VI

A las siete de la mañana del sábado Bosch se compró dos cafés y dos donuts en el puesto de Bob del Farmers Market y se dirigió al claro del bosque donde habían encontrado el cadáver de Tony Aliso. Mientras comía y se tomaba el café, contempló la capa de aire marino que envolvía la ciudad dormida. El sol del amanecer proyectaba las sombras de los rascacielos del centro, que semejaban enormes monolitos opacos en la neblina de la mañana. Era un espectáculo impresionante del cual Bosch se sintió el único testigo.

Cuando terminó de comer, Harry se limpió los dedos pringosos de azúcar con una servilleta de papel que había humedecido en la fuente del mercado. Después metió todos los papeles en la bolsa de los donuts y arrancó el coche.

Bosch, que se había dormido temprano el viernes por la noche, se despertó antes del amanecer completamente vestido y con unas ganas locas de salir de casa y hacer algo. Harry siempre había creído que uno tenía éxito en una investigación si trabajaba sin descanso. Así pues, había decidido emplear la mañana intentando encontrar el lugar donde los asesinos de Tony Aliso habían interceptado el Rolls-Royce.

Por un par de razones, Bosch concluyó que el secuestro había tenido que producirse en Mulholland Drive, cerca de la entrada a Hidden Highlands. En primer lugar, porque el claro estaba junto a Mulholland. Si la operación se hubiera llevado a cabo en las inmediaciones del aeropuerto, el coche seguramente habría aparecido por los alrededores, no a casi veinticinco kilómetros de distancia. El segundo motivo era que resultaba más fácil y discreto interceptar el vehículo en la oscuridad de Mulholland. Siempre había mucho tráfico en la zona del aeropuerto, por lo que presentaba un riesgo mucho mayor.

La siguiente pregunta era si los asesinos de Aliso lo habían seguido desde Burbank o si simplemente lo habían esperado en su puesto en Mulholland. Bosch decidió que esto último era lo más probable, ya que si era una pequeña operación -de dos personas, máximo- seguir al coche habría resultado demasiado sospechoso. La cosa resultaba aún más complicada en Los Ángeles, donde el propietario de un Rolls-Royce sería muy consciente del peligro de un asalto. Bosch dedujo que los asesinos habrían esperado en Mulholland e ideado un plan para que Aliso se detuviera a pesar de que llevaba cuatrocientos ochenta mil dólares en metálico en su maletín. Bosch adivinó que la única forma de hacer parar a Aliso era utilizar a su mujer. Entonces se imaginó los faros del Rolls-Royce que, tras una curva, iluminaban a Verónica Aliso pidiendo socorro. Tony se habría parado seguro.

Bosch sabía que el lugar de espera debía ser un punto de Mulholland por donde Tony tuviera que pasar a la fuerza. Sólo había dos rutas lógicas desde el aeropuerto a Hidden Highlands que pasaran por Mulholland. Una era por el norte, cogiendo la autopista 405 y la salida de Mulholland. La otra era seguir La Cienaga Boulevard desde el aeropuerto, subir por Laurel Canyon y continuar montaña arriba por Mulholland.

Las dos rutas sólo tenían un kilómetro de Mulholland en común y, como no había forma de saber cuál elegiría Aliso esa noche, a Bosch le pareció obvio que el secuestro se produjo en algún punto de ese kilómetro. Harry se fue para allá y estuvo conduciendo arriba y abajo durante más de una hora hasta decidir qué lugar habría escogido él para interceptar el coche de Aliso. El sitio estaba en una curva muy cerrada, a unos ochocientos metros de la entrada a Hidden Highlands. Era una zona con pocas casas, todas ellas en la parte sur, en una colina bastante por encima de la carretera. Al norte había una pendiente muy pronunciada, sin edificar y cubierta de eucaliptos y acacias. Era el sitio ideal: solitario y oculto.

