a hacerle el amor.

Espero que sepa bien -contestó-. La cocina es nueva y aún no le he cogido el tranquillo. Cocino muy poco.

Ella sonrió.

Seguro que está buenísimo.

Oye, ¿te importaría darle unas vueltas a esto mientras me pego una ducha?

Qué va. Y voy poniendo la mesa.

Vale. He pensado que sería buena idea comer en la terraza. Así no oleremos la pintura.

Perdona.

No, si no me quejo. Lo digo porque fuera se está mejor. La verdad es que lo de la pared medio pintada lo hice expresamente. Sabía que no podrías resistirlo.

Muy bien, Sherlock -sonrió ella-. Digno de un detective de tercer grado.

No por mucho tiempo.

Su comentario rompió el encanto del momento y ella dejó de sonreír. De camino al dormitorio, Bosch se arrepintió de haberlo hecho.


Ya duchado, Bosch agregó el último ingrediente de su receta en la sartén; sacó unos cuantos guisantes del congelador y los añadió al pollo y la salsa de tomate. Harry llevó la comida y el vino a la mesa de la terraza, donde Eleanor esperaba apoyada en la barandilla.

Perdona -se disculpó Bosch mientras se sentaban a comer-. Me he olvidado de hacer ensalada.

Con esto tengo de sobras.

Comenzaron a cenar en silencio y Harry esperó a que ella lo rompiera.

Me encanta -comentó ella finalmente-. ¿Cómo se llama?

No lo sé. Mi madre lo llamaba pollo de la casa. Creo que era el nombre que tenía en el restaurante donde lo probó.

Entonces es una receta familiar.

Sí, la única.

Los dos comieron en silencio durante unos minutos. Bosch miraba a Eleanor de reojo para discernir si realmente le gustaba el pollo. Estaba casi seguro de que sí.

Harry -dijo Eleanor al cabo de un rato-, ¿quiénes son los agentes involucrados en el caso?

Tíos de todas partes; de Chicago, Las Vegas, Los Ángeles.

¿Quién de Los Ángeles?

Un tal John O'Grady. ¿Lo conoces?

Hacía más de cinco años que ella no trabajaba en las oficinas del FBI de Los Ángeles. Los agentes federales se movían mucho; Bosch dudaba que Eleanor conociera a O'Grady y, efectivamente, no lo conocía.

¿Y John Samuels? Es el ayudante del fiscal general. Viene de la unidad de lucha contra el crimen organizado.

A Samuels sí lo conozco porque trabajó un tiempo en el FBI. No era muy buen agente y, como se licenció en derecho, debió de ver que la investigación no era lo suyo y se pasó a la fiscalía. -Eleanor soltó una carcajada.

¿Qué pasa? -preguntó Bosch.

Nada, es que acabo de acordarme de una cosa que decían de él. Es un poco grosera.

¿Qué?

¿Todavía lleva bigote?

Sí.

Bueno, se decía que era un buen fiscal, pero que en una investigación era incapaz de ver una mierda aunque la tuviera en el bigote.

Ella volvió a reírse. A Bosch no le hizo tanta gracia y se limitó a sonreír.

Quizá por eso se hizo fiscal -agregó ella.

En ese momento Bosch se ensimismó en sus pensamientos y no reaccionó hasta que oyó la voz de Eleanor.

¿Qué?

Te has ido. Te preguntaba qué estabas pensando. ¿Tan malo era el chiste?

No, estaba pensando en el pozo sin fondo en el que me he metido. Y que a Samuels no le importa en absoluto si soy culpable o no; él sólo necesita que yo cargue con la culpa.

¿Por qué?

Porque para acusar a Joey y compañía tienen que poder explicar que el arma homicida apareciese en la casa de su hombre. Si no logran justificarlo, los abogados de Joey se los comerán vivos; presentarán al agente federal como un tío corrupto, un asesino peor que la gente a quien perseguía. Esa pistola puede causarles muchos problemas en el juicio y la mejor forma de evitarlo es culpar a la policía de Los Ángeles, en este caso a mí: un policía corrupto de un departamento corrupto encontró la pistola entre la maleza y se la colocó al agente federal para inculparle. El jurado se lo creerá y yo seré el chivo expiatorio.

Bosch se percató de que el humor había desaparecido del rostro de Eleanor. En sus ojos notó preocupación, pero también cierta tristeza. Ella parecía comprender lo acorralado que se sentía.

Mi única oportunidad es demostrar que Joey o uno de los suyos le metió la pistola a Luke Goshen porque había descubierto que era un agente y quería desacreditarlo. Aunque eso es lo más probable, es el camino más difícil. Para Samuels resulta más fácil cargarme a mí con el muerto.

Bosch volvió a mirar su cena a medio acabar y dejó el cuchillo y el tenedor en el plato. No podía seguir comiendo. A continuación bebió un buen trago de vino y se quedó con la copa en la mano.

Creo que me he metido en un buen lío.

La gravedad de su situación comenzaba a pesarle. Hasta ese momento había confiado en que la verdad triunfaría, pero cada vez veía más claro el triste papel que jugaría la verdad en todo el asunto. Bosch miró a Eleanor y, cuando sus miradas se encontraron, se dio cuenta de que ella estaba a punto de llorar. Harry forzó una sonrisa.

Bueno, ya se me ocurrirá algo -la consoló-. Puede que me toque trabajar en la oficina durante un tiempo, pero aún no estoy perdido. Lo resolveré.

Ella asintió, pero parecía muy afectada.

Harry, ¿te acuerdas de cuando me encontraste en el casino esa primera noche y fuimos al bar del Caesar's? ¿Recuerdas que me dijiste que si pudieras volver atrás harías las cosas de otra manera?

Sí.

Eleanor se enjugó las lágrimas antes de que le surcaran las mejillas.

Tengo que contarte algo.

Adelante.

Lo que te dije de pagar a Quillen el impuesto callejero y todo eso… Bueno, pues hay más.

Eleanor lo miró a los ojos, intentando adivinar su reacción antes de proseguir, pero Bosch permaneció impasible, a la espera.

Cuando llegué a Las Vegas después de salir de la cárcel, no tenía ni casa, ni coche, ni amigos. Mi única idea era intentar jugar a las cartas. En Frontera conocí a una chica de Las Vegas, Patsy Quillen, que me dijo que llamara a su tío, Terry Quillen, y que él invertiría en mí cuando me viese jugar. Patsy me escribió una referencia para que se la llevase.

Bosch permaneció en silencio. Comenzaba a adivinar por dónde iban los tiros, pero no comprendía por qué ella se lo estaba contando.

Así que Quillen invirtió en mí. Me consiguió un apartamento y un poco de dinero para jugar. Nunca mencionó a Joey El Marcas aunque yo debería haberme imaginado que el dinero venía de algún sitio; siempre es así. Bueno, más tarde, cuando me lo contó, me dijo que no me preocupara porque la organización no quería que yo les devolviera el dinero. Sólo me exigieron los intereses: doscientos dólares por semana. El impuesto. No tuve otra elección, porque ya había aceptado el dinero. Así que comencé a pagarles. Al principio fue difícil; un par de veces no conseguí reunirlo y la semana siguiente me lo doblaron y lo añadieron al impuesto de esa semana. Si te atrasas con los pagos, estás perdida.

Eleanor se miró las manos y las apoyó sobre la mesa.

¿Qué te obligaron a hacer? -murmuró Bosch, desviando la mirada.

No lo que estás pensando -respondió ella-. Tuve suerte… ellos me conocían. Quiero decir que sabían que había sido agente del FBI, así que aprovecharon mi experiencia. A pesar de que estaba desentrenada, me pusieron a vigilar gente. Era sobre todo en los casinos, pero un par de veces los seguí afuera. La mayoría de veces no sabía muy bien quiénes eran las personas o para qué querían la información, pero yo los observaba, a veces jugaba con ellos en las mismas mesas, y después le contaba a Terry si ganaban o perdían, con quién hablaban, cómo jugaban… cosas así.

Eleanor estaba yéndose por las ramas, retrasando el momento de contarle lo que iba a contarle, pero Bosch no dijo nada. La dejó continuar.

A Tony Aliso lo seguí un par de veces. Ellos querían saber cuánto dinero se dejaba en las mesas y adónde iba después, lo de siempre. Pero resultó que Tony no perdía demasiado; el tío era bastante bueno a las cartas.

¿Adónde iba después de jugar?

A cenar o al club de strip-tease. A veces hacía recados, cosas así.

¿Lo viste alguna vez con una chica?

Una vez. Lo seguí a pie del Mirage al Caesar's Palace y después a unas tiendas. Luego fue a Spago a almorzar. Estaba solo y entonces apareció una chica joven. Al principio pensé que era una prostituta, pero en seguida me di cuenta de que se conocían. Después de comer volvieron a la habitación del hotel, y cuando salieron cogieron el coche de alquiler y él la llevó a la manicura, a comprar tabaco y al banco, donde ella abrió una cuenta. Nada de especial. Luego fueron al club de striptease de North Las Vegas. Tony salió de allí solo, así que deduje que ella debía de ser una bailarina.

Bosch asintió.

¿Estabas espiando a Tony el viernes por la noche? -preguntó Bosch.

No. Acabamos en la misma mesa por casualidad, porque él estaba esperando a jugar en la mesa con las apuestas más altas. Hacía más de un mes que no había hecho nada para esa gente aparte de pagar el impuesto semanal, hasta que… Terry…

Eleanor se calló. Finalmente habían llegado al punto sin retorno.

¿Hasta que Terry qué?

Eleanor miró el horizonte. Las luces del valle de San Fernando comenzaban a encenderse y el cielo había adquirido un tono rosa brillante con pinceladas grises. Bosch la miró a los ojos, mientras ella hablaba con la mirada fija en el atardecer.

Quillen vino a mi apartamento el día que me acompañaste desde la comisaría y me llevó a la casa donde tú me encontraste. No me dieron explicaciones y me prohibieron salir; me dijeron que nadie sufriría si los obedecía. Yo me quedé ahí un par de días y sólo me pusieron las esposas ayer por la noche. Como si ya supieran que tú ibas a venir.

