– No lo entiendo -murmuró Dakota, a pesar de haber repetido lo mismo unas seis veces-. No puedo estar embarazada. No puede ser. Se suponía que era imposible.
La doctora Galloway, una mujer mayor con una amable sonrisa, le dio una palmadita en la pierna antes de ayudarla a levantarse de la camilla.
– Diría que es un milagro. ¿O es que no te parece una buena noticia?
Dakota respiró hondo, intentando aclararse las ideas. El test de embarazo que había utilizado en casa la noche anterior había confirmado lo que había empezado a sospechar y conducir hasta el siguiente pueblo para comprarlo le había llevado más tiempo que esperar a ver los resultados.
«Embarazada».
Una única palabra que era difícil de malinterpretar, aunque a ella le estaba costando mucho asimilarla. ¿Embarazada? Imposible. Pero aun así, lo estaba.
– Son buenas noticias -dijo lentamente-. Claro que quiero tener más hijos -Hannah y su hermano o hermana se llevarían poco tiempo, pero ¿tan pronto?-. Es solo que no creía que…
– No creías que pudiera pasar. Así es la vida. Lo he visto muchas veces en mi consulta. Aunque debería aleccionarte y reprenderte por la estupidez de no utilizar preservativo, jovencita. El embarazo no es lo único de lo que hay que protegerse.
– Tiene razón -Dakota quería agarrarse la cabeza y ponerse a gritar, más por lo surrealista de la conversación que por que estuviera preocupada-. ¿Está segura?
– Haré un análisis de sangre para confirmarlo, pero estoy segura. Basándonos en mi examen, diría que estás de unas seis semanas.
¿Seis semanas? Eso significaba que había pasado la primera vez que había estado con Finn. Se habían dejado arrastrar tanto por la pasión…
– Estoy impactada -sacudió la cabeza preguntándose si alguna vez volvería a sentirse normal-. No creía que esto pudiera pasar. Creía que si quería quedarme embarazada, tendría que someterme a una intervención.
– Yo también. Cuando te dije que era muy poco probable que pudieras concebir de manera natural, estaba siendo amable. Creía que era absolutamente imposible. Sí, siempre está la más mínima posibilidad, pero nunca pensé que pudiera pasar -sonrió-. Tu chico debe de tener unos espermatozoides asombrosos.
– Supongo -miró a la doctora-. Acabo de adoptar a una niña. Tiene seis meses.
– Me alegro por ti. Es una noticia excelente. Siempre he sido de la opinión de que los hermanos deben llevarse pocos años. Es más duro para los padres, pero mejor para los niños -la doctora anotó algo en una libreta-. ¿Y qué me dices del padre?
– No sé qué pensará -dijo sinceramente y preguntándose si el remolino que sentía en el estómago eran los nervios, el pánico o las hormonas-. Finn no quiere tener una relación seria ni responsabilidades -ahora que sus hermanos casi volaban solos, un bebé le estropearía la vida.
– Los hombres suelen hablar así, pero cuando tienen un hijo, cambian de opinión. Se lo dirás, ¿verdad?
– Sí -con el tiempo. Primero ella tenía que asimilar la información.
Incluso ahora, sentada en la consulta de la doctora y desnuda de cintura para abajo, después de haber hecho pis en un palito y de haberse sometido a un examen pélvico, la información seguía pareciéndole irreal. Por mucho que dijera la palabra «embarazada», no podía sentirla en su corazón.
La doctora abrió un cajón y sacó varios folletos.
– Es información para empezar. Al salir, recoge unas muestras de vitaminas y la receta para comprar más -se levantó-. Eres una joven sana. Ahora que has concebido, haremos todo lo que podamos para que tu embarazo se desarrolle sin incidentes. Disfruta de esta bendición, Dakota.
– Lo haré.
Dakota esperó a que la doctora se hubiera marchado para levantarse y comenzar a vestirse. Al recoger sus vaqueros, su mirada se posó en la imagen de una mujer embarazada y cómo el bebé estaba colocado en su interior.
Mientras lo analizaba, se tocó su plano vientre y el corazón comenzó a latirle con fuerza, más y más rápido, hasta que casi perdió el aliento.
¡Estaba embarazada! Después de tanto dolor y sufrimiento, después de pensar que estaba rota por dentro y que era distinta a las demás, ¡estaba embarazada!