Una vez más, Bosch imaginó a Tony Aliso tomando la curva. Los faros de su Rolls-Royce enfocaron a su propia mujer en medio de la carretera. Aliso se detuvo, confuso: ¿qué hacía ella allí? Cuando salió del coche, apareció el cómplice por la ladera norte. La mujer lo roció con el aerosol y el cómplice lo acompañó hasta el maletero del Rolls. Aliso debió de frotarse los ojos, cegado, mientras lo metían a la fuerza en el maletero y lo maniataban. Lo único que debía preocuparles a los asesinos era que otro automóvil asomara por la curva y los iluminara con sus faros. Sin embargo, con lo tarde que era y lo apartado del lugar, no parecía probable. Toda la operación podía llevarse a cabo en menos de quince segundos. Por eso habían empleado el aerosol; no porque fuera una mujer, sino porque les permitía acelerar la maniobra.

Bosch aparcó junto a la carretera y echó un vistazo a su alrededor. No se veía ni un alma. Aunque Harry decidió que regresaría esa noche para verlo a oscuras, su intuición le decía que había acertado.

Tras cruzar la carretera, miró por la pendiente donde suponía que el cómplice había estado esperando e intentó encontrar un sitio donde se podría haber ocultado. Entonces distinguió un caminito de tierra que conducía al bosque y se acercó a él en busca de pisadas. Había muchas, y Bosch se agachó a examinarlas. El terreno era polvoriento, por lo que algunas se distinguían claramente. Había huellas de dos pares de zapatos totalmente distintos; uno viejo con los tacones gastados y otro con los tacones mucho más nuevos que dejaba unos surcos muy marcados en el polvo. Ninguno era el que estaba buscando: la bota de trabajo con el corte en la suela que Donovan había observado.

Bosch siguió con la mirada el caminito hasta los árboles y decidió adentrarse un poco más. Al pasar por debajo de una rama, se encontró en pleno bosque. Cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra, Harry vislumbró un objeto azul a unos metros de distancia y, aunque tenía que desviarse del camino para llegar hasta él, quiso averiguar de qué se trataba.

Tres metros más adelante, Bosch descubrió que el objeto azul era una lona plastificada, como las que se veían en los tejados después de que un terremoto derribara las chimeneas y resquebrajara los edificios de la ciudad. Bosch se acercó y vio que dos de las esquinas de la lona estaban atadas a sendas acacias y que colgaba de la rama de una tercera, formando un pequeño refugio en una parte llana de la ladera. Desde donde estaba no detectó ninguna señal de vida.

A Bosch le resultó imposible acercarse al refugio en silencio porque el terreno estaba cubierto con una espesa capa de hojas secas y ramitas que crujían bajo sus pies. Al llegar a unos tres metros de la lona, lo detuvo la voz ronca de un hombre.

¡Alto! ¡Tengo una pistola, cabrones!

Bosch se quedó helado, con la vista fija en la lona. Se había quedado en un punto ciego. No veía al hombre que le había gritado, aunque seguramente tampoco podía verlo a él. Finalmente decidió arriesgarse.

Yo también tengo una -replicó-. Y una placa.

¿Policía? ¡Yo no he llamado a la policía!

Su voz tenía un tono histérico, por lo que Bosch sospechó que estaba tratando con uno de los vagabundos que habían sido expulsados de los centros psiquiátricos durante los grandes recortes de presupuesto de los años ochenta. La ciudad estaba plagada de ellos. En cada esquina había al menos uno pidiendo limosna; dormían debajo de los pasos elevados y vivían como termitas en los bosques de las colinas, en miserables chabolas a pocos metros de mansiones millonarias.

Pasaba por casualidad -chilló Bosch-. Si guardas tu pistola, yo me guardo la mía. -Harry supuso que el hombre de la voz atemorizada ni siquiera iba armado.

Vale.

Bosch abrió la funda de la pistola que llevaba bajo el brazo, pero no la sacó. Lentamente dio los últimos pasos hasta el tronco de la acacia. Bajo la lona descubrió a un hombre de pelo largo y gris sentado en una manta con las piernas cruzadas. Llevaba barba y lucía una camisa hawaiana de seda azul. Sus ojos eran los de alguien un poco ido. Bosch en seguida le miró las manos, pero no vio ningún arma. Entonces se relajó un poco y lo saludó con la cabeza.

Hola -dijo Bosch.

Yo no he hecho nada.

Ya lo sé.

