VII

Durante su estancia en Vietnam, la misión principal de Bosch había sido luchar en la red de túneles que se extendía bajo los pueblos de la provincia de Cu Chi; sumergirse en las profundidades que los soldados llamaban «el eco negro» y regresar vivo. No obstante, el trabajo en el interior de las galerías subterráneas era rápido, de modo que entre misiones Bosch pasaba muchos días en la jungla, luchando y esperando. En una de esas ocasiones, él y un puñado de hombres quedaron aislados de su unidad. Bosch pasó una noche sentado en la hierba alta, espalda contra espalda con un chico de Alabama llamado Donnel Fredrick, mientras todos oían los pasos de una compañía del Vietcong y esperaban en silencio a que el enemigo los encontrase. No podían hacer otra cosa, ya que los vietnamitas los superaban en número. Durante la espera, los minutos se les antojaron horas. Sin embargo, todos sobrevivieron, aunque Donnel murió más tarde en una trinchera, herido por un impacto de mortero disparado desde su propio bando. Bosch siempre había pensado que esa noche en la hierba alta vivió lo más parecido a un milagro.

A menudo, cuando estaba solo en una guardia o en una situación de peligro, Bosch recordaba aquella noche. Por eso le vino a la memoria en ese momento, mientras esperaba sentado con las piernas cruzadas y apoyado en el eucalipto a diez metros del refugio de George, el vagabundo. Encima de su ropa, Harry llevaba una especie de poncho de plástico que solía guardar en el maletero de su coche. Las chocolatinas que tenía eran de la marca Hershey, con almendras, las mismas que había comido en la jungla tantos años atrás. Y como aquella noche en la hierba alta, el tiempo que permaneció inmóvil se le hizo eterno. Estaba oscuro, sólo un tenue rayo de luna iluminaba la lona azul, y Bosch seguía a la espera. Le apetecía un cigarrillo, pero no podía arriesgarse a encender un mechero en la oscuridad. De vez en cuando le parecía oír a Edgar en su puesto veinte metros a su derecha, aunque no podía estar seguro de que se tratara de su compañero y no de un ciervo o un coyote.

George le había dicho que había coyotes. El vagabundo se lo había advertido cuando Bosch lo metió en el asiento de atrás del coche para llevarlo al hotel donde iba a pasar la noche. Afortunadamente a Harry no le daban miedo los coyotes.

No había sido fácil lograr que el anciano se marchara. George estaba convencido de que habían venido a llevárselo a Camarillo. Y allí era adonde debería haber ido, pero la institución no lo admitía sin un certificado aprobado por el gobierno. Así que el vagabundo iba a alojarse un par de noches en el hotel Mark Twain de Hollywood. No era un mal sitio; Bosch había vivido allí más de un año mientras reconstruían su casa. La peor habitación del hotel era diez veces mejor que una lona en el bosque. No obstante, Bosch sabía que George tal vez no compartiera ese punto de vista.

A las once y media, el tráfico en Mulholland se había reducido a un coche cada cinco minutos. Bosch no los veía debido al desnivel del terreno y la espesura de los matorrales, pero los oía y veía sus faros, que iluminaban el follaje por encima de su cabeza. En ese momento Bosch estaba alerta porque un coche había pasado dos veces, una en cada dirección. Se notaba que era el mismo vehículo porque el motor iba un poco estrangulado.

De pronto el coche volvió a pasar por tercera vez. Bosch escuchó con atención el ruido del motor, al que se añadió el sonido de los neumáticos sobre la grava, señal de que había salido al arcén. Acto seguido el motor se detuvo y el silencio subsiguiente se vio puntuado por el ruido de una puerta al abrirse y cerrarse a continuación. Harry se acuclilló lentamente, pese al dolor que le producía esa postura en las rodillas, y se preparó para entrar en acción. Escudriñó la oscuridad a su derecha, donde estaba Edgar, pero no vio nada. Después miró hacia la cima de la pendiente y esperó.

Al cabo de unos instantes Harry vio una luz que recorría los matorrales. El haz de una linterna apuntaba hacia abajo y oscilaba de izquierda a derecha mientras su portador descendía cautelosamente por la pendiente en dirección al refugio. Bajo el poncho, Bosch sostenía la pistola con una mano y una linterna con la otra. Tenía el pulgar apoyado en el interruptor, listo para encenderla.

El haz de luz dejó de moverse. Bosch supuso que el sospechoso había hallado el lugar donde tendría que haber estado la bolsa. Tras un momento de vacilación, recorrió el bosque con la linterna, iluminando a Bosch durante una fracción de segundo. Sin embargo, la luz no volvió a él, sino que se detuvo en la lona azul, tal como Harry había supuesto que ocurriría. Luego el individuo comenzó a avanzar, siempre guiado por la linterna. El hombre -si es que se trataba de un hombre- tropezó al acercarse al hogar de George y, unos instantes más tarde, desapareció tras el plástico azul. Bosch sintió una descarga de adrenalina por todo el cuerpo. Una vez más, se acordó de Vietnam. En esa ocasión evocó los túneles: atacar al enemigo en la oscuridad, con la consiguiente sensación de terror y emoción. Harry sólo había admitido esto último cuando logró salir sano y salvo de aquel infierno. Y en parte para reemplazar esa sensación, se había unido a la policía.

Con la esperanza de que no le crujieran las rodillas, Bosch se puso en pie muy despacio con la vista fija en la luz de la linterna. Edgar y él habían colocado la bolsa debajo de la lona después de rellenarla con papel de periódico arrugado. Bosch comenzó a avanzar hacia el refugio lo más silenciosamente posible. En teoría, mientras él se acercaba por la izquierda, Edgar lo hacía por la derecha. Sin embargo, la oscuridad le impedía comprobarlo.

Bosch estaba a tres metros de distancia y oía la respiración acelerada de la persona bajo la lona. A continuación oyó el ruido de una cremallera que se abría, seguido de una exclamación.

¡Mierda!

Bosch se acercó y reconoció la voz justo al llegar a la parte descubierta del refugio. Acto seguido, apuntó su arma y su linterna en esa dirección.

¡Alto! ¡Policía! -gritó Bosch, al tiempo que encendía la linterna-. De acuerdo, sal de ahí, Powers.

Casi inmediatamente se encendió una linterna a la derecha de Bosch.

¿Qué coño…? -comenzó a decir Edgar.

Enfocado por ambas linternas estaba el agente Ray Powers. El corpulento policía, vestido de uniforme, sostenía su propia linterna de patrulla en una mano y la pistola en la otra. Powers se había quedado boquiabierto, con una expresión de asombro total.

Bosch, ¿qué coño haces aquí? -exclamó.

Eso digo yo, Powers -replicó Edgar, furioso-. ¿Sabes qué coño has hecho? Te has metido en una… ¿Qué hacías aquí, tío?

Powers bajó el arma y la enfundó.

Estaba… Bueno, me avisaron. Alguien debió de veros escondiéndoos por aquí. Me dijeron que había dos tíos merodeando por el bosque.

Bosch se alejó del refugio sin bajar su pistola.

Sal de ahí, Powers -le ordenó.

Powers obedeció. Bosch le apuntó con la linterna en la cara.

¿Y el aviso? ¿Quién lo dio?

Un tío que pasaba en coche por la carretera. Debió de veros por aquí. ¿Quieres quitarme eso de la cara?

Bosch no le hizo caso.

¿Entonces qué? -preguntó-. ¿A quién llamó?

Después de llevar a Bosch y Edgar hasta allí, la misión de Rider era aparcar en una calle cercana y escuchar la radio de la policía. Bosch sabía que, de haberse producido esa llamada, la detective habría anulado la visita de la patrulla diciéndoles que se trataba de una operación de vigilancia.

No llamó. Yo iba en el coche y el tío me paró.

¿Te dijo que acababa de vernos?

Eh… no. Me paró hace un rato, pero no he podido comprobarlo hasta ahora.

Bosch y Edgar se habían apostado en el bosque a las dos y media. A esa hora era de día y Powers todavía no estaba de servicio. El único coche en la zona era el de Rider. Bosch sabía que Powers mentía y todo comenzaba a cobrar sentido: el hallazgo del cadáver, la huella en el maletero, el Pepper Spray y la razón por la cual le habían quitado las ligaduras de las muñecas. Todo estaba allí, en los detalles.

¿Cuánto tiempo hace? -insistió Bosch.

Bueno, justo después de empezar mí ronda. No me acuerdo de la hora.

¿Era de día?

Sí. ¡Baja ya la linterna!

Bosch siguió sin hacerle caso.

¿Cómo se llamaba el ciudadano que nos vio?

No me dio su nombre. Era un tío en un jaguar que me paró en el cruce de Laurel Canyon y Mulholland. Me contó lo que había visto y yo le dije que lo comprobaría en cuanto pudiera. Así que vine a verlo y entonces vi la bolsa. Me imaginé que sería la del tío del maletero; vi la circular sobre el coche y el equipaje, así que sabía que lo estabais buscando. Siento baberos jodido el asunto, pero deberíais haber informado al oficial de guardia. Joder, Bosch, me estás dejando ciego.

Sí, nos lo has jodido -repitió Bosch, que finalmente dejó de apuntarle con la linterna. También bajó la pistola, pero no la enfundó sino que se la guardó debajo del poncho-. Ya no vale la pena continuar. Powers, sube hasta tu coche. Jerry, coge la bolsa.

Bosch ascendió por la colina detrás de Powers con la linterna enfocada en la espalda del policía. Harry sabía que si hubieran esposado a Powers en el refugio, no podrían haberlo llevado hasta la carretera debido a la pronunciada pendiente y a que el agente podría haber ofrecido resistencia. Por eso tuvo que engañarlo y hacerle pensar que no pasaba nada.

En la cima de la colina, Bosch esperó a que Edgar llegara antes de actuar.

¿Sabes lo que no entiendo, Powers?

¿Qué?

No entiendo por qué esperaste hasta la noche para comprobar una queja que recibiste durante el día. ¿Te dicen que dos personas sospechosas están merodeando por los bosques y tú decides esperar hasta que oscurezca para ir a comprobarlo tú solo?

Ya te lo he dicho. No he tenido tiempo.

Y una mierda, Powers -le espetó Edgar, que o bien acababa de comprender o le había seguido el juego a Bosch perfectamente.

Los ojos de Powers se apagaron al concentrarse en lo que debía hacer. Harry aprovechó el momento para apuntar su pistola entre esos dos portales vacíos.

No pienses tanto, Powers; se acabó -le anunció-. Ahora estate quieto. ¿Jerry?

Edgar se acercó por la espalda y le arrebató la pistola a Powers. Tras arrojarla al suelo, le agarró las manos y lo esposó. Cuando hubo terminado recogió el arma. A Bosch le pareció que Powers seguía retraído, con la mirada totalmente ausente. De pronto el policía volvió a la realidad.

Estáis locos. La habéis cagado de verdad -afirmó con rabia contenida.

Ya lo veremos. Jerry, ¿lo tienes? Quiero llamar a Kiz.

Adelante. Lo tengo cogido por los huevos -respondió Edgar-. Espero que intente escapar. Anda, Powers, a ver si me alegras el día.

¡Vete a la mierda, Edgar! No sabéis lo que hacéis. ¡Os la vais a cargar! ¡Os la vais a cargar con todo el equipo!

Edgar no replicó. Bosch se sacó el walkie-talkie del bolsillo y pulsó el botón para hablar.

Kiz, ¿estás ahí?

Sí.

Ven aquí. Rápido.

Voy.

Bosch se guardó el walkie-talkie y todos permanecieron en silencio un minuto hasta que vieron la luz azul de la sirena de Rider. Harry se acercó. La luz intermitente iluminaba las copas de los árboles del bosque. Bosch se dio cuenta de que desde abajo, desde el refugio de George, podía parecer que las luces vinieran del cielo. En ese momento lo vio todo claro. La nave espacial de George había sido el coche patrulla de Powers y el secuestro una parada de inspección de la policía; la forma ideal de detener a un hombre que llevaba casi medio millón de dólares en efectivo. Powers se había limitado a esperar el Rolls blanco de Aliso, seguramente en el cruce de Mulholland y Laurel Canyon. Luego lo había seguido y había encendido las luces al llegar a aquella curva solitaria. Tony debió de pensar que iba demasiado rápido y se detuvo.

Rider aparcó detrás del coche patrulla, y Bosch fue a hablar con ella.

¿Qué ha pasado? -preguntó Rider.

Powers. Es Powers.

Dios.

Sí. Quiero que tú y Jerry lo llevéis a la comisaría. Yo os seguiré en el coche patrulla.

Bosch regresó con Edgar y Powers.

Vale, vámonos.

Acabáis de perder vuestros trabajos -amenazó Powers-. La habéis cagado.

Nos lo cuentas en la comisaría.

Cuando cogió a Powers del brazo, Bosch notó su musculatura. Edgar y él lo metieron en el asiento de atrás del coche de Rider y Edgar se sentó junto a él. Bosch asomó la cabeza por la puerta abierta para darles instrucciones.

Quitádselo todo y encerradlo en una de las salas de interrogación. No os olvidéis de la llave para las esposas -les recordó-. Yo os sigo en el coche.

Dicho eso, Bosch cerró la puerta y golpeó dos veces en el techo del vehículo. Acto seguido se dirigió al coche patrulla, depositó la bolsa de Aliso en el asiento de atrás y se sentó al volante. Cuando Rider arrancó, Bosch la siguió a toda velocidad hacia Laurel Canyon.


Billets tardó menos de una hora en presentarse. Cuando llegó, los tres detectives estaban sentados en la mesa de Homicidios. Bosch estaba repasando el expediente del caso con Rider, que tomaba notas en una libreta. Edgar, por su parte, estaba escribiendo a máquina. La teniente entró con un ímpetu y una mirada acorde con las circunstancias. Bosch aún no había hablado con ella, porque había sido Rider quien la había avisado.

¿Qué me estás haciendo? -preguntó Billets, taladrando a Bosch con la mirada.

La teniente se dirigía a Bosch porque era el jefe del equipo y la responsabilidad de aquella posible catástrofe caería enteramente sobre él. A Harry no le importaba, no sólo porque le parecía justo, sino porque en la media hora que había tenido para repasar el expediente y las demás pruebas del caso, su confianza había ido en aumento.

¿Que qué le estoy haciendo? Le he traído a su asesino.

Te dije que llevaras una investigación discreta y cuidadosa -respondió Billets-. ¡No que montaras una operación chapucera y detuvieras a un poli! No me lo puedo creer.

Billets se puso a caminar arriba y abajo, sin mirarlos a los ojos. La oficina de detectives estaba vacía a excepción de ellos cuatro.

Es Powers, teniente -le informó Bosch-. Si se calma, podremos…

Ah, ¿conque es él? ¿Y tienes pruebas? ¡Genial! Ahora mismo llamo al fiscal para qué tome nota de los cargos. Por un momento creí que habíais trincado a este hombre sin apenas tener pruebas contra él. -Billets se paró y fulminó a Bosch con la mirada.

