XII

Rissa entró en el puente para hablar con Keith acerca de las noticias de Vagón. Pero al ir hacia el puesto del director, Rombo habló.

—Keith, Jag, Rissa —dijo, en su clara y tranquila voz traducida—, innumerables disculpas por la interrupción, pero creo que deberían ver esto.

—¿El qué? —dijo Keith.

Rissa se sentó mientras las cuerdas de Rombo cosquilleaban la consola. Una sección de la holoburbuja quedó enmarcada en azul.

—Me temo que no estaba prestando suficiente atención a los escáneres a tiempo real —dijo el ib—, pero he estado revisando los datos que hemos estado grabando y… Bueno, miren esto. Es una grabación acelerada mil veces. Lo que van a ver durante los próximos seis minutos tardó en ocurrir todo el tiempo que llevamos aquí.

En el área enmarcada había una esfera de materia oscura, vista casi directamente desde su ecuador. De hecho, no era en absoluto una esfera perfecta: estaba aplanada por los polos. Bandas de nubes latitudinales claras y oscuras cruzaban su superficie. Según las escalas, ésta era una de las mayores esferas que habían encontrado, de 172.000 kilómetros de diámetro.

—Un minuto —dijo Keith—. Tiene bandas de nubes, pero no parece tener movimiento de rotación.

La red de Rombo chispeó.

—Confío en que la verdad no resulte embarazosa, buen Keith, pero de hecho, está girando más rápido que cualquier otra esfera que hayamos observado. En este momento está girando sobre su eje una vez cada dos horas y dieciséis minutos, a casi cinco veces la velocidad de Júpiter. La velocidad es tan alta que cualquier turbulencia normal de las nubes ha quedado anulada. Y en esta reproducción acelerada, la imagen que están viendo gira una vez cada ocho segundos —Rombo lanzó una cuerda y activó un control—. Veamos, voy a hacer que el ordenador ponga una marca de referencia en el ecuador. ¿Ven ese punto naranja? Está marcando arbitrariamente cero grados de longitud.

El punto naranja pasó por el ecuador, desapareció por detrás, reapareció cuatro segundos más tarde, y atravesó de nuevo la cara visible. Después de unos cuantos ciclos, Jag ladró:

—¿Está usted incrementando la velocidad de reproducción?

—No, buen Jag —dijo Rombo—. La velocidad es constante.

Jag señaló los relojes digitales.

—Pero ahora ese punto suyo ha tardado sólo siete segundos en completar una vuelta.

—En efecto —dijo Rombo—. La velocidad de rotación de la esfera está aumentando.

—¿Cómo puede ser? —preguntó Keith—. ¿Hay otros cuerpos interactuando con ella?

—Bueno, sí, todas las otras esferas la afectan, pero ésa no es la causa de lo que estamos viendo —dijo Rombo—. El incremento en la rotación está generado internamente.

La cabeza de Jag estaba inclinada sobre su consola, ejecutando básicos modelos de ordenador.

—No se puede conseguir un incremento en la rotación a menos que se inyecte energía al sistema. En el interior de la esfera deben estar teniendo lugar reacciones complejas, cuya energía provenga en última instancia de alguna fuente externa, y… —miró hacia arriba, y dejó escapar un agudo ladrido, que PHANTOM tradujo como «expresión de asombro».

En el área enmarcada en azul, el objeto de materia oscura había empezado a estrecharse por el ecuador. Las mitades norte y sur ya no eran hemisferios perfectos, sino que se curvaban un poco hacia dentro antes de unirse. El punto naranja de referencia estaba ahora pasando por la estrechada cintura aún más rápido que antes.

A medida que la esfera continuaba girando y aumentando su velocidad, el estrechamiento se hizo más y más pronunciado. Pronto el perfil del objeto tomó forma de ocho.

Rissa se puso de pie y se quedó mirando, con la boca abierta. El ecuador era ahora tan estrecho que el punto naranja cubría casi la cuarta parte de su anchura. Rombo tocó algunas teclas y el punto desapareció, reemplazado por puntos naranja en los ecuadores de cada una de las dos esferas unidas.

La imagen enmarcada se oscureció.

—Por favor, disculpen —dijo Rombo—. Otra esfera de materia oscura se introdujo en nuestra línea de visión. A esta velocidad de reproducción, perdemos la imagen durante unos catorce segundos. Permitan que avance.

Sus cuerdas tocaron la consola de OpEx. Cuando la imagen reapareció, las dos esferas estaban unidas por un tallo de tan sólo la décima parte del diámetro de la esfera original. Todo el mundo miró, absorto, con el silencio roto tan sólo por el zumbido del aire acondicionado, cómo el proceso llegaba a su inevitable conclusión. Las dos esferas se separaron. Una empezó inmediatamente a describir una trayectoria curva hacia la parte inferior de la imagen; la otra, hacia la parte superior. A medida que se distanciaban entre sí, los puntos naranja de referencia en sus ecuadores empezaron a necesitar más y más tiempo para completar cada circuito: la rotación estaba disminuyendo de velocidad.

Rissa se volvió hacia Keith, con ojos como platos.

—Es como una célula —dijo—. Una mitosis celular.

—Exactamente —dijo Rombo—. Excepto que en este caso, la célula madre tiene un diámetro de unos ciento setenta mil kilómetros de diámetro. O al menos lo era antes de que ocurriera esto.

Keith se aclaró la garganta.

—Disculpen —dijo—. ¿Me están intentando decir que esas cosas de ahí fuera están vivas? ¿Que son células vivas?

—Al final pude ver las grabaciones que había hecho la sonda atmosférica de Jag —dijo Rissa—. ¿Recuerdan ese objeto como un dirigible que vio al entrar en la atmósfera? Yo medio pensé que podría ser algún tipo de forma de vida individual, una criatura como un globo de gas, flotando en las nubes. Durante la década de 1960, los científicos terrestres propusieron ese tipo de formas de vida para Júpiter. Pero esos dirigibles podrían ser con igual facilidad orgánulos, componentes concretos dentro de una célula mayor.

—Seres vivos —dijo Keith, incrédulo—. ¿Seres vivos de casi doscientos mil kilómetros de tamaño?

La voz de Rissa todavía estaba llena de asombro.

—Quizá. En cuyo caso, acabamos de ver reproducirse a uno.

—Increíble —dijo Keith, sacudiendo la cabeza—. Quiero decir, no estamos hablando de aquí de criaturas gigantes. Y tampoco de formas de vida que viven en el espacio. Estamos hablando de seres vivos hechos de materia oscura —se volvió hacia su izquierda—. ¿Jag, es eso siquiera posible?

—¿Posible que la materia oscura, o parte de ella, esté viva? —el waldahud encogió los cuatro hombros—. Gran parte de nuestra ciencia y filosofía nos dicen que el universo debería estar repleto de vida. Pero de momento, hasta ahora, sólo hemos encontrado tres mundos en los que haya aparecido vida. Quizá hemos estado mirando en los lugares equivocados. Ni la doctora Delacorte ni yo hemos averiguado mucho aún sobre la metaquímica de la materia oscura, pero hay muchos compuestos complejos en esas esferas.

Keith abrió los brazos, pidiendo sentido común, y miró alrededor del puente, intentando encontrar a alguien que estuviera tan perdido como él ante todo esto.

Y entonces se le ocurrió algo todavía mayor, y se reclinó un momento en su silla. Luego tocó el panel de control de su comunicador y seleccionó un canal abierto.

—Lