Dakota se había esperado algo del estilo: «¿Qué sabor de helado tienes?», pero lo que no se había esperado era que Finn la besara.
Sentía la calidez de sus manos en su cara, y resultaba bastante agradable. Pero lo que de verdad captó su atención fue la sensación de su boca sobre la suya. Sus labios eran lo suficientemente suaves como para tentarla y firmes como para permitirle relajarse. La besó con delicadeza, pero con una determinación que le hizo saber que la deseaba. La besó como si estuviera hambriento y ella fuera un bufé que no se había esperado encontrar.
Sus labios se movían como en busca del mejor lugar donde posarse. Había pasado mucho tiempo desde que un hombre la había besado. Mucho tiempo desde que lo había deseado. El otoño anterior, antes de descubrir que estaba rota por dentro, habría dicho que quería tener una relación. Después, todo había cambiado. Y ahora no estaba segura. Pero con Finn, no importaba porque él no se quedaría allí y cualquier cosa que sucediera entre los dos no sería permanente.
Él bajó las manos hasta su cintura y la llevó hacia sí. Ella lo rodeó con sus brazos y se dejó abrazar. Ladeó la cabeza y él se acercó más. Finn sabía al vino que habían tomado en la cena, olía a limpio, a un aroma masculino.
Y cuando Dakota deslizó las manos sobre sus brazos, pudo sentir lo fuerte que era.
El beso continuó. Piel contra piel, calidez. Atracción.
Y entonces algo cambió. Tal vez fue el modo en que él movía las manos y le acariciaba la espalda, tal vez fue el hecho de que sus muslos se rozaran, tal vez la posición de la luna en el cielo, o tal vez que por fin había llegado el momento de que le sucediera algo bueno.
Fuera cual fuera la razón, pasó de estar disfrutando del decente beso de un encantador hombre a verse invadida por un fuego que arrasó su cuerpo. Fue tan inesperado como intenso. El calor estaba por todas partes. El calor y un deseo que podía hacer suplicar a una mujer.
La necesidad de acercarse más y más a él fue aumentando hasta hacerse abrumadora. Separó los labios esperando que el beso se intensificara y por suerte, él pareció leerle la mente. Su lengua acarició la suya y se coló dentro.
Fue como el paraíso. Cada caricia la hacía estremecerse de placer por dentro, hacía que le temblaran las piernas. Le devolvió el beso con una excitación cada vez mayor. Quería dejarse llevar, quería recordar todo lo que podía hacer su cuerpo.
Se dio cuenta de que llevaba mucho tiempo aletargada, desconectada de todo menos del dolor. Había bloqueado casi todas sus emociones, tanto que había acabado engañándose a sí misma.
Finn la besó con más intensidad. Ella cerró los labios alrededor de su lengua y él tensó su abrazo.
Iba a detenerse, pero no podía. Ella lo necesitaba. Tenía que…
Pero no, él no tenía por qué hacer nada. Ésa no era ella; ella no asaltaba a hombres en su cocina… ni en ninguna otra parte. Lo más educado era dar un paso atrás.
Oh, pero cuánto lo deseaba. Le ardían los pechos. Tenía los pezones tan sensibles que solo el roce del sujetador era como una agonía. Entre sus piernas, estaba inflamada y hambrienta. Quería que esas grandes manos la tocaran por todas partes. Quería verlo desnudo y excitado en su cama. Quería que él la llenara por dentro una y otra vez.
Necesitó todo su autocontrol, pero de algún modo logró apartar las manos de él y poner algo de espacio entre los dos. Era consciente de su respiración acelerada y esperaba no parecer demasiado desesperada. La confianza en el terreno sexual resultaba atractiva; la desesperación hacía que un hombre saliera corriendo.
Los ojos de Finn estaban oscuros de pasión, y eso era agradable. Se vio tentada a bajar la mirada para comprobar si había alguna prueba física de lo que estaba sintiendo, pero no sabía cómo hacerlo sin resultar demasiado obvia. Aun así, era muy probable que él no hubiera querido más que ofrecerle un educado beso y que ella se hubiera lanzado a por él como un mono hambriento de sexo.
– Yo… eh… no sé qué decir… -admitió ella sin mirarlo a los ojos.
– No debería haberlo hecho -murmuró Finn-. Tú no… no es la razón por la que… -se aclaró la voz.
Ella frunció el ceño, no estaba segura de si estaba disculpándose o intentando escapar.
– Me alegra que lo hayas hecho -dijo ella diciéndose que lo mejor era mostrar valentía.
– ¿De verdad?