En primer lugar, detenerlo fue una decisión mía -explicó Bosch con toda la calma posible-. Y tiene razón, todavía no tenemos suficientes pruebas para llamar al fiscal, pero las conseguiremos. No me cabe ninguna duda de que Powers es nuestro hombre. Fueron él y la viuda.

Vaya, me alegro de que a ti no te quepa ninguna duda, pero tú no eres el fiscal ni el maldito jurado.

Bosch no respondió porque era inútil. Tenía que esperar a que se disipara la rabia de la teniente antes de poder hablar con tranquilidad.

¿Dónde está? -quiso saber Billets.

En la sala tres -contestó Bosch.

¿Qué le habéis dicho al oficial de guardia?

Nada, porque ocurrió al final del turno. Powers iba a recoger la bolsa de Aliso y luego a fichar, así que pudimos encerrarlo mientras estaban pasando lista para el siguiente turno y no había nadie por los pasillos. Yo aparqué su coche y dejé la llave en la oficina de guardia. Le dije al teniente que estaba de servicio que íbamos a usar a Powers para un pequeño registro porque necesitábamos a un agente de uniforme. Él me contestó que de acuerdo y supongo que se fue a casa. Que yo sepa, nadie sabe que lo tenemos ahí.

Billets reflexionó un instante. Cuando habló, parecía más tranquila; más como la persona que normalmente ocupaba el despacho acristalado.

De acuerdo. Voy a pasarme por allí a buscar café, a ver si me preguntan por él. Cuando vuelva, quiero hablar de todo esto con detalle para ver qué tenemos.

Billets se dirigió lentamente hacia el pasillo al fondo de la oficina de detectives. Bosch la contempló mientras se alejaba y después marcó el número de la oficina de seguridad del Mirage. Tras dar su nombre a la persona que contestó, le dijo que tenía que hablar urgentemente con Hank Meyer.

Cuando el hombre mencionó que eran más de las doce, Bosch insistió en que era una emergencia y le aseguró que Meyer estaría dispuesto a hablar con él. Bosch le dio todos los números donde podría localizarlo, empezando con su teléfono de la comisaría, y colgó. Después volvió a repasar la documentación del caso.

¿Has dicho que está en la tres?

Bosch levantó la vista y asintió. Billets había vuelto con una taza de café humeante.

Quiero echarle un vistazo.

Bosch la acompañó por el pasillo hasta llegar a las cuatro puertas que daban a las salas de interrogación. Las puertas número uno y dos estaban a la izquierda; la tres y la cuatro a la derecha, a pesar de que no había una sala número cuatro. Aquella puerta daba a un pequeño cubículo con una ventana de cristal que permitía observar la sala tres. Al otro lado del cristal había un espejo. Billets entró en la sala cuatro y vio a Powers sentado en una silla directamente enfrente del espejo, tieso como una vara. Tenía las manos esposadas a la espalda; todavía llevaba el uniforme, pero le habían quitado el cinturón. Powers miraba directamente su imagen en el espejo, lo cual producía un efecto un poco siniestro en la sala cuatro. Parecía que los estuviera mirando directamente a los ojos, como si no hubiera nada que los separase.

Billets miró a aquel hombre con la vista fija en ella.

Ya sabes que hay mucho en juego -susurró.

-contestó Bosch.

Los dos permanecieron un rato en silencio hasta que Edgar abrió la puerta para anunciar que Hank Meyer estaba al teléfono. Bosch regresó a la oficina y le pidió a Meyer lo que necesitaba. Meyer le contestó que estaba en casa y tendría que ir al hotel, pero que lo llamaría lo antes posible. Bosch le dio las gracias y colgó. Para entonces, Billets se había sentado en una de las sillas de la mesa de Homicidios.

Vale -dijo-. Contadme exactamente qué ha pasado.

Bosch, que seguía siendo el responsable, se pasó los siguientes quince minutos narrando cómo había encontrado la bolsa de Tony Aliso, cómo le había tendido la trampa a Verónica y esperado en el bosque de Mulholland hasta que apareció Powers. Luego le dijo que la explicación que Powers les había dado no tenía ningún sentido.

¿Qué más ha dicho? -preguntó Billets al final.

Nada. Jerry y Kiz lo metieron en la sala y ya está.

¿Y qué más tenéis?

Para empezar, tenemos su huella en el interior de la puerta del maletero. También tenemos pruebas de su asociación con la viuda.

Billets arqueó las cejas, sorprendida.

En eso estábamos trabajando cuando usted llegó. El domingo por la noche, al buscar el nombre de la víctima en el ordenador, a Jerry le salió una denuncia de robo. Alguien entró en la casa de Aliso en el mes de marzo. Jerry encontró el informe, pero no parecía guardar conexión con el caso; era un robo normal y corriente. Sin embargo, el agente que recibió la denuncia de la señora Aliso era Powers. Creemos que la relación comenzó con el robo; ahí es donde se conocieron. Después de eso, tenemos la lista de entradas y salidas de la garita del guardia. En la lista están anotadas las rondas que hizo la policía en Hidden Highlands con el número del coche patrulla. La lista muestra que el vehículo asignado a Powers había estado patrullando la urbanización dos o tres noches a la semana, las mismas que sabemos por sus tarjetas de crédito que Tony estaba fuera de la ciudad. Creemos que iba a verse con Verónica.

¿Qué más? -preguntó la teniente-. De momento sólo tenéis un montón de casualidades.

Las casualidades no existen -dijo Bosch-. No como éstas.

Continúa.

Como le decía, la historia de Powers de por qué fue al bosque no tiene sentido. Bajó a buscar la bolsa de Aliso y la única forma de que supiera que valía la pena volver a por ella era a través de Verónica. Es él, teniente. Él es el asesino.

Billets meditó un momento. Bosch creía que sus argumentos comenzaban a convencerla, pero aún tenía otra carta en la manga.

Hay otra cosa. ¿Recuerda nuestro problema con Verónica? No sabíamos cómo podía haber salido de Hidden Highlands sin que apareciera en la lista de entradas y salidas.

Sí.

Pues bien, la lista muestra que la noche del asesinato, el coche de Powers entró a patrullar en dos ocasiones. Las dos veces fue cosa de entrar y salir. La primera vez entró a las diez y salió a las diez y diez. La segunda entró a las once cuarenta y ocho y salió cuatro minutos más tarde. En la lista constaba como una patrulla de rutina.

¿Y qué?

La primera vez entró y la recogió a ella. Verónica se ocultó en el suelo del asiento de atrás. Fuera estaba oscuro y el guarda sólo vio a Powers que volvía a salir. Los dos esperaron a Tony, se lo cargaron y después Powers la llevó a casa, lo cual explica la segunda entrada.

Parece que encaja -opinó Billets, asintiendo con la cabeza-. ¿Cómo ves el asesinato en sí?

Siempre habíamos pensado que tuvieron que hacerlo dos personas. Verónica sabía en qué vuelo llegaba Tony; eso les permitió calcular la hora. Powers la fue a buscar y los dos se plantaron en el cruce de Laurel Canyon y Mulholland a esperar al Rolls blanco, que debió de pasar alrededor de las once. Powers siguió a Tony hasta la curva cerca del bosque, encendió las luces del coche patrulla y le indicó que se detuviera, como si se tratara de un control de la policía. Entonces le ordenó a Tony que saliera del coche y se dirigiera al maletero, que tal vez abrió Tony o tal vez Powers después de esposarlo. De cualquier forma, Powers descubrió entonces que tenía un problema: la bolsa y la caja de vídeos no le dejaban mucho espacio libre. Powers no tenía demasiado tiempo porque un coche podría aparecer por detrás y descubrirlos, así que cogió la bolsa y la caja y las arrojó colina abajo. Entonces le dijo a Tony que se metiera en el maletero. Tony quizá se negó y se resistió un poco. Total, que Powers lo roció con su Pepper Spray y lo metió en el maletero. Quizá Powers le quitó los zapatos en ese momento, para evitar que hiciera ruido ahí dentro.

Aquí entra Verónica -prosiguió Rider-. La viuda condujo el Rolls mientras Powers la seguía en el coche patrulla. Los dos sabían adónde iban. Necesitaban un lugar donde el coche no pudiera ser hallado en varios días, a fin de que Powers tuviera tiempo de ir a Las Vegas, colocarle la pistola a Goshen y dejar un par de pistas más, como la llamada anónima a la Metro. La llamada e-a lo que iba a señalar a Luke Goshen como culpable, no las huellas dactilares. Eso fue un golpe de suerte para ellos. Bueno, me estoy adelantando. Decía que Verónica condujo el Rolls y Powers la siguió hasta el claro que da al Hollywood Bowl. Ella abrió el maletero y Powers hizo el trabajo sucio. O tal vez él le pegó un tiro y la obligó a ella a pegar el segundo. De esa manera eran cómplices de verdad, hermanos de sangre.

Billets asintió con semblante serio.

Parece un poco arriesgado. ¿Y si a él lo llamaban por la radio? Todo el plan se habría ido a la porra.

Ya lo habíamos pensado, así que Jerry habló con la oficina de guardia. Gómez, el oficial de servicio esa noche, recuerda que Powers tuvo un turno tan ajetreado que no cenó hasta las diez. Luego no supo nada de él hasta el final del turno de vigilancia.

Billets volvió a asentir.

¿Y las huellas de los zapatos? ¿Son suyas?

Ahí Powers ha tenido suerte -intervino Edgar-. Hoy lleva unas botas nuevas, como si se las acabara de comprar.

Mierda.

-convino Bosch-. Creemos que ayer vio las huellas en el Cat & Fiddle y hoy se ha comprado unas botas nuevas.

Vaya, hombre…

Bueno, todavía queda la posibilidad de que no se haya deshecho de las viejas. Estamos intentando obtener una orden de registro de su casa. Ah, y tampoco tenemos tan mala suerte. Jerry, cuéntale lo del Pepper Spray.

Edgar se apoyó sobre la mesa.

Acabo de ir al cuarto de material y le he echado un vistazo al inventario. Por lo visto, el domingo Powers cogió una carga de oleo capsicum, pero luego no hizo un informe de empleo de fuerza.

O sea, que usó su aerosol, pero no se lo dijo al oficial de servicio -resumió Billets.

Eso es.

Billets repasó mentalmente todo lo que le habían contado.

De acuerdo -concluyó-. Habéis encontrado mucho en muy poco tiempo, pero de momento es todo circunstancial y puede tener una explicación. Aunque lograrais probar que él y la viuda se habían estado viendo, eso no prueba que asesinaran a Aliso. La huella dactilar del maletero puede explicarse como una torpeza en el escenario del crimen. Y tal vez sea eso.

Lo dudo -dijo Bosch.

Bueno, tus dudas no son suficientes. ¿Qué vamos a hacer?

Todavía tenemos un par de cosas en el asador. Jerry va a solicitar una orden de registro basada en lo que hemos encontrado hasta ahora. Si podemos entrar en casa de Powers quizás encontremos las botas o incluso otra cosa. Ya veremos. También tengo una pista en Las Vegas. Creemos que para haber hecho todo esto, Powers tenía que haber seguido a Tony una o dos veces, para averiguar lo de Goshen y escogerlo a él como chivo expiatorio. Powers habría querido seguir a Tony de cerca, lo cual significaría alojarse en el Mirage. Y es imposible alojarse allí sin dejar rastro. Puedes pagar al contado, pero tienes que dar los datos de tu tarjeta de crédito para cubrir gastos de habitación, llamadas, cosas así. En otras palabras, no puedes registrarte bajo ningún nombre que no tengas en una tarjeta de crédito. Ahora mismo tengo a alguien comprobándolo.

Vale, ya es algo -comentó Billets. La teniente asintió con la cabeza y se tapó la boca con la mano mientras reflexionaba en silencio-. Total, que necesitamos una confesión, ¿no?

Seguramente -asintió Bosch-. A no ser que haya suerte con la orden de registro.

No vas a poder hacerle confesar. Es policía; conoce todos los trucos y leyes.

Bueno, ya veremos.

Billets y Bosch consultaron sus respectivos relojes. Era la una de la madrugada.

Nos hemos metido en un buen lío -afirmó Billets con solemnidad-. No podremos mantener esto en secreto mucho más allá del amanecer. Después, tendré que dar parte de lo que hemos descubierto y lo que no. Y si no hemos solucionado el caso, se nos caerá el pelo a todos.

Váyase a casa, teniente -le aconsejó Bosch-. Olvídese de que ha venido y déjenos la noche para trabajar. Vuelva a las nueve, con el fiscal si quiere, pero que sea alguien de confianza. Si no conoce a nadie, yo puedo avisar a alguien. Pero dénos hasta las nueve: ocho horas. Cuando usted llegue, o bien le damos el caso solucionado o usted hace lo que tenga que hacer.

Billets los miró uno por uno, respiró hondo y exhaló despacio.

Buena suerte.

Dicho esto, la teniente se marchó.


Frente a la puerta de la sala de interrogación número tres, Bosch hizo una pausa para ordenar sus pensamientos. Era consciente de que todo dependía de cómo fueran las cosas en esa sala. Tenía que conseguir que Powers confesara su crimen, lo cual no sería tarea fácil. Powers era policía y conocía todos los trucos de la profesión. Bosch tenía que encontrar algún punto débil que pudiera explotar para que el gigante se derrumbara. Sabía que sería una partida brutal, así que respiró hondo y abrió la puerta.

Bosch entró en la sala, se sentó frente a Powers y le mostró dos hojas de papel.

Vale, Powers. Vengo a informarte de la situación.

Ahórrate saliva, gilipollas. Sólo pienso hablar con mi abogado.

Bueno, para eso he venido. ¿Por qué no te calmas y hablamos del tema?

¿Que me calme? ¿Me arrestáis, me esposáis como a un maldito delincuente y luego me dejáis aquí durante una hora y media mientras decidís lo mucho que la habéis jodido? ¿Y quieres que me calme? ¿De qué vas, Bosch? No pienso calmarme. ¡Suéltame ya o dame el teléfono de una puta vez!

Bueno, ése es el problema, ¿no? Decidir si presentar cargos o no. Por eso he venido, Powers. Pensaba que tal vez tú podrías ayudarnos.

Powers no pareció prestar atención, sino que bajó la mirada y miró el centro de la mesa. Sus ojos revelaban que estaba considerando todas las posibilidades.

Esto es lo que hay -le anunció Bosch-. Si te detengo ahora, tendremos que llamar a un abogado y los dos sabemos que ahí se acabó la historia. Ningún abogado va a permitir que su cliente hable con la policía. Iremos a juicio y tú ya sabes lo que significa eso: suspensión de empleo y sueldo. Tendremos que pedir que no haya fianza y te pasarás nueve o diez semanas en la trena antes de que se arreglen las cosas a tu favor. O no. Mientras tanto, saldrás en la primera plana de todos los periódicos. Entrevistarán a tu madre, a tu padre, a tus vecinos… Bueno, ya sabes de qué va el rollo.