Eleanor hizo una pausa, como invitando a Bosch a que hablara, pero él no dijo nada.

Lo que estoy intentando decirte es que no fue exactamente un secuestro.

Bosch volvió a mirarse las manos.

Y por eso no querías que llamásemos a la Metro -susurró Bosch.

Ella asintió.

No sé por qué no te lo conté antes. Lo siento mucho, Harry…

Bosch se vio incapaz de hablar. La historia de Eleanor era comprensible y creíble. Incluso sentía lástima por ella y comprendía que se había encontrado en un pozo sin fondo. Entendía perfectamente que no tenía elección. Lo que le costaba aceptar, lo que le dolía más, es por qué ella no se lo había dicho antes.

¿Por qué no me lo contaste, Eleanor? -le preguntó finalmente-. ¿Por qué no me lo dijiste esa noche?

No lo sé -respondió-. Quería… No sé, supongo que esperaba que pasara el tiempo y nunca tuvieras que saberlo.

¿Y por qué me lo dices ahora?

Ella lo miró directamente a los ojos.

Porque no soportaba ocultártelo… y porque mientras estaba en esa casa oí algo que tienes que saber.

Bosch cerró los ojos.

Lo siento, Harry. Lo siento mucho.

Bosch asintió; él también lo sentía. Se frotó la cara. No quería oír lo que Eleanor le iba a decir, pero que tenía que hacerlo. Su mente se aceleró; sus sentimientos iban de la traición a la comprensión, pasando por una total confusión. Por un lado pensaba en Eleanor y por otro, en el caso. Alguien le había contado a Joey su relación con Eleanor. Bosch pensó en Felton, Iverson, Baxter y en todos los policías que había conocido en la Metro. Alguien le había pasado la información al Marcas y éste había usado a Eleanor como cebo. Pero ¿por qué? ¿Por qué todo ese montaje? Bosch abrió los ojos y miró a Eleanor de forma inexpresiva.

¿Qué fue lo que oíste y tengo que saber?

Fue la primera noche. Yo estaba en la habitación de atrás, la del televisor, el lugar donde tú me rescataste. Los de Samoa me tenían ahí y ellos iban entrando y saliendo. De vez en cuando oía hablar a otra gente en otras partes de la casa.

¿Dandi y Quillen?

No, Quillen se marchó. Conozco su voz y no era él. Y no creo que fuera Dandi. Me parece que eran Joey y otra persona, seguramente el abogado, Torrino. Total, que oí que uno llamaba al otro Joe. Por eso pensé que era El Marcas.

Vale. Venga, ¿qué dijeron?

No lo oí todo, pero uno le contaba al otro, al tal Joe, lo que había descubierto sobre la investigación policial, desde la perspectiva de la Metro, creo. Y el tal Joe se enfadó muchísimo cuando le dijeron que habían encontrado la pistola en casa de Luke Goshen. El tío preguntó: «¿Cómo coño encontraron la pistola ahí si nosotros no nos lo cargamos?», y dedujo que los policías debían de haberle colocado la pistola. Entonces añadió: «Dile a nuestro tío que si pretende coaccionarnos se va a enterar». Después de eso ya no oí mucho más porque bajaron la voz y el primer tío sólo se dedicó a calmar al segundo.

Bosch permaneció callado unos segundos, mientras intentaba analizar lo que acababa de oír.

¿Crees que era un montaje? -preguntó-. ¿Que lo hicieron expresamente para que tú lo oyeras y me lo contaras a mí?

Al principio sí, por eso tampoco te lo conté inmediatamente -respondió ella-. Pero ahora no estoy tan segura. Cuando Quillen me llevó hacia allí, yo le hice un montón de preguntas que no me contestó. Pero sí que me dijo una cosa; que me necesitaban un día o dos para que alguien pasara una prueba. No me explicó más. Una prueba, eso es todo lo que dijo.

¿Una prueba? -preguntó Bosch, perplejo.

No hago más que darle vueltas desde que me sacaste de allí -repuso Eleanor. Luego levantó el dedo índice, a modo de introducción-. Empecemos con lo que oí. Digamos que eran Joey y su abogado y que no era un montaje, sino la verdad. Ellos no encargaron el asesinato de Tony Aliso, ¿vale?

Vale.

Mirémoslo desde su punto de vista. Ellos no tienen nada que ver con todo esto, pero la policía arresta a uno de sus hombres. Y, por lo que les ha dicho su contacto en la Metro, el caso parece resuelto. Los polis tienen huellas y el arma homicida, que ha aparecido en el baño de Goshen. Joey deduce que la policía se la ha colocado o que Goshen asesinó a Tony por su cuenta. Sea cual sea la respuesta, ¿cuál crees que es la primera reacción de Joey?

Prevenir los posibles daños.

Exactamente. Tiene que descubrir qué pasa con Goshen y cómo le puede perjudicar todo esto, pero no puede porque Goshen se ha buscado su propio abogado. Torrino no tiene acceso a él. Así que Joey y Torrino preparan una prueba para comprobar si Goshen se ha buscado su propio abogado para hablar.

Para hacer un trato con la policía.

Eso es. Ahora, digamos que por su contacto en la Metro, Joey y Torrino descubren que el policía que lleva el caso tiene una relación con una persona que conocen y sobre la cual tienen poder: yo.

Así que te llevan a la casa y esperan, porque saben que si yo te encuentro o llamo a la Metro para decir dónde estás, tiene que habérmelo dicho Goshen -dedujo Bosch-. Eso significa que está cooperando con la policía; ésa era la prueba que mencionó Quillen. Si yo no aparezco, quiere decir que todo va bien y Goshen está aguantando el tipo. Pero si yo me presento, sabrán que tienen que cargarse a Goshen lo antes posible.

Antes de que pueda hablar. Eso es lo que yo pensé.

Lo cual querría decir que a Aliso no lo asesinó la mafia, bueno, al menos no Joey y compañía, y que no tenían ni idea de que Goshen fuera un agente federal.

Ella asintió. Bosch notó el entusiasmo propio de haber dado un enorme paso en las tinieblas de la investigación.

No hubo música en el maletero -concluyó.

¿Qué?

Pues que todo el rollo de Las Vegas, Joey El Marcas, etcétera… fue para despistar. Nos hemos equivocado de camino. Lo debió de planear alguien muy cercano a Tony. O lo suficientemente cercano para saber que él blanqueaba dinero y hacer que pareciera un golpe de la mafia. Para cargarle el muerto a Goshen.

Eleanor asintió.

Por eso tenía que contártelo todo -explicó ella-. Aunque significara que nosotros…

Bosch la miró. Eleanor no terminó la frase y él tampoco. A continuación él sacó un cigarrillo y se lo metió en la boca, pero no lo encendió. Primero recogió los platos de ambos y se levantó del banco de madera donde estaba sentado.

Tampoco tengo postre.

No pasa nada.

Bosch se llevó los platos a la cocina, los pasó por debajo del grifo y los metió en el lavavajillas. Era la primera vez que lo usaba, así que tardó un poco en averiguar cómo funcionaba. Una vez en marcha, comenzó a fregar la sartén y el cazo. Eleanor entró en la cocina con su copa de vino y lo estuvo observando unos segundos.

Lo siento.

No importa. Te habías metido en un lío e hiciste lo que pudiste -respondió Bosch-. No te culpo; yo seguramente habría hecho lo mismo.

¿Quieres que me vaya?

Harry cerró el grifo y se quedó mirando su propia silueta, que se reflejaba en el acero inoxidable del nuevo fregadero.

No -contestó-. Creo que no.


El viernes por la mañana Bosch llegó a la comisaría a las siete de la mañana con una caja de donuts que había comprado en el Fairfax Farmers Market. Como no había nadie más, dejó la caja junto a la cafetera, sacó un donut y se lo llevó a su escritorio en Homicidios envuelto con una servilleta.

A continuación fue a la oficina de guardia y se sirvió café del termo, puesto que era mucho mejor que el que salía de la máquina de la brigada de detectives.

Al regresar con el café, Bosch recogió el donut y se trasladó a la mesa situada detrás del mostrador de la oficina de detectives. Su nuevo trabajo consistía en tramitar las denuncias de los ciudadanos y clasificar y distribuir los informes nocturnos. Afortunadamente para él no tenía que contestar el teléfono, una tarea que cumplía un voluntario del barrio.

Cuando Bosch ya llevaba al menos quince minutos en la oficina empezaron a llegar los demás detectives. Seis veces consecutivas le preguntaron qué hacía en el mostrador de entrada y Bosch repitió que era demasiado largo de explicar y que pronto correría la voz. Los secretos no duraban mucho en una comisaría de policía.

A las ocho y media, el teniente Klein trajo los informes antes de irse a casa y sonrió al ver a Bosch. El teniente del turno de noche y Bosch se conocían desde hacía años.

¿A quién has pegado esta vez, Bosch? -se burló.

Era bien sabido que el detective que se sentaba en aquella mesa lo hacía porque era su turno en la rotación o porque era objeto de una investigación interna, siendo esto último lo más común. No obstante, el sarcasmo de Klein revelaba que aún no conocía la situación en la que se hallaba Bosch. Harry sonrió, pero no dijo nada. Se limitó a coger los informes y despedirse de él con un saludo militar.

La pila de informes que Klein le había dado tenía unos cinco centímetros de altura y contenía casi la mitad de las denuncias recogidas por los patrulleros de la División de Hollywood en las últimas veinticuatro horas. Un poco más tarde recibiría una segunda entrega, más pequeña, correspondiente a lo que traían los rezagados, pero lo que tenía en las manos representaba casi todo el trabajo de un día.

Con la cabeza baja y haciendo caso omiso de las conversaciones que oía a su alrededor, Bosch tardó media hora en clasificar los informes por delitos. Después tuvo que leérselos todos por encima y emplear su experiencia para relacionar robos con atracos o asaltos, y finalmente entregar cada pila a la mesa asignada a ese delito.