Se rio y al instante notó lágrimas en sus ojos.
– Lágrimas de felicidad -susurró-. Lágrimas de felicidad.
Se vistió rápidamente, deseosa de contárselo a su madre, que estaba cuidando de Hannah. Denise estaría encantada mientras que Dakota se aferró al sentimiento de felicidad sabiendo que en cualquier momento la asaltaría el miedo por pensar que sería una madre soltera de dos bebés.
¿Podría hacerlo? ¿Tenía elección?
Había mucho en lo que pensar. Tenía que ir al aeropuerto y…
¿Y qué? ¿Contárselo a Finn?
Se apoyó en el borde de la mesa de examen y sacudió la cabeza. Para él no serían buenas noticias, pensó con tristeza. Jamás querría hacerse cargo del bebé.
Sí, cierto, era muy bueno con Hannah y la cuidaba mucho, pero lo hacía como podría hacerlo un tío. Nada más. Sin más implicaciones. Le gustaban los niños, pero que le gustaran los niños no significaba que quisiera ser padre.
Finn se lo había dejado muy claro desde el minuto uno y si ella esperaba más de la relación, entonces estaba engañándose a sí misma.
Pensar en ello le hizo recordar el nombre del programa: Amor verdadero o Fool’s Gold.
Sabía lo que quería. Era fácil, pero encontrarlo era más complicado. En cuanto a lo de Fool’s Gold, cuyo significado literal era «el oro de los tontos», es decir, un sustituto artificial de algo real… tal vez también aceptaría un poco de eso. Tal vez se permitiría creer que había algo más entre Finn y ella.
Era un gran tipo y sabía que ella corría el peligro de perder su corazón por él. Pero también sabía que había sido sincero con ella y eso la posicionaba en un incómodo dilema.
¿Cómo y cuándo decirle a Finn que estaba embarazada?
No le sorprendería que en un principio él pensara que le había engañado sobre su imposibilidad para tener hijos y por eso tenía que estar preparada.
También estaba el tema de criar al niño. ¿Él querría?
Y de ser así, ¿cómo lo harían? ¿Iría y vendría en avión desde South Salmon? Pero, ¿y en invierno cuando ese pequeño pueblo quedaba prácticamente aislado del mundo? ¿Qué pasaría si uno de ellos, o los dos, se enamoraba de otras personas? En su caso lo veía complicado, pero Finn era la clase de hombre que casi cualquier mujer desearía.
Demasiadas preguntas, se dijo y se levantó para recoger su bolso. Respiró hondo. No todas esas preguntas tendrían que encontrar respuesta hoy. Estaba de unas seis semanas, lo que significaba que tenía meses y meses antes de que tuvieran que tomarse decisiones. Podía tomarse su tiempo y pensar en el mejor modo de decirle a Finn lo que había pasado. En cuanto a si él la ayudaría o no con el bebé, si tenía que hacerlo sola, lo haría. Tal vez no tuviera una pareja, pero sí que tenía una familia y todo un pueblo que la querían.
Unas palabras muy sensatas, pensó mientras se dirigía al mostrador de recepción para recoger sus muestras de vitaminas y la receta.
Unas palabras que deberían haberla hecho sentir mejor y más fuerte. Sin embargo, por dentro tenía un gran vacío, la sensación de anhelar la única cosa que no podía tener.
A Finn.
Sasha se recostó en el banco.
– Creía que a estas alturas algún agente ya se habría puesto en contacto conmigo -gruñó-. ¿Y si ninguno está viendo el programa?
Lani estaba sentada en la hierba frente a él. Le sonrió.
– Sí que lo están viendo.
– Eso no puedes saberlo.
La mayor parte del tiempo a Sasha le gustaba Lani; era fácil llevarse bien con ella y ya que ninguno de los dos quería acostarse con el otro, se ahorraban cierta tensión entre los dos. Era como salir por ahí con su hermana. Si es que la tuviera.
Pero a veces le ponía nervioso, sobre todo cuando se comportaba como si lo supiera todo sobre la televisión y él no supiera nada. Sí, él no había ido a Los Ángeles a rodar episodios piloto, pero eso no significaba que no leyera ni hablara con gente. Había estudiado mucho por Internet.