Bosch sacó un cigarrillo y se lo metió en la boca. No lo encendió ni le ofreció uno a Powers porque recordaba que él ya se lo había rechazado en la escena del crimen.

La alternativa a eso es sentarnos aquí e intentar aclararlo todo -prosiguió-. Ahí tienes dos hojas. Lo bueno de tratar con un policía es que no tengo que explicártelo. La primera es una hoja de derechos; ya sabes lo que es. Firmas conforme comprendes tus derechos y luego eliges. O hablas conmigo o llamas a tu abogado después de que presentemos los cargos. La segunda hoja es la renuncia a representación legal.

Powers contempló en silencio las hojas mientras Bosch ponía un bolígrafo encima de la mesa.

Te quitaré las esposas en cuanto estés listo para firmar -le prometió-. Como ves, lo malo de tratar con un policía es que no te puedo colar un farol. Ya conoces el asunto. Sabes que si firmas f la renuncia y hablas conmigo, o bien saldrás de ésta o te meterás hasta el cuello…: Puedo darte más tiempo si quieres pensártelo.

No necesito más tiempo -replicó-. Sácame las esposas.

Bosch se levantó y se colocó detrás de Powers.

¿Eres zurdo?

No.

Apenas había espacio entre la espalda de aquel hombretón y la pared. Con la mayoría de sospechosos era una posición peligrosa, pero Powers era policía y sabía que si intentaba algo, perdería cualquier posibilidad de salir de esa sala y retornar a su vida normal. También era consciente de que alguien los estaría observando desde la sala cuatro, listo para entrar si había violencia. Así pues, Bosch le quitó la esposa de la mano derecha y la cerró en torno a una de las barras metálicas de la silla.

Powers firmó las dos hojas rápidamente. Bosch intentó no dejar traslucir su alegría al ver que el policía cometía semejante error. Se limitó a guardarse el bolígrafo en el bolsillo.

Pon el brazo a la espalda.

Venga, Bosch. Trátame como un ser humano. Si vamos a hablar, hablemos.

Pon el brazo a la espalda.

Powers obedeció y soltó un suspiro de frustración. Bosch lo esposó de nuevo al respaldo de la silla y regresó a su asiento. Se aclaró la garganta mientras repasaba mentalmente los últimos detalles del caso. En aquel momento su misión era clara; tenía que hacer que Powers creyera que podía ganar, que podía salir de allí. Si lo creía, tal vez comenzaría a hablar. Y si comenzaba a hablar, Bosch pensaba que podía ganar la batalla.

Vale -comenzó Bosch-. Te lo voy a poner fácil. Si logras convencerme de que nos hemos equivocado, saldrás de aquí antes de que amanezca.

Eso es todo lo que quiero.

Bueno, sabemos que tienes una relación con Verónica Aliso anterior a la muerte de su marido. Y también sabemos que lo seguiste a Las Vegas en un mínimo de dos ocasiones antes del asesinato.

Powers mantuvo los ojos fijos en la mesa, pero Bosch era capaz de leerlos como si fueran las agujas de un polígrafo. Al mencionar Las Vegas, Harry detectó un pequeño temblor en las pupilas de Powers.

No hay duda -insistió Bosch-. Tenemos el registro del Mirage. Ahí fuiste torpe, Powers. Gracias a esa prueba podemos relacionarte con Tony Aliso en Las Vegas.

Bueno, me gusta ir a Las Vegas. ¿Qué pasa? ¿Tony Aliso también estaba? Vaya, qué casualidad. Por lo que dicen, iba allí muy a menudo. ¿Qué más tenéis?

Tenemos tu huella, la huella dactilar dentro del coche. Y el pasado domingo recargaste el Pepper Spray, pero no cumplimentaste un informe de empleo de fuerza para explicar por qué lo usaste.

Se me disparó sin querer. No hice un informe de empleo de fuerza porque no la hubo. No tenéis nada. ¿Mis huellas? Claro que las tenéis, pero yo abrí el coche, gilipollas. Yo encontré el cadáver, ¿recuerdas? Esto es un chiste, tío. Creo que más me vale llamar a mi abogado y arriesgarme. Ningún fiscal va a haceros caso con esta mierda.

Bosch hizo caso omiso de sus provocaciones.

Por último, tenemos tu pequeña expedición de esta noche. Tu explicación es absurda, Powers. Bajaste a buscar la bolsa de Aliso porque sabías que estaba allí y pensabas que había algo que tú y la viuda no habíais visto: medio millón de dólares. La única duda es si ella te avisó por teléfono o si tú estabas en la casa cuando pasamos a verla esta mañana.

Bosch se fijó en que las pupilas de Powers volvían a temblar, aunque sólo por un instante.

Ya te he dicho que quiero a mi abogado.

Supongo que eras el chico de los recados, ¿no? Verónica te envió a buscar el dinero mientras ella esperaba en la mansión.

Powers lanzó una carcajada forzada.

Eso me ha gustado: «chico de los recados». Lástima que casi no conozca a esa señora, pero lo has intentado. Muy bueno, Bosch. Tú también me gustas, pero voy a decirte una cosa. -Powers se reclinó sobre la mesa y bajó la voz-. Si alguna vez te encuentro a solas por la calle, te voy a partir la cara.

Powers se incorporó y asintió. Bosch sonrió.

¿Sabes qué? Hasta ahora no estaba seguro, pero ahora sí. Lo hiciste tú, Powers. Tú eres el asesino. Y olvídate de la calle, porque no vas a volver a ver la luz del día. Así que dime, ¿de quién fue la idea? ¿Quién sacó el tema primero: tú o ella?

Powers bajó la mirada y sacudió la cabeza.

Déjame ver si lo adivino -prosiguió Bosch-. Supongo que tú subiste a la mansión y viste todo lo que tenían, el dinero, los coches… Quizás habías oído hablar de Tony y empezaste por ahí… Estoy seguro de que fue idea tuya, Powers. Aunque tengo el presentimiento de que ella sabía que se te ocurriría. Es una tía lista; esperó a que se te ocurriera… -Bosch hizo una pausa-. ¿Y sabes qué? No tenemos ninguna prueba contra ella. Nada. La tía te manipuló perfectamente, hasta el final. Ella no irá a la cárcel mientras que tú -Bosch señaló a Powers con el dedo- vas a pagar por todo. ¿Es eso lo que quieres?

Powers se reclinó sobre la silla con una sonrisa de desconcierto.

No lo entiendes, ¿verdad? -dijo Powers-. El chico de los recados eres tú. El problema es que no tienes nada que repartir. Con lo que me has dicho no puedes colgarme lo de Aliso. Yo encontré el cuerpo, tío, y abrí la puerta del maletero. Si visteis una huella, la dejé entonces. El resto es un montón de mierda que no significa nada. Si te presentas ante un fiscal con eso, se van a reír en tu cara. Así que tráeme el teléfono, chico de los recados. Anda, date prisa.

Todavía no, Powers. Todavía no.


Bosch estaba sentado en su puesto de Homicidios con la cabeza sobre la mesa. Junto a un codo tenía una taza vacía de café y, al borde de la mesa, un cigarrillo que se había consumido por completo, dejando una nueva cicatriz en la vieja madera. Estaba solo. Eran casi las seis y un tímido rayo de sol comenzaba a asomar por las ventanas de la oficina, que estaban orientadas al norte. Harry había pasado más de cuatro horas con Powers, pero no había avanzado ni un ápice. Ni siquiera había hecho mella en su talante tranquilo. Estaba claro que el corpulento policía había ganado los primeros asaltos del combate.

Sin embargo, Bosch no dormía. Simplemente estaba descansando y esperando. Seguía concentrado en Powers. A Harry no le cabía ninguna duda; estaba seguro de que tenía al asesino esposado a esa silla. Las pocas pruebas que había conseguido apuntaban claramente al agente, pero lo que le convencía era su propia experiencia con criminales. Bosch estaba convencido de que un hombre inocente se habría asustado. Un hombre inocente no habría adoptado la actitud arrogante de Powers ni lo habría provocado de esa manera. Sólo restaba romper ese caparazón de arrogancia. Bosch estaba cansado, pero seguía animado a continuar. Lo único que le preocupaba era el tiempo; tenía el reloj en contra. Billets volvería al cabo de tres horas.

Bosch metió la colilla y las cenizas en la taza vacía y lo arrojó todo a la papelera que había debajo de la mesa. A continuación se puso en pie, encendió otro cigarrillo y dio un paseo por entre las mesas de la oficina de detectives. Quería despejarse un poco para estar listo para el siguiente asalto.

Bosch pensó en localizar a Edgar por el busca y preguntarle si él y Rider habían encontrado algo útil, pero decidió no hacerlo. Sabía que no podía perder tiempo. Además, de haber encontrado algo, ellos ya le habrían llamado.

De pie al fondo de la oficina y con estos pensamientos flotando en su cabeza, los ojos de Harry se posaron en la mesa de Delitos Sexuales. Al cabo de unos segundos se dio cuenta de que estaba mirando una Polaroid de la niña que había venido a la comisaría con su madre para denunciar que la habían violado. La foto era la primera de una pila que alguien había adjuntado a los informes sobre el caso. La detective Mary Cantu lo había dejado encima de todos sus papeles para mirárselo el lunes. Sin prestar atención, Bosch sacó la pila de fotos y comenzó a mirarlas. La niña había sido duramente maltratada. Para Bosch, los morados que había captado la cámara de Mary Cantu eran un testimonio deprimente de todo lo peor de aquella ciudad. A él siempre le había parecido más fácil tratar con víctimas muertas. Las vivas le afectaban profundamente porque nunca podían ser consoladas del todo. Siempre se quedaban con la pregunta de por qué.

A veces Bosch pensaba que Los Ángeles era un enorme desagüe donde iban a parar todas las miserias humanas. Era un lugar donde la gente buena parecía estar en minoría en comparación con la mala: los psicópatas, los tramposos, los violadores y los asesinos. Era un lugar que engendraba a alguien como Powers fácilmente. Demasiado fácilmente.

Bosch volvió a poner las fotos en su sitio, avergonzado por su voyeurismo desconsiderado del dolor de aquella niña. Luego volvió a su mesa y llamó a su casa. Hacía más de veinticuatro horas que no había pasado por allí y esperaba que Eleanor Wish contestara -había dejado la llave debajo del felpudo- o que hubiera un mensaje de ella. Después de que sonara tres veces, oyó su propia voz en el contestador diciéndole que dejara un mensaje. Bosch marcó su código para consultar sus mensajes y la máquina le dijo que no había ninguno.

Harry se quedó un rato pensando en Eleanor, con el auricular todavía en la oreja. De pronto oyó su voz.

Harry, ¿eres tú?

¿Eleanor?

Estoy aquí.

¿Por qué no contestabas?

Porque pensaba que era para ti.

¿Cuándo has llegado?

Ayer por la noche. Te estaba esperando. Gracias por dejar la llave.

De nada… Eleanor, ¿dónde has estado?

En Las Vegas. Necesitaba mi coche… cerrar mi cuenta corriente, cosas así. ¿Dónde has estado tú toda la noche?

Trabajando. Tenemos un nuevo sospechoso en la comisaría. ¿Pasaste por tu apartamento?

No, no tenía por qué. Sólo hice lo que tenía que hacer y volví.

Perdona por despertarte.

No importa. Estaba preocupada por ti, pero no quería llamarte por si estabas liado con algo.

Bosch quería preguntarle qué iba a pasar entre ellos, pero estaba tan feliz de que ella estuviera en su casa que no se atrevió a estropearlo.

No sé cuándo volveré a casa -dijo.

Bosch oyó abrirse y cerrarse las puertas del pasillo y unos pasos que se acercaban a la oficina de detectives.

¿Tienes que colgar? -preguntó Eleanor.

Em…

Edgar y Rider entraron en la oficina. Rider llevaba una bolsa de pruebas de color marrón con algo muy pesado dentro. Edgar acarreaba una caja de cartón en la que alguien había escrito la palabra «Navidad» con rotulador grueso. Sonreía de oreja a oreja.

-contestó Bosch-. Tengo que colgar.

Vale. Hasta luego.

¿Estarás ahí?

Aquí estaré.

Vale, Eleanor. En cuanto pueda iré para allá.

Bosch colgó y miró a sus dos compañeros. Edgar seguía sonriendo.

Te hemos traído tu regaló de Navidad, Harry -anunció Edgar-. Tenemos a Powers en esta caja.

¿Son las botas?

No, no había botas; es aún mejor que las botas.

Enséñamelo.

Edgar levantó la tapa de la caja y sacó un sobre de color marrón. Luego inclinó la caja para que Harry pudiera ver el interior. Bosch silbó, asombrado.

Feliz Navidad -dijo Edgar.

¿Lo has contado? -preguntó Bosch, todavía hipnotizado por los fajos de billetes.

Cada fajó lleva un número -explicó Rider-. Si los sumas hay un total de cuatrocientos ochenta mil dólares. O sea que está todo.

No es un mal regaló, ¿eh, Harry? -comentó Edgar con entusiasmo.

No. ¿Dónde estaba?

En un altillo -contestó Edgar-. Uno de los últimos sitios donde miramos. Vi la caja en cuanto asomé la cabeza.

Bosch asintió.

Vale. ¿Qué más?

Encontramos esto debajo del colchón.

Edgar extrajo unas fotos del sobre marrón. Eran copias de diez por quince, cada una con la fecha impresa digitalmente en la esquina inferior izquierda. Bosch las puso sobre la mesa y las examinó con cuidado, cogiéndolas por las esquinas. Esperaba que Edgar también las hubiera tratado del mismo modo.

La primera foto era de Tony Alisó entrando en un coche, aparcado delante del Mirage. La segunda también era de la víctima caminando hacia la entrada del Dolly's. A continuación había una serie de fotos de Tony hablando con el hombre que Alisó conoció como Luke Goshen. Ésas estaban tomadas desde lejos y de noche, pero en la entrada del club había tantos rótulos de neón que estaba muy iluminada. Se veía claramente que eran Alisó y Goshen.

Luego había unas fotos del mismo sitió, pero la fecha de la esquina inferior era distinta. Las imágenes mostraban a una chica joven que salía del club y entraba en el coche de Alisó. Bosch la reconoció en seguida, era Layla. También había fotos de Tony y Layla juntó a la piscina del Mirage. En la última instantánea, el cuerpo bronceado de Tony se inclinaba sobre la tumbona de Layla para besarla en la boca.

Bosch miró a Edgar y Rider. Edgar seguía sonriendo, pero Rider no.

