Dakota y Finn estaban en el sofá viendo Amor verdadero o Fool’s Gold. El avance que habían emitido justo antes de la publicidad lo protagonizaban Aurelia y Stephen, en algún punto del pueblo, y mirándose con intensidad.
– No sabía que saldrían esta semana -dijo Dakota-. No tenían una cita, ¿no?
– No que yo sepa -dijo Finn pasándole el cuenco de palomitas.
Había ido a cenar y ella había preparado bistecs y ensalada. Se habían sentado a la mesa y habían charlado y se habían reído mientras se turnaban para tener a Hannah en brazos. «Una buena noche», pensó Dakota recordándose que no debía emocionarse demasiado. Claro que había disfrutado de la compañía de Finn, pero solo como un amigo. ¿Cómo era esa frase? ¿Amigos con derecho a roce?
Hannah ya estaba durmiendo y Dakota esperaba que, después del programa, Finn y ella también se fueran a la cama. Aunque la parte de dormir no era la que más le interesaba.
La publicidad terminó y el programa volvió. Una larga toma de Aurelia y Stephen le hizo ver que la cámara estaba demasiado lejos y que sus voces habían sido amplificadas, como si no hubieran llevado el micrófono puesto.
Tardó un segundo en darse cuenta de lo que Aurelia estaba diciendo, algo sobre no querer hacerle daño a Stephen y que no quería que él se lamentara de nada. La mirada del chico al decirle que él jamás se lamentaría de tener una relación con ella impresionó a Dakota.
– No me había dado cuenta -¡vaya con la pareja más aburrida! Cuando nadie había estado observándolos, habían seguido adelante con su relación y estaba claro que se habían enamorado.
A Finn no le haría ninguna gracia.
Lo miró por el rabillo del ojo y lo vio mirando fijamente a la pantalla. Antes de poder decir algo, el tema de conversación de la pareja cambió.
– «Sabía que Finn esperaba que me uniera al negocio familiar y no sabía cómo decirle que yo no quería hacerlo».
Finn le pasó el cuenco de palomitas y se levantó.
– ¡Mierda!
Dakota dejó el cuenco en la mesa y se levantó.
– Vamos, no creo que esto sea una novedad para ti.
Finn la miró.
– Claro que lo es. Llevamos hablando de esto años, de que cuando Stephen terminara los estudios se uniría al negocio familiar. Siempre ha sido así.
Pero Dakota no se lo creía del todo, ya que, por lo que había podido ver, el chico nunca había mostrado interés en el negocio. Estaba especializándose en Ingeniería y si de verdad hubiera querido trabajar con su hermano, ¿no habría estudiado Empresariales o algo relacionado con la aviación?
– No te molesta que no quiera trabajar contigo, lo que te molesta es que no te lo haya dicho. Que hayas tenido que enterarte de esta forma.
– Sí, es algo así. ¿Por qué demonios no ha podido venir a hablar conmigo? Es mi hermano. ¿Por qué no me ha contado la verdad?
– Tal vez porque a ti no te interesa la verdad. Solo quieres oír la historia que quieres oír y sospecho que tus hermanos llevan tiempo diciéndote cosas. No han decidido venir hasta aquí por un simple capricho, llevaban tiempo buscando un modo de escapar y el programa se lo ha puesto fácil.
– No sabes tanto como crees -dijo furioso, aunque Dakota tenía la sensación de que estaba más enfadado consigo mismo que con ella.
– Sé que estás presionándolos, sé que lo has hecho durante mucho tiempo. Quieres dirigir sus vidas porque crees que es el único modo de mantenerlos a salvo -respiró hondo-. Finn, has hecho un trabajo increíble con ellos. Todo el mundo puede verlo.
Él se apartó.
– No sabes de lo que hablas.
– Claro que lo sé. Déjalos libres. Les has dado todo lo que han necesitado para tener éxito en la vida. Confía en ti mismo y confía en ellos.