Lani se tumbó boca abajo y su largo y oscuro cabello rozó la hierba. Era una belleza, pero no era su tipo.
– Ya te he dicho que avisé a los mejores agentes de Los Ángeles. Bueno, a sus ayudantes. Les dije que nos vieran.
– No sabes si lo están viendo.
Ella puso los ojos en blanco.
– No seas tan negativo. Tienes que tener fe. Tienes que ver lo que quieres y trabajar duro para hacerlo realidad. Así nos convertiremos en estrellas. ¿Crees que me gusta estar en este estúpido programa? Geoff es un fastidio, no tiene visión del negocio, pero el programa nos pone frente a la gente. Hace que nos vean. Por eso estoy aquí.
Lani estaba muy segura de sí misma y tenía un plan. Lo único que él tenía era un sueño y el deseo de salir de South Salmon. Esa era la diferencia entre los dos. Así que, en lugar de quejarse de ella, debería aprender de ella.
– Entonces, ¿qué tenemos ahora?
– Cierra los ojos.
Él la miró.
– No.
Lani se puso de rodillas.
– No voy a hacer nada malo. Confía en mí. Cierra los ojos y empieza a respirar hondo. Tomando aire del estómago.
Hizo lo que le dijo, echándose atrás en el banco y cerrando los ojos. Poco a poco, notó cómo se relajaba.
– De acuerdo. Ahora, imagina la casa de tus sueños en Los Ángeles. Está en la playa, ¿verdad?
– En Malibú -dijo con una sonrisa y sin abrir los ojos-. Puedo ver el océano -lo que en realidad veía eran chicas en bikini, pero eso no se lo dijo-. Y sé cómo visualizar.
– Sabes soñar despierto. Es distinto.
– De acuerdo. Sigue.
– Ahora, imagina que tu casa tiene una gran terraza con escaleras que bajan a la playa. Diez escalones. Son de madera. Estás descalzo. Hace calor y sol. Puedes sentir la barandilla en tu mano y la madera bajo tus pies. Corre una ligera brisa.
Se quedó sorprendido al comprobar que prácticamente podía sentirlo todo. La madera era suave y cálida y notaba la suave arena bajo sus pies. La ligera brisa que ella había descrito soplaba contra su cara y notó cómo se le movió el pelo.
– Ahora imagínate bajando las escaleras -le dijo en voz baja-. Estás acercándote a la playa. Puedes oler el océano y oír el sonido de las olas. Puedes ver a gente en la playa -se rio-. Vamos a cambiar eso. Puedes ver a chicas en la playa.
– Sí, unas cuantas, tal vez -dijo él riéndose-. De acuerdo. Estoy bajando las escaleras.
– Ve despacio. Imagínalo todo. La barandilla. No lo olvides. Estás bajando y bajando, te falta un escalón y ya estarás en la playa. Párate en el último escalón. ¿Puedes verte ahí?
Él asintió. Podía verlo todo y también podía sentirlo. Era tan real que casi podía saborear la sal en sus labios.
– Ahora pisa la arena. Siente la cálida arena. Está a la temperatura ideal. No demasiado caliente, sino cálida por arriba y fresca por abajo. Tres de las chicas te ven, se susurran algo y corren hacia ti. Saben quién eres y están emocionadas de verte. Porque sales en su programa favorito. Una de ellas lleva una copia de la revista People. Y tú sales en la portada.
Sasha sonrió. Todo era real, hasta su fotografía en la revista. Con los ojos aún cerrados, se rio. Ahí estaba escrito en negrita: El hombre más sexy del mundo.
Abrió los ojos y miró a Lani.
– Ha sido genial. ¿Cómo lo haces? Quiero más.
– ¿Por qué no visualizas todos los días? Es el mejor modo de conseguir lo que quieres. Claro que tienes que trabajar, pero esto te permite estar en el lugar adecuado en el momento adecuado. Cuando visualizas y prácticas, te estás preparando para el éxito. Llevo visualizándome ganando un Óscar desde que tenía catorce años.
Se levantó y fue hasta el banco para sentarse a su lado.
– No conozco a nadie en este negocio. No tengo mucha experiencia ni amigos a los que pueda preguntar, lo estoy haciendo todo sola. Y así es como hago que parezca real. Es lo que me ayuda a continuar. Si lo deseas, Sasha, tienes que creer en ti mismo. La mayor parte del tiempo nadie más creerá en ti.