Es tal como imaginábamos -comentó Edgar-. Powers siguió a Alisó hasta Las Vegas, lo cual demuestra que tenía la información para prepararlo todo. Él y la viuda. Los tenemos, Harry. Esto demuestra premeditación, alevosía, de todo. Los tenemos a los dos; de aquí van directos al patíbulo.

Puede ser. -Bosch miró a Rider-. ¿Qué te pasa, Kiz?

Ella sacudió la cabeza.

No lo sé, me parece todo demasiado fácil. El sitió estaba muy limpió. No había ni botas viejas ni señal alguna de que Verónica Alisó hubiera estado en ese lugar. Y después encontramos todo esto tan fácilmente que es como si quisieran que lo encontráramos. Quiero decir que si Powers se deshizo de las botas, ¿por qué iba a dejar las fotos bajó el colchón? Y comprendo que quisiera quedarse con la pasta, pero ponerla en el altillo me parece un poco tonto.

Ella señaló las fotos y el dinero con un gestó de despreció. Bosch asintió y se reclinó sobre la silla.

Creó que tienes razón -convino-. Powers no es tan idiota.

Bosch pensó en lo parecida que era esa situación al hallazgo de la pis ola en casa de Goshen. Aquello también había resultado ser demasiado fácil.

Creó que todo es una trampa, obra de Verónica -concluyó Bosch-. Powers sacó las fotos, se las dio a ella y le dijo que las destruyera. Sin embargo, ella no lo hizo sino que se las guardó por si acaso. Seguramente fue Verónica quien las colocó debajo de su cama y puso el dinero en el altillo. ¿Era fácil de acceder a él?

-contestó Rider-. La trampilla tenía una escalera plegable.

Espera un momento. ¿Por qué iba ella a tenderle una trampa? -preguntó Edgar.

No creo que ésa fuera su intención inicial -repuso Bosch-. Debía de ser un plan de emergencia. Si las cosas comenzaban a ir mal, si nosotros nos acercábamos demasiado, Verónica le cargaba el muerto a Powers. Tal vez cuando lo envió a buscar la bolsa, ella se fue a su casa con las fotos y el dinero. ¿Quién sabe cuando se le ocurrió? Te aseguro que cuándo le contemos a Powers que hemos encontrado esto en su casa, los ojos se le saldrán de las órbitas. ¿Qué tienes ahí, Kiz? ¿La cámara?

Rider asintió y depositó la bolsa en la mesa.

Una Nikon con teleobjetivo y el recibo de compra con la tarjeta de crédito.

Bosch asintió y se distrajo un segundo. Estaba pensando en cómo usar las fotos y el dinero con Powers. Aquélla era su oportunidad de obligarlo a hablar y tenía que hacerlo bien.

Esperad, esperad -exclamó Edgar, con cara de confusión-. Aún no lo entiendo. ¿Quién dice que es una trampa? Quizás él guardaba el dinero y las fotos, y los dos iban a repartírselo cuando pasara un tiempo. ¿Por qué tiene que ser una traición de ella?

Bosch miró a Rider y luego a Edgar.

Porque Kiz tiene razón. Es demasiado fácil.

No si Powers pensaba que no teníamos ni idea. Si él creía que nadie sospechaba de él hasta el momento en que saltamos de detrás de los arbustos.

Bosch negó con la cabeza.

No lo sé. Dudo que él se hubiera comportado conmigo como lo hizo ahí dentro si sabía que tenía todo eso en su casa. Yo creo que ha sido una trampa. Ella se lo está pasando todo a él. Si la interrogamos nos contará algún rollo de que el tío estaba obsesionado con ella. Tal vez, si es buena actriz, nos dirá que tuvo una aventura con Powers pero que en seguida cortó con él. Luego nos explicará que no la dejaba en paz y que mató a su marido porque quería tenerla toda para él.

Bosch se apoyó en el respaldo y miró a sus compañeros en espera de respuesta.

Creo que es posible -contestó Rider-. La cosa encaja.

Aunque nosotros no la creamos -añadió Bosch.

¿Y qué saca Verónica de todo esto? -insistió Edgar, que se negaba a dar el brazo a torcer-. Poner el dinero allá significa perderlo. ¿Qué le queda entonces?

La casa, los coches, el seguro de vida -contestó Bosch-. Quizá parte de la empresa… y la oportunidad de escapar.

No obstante, era una respuesta floja y Harry lo sabía. Medio millón de dólares era mucho dinero para emplearlo en una trampa. Era el único fallo de la teoría que acababa de elaborar.

Se deshizo de su marido -sugirió Rider-. Quizás eso era todo lo que quería.

Él la había estado engañando durante años -repuso Edgar-. ¿Por qué ahora? ¿Por qué fue distinto esta vez?

No lo sé -contestó Rider-, pero había algo diferente o hay algo que se nos escapa. Eso es lo que tenemos que averiguar.

¿Ah, sí? Pues buena suerte -se burló Edgar.

Tengo una idea -anunció Bosch-. Si alguien sabe más, ése es Powers. Quiero intentar engañarle y creo que sé cómo hacerlo. Kiz, ¿todavía tienes esa película con Verónica?

– ¿ Víctima del deseo? Sí. Está en mi cajón.

Pues ve a buscarla y tráemela al despacho de la teniente. Voy a buscar más café y ahora vuelvo.


Bosch entró en la sala de interrogación con la caja del dinero. Llevaba el lado donde ponía «Navidad» contra el pecho para que pareciese una caja de cartón cualquiera. Observó a Powers para ver si la reconocía, pero si lo hizo no dio ninguna señal de ello. Powers seguía sentado tal como lo había dejado Bosch: tieso como una vara, con los brazos a la espalda como si los llevara casi por decisión propia. El policía lo miró con unos ojos serenos y listos para el siguiente asalto. Harry depositó la caja en el suelo, fuera del campo de visión de Powers, y volvió a sentarse frente a él. Después la abrió, sacó una grabadora y una carpeta y lo puso todo en la mesa.

Ya te lo he dicho, Bosch. No quiero que me grabes. Si tienes una cámara al otro lado del espejo, también estás violando mis derechos.

Ni cámaras, ni cintas, Powers. Esto es sólo para enseñarte algo, eso es todo. A ver, ¿dónde estábamos?

Habíamos llegado al punto de que presentes cargos o te calles. O me dejas ir o me traes a mi abogado.

Bueno, han pasado un par de cosas. He pensado que te gustaría saberlo antes de decidir.

Vete a la mierda. Estoy hasta los huevos de todo esto. Tráeme el teléfono.

¿Tienes una cámara, Powers?

Te digo que… ¿Una cámara? ¿Qué quieres decir?

Si tienes una cámara. Es una pregunta clara.

Pues claro. Todo el mundo tiene una cámara. ¿Qué pasa?

Bosch estudió su reacción y notó que Powers empezaba a perder el control de sí mismo. Las vibraciones que le llegaban desde el otro lado de la mesa se lo confirmaban. Bosch esbozó una pequeña sonrisa. Quería que Powers supiera que a partir de ese momento la situación se le iba a ir de las manos.

¿Te llevaste la cámara cuando fuiste a Las Vegas en marzo?

No lo sé, supongo. Siempre me la llevo cuando voy de vacaciones. No sabía que fuera un delito. ¿Qué más se inventará el maldito gobierno?

Bosch dejó que él sonriera, pero no le correspondió.

¿Cómo lo has llamado? -susurró Bosch-. ¿Unas vacaciones?

Sí, eso he dicho.

Es curioso, porque Verónica no lo ha llamado así.

No sé de qué hablas.

Powers desvió la mirada un instante. Era la primera vez que lo hacía y Bosch sintió que se avecinaba un nuevo cambio. Estaba haciéndolo bien; lo notaba. La cosa progresaba.

Claro que lo sabes, Powers. Y a Verónica también la conoces bastante bien. Ella nos lo ha contado todo. Está en la otra sala ahora mismo. Ha resultado ser más débil de lo que pensaba. Yo creía que tú tenías todos los puntos. Ya sabes lo que dicen, cuánto más arriba estés, más dura será la caída, ¿no? Yo pensaba que tú acabarías cediendo, pero al final ha sido ella. Edgar y Rider le sacaron una confesión hace un momento. Es increíble cómo unas cuantas fotos de la escena del crimen pueden afectar el sentido de culpabilidad de una persona. Nos lo dijo todo, Powers. Todo.

Eres un bolero, Bosch. Y ya me estoy comenzando a hartar. ¿Dónde está el teléfono?

Ella nos ha contado que os…

No quiero oírlo.

Que os conocisteis cuando subiste esa noche para tomar nota de la denuncia de robo. Una cosa llevó a la otra y, al cabo de poco, tuvisteis un pequeño romance. Algo para recordar. Sólo que ella recobró la razón y rompió contigo. Todavía quería al viejo Tony. Sabía que él viajaba mucho, que a veces la engañaba, pero ya estaba acostumbrada y lo necesitaba. Así que te dejó de lado. Sólo que, según ella, tú no querías quedarte al margen. Seguiste llamándola, siguiéndola a todas partes. Comenzaba a estar asustada, pero ¿qué podía hacer ella? ¿Acudir a Tony y decirle que un tío con quien se había enrollado la estaba siguiendo? Entonces…

¡Qué gilipollez, Bosch! Es broma, ¿no?

Entonces comenzaste a seguir a Tony, él era tu principal obstáculo. El tío te estorbaba, así que te pusiste manos a la obra; lo seguiste a Las Vegas y lo pescaste con las manos en la masa. Allí averiguaste a qué se dedicaba y cómo matarlo para que nosotros siguiéramos una pista falsa. «Música en el maletero», lo llaman. Sólo tú conocías la melodía, Powers. Ya te tenemos. Con la ayuda de ella, te vamos a empapelar.

Powers seguía con la vista fija en la mesa, pero la piel alrededor de sus ojos y de la mandíbula se había tensado.

Estoy harto de escuchar tus gilipolleces -dijo sin alzar la vista-. Ella no está en la otra habitación, sino en su mansión de las colinas. Éste es el truco más viejo del manual.

Powers miró a Bosch y forzó una sonrisa.

¿Estás intentando colarle esta trola a un policía? No me lo puedo creer, tío. Eres penoso. Estás haciendo el ridículo.

Bosch pulsó el botón de la grabadora y la voz de Verónica Aliso llenó el minúsculo cuarto.

«Fue él. Está loco. No pude pararlo hasta que fue demasiado tarde… Después no pude decírselo a nadie porque… porque habría parecido que yo…»

Ya basta -dijo Bosch, después de apagarlo-. No debería habértelo puesto, pero pensé que, de poli a poli, debería informarte de la situación.

Bosch observó en silencio mientras Powers se iba acalorando. La furia comenzaba a hervir tras sus pupilas. Sin mover ni un solo músculo, se puso más tenso que una cuerda de violín. Pero al final logró controlarse y recobrar la compostura.

Eso es lo que dice ella -murmuró Powers-. No puede corroborarlo. Es una fantasía, Bosch. Su palabra contra la mía.

Podría ser. Pero tenemos esto.

Bosch abrió la carpeta y arrojó la pila de fotos delante de

Powers. A continuación las dispuso en forma de abanico para que pudiera verlas.

Esto corrobora gran parte de su historia, ¿no crees?

Bosch contempló a Powers mientras estudiaba las fotografías. Una vez más, el policía pareció estar a punto de estallar, pero una vez más se contuvo.

Esto no corrobora nada -contestó-. Las podría haber sacado ella misma. Podría haber sido cualquiera. Sólo porque os haya dado unas fotos… La tía os tiene en el bolsillo, ¿no? Os creéis todo lo que dice.

Podría ser, pero ella no nos dio las fotos.

Bosch sacó de la carpeta una copia de la orden de registro y la depositó encima de la mesa.

Hace cinco horas se la enviamos por fax al juez Warren Lambert en su casa de The Palisades y él nos la devolvió firmada. Edgar y Rider se han pasado casi toda la noche en tu pequeño bungalow de Hollywood. Entre las cosas que incautaron había una cámara Nikon con teleobjetivo. Y estas fotos. Estaban debajo de tu colchón, Powers.

Bosch hizo una pausa para que los ojos cada vez más sombríos de Powers digirieran la información.

Ah, y encontramos otra cosa. -Bosch se agachó para recoger la caja-. Esto estaba en el altillo con los adornos de Navidad.

Bosch vació el contenido de la caja y los billetes se desparramaron por la mesa y el suelo. Tras sacudir la caja para asegurarse de que no quedaba nada, Bosch la soltó y luego miró a Powers. Los ojos del policía iban como locos, de un fajo a otro. Bosch sabía que lo tenía cogido. Y que, en el fondo, se lo debía todo a Verónica Aliso.

Personalmente, yo no creo que seas tan idiota para tener las fotos y el dinero en tu casa -continuó Bosch en voz baja-. He visto cosas más raras, pero yo creo que no sabías que todo esto estaba en tu casa porque no lo pusiste allí. Francamente, a mí me da igual. A ti te tenemos y si podemos cerrar el caso eso es todo lo que me importa. Estaría bien atraparla a ella también, pero no pasa nada. La necesitamos para trincarte a ti. Con las fotos, su testimonio y todo lo que hemos comentado antes, creo que podemos acusarte de homicidio sin problemas. Como existen los agravantes de premeditación y alevosía, te enfrentas a dos posibilidades: la inyección o la perpetua sin posibilidad de conmutación.

»Bueno -prosiguió Bosch-. Voy a buscar ese teléfono para que puedas llamar a tu abogado, pero más te vale escoger a uno bueno. No una de esas estrellas del caso O. J. Simpson, sino alguien hábil fuera de la sala de justicia. Un negociador.

Dicho esto, Bosch se levantó. Ya con la mano en el pomo de la puerta, se volvió hacia Powers.

¿Sabes qué? Lo siento por ti, tío. Siendo un poli y todo el rollo, esperaba que fueras más listo. Me da la sensación de que va a pagar el pato la persona menos culpable de las dos, pero supongo que así es la vida. Alguien tiene que pagar.

Bosch se volvió y abrió la puerta.

¡Qué zorra! -exclamó Powers con rabia contenida.

Entonces susurró algo que Bosch no logró oír. Bosch lo miró sin decir nada.

Todo fue idea suya -confesó Powers-. Ella me engañó y ahora os está engañando a vosotros.

Bosch esperó un segundo, pero el policía no añadió nada más.

¿Quieres decir que vas a hablar conmigo?

Sí, siéntate. A lo mejor podemos llegar a un acuerdo.


A las nueve Bosch estaba en el despacho de la teniente, informándola de los últimos acontecimientos. Tenía un vaso vacío en la mano, que no tiró a la papelera para recordarse a sí mismo que necesitaba más café. Harry estaba agotado, tenía unas ojeras tan grandes que casi le dolían y un horrible sabor de boca causado por sus excesos con el café y el tabaco.