– ¿Aunque eso implique que no terminen sus estudios?
– Sí.
– No es posible -se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros.
– ¿Y qué vas a hacer? ¿Forzar a Stephen a trabajar en el negocio familiar? Tú no eres así. No quieres que lleve esa vida de obligación.
– Eso es lo que tuve yo. A mí nadie me preguntó lo que quería. A nadie le importó mi vida. Un día mis padres estaban vivos y todo era genial. Al día siguiente estaban muertos. Y yo estaba allí. ¿Lo sabías? Yo pilotaba el avión cuando se estrelló. Había una tormenta y mi madre no quería salir a volar, así que decidimos esperar. Pero estaba preocupada por mis hermanos y finalmente volamos. Un trueno alcanzó el avión y caímos. Estaban heridos y yo logré ir a buscar ayuda, pero cuando volvimos, ya estaban muertos.
Ella jamás le había preguntado por los detalles del accidente y nunca se habría imaginado algo tan terrible ni que él hubiera estado allí. Ahora no le extrañaba que no quisiera responsabilidades, que no quisiera implicarse con nadie.
Ahora todo tenía sentido, esa preocupación por el futuro y la seguridad de sus hermanos. Intentaba controlar el destino y eso era imposible.
Se puso delante de él y lo miró a los ojos.
– Hiciste lo que tenías que hacer. Te ocupaste de ellos tú solo y tus padres habrían estado muy orgullosos de ti.
Él empezó a darse la vuelta, pero Dakota lo agarró por la camisa.
– Tienes razón. Nadie te preguntó si querías aceptar esa responsabilidad, lo hiciste porque son tu familia y era lo correcto. Lo entendiste, igual que ahora entiendes y sabes que no quieres que Stephen entre en el negocio familiar si él de verdad no lo desea.
Finn se quedó mirándola un largo rato y extendió los brazos. Ella lo abrazó como si no fuera a soltarse jamás.
– Debería habérmelo dicho -susurró él-. Debería habérmelo dicho. Lo habría entendido.
Ella pensó en argumentar que Stephen aún era un crío, pero eso no habría tenido sentido cuando estaba diciéndole a Finn que dejara a sus hermanos ser independientes y vivir su propia vida. Además, comprendía su dolor. Él había entregado mucho y ahora se sentía traicionado.
La vida familiar era complicada. La familia era algo genial, pero complicado. O tal vez era el amar a otro lo que hacía que las cosas se volvieran complicadas.
Mientras seguía abrazada a él se dio cuenta de que su madre había tenido razón: enamorarse de Finn sería fácil. ¡Demasiado fácil! Y tendría que tener mucho, mucho, cuidado.
Dakota y sus hermanas estaban tumbadas en varias mantas en el jardín y Hannah estaba sentada entre ellas, riéndose con sus bromas. La temperatura era cálida, el cielo azul y Buddy, uno de los perros de Montana, un labrador color crema, las observaba.
– No puedo creerme que seas madre -dijo Nevada-. Todo ha pasado tan deprisa. El mes pasado eras soltera y ahora tienes un hijo.
– Y que lo digas -dijo Dakota girándose hacia su hija-. Pero, claro, sigo siendo soltera -sonrió.
Hannah intentaba alcanzar su elefante de peluche, pero estaba demasiado lejos y la pequeña se cayó de lado. Montana la levantó y la alzó en el aire. La bebé se reía mientras Buddy gimoteaba nervioso.
– No pasa nada -le dijo Montana al perro-. La pequeña está bien.
Volvió a dejarla en la manta y el perro se acercó a ella ladeando su cuerpo como para protegerla.
– Es muy bueno con ella.
Montana asintió.
– Se comporta de maravilla con los niños pequeños, aunque se preocupa demasiado. Se vuelve loco cuando se caen, pero es muy paciente. No le importa que los niños se le suban encima ni que le tiren del pelo ni del rabo. En parte se debe a su entrenamiento, pero también a su personalidad. Es un perro niñera -acarició la cabeza de Buddy-. ¿Verdad que sí, chico grande?