Se obligó a mirarlo y vio que él estaba mirándola. Oh, sí. Eso sí que era pasión.
– Me alegro mucho.
Finn enarcó una ceja.
– Yo también.
El calor teñía las mejillas de Dakota, pero aun así se lanzó otra vez.
– Podríamos repetirlo.
– Podríamos, pero hay un problema.
¿Estaba casado? ¿Habría sido una mujer antes? ¿Era gay?
– No estoy seguro de que pudiera parar -admitió.
El alivio que Dakota sintió fue casi tan bueno como el beso en sí. Dakota fue hacia él y no se detuvo hasta que sus cuerpos estuvieron pegados el uno contra el otro… y con lo que obtuvo una respuesta a la pregunta que se había hecho antes sobre lo que sentía Finn.
– Por mí, está bien -susurró.
Ella había pensado decir más, proponerle que fueran a su dormitorio, pero no quería correr el riesgo.
Una vez más, Finn la besó. Y aunque no fue algo tan inesperado como la primera vez, ella quedó abrumada de nuevo.
Se entregó a su fuerte abrazo queriendo sentir sus brazos rodeándola. Separó la boca y él se coló dentro, provocándola, mientras con las manos recorría todo su cuerpo. Le acarició la espalda y desde ahí fue descendiendo hasta sus nalgas, las cuales apretó hasta hacerla arquearse hacia él.
El vientre de Dakota rozaba su erección. Estaba muy excitado y la imagen que ese contacto dibujó en su mente le hizo gemir. Sin pensarlo, le agarró las manos y las llevó hasta sus pechos.
En cuanto él la tocó, comenzó a derretirse. Las manos de Finn cubrían sus curvas, acariciaban su piel mientras la recorrían centímetro a centímetro. Sus dedos jugueteaban con sus pezones. Y entonces, él le quitó el jersey.
Apenas había tenido tiempo de dejarlo caer y ella ya estaba desabrochándose el sujetador. Solo esperaba que el horno estuviera apagado para que, si aterrizaba ahí, no sucediera nada.
Mientras, Finn se quitó la camisa y se descalzó. A continuación, se agachó y comenzó a besarle un pezón produciendo en Dakota un cosquilleo que le llegó hasta el vientre.
La combinación del movimiento, el calor y la humedad casi la hicieron caer de rodillas. Se aferró a él con fuerza para mantenerse en pie. El pasó al otro pecho y utilizó sus dedos para acariciarla primero mientras ella deslizaba los suyos por su pelo y lo acercaba a su cara para besarlo.
Cuando sus lenguas se entrelazaron, él le desabrochó el botón de los vaqueros y ella se descalzó. Segundos después, los pantalones y sus braguitas cayeron al suelo. Finn se puso de rodillas y le separó los muslos para besarla íntimamente. Así, sin previo aviso. Nada podía haberla preparado para ese cálido ataque de sus labios y de su lengua. Estaba indefensa mientras la exploraba una y otra vez.
Con cada erótico movimiento de su lengua, ella iba acercándose más al clímax. Le temblaron las piernas hasta que le fue imposible mantenerse en pie. Hundió los dedos en sus hombros, pero eso no le bastó. Podía notar cómo iba cayéndose.
Él la agarró y la llevó contra su pecho. Su piel ardía contra la de ella. Y entonces, Finn la levantó en brazos. Dakota pensó en darle indicaciones, pero solo había dos habitaciones y una única planta, así que pensó que podría encontrar el camino solo. Y, cómo no, él fue directo al dormitorio y la tendió sobre la colcha. Antes de reunirse con ella en la cama, terminó de desnudarse y tiró la ropa.
Se tumbó a su lado y posó las manos sobre su cuerpo. Comenzó por la frente y fue recorriendo suavemente su piel. Le tocó las mejillas, las orejas, la mandíbula, los hombros, la clavícula… antes de posarse sobre sus pechos.
De ahí, pasó a su cintura, pasando por encima de las caderas hasta la «v» que quedaba formada entre sus piernas. Dakota pensó que se quedaría ahí un momento para terminar lo que había empezado, pero él siguió descendiendo hasta sus muslos y sus tobillos.
Hizo el camino de vuelta muy lentamente y cuando llegó a la suave piel del interior de sus muslos, se situó entre ellos y se agachó para besarla.
Inmediatamente su lengua se detuvo sobre su punto más sensible y ahí comenzaron las caricias a un ritmo diseñado para arrastrarla a la locura y hacerla gemir. Era como si su cuerpo no fuera suyo y él controlara cada reacción, cada sensación. Una y otra vez.
Sus músculos se tensaron y se vio de nuevo acercándose al final.
Pero no. Aún no. Era demasiado bueno. Tenía que hacer que durara. Sin embargo, era imposible no ir dirigiéndose hacia lo inevitable.
Entonces él hundió un dedo en su interior y ella estuvo perdida. Su cuerpo se retorció de placer, un placer que la invadió por todas partes. Pero gradualmente esas sacudidas fueron deteniéndose y ella fue regresando al mundo real. Aletargada y satisfecha. Hacía mucho tiempo que no se había sentido tan bien.
Y justo cuando su clímax estaba disipándose, Finn se adentró en ella con un suave pero firme movimiento y la llenó por completo.
Una vez estuvo dentro, ella abrió los ojos y le sonrió.
– Qué bien -le susurró.
Él también sonrió.
– ¿Te gusta?
– Sí.
Lo rodeó por la cintura con las piernas y lo acercó a sí. Cuando él se retiró para volver a hundirse en ella, Dakota lo instó a adentrarse más y más. Lo quería todo de él. Quería perderse en lo que estaban haciendo. Así era la vida. Eso era lo que hacía la gente que estaba viva.
Cada vez que la llenó, su excitado cuerpo lo aceptó y Dakota pudo sentir cómo Finn se perdía en ella y en el placer.
Sasha y Lani estaban sentados sobre la única cama de la habitación del motel de ella. Una vez que habían sido elegidos para el programa, la productora les pagaba la comida y el alojamiento y ya que Geoff no veía la necesidad de pagar por nada extravagante, seguían en el mismo sitio donde se habían alojado al llegar.
Cuando terminara el programa, a cada uno les darían veinte mil dólares; más que suficiente para mudarse a Los Ángeles.
Lani extendió varios papeles sobre la cama. Unos parecían nuevos, pero otros tenían manchas, rajas y arrugas por haber sido doblados una y otra vez.
– Quiero ser muy famosa para cuando cumpla los veintidós -dijo Lani con su marrón mirada cargada de convicción-. Sería genial hacer películas, pero la televisión me parece algo más seguro. El año pasado fui a Los Ángeles para una audición de una serie piloto -se detuvo y lo miró.
Sasha asintió. Sabía que cada año las productoras producían capítulos piloto para series de televisión. Después, los ejecutivos de distintas cadenas decidían cuáles podían emitirse y cuáles eran eliminadas antes siquiera de empezar. Las audiciones eran una parte importante del proceso de grabación de un piloto y los desconocidos eran bienvenidos.
Participar en un piloto era genial, pero no te daba garantías. Incluso aunque la serie se eligiera para emitirse, podían sustituirte por otra persona. Era como jugar a la lotería.
– ¿Qué tal te fue?
Ella suspiró.
– Participé en dos pilotos, pero ninguno llegó a ninguna parte.
Alzó los brazos por encima de la cabeza y se estiró. Al moverse, su camiseta se tensó sobre sus pechos.
Sasha la miró, aunque más que nada por inercia. Lani era preciosa. Tenía unos rasgos muy exóticos y seguro que era muy fotogénica.
– ¿Y qué me dices de ser modelo?
– Soy demasiado baja. Jamás lo lograría. He hecho algunos anuncios de bañadores, catálogos y cosas así. Claro que me han hecho montones de ofertas para hacer desnudos, pero de ninguna manera. No querría que esas fotografías me persiguieran dentro de unos años, cuando me nominen para un Óscar.
Él quería salir de Alaska, ser famoso y muy rico, y ser una estrella era el modo de lograrlo. Pero Lani lo quería todo. Una carrera seria, premios y hordas de paparazzi siguiéndola a todas partes.
– Tenemos que trazar bien nuestro plan -dijo ella hojeando los papeles. Su larga y oscura melena le caía sobre los hombros.
Él supuso que debería apetecerle tener sexo con ella y si ella se quitaba la ropa y se ofrecía, no se negaría, pero no estaba tan interesado en esa chica. Lani era la primera persona que había conocido que quería lo mismo que él, más incluso. Sabía que si colaboraban el uno con el otro, tendrían mayores oportunidades de conseguirlo todo.
– Si ganamos, nos darán ciento veinticinco mil dólares a cada uno -dijo él recostándose contra la almohada-. Además de los veinte mil. Quiero alquilar una casa en Malibú.