Como sólo había comido chocolatinas en las últimas veinte horas, también su estómago finalmente comenzaba a protestar. A pesar de todo ello, estaba feliz. Había ganado el último asalto con Powers y, en ese tipo de pelea, el último era el único que contaba.

Bueno -dijo Billets-, ¿te lo explicó todo?

Al menos su versión del asunto -contestó Bosch-. Powers la culpa a ella, como era de esperar. Recuerde que el tío piensa que ella está en la sala de al lado, así que nos la ha pintado como una terrible viuda negra. Como si él nunca hubiera tenido un pensamiento impuro en su vida hasta que la conoció.

Bosch se llevó el vaso a la boca y entonces recordó que estaba vacío.

Pero en cuanto la traigamos aquí y ella comience a hablar, oiremos su versión del asunto -opinó Bosch.

¿Cuándo han salido Jerry y Kiz?

Bosch consultó su reloj.

Hace unos cuarenta minutos. Estarán al caer.

¿Por qué no has subido tú a buscarla?

No lo sé. Supongo que, como ya detuve a Powers, he pensado que ahora les toca a ellos. Para repartir un poco la gloria.

Ten cuidado. Si sigues así, perderás tu reputación de tío duro.

Bosch sonrió y bajó la vista.

Bueno, resúmeme la versión de Powers -le pidió Billets.

Su versión es más o menos lo que nos habíamos imaginado. Powers subió a la mansión a tomar nota de la denuncia del robo y así empezó todo. Él dice que ella le dio pie y, casi sin querer, empezaron a tener un rollo. Powers hacía más rondas nocturnas por el barrio y ella se pasaba por su bungalow las mañanas en que Tony iba a trabajar o estaba en Las Vegas. Tal como él lo describe, ella lo sedujo. El sexo era algo bueno y exótico. Lo tenía bien cogido.

Entonces ella le pidió que siguiera a Tony.

Eso es. El primer viaje que Powers hizo a Las Vegas fue un trabajo limpio. Verónica sólo le pidió que siguiera a su marido y Powers volvió con un puñado de fotos de Tony y Layla y un montón de preguntas sobre la gente que se reunía con él en Las Vegas. Powers no es idiota. Sabía que Tony estaba implicado en algo sucio, así que, según él, Verónica se lo contó todo. Por lo visto ella conocía todos los detalles y a todos los tíos de la mafia por su nombre. También le dijo cuánto dinero había en juego. Entonces fue cuando surgió el plan. Verónica le dijo a Powers que si Tony desaparecía, sólo quedarían ellos dos y un montón de dinero. Ella le explicó que Tony había estado sisando dinero durante años. Había al menos un par de millones en el bote además de lo que llevara encima su marido cuando se lo cargaran.

Bosch se levantó y continuó con la historia mientras paseaba por el despacho. Estaba demasiado cansado para estar mucho rato sentado sin que lo venciera la fatiga.

O sea que ése era el objetivo del segundo viaje. Powers fue a Las Vegas y espió a Tony de nuevo para recoger información. Siguió al tío que le daba el dinero a Tony, Luke Goshen. Powers no tenía ni idea de que Goshen fuera un agente federal, así que él y Verónica lo eligieron como chivo expiatorio y tramaron un plan para que el asesinato pareciera un golpe de la mafia. Música en el maletero.

Es bastante enrevesado.

Sí. Powers asegura que todo el plan fue idea de ella y a mí me parece que es verdad. Creo que el tío es listo, pero no tanto. Todo esto fue idea de Verónica; Powers era sólo alguien que le siguió la corriente. Aunque ella tenía una salida de emergencia que Powers no conocía.

El propio Powers.

Sí. Verónica lo preparó todo para que él cargara con las culpas, pero sólo si nos acercábamos demasiado. Powers me ha dicho que ella tenía una llave de su casa, el bungalow de Sierra Bonita. Ella debió de ir allí esta semana, metió las fotos debajo del colchón y la caja de dinero en el altillo. Muy astuto por su parte. Cuando Jerry y Kiz la traigan, ya sé exactamente lo que va a decir. Nos dirá que él lo hizo todo, que se enamoró de ella, que tuvieron una aventura y ella lo dejó. Después él se cargó a su marido. Cuando ella se dio cuenta de lo que había ocurrido, no pudo decir nada. Powers la obligó a guardar silencio y ella no tuvo otra elección. Él era policía y la amenazó con acusarla de todo si no le obedecía.

Es una buena historia. De hecho, creo que todavía podría funcionar con un jurado. La podrían soltar.

Puede ser. Todavía tenemos trabajo que hacer.

¿Y el dinero que se quedó Aliso?

Buena pregunta. En ninguna de las cuentas bancarias de Aliso aparece la cantidad de dinero de la que habla Powers. Al parecer, ella le contó que estaba en una caja de seguridad, pero no le dijo dónde. Tiene que estar en algún sitio. La encontraremos.

Si es que existe.

Yo creo que sí. Ella le colocó medio millón de dólares a Powers para cargarle el muerto. Eso es mucho dinero, a no ser que tengas un par de millones más escondidos en algún sitio. Eso es lo que nosotros…

Bosch miró la oficina de detectives a través del cristal. Edgar y Rider caminaban hacia el despacho de la teniente, pero Verónica Aliso no iba con ellos. Cuando entraron en la oficina con cara de preocupación, Bosch ya sabía lo que iban a decir.

Se ha ido -anunció Edgar.

Bosch y Billets se los quedaron mirando.

Parece que se largó ayer por la noche -explicó Edgar-. Sus coches todavía están allí, pero no hay nadie en la casa. Nosotros entramos por la puerta de atrás y no había nadie.

¿Se ha llevado la ropa o las joyas? -preguntó Bosch.

Creo que no. Se ha ido y punto.

¿Se lo preguntasteis al guarda?

Sí, hablamos con él. Ayer ella tuvo dos visitas. El primero era un mensajero a las cuatro y quince, del servicio de mensajería Legal Eagle. El chaval estuvo unos cinco minutos; entró y salió. Y por la noche tuvo otra visita, bastante tarde. El tío dio el nombre John Galvin. Ella ya había llamado al guarda y le había dicho que cuando llegara alguien con ese nombre lo dejara pasar. El guarda apuntó la matrícula y la hemos buscado: es un coche alquilado en un Hertz de Las Vegas. Intentaremos localizarlo. Total, que Galvin se quedó hasta la una de la mañana. El tío se largó justo cuando nosotros estábamos en el bosque trincando a Powers. Ella seguramente se marchó con él.

Hemos llamado al guarda que estaba de servicio ayer por la noche -dijo Rider-, pero no se acordaba de si Galvin salió solo o no. No recuerda haber visto a la señora Aliso, pero podría haber estado escondida en el asiento de atrás.

¿Sabemos quién es su abogado? -preguntó Billets.

-contestó Rider-. Neil Denton, de Century City.

Vale, Jerry, tú sigue la pista del coche alquilado en Hertz y, Kiz, tú intenta localizar a Denton y averiguar por qué le envió un mensajero a Verónica en pleno fin de semana.

De acuerdo -dijo Edgar-. Pero tengo un mal presentimiento. Creo que se ha esfumado.

Pues tendremos que encontrarla -replicó Billets-. Adelante.

Edgar y Rider volvieron a su mesa y Bosch permaneció unos segundos en silencio, dándole vueltas a los últimos acontecimientos.

¿Crees que deberíamos haberla vigilado? -preguntó Billets.

Bueno, ahora parece que sí. Pero no es culpa nuestra; no disponíamos de los recursos humanos. Además, no teníamos nada concreto contra ella hasta hace un par de horas.

Billets asintió con la preocupación reflejada en el rostro.

Si no encuentran una pista sobre ella en los próximos quince minutos, anúncialo por radio.

De acuerdo.

Volviendo a Powers, ¿crees que nos oculta algo?

No lo sé. Es probable. Todavía me queda la pregunta de por qué ahora.

¿Qué quieres decir?

Que Aliso llevaba años yendo a Las Vegas y trayendo maletas llenas de dólares. Según Powers hacía años que engañaba a Joey y que tenía amantes en la ciudad. Verónica lo sabía todo; tenía que saberlo. ¿Qué la llevó a matarlo ahora en lugar del año pasado o el anterior?

Quizá simplemente se hartó. O éste fue el momento perfecto; apareció Powers y se le ocurrió hacerlo.

Tal vez. Yo se lo pregunté a Powers y me dijo que no lo sabía, pero puede que nos oculté algo. Voy a intentar sacárselo.

Billets no dijo nada.

Todavía hay algo que desconocemos -continuó Bosch-. Nos guardan un secreto y espero que ella nos lo cuente. Si la encontramos.

Billets hizo un gesto con la mano, como descartando la posibilidad de no encontrarla.

¿Has grabado a Powers? -preguntó.

En audio y vídeo. Kiz estaba observando en la sala cuatro. En cuanto Powers dijo que quería hablar, ella lo puso todo en marcha.

¿Le leíste sus derechos otra vez? ¿Cuando empezasteis a grabar?

Sí, está todo ahí. Lo tenemos bien cogido. Si quiere verlo, le traeré la cinta.

No. Ni siquiera quiero verlo en persona si puedo evitarlo. No le prometiste nada, ¿verdad?

Bosch iba a responder, pero se detuvo al oír el sonido de gritos amortiguados. Debían de ser de Powers, que seguía encerrado en la sala tres. Harry miró a través del cristal del despacho y vio a Edgar levantarse de su silla para comprobar qué sucedía.

Seguramente querrá a su abogado -supuso Bosch-. Bueno, ya es un poco tarde para eso… No, no le prometí nada. Le dije que hablaría con el fiscal para que no presentara cargos por las circunstancias agravantes, pero va a ser difícil. Con lo que me dijo ahí dentro, podemos acusarlo de lo que nos dé la gana: premeditación, alevosía, incluso asesinato a sueldo.

Tendré que llamar a un fiscal.

Sí. Si no ha pensado en nadie o no le debe a nadie un favor, pida por Roger Goff. Es un caso de su estilo y hace tiempo que le debo uno. No nos fallará.

Sí, lo conozco. Pediré por él -dijo Billets-. También tendré que avisar a los jefes. No todos los días puedo llamar al subdirector e informarle de que mis hombres no sólo han investigado un caso que tenían prohibido investigar, sino que encima han detenido a un policía. Y por asesinato, nada menos.

Bosch sonrió. No la envidiaba en absoluto.

Se va a armar una gorda -auguró Bosch-. Esto será otra vergüenza para el departamento. Por cierto, aunque no las incautaron porque no están relacionadas con el caso, Jerry y Kiz encontraron un par de cosas que ponen los pelos de punta en casa de Powers: parafernalia nazi y otros objetos de supremacía blanca. Puede usted advertir a los jefes para que hagan lo que quieran con el tema.

Gracias por decírmelo. Hablaré con Irving, aunque dudo que quiera que salga a la luz.

En ese momento Edgar se asomó por la puerta abierta.

Powers dice que tiene que ir a mear y ya no aguanta más.

Edgar miraba a Billets.

Pues llévalo al lavabo -replicó ella.

No le quites las esposas -añadió Bosch.

¿Cómo va a mear con las manos a la espalda? No querréis que se la saque yo, ¿verdad? Porque me niego.

Billets se rió.

Ponle las esposas delante -le aconsejó Bosch-. Dame un segundo y te ayudo.

Vale, estaré en la tres.

A través del cristal, Bosch vio alejarse a Edgar en dirección al pasillo que daba a las salas de interrogación. Bosch miró a Billets, que todavía estaba sonriendo por la queja de Jerry.

Ya sabe que me puede usar a mí cuando haga esa llamada -le recordó Bosch con semblante serio.

¿A qué te refieres?

Pues que no me importa si les dice que usted no sabía nada hasta que yo la llamé con las malas noticias.

No seas idiota. Hemos resuelto un asesinato y retirado de las calles a un policía asesino. Si no son capaces de ver que lo bueno pesa más que lo malo, pues… que se jodan.

Bosch sonrió.

Es usted guay, teniente. -Gracias.

De nada.

Y me llamo Grace. -Vale, Grace.


Bosch estaba pensando en lo bien que le caía Billets mientras recorría el corto pasillo que daba a las salas de interrogación y a la puerta abierta de la sala tres. Edgar estaba esposando a Powers con las manos delante.

Hazme un favor, Bosch -le rogó Powers-. Déjame ir al lavabo de la entrada.

¿Para qué?

Para que no me vean aquí atrás. No quiero que nadie me vea así. Además, puedes tener un problema si a la gente no le gusta lo que ve.

Bosch se mostró conforme. Powers tenía razón. Si lo llevaban al lavabo de los vestuarios, todos los policías de servicio los verían y habría preguntas, tal vez rabia por parte de algunos agentes que ignoraban lo que sucedía. El lavabo situado en la entrada de la comisaría era de uso público, pero un domingo tan temprano seguramente estaría vacío. Edgar y Bosch podrían llevar a Powers sin ser vistos.

Vale, vamos -cedió Bosch-. Al de la entrada.

Bosch y Edgar caminaron con él hasta el mostrador de la sala de detectives y luego recorrieron el pasillo de la zona de administración, cuyas oficinas estaban vacías y cerradas por ser domingo. Mientras Bosch se quedaba fuera con Powers, Edgar hizo un rápido reconocimiento de los servicios.

No hay nadie -informó, aguantando la puerta abierta desde dentro.

Bosch siguió a Powers, que se dirigió al urinario más alejado. Harry permaneció en la puerta y Edgar se colocó al otro lado del detenido, junto a la hilera de lavabos. Cuando Powers terminó de orinar, fue a lavarse las manos. En ese momento, Bosch se fijó en que Powers tenía los cordones del zapato derecho desatados. Edgar también lo vio.

Átate el zapato, Powers -le ordenó Edgar-. Si te caes y te rompes tu cara bonita, no quiero que me acusen de brutalidad policial.

Powers se detuvo y se miró el zapato. Luego miró a Edgar.

Ahora.

Pero antes que nada, Powers se lavó las manos y se las secó con una toalla de papel. Finalmente apoyó el pie derecho en el borde del lavabo para atarse los cordones.

Es lo malo de los zapatos nuevos -comentó Edgar-. Los cordones siempre se desatan, ¿verdad?

Bosch no podía ver la cara de Powers porque el policía estaba de espaldas a la puerta, pero estaba mirando a Edgar.

Vete a la mierda, negro.

Aquello fue como una bofetada para Edgar, cuyo rostro se llenó de rabia y odio. El detective miró a Bosch de reojo para juzgar si se opondría a su intención de pegar a Powers. Fue una mirada rápida, pero justo lo que necesitaba el policía. Powers se abalanzó sobre Edgar y lo aplastó contra la pared de baldosa blanca. Inmediatamente alzó sus manos esposadas; con la izquierda agarró la camisa de Edgar y con la derecha apuntó una pistola pequeñísima al cuello del estupefacto detective.

Bosch corrió hacia ellos hasta que vio la pistola y Powers comenzó a gritar.

Atrás, Bosch. Atrás o mato a tu compañero. ¿Es eso lo que quieres?

Powers había vuelto la cabeza para mirar a Bosch, que se detuvo y separó las manos del cuerpo.

Eso es -dijo Powers-. Y ahora vas a hacer lo que te diga. Saca la pistola despacio y tírala al primer lavabo.

Bosch no se movió.

Sácala, te digo.

Powers hablaba con determinación, pero cuidaba de no levantar mucho la voz.

Bosch echó una ojeada a la diminuta pistola que sostenía Powers. La reconoció en seguida; era una Raven de calibre veinticinco, una pistola que ya en su época de patrullero era muy popular entre los policías de uniforme. Era pequeña -en la mano de Powers parecía un juguetito- pero mortífera. Metida en un calcetín o una bota resultaba casi invisible con la pernera del pantalón por encima, lo cual explicaba por qué Edgar y Rider no habían reparado en ella. Bosch sabía que un disparo de la Raven a quemarropa mataría a Edgar y, aunque iba en contra de sus instintos, no le quedaba otro remedio que entregar su arma. Powers estaba desesperado y Bosch sabía que la gente desesperada no pensaba las cosas con calma. Una persona desesperada actuaba de forma irracional; era capaz de asesinar. Por eso Bosch extrajo su pistola con dos dedos y la arrojó al lavabo.

– Muy bien, Bosch. Ahora tírate al suelo debajo de los lavabos.

Bosch obedeció, sin dejar de mirarlo.

– Edgar, ahora te toca a ti -anunció Powers-. Saca tu pistola y tírala al suelo.

La pistola de Edgar se estrelló contra las baldosas.

– Ahora, ponte con tu compañero. Eso es.

– Powers, estás loco -le dijo Bosch-. ¿Adónde vas a ir? No tienes escapatoria.

– ¿Quién habla de escapar, Bosch? Coge tus esposas y ponte una en la muñeca izquierda.

Cuando lo hubo hecho, Powers le ordenó que pasara las esposas por la tubería de desagüe del lavabo e instruyó a Edgar para que se pusiera la otra esposa en la muñeca derecha.

– Vale, muy bien -sonrió Powers-. Así os estaréis un rato quietecitos. Ahora, tiradme vuestras llaves.

Powers cogió las llaves de Edgar y se quitó las esposas. Inmediatamente después se frotó las muñecas para recobrar la circulación de la sangre. Seguía sonriendo aunque Bosch no sabía si se daba cuenta.

– Ahora, veamos.

Bosch comprendió entonces lo que Powers estaba planeando: ir por Verónica. Harry recordó que Kiz estaba sentada en la mesa de Homicidios, de espaldas al mostrador principal, y Billets en su despacho. No lo verían hasta que fuera demasiado tarde.

– No está aquí, Powers -dijo Bosch.

– ¿Qué? ¿Quién?

– Verónica. Fue un engaño. Ni siquiera la hemos detenido.

La expresión de Powers se tornó seria y concentrada. Bosch adivinó lo que estaba pensando.

– La voz era de una de sus películas. La grabé de un vídeo. Si vuelves a las salas de interrogación, no podrás salir de la comisaría.

Bosch vio que la piel de Powers se tensaba, tal como había ocurrido antes. Su rostro se encendió por la furia, pero de pronto, inexplicablemente, volvió a sonreír.

– Muy listo, Bosch. Quieres hacerme creer que ella no está allí, ¿verdad? Me estás tomando el pelo.

– No es ninguna tomadura de pelo. Verónica no está aquí. Íbamos a detenerla con lo que tú nos dijiste, pero subimos a su casa hace una hora y no está. Se largó ayer por la noche.

– Si no está aquí, entonces cómo…

– Eso no era un engaño. El dinero y las fotos estaban en tu casa. Si tú no las pusiste allí, tuvo que ser ella. Te ha tendido una trampa. ¿Por qué no dejas la pistola y volvemos a empezar? Tú te disculpas ante Edgar por lo que le llamaste y nosotros nos olvidamos de este pequeño incidente.

– Ah, ya lo veo. Os olvidáis del intento de fuga pero yo sigo cargando con el asesinato.

– Ya te he dicho que hablaría con el fiscal. Viene uno para aquí en estos momentos. Es un amigo mío y hará todo lo que pueda por ti. Es a ella a quien queremos atrapar.

– ¡Qué gilipollas eres! -exclamó Powers en voz alta, aunque en seguida bajó el volumen-. ¿No ves que voy a por ella? ¿Crees que has podido conmigo? ¿Crees que me doblegaste ahí dentro? No has ganado, Bosch. Yo hablé porque quería hablar. Yo te gané a ti, tío, pero tú no te enteras. Empezaste a confiar en mí porque me necesitabas. Nunca deberías haberme quitado las esposas, colega.

Powers se calló un momento para que asimilaran sus palabras.

– Ahora tengo una cita con esa zorra y no pienso faltar por nada del mundo. Si no está aquí, la iré a buscar.

– Podría estar en cualquier parte.

– Y yo también, Bosch. No me verá venir.

Powers agarró la bolsa de plástico que recubría el interior de la papelera y la vació. A continuación guardó dentro la pistola de Bosch y abrió a tope los grifos de los tres lavabos, lo cual provocó un auténtico estruendo en el cuarto alicatado. Después de meter la pistola de Edgar en la bolsa, Powers la dobló varias veces para ocultar las dos armas y se guardó la Raven en el bolsillo de la camisa a fin de acceder a ella más rápidamente. Luego arrojó las llaves de las esposas a un urinario y tiró de la cadena. Sin siquiera mirar a los dos hombres esposados bajo el lavabo, se dirigió a la puerta.

– Chao, inútiles -dijo antes de irse.

Bosch miró a Edgar. Sabía que si gritaban seguramente no les oirían. Era domingo; no había nadie en el ala de administración y en la oficina de la brigada de detectives sólo estaban Billets y Rider. Con el agua, sus gritos serían ininteligibles. Billets y Rider pensarían que eran los alaridos habituales procedentes de la celda de borrachos.

Bosch giró sobre sí mismo y apoyó los pies contra la pared, justo debajo del lavabo. Su intención era romper la tubería impulsándose con las piernas, pero al agarrarla el metal estaba ardiendo.

– ¡Hijo de puta! -gritó Bosch al soltarla-. Ha abierto el agua caliente.

– ¿Qué hacemos? Se va a escapar.

– Tú tienes los brazos más largos. Intenta llegar al grifo y cerrarlo.

Estirando el brazo al máximo, Edgar consiguió rozar el grifo. Le costó unos cuantos segundos lograr que el chorro de agua se convirtiera en un goteo.

– Ahora abre la fría -le dijo Bosch-. Vamos a enfriar esto.

Edgar tardó unos segundos más, pero finalmente Bosch estuvo listo para volver a intentarlo. Se agarró de la tubería y empujó las piernas contra la pared. Cuando Edgar lo imitó, la suma de fuerzas consiguió romper la tubería por la parte superior, la que estaba sellada al lavabo. Un chorro de agua los empapó mientras pasaban la cadena de las esposas por la parte rota de la tubería. A continuación se arrastraron por el suelo embaldosado hasta el urinario, donde Bosch vio sus llaves en la rejilla inferior. Harry las agarró y tardó unos segundos en abrirse las esposas con la mano izquierda. A continuación le pasó las llaves a Edgar y corrió hacia la puerta, chapoteando en el agua que anegaba el suelo.

– Cierra el grifo -gritó Bosch antes de irse.

Bosch corrió pasillo abajo y saltó por encima del mostrador de la oficina de detectives. No había nadie y, al mirar a través del cristal, Harry vio que el despacho de la teniente también estaba vacío. Entonces oyó unos golpes fuertes y los gritos apagados de Rider y Billets. Bosch enfiló el corredor que daba a las salas de interrogación y halló todas las puertas abiertas menos una. Obviamente Powers había buscado a Verónica Aliso después de encerrar a Billets y Rider en la sala tres. Tras liberarlas, Harry regresó a la oficina de la brigada de detectives y se dirigió a toda velocidad al pasillo trasero de la comisaría. Cuando llegó al fondo, Bosch abrió de golpe la pesada puerta metálica que daba al aparcamiento e instintivamente se llevó la mano a la funda de su pistola, pese a que estaba vacía. Registró con la mirada el estacionamiento y las puertas abiertas del garaje. No había rastro de Powers, pero había dos policías de uniforme junto a las bombas de gasolina. Bosch se acercó a ellos.

– ¿Habéis visto a Powers?

– Sí -contestó el mayor de los dos-. Acaba de irse. Con nuestro coche. ¿Qué coño está pasando?

Bosch no respondió. Bajó la cabeza y maldijo para sus adentros.


Seis horas más tarde, Bosch, Edgar y Rider contemplaban desde su mesa la reunión que se desarrollaba en el despacho de la teniente. Apretujados como sardinas en aquel pequeño cuarto estaban Billets, la capitana LeValley, el subdirector Irving, tres investigadores de Asuntos Internos -Chastain entre ellos- y el jefe de policía con su secretario. Bosch sabía que habían hablado por teléfono con el ayudante del fiscal del distrito, Roger Goff, ya que lo había reconocido por el altavoz. Después de aquella llamada, los jefes cerraron la puerta, con la clara intención de decidir el destino de los tres detectives que esperaban fuera.

El jefe de policía estaba de pie en medio del despacho con los brazos cruzados y la cabeza baja. Había sido el último en llegar y parecía que los demás le estuvieran resumiendo la situación. Aunque de vez en cuando asentía, no parecía intervenir demasiado. Bosch sabía que el tema principal de la reunión sería cómo enfocar el escándalo de Powers. Había un asesino suelto, que para colmo era policía. Acudir a los medios de comunicación con una noticia así era un ejercicio de masoquismo, pero Bosch no veía otra alternativa. Habían buscado en vano a Powers en los lugares más evidentes. El coche patrulla en el que huyó había aparecido abandonado en las montañas, en Fareholm Drive, y nadie sabía adónde había ido desde allí. Los equipos de vigilancia apostados en el exterior del bungalow de Powers, la mansión de Aliso y la residencia del abogado Neil Denton, no habían obtenido ningún fruto, por lo que había llegado la hora de informar a la prensa y mostrar la foto del policía corrupto por televisión. Bosch suponía que el jefe de policía había hecho acto de presencia porque planeaba convocar una rueda de prensa. De otro modo, habría dejado que Irving se encargase de todo.

En ese momento Bosch se dio cuenta de que Rider había dicho algo.

– ¿Qué dices?

– Te preguntaba qué vas a hacer con tu tiempo libre.

– No lo sé, depende de cuánto nos caiga. Si es sólo un período, lo emplearé para terminar las obras en mi casa. Si son más de dos, tendré que buscarme algún trabajo para ganar dinero.

Cada período de suspensión de empleo y sueldo era de quince días. Las sanciones disciplinarias solían medirse por periodos completos cuando la falta era grave y, en aquel caso, Bosch estaba bastante seguro de que el jefe les impondría un castigo severo.

– No va a despedirnos, ¿verdad, Harry? -preguntó Edgar.

– Lo dudo, pero todo depende de cómo se lo estén contando.

Al volver la vista a la ventana del despacho, las miradas de Bosch y el jefe de policía se cruzaron, pero éste en seguida desvió la mirada, lo cual era mala señal. El jefe no era un hombre de la casa. Había sido contratado para tranquilizar a la comunidad y el factor determinante de su elección no habían sido sus grandes dotes de gestión policial, sino el hecho de venir de fuera. Bosch no lo conocía personalmente y tampoco esperaba conocerlo. Sólo lo había visto de lejos; era un hombre negro con casi todo el peso alrededor de la cintura. Los policías a quienes no les caía bien, que eran muchos, le llamaban Barriga de Barro. Harry no sabía cómo le llamaban los policías a quienes les caía bien.

– Quería pedirte perdón, Harry -dijo Rider.

– ¿Perdón por qué? -inquirió Bosch.

– Por no ver la pistola. Lo cacheé yo. Le pasé las manos por las piernas pero, no sé cómo, no la noté. No lo entiendo.

– Era lo bastante pequeña para caber en la bota -le explicó Bosch-. No fue todo culpa tuya, Kiz. Jerry y yo la cagamos en el lavabo. Deberíamos haberlo vigilado mejor.

Kiz asintió, pero Bosch notaba que seguía sintiéndose fatal. Harry vio entonces que la reunión en el despacho de la teniente había terminado. Con el jefe de policía y su secretario a la cabeza, LeValley y los detectives de Asuntos Internos salieron de la brigada por la entrada principal. Aquello les suponía dar una incómoda vuelta si sus coches estaban aparcados detrás de la comisaría, pero les evitaba pasar por delante de Homicidios y saludar a Bosch y los demás. «Otra mala señal», pensó Bosch.

Sólo Irving y Billets permanecieron en el despacho después de la reunión. Billets los miró y les hizo un gesto para que entraran. Los tres detectives se levantaron lentamente y se encaminaron hacia el despacho. Ya dentro, Edgar y Rider se sentaron, pero Bosch permaneció de pie.

Jefe -saludó Bosch, dándole la palabra a Irving.

– De acuerdo. Os lo voy a contar tal como me lo han contado a mí -anunció Irving.

El subdirector consultó una hoja de papel donde había tomado unas notas.

– Por llevar una investigación no autorizada y por incumplir el reglamento en el registro y transporte de un prisionero, cada uno de vosotros queda suspendido sin paga durante dos períodos de quince días y con paga durante otros dos. Y, por supuesto, la falta de conducta constará en vuestra hoja de servicios. Si no estáis conformes, podéis apelar al Comité de Derechos.

Irving hizo una pausa. Aunque era un castigo más severo de lo que esperaba, Bosch permaneció impasible. Edgar, en cambio, no pudo contener un suspiro. En cuanto a la posibilidad de apelación que había mencionado Irving, ésta sólo existía sobre el papel. Las sanciones disciplinarias impuestas por el jefe en persona casi nunca se anulaban ya que eso supondría que tres capitanes del Comité de Derechos votaran en contra de su superior. Invalidar la decisión de un investigador de Asuntos Internos era una cosa, pero invalidar la decisión del jefe de policía era un suicidio político.

– De todos modos -prosiguió Irving-, el jefe deja en suspenso las sanciones a la espera de los próximos acontecimientos y evaluaciones.

Hubo un momento de silencio mientras los detectives intentaban comprender el significado de la última frase.

– ¿Qué quiere decir con «deja en suspenso»? -le inquirió Edgar.