El perro no dejaba de prestarle atención a la niña y gimoteó un poco, como preocupado porque no estuvieran demasiado pendientes de ella.
– Quiero un bebé -murmuró Nevada-. O por lo menos creo que lo quiero, aunque no así.
– ¿Nunca te plantearías la adopción? -le preguntó Dakota, un poco sorprendida por la reacción de su hermana.
– Claro que sí, pero no tan rápido. Sí, ha sido un acto deliberado que venías pensando desde hace mucho tiempo, pero la decisión tuviste que tomarla rápidamente. ¿No te asustó?
– Me aterrorizó, aunque eso forma parte del proceso. No tuve tiempo para hacerme a la idea, pero… -acarició el cabello negro de su hija- no cambiaría esto por nada del mundo.
– Eres más valiente que yo -admitió Montana-. Los perros son lo máximo de lo que me puedo ocupar. Además, no creo que pudiera ser una buena madre.
– ¿Por qué no? -Dakota creía que su hermana sería una madre genial-. Eres cariñosa y das todo lo que tienes. Solo hay que ver cómo te comportas con los perros.
– Eso es distinto.
– No lo creo -dijo Nevada-. No eres tan poco fiable como crees.
A Hannah se le cayó el elefante y se estiró para recogerlo. Buddy se lo acercó con el hocico, como si quisiera asegurarse de que la niña tenía cuidado.
– ¿Cómo lleva Finn todo esto? -le preguntó Montana en un intento no muy sutil de cambiar de tema-. Él te llevó a Los Ángeles a recogerla. Fue un gran gesto por su parte.
Había hecho muchas otras cosas, y no solo en lo referente al transporte.
– Es un buen tipo y lo del bebé no lo hizo salir corriendo. Sus hermanos son bastante más pequeños que él y eso ha ayudado. Aún se acuerda de cuando eran bebés.
Pero además de todo eso, tenía mucho cuidado de no implicarse demasiado.
Mientras veía a su hija reír, se preguntó cómo sería todo si Finn no se marchara: tenerlo allí a su lado sería increíble, sobre todo, si decidiera quedarse a vivir con ella.
– ¿Dakota?
Alzó la mirada y vio a sus hermanas mirándola.
– ¿Estás bien?
– Sí, muy bien. Solo soñando despierta.
– ¿Con algún guapo piloto? -preguntó Montana con una sonrisa-. Tiene pinta de ser muy bueno besando.
– Lo es, pero solo somos amigos. Cualquier otra cosa sería una tontería.
– ¿Por tu parte o por la suya?
– Sabéis por qué está aquí -les recordó Dakota-. Cuando se asegure de que sus hermanos están bien solos, se marchará. Después de todo, en Alaska tiene todo lo que necesita.
– Pero tú no estás allí -dijo Montana-. Ni Hannah. Además, le gusta el pueblo. ¿Quién no querría vivir en Fool’s Gold?
– Seguro que cientos de personas -murmuró Nevada.
Dakota decidió que estaba cansada de hablar de sí misma.
– ¿Alguien sabe si mamá ha tenido una cita?
– No -respondió Nevada-. Hay un par de hombres que conozco, unos contratistas que son muy buenos tipos. Tienen su edad y supongo que si fuera una hija mejor, les habría preparado una cita, pero no podría hacer eso.
– ¿Crees que es algo malo? -preguntó Montana.
– No. Quiero que sea feliz y ya han pasado casi diez años de la muerte de papá, así que no es que me parezca demasiado pronto.
– ¿Entonces qué? -quiso saber Dakota.
Nevada sonrió.
– Creo que me da miedo que encuentre a alguien en treinta segundos. ¡Sería deprimente! No puedo recordar la última vez que tuve una cita.
– ¡Dímelo a mí! -dijo Montana con un suspiro.