Cuando alzó la vista, Bosch se fijó en que la teniente Billets estaba al teléfono en su despacho. No la había visto entrar. Parte de su trabajo administrativo consistía en resumirle los delitos de esa mañana y destacar cualquier detalle fuera de lo común o importante del que debiera estar en conocimiento en su calidad de jefa de detectives.

Harry volvió al trabajo. Primero leyó las denuncias de robos de automóviles, que eran las más numerosas. En las últimas veinticuatro horas se habían producido treinta y tres robos de coches en Hollywood. Leyó los resúmenes de cada informe en busca de datos de interés y, como no encontró nada fuera de lo habitual, llevó toda la pila al detective responsable de Automóviles. Al regresar a su puesto, Bosch vio que Edgar y Rider estaban junto a la mesa de Homicidios, llenando una caja de cartón. Cuando se acercó comprendió que estaban empaquetando el expediente del caso Aliso y otros documentos relacionados con él para mandárselo a los federales.

Buenos días -saludó Bosch, sin saber muy bien cómo comenzar.

Hola, Harry -respondió Edgar.

¿Qué tal? -le preguntó Rider, con verdadera preocupación.

Bah, tirando… Sólo quería deciros que siento mucho haberos metido en todo esto, pero que no es verdad que…

Déjalo, Harry -le cortó Edgar-. No tienes que darnos explicaciones. Los dos sabemos que esto es una gilipollez. En todos los años que llevo en este oficio no he conocido a un poli más honrado. Y lo demás son hostias.

A Bosch le conmovieron las palabras de Edgar. No esperaba los mismos sentimientos por parte de Rider porque era el primer caso que llevaban juntos, pero ella también lo apoyó.

No hace mucho que te conozco, Harry, pero por lo poco que sé, estoy de acuerdo con Jerry. Ya verás, todo esto pasará y volveremos al trabajo.

Gracias.

Antes de regresar a su nuevo puesto, Bosch echó un vistazo a la caja que estaban preparando y sacó el archivo sobre el caso Aliso que Edgar había preparado.

– ¿Vais a enviarlo o van a venir a buscarlo los federales?

Vendrán a recogerlo a las diez -contestó Edgar.

Bosch consultó el reloj de la pared. Sólo eran las nueve.

¿Os importa si hago una copia? Por si el caso acaba en el agujero negro del FBI.

Adelante -dijo Edgar.

¿Ha llegado el informe de Salazar? -inquirió Bosch.

¿De la autopsia? -preguntó Rider-. No, aún no. A no ser que todavía esté en recepción.

Sin mencionar que si aún no había llegado era porque los federales lo habían interceptado, Bosch se llevó el archivo del caso a la fotocopiadora. Programó la máquina para que copiara ambas caras de los documentos originales y puso la pila en la bandeja de alimentación automática. Antes de empezar, se aseguró de que había papel con tres agujeros. Lo había. Bosch pulsó el botón y dio un paso atrás para contemplar el funcionamiento de la fotocopiadora, que había sido donada por una cadena de copisterías del centro. Dicha empresa llevaba el mantenimiento de forma regular, por lo que la máquina era la única cosa moderna y fiable de la comisaría. Al cabo de diez minutos había terminado. Bosch colocó los originales en su carpeta y los devolvió a la caja destinada al FBI. Después sacó una carpeta nueva del armario de material, metió las copias dentro y la guardó en un archivador al que había enganchado su tarjeta de visita con cinta adhesiva. Por último, informó a sus dos compañeros de dónde estaba por si lo necesitaban.

Harry -susurró Rider-, estás pensando en trabajar un poco por tu cuenta, ¿no?

Bosch la miró unos segundos, sin saber muy bien qué contestar. Recordó su relación con Billets y se dijo que debía ir con cuidado.

Porque si lo estás -prosiguió Rider, que tal vez había detectado su indecisión-, me gustaría ayudarte. Ya sabemos que el FBI se lo tomará con calma. Creo que lo dejarán correr.

También puedes contar conmigo -agregó Edgar.

Bosch volvió a dudar, miró a uno y luego a otro, y finalmente asintió con la cabeza.

¿Quedamos en Musso's a las doce y media? -sugirió-. Invito yo.

Allí estaremos -respondió Edgar.

Cuando regresó al mostrador de la oficina, Bosch vio a través del cristal que Billets había colgado el teléfono y estaba hojeando unos papeles. Tenía la puerta del despacho abierta y Harry dio unos golpes en el marco para avisarla.

Buenos días, Harry. -Había una cierto pesar en su voz y comportamiento, como si le avergonzara que Bosch fuera su hombre en el mostrador-. ¿Pasa algo que deba saber?

No creo. Todo está bastante tranquilo. Ah, hay un ladrón haciendo el circuito de los hoteles de Hollywood Boulevard. Bueno, parece el mismo tío. Ayer entró en el Chateau y el Hyatt, pero nadie se despertó. El modus operandi es igual en los dos robos.

¿Las víctimas son gente conocida o que deba preocuparnos?

Lo dudo, pero no leo las revistas del corazón. No reconocería a un famoso ni aunque se me acercara.

Billets sonrió.

¿Cuánto robaron?

No lo sé, aún no he terminado de leer las denuncias. No he entrado por eso, sino para volver a darle las gracias por defenderme ayer.

Eso no fue defenderte.

Sí que lo fue. Dadas las circunstancias, lo que usted dijo fue arriesgado. Se lo agradezco.

Bueno, ya te dije que lo hice porque no les creía. Y cuanto antes empiecen a investigar Asuntos Internos y el FBI, antes descubrirán que no es verdad. Por cierto, ¿a qué hora te han citado?

A las dos.

¿Y quién te va a representar?

Un amigo de Robos y Homicidios. Se llama Dennis Zane. Es un buen tío y domina estos asuntos. ¿Lo conoce?

No, pero avísame si puedo hacer algo.

Gracias, teniente.

Grace.

Gracias, Grace.

De vuelta en su mesa, Harry pensó en su cita con Chastain. Según las reglas del departamento, a Bosch lo representaría un miembro del sindicato que también fuera un detective. Su representante actuaría casi como un abogado, aconsejando a Bosch sobre qué decir y cómo hacerlo. Aquél era el primer paso en cualquier investigación interna de carácter disciplinario.

Al alzar la vista, Bosch vio en el mostrador a una mujer con una adolescente. La chica tenía los ojos llorosos y una hinchazón en el labio del tamaño de una canica, tal vez causada por un mordisco. Estaba despeinada y miraba fijamente la pared detrás de Bosch, como si hubiera una ventana. Pero no la había.

Bosch podría haberles preguntado qué deseaban sin moverse de su puesto. Sin embargo, no hacía falta ser detective para comprender qué las había llevado allí, así que se acercó al mostrador a fin de hablar de manera más confidencial. Las víctimas de violación eran las que le producían mayor tristeza. Bosch estaba convencido de que no habría durado ni un mes en la sección de violaciones. Todas las víctimas que había visto tenían esa misma mirada, una señal de que sus vidas ya no serían lo mismo a partir de ese momento. Nunca recuperarían lo que habían perdido.

Tras una breve charla con la madre y la hija, Bosch preguntó si la niña necesitaba atención médica y la madre contestó que no. Harry abrió la portezuela del mostrador y las acompañó a una sala situada en el pasillo de atrás. Luego se dirigió a la sección de delitos sexuales, donde halló a Mary Cantu, una detective que llevaba años haciendo lo que Bosch no podría haber hecho ni un sólo mes.

Mary, tienes una denuncia en la sala tres -le anunció Bosch-. Tiene quince años y ocurrió anoche. Parece ser que se acercó demasiado al camello de la esquina. El tío agarró a la chica y se la vendió con una piedra de crack a su próximo cliente. Está con su madre.

Genial, Bosch. Justo lo que necesitaba un viernes -comentó Cantu-. Ahora mismo voy. ¿Le has preguntado si necesitaba una revisión médica?

Me ha dicho que no, pero yo creo que sí.

De acuerdo, ya me encargo. Gracias.

De vuelta en el mostrador, Bosch tardó unos minutos en sacarse a la niña de la cabeza y otros cuarenta y cinco en terminar de leer los informes del día y entregarlos a los equipos de detectives correspondientes.

Cuando terminó, echó un vistazo a Billets y vio que estaba al teléfono, rodeada de papeles. Entonces se dirigió al archivador, de donde sacó la copia del expediente sobre el caso Aliso que había guardado allí. Había decidido que en su tiempo libre empezaría a repasarlo. Todo había ido tan deprisa la semana anterior que no había tenido tiempo para revisar los informes como a él le gustaba. Bosch sabía por experiencia que el dominio de los detalles y matices de una investigación solía ser clave en su resolución. Empezaba a hojearlo cuando una voz vagamente familiar lo llamó desde el mostrador.

¿Es eso lo que creo que es?

Bosch levantó la mirada. Era O'Grady, el agente del FBI. Bosch notó que la cara le ardía de vergüenza porque lo habían pescado con las manos en la masa. Comenzaba a odiar a aquel agente.

Sí. Tendrías que haberlo recogido hace media hora.

Ya, bueno. No soy como tú. Tenía cosas que hacer.

¿Como qué? ¿Comprarle una nueva coleta a tu amigo Roy?

Dame eso y déjame en paz.

Bosch aún no se había movido.

¿Para qué lo quieres, O'Grady? Todos sabemos que vais a pasar del caso. A vosotros os importa un pimiento quién mató a Tony Aliso y no vais a averiguarlo.

Eso es mentira. Dame la carpeta y todo lo demás.

O'Grady pasó la mano por encima del mostrador para intentar pulsar el botón que abría la puerta.

Pisa el freno, madaleno -dijo Bosch al tiempo que se ponía en pie-. Espérate ahí. Ahora te las traigo.

