UNAS BUENAS VALLAS NO SIEMPRE SERAN SUFICIENTE


Introducción a “Unas buenas vallas no siempre serán suficiente”

Con mucha frecuencia se me pregunta de dónde saco las ideas para mis narraciones. Y siempre respondo lo mismo: que las ideas vienen de cualquier parte, de todas partes. A lo mejor veo un artículo en La Times y me doy cuenta de que contiene el meollo para una novela, como me pasó cuando escribí Well-Schooled in Murder [Experto en asesinato]. O leo una noticia sensacionalista en cualquier periódico británico y decido que puede servir de base para una novela, como ocurrió con Missing Joseph [Buscando a Joseph]. Y si quiero utilizar un escenario concreto para alguno de mis libros, ideo un argumento que encaje en ese escenario, como hice cuando escribí For the Sake of Elena [Por amor a Elena]. Otras veces me fijo en cualquier persona con la que me cruzo por la calle o en el metro, oigo una conversación entre dos individuos, escucho a alguien que cuenta alguna experiencia personal, observo una fotografía o decido que sería interesante escribir sobre un determinado tipo de personaje. Y en otras ocasiones lo que me proporciona la idea para el relato es una combinación de varias de estas cosas.

A menudo cuando acabo un proyecto no recuerdo qué fue lo que me impulsó a empezarlo. Pero no es ése el caso del siguiente relato corto.

En octubre de 2000 me fui a recorrer Vermont a pie después de terminar el segundo borrador de mi novela A Traitor to Memory [Memoria traidora]. Hacía tiempo que deseaba ver los colores otoñales de Nueva Inglaterra y aquella excursión iba a ser mi recompensa por los quince largos y agotadores meses que me había pasado sentada ante el ordenador escribiendo dos borradores de un libro bastante complicado. Mi intención era ver y fotografiar el paisaje.

Como viajaba sola, decidí añadirme a un grupo de personas que tenían los mismos intereses que yo: el ejercicio y el medio ambiente. Nos alojábamos en casas rurales para pasar la noche y durante el día hacíamos excursiones a pie por lugares bendecidos por el follaje más espectacular que había visto nunca. Teníamos dos guías, Brett y Nona. Lo que no sabía el uno sobre la flora, la fauna, la topografía y la geografía de la región, lo conocía el otro.

Fue en una de aquellas caminatas cuando Nona me contó la historia de una mujer excéntrica que durante un tiempo había vivido cerca de su casa. En cuanto oí la historia me di cuenta de que era el meollo de un relato corto, y que alguna vez yo tendría que escribir sobre ello.

Y cuando llegué a mi casa después de aquel viaje a pie por Vermont, eso fue lo que hice. Me pareció apropiado utilizar una variación de un verso de Roben Frost, el famoso literato de Nueva Inglaterra, como título de mi obra.

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