– ¿Qué me dices de esos contratistas? -preguntó Dakota-. ¿Alguno es lo suficientemente joven como para resultar interesante?
– Trabajo con ellos y no es bueno salir con alguien con quien trabajas.
– ¿Por qué no? -preguntó Montana-. Si trabajas con ellos, entonces tienes la oportunidad de verlos en toda clase de circunstancias. Sabrás mucho sobre su carácter. ¿No es eso algo bueno?
Nevada se encogió de hombros y se giró hacia Dakota.
– Supongo que tú no estás interesada en salir con nadie.
– Tengo un bebé.
– Y un hombre. Admítelo. El sexo es fabuloso.
Dakota no se molestó en ocultar su sonrisa.
– Mejor aún de lo que os imagináis.
Finn hizo todo lo que pudo por evitar a su hermano.
No había nada de lo que pudiera decirle Stephen que quisiera oír. Pero dos días después de la emisión del programa, su hermano lo acorraló en el aeropuerto. Estaba cargando unas cajas en el avión y, al alzar la mirada, se encontró allí a Stephen.
– Estoy ocupado -le dijo con brusquedad.
– Algún día tendrás que hablarme.
– Hace una semana que no te veo. No hagas que parezca como si llevaras días yendo detrás de mí.
– Ya sabes lo que quiero decir -le dijo su hermano-. Estás cabreado.
Finn colocó la caja y se puso derecho.
– ¿Porque has salido en la televisión nacional diciéndole al mundo que soy un cretino? ¿Por qué iba a estar cabreado por eso?
– Yo no dije nada de eso. Dije que… -Stephen sacudió la cabeza-. Olvídalo -se dio la vuelta-. No importa. De todos modos no vas a escucharme. No sé ni por qué me molesto.
Stephen comenzó a alejarse. La primera intención de Finn fue dejarlo marchar; ese chico estaba actuando como un crío mimado. Había intentado dejar algo claro y había abandonado al primer intento. Y eso que Dakota decía que sus hermanos ya eran lo suficientemente maduros como para seguir su camino solos.
Sin embargo, era él el que tenía que ser el maduro en su relación.
– Solo tenías que habérmelo contado.
Stephen se detuvo, pero no se giró.
– No me habrías escuchado. Me habrías dicho que volviera a la universidad y fuera haciéndome a la idea de entrar en el negocio familiar. Siempre supiste que a Sasha no le interesaba y diste por hecho que a mí sí.
Finn se obligó a calmarse. Comunicación. Sí. En eso se basaba una conversación, no en gritar. No en salir ganando.
– No querría que hicieras algo que te hiciera infeliz. Creía que estabas estudiando Ingeniería porque te parecía interesante, no porque quisieras ser ingeniero.
Su hermano lo miró.
– Tuve una clase introductoria el primer curso y me enganchó. No te tomes esto a mal, pero no quiero ser tú. Me gusta volar, es divertido y te lleva a distintos lugares, pero no es mi vida. No querer formar parte del negocio familiar no significa no apreciar y agradecer lo que has hecho. Renunciaste a todo cuando papá y mamá murieron. Estuviste a nuestro lado. Solo soy un poco más pequeño de lo que eras tú cuando todo pasó y no puedo imaginarme haciendo lo que tú hiciste.
– No tienes a un par de chicos dependiendo de ti. Eso lo cambia todo.
– Nos cuidaste y te lo agradezco muchísimo. Los dos te lo agradecemos -le sonrió-. Yo más que Sasha.
Finn notó cómo se le relajaban los hombros.
– Papá quería que continuara la empresa familiar. Bill siempre me estaba diciendo que la vendiera y yo no quería por vosotros dos.
– Creía que te encantaba volar. Creía que ese negocio lo era todo para ti.
– Sí que me encanta volar, pero transportar mercancías de un lado para otro no es mi idea de pasar un buen rato. Quiero crear una compañía de vuelos chárter y llevar a gente a distintos lugares. Incluso puede que enseñe a niños a pilotar. A veces he pensado en irme a alguna otra parte. Empezar de nuevo. El mundo no empieza ni termina en Alaska.
– No sabía que pensaras eso.
– Tengo mis días.
– Siento lo que pasó en el programa. No sabíamos que las cámaras estaban allí. Solo estábamos charlando.
– Ya me lo imaginé. Solo me habría gustado que me lo hubieras contado a mí antes. Eso habría cambiado las cosas.
– Tienes razón y lo siento.
Esas eran unas palabras que no oía a menudo. Eran unas buenas palabras.
– Yo también lo siento. No pretendía obligarte a hacer nada que no quisieras.
– Gracias. Aunque supongo que ha funcionado porque voy a volver a la universidad.
– ¿Cuándo lo has decidido?
– Así fue cómo empezó la conversación con Aurelia. Dije que iba a volver a la universidad y de ahí pasamos a hablar de lo de la ingeniería.
– Ah, sí, ya lo recuerdo.
– Deja que adivine… solo le prestaste atención a la parte en la que dije que no quería entrar en el negocio familiar, ¿verdad? ¿No escuchaste nada más?
Finn sacudió la cabeza.
– Al parecer, no. Supongo que sí que debería haber prestado más atención.
– No quisiste escuchar nada sobre Aurelia -dijo algo incómodo.
– Le estoy muy agradecido. No sé cómo ha logrado que vuelva a interesarte la universidad, pero me alegro de que lo haya hecho.
– Es más que eso. Tienes razón. Ella… eh… ha estado hablándome sobre lo importante que es recibir una buena educación y tener estudios.
Finn sospechaba que su hermano, o estaba ocultando algo o intentaba despistarlo. Lo que no sabía era de qué se trataba. Pensó en presionarlo un poco, pero decidió dejarlo pasar. Dakota tenía razón. Sus hermanos ya habían crecido y podían ocuparse de sus propias vidas. Por lo menos Stephen volvería a la universidad. Sabía que Sasha se marcharía a Los Ángeles o tal vez a Nueva York, pero Stephen terminaría lo que había empezado y eso era toda una victoria.
Lo que había comenzado como un tranquilo almuerzo con sus hermanas se había acabado convirtiendo en una fiesta de chicas. Resultó que casi todas las mujeres que Dakota conocía habían decidido ir ese día a almorzar al Fox and Hound. Habían juntado mesas en el centro del restaurante y los turistas se habían quedado en los bancos observando a esa escandalosa multitud de mujeres.
Hannah y ella eran el centro de atención, sobre todo Hannah. La bebé pasaba de brazo en brazo, la achuchaban, la besaban y la acunaban.
– Por lo menos no tienes que enfrentarte a los Kilos de después del embarazo -le dijo Pia, revolviéndose en su silla. Estaba de unos siete meses y esperaba gemelos. Solo con mirarla, Dakota se sentía incómoda.
– ¿Cómo duermes? -le preguntó Dakota.
– Apenas descanso, estoy inquieta. Si logro una postura cómoda, duermo muy bien, pero el problema es cuando no la encuentro. Eso y querer comer. Estoy hambrienta todo el tiempo. Es verdad que estoy comiendo por tres, pero dos pesan menos de dos kilos. Cualquiera se pensaría que voy a dar a luz a dos jugadores de rugby.
– Seguro que al final merecerá la pena -le dijo la alcaldesa.
– Estoy emocionada con los bebés, pero es lo mucho que he engordado lo que me preocupa. He leído un poco y creo que si les doy el pecho, me ayudará.
– Dar el pecho a gemelos va a ser todo un reto -dijo una mujer entre carcajadas-. Pero sí que te ayudará a perder peso. Además, es mejor para los bebés porque fortalece su sistema inmunológico y crea un lazo más estrecho con la madre.
– Pues ojalá Raúl pudiera darles el pecho -murmuró Pia.