Con la carpeta en la mano, Bosch caminó hasta Homicidios y, de espaldas a O'Grady, la depositó en la mesa. Luego cogió la caja con el expediente original, la documentación complementaria y las pruebas recogidas por Edgar y Rider y se lo llevó todo al agente del FBI.

Tienes que firmar -le informó Bosch-. Cuidamos mucho nuestras pruebas y a quién se las damos.

Seguro -repuso-. Eso lo sabe todo el mundo desde el caso O. J. Simpson.

Bosch agarró a O'Grady por la corbata y tiró de ella. El agente no encontró ningún punto de apoyo. Bosch tiró tanto que acabó hablándole a la oreja.

¿Qué has dicho?

Bosch, me cago…

¡Harry!

Bosch levantó la cabeza y vio a Billets asomada a la puerta de su despacho. El detective soltó la corbata de O'Grady y éste se irguió de golpe. Tenía la cara roja de vergüenza y rabia.

¡Estás chalado, Bosch! -gritó, mientras se ajustaba la corbata-. ¡Eres un gilipollas!

No sabía que los agentes fuerais tan malhablados -comentó Bosch.

Harry, siéntate -le ordenó Billets-. Ya me encargo yo.

La teniente se había acercado al mostrador.

Tiene que firmar el recibo -explicó Bosch.

¡Me da igual! ¡Te he dicho que me encargo yo!

Bosch volvió a su mesa y se quedó mirando a O'Grady mientras Billets sacaba de la caja el albarán y el recibo que Edgar había preparado. La teniente le indicó a O'Grady dónde firmar y le pidió que se marchara.

Vaya con cuidado con éste -le aconsejó O'Grady al tiempo que levantaba la caja.

Vaya con cuidado usted, agente O'Grady. Si llega a mis oídos el menor comentario sobre este pequeño desacuerdo, me querellaré contra usted por provocación.

Pero si ha sido él…

No me importa. ¿Me entiende? No me importa. Ahora váyase.

Ya me voy, pero vigile a su chico. Aléjelo de esto -dijo, señalando la caja. O'Grady comenzó a alejarse del mostrador, pero se volvió a mirar a Harry y agregó-: Eh, Bosch, me olvidaba. Tengo un mensaje de Roy.

Agente O'Grady, ¡quiere hacer el favor de irse! -le exhortó Billets.

¿Qué? -inquirió Bosch.

Roy sólo quería preguntarte ¿quién es carne de cañón ahora?

O'Grady dio media vuelta y se dirigió hacia la salida. Billets lo siguió con la mirada hasta que desapareció y luego se volvió hacia Bosch.

No puedes controlarte, ¿verdad? -le recriminó-. ¿Cuándo aprenderás a no meterte en estas broncas ridículas?

Bosch fue incapaz de replicar. Billets regresó a su despacho, cerró la puerta y bajó las persianas. Harry, por su parte, se reclinó en el asiento con las manos enlazadas en la nuca, miró al techo y soltó un gran suspiro.


Inmediatamente después del incidente con O'Grady, Bosch tuvo que ocuparse de tramitar la denuncia de un atraco a mano armada porque en esos momentos no había nadie en Robos. Todo el equipo estaba fuera, investigando el robo de un coche con persecución incluida.

La víctima del atraco a mano armada era un chico mexicano que vendía unos mapas de Beverly Hills en los que estaban marcadas las casas de las estrellas de cine. A las diez de la mañana, poco después de que el chico se instalara en la esquina de Hollywood Boulevard y Sierra Bonita para ofrecer su mercancía a los conductores, un sedán antiguo de fabricación estadounidense se detuvo a su lado. Al volante iba un hombre acompañado de una mujer. Después de preguntar cuánto costaban los mapas y si había vendido muchos, la mujer le apuntó con una pistola y le robó treinta y ocho dólares. El chico había ido a denunciar el robo con su madre. Al parecer, sólo había vendido un mapa cuando fue atracado y casi todo lo que le robaron era el dinero que llevaba para dar cambio. Aquellas pérdidas equivalían a todo un día de trabajo en la esquina, agitando los brazos como aspas de molino.

Por el exiguo botín y el método torpe empleado por los atracadores, Bosch dedujo que los autores serían un par de yonquis en busca de dinero fácil para su próxima papelina de caballo. Ni siquiera se habían molestado en ocultar la matrícula del coche, que el chico había memorizado mientras se alejaban.

Cuando el chico y su madre se fueron, Bosch se dirigió al teletipo y circuló una orden de busca del automóvil y una descripción de los sospechosos. Entonces descubrió que ya había una orden de busca de ese vehículo por haber sido empleado en dos robos la semana anterior. «Para lo que ha servido», pensó Bosch. Deberían haber detenido a los ladrones antes de que atracaran a ese pobre chico, pero aquello era la gran ciudad, no un mundo perfecto. A Bosch no le podían afectar demasiado ese tipo de decepciones.

Para entonces era la hora de comer y la oficina había quedado casi desierta. Bosch sólo vio a Mary Cantu en la mesa de Delitos Sexuales, seguramente ocupada con la denuncia de aquella mañana.

Edgar y Rider ya se habían marchado; al parecer habían pensado que sería mejor acudir a Musso's por separado. Cuando Bosch se disponía a salir, se fijó en que las persianas del despacho de la teniente seguían bajadas. Billets estaba allí. Tras recoger la carpeta sobre el caso Aliso de la mesa de Homicidios y meterla en su maletín, Bosch llamó a la puerta de la teniente. Antes de que ella pudiera responder, él la abrió y asomó la cabeza.

Me voy a comer y luego al centro para lo de Asuntos Internos. El mostrador se queda vacío.

Muy bien -contestó ella-. Le pediré a Edgar o Rider que te sustituyan después de comer. Ahora mismo tampoco tienen ningún caso.

Vale, hasta luego.

Em… ¿Harry?

¿ Sí?

Perdona por lo de antes. Sigo creyendo lo que te dije, pero debería haber hablado contigo en el despacho, no delante de todo el mundo. Lo siento.

No pasa nada. Buen fin de semana.

Igualmente.

Gracias, teniente.

Grace.

Grace.

A las doce y media clavadas, Bosch aparcó detrás del restaurante Musso and Frank's de Hollywood Boulevard. Aquel local era toda una institución en Hollywood desde su fundación en el año 1924. En su época había sido lugar de encuentro de la flor y nata de la ciudad. Allí pasaron horas conversando Francis Scott Fitzgerald y William Faulkner. Una vez, Charlie Chaplin y Douglas Fairbanks disputaron una carrera a caballo por Hollywood Boulevard, y el perdedor tuvo que pagar una cena en Musso's. A la sazón el restaurante vivía principalmente del encanto de su pasado glorioso. Sus asientos de cuero rojo seguían llenándose cada día a la hora de comer y por el aspecto y la forma de moverse de algunos camareros uno hubiera jurado que habían servido al mismo Chaplin. El menú tampoco había cambiado en todos los años que Bosch llevaba almorzando allí, algo extrañísimo en una ciudad donde las prostitutas del Boulevard duraban más que la mayoría de los restaurantes.

Edgar y Rider esperaban en una de las codiciadas mesas redondas y Bosch se sentó con ellos después de que el maitre se la señalara con el dedo. Debía de estar demasiado viejo y cansado para acompañarlo. Edgar y Rider habían pedido té frío, así que Bosch decidió tomar lo mismo aunque pensó que era una lástima, puesto que en Musso's servían el mejor martini de la ciudad. Sólo Rider miró la carta. Al ser nueva en la división, todavía no había frecuentado el restaurante lo suficiente para saber cuál era el mejor plato.

Bueno, ¿qué vamos a hacer? -preguntó Edgar mientras ella decidía.

Tenemos que volver a empezar desde el principio -contestó Bosch-. Lo de Las Vegas era una pista falsa.

Rider miró a Bosch por encima de la carta.

Deja eso -le aconsejó-. Tienes que pedir la empanada de pollo.

Ella dudó, pero en seguida se mostró conforme y dejó la carta sobre la mesa.

¿Qué quieres decir con una pista falsa? -le preguntó a Bosch.

Pues que el asesino de Tony quería que siguiéramos esa pista, así que colocó la pistola en Las Vegas para alejarnos de Los Ángeles. Pero la pifió, porque no sabía que el tío era un agente infiltrado con un montón de federales de coartada. Ahí la cagó -explicó Bosch-. Al principio, cuando descubrí que nuestro sospechoso era un federal, lo primero que pensé fue que Joey El Marcas y su gente lo habían descubierto y habían preparado todo para desacreditarlo.

Parece lo más lógico -opinó Edgar.

A mí también me lo parecía, al menos hasta ayer por la noche -dijo Bosch. En ese instante un camarero anciano llegó a la mesa, ataviado con una americana roja.

Tres empanadas de pollo -pidió Bosch.

¿Desea el señor algo de beber? -le preguntó el camarero.

«Qué coño», pensó Bosch.

Sí, un martini con tres olivas. Y más té frío para los demás. Ya está.

El camarero asintió y se alejó lentamente sin tomar nota.

Ayer por la noche -prosiguió Bosch-, me enteré a través de una fuente de que Joey ignoraba que Luke Goshen era un impostor. El Marcas no tenía ni idea de que Goshen era un soplón, y menos aún un agente federal. Por eso, cuando detuvimos a Goshen, Joey tramó un plan para averiguar si su hombre iba a aguantar o acabaría cantando. Si Goshen se rajaba, Joey iba a encargar que lo mataran en la cárcel de la Metro.

Bosch les dio un momento para que asimilaran lo que acababa de decir.

Como veis, esta nueva información desmonta la primera teoría.

¿Y quién es esta fuente? -quiso saber Edgar.

No os lo puedo decir, pero es fiable. Os lo prometo.

Bosch vio que ambos bajaban la mirada. Harry sabía que confiaban en él, pero los confidentes tenían fama de ser unos mentirosos redomados. Basar toda la investigación en su palabra era mucho pedir.