Bosch miró a su alrededor. Había ropa y toallas dobladas, una pequeña mesa plegable con una sartén, unas velas, latas de comida, dos tenedores y una cuchara. Al no ver ningún cuchillo; Harry dedujo que el hombre se lo había escondido en la camisa o bajo la manta. Encima de la mesa también había una botella de colonia, con la que el vagabundo había perfumado generosamente el refugio. En el suelo, Harry vio un viejo cubo lleno de latas de aluminio, una pila de periódicos y un libro de bolsillo muy manoseado, titulado Forastero en tierra extraña.

Bosch se agachó frente al hombre como un receptor de béisbol, para poder hablarle desde la misma altura. A continuación miró hacia la parte exterior del claro, donde descubrió que el hombre arrojaba lo que no necesitaba. Al pie de otra acacia, entre bolsas de basura y restos de ropa, había una bolsa marrón y verde, abierta como un pescado destripado. Harry volvió a mirar al hombre y se dio cuenta de que llevaba otras dos camisas hawaianas debajo de la de seda azul con chicas haciendo surf. Sus pantalones estaban sucios, pero llevaba la raya demasiado planchada para un vagabundo. Los zapatos también estaban demasiado nuevos para pertenecer a un hombre que vivía en los bosques. Bosch dedujo que aquellos zapatos habían dejado algunas de las huellas del camino; las de los tacones nuevos.

Qué camisa tan bonita -comentó Bosch.

Es mía.

Ya lo sé. Sólo he dicho que era bonita. ¿Cómo te llamas?

George.

¿George qué más?

Lo que tú quieras.

Vale, George lo-que--quieras, ¿por qué no me hablas de esa bolsa y esta ropa que llevas? Y de los zapatos. ¿De dónde han salido?

Me la entregaron. Ahora es mía.

¿Qué quieres decir?

Pues que me la entregaron. Eso quiero decir. Me la dieron toda a mí.

Bosch sacó sus cigarrillos, cogió uno y le ofreció el paquete al hombre, pero éste lo rechazó.

No fumo. Tardaba medio día en reunir las latas para comprar un paquete; por eso lo dejé.

Bosch asintió.

¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí, George?

Toda mi vida.

¿Cuándo te echaron de Camarillo?

¿Quién te lo ha dicho?

Bosch lo había deducido porque Camarillo era el psiquiátrico más cercano.

Me lo han dicho y basta. ¿Cuánto tiempo hace?

Si te han dicho una cosa, ya sabes el resto. ¿Te crees que soy tonto?

Está claro que no. Y la bolsa y la ropa, ¿cuándo te la «entregaron»?

No lo sé.

Bosch se levantó y se acercó a la bolsa. En el asa había una etiqueta de identificación. Al darle la vuelta, leyó el nombre y la dirección de Anthony Aliso. La bolsa estaba encima de una caja de cartón que se había roto al caer por la pendiente. Bosch le dio una patada a la caja para ver lo que decía en el lateral. «Scotch standard HS/T-yo VHS 96-count.»

Bosch dejó la caja y la bolsa donde estaban, regresó junto al hombre y volvió a acuclillarse.

¿Te la «entregaron» el viernes por la noche?

Lo que tú digas.

Lo que yo diga no. Mira, George, si quieres continuar viviendo aquí y que te deje en paz, tienes que ayudarme. Y si insistes en hacerte el loco, no me ayudas. ¿Cuándo la recibiste?

George se tocó el pecho con la barbilla, como un niño que acaba de recibir una reprimenda de su profesora.

Acto seguido cerró los ojos y se tocó los párpados con el pulgar y el índice.

No lo sé -respondió con una voz estrangulada-. Vinieron y mula dejaron. Eso es todo lo que sé.

¿Quién te la dejó?

George levantó los ojos, brillantes por la emoción, y señaló al cielo con uno de sus dedos sucios.

Cuando Bosch lo imitó, vio un retazo de cielo azul entre las copas de los árboles y soltó un suspiro, exasperado. Aquello no iba a ninguna parte.

O sea que unos hombrecillos verdes te la lanzaron desde su nave espacial, ¿no, George? ¿Es eso lo que quieres decir?

Yo no he dicho eso. No sé si eran verdes porque no los vi.

¿Pero viste la nave espacial?