– No seas idiota. Eso es sin descontar los impuestos. Tendremos suerte de acabar con setenta mil. Y es un dinero que te tiene que durar. Yo voy a alquilar un apartamento en el Valle de San Fernando, cerca de los estudios de Burbank. Así puedo estar en Century City o en Hollywood enseguida. Sé que si no me contratan nada más llegar, tendré que encontrar un trabajo -lo miró-. ¿Tienes tu lista soñada de agentes?
¿Agentes?
– Eh… la verdad es que no.
– Yo sí. Una vez que este programa empiece a emitirse, haré unas llamadas y les pediré a sus ayudantes que me vean. No habrá modo de contactar con el agente que quiero, pero a los ayudantes les encanta recibir esas llamadas. Siempre están buscando a alguien y quieren encontrarlo y presentarle a su jefe a ese cliente potencial.
Sasha la miró. Lani y él debían de tener la misma edad, pero de pronto, él se sintió como un crío. ¿Cómo sabía todo eso?
Su rostro debió de reflejar todas sus dudas porque ella le sonrió y le dijo:
– No estés tan sorprendido. He estado preparando esto desde que tenía trece años.
– Supongo que eso debería hacerme sentir mejor.
Ella sacudió la cabeza.
– Ya te pondrás al día. No es tan difícil. Todo se trata de captar la atención, de conseguir tus quince minutos de fama y hacer que se conviertan en una hora. He estado pensando que necesitamos un guion.
– ¿Qué quieres decir?
– Unas citas típicas no es algo interesante. ¿Quién quiere ver eso? ¿Nos vamos a sentar a charlar sin más? -sacudió la cabeza-. No. Necesitamos algo mejor. Necesitamos una razón mejor para que los telespectadores quieran que ganemos.
Él se inclinó hacia ella.
– De acuerdo. ¿Cómo qué? ¿Algo de una película?
– He pensado en una de las historias de amor clásicas -admitió-. Pero no estoy segura de por dónde llevar la historia. Demasiada gente estaría familiarizada con el argumento. Además, no es suficiente. No podemos hacer que nadie nos rapte, aunque eso sería fabuloso.
Ella agarró uno de los papeles y lo agitó ante sus ojos.
– He visto culebrones y algunos de los argumentos son muy buenos. La gente ve esas series porque en ellas siempre pasa algo, así que tenemos que hacer que se fijen en nosotros y tenemos que darles algo interesante que ver -lo miró-. El sexo vende.
– Eso puedo hacerlo -dijo él con una sonrisa.
Lani volteó los ojos.
– Ya te he dicho que nada de porno, pero eso no significa que no podamos ser románticos y apasionados. A la gente le encanta eso. Estoy pensando que podríamos tener una de esas relaciones en las que nos enamoramos, discutimos, rompemos y volvemos juntos. A la cámara le encanta el drama. A la cámara le encanta la acción. Si le damos al director algo interesante que grabar, tendremos muchas horas en pantalla y eso es lo que queremos.
– Se me da bien la acción -dijo Sasha, aún un poco impresionado por la determinación de Lani de hacer lo que fuera para conseguir lo que quería. Lo máximo que él había hecho había sido dejar la facultad y alejarse de su hermano mayor. En ese momento, le había parecido toda una hazaña, pero ahora no estaba tan seguro.
– Seremos la pareja de la que todo el mundo hablará -dijo ella emocionada.
– Totalmente. Bueno, ¿cuál es el plan?
Lani sonrió.
– No estoy segura. ¿Es que tienes miedo?
Grabar un programa de televisión era mucho más complicado de lo que Dakota se habría imaginado. Con diez parejas concursantes, casi el mismo número de localizaciones distintas y lo que a ella le parecía un equipo de grabación muy pequeño, el caos reinaba. Cada pareja tendría una cita local y algunas tendrían citas fuera de allí. En su opinión, que la primera semana de concurso te eligieran para tener una cita fuera del pueblo, te facilitaba mucho la permanencia en el programa.
Siempre había sido seguidora de programas como Súper Modelo y Top Chef, pero no podía imaginarse que cuarenta y cinco minutos de programa llevaran tanto trabajo. Ese día, dos parejas se conocerían mientras paseaban por Fool’s Gold; una primera cita que sería muy agradable en la vida real, pero que, por lo que veía por los monitores, no debía de resultar muy excitante por televisión.
Miró su carpeta para comprobar cuánto tenía que durar la cita y al volver a mirar a la pareja vio a un alto y guapísimo hombre caminando hacia ella.
Hacía casi dos días que no veía a Finn, no desde que había estado en su casa y habían hecho algo que la había hecho flotar. Una cualidad que podía gustarle mucho en un hombre.