– Lo entiendo. Tengo que saber lo que quiero e imaginar que ya está sucediendo.
– Sí. Pero hazlo todos los días. Eso es lo que hace que sea poderoso -suspiró-. Me imaginé en un reality show, pero debería haber sido más específica. No consigo que nadie me cuente nada sobre las audiencias. ¿Tú has oído algo?
– ¿De qué estás hablando?
– De cómo va el programa, de si los anunciantes están contentos con el número de espectadores. Toda esa información es importante. Queremos que el programa tenga éxito.
– ¿Qué más da si no lo tiene? De todos modos, nosotros vamos a irnos.
– Es importante porque si vas a ponerlo en tu curriculum, alguien tiene que haber oído hablar de él. No tiene sentido decir que has sido la estrella de un programa que nadie ha visto -lo miró-. Me vuelves loca, y no en el buen sentido.
– Es parte de mi encanto -le dijo y sonrió.
Ella miró a otro lado.
– Por lo que sabemos, uno de los cámaras nos ha seguido. A lo mejor deberíamos besamos un poco por si acaso.
Aunque no existía química entre los dos, besar a una chica guapa nunca estaba mal. Pero en lugar de pensar que la deseaba, se vio recordando su lección sobre la visualización. Se pondría con ello enseguida y lo primero que iba a visualizar era a su hermano mayor volviendo a Alaska y dejándolo tranquilo.
Finn agarró sus dos bolsas y salió de la tienda. Apenas había pisado la acera cuando una mujer lo detuvo.
– Eres tú, el que está saliendo con Dakota.
No estaba seguro de si se lo estaba diciendo o preguntándoselo. Fuera lo que fuera, no era asunto de esa mujer. Pero estaba en Fool’s Gold y ya había aprendido que allí la gente se metía en todo, quisieras o no.
– Conozco a Dakota -admitió.
– ¿Cómo está? Su bebé es preciosa. Hannah… se llama así, ¿verdad?
– Eh… sí -Finn quería meterle prisa a la señora, pero sabía bien que esa desconocida se tomaría su tiempo y que su trabajo era esperar y escuchar.
– ¿Sabes si aún tiene mucha comida en el congelador? Siempre prefiero esperar antes de llevar una cazuela. Al principio de una crisis familiar, todo el mundo sale corriendo con comida y hay que congelarla. Pero después no está tan buena cuando se descongela y se vuelve a calentar. Creo que deberíamos hacer una planificación. La gente podría apuntarse e ir llevando comida según le correspondiera. Pero nadie escucha. Así que yo misma lo hago. Espero unas semanas y después me presento con comida. Así que, ¿sabes si aún tiene suficiente?
– Olivia.
Finn se giró y vio a Denise acercándose. Estaba sonriendo, divertida, como si supiera que estaba atrapado y estuviera decidiendo si ayudarlo o no a escapar. Ya que lo había encontrado prácticamente desnudo en la casa de su hija, se imaginaba que se lo haría pasar mal, pero esperaba que al final lo ayudara a liberarse.
– Hola, Denise -dijo la mujer-. Estaba hablando con el chico de Dakota para saber si debería llevarle ya alguna cazuela.
– Olivia es famosa por sus cazuelas -le dijo a Finn-. También forma parte de una de las primeras familias que colonizaron Fool’s Gold. Olivia, él es Finn.
– Ya nos conocemos, aunque no habla mucho, ¿no? Pero lo respeto. A mí también me gustan los hombres callados. Doy por hecho que tendrá otros atributos que lo harán recomendable.
Finn no podía recordar la última vez que se había sonrojado, pero suponía que habría sido en la adolescencia. Sin embargo, allí estaba, en las calles de Fool’s Gold, intentando no ruborizarse.
– Seguro que sí -dijo Denise aguantándose la risa-. Y no es que Dakota haya hablado de eso conmigo. A lo mejor si le preguntas a una de sus hermanas…
Finn casi se atragantó y comenzó a alejarse poco a poco. Denise lo agarró de un brazo para que no se moviera de allí.
– Puede que lo haga -dijo Olivia-. Mientras tanto, si crees que puede necesitar comida, le llevaré una cazuela a Dakota.