De acuerdo -cedió Bosch-. La fuente es Eleanor Wish. Jerry, ¿le has contado a Kiz lo que pasó?

Edgar dudó antes de asentir con la cabeza.

Entonces sabéis quién es. Eleanor lo oyó todo mientras la tenían retenida en esa casa. Antes de que llegáramos, Joey y su abogado, Torrino, estuvieron allí. Eleanor oyó lo que decían y, por lo visto, no sabían nada de Goshen. De hecho, todo ese secuestro formaba parte de la prueba. Ellos sabían que la única forma que yo tenía de descubrir aquella casa era a través de Goshen. Ésa era la prueba para saber si Lucky estaba cooperando con la policía.

Todos permanecieron en silencio unos minutos mientras Edgar y Rider digerían la nueva información.

De acuerdo -dijo Edgar finalmente-. Ya veo por dónde vas. Pero si Las Vegas fue una enorme pista falsa, ¿cómo demonios llegó la pistola a la casa del agente?

Eso es lo que tenemos que averiguar. ¿Y si hubiera alguien ajeno a la mafia, pero lo suficientemente cercano a Tony para saber que estaba blanqueando dinero? ¿Alguien que conocía a Tony o que lo siguió a Las Vegas para observar cómo trabajaba y cómo recogía el dinero de Goshen? ¿Alguien que sabía que

Goshen podría cargar con las culpas y que Tony volvería el viernes con un montón de dinero en el maletín?

Pues podría haberlo preparado todo, siempre y cuando hubiera tenido acceso a la casa de Goshen para plantarle la pistola -contestó Edgar.

Exactamente, pero llegar a esa casa no habría sido un problema. Está en medio de la nada y Goshen casi siempre estaba fuera, en el club. Cualquiera podría haber entrado, colocado la pistola y vuelto a salir. La cuestión es: ¿quién?

Estás pensando en su mujer o su amante -contestó Edgar-. Ambas podrían haber tenido acceso a toda esa información.

Bosch asintió.

Entonces, ¿en quién nos concentramos? -continuó Edgar-. No podemos vigilarlas a las dos ahora que estamos trabajando en nuestro tiempo libre.

No hará falta -dijo Bosch-. Creo que está claro a quién debemos investigar.

¿A quién? -preguntó Edgar-. ¿A la amiguita?

Bosch miró a Rider, dándole la oportunidad de responder. Ella aceptó el guante.

No…, no puede ser Layla porque…, porque ella llamó a Tony el domingo por la mañana y dejó un mensaje en el buzón de voz. ¿Para qué iba a llamarlo si sabía que había muerto?

Bosch asintió. Rider era realmente buena.

Quizás era parte del plan -sugirió Edgar-. Otra pista falsa.

Puede ser, pero lo dudo -replicó Bosch-. Además, sabemos que Layla trabajó en Las Vegas el viernes por la noche, así que es imposible que se cargara a Tony.

Entonces es su mujer-concluyó Edgar-. Verónica.

Eso es -convino Bosch-. Creo que nos mintió, que se hizo la sueca cuando le preguntamos por los negocios de su marido. En realidad lo sabía todo y por eso tramó el plan. Ella escribió las cartas a Hacienda y a Crimen Organizado. Quería que hubiera algo contra Tony y que, cuando apareciera muerto, todo apuntara a un golpe de la mafia. Música en el maletero. Colocarle la pistola a Goshen fue sólo la guinda. Si la encontrábamos, genial. Y si no, nos hubiéramos hartado de rebuscar por Las Vegas hasta archivar el caso.

¿Quieres decir que ella lo preparó todo sola? -preguntó Edgar.

No -contestó Bosch-. Sólo digo que el plan fue suyo, pero tuvo que contar con la ayuda de un cómplice. Para matar a Aliso se necesitaban dos personas y está claro que ella no llevó la pistola a Las Vegas. Después del asesinato ella se quedó en su casa, mientras su cómplice se fue a Las Vegas y le plantó la pistola a Luke Goshen.

Espera un momento -contestó Rider-. Nos olvidamos de algo. Verónica Aliso disfrutaba de una vida muy acomodada gracias al negocio de blanqueo de Tony. Tenía una mansión en las colinas, coches… ¿Por qué iba a matar a la gallina de los huevos de oro? ¿Cuánto había en ese maletín?

Según los federales, cuatrocientos ochenta mil dólares -respondió Bosch.

Edgar emitió un pequeño silbido, mientras Rider negaba con la cabeza.

Sigo sin entenderlo -insistió ella-. Cuatrocientos ochenta mil es mucho dinero, pero Tony ganaba al menos eso en un año. En términos financieros, matarlo suponía beneficios a corto plazo pero perder a la larga. No tiene sentido.

Entonces hay algo más en este caso que todavía no sabemos -concedió Bosch-. Tal vez Tony estaba a punto de dejarla; tal vez esa vieja de Las Vegas que nos contó que Tony iba a irse con Layla estaba diciendo la verdad. O quizás hay más pasta por algún lado, pero de momento no veo a nadie más que encaje como posible homicida.

¿Y el guarda de la urbanización? -preguntó Rider-. Según su registro, Verónica no salió el viernes en toda la noche ni nadie fue a verla.

Bueno, habrá que volver a considerarlo -contestó Bosch-. Tiene que haber otra forma de entrar y salir.

¿Cuál es el próximo paso? -inquirió Edgar.

Volver a empezar -respondió Bosch-. Quiero saberlo todo sobre ella: de dónde es, quiénes son sus amigos, qué hace en esa casa todo el santo día, adónde iba cuando Tony estaba de viaje y con quién.

Rider y Edgar asintieron.

Tiene que haber un cómplice, seguramente un hombre. Y creo que lo encontraremos a través de ella.

El camarero se acercó con una bandeja, que depositó en un carrito desplegable. Los tres detectives miraron en silencio mientras el viejo preparaba los platos. En primer lugar cortó la tapa de cada empanada y, a continuación, sirvió el contenido de cada una encima de las tapas y repartió los platos. Para finalizar depositó los dos vasos de té frío ante Edgar y Rider, sirvió el martini de Bosch de una jarrita de cristal y se marchó sin decir una palabra.

Obviamente, tenemos que ser muy discretos -les recordó Bosch.

Desde luego -contestó Edgar-. Y Balas nos ha puesto primeros en la rotación. El próximo caso nos toca a Kiz y a mí solos. Eso nos distraerá de éste.

Bueno, haced lo que podáis. Si os cae un cadáver, no podemos hacer nada. Mientras tanto, os propongo lo siguiente: vosotros dos investigáis el pasado de Verónica, a ver qué encontráis. ¿Tenéis algún contacto en el Times o las revistas de cine?

Yo tengo un par en el Times -repuso Rider-. Y conozco a una mujer, la víctima de un caso, que trabaja de recepcionista en la revista Variety.

¿Son de confianza?

Creo que sí.

Pues pídeles que te busquen a Verónica. Hace unos años tuvo sus quince minutos de fama. Quizá se publicó algo sobre ella y encontramos nombres de personas con las que podamos hablar.

¿Y si volvemos a interrogar a Verónica? -sugirió Edgar.

Creó que es mejor esperar. Quiero tener algo de que hablar.

¿Y a los vecinos?

Eso sí. Con un poco de suerte, ella os verá por la ventana y le dará que pensar. Si subís hasta allá, intentad echarle un vistazo al registró del guarda. Hablad con Nash. Estoy seguro de que sabréis sacárselo sin necesidad de otra orden de registró. Me gustaría revisar la lista de todo el año, ver quién ha entrado a verla, especialmente cuando Tony estaba fuera. A través de los recibos de sus tarjetas de crédito, podemos reconstruir las fechas de sus viajes. Así sabremos cuándo estuvo sola en casa.

Bosch levantó el tenedor. Todavía no había probado bocado porque estaba demasiado inmerso en el casó.

Además necesitamos el máximo de información sobre el casó; sólo tenemos el expediente que preparó Edgar. Ahora me voy al Parker Center para mi pequeña charla con Asuntos Internos. Por el caminó, me pasaré por la oficina del forense y sacaré una copia de la autopsia. Los federales ya la tienen. También hablaré con Donovan de Investigaciones Científicas a ver si encontró algo en el coche. Además, tiene las huellas de los zapatos. Con un poco de suerte conseguiré copias antes de que vengan los federales y se lo lleven todo. ¿Me dejó algo?

Los otros negaron con la cabeza.

¿Quedamos después del trabajó para ver qué hemos descubierto?

Ellos asintieron.

¿Os parece en el Cat and Fiddle hacia las seis?

Edgar y Rider volvieron a asentir con la cabeza porque ya estaban ocupados comiendo. Bosch probó la empanada, que había comenzado a enfriarse, y se unió a su silenció. Todos estaban pensando en el casó.

Está en los detalles -comentó al cabo de un rato.

¿El qué? -preguntó Rider.

La solución. Cuando te toca un casó como éste, la clave siempre está en los detalles. Ya veréis. Cuando lo resolvamos, la respuesta estará ahí, en el expediente. Siempre pasa.


La entrevista con Chastain en Asuntos Internos empezó tal como Bosch esperaba. Harry estaba sentado juntó a Zane, su representante, en una de las salas de interrogación, dónde una vieja grabadora Sony registraba todo lo que se decía. Chastain seguía el procedimiento habitual. Primero quería que Bosch explicara los hechos con el máximo de detalle posible. Después comenzaría a buscar contradicciones. Bastaba con que pillara a Harry diciendo una mentira para acusarlo ante el Comité de Derechos. Según la gravedad del casó, la sanción podía ir de la suspensión al despido.

En un tono monocorde y farragoso, Chastain leía unas preguntas ya preparadas, que Bosch respondía lenta y cuidadosamente con el mínimo de palabras posible. No era la primera vez que tomaba parte en ese juego.

