VIII

A los humanos les había llevado mucho tiempo entender el lenguaje de los delfines. Cuando finalmente lo consiguieron, los nombres de delfines resultaron ser sonogramas de delfines individuales, con sus características físicas más destacables exageradas. No fue una sorpresa, por tanto, que la única faceta de arte humano que los delfines realmente disfrutaban eran las caricaturas políticas.

Uno de los mejores pilotos de naves de Starplex era un delfín cuyo nombre traducido era Morrolargo; un pobre sustituto de la canción de trinos y chasqueos que pintaban una caricatura suya para su gente, enfatizando su largo hocico.

La nave favorita de Morrolargo era la Rum Runner, una cuña color bronce de veinte metros de largo y diez de ancho. Un tanque de agua recorría el eje de la nave. A izquierda y derecha habían hábitats con aire, separados, que se unían en forma de U en la parte trasera, con una esclusa entre ellos. El lado de babor se mantenía normalmente acondicionada para humanos; la parte de estribor se programaba con las más frescas temperaturas waldahud.

Para pilotar la nave, Morrolargo sujetaba robots sensores nadadores a su cola y aletas pectorales. La nave tenía cientos de jets correctores de derrota que le permitían igualar los movimientos del delfín dentro de su tanque. Esta técnica derrochaba una cantidad extraordinaria de combustible (hasta el punto de que los waldahudin habían rehusado pujar por el contrato para la construcción de estas naves), pero daba una maniobrabilidad increíble y, según Morrolargo, eran una absoluta delicia de pilotar.

Aunque la Rum Runner podía operar lejos de Starplex durante semanas, en esta misión estaría fuera menos de un día, y la tripulación estaría formada sólo por Morrolargo y Jag.

La Rum Runner estaba normalmente varada en el muelle siete, uno de los cinco que tenían esclusas que conectaban el toroide de ingeniería con el puente océano. La nave estaba sujeta a la pared del muelle, y tres tubos de acceso en ángulos suaves desembocaban en sus escotillas del techo.

En cuanto Morrolargo y Jag estuvieron a bordo, la puerta segmentada del hangar se alzó hacia el techo. Morrolargo era famoso por sus teatrales despegues. Lanzó la nave fuera del hangar, luego giró y se arqueó en su tanque, llevando el Rum Runner en un espectacular vuelo de calentamiento a lo largo de todas las escotillas de los hangares, lanzándose en un círculo alrededor del disco central. Luego se volvió de lado en el tanque, y la nave trazó un amplio arco, dando la impresión exacta de estar derrapando en el vacío del espacio.

Jag se estaba impacientando, pero Morrolargo, como todos los delfines, no se percató. Hizo una serie de giros y volteretas en su tanque, y la nave le imitó. Las placas de gravedad bajo el compartimento de Jag compensaron completamente los movimientos, pero dentro de su tubo lleno de agua, Morrolargo sentía la nave como una extensión de su propio cuerpo.

Al final, cuando se hubo divertido bastante, Morrolargo se lanzó en una trayectoria alocadamente curva (derrochando energía nuevamente, pero mucho más interesante que las líneas rectas y arcos precisos de la navegación celestial normal).

La estrella verde dominaba el cielo, aunque su superficie distaba ahora treinta millones de kilómetros. La Rum Runner tenía pantallas de fuerza y escudos físicos mucho mejores que los de la misma Starplex; podía hacer una travesía muy ajustada. Bajo la juguetona guía de Morrolargo, la nave picó, rozando el vasto orbe apenas a 100.000 kilómetros de su fotosfera. Receptáculos en la proa de la nave recogieron muestras de la atmósfera estelar.

—Verdor de esta estrella una confusión para mí —dijo Morrolargo a través del hidrófono de su tanque.

Como casi todos los delfines, Morrolargo podía hacer una buena aproximación de los sonidos tanto del inglés como del waldahudar (aunque con la sintaxis descolocada; en gramática cetácea no había orden de palabras establecido). El ordenador sencillamente procesaba los sonidos para hacerlos inteligibles; sólo cambiaría al modo de traducción si el delfín hablara en delfines.

Jag gruñó.

—Yo también estoy confuso. La temperatura de su superficie es de mil doscientos grados. La fardint cosa debería ser azul o blanca, no verde. El análisis espectral tampoco tiene sentido. Nunca he visto una concentración tan alta de elementos pesados en una estrella.