– Sí, hazlo -dijo Denise-. Seguro que te encantará conocer a Hannah. Es maravillosa. Un bebé adorable. Cuando llegó aquí estaba muy pequeña para su edad, pero está creciendo deprisa y ya toma alimentos sólidos.
– Recuerdo lo que era eso -dijo Olivia con una sonrisa-. De acuerdo. Gracias por la información. Si ves a Dakota, por favor, dile que me pasaré hoy a verla.
– Se lo diré -le prometió Denise. Esperó a que la mujer se alejara y se giró hacia Finn-. No estaba segura de que pudieras escapar.
– Respeto que quieras torturarme.
– Toda madre tiene ese derecho, pero tampoco ha sido para tanto. La mayoría de la gente de por aquí es simpática, aunque un poco curiosa.
Él sonrió.
– Aquí uno no suele encontrarse solo.
Ella le agarró una bolsa y comenzaron a caminar hacia la habitación que él tenía alquilada.
– No creemos en la autosuficiencia, pero tú creciste en un pueblo pequeño, así que lo entenderás.
– Siempre hemos estado dispuestos a ayudar a nuestros vecinos, pero nos manejábamos solos por lo general.
– Cuando di a luz a las niñas, tuve complicaciones. Estuve muy enferma y no lo recuerdo mucho. Mi marido, Ralph, no quería dejarme sola en el hospital, pero teníamos otros tres niños pequeños en casa y un negocio que dirigir. Eso, sin mencionar a las trillizas y que era Navidad. Fue una época estresante. Cuando por fin volví a casa, estaba muy débil y tardé meses en recuperarme. Las mujeres del pueblo se ocuparon de nosotras y durante los primeros seis meses siempre hubo alguien en casa cada día. Creo que no cambié un pañal hasta que las niñas tuvieron tres meses.
– Impresionante.
– Quiero que sepas que nos cuidamos los unos a los otros. Si decides quedarte aquí, serás uno de los nuestros y también cuidaremos de ti.
– No necesito que nadie cuide de mí.
– Estoy segura, pero solo quiero que sepas cómo sería. Aunque, según me ha dicho mi hija, no estás pensando en quedarte.
Él la miró preguntándose qué vendría a continuación. Como no estaba seguro de lo que Denise pensaba de él, no podía saber qué preferiría ella. ¿Querría que se quedara por allí o preferiría que se marchara lo antes posible?
– No quiero añadirle más responsabilidades a mi vida -no iba a mentir a esa mujer para hacerla feliz-. Aunque Dakota es fantástica y me gusta mucho.
– Pero no lo suficiente como para quedarte. No tienes que preocuparte. Si quisieras quedarte, eso sería genial, pero si no, ella estará bien.
Estaba dándole permiso para irse, en cierto modo era la situación perfecta así que, ¿por qué no se sentía mejor?
Llegaron al motel y, ante la duda de si invitarla a pasar o no, Denise se lo puso fácil al devolverle su bolsa directamente y decirle:
– Espero que encuentres lo que estás buscando.
– ¿Qué te hace pensar que estoy buscando algo?
– Que no pareces muy feliz -acompañó esa observación con una delicada sonrisa.
Y con eso, se dio la vuelta y se marchó. Finn la vio irse y entró en su pequeña habitación. Guardó la comida en la diminuta nevera y se puso a caminar de un lado a otro de la sala, inquieto.
Quería ir detrás de Denise y decirle que estaba equivocada, que claro que era feliz. Había pasado los últimos ocho años criando a sus hermanos y por fin había terminado con su trabajo. Ahora podría irse a casa sabiendo que estarían bien en el mundo. ¿Por qué no iba a estar feliz?
Se echó en la cama y miró al techo. ¿A quién intentaba engañar? No era feliz. Hacía mucho tiempo que no lo era. Quería culpar a sus hermanos, pero sabía que era más que eso. Era por él.
Tendría que dar un paso más, pero no sabía hacia dónde.
Su teléfono sonó y lo salvó del dolor que le produciría ese ejercicio de introspección.
– Soy Geoff -dijo una voz familiar cuando contestó-. Esta noche querrás ver el programa. Creo que te hará feliz.
– No, si Sasha vuelve a jugar con fuego.
– Es mejor que el fuego. Asegúrate de que lo ves.