No, tampoco he dicho eso. Sólo vi las luces de aterrizaje.

Bosch se quedó mirándolo.

Es de mi talla -continuó George-. Tienen un rayo invisible que te mide desde allá arriba, tú ni te das cuenta, y entonces te mandan la ropa.

Genial.

A Bosch comenzaban a dolerle las rodillas. Cuando se levantó, los huesos le crujieron.

Estoy demasiado viejo para esta mierda, George.

Ésa es una frase de poli. Cuando yo tenía mi casa, siempre veía Kojak.

Muy bien. Vamos a hacer una cosa, George. Si no te importa, me voy a llevar esa bolsa y la caja de vídeos.

Adelante. Yo no viajo. Y tampoco tengo vídeo.

Mientras Bosch se dirigía hacia la caja y la bolsa, se preguntó por qué los asesinos no las habían dejado en el Rolls. Entonces se le ocurrió que las cosas debían de haber estado en el maletero. Como tenían prisa, las habían arrojado colina abajo para poder meter a Aliso. Había sido una decisión apresurada. Un error.

Bosch cogió la bolsa por una esquina cuidando de no tocar el asa, aunque no creía que encontrara otras huellas aparte de las de George. La caja era ligera pero aparatosa, así que tendría que hacer un segundo viaje. Al volver la vista hacia el vagabundo, Harry decidió no amargarle el día.

George, de momento puedes quedarte la ropa.

Vale, gracias.

De nada.

Mientras subía por la pendiente, Bosch pensó en que debería acordonar la zona y llamar a Investigaciones Científicas para que siguieran los pasos de rigor. Pero no podía. Si lo hacía, se descubriría que había continuado una investigación de la que le habían expulsado.

Cuando llegó a la cima, el tema había dejado de preocuparle. Había encontrado una nueva pista, lo cual le inspiró un plan. Inmediatamente Bosch comenzó a esbozarlo en su cabeza. Estaba entusiasmado. Al pisar el asfalto de la carretera, le pegó un puñetazo al aire y echó a correr hacia su coche.


Bosch pulió los detalles de su plan mientras se dirigía a Hidden Highlands. Hasta entonces Harry había sido como un corcho a la deriva en el océano del caso. Las corrientes lo habían arrastrado sin que él lograra controlar la situación. No obstante, las cosas habían cambiado. En ese momento Harry tenía una idea que, con un poco de suerte, le permitiría atrapar a Verónica Aliso.

Cuando llegó a Hidden Highlands, Nash estaba en la garita. El guarda salió y se agachó para saludar.

Buenos días.

¿Qué tal, Nash?

Regular. Su gente anda por ahí revolucionando al personal.

Ya, bueno. ¿Qué le vamos a hacer?

Nada, supongo. ¿Va a reunirse con ellos o viene a ver a la señora Aliso?

Vengo a ver a la señora del castillo.

Bien. A lo mejor así me deja en paz. Voy a avisarla.

¿Es que no le deja en paz?

No, ha estado llamando para saber por qué llevan toda la mañana hablando con los vecinos.

¿Y qué le ha dicho?

Pues que la policía está haciendo su trabajo y que en una investigación de homicidio tiene que hablar con mucha gente.

Muy bien. Hasta ahora.

Nash se despidió y le abrió la verja. Bosch se dirigió a la mansión de Aliso, pero antes de llegar vio a Edgar que salía de la casa de al lado. Bosch detuvo el coche y le indicó que se acercara.

Harry.

Jerry, ¿has encontrado algo?

No, no mucho. Da igual investigar en estos barrios ricos que en las peores zonas. Nadie quiere hablar, nadie vio nada. Estoy harto.

¿Dónde está Kiz?

Recorriendo a pie el otro lado de la calle. Nos reunimos en la comisaría y cogimos un solo coche. Por cierto, Harry, ¿qué te parece?

¿Kiz? Muy buena detective.

No, no me refiero a eso. Ya sabes… ¿qué te parece?

Bosch se lo quedó mirando.

¿Quieres decir ella y tú?

Sí, ella y yo.

Bosch sabía que Edgar se había divorciado hacía seis meses y comenzaba a sacar la cabeza del hoyo. No obstante, también sabía algo sobre Kiz que no tenía derecho a contarle.