Antes de la entrevista, Zane había tenido un cuarto de hora para asesorar a Bosch sobre el procedimiento y la mejor actitud a tomar. Al igual que un buen abogado, Zane no le preguntó directamente si había colocado la pistola. A él no le importaba; simplemente veía a Asuntos Internos como el enemigo, un grupo de policías malos con la sola misión de atacar a los policías buenos. Zane era de la vieja escuela, creía que todos los policías eran buenos por naturaleza y, aunque a veces el trabajó los corrompía, no debían ser acosados por sus propios compañeros.

Todo fue según lo previsto durante media hora, pero de pronto Chastain les lanzó una pregunta inesperada.

Detective Bosch, ¿conoce usted a una mujer llamada Eleanor Wish?

¿De qué vas, Chastain? -terció Zane, haciéndole un gesto a Bosch para que no contestara.

¿Con quién has hablado? -quiso saber Bosch.

Un momento, Harry. No digas nada -le insistió Zane-. ¿Adónde quieres ir a parar?

El jefe lo ha dejado muy claro. Estoy investigando la conducta de Bosch durante esta investigación. En cuanto a mis fuentes, de momento no puedo hacerlas públicas.

Se supone que estáis indagando sobre la presunta colocación de una pistola en un sitio determinado. Eso es lo que hemos venido a explicar.

¿Quieres que te lea la orden del jefe? Está muy clara.

Zane lo miró un momento.

Danos cinco minutos para hablar de esto. ¿Por qué no vas a empastarte las caries?

Chastain se levantó y apagó la grabadora. Al llegar a la puerta, se volvió a mirarlos con una sonrisa en los labios.

Esta vez os tengo a los dos. No podrás salir de ésta, Bosch. Y Zane, bueno, ya ves que no siempre se puede ganar.

Eso lo sabes tú mejor que yo, mojigato. Anda, vete y déjanos solos.

Cuando Chastain se hubo ido, Zane se acercó a la grabadora para asegurarse de que estaba apagada. Luego se levantó y comprobó que el termostato no fuera un aparato de escucha camuflado. En cuanto se convenció de que la conversación era privada, se sentó y le preguntó a Bosch por Eleanor Wish. Bosch le contó sus encuentros con Eleanor en los últimos días, pero no mencionó el secuestro ni su posterior confesión.

Uno de los polis de la Metro debe de haberle dicho que te liaste con ella -dedujo Zane-. Eso es todo lo que tiene. Quiere acusarte de asociación con una delincuente. Si lo admites, te ha cogido, pero ya está. Si no tienen nada más, como mucho te caerá una reprimenda. Pero si dices que no estuviste con ella y él puede probar que sí, entonces te habrás metido en un buen lío. Yo te aconsejo que confieses que has estado con ella. Total, no pasa nada. Le dices que el rollo ya ha terminado y, si eso es todo lo que tiene contra ti, es un fantasma de mierda.

No lo sé.

¿El qué?

Si ha terminado.

Pues no se lo digas. Y si te lo pregunta, decide tú. ¿De acuerdo?

Bosch asintió y Zane abrió la puerta. Chastain estaba fuera.

¿Dónde estabas, Chastain? -se quejó Zane-. Te estábamos esperando.

Chastain no respondió. Entró en la sala, encendió la grabadora y reanudó el interrogatorio.

Sí, conozco a Eleanor Wish -contestó Bosch-. Y sí, he pasado algún tiempo con ella en los últimos días.

¿Cuánto tiempo?

No lo sé exactamente. Un par de noches.

¿Durante la investigación?

No. Por la noche, cuando había terminado. No todos trabajamos las veinticuatro horas como tú. -Bosch sonrió con ironía.

¿Era Eleanor Wish una testigo en este caso? -preguntó Chastain, algo sorprendido de que Bosch hubiera cruzado aquella línea.

Al principio pensé que podría serlo, pero después de localizarla y hablar con ella, en seguida me di cuenta de que no tenía nada que aportar al caso.

Pero al principio la abordó en calidad de investigador de este caso.

Correcto.

Chastain consultó su libreta un buen rato antes de formular la siguiente pregunta.

¿Está esa mujer, sigo refiriéndome a la delincuente convicta Eleanor Wish, viviendo en su casa en estos momentos?

Bosch notó que su cólera aumentaba. La invasión de su intimidad y el tono de Chastain comenzaban a hacerle mella. Tuvo que esforzarse por conservar la calma.

Eso no lo sé.

¿Quiere decir que no sabe si alguien está viviendo en su casa o no?

Mira, tío, ayer por la noche estaba allí, ¿vale? ¿Es eso lo que quieres oír? Pasó la noche conmigo, pero no sé si ya se ha marchado. Ella tiene su propia casa en Las Vegas, así que puede que haya vuelto. No lo sé, no lo he comprobado. ¿Quieres que la llame y se lo pregunte?

No creo que sea necesario. Ya tengo todo lo que quería. -Entonces Chastain le soltó la clásica cantinela de Asuntos Internos-: Detective Bosch, en breve será informado de los resultados de esta investigación sobre su conducta. Si el departamento presenta cargos contra usted, se le notificará la fecha de la vista ante el Comité de Derechos. Tres capitanes del departamento dictaminarán tras estudiar las pruebas; usted podrá elegir a uno, yo seleccionaré al segundo y el tercero será elegido al azar. ¿Alguna pregunta?

Sólo una. ¿Cómo puedes considerarte un policía cuando todo lo que haces es sacarte de la manga estas investigaciones de mierda?

Zane puso la mano en el antebrazo de Bosch para tranquilizarlo.

Déjalo -le dijo Chastain a Zane-. No me importa contestar. De hecho, es una pregunta que he oído a menudo. Es gracioso que siempre me la hagan los polis a los que estoy investigando. Bueno, la respuesta es que yo me siento orgulloso de mi trabajo porque represento a los ciudadanos y, si nadie controla a la policía, nadie puede controlar los abusos de poder. Yo tengo una función valiosa en esta sociedad, detective Bosch. Estoy orgulloso de lo que hago. ¿Puede usted decir lo mismo?

Bla, bla, bla -se burló Bosch-. Este discursito sonará fantástico a quien escuche esta grabación. Supongo que si te pasas la noche practicándolo, al final te lo acabas creyendo. Sólo tengo una pregunta, Chastain: ¿quién controla a la policía que controla a la policía?

Bosch se levantó y Zane lo siguió. La entrevista había terminado.


Después de salir del Departamento de Asuntos Internos y agradecerle a Zane su ayuda, Bosch bajó al laboratorio de Investigaciones Científicas en el tercer piso para ver a Art Donovan. El perito acababa de regresar de la escena de un crimen y estaba catalogando todas las pruebas que había recogido.

¿Cómo has entrado, Harry? -preguntó Donovan, sin alzar la vista.

Con la combinación.

La mayoría de los detectives del Departamento de Robos y Homicidios conocía la combinación de la puerta. A pesar de que hacía cinco años que Bosch no trabajaba allí, seguía siendo la misma.

Ya -dijo Donovan-. Así empiezan los problemas.

¿Qué problemas?

Pues que tú aparezcas aquí mientras yo trabajo con las pruebas. Como me descuide, me las invalidarán en el juicio y yo saldré por la tele haciendo el ridículo.

Estás paranoico, Artie. Además, no toca otro juicio del siglo hasta dentro de unos años.

Muy gracioso. ¿Qué quieres?

¿Qué ha pasado con mis huellas de zapatos y todo lo demás?

¿Del caso Aliso?

No, del caso Lindbergh. ¿Tú que crees?

Es que me han dicho que ya no llevabas la investigación. Tengo que prepararlo todo para que lo recoja el FBI.

¿Cuándo?

Por primera vez, Donovan levantó la mirada y dejó lo que estaba haciendo.

Sólo sé que van a mandar a alguien antes de las cinco. -Entonces es mi caso hasta que ellos aparezcan. ¿Qué pasó con las huellas de zapatos que sacaste?

Nada. He enviado copias al laboratorio del FBI en Washington para ver si podían identificar la marca y el modelo. -¿Y qué?

Nada, aún no me han contestado. Todos los departamentos del país les mandan cosas, ya lo sabes. Y por lo que me han dicho, cuando llega un paquete de Los Ángeles, se lo toman con calma. No creo que me digan nada hasta la semana que viene. Eso, si tengo suerte.

Mierda.

De todos modos ahora es demasiado tarde para llamar a la costa este; probaré el lunes. No sabía que las huellas te importaran tanto -le dijo Donovan-. Comunicación, Harry. Ése es el secreto. Deberías probarlo un día de éstos.

No te preocupes. Oye, ¿todavía tienes una copia de las huellas?

Sí.

¿Me puedes dar una?

Claro, pero tendrás que esperarte unos veinte minutos hasta que acabe esto.

Venga, Artie. Seguramente está en un archivador; son sólo treinta segundos.

¡Vale ya, Harry! -exclamó Donovan, exasperado-. Te lo digo en serio. Ya sé que está en un archivador y sólo me llevaría medio minuto encontrártelo, pero si dejo lo que estoy haciendo, se me puede caer el pelo cuando testifique sobre este caso. Ya me imagino al picapleitos gritando: «¿Le está usted diciendo a este jurado que mientras clasificaba las pruebas de este caso, se levantó para buscar las pruebas de otro caso?».

No hace falta ser Perry Mason para convencer a un jurado. Venga, déjame tranquilo y vuelve dentro de media hora.

Vale, Artie. Te dejo en paz.

Y llama al timbre antes de entrar. Tenemos que cambiar la combinación de esa puerta. -Esto último lo dijo más para sus adentros que para Bosch.

Harry salió del Parker Center a fumarse un cigarrillo, pero tuvo que caminar hasta la acera para encenderlo. La razón era que había tantos policías fumadores empedernidos que a menudo se congregaba una multitud frente a las puertas del edificio. El jefe de policía opinaba que el gentío y la nube de humo azulado que flotaba de forma permanente en la entrada, causaban muy mala imagen, por lo que había prohibido fumar en la propiedad que rodeaba el edificio. Eso quería decir que la acera de Los Angeles Street parecía el escenario de una manifestación sindical, con policías -algunos de uniforme- caminando arriba y abajo mientras fumaban. Sólo faltaban los piquetes con pancartas. Incluso corría el rumor de que el jefe de policía había hablado con el ayuntamiento para intentar prohibir fumar en la acera, pero le habían dicho que ésta se hallaba fuera de su alcance.

Bosch estaba encendiendo un segundo cigarrillo con la colilla del primero cuando vislumbró la enorme figura del agente del FBI Roy Lindell que salía tranquilamente del cuartel general de la policía. Al llegar a la acera, giró a la derecha, en dirección a la sala de justicia federal. Pese a caminar directamente hacia Bosch, Lindell no lo vio hasta tenerlo casi encima.

¿Qué haces? -preguntó, sobresaltado-. ¿Estabas esperándome?

No, estoy fumándome un cigarrillo. ¿Qué haces tú, Lindell?

Nada que te importe.

Lindell se dispuso a sortear a Harry.

¿Qué tal la charla con Chastain? -le preguntó Bosch.

Lindell se detuvo.

Me han pedido que viniera a hacer una declaración y eso he hecho. Yo he dicho la verdad; ya veremos qué pasa.

El problema es que tú no sabes la verdad.

Lo que sé es que encontraste una pistola que yo no puse ahí. Ésa es la verdad.

Una parte.

Bueno, es lo único que sé y eso es lo que le he dicho. Adiós.

Lindell comenzó a alejarse mientras Bosch lo contemplaba. Pero su comentario lo detuvo de nuevo.

Puede que vosotros tengáis bastante con una parte de la verdad, pero yo no.

Lindell se volvió y se acercó a Bosch.

¿Qué quieres decir con eso?

Adivina.

No, dímelo tú.

Pues que alguien nos usó a todos y yo voy a averiguar quién fue. Ya te avisaré cuando lo sepa.

Oye, tío, tú ya no tienes el caso. Lo estamos investigando nosotros, así que más te vale que lo dejes.

Lo estáis investigando vosotros -repitió Bosch con sarcasmo-. Seguro que estáis escarbando como locos.

No te rías. Lo estamos tomando en serio.

Dime una cosa, Lindell.

¿Qué?

Cuando estabas en Las Vegas, ¿alguna vez fue Tony a recoger el dinero con su mujer?

Lindell se quedó callado un momento mientras decidía si responder a la pregunta. Finalmente negó con la cabeza.

Nunca -contestó-. Tony siempre decía que ella odiaba ese lugar. Malos recuerdos, supongo.

Bosch intentó disimular su interés.

¿Recuerdos de Las Vegas?

Lindell sonrió.

Para alguien que se supone que tiene todas las respuestas, no sabes mucho, ¿no? Tony la conoció en el club hace unos veinte años. Mucho antes de que yo llegara. Ella era una bailarina que Tony iba a convertir en estrella de cine. El mismo cuento que siguió usando hasta el final. Supongo que después de su mujer aprendió la lección; no casarse con todas.

¿Conocía su mujer a Joey El Marcas?

Ya llevas tres preguntas, Bosch.

¿Lo conocía?

No lo sé.

¿Cómo se llamaba ella en esa época?

Eso tampoco lo sé. Hasta la vista, Bosch.

Lindell dio media vuelta y se marchó. Tras arrojar la colilla a la calzada, Bosch regresó a la Casa de Cristal. Unos minutos más tarde, después de llamar al timbre como un niño obediente, Bosch entró en el laboratorio de Investigaciones Científicas. Donovan, que seguía en su mesa, le pasó una carpeta a Harry.

Ahí tienes; es lo mismo que envié a Washington -le informó-. Lo que hice es sacar una foto del negativo y luego revelar el nuevo negativo en blanco y negro para poder distinguir mejor la huella. También lo amplié todo a tamaño natural.

Bosch sólo había comprendido la última frase. Al abrir la carpeta, encontró dos pisadas negras sobre fondo blanco. Ambas eran huellas parciales del pie derecho aunque, entre las dos, se podía ver casi toda la suela. Donovan se levantó y le indicó a Bosch un surco en el tacón. Era una línea curvada, pero rota.

Si encontráis al asesino y todavía tiene los zapatos, lo cogeréis con esto. ¿Ves esa línea? No parece diseño del fabricante. O es un corte con un cristal o un defecto de fábrica. Si encuentras el zapato, podremos identificarlo y mandar al tío a chirona.

Muy bien -comentó Bosch, todavía con la mirada fija en las fotos-. ¿Tenían los de Washington alguna idea de lo que podía ser?

No demasiada. Suelo consultarle estas cosas a un colega que conocí en un congreso. Cuando me llamó para decirme que había recibido el paquete, sólo me comentó que tal vez fuera una de esas botas blandas que se llevan tanto ahora. Son como botas de trabajo pero más cómodas y deportivas.

Vale, Artie. Muchas gracias.


Bosch se dirigió al centro médico de la Universidad de California y aparcó junto a la estación de maniobras abandonada. La oficina del forense estaba en la parte trasera del edificio y Harry entró por la puerta de atrás, después de mostrarle la placa al guarda de seguridad.

En primer lugar Bosch fue al despacho del doctor Salazar, pero lo halló vacío. Después se dirigió a la planta de autopsias y echó un vistazo en la primera sala, donde estaba la mesa baja de Salazar. Efectivamente, allí estaba el forense, trabajando sobre el pecho abierto de un chico negro. Cuando Bosch entró, Salazar alzó la vista.

Harry, ¿qué haces tú aquí? Éste no es vuestro.

Quería hablarte sobre el caso Aliso.

Ahora mismo estoy un poco liado. Y para estar aquí has de ponerte mascarilla y bata.

Ya lo sé. Sólo quería una copia del informe de la autopsia.

Ahora pido que te hagan una. Dicen que el FBI está interesado en el caso, ¿es verdad?

Eso parece.

Es curioso porque los federales no hablaron conmigo. Sólo entraron y se llevaron el informe. Y tú ya sabes que el informe sólo contiene las conclusiones, sin las cábalas que nos gusta hacernos a nosotros.

¿Y qué cábalas les habrías contado si hubieran venido a hablar contigo?

Les habría contado mi corazonada.

Cuéntamela.

Salazar apartó la vista del cadáver, pero mantuvo sus manos enguantadas sobre él para que no goteara la sangre.

Mi corazonada es que buscáis a una mujer.

¿Por qué?

Por la sustancia que encontré dentro y debajo de los ojos.

¿La pomada?

¿Qué?

Nada, no importa. ¿Qué encontraste?

Los resultados del análisis confirmaron que se trataba de oleo capsicum. También lo encontramos en las cavidades nasales. ¿Sabes de qué hablo, Harry?

De Pepper Spray.

Vaya, me has fastidiado la sorpresa.

Perdona. ¿Así que alguien lo roció con Pepper?

Exactamente. Por eso creo que fue una mujer o alguien que temía no poder controlarlo. Además, todas las mujeres de por aquí lo llevan en el bolso.

Bosch se preguntó si Verónica Aliso sería una de esas mujeres.

Genial, Sally. ¿Algo más?

No. El resto de análisis dieron negativo.

¿No encontrasteis nitrato amílico?

No, pero se elimina con rapidez. No lo encontramos muy a menudo. ¿Qué tal tú con las balas?

Bien. ¿Puedo llamar a tu ayudante?

Llévame al interfono.

Mientras Bosch empujaba la silla de ruedas de Salazar, éste levantó las manos para no ensuciar nada. En una de las encimeras había un teléfono conectado a un interfono. Tras decirle a Harry qué botón debía pulsar, Salazar solicitó a su ayudante que le hiciera una fotocopia del informe.

Gracias -dijo Bosch.

De nada. Espero que te sirva. Recuerda, busca una mujer que lleve Pepper Spray en el bolso. No Mace, Pepper Spray.

De acuerdo.


A causa del tráfico del fin de semana, Bosch tardó casi una hora en ir desde el centro hasta Hollywood. Cuando llegó al Cat & Fiddle de Sunset Boulevard eran más de las seis y, al franquear la verja, localizó a Edgar y Rider ya sentados en la terraza del bar. En su mesa había una gran jarra de cerveza y una tercera persona: Grace Billets.

El Cat & Fiddle era un local muy frecuentado por los policías de Hollywood porque se hallaba a pocas manzanas de la comisaría. Por eso, cuando Bosch se acercó a la mesa, ignoraba si Billets estaba allí por casualidad o porque se había enterado de su pequeña operación independiente.

Hola, chicos -los saludó Bosch.

En la mesa había un vaso vacío. Harry se sirvió un poco de cerveza de la jarra y brindó por el fin de otra semana.

Harry -intervino Rider-, la teniente sabe lo que estamos haciendo y ha venido a ayudar.

Bosch asintió y miró a Billets con cautela.

Siento que no me lo dijeras -dijo la teniente-. Pero entiendo lo que estás haciendo. Sé que al FBI le interesa enterrar nuestro caso para que no peligre el suyo, pero un hombre ha sido asesinado. Si ellos no buscan al homicida, no sé por qué no podemos hacerlo nosotros.

Bosch asintió, estupefacto. Nunca había tenido un jefe que no se ajustara estrictamente a las normas. Grace Billets era un gran cambio.

Desde luego -agregó ella-, tenemos que andarnos con mucho cuidado. Si la cagamos, no sólo tendremos al FBI en contra nuestro.

Lo que quería decir era que sus carreras podían peligrar.

Bueno, yo ya no puedo estar mucho peor -afirmó Bosch-. Así que si algo va mal, quiero que me culpéis a mí.

Ni hablar -protestó Rider.

No. Vosotros tenéis un futuro en la policía; yo no. Todos sabemos que Hollywood es lo máximo a lo que puedo aspirar. Así que si la mierda empieza a salpicar, me las cargo yo. Si no estáis de acuerdo, quiero que lo dejéis ahora mismo. -Hubo un silencio hasta que finalmente todos asintieron, uno por uno-. Entonces de acuerdo. Y ahora contadme lo que habéis descubierto.