—¿Dañada quizá por pasaje a través atajo? —preguntó Morrolargo, girando en su tanque de manera que la nave girara lentamente sobre su eje.

Incluso con escudos extra, no era seguro mantener siempre el mismo lado de la nave de cara a la estrella.

Jag gruñó de nuevo.

—Supongo que es posible. Probablemente la mayoría de la cromosfera y la corona de la estrella se perdieron durante el pasaje por el atajo. Los bordes del atajo se cerraron sobre la fotosfera, arrancando los gases rarificados de por encima. Aun así, todos los tests previos han mostrado que el cambio estructural en los objetos que pasan a través de un atajo es cero. Claro que nada así de grande había pasado antes a través de uno.

Las pantallas del Rum Runner mostraban sólo verde ígneo; todas las ventanas físicas se habían vuelto opacas.

—Llévenos en una vuelta alrededor del ecuador de la estrella —dijo Jag—, y luego haga una órbita polar. Es posible que la estructura de la estrella no sea uniforme. Antes de preocuparme en exceso por esas líneas de absorción, quiero asegurarme de que los espectros son los mismos por todas partes.

Les llevó casi cinco horas a una milésima de la velocidad de la luz completar el viaje de cinco millones de kilómetros alrededor del ecuador, y otras cinco hacer el viaje de polo a polo. Morrolargo mantuvo la Rum Runner rotando todo el tiempo. Jag tenía los ojos pegados al equipo de sensores, mirando las oscuras líneas verticales de absorción. Murmuraba para sí «limo en el agua, limo en el agua»; la verdad seguía oculta.

Jag no tuvo problema para determinar la masa de la estrella a partir de su huella en el hiperespacio; era algo más pesada de lo que había esperado. Excepto por el color, la superficie de la estrella era bastante típica, y consistía en zonas claras y oscuras muy apretadas causadas por células de convección en la fotosfera. Tenía incluso manchas solares, pero a diferencia de las de otras estrellas, éstas estaban todas conectadas por zonas en forma de pesas de gimnasia. Era, sin lugar a dudas, una estrella; pero era también diferente a cualquier estrella que Jag hubiera visto antes.

Finalmente los vuelos de reconocimiento terminaron.

—¿Listo casa a para ir? —preguntó Morrolargo.

Jag alzó sus cuatro brazos en un gesto resignado.

—Sí.

—¿Misterio resuelto?

—No. Una estrella como ésta, sencillamente, no debería existir.

El Rum Runner volvió a Starplex, con Jag refunfuñando todo el camino mientras revisaba sus datos.

Keith yacía en la cama al lado de su mujer, incapaz de dormir. Miró la forma de Rissa en la oscuridad, miró cómo la fina sábana que la cubría se alzaba y bajaba el compás de su respiración.

Ella merecía algo mejor, pensó. Exhaló, intentando sacarse de encima las preocupaciones junto con su aliento, y evocó tiempos más felices.

Rissa tenía ojos oscuros que se convertían en medias lunas hacia arriba cuando sonreía. Su boca era pequeña, pero sus labios llenos, la mitad de gruesos que de anchos. Su madre era italiana; su padre, español. Había heredado la lustrosa melena oscura de su madre, y los fieros ojos de su padre. En sus cuarenta y seis años de vida, Keith Lansing nunca había encontrado a nadie que pareciera más atractivo a la luz de las velas que Rissa.

Cuando se conocieron, en 2070, él tenía veintidós años; ella tenía veinte y una figura maravillosamente curvilínea. Por supuesto la forma de su cuerpo cambió de la manera natural cuando fue envejeciendo; estaba todavía en una forma excelente, pero las proporciones habían cambiado. Por aquel entonces, Keith no podía imaginarse encontrando atractiva a una mujer de cuarenta y dos años, pero para su infinita sorpresa, sus gustos se habían alterado a medida que pasaban los años, y aunque dos décadas de matrimonio habían embotado sin duda su reacción inmediata ante ella, cuando veía a Rissa de algún modo poco habitual (con un traje nuevo, o estirándose para alcanzar algo de una estantería alta, o con el pelo peinado de otra manera), ella podía todavía robarle el aliento.

Y aun así…

Y aun así, Keith era consciente de que el tiempo se estaba cobrando su tributo en él. Su pelo estaba desapareciendo. Oh, había «curas» para eso —¡imagina sugerir que algo tan natural como la calvicie masculina requiere una cura!— pero usarlas parecía vano y tonto. Además, se suponía que los científicos de mediana edad tenían que ser calvos. Estaba en el libro de reglas, por algún lado.