Mientras se preguntaba si se sentiría avergonzada o incómoda a su lado, su cuerpo se vio invadido por un cosquilleo.
– Buenos días -dijo él.
– Hola.
Lo miró a los ojos y sonrió. Por su parte, no había ninguna sensación desagradable y su cosquilleo mejoró aún más cuando él le devolvió la sonrisa.
– ¿Qué tal?
– Mejor. He estado ocupándome de alguna que otra crisis en casa, he volado a Eugene y a Oregón transportando mercancías y ayer pasé la mayor parte del día intentando convencer a los gemelos de que volvieran a Alaska.
– ¿Y cómo te ha ido?
– Cuando terminamos de hablar, me golpeé la cabeza contra un muro para sentirme mejor.
– ¡Ay! ¿De verdad esperabas que tus hermanos se subieran a un avión para volver contigo?
Él se encogió de hombros.
– Todo hombre puede soñar, ¿no? -sacudió la cabeza-. No, no esperaba que vinieran conmigo. Sabía que no funcionaría, pero me veía obligado a intentarlo. Puedes llamarme idiota.
– Lo cierto es que creo que eres una persona que se preocupa mucho por su familia. No lo estás haciendo bien, pero eso nos pasa a todos.
Él se rio.
– Gracias… creo.
– Estaba siendo simpática -le dijo ella.
– De un modo muy sutil.
Dakota se rio. No se había imaginado que estar con Finn pudiera ser divertido. «La mañana después» podía resultar algo embarazosa, incluso habiendo pasado varios días, pero se sentía tan cómoda con él como antes de que hubieran hecho el amor.
– Sobre lo de la otra noche… -comenzó a decir él.
– Lo pasé genial.
– Yo también. Fue una sorpresa, y no es que me esté quejando -la miró-. ¿Tú te quejas?
– Nunca me había sentido mejor.
La sexy sonrisa de Finn regresó.
– Bien. Y el hecho de que fuera tan inesperado y todo eso… no utilicé nada… ¿supone algún problema?
Ella tardó un segundo en darse cuenta de lo que estaba queriendo decir. Protección, métodos anticonceptivos.
– No hay problema.
– ¿Estás tomando la píldora?
Lo más sencillo habría sido decir que sí, pero por alguna razón, no quería mentir a Finn.
– No me hace falta. No puedo tener hijos. Una cuestión médica. Técnicamente, si todos los planetas se alinearan un día de eclipse y aterrizaran los alienígenas, tal vez podría pasar.
Finn ni dio un paso atrás ni se mostró ridículamente aliviado. Por el contrario, su rostro reflejó compasión y comprensión.
– Lo siento.
– Yo también. Siempre he querido tener hijos, una familia. Siempre he querido ser madre.
Ahí estaba, pensó. La tristeza. Cuando se enteró de lo que le pasaba, la tristeza la había invadido, le había arrebatado la vida. A pesar de todas sus clases, de las conferencias, nunca había llegado a comprender la depresión. Nunca había comprendido cómo alguien podía llegar a perder toda esperanza.
Pero ahora lo sabía. Había tenido días en los que apenas había sido capaz de moverse. Quitarse la vida o hacerse daño no era algo que entrara dentro de su personalidad, pero salir de un estado constante de apatía le había resultado una de las cosas más difíciles que había hecho nunca.
– Hay más de un modo de obtener lo que quieres, pero eso ya lo sabes.
– Sí. Me lo digo todo el tiempo y, si tengo un buen día, me creo -lo observó-. Tú, por otro lado, no pareces estar buscando familia.
– ¿Es una evaluación profesional?
– ¿Me equivoco?
– No. Ya he pasado por eso.
Y tenía razón. Finn se había visto obligado a responsabilizarse de sus hermanos siendo muy joven, así que, ¿por qué iba a querer empezar de nuevo con una nueva familia?
Le gustaba Finn. Se habían divertido juntos, pero querían cosas distintas y, ahora, lo último que necesitaba era un corazón roto.
– ¿Te he asustado? -le preguntó ella.
– No. ¿Lo pretendías?
Dakota se rio.
– No, la verdad es que no. Es que no quiero que las cosas se tensen entre nosotros ni que estemos incómodos.
– No pasará.
– Bien -se acercó un poco y lo miró-. Porque la otra noche fue divertidísima.
– A mí me pareció lo mismo. ¿Quieres repetirla?
¿Sexo con un hombre que no se quedaría a su lado? ¿Diversión y nada de compromiso? Nunca había sido esa clase de chica, pero tal vez había llegado el momento de un cambio.
Sonrió.
– Creo que sí.