Algunas cosas, pero no mucho -contestó Rider-. Jerry ha subido a la urbanización a ver a Nash mientras yo hacía unas cuantas búsquedas en el ordenador y llamaba a mi amigo del Times. Primero busqué en los recibos de la tarjetas de crédito de Tony Aliso y de ahí saqué el número de la seguridad social de Verónica. En la base de datos de la Seguridad Social, descubrí que Verónica no es su verdadero nombre. El nombre que consta en la Seguridad Social es Jennifer Gilroy, nacida hace cuarenta y un años en Las Vegas, Nevada. No me extraña que odiara Las Vegas; la pobre se crió allí.

¿Historial laboral?

Nada hasta que vino aquí y trabajó en TNA Productions.

¿Qué más?

Antes de que Rider pudiera contestar, se armó un alboroto cerca de la puerta del bar. La puerta de cristal se abrió y un camarero enorme empujó a un hombre más menudo. El hombrecillo, desaliñado y borracho, gritó algo sobre falta de respeto. El camarero lo arrastró a la fuerza hasta la portezuela de la terraza y lo echó del bar. Pero en cuanto le dio la espalda, el borracho intentó volver a entrar. Entonces el camarero le dio un empujón tan fuerte que el pobre hombre se cayó de culo. Tras aquella humillación, el borracho empezó a proferir amenazas contra el camarero. La gente de algunas mesas se rió por lo bajo mientras el borracho se levantaba y se alejaba dando tumbos.

Éste ha empezado temprano -comentó Billets-. Adelante, Kiz.

Bueno, al final la busqué en el ordenador del Centro Nacional de Información sobre Delitos. Jennifer Gilroy fue arrestada dos veces en Las Vegas por prostitución. De esto hace más de veinte años. He llamado al centro y les he pedido que nos envíen las fotos y los expedientes que tengan. Como está en microficha tienen que buscarlo, así que no lo recibiremos hasta la semana que viene. De todos modos, dudo que nos sirvan de algo. Por lo visto, ninguno de los casos llegó a juicio. Ella se declaró culpable y pagó la fianza en ambas ocasiones.

Bosch asintió, ya que no había nada fuera de lo habitual.

Eso es todo lo que tengo. En el Times no encontré nada. Y mi amiga en el Variety tampoco tuvo mucha suerte. Apenas se mencionaba a Verónica Aliso en la crítica de Víctima del deseo. El artículo dejaba verdes a ella y a la película, pero a mí me gustaría verla de todos modos. ¿Todavía tienes la cinta, Harry?

Está en mi mesa.

¿Sale desnuda? -preguntó Edgar-. Porque si sale desnuda yo también me apunto.

Nadie le hizo caso.

Bueno, ¿qué más? -prosiguió Rider-. Ah, sí. He encontrado un par de menciones a Verónica Aliso en artículos sobre estrenos. Cuando dijiste que Verónica tuvo sus quince minutos de gloria, creo que te referías a quince segundos, Harry. Bueno, yo ya estoy. ¿Tú qué has encontrado, Jerry?

Tras aclararse la garganta, Edgar contó que se había pasado por la garita de Hidden Highlands, donde Nash se negó a dejarle ver el libro de entradas y salidas sin una orden de registro. Edgar les explicó que había estado toda la tarde intentando obtener una, pero no había encontrado a ningún juez que no se hubiera ido ya de fin de semana. Finalmente halló uno que le firmó la orden y acordó llevársela a Edgar al día siguiente.

Kiz y yo subiremos mañana. Le echaremos un vistazo al libro y después intentaremos entrevistar a alguno de los vecinos. Como tú dijiste, esperamos que la viuda nos vea por la ventana y tal vez se asuste un poco. Con un poco de suerte quizá cometa algún error.

Era el turno de Bosch, y éste les contó sus hallazgos de esa tarde, incluido su encuentro con Roy Lindell. Harry les reveló que el agente le había dicho que Verónica Aliso había comenzado su carrera haciendo strip-tease en Las Vegas. Después les habló del descubrimiento de Salazar sobre el Pepper Spray. Bosch compartía la opinión del forense de que había sido una mujer la que había rociado a Tony con el aerosol de defensa personal poco antes de su muerte.

¿Crees entonces que podría haberlo hecho ella sola? -preguntó Billets.

Eso no importa porque no estaba sola -respondió Bosch.

Acto seguido, Harry se colocó el maletín en el regazo y extrajo las copias de las huellas que Donovan había sacado del cuerpo y el parachoques del Rolls. Bosch dispuso las fotos en medio de la mesa para que los demás pudieran verlas.

Es un cuarenta y cuatro. Artie dice que pertenece a un hombre bastante grande. Eso quiere decir que tal vez la mujer lo rociara con el aerosol, pero este tío lo remató. -Bosch señaló las huellas y agregó-: El hombre apoyó el pie derecho en la espalda de la víctima para poder acercarse y dispararle a quemarropa; muy frío y eficiente. El tío debía de ser un profesional, tal vez alguien de la época de Verónica en Las Vegas.

El mismo que colocó la pistola en casa de Goshen -sugirió Billets.

Yo creo que sí.

Bosch había estado vigilando la entrada, por si el borracho decidía volver y cumplir su amenaza. Sin embargo, al mirar en esa dirección, no vio al borracho sino al agente Ray Powers. Powers, que seguía llevando sus gafas de espejo a pesar de que era casi de noche, entró en el patio y se detuvo a hablar con el camarero. Con grandes aspavientos, el camarero le contó al corpulento policía el incidente del borracho y sus amenazas. Powers recorrió las mesas con la mirada y, al ver a Bosch y los otros, se deshizo del camarero y se acercó a ellos.

Ya veo que las eminencias grises se han tomado un descanso -comentó.

Eso es, Powers -replicó Edgar-. Creo que el hombre que buscas está meando detrás de esos arbustos.

Sí, buana. Ahora mismo voy a buscarlo.

Powers miró a los demás con una sonrisa de satisfacción en los labios. Entonces vio las copias de las huellas y las señaló con la barbilla.

¿A esto le llamáis vosotros una sesión de estrategia investigativa? Bueno, os voy a dar una pista. Son huellas de zapatos. -Powers sonrió, orgulloso de su chiste.

Estamos fuera de servicio, Powers -le informó Billets-. ¿Por qué no haces tu trabajo y nos dejas a nosotros el nuestro?

Powers le hizo un saludo militar.

Alguien tiene que trabajar, ¿no? -El agente se marchó sin esperar respuesta.

Este tío es un chulo de mierda -comentó Rider.

Está cabreado porque le dije a su teniente lo de la huella que dejó en el Rolls -explicó Billets-. Creo que le cayó una buena bronca. Bueno, volvamos a lo nuestro. ¿Qué opinas, Harry? ¿Tenemos suficiente información para hablar con Verónica?

Casi. Mañana yo iré con ellos a ver el libro de entradas y salidas. Tal vez le hagamos una visita, pero me gustaría tener algo más concreto de que hablar.

Billets asintió.

Quiero que me mantengáis informada. Llamadme al mediodía.

De acuerdo.

Cuanto más tiempo pase, más difícil será guardar el secreto de la investigación. Creo que el lunes tendremos que hablar sobre lo que hemos descubierto y decidir si pasárselo al FBI.

No estoy de acuerdo -intervino Bosch, negando con la cabeza-. Les demos lo que les demos, los federales no van a hacer nada. Si quiere solucionar el caso, tiene que dejarnos solos y mantener al margen al FBI.

Lo intentaré, Harry, pero llegará un momento en que será imposible. Estamos realizando una investigación en toda regla de forma ilegal. Correrá la voz; ya verás. Yo sólo digo que será mejor si la voz viene de mí y puede ser controlada.

Bosch asintió, no muy convencido. Aunque sabía que la teniente tenía razón, se resistía a la sugerencia. El caso les pertenecía a ellos. A él. Todo lo que le había ocurrido en la última semana lo hacía mucho más personal. Por eso no quería cedérselo a nadie.

Después de guardar las huellas, Harry se terminó la cerveza y preguntó cuánto les debía.

Invito yo -declaró Billets-. Cuando celebremos la resolución del caso, pagas tú.

De acuerdo.


Al llegar a su casa, Bosch encontró la puerta cerrada con llave y la llave que le había dado a Eleanor Wish debajo del felpudo. Lo primero que miró al entrar fue la pared. El cuadro de Hopper seguía allí, pero ella se había ido. Recorrió toda la casa, pero no halló ninguna nota. Su ropa ya no estaba en el armario. Ni su maleta.

Bosch se sentó en la cama y pensó en Eleanor. Aquella mañana habían dejado las cosas bastante abiertas. Harry se levantó temprano y, mientras ella lo contemplaba desde la cama, él le preguntó qué iba a hacer ese día. Ella le contestó que no lo sabía.

Al final se había ido. Bosch se pasó una mano por la cara; ya comenzaba a sentir su ausencia. Cuando rememoró su conversación de la noche anterior, decidió que se había equivocado; a Eleanor le había costado mucho confesarle su complicidad con la mafia, pero él sólo la había juzgado en términos de cómo le afectaba a él y a su caso. No a ella. Ni a ellos dos.

Bosch se recostó en diagonal sobre la cama, extendió los brazos y contempló el techo. Notaba la cerveza haciéndole efecto, dándole sueño.

Vale -dijo en voz alta.

Se preguntaba si ella lo llamaría o si transcurrirían cinco años antes de que se volvieran a encontrar por casualidad. Entonces pensó en la cantidad de cosas que le habían pasado en el último lustro y lo larga que había sido la espera. El cuerpo comenzó a dolerle y cerró los ojos.

Vale.

Bosch se durmió y soñó que estaba solo en un desierto sin carreteras. A su alrededor sólo había kilómetros y kilómetros de terreno desolado.

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