El padre de Keith tenía todo su pelo oscuro hasta que se mató a los cincuenta y cinco; Keith se preguntaba si habría usado algún restaurador del cabello. Pero si Keith hiciera algo así sería una tontería.

Recordó a Mandy Lee, una estrella de holovids de la que se había encaprichado cuando tenía doce años. Por entonces, nada le había parecido más excitante que una mujer con grandes pechos, quizá porque ninguna de las chicas de su clase los tenía aún; eran un símbolo del mundo prohibido y extraño de la sexualidad adulta. Bueno, Mandy (bautizada «la estrella binaria» por algún burro en la Guía HV) era famosa por su físico. Pero Keith había perdido todo interés en ella cuando supo que sus pechos eran falsos; no podía mirarla sin imaginarse los implantes bajo la abultada piel de alabastro y las cicatrices quirúrgicas (aunque por supuesto sabía que los escalpelos láser anabolizantes no dejaban marca alguna). Bien, maldito si se dejaba engatusar por un fraude; maldito si dejaba que la gente le mirara y pensara, hey, ese tío en realidad está calvo, sabes…

Y así estaban, Rissa Cervantes y Keith Lansing: todavía enamorados, ya no con la pasión de la juventud, en lo que era en última instancia una manera más satisfactoria y relajante.

Y aun así…

Y aun así, maldición, acababa de cumplir los cuarenta y seis. Estaba envejeciendo, quedándose calvo, encaneciendo, y no había estado con otra mujer desde sus tres (¡qué número tan pequeño!) incómodos encuentros en el instituto y la universidad. Tres, más Rissa: un total de cuatro. Menos de uno por década, como media. Cristo, pensó, incluso un waldahud podría contar mis parejas con los dedos de una mano.

Keith sabía que no debería pensar en tales cosas, sabía que lo que tenían él y Clarissa era algo que la mayoría de la gente nunca alcanzaba de verdad: un amor que crecía y evolucionaba a medida que envejecían, una relación que era sólida y firme y cálida.

Y aun así…

Y aun así estaba Lianne Karendaughter. Como Mandy Lee, el símbolo de belleza de su juventud, Lianne tenía exquisitas facciones asiáticas: algo en las mujeres asiáticas siempre había atraído a Keith. No sabía cuántos años tenía Lianne, pero no había duda de que era más joven que Rissa. Por supuesto, como director de la nave, Keith podía acceder fácilmente a los archivos de personal de Lianne, pero tenía miedo de hacerlo. Por Dios, podría tener apenas treinta años. Lianne se había unido a Starplex la última vez que la nave pasó por Tau Ceti, y ahora, como directora de Operaciones Internas, ella y Keith pasaban con frecuencia horas juntos en el puente. Y aun así, para su sorpresa, sin importar cuánto tiempo pasara con ella, siempre deseaba que fuera más.

No había hecho ninguna tontería aún. En realidad, pesaba que lo tenía todo bajo control. De todos modos, siempre había sido del tipo introspectivo; no era ciego a lo que pasaba. Crisis de mediana edad, el miedo de no ser ya viril. ¿Y qué mejor manera de rechazar esa idea que acostarse con una mujer hermosa?

Fantasías ociosas. Claro, claro.

Se volvió de costado, de espaldas a Rissa, encogiéndose en posición semifetal. No quería hacer nada que hiriera a Rissa. Pero si ella nunca se enteraba…

Cristo, hombre, céntrate. Lo averiguaría, seguro. ¿Cómo podría mirarla después de eso? ¿Y su hijo Saul? ¿Cómo podría enfrentarse a él? Había visto a su hijo sonreírle con orgullo, gritarle furioso, pero nunca le había visto mirarle con desprecio.

Si pudiera dormir algo. Si pudiera dejar de atormentarse.

Miró la oscuridad, con los ojos muy abiertos.

En cuanto la Rum Runner atracó, Morrolargo se fue a comer, y Jag volvió al puente. El waldahud se mantenía erguido ahora gracias a un bastón intrincadamente tallado; era mejor que caer sobre las cuatro patas. Keith, Rissa, Thor y Lianne habían disfrutado de una noche de sueño, y Rombo… Bueno, los ibs no dormían, un hecho que hacía que sus largas vidas parecieran doblemente injustas. Normalmente Jag daba sus informes en pie frente a las seis estaciones de trabajo, pero esta vez caminó hasta la galería de observadores y se dejó caer sobre la silla central, dejando que los otros giraran sus sillas para mirarle.