– Pues que el jefe os está ofreciendo una oportunidad -explicó Irving-. Quiere ver cómo se desarrollan los acontecimientos en los próximos días. Todos vosotros deberéis presentaros mañana a trabajar y continuar como podáis con la investigación. Hemos hablado con la fiscalía y están dispuestos a acusar a Powers; nos traerán los papeles mañana a primera hora. Ya hemos corrido la voz y el jefe lo anunciará a la prensa dentro de un par de horas. Si tenemos suerte, atraparemos a ese tío antes de que encuentre a la mujer o haga más daño. Y si tenemos suerte, quizá vosotros también la tengáis.

– ¿Y Verónica Aliso? ¿No van a presentar cargos contra ella?

– Aún no. Primero tenemos que detener a Powers. Goff dice que sin él, la confesión grabada carece de valor. Goff no podrá emplearla contra ella sin que el propio Powers la presente en el estrado.

Bosch bajó la vista.

– O sea que sin él, ella se escapa.

– Eso parece.

Bosch asintió.

– ¿Qué va a decir el jefe? -le preguntó a Irving.

– Va a contar exactamente lo que ha pasado. Vosotros saldréis bien parados en algunas cosas y no tanto en otras. No va a ser un gran día para este departamento.

– ¿Y por eso nos van a caer dos meses? ¿Por ser portadores de malas noticias?

Irving tensó la mandíbula y lo taladró con la mirada.

– No pienso rebajarme a contestar eso. -Entonces el subdirector se dirigió a Rider y Edgar-: Vosotros dos ya os podéis retirar. Yo tengo que discutir otro asunto con el detective Bosch.

Al ver que se iban, Bosch se preparó para la reprimenda de Irving provocada por su último comentario. No estaba muy seguro de por qué lo había hecho, ya que sabía que suscitaría la ira del subdirector. No obstante, cuando Rider cerró la puerta de la oficina, Irving habló de otro asunto.

– Detective, quiero que sepa que ya he hablado con los federales y todo está solucionado.

– ¿Cómo es eso?

– Les dije que, tras los hechos de hoy, había quedado claro, clarísimo, que usted no tuvo nada que ver con la manipulación de pruebas. Les dije que el culpable era Powers y que íbamos a dar por terminado ese aspecto concreto de nuestra investigación interna.

– De acuerdo, jefe. Gracias.

Pensando que eso era todo, Bosch se dispuso a marcharse. -Detective, hay una cosa más.

Bosch se volvió hacia él.

– He discutido este asunto con el jefe de policía, y hay otro aspecto que le preocupa.

– ¿Cuál?

– La investigación iniciada por el detective Chastain reveló información sobre su asociación con una delincuente convicta. A mí también me preocupa. Me gustaría recibir algún tipo de garantía por su parte de que esto no va a seguir así. Y me gustaría darle esa garantía al jefe de policía.

Bosch se quedó unos momentos en silencio.

– No puedo dársela.

Irving miró al suelo. Los músculos de su mandíbula volvieron a tensarse.

– Me decepciona, detective Bosch -concluyó-. Este departamento ha hecho mucho por usted. Y yo también. Yo le he apoyado en algunos momentos difíciles. Usted nunca ha sido fácil, pero creo que tiene un talento que este departamento y esta ciudad necesitan. Supongo que por eso merece la pena tenerle con nosotros. ¿No querrá fallarme a mí y a otra gente de este departamento?

– No.

– Pues siga mi consejo y cumpla con su deber, hijo. Ya sabe cuál es. No le digo más.

– Sí, señor.

– Eso es todo.


Bosch vio un polvoriento Ford Escort con matrícula de Nevada aparcado delante de su casa. En el pequeño comedor, Eleanor Wish lo esperaba sentada con la lista de anuncios clasificados del Times del domingo. Tenía un cigarrillo encendido en el cenicero junto al periódico y un rotulador para marcar las ofertas de empleo. Cuando Harry lo vio, el corazón le dio un vuelco. Si ella estaba buscando trabajo, quería decir que tal vez iba a quedarse en Los Ángeles; a quedarse con él. Para redondearlo, toda la casa olía a deliciosa comida italiana.

Bosch se acercó a Eleanor, le puso la mano en el hombro y probó con un beso en la mejilla. Ella le acarició la mano. Al incorporarse, Harry se dio cuenta de que estaba buscando en la sección de apartamentos amueblados de Santa Mónica, no en la sección de empleos.

– ¿Qué estás preparando?

– Mis espaguetis con salsa. ¿Te acuerdas?

Bosch asintió, aunque no lo recordaba. Sus recuerdos de los días pasados con Eleanor cinco años antes se centraban en ella, en los momentos íntimos y en todo lo que sucedió más tarde.

– ¿Qué tal en Las Vegas? -preguntó Bosch, sólo por decir algo.

– Como siempre. Es un sitio que no se echa de menos. No me importaría nada no volver nunca más.

– ¿Estás buscando un piso por aquí?

– He pensado que valía la pena mirar.

Eleanor ya había vivido en Santa Mónica. Bosch recordó el dormitorio con balcón de su apartamento. Desde la barandilla se olía el mar y, si te asomabas un poco, se veía Ocean Park Boulevard. De todos modos, Bosch sabía que ella no podía permitirse un sitio así en las circunstancias en las que se hallaba, por lo que debía de estar buscando en la zona al este de Lincoln.

– Ya sabes que no hay prisa -le dijo-. Puedes quedarte aquí. Hay una buena vista, es tranquilo… ¿Por qué no…?, no sé, ¿por qué no te lo tomas con calma?

Ella lo miró, pero decidió no decir lo que iba a decir. Bosch se dio cuenta.

– ¿Quieres una cerveza? -preguntó Eleanor para cambiar de tema-. He comprado más. Están en la nevera.

Bosch asintió, dejándola escapar por el momento, y entró en la cocina. Al ver una olla a presión se preguntó si Eleanor la había comprado o se la había traído de Las Vegas. Abrió la nevera y sonrió. ¡Qué bien lo conocía! Había traído Henry Weinhard's en botella. Bosch sacó dos y se las llevó al comedor, donde abrió la de Eleanor y luego la suya. Los dos comenzaron a hablar a la vez.

– Tú primero -dijo ella.

– No, tú.

– ¿Seguro?

– Sí, ¿qué?

– Sólo iba a preguntarte cómo te han ido las cosas hoy.

– Ah. Bueno, bien y mal. Al final logramos que el tío confesara y acusara a la mujer.

– ¿A la mujer de Tony Aliso?

– Sí. Ella lo planeó todo desde el principio. Según él, claro. Lo de Las Vegas fue una pista falsa.

– Genial. ¿Cuál es la parte mala?

– Pues que resulta que el tío es un poli y…

– ¡Ostras!

– Espera; eso no es lo peor. Se nos ha escapado.

– ¿Se os ha escapado? ¿Qué quieres decir?

– Pues que se fugó de la mismísima comisaría. En la bota tenía escondida una pistola, una Raven pequeñita, y no la vimos al registrarlo. Edgar y yo lo llevamos al lavabo y, por el camino, debió de pisarse los cordones. A propósito, claro. Luego, cuando Edgar se dio cuenta y le dijo que se los atara, el tío sacó la Raven. Se escapó, salió al aparcamiento y se largó en un coche patrulla. Todavía llevaba el uniforme.

– ¡Joder! ¿Y aún no lo han encontrado?

– No, y ya hace ocho horas. Se ha esfumado.

– Bueno, ¿adónde puede ir en un coche patrulla y de uniforme?

– Se deshizo del coche, lo hemos encontrado abandonado, y dudo mucho que, esté donde esté, siga llevando el uniforme. Por lo visto, el tío andaba metido en toda esa mierda de extrema derecha, de supremacía blanca y todo el rollo. Seguramente conoce gente que le conseguirá ropa sin hacer preguntas.

– Menudo policía.

– Sí, es curioso. Fue el tío que encontró el cadáver la semana pasada. Era su ronda y, como era policía, ni se me ocurrió que pudiera ser culpable. Ese día descubrí que era un gilipollas, pero sólo lo vi como el policía que había encontrado el cadáver. Él debía de saberlo. Lo calculó todo para que tuviéramos que darnos prisa para salir de ahí. El tío fue bastante listo.

– O la tía.

– Sí, es más probable que fuera ella. Pero bueno, me siento más, no lo sé, frustrado o decepcionado por no haberme fijado en él ese día que por dejarlo escapar hoy. Debería haberlo considerado; más de una vez el que encuentra el cadáver es el asesino. El uniforme me cegó.

Eleanor se levantó de la mesa y se acercó a Harry. Le rodeó el cuello con los brazos y le sonrió.

– Lo cogerás. No te preocupes.

Bosch asintió y se besaron.

– ¿Qué ibas a decir antes? -preguntó ella-. Cuando los dos hablamos a la vez.

– Ah… Ya no me acuerdo.

– No debía de ser muy importante.

– Quería decirte que te quedaras aquí conmigo.

Ella apoyó la cabeza sobre el pecho de él, para que Bosch no pudiera verle los ojos.

– Harry…

– Sólo para ver cómo va. Siento… Es casi como si no hubiera pasado todo este tiempo. Quiero…, quiero estar contigo. Puedo cuidarte; aquí puedes sentirte segura y tomarte el tiempo que necesites para volver a empezar. Buscar un trabajo, hacer lo que quieras hacer.

Eleanor se separó de él para mirarlo a los ojos. En esos momentos lo único que Harry quería era conservarla cerca de él y estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para conseguirlo. La advertencia de Irving era lo que menos le preocupaba.

– Pero ha pasado mucho tiempo, Harry. No podemos tirarnos tan de cabeza.

Bosch asintió y bajó la mirada. Sabía que ella tenía razón, pero seguía trayéndole sin cuidado.

– Te quiero a ti, Harry -afirmó Eleanor-. A nadie más. Pero es mejor ir despacio para estar seguros. Los dos.

– Yo ya estoy seguro.

– Quizá sólo lo piensas.

– Santa Mónica está muy lejos de aquí.

Ella sonrió.

– Pues tendrás que quedarte a dormir cuando vengas a verme -dijo ella, y soltó una carcajada.

Harry asintió y se dieron un largo abrazo.

– ¿Sabías que me haces olvidar muchas cosas? -le susurró Bosch al oído.

– Tú también -contestó ella.


Mientras hacían el amor sonó el teléfono, pero la persona que llamó no dejó un mensaje en el contestador. Más tarde, cuando Bosch salió de la ducha, Eleanor le dijo que habían telefoneado otra vez pero tampoco habían dejado mensaje.

Finalmente, mientras Eleanor hervía el agua para la pasta, el teléfono sonó una tercera vez y Bosch lo cogió antes de que saltara el contestador.

– ¿Bosch?

– Sí, ¿quién es?

– Soy Roy Lindell. No sé si te acuerdas… Luke Goshen.

– Claro que me acuerdo. ¿Eras tú el que ha llamado antes?

– Sí, ¿por qué no lo cogías?

– Estaba ocupado. ¿Qué quieres?

– Conque fue esa zorra, ¿no?

– ¿Qué?

– La mujer de Tony.

– Sí.

– ¿Conocías a ese tal Powers?

– No. Sólo de vista.

Bosch no quería decirle nada que él no supiera. Lindell soltó un suspiro de aburrimiento.

– Sí, bueno, Tony me dijo una vez que le daba más miedo su mujer que Joey El Marcas.

– ¿Ah, sí? -preguntó Bosch, repentinamente interesado-. ¿Dijo eso? ¿Cuándo?

– No recuerdo. Lo soltó una vez, cuando estábamos charlando en el club. Recuerdo que acabábamos de cerrar, él estaba esperando a Layla y nos pusimos a hablar.

– Gracias por decírmelo, Lindell. ¿Qué más te contó?

– Te lo estoy diciendo ahora, ¿no? Además, antes no podía contártelo. Estaba metido en mi papel, tío, y mi personaje no podía decirle nada a la poli. Y después…, bueno, después pensé que habías intentado joderme y por eso no te conté nada.

– Pero ahora has cambiado de opinión.

– Sí. Mira, Bosch, la mayoría de los tíos no te habrían llamado. ¿Crees que alguien más del FBI va a admitir que la pifiamos contigo? Ni de coña. Pero me gusta tu estilo. Te apartan del caso y ¿qué haces?: te revuelves y atacas de nuevo. Y resulta que al final vas y lo resuelves. Hay que tener pelotas y mucho estilo. Eso me va.

– ¿Te va? Pues me alegro. ¿Qué más te dijo Tony Aliso sobre su mujer?

– No mucho, sólo que era más fría que un témpano. Me contó que lo tenía cogido por los huevos; que no podía sacarle el divorcio sin perder la mitad de su pasta y arriesgarse a que ella pululara por ahí sabiéndolo todo sobre su negocio y sus socios. Ya me entiendes.

– ¿Por qué no le pidió a Joey que se la cargara?

– Supongo que Joey la conocía y le tenía cariño. Fue Joey quien se la presentó a Tony hace años. Creo que Tony sabía que si se lo pedía a Joey, él le diría que no y al final ella se enteraría. Y si se lo pedía a otro, tendría que darle explicaciones a Joey. El Marcas tenía la última palabra en esas cosas y no habría querido que Tony contratara a un desconocido que pudiese poner en peligro la operación de blanqueo.

– ¿Crees que ella conocía mucho a Joey? ¿Que ahora podría estar con él?

– Ni en broma. Ella ha matado a la gallina de los huevos de oro. Tony representaba dinero limpio y, para Joey, el dinero tiene prioridad.

Bosch y Lindell permanecieron unos segundos en silencio.

– ¿Y ahora qué vas a hacer? -preguntó finalmente Bosch.

– ¿Te refieres a mi caso? Pues esta misma noche vuelvo a Las Vegas y mañana por la mañana voy a testificar ante el jurado de acusación. Supongo que me pasaré con ellos un par de semanas como mínimo. Tengo una historia bastante buena que contarles. Si todo va bien, para Navidad tendremos a Joey y su gente en el bote.

– Espero que lleves guardaespaldas.

– Sí, claro. No estoy solo.

– Bueno, buena suerte, Lindell. Tonterías aparte, a mí también me gusta tu estilo. Una cosa. ¿Por qué me contaste lo de los de Samoa? Eso no encajaba con tu personaje.

– Tuve que hacerlo, Bosch. Me asustaste.

– ¿De verdad creíste que te mataría?

– No estaba seguro, pero eso no me preocupaba. Tenía a gente vigilando que tú no conocías, pero sí sabía que se la cargarían a ella. Y soy un agente, tío. Era mi deber intentar evitarlo. Por eso te lo conté. Me sorprendió que no me descubrieras en ese momento.

– Ni se me ocurrió. Lo hacías muy bien.

– Bueno, engañé a quien tenía que engañar. Ya nos veremos, Bosch.

– Sí, seguro. ¿Lindell?

– ¿Qué?

– ¿Sabía Joey El Marcas que Tony Aliso le robaba dinero?

Lindell se rió.

– Nunca te rindes, ¿verdad, Bosch?

– No.