No lo sé, Jerry. Es mejor no liarse con compañeros de trabajo.

Sí, puede ser -convino Edgar-. ¿Vas a ver a la viuda?

Sí.

¿Quieres que vaya contigo? Nunca se sabe; si se imagina que sospechamos de ella, a lo mejor intenta escaparse. O pegarte un tiro.

Lo dudo. Es demasiado fría para reaccionar así. Pero vamos a buscar a Kiz. Tengo un plan y os necesito a los dos.


Verónica Aliso los aguardaba en la puerta.

Estoy esperando a que me den una explicación. ¿Se puede saber qué está pasando?

Lo siento, señora Aliso -se disculpó Bosch-. Hemos estado muy ocupados.

Verónica Aliso los hizo pasar.

¿Quieren tomar algo? -preguntó mientras los conducía al salón.

No, gracias.

Habían acordado que Bosch fuera el único en hablar. Rider y Edgar intentarían intimidarla con su silencio y sus miradas gélidas.

Bosch y Rider se sentaron en el mismo sitio que la primera vez, y Verónica Aliso hizo lo propio. En cambio Edgar permaneció de pie, lejos del sofá. Tras apoyarse en la repisa de la chimenea, puso cara de preferir estar en cualquier otra parte del planeta ese sábado por la mañana.

Verónica Aliso vestía tejanos, una camisa clásica azul celeste y unas botas sucias de trabajo. Llevaba el pelo recogido en un moño y estaba muy guapa, a pesar de que no se había arreglado mucho. Bosch se fijó en las pecas de su escote. Él sabía por el vídeo que continuaban hasta el pecho.

¿Interrumpimos algo? -preguntó Bosch-. ¿Iba usted a salir?

Quería ir a los establos de Burbank, donde tengo un caballo. El cadáver de mi marido fue incinerado y voy a llevar las cenizas al campo. A Tony le encantaba el campo…

Bosch asintió con aire grave.

Bueno, no tardaremos mucho. Ya habrá visto que hemos estado hablando con los vecinos. Es sólo una encuesta de rutina. Nunca se sabe; tal vez alguien vio algo, un coche delante de la casa que no debería haber estado allí… no sé.

Yo me habría dado cuenta.

Ya… Me refería a cuando usted no estaba aquí. Si hubiera entrado alguien, usted no lo habría sabido.

¿Y cómo habrían entrado en la urbanización?

Es poco probable, ya lo sé. Pero de momento es todo lo que tenemos.

Ella frunció el ceño.

¿Nada más? ¿Y eso que me dijeron el otro día? ¿Lo del hombre de Las Vegas?

Lo siento mucho, señora Aliso, pero nos equivocamos de camino. Las primeras pistas sobre su marido parecían apuntar en esa dirección, pero la cosa no funcionó. Ahora creemos que vamos por el buen camino y queremos recuperar el tiempo perdido.

Ella parecía muy sorprendida.

No lo entiendo. ¿Qué quiere decir con que se equivocaron de camino?

Sí, bueno, se lo puedo explicar, si le interesa. Pero tiene que ver con su marido y algunos asuntos bastante desagradables.

Detective, en los últimos días me he preparado para cualquier cosa. Cuéntemelo.

Bueno, tal como le indiqué en nuestra última visita, su marido estaba involucrado con una gente muy peligrosa de Las Vegas. Creo que mencioné los nombres: Joey El Marcas y Luke Goshen.

No me acuerdo. -Ella mantuvo la mirada de asombro.

Bosch tenía que admitir que era buena actriz. Tal vez no había triunfado en el cine, pero podía actuar cuando lo necesitaba.

Para ser claros, eran mafiosos, miembros de una organización criminal de Las Vegas -prosiguió Bosch-. Y parece que su marido llevaba mucho tiempo trabajando para ellos; iba a buscar dinero negro a Las Vegas y luego lo invertía en sus películas. Después de blanquearlo, se lo devolvía a la mafia, cobrando comisión. Como era mucho dinero, nos despistó. Hacienda estaba a punto de hacerle una inspección a su marido. ¿Lo sabía?

¿Una inspección? No, no me dijo nada.