Keith miró expectante al waldahud.

—¿Y bien?

Jag se tomó un momento para poner en orden sus pensamientos, y luego empezó a ladrar.

—Como algunos de ustedes saben, las estrellas se dividen en tres categorías según su edad. Las estrellas de primera generación son las más viejas del universo, y están formadas casi por completo por hidrógeno y helio, los dos elementos originales. Menos del 0,02 por ciento de su composición son átomos pesados, y ésos, por supuesto, fueron producidos internamente a través de los propios procesos de fusión de la estrella. Cuando las primera-generación van a nova o supernova, las nubes de polvo interestelar quedan enriquecidas por esos elementos pesados. Como las estrellas de segunda generación se forman a partir de esas nubes, un 1 por ciento o quizá un poco más de la masa de las segunda-generación proviene de metales; «metales» en este contexto quiere decir elementos más pesados que el helio. Las estrellas de tercera generación son todavía más recientes; los soles de todos los mundos de la Commonwealth son tercera-generación, al igual que todas las estrellas que nacen hoy en día, aunque, claro, algunas primera-generación y muchas segunda-generación existen aún. Las tercera-generación tienen más o menos un dos por ciento de metales.

Jag hizo una pausa y miró uno por uno todos los rostros en la habitación.

—Bien —dijo—, esa estrella —hizo un gesto con un brazo medio señalando el orbe verde en la holoesfera— tiene cosa de un ocho por ciento de su masa formada por metales, cuatro veces más que incluso una típica tercera-generación. Esa cosa tiene dentro tanto hierro que podría incluso explotarse.

—¿Y el color verde? —preguntó Keith.

—No es realmente verde, por supuesto, no más de lo que una llamada estrella roja es roja. Casi todas las estrellas son blancas, con sólo un toque de color —hizo un gesto con sus brazos medios al campo estelar que les rodeaba—. PHANTOM colorea automáticamente las estrellas en nuestra holoburbuja, asignándoles colores basándose en las categorías Hertzsprung-Russell. La estrella de ahí fuera sencillamente tiene un leve tono verdoso. El ruido de la línea de absorción debida a su contenido en metales es más fuerte que el fondo, y eso debilita la emisión de la estrella en el azul y el ultravioleta. El resultado es que una parte mayor de la luz de la estrella proviene de la región verde del espectro —su pelaje onduló—. Yo hubiera dicho que una estrella con un contenido de metal tan alto era imposible en nuestro universo a su edad actual si no hubiera visto una con mis propios cuatro ojos. Debe haberse formado en condiciones locales extremadamente peculiares, y…

—Disculpa la interrupción, buen Jag —dijo Rombo—, pero detecto un pulso de taquiones.

Keith giró en su silla, mirando el atajo.

—Dioses —dijo Jag, levantándose—. La mayoría de las estrellas son parte de sistemas estelares múltiples…

—No podremos sobrevivir a otro pase cercano —dijo Lianne—. Nos…

Pero el atajo ya había dejado de ensancharse. Un pequeño objeto había pasado a través. El portal había crecido hasta sólo setenta centímetros de diámetro antes de colapsarse en un punto invisible.

—Es un watson —anunció Rombo. Una boya automática de comunicaciones—. Su transpondedor indica que viene de Grand Central Station.

—Activa el mensaje —dijo Keith.

—El mensaje está en ruso —dijo Rombo.

—PHANTOM, traduce.

La voz del ordenador central llenó la sala.

—Valentina Ilianov, Preboste, Colonia New Beijing, a Keith Lansing, comandante, Starplex. Una enana roja clase M ha emergido del atajo de Tau Ceti. Por fortuna, emergió alejándose de Tau Ceti en lugar de dirigiéndose a ella. De momento no ha habido daños reales. Aunque tuvimos problemas para pilotar este watson junto a la estrella y hacia el portal. Este es nuestro tercer intento de alcanzarles. Conseguimos contactar con el centro de astrofísica de Rehbollo para pedir consejo, y ellos nos dieron la increíble noticia de que una estrella también ha salido de su atajo, en su caso una estrella azul de clase B. Estoy contactando ahora mismo con todos los demás atajos activos para averiguar cómo de extendido está este fenómeno. Fin del mensaje.

Keith miró en torno al puente, bañado en luz estelar verde.

—Cristo Jesús —dijo.

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