– Bueno, esa información es parte de la investigación y no puedo hablar sobre ella. Oficialmente.

– ¿Y oficiosamente?

– Yo no te he dicho nada, ¿vale? Pero la respuesta a tu pregunta es que Joey pensaba que todo el mundo le robaba. No confiaba en nadie. Cada vez que me ponían un micrófono, yo sudaba la gota gorda, porque nunca sabías cuándo te iba a poner la mano en el pecho. Yo llevaba con él más de un año y todavía me lo hacía de vez en cuando. Tenía que llevar el micrófono en el sobaco. ¿Has intentado despegarte cinta adhesiva del sobaco? Duele un huevo.

– ¿Y Tony?

– A eso iba. Sí, Joey creía que Tony le robaba y yo también. Tienes que comprender que un poco estaba permitido. Joey sabía que todo el mundo tenía que sacarse un dinerillo extra para ser feliz, pero tal vez pensaba que Tony estaba llevándose más de lo que le tocaba. Si es así, nunca me lo dijo. Lo único que sé es que lo hizo seguir un par de veces a Los Ángeles y consiguió un contacto en el banco de Tony en Beverly Hills. Esta persona le pasaba los saldos mensuales de Tony.

– ¿Ah, sí?

– Sí. Así que Joey habría sabido si había ingresos fuera de lo normal.

Bosch pensó un poco, pero no se le ocurrió qué más decir.

– ¿Por qué lo preguntas, Bosch?

– No lo sé; es algo que estoy investigando. Powers dice que Tony tenía un par de millones escondidos en algún sitio.

Lindell silbó, asombrado.

– Eso es mucho dinero. A mí me parece que Joey lo habría notado y le habría dado un toque de atención. Una cantidad así ya no cuela.

– Bueno, creo que lo acumuló a lo largo de los años. Además, Tony blanqueaba dinero para algunos amigos de Joey en Chicago y Arizona, ¿recuerdas? Podría haberlos engañado a ellos también.

– Todo es posible. Oye, tengo que coger un avión. Ya me contarás cómo va la cosa.

– Una última pregunta.

– Bosch, me tengo que ir a Burbank.

– ¿Conoces a un tío en Las Vegas llamado John Galvin?

Galvin era el apellido del hombre que había visitado a Verónica Aliso la noche que desapareció. Hubo un silencio antes de que Lindell contestara que no le sonaba, pero ese silencio fue lo que más interesó a Bosch.

– ¿Estás seguro?

– Ya te he dicho que nunca lo había oído nombrar, ¿vale? Tengo que irme.

Después de colgar, Bosch abrió el maletín y sacó su libreta para anotar algunas de las cosas que Lindell le había dicho. Eleanor salió de la cocina con cubiertos y servilletas.

– ¿Quién era?

– Lindell.

– ¿Quién?

– El agente que interpretó a Luke Goshen.

– ¿Y qué quería?

– Supongo que disculparse.

– Qué raro. El FBI no suele disculparse por nada.

– No era una llamada oficial.

– Ah, una de esas llamadas entre tíos, para hacerse los machotes.

Bosch sonrió porque ella tenía razón.

– ¿Qué es esto? -preguntó Eleanor al ver la cinta de Víctima del deseo en el maletín de Bosch-. Ah, ¿es una de las películas de Tony Aliso?

– Sí, su contribución al cine de este país. Ésta es una en la que sale Verónica. Tengo que devolvérsela a Kiz.

– ¿Ya la has visto?

Bosch asintió.

– Me habría apetecido verla. ¿Te gustó? -preguntó Eleanor.

– Era bastante mala, pero si quieres podemos verla esta noche.

– ¿Seguro que no te importa?

– Seguro.

Durante la cena, Bosch le contó a Eleanor los últimos detalles del caso. Eleanor hizo algunas preguntas y finalmente se sumieron en un silencio agradable. Los tallarines con salsa boloñesa que ella había preparado estaban deliciosos, y Bosch rompió el silencio para decírselo. Para beber, Eleanor había abierto una botella de vino tinto y Harry también comentó que era excelente.

Después de cenar, dejaron los platos en el fregadero y se dispusieron a ver la película. Bosch se sentó con el brazo en el respaldo del sofá y acarició suavemente el cuello de Eleanor. Sin embargo, le aburrió ver de nuevo la película y su mente en seguida empezó a darle vueltas a los acontecimientos del día. El dinero era lo que más le preocupaba. Harry se preguntó si Verónica ya lo tenía en su poder o si se había visto obligada a desplazarse para ir a buscarlo. Bosch concluyó que no estaría en un banco local porque ya habían comprobado todas las cuentas de Aliso en bancos de Los Ángeles, lo cual apuntaba a Las Vegas.

Los movimientos de Tony Aliso demostraban que en los últimos diez meses no había estado en ningún otro sitio aparte de Los Ángeles y Las Vegas y, si había estado reuniendo un pequeño fondo, tenía que haberlo guardado en un lugar al que tuviera fácil acceso. Como Verónica no se había marchado de su casa hasta ese día, Bosch llegó a la conclusión de que no tenía el dinero.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el teléfono. Bosch se levantó del sofá y contestó en la cocina para no molestar a Eleanor, que seguía viendo la película. Era Hank Meyer, que llamaba desde el Mirage. Sin embargo, su voz no parecía la de Hank Meyer, sino la de un niño asustado.

– Detective Bosch, ¿puedo confiar en usted?

– Pues claro, Hank. ¿Qué pasa?

– Ha pasado algo, bueno, quiero decir que pasa algo. Por culpa suya yo sé algo que no debería saber. Ojalá todo esto… No sé que…

– Un momento, un momento. Hank, cálmese y dígame qué pasa. Tranquilo. Si me lo cuenta, lo solucionaremos. Sea lo que sea.

– Estoy en mi despacho. Me llamaron a casa porque yo había dicho que me avisaran si alguien se presentaba con el recibo de la apuesta de su víctima.

– Vale.

– Bueno, pues alguien lo cobró esta noche.

– Vale, alguien lo cobró. ¿Quién fue?

– Bueno, verá. Yo escribí una nota en el ordenador para que el cajero le pidiera el permiso de conducir y el número de la Seguridad Social, ya sabe, para impuestos. Escribí la nota aunque su recibo sólo era de cuatro mil dólares.

– De acuerdo. ¿Y quién canjeó el recibo?

– Un tío llamado John Galvin. Tenía una dirección local.

Bosch se apoyó en la encimera y apretó el auricular contra la oreja.

– ¿Cuándo ocurrió eso? -preguntó Bosch.

– A las ocho y treinta de esta noche. Hace menos de dos horas.

– No lo entiendo, Hank. ¿Por qué le preocupa tanto?

– Bueno, dejé instrucciones en el ordenador para que me llamaran a casa en cuanto canjearan ese recibo, así que lo hicieron. Yo vine y tomé nota de la información de la persona que cobró la apuesta para poder hablar con usted lo antes posible. Me fui directo a la sala de vídeos. Quería ver a ese John Galvin, ya sabe, hacerme una idea de su aspecto.

Meyers volvió a detenerse. Sacarle la historia era peor que arrancarle una muela.

– ¿Y? -inquirió Bosch-. ¿Quién era, Hank?

– La imagen era clarísima. Resulta que yo conozco a John Galvin, pero no como John Galvin. Bueno, como sabe, uno de mis deberes es mantener relaciones con la policía y ayudar con cualquier cosa que…

– Sí, Hank, ya lo sé. ¿Quién era?

– Miré el vídeo. Estaba muy claro. John Galvin es un hombre que conozco. Es un capitán de la Metro. Se llama…

John Felton. -¿Cómo lo…?

– Porque yo también lo conozco. Ahora escúcheme, Hank. Usted no me ha dicho nada, ¿de acuerdo? No ha hablado conmigo. Es lo mejor, lo más seguro para usted. ¿De acuerdo?

– Sí, pero… ¿qué va a pasar?

– Usted no se preocupe. Yo me encargaré de esto y nadie en la Metro lo sabrá. ¿De acuerdo?

– Supongo que sí. Yo…

– Hank, tengo que irme. Gracias, le debo un favor.

Después de colgar, Bosch llamó a información para pedir el teléfono de la compañía aérea Southwest en el aeropuerto de Burbank. Las compañías Southwest y American West, que llevaban la mayoría de vuelos a Las Vegas, salían de la misma terminal. Harry telefoneó a Southwest y les pidió que avisaran a Roy Lindell por el altavoz. Mientras esperaba, consultó su reloj. Había pasado más de una hora desde que había hablado con Lindell, pero no creía que el agente tuviera tanta prisa como le había dado a entender por teléfono. Bosch suponía que había sido una excusa para colgar.

Una voz le preguntó con quién quería hablar. Después de repetir el nombre de Lindell, Bosch esperó y al cabo de unos segundos oyó la voz de Lindell.

– Sí, soy Roy. ¿Quién es?

– Hijo de puta.

– ¿Quién es?

John Galvin es John Felton y tú lo sabías.

– ¿Bosch? Bosch, ¿qué haces?

– Felton es el hombre de Joey en la Metro -contestó-. Tú lo sabías porque estabas dentro de la organización. Y también sabías que, cuando Felton hace cosas para Joey, usa el nombre de John Galvin.

– Bosch, no puedo hablar de esto. Todo forma parte de nuestra investi…

– Me importa un huevo tu investigación. Tienes que saber de qué lado estás, tío. Felton tiene a Verónica Aliso, lo cual significa que está en manos de Joey.

– ¿De qué hablas? Estás loco.

– Ellos saben lo del dinero que se quedó Aliso, ¿no lo ves? Joey quiere su dinero y van a sacárselo a ella.

– ¿Cómo sabes todo esto?

– Porque lo sé.

Entonces a Bosch se le ocurrió una idea y se asomó por la puerta de la cocina. Eleanor, que seguía viendo la película, le hizo un gesto de interrogación y Harry sacudió la cabeza para mostrar que estaba enfadado con la persona al otro lado de la línea.

– Me voy a Las Vegas a buscar a Joey y creo que tú sabrás encontrarlo -anunció Bosch-. ¿Queréis ayudarme? Porque está claro que con la Metro no puedo contar.

– ¿Cómo estás tan seguro de que ella está allí?

– Porque envió una señal de auxilio. Qué, ¿os apuntáis o no?

– Sí. Te doy un número y llámanos cuando llegues.

Después de colgar, Bosch volvió al salón, donde Eleanor ya había apagado el vídeo.

– No puedo más. Es malísima. ¿Qué pasa?

– La vez que seguiste a Tony Aliso por Las Vegas dices que fue a un banco con su novia, ¿no?

– Sí.

– ¿A qué banco? ¿Dónde?

– Em… Creo que estaba en Flamingo, al este del Strip y al este de Paradise Road. No me acuerdo del nombre… Ah, creo que era el Silver State National. Sí, eso es, el Silver State.

– El Silver State en Flamingo, ¿estás segura?

– Sí.

– ¿Y parecía que estaba abriendo una cuenta?

– Sí, pero no lo sé seguro. Es lo malo de seguir a alguien sola. Al ser una sucursal muy pequeña, no pude quedarme mucho tiempo por ahí. Me pareció que ella estaba firmando los papeles y Tony sólo observaba, pero tuve que salir y esperar a que ellos terminaran. Acuérdate de que Tony me conocía. Si me veía, habría descubierto que yo lo estaba espiando.

– Vale, me voy. -¿Ahora?

– Ahora mismo. En cuanto haga unas llamadas.

Bosch volvió a la cocina y llamó a Grace Billets. Mientras le explicaba lo que había descubierto y le contaba lo que él creía que pasaba, puso en marcha la cafetera. Después de que la teniente le diera permiso para viajar, llamó a Edgar y Rider y quedó con ellos en la comisaría al cabo de una hora.

Con una taza de café en la mano, Bosch se apoyó en la encimera y reflexionó sobre la situación. Le pareció que había una contradicción. Si el capitán de la Metro era el topo de la organización en la policía, ¿por qué se había dado tanta prisa en detener a Goshen al comprobar las huellas dactilares que Bosch le había dado? Después de darle muchas vueltas, Bosch concluyó que Felton lo había visto como una oportunidad para librarse de Goshen. El capitán debió de pensar que su rango en los bajos fondos de Las Vegas subiría si Lucky desaparecía del mapa. Tal vez incluso había planeado el asesinato de Goshen para asegurarse de que Joey le debiera un favor. O bien Felton ignoraba que Goshen conocía sus actividades en la organización o bien planeaba deshacerse de él antes de que tuviera ocasión de contárselo a nadie.

Bosch bebió un sorbo de café hirviendo y apartó esos pensamientos de su mente. Entonces volvió al salón donde Eleanor seguía sentada en el sofá.

– ¿Te vas?

– Sí. Tengo que recoger a Jerry y Kiz.

– ¿Por qué esta noche?

– Porque tenemos que llegar antes de que el banco abra mañana por la mañana.

– ¿Crees que Verónica irá al banco?

– Es un presentimiento. Me parece que Joey al fin se ha dado cuenta de que si él no se cargó a Tony lo hizo otra persona cercana a él. Y esa persona ahora tiene su dinero. Joey conoce a Verónica desde hace años y se habrá imaginado que lo mató ella. Creo que envió a Felton para que lo comprobara, recuperara su dinero y se la cargara si ella era culpable. Pero Verónica debió de convencerle de que no lo hiciera. Seguramente mencionó que tenía dos millones de Joey en una caja de seguridad de Las Vegas. Creo que eso evitó que Felton la matase y por eso se la llevó consigo. Es muy posible que Verónica sólo viva hasta que consigan esa caja. Creo que ella le dio a Felton el último recibo de Aliso porque pensó que él lo canjearía y quizá nosotros lo estuviéramos esperando.

– ¿Qué te hace pensar que el dinero está en el banco que yo vi?

– Que sabemos lo que Tony tenía en Las Vegas, todas sus cuentas corrientes, y allí no está. Según Powers, Tony guardó el dinero en una caja de seguridad a la que Verónica no tendría acceso hasta que él muriera porque no tenía firma. Así que yo creo que está en Las Vegas; es el único sitio adonde había viajado en el último año. Y si un día llevó a su novia a abrir una cuenta, seguramente la llevó al mismo banco.

Eleanor asintió.

– Tiene gracia -comentó Bosch.

– ¿El qué?

– Que todo esto resulte ser un robo a un banco. La clave del caso no es el asesinato de Tony, sino el dinero que sisó y escondió. Un robo con un asesinato como efecto secundario. Y así es como nos conocimos tú y yo. En un robo a un banco.

Eleanor asintió y se quedó callada al recordarlo. Inmediatamente Bosch se arrepintió de haber sacado el tema.

– Perdona -se disculpó-. Supongo que no tiene tanta gracia. Eleanor lo miró desde el sofá.

– Voy contigo a Las Vegas -fue su respuesta.

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