Dakota sonrió al imaginarse al antiguo jugador de fútbol americano dando de mamar a un niño.
– Pero puede ayudarte mucho en otros aspectos.
– Sin duda, lo está intentando -admitió Pia-. Adora a estos bebés y eso que ni siquiera han nacido aún.
– Y tú lo adoras a él -dijo Nevada desde el otro lado de la mesa.
Pia sonrió.
– Sí. Es increíble. Tuve mucha suerte al enamorarme de él. Claro que yo le digo que fue él el que tuvo suerte al enamorarse de mí. Creo que eso ayuda a que no se le suba a la cabeza. Sé que sería muy difícil para mí estar haciendo esto sola.
– Los gemelos son un desafío -dijo la alcaldesa-. De todos modos, nos habrías tenido a todas. Igual que Dakota.
Dakota asintió.
– Yo no me siento nada sola -y era verdad. Mientras que sería genial tener a su lado a un hombre, sabía que si necesitaba ayuda, ellas siempre estarían ahí.
Por otro lado, tenía que admitir que sentía cierta envidia al oír hablar a Pia sobre Raúl. A su amiga se le iluminaban los ojos y la boca se le curvaba en una especial sonrisa. Igual que a su madre cuando hablaba de su difunto marido. Estar enamorada hacía maravillas en una mujer.
Ella siempre se había dicho que encontraría a alguien especial, pero ahora ya no estaba tan segura. Hannah era maravillosa y estaba agradecida de tenerla, pero ser madre soltera haría que eso de enamorarse fuera muy complicado.
Pero merecía la pena con tal de tener a Hannah, que por cierto estaba con Gladys, una de las mujeres más mayores del pueblo.
– Entonces, ¿dar el pecho evita que te quedes embarazada? -preguntó Pia.
– Eso creo -respondió Denise-. ¿O era otra cosa? Ha pasado mucho tiempo y, por desgracia, no tengo sexo con nadie.
– ¡Dímelo a mí! -comentó Gladys, entregándole a regañadientes la niña a Alice Barns, la jefa de policía-. Claro que hay más hombres que antes, pero todos son demasiado jóvenes. ¿Por qué no traemos hombres más mayores? -sonrió-. Pero no demasiado, ¿eh?
Todas se rieron.
– Sé que pasa tiempo hasta que vuelves a tener el periodo después de dar a luz -dijo Denise-. Eso sí que lo recuerdo. Pero creo que puedes quedarte embarazada antes de que te vuelva. Me parece que al menos uno de mis chicos fue el resultado de esa falta de información -se rio-. Y no es que me queje, ¿eh?
– ¿Por lo del niño o por lo del sexo? -preguntó Gladys.
– Por las dos cosas.
Dakota se recostó en su silla y disfrutó estando con las mujeres que quería. Ese pueblo era especial. Pasara lo que pasara, siempre se apoyaban. Todo el mundo estuvo ahí para ayudarla cuando adoptó a Hannah. Si hubiera elegido ser madre soltera al estilo antiguo, también la habrían apoyado.
Aunque eso no habría sido muy probable. Una posibilidad entre cien, o incluso una entre un millón. Si alguna vez se quedaba embarazada, debería ir y comprarse un billete de lotería. No había forma de…
Se quedó sin aliento y todo en su interior se detuvo al darse cuenta de que hacía tiempo que no tenía el periodo. Seguro que no desde que tenía a Hannah y tampoco durante algún tiempo atrás.
Los pensamientos se agolpaban en su cabeza mientras intentaba entender qué estaba pasando. La respuesta obvia era que estaba embarazada… pero eso no podía ser. Su doctora había sido muy clara, aún podía oírla dándole las malas noticias.
«Es muy poco probable que puedas quedarte embarazada mediante el acto sexual. No diré que imposible, pero estadísticamente la realidad es que eso no sucederá».
Posó una mano sobre su vientre y se preguntó qué pasaría si la doctora se hubiera confundido.