Bueno, cuando descubrimos lo de la inspección, pensamos que tal vez la mafia también se había enterado y había matado a su marido para que no salieran a la luz sus actividades ilegales. Sin embargo, ahora ya no creemos que fuera así.

No lo entiendo. ¿Están seguros? A mí me parece obvio que esa gente tuvo algo que ver.

Aquí Verónica falló un poco. Su tono de voz era demasiado apremiante.

Bueno, ya le he dicho que nosotros también lo pensamos. No hemos abandonado del todo esa posibilidad, aunque de momento no encaja. El hombre que arrestamos en Las Vegas, ese tal Goshen que le mencioné, parecía culpable pero resultó tener una coartada como una roca; imposible de romper. No pudo ser él, señora Aliso. De momento todo indica que alguien se tomó muchas molestias para que pareciera que lo hizo él, pero no fue así.

Verónica Aliso negó con la cabeza. Entonces cometió su primer error de verdad; podría haber dicho que si no había sido Goshen, tenía que haber sido el otro hombre que Bosch había mencionado o algún otro mafioso.

Sin embargo, no lo hizo. En consecuencia, Bosch dedujo que ella sabía lo de Goshen. Verónica se había dado cuenta de que el plan no había funcionado y estaba pensando a la desesperada.

Entonces, ¿qué van a hacer? -preguntó finalmente.

Lo hemos soltado.

Me refiero a la investigación.

Bueno, estamos empezando un poco de cero. Ahora pensamos que tal vez fue un robo.

Pero usted dijo que no se llevaron el reloj.

Es cierto, no se lo llevaron. Sin embargo, la investigación en Las Vegas no fue una total pérdida de tiempo. Allí descubrimos que su marido llevaba mucho dinero cuando aterrizó en Los Ángeles esa noche. Lo traía para blanquearlo a través de su compañía. Era mucho; más de un millón de dólares. Lo llevaba para…

¿Un millón de dólares?

Ése fue su segundo error. Para Bosch, el énfasis en la palabra millón y su sorpresa la delataron. Verónica tenía que saber que había mucho menos dinero en el maletín de Aliso. Bosch contempló mientras ella miraba al infinito; claramente la procesión iba por dentro. Harry esperaba que estuviera preguntándose dónde estaba el resto del dinero.

-contestó él-. Verá, el hombre que le dio el dinero a su marido, el que al principio pensamos que era sospechoso, es un agente del FBI que se infiltró en la organización en la que trabajaba su marido. Por eso su coartada es tan sólida. Fue él quien nos dijo que su marido llevaba un millón de dólares. Ni siquiera cabía en el maletín, así que tuvo que meter una parte en la bolsa.

Bosch hizo una pausa, consciente de que ella estaba visualizando toda la historia. Sus ojos tenían esa mirada perdida que ya había visto en sus películas. Aunque en esa ocasión era auténtica. Todavía no había terminado la entrevista, pero ella ya estaba tramando algo. Harry lo notaba.

¿Estaba el dinero marcado por el FBI? -preguntó ella-. Quiero decir: ¿pueden localizarlo de alguna manera?

No, desgraciadamente el agente no tuvo tiempo de marcarlo. Había demasiado dinero. Pero la transacción tuvo lugar en un despacho con una cámara de vídeo, así que no hay duda; Tony se marchó de Las Vegas con un millón de dólares. Para ser exactos… -Bosch hizo una pausa para abrir su maletín y consultar rápidamente una página de una carpeta-, un millón setenta y seis mil. Todo en efectivo.

Verónica bajó la mirada al asentir. Bosch la observó, pero su concentración se vio interrumpida cuando le pareció oír un ruido en la casa. De pronto se le ocurrió que tal vez hubiera alguien más con ella. No se lo habían preguntado.

¿Ha oído eso? -preguntó Bosch.

¿Qué?

Me ha parecido oír algo. ¿Está usted sola?

Sí.

Parecía un golpe.

¿Quiere que eche un vistazo? -se ofreció Edgar.

Oh, no… -intervino Verónica rápidamente-. Em… Habrá sido el gato.

