Agradecimientos

Rebecka Martinsson se recuperará. Confío en esa pequeña mujer con botas de agua de color rojo. Y recuerda: en mi cuento yo soy Dios. Los personajes pueden liarla a veces con su libre albedrío, pero yo los he ideado. Los lugares del libro también son casi todos imaginarios. Hay un pueblo que se llama Poikkijärvi junto al río Torneälven, pero ahí acaba la semejanza. No tiene camino de grava, ni restaurante, ni parroquia.


Muchos me han ayudado y a algunos quiero darles las gracias desde aquí: la abogada Karina Lundström, que investiga a personas interesantes para la policía. El doctor Jan Lindberg, que me ha ayudado con mis muertos. La doctora Catharina Durling y la asesora Viktoria Edelman, que siempre controlan los libros de leyes cuando yo no los entiendo o no puedo hacerlo. El adiestrador de perros Peter Holmström, que me habló del superperro Clinton.

Los posibles fallos del libro son míos. Olvido preguntar, malinterpreto o me invento, a falta de mayor conocimiento.

Gracias también al editor Gunnar Nirstedt por sus puntos de vista, Elisabeth Ohlson Wallin y John Eyre por la cubierta de la edición sueca; Lisa Berg y Hans-Olov Öberg, que han leído y dado su opinión; a mi madre y a Eva Jensen, que no dejan de repetir «¡Muy bien! ¡De verdad!». A mi padre, que ha conseguido los mapas, puede contestar a cualquier tipo de pregunta, y vio al lobo cuando tenía diecisiete años y echaba la red debajo del hielo.

Y finalmente: a Per, por todo.

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