Bosch no recordaba haber visto un gato la última vez que estuvieron allí. Miró rápidamente a Kiz, que hizo un gesto casi imperceptible para indicarle que ella tampoco lo recordaba. De todos modos, Harry decidió pasarlo por alto.

Bueno, ahora ya sabe por qué hemos venido. Tenemos que hacerle unas preguntas. Puede que usted ya nos las haya contestado antes, pero, como le he dicho, estamos empezando de cero. No la entretendremos mucho, así podrá irse a los establos.

Muy bien. Adelante.

¿Le importa si me tomo un vaso de agua antes de empezar?

No, claro que no. Lo siento, debería habérselo ofrecido. ¿Alguien más quiere algo?

Yo paso -dijo Edgar.

No, gracias -contestó Rider.

Verónica Aliso se levantó y se dirigió al pasillo. Bosch le dio un poco de ventaja y después la siguió.

Sí que nos ofreció algo, pero yo le dije que no -explicó Bosch a sus espaldas-. Pensaba que no tendría sed.

Bosch la siguió hasta la cocina, donde ella abrió un armario y sacó un vaso. Bosch miró a su alrededor. Era una cocina grande con electrodomésticos de acero inoxidable, encimeras de granito negro y una zona central con un fregadero.

Del grifo ya me va bien -dijo, al tiempo que le cogía el vaso para llenarlo en el fregadero.

Bosch se apoyó en la encimera y bebió un sorbo de agua. Después vertió el resto y depositó el vaso junto a la pila.

¿No quiere más?

No, sólo era para quitar las telarañas.

Él sonrió, pero ella no.

Bueno, ¿volvemos al salón? -preguntó la señora Aliso.

Bosch la siguió y, justo antes de salir de la cocina, se volvió a mirar el suelo de baldosa gris. Sin embargo, no vio lo que esperaba.

Durante los siguientes quince minutos Bosch le hizo preguntas sobre cosas que ya habían discutido seis días antes y tenían poco que ver con la situación actual del caso. Eran los últimos toques al plan; la trampa estaba tendida y aquélla era su forma de retirarse discretamente. Cuando consideró que ya había dicho y preguntado bastante, Bosch cerró la libreta en la que había tomado unos apuntes que no volvería a leer, y se levantó. Harry le dio las gracias a Verónica Aliso por su paciencia y ésta acompañó a los tres detectives hasta la puerta. Cuando Bosch traspasó el umbral, ella lo detuvo. A Harry no le sorprendió; la viuda también tenía un papel que interpretar.

Manténgame informada, detective Bosch. Se lo ruego.

Bosch se volvió para mirarla.

Tranquila. Si pasa algo, usted será la primera en saberlo.


Bosch acercó a Edgar y Rider hasta su coche, sin hablar sobre la entrevista hasta después de aparcar.

Bueno, ¿qué opináis? -preguntó Harry mientras sacaba el tabaco.

Que el anzuelo está echado -contestó Edgar.

-convino Rider-. La cosa se pone interesante.

¿Y el gato? -dijo Bosch después de encender un cigarrillo.

¿Qué? -preguntó Edgar.

El ruido de la casa. Ella dijo que era el gato, pero en la cocina no había ningún cuenco con comida.

A lo mejor están fuera -sugirió Edgar.

Bosch negó con la cabeza.

La gente que tiene gatos en casa les da de comer dentro -explicó Bosch-. Aquí en la montaña no puedes dejarlos salir, por los coyotes. A mí personalmente no me gustan los gatos. Soy alérgico y siempre noto si hay uno cerca, así que no creo que sea cierto. Kiz, tú no viste ningún gato, ¿verdad?

No, y eso que me pasé todo el lunes ahí dentro.

¿Crees que era el tío? -preguntó Edgar-. ¿El que lo planeó todo con ella?

Puede ser. Creo que allí había alguien. Tal vez su abogado.

No, los abogados no se esconden de esa manera; dan la cara.

Cierto.

¿Deberíamos quedarnos a vigilar para ver quién sale? -preguntó Edgar.

Bosch reflexionó un instante.

No -contestó finalmente-. Si nos ven, descubrirán que lo del dinero es un cebo; es mejor dejarlo. Venga, salgamos de aquí. Tenemos que prepararnos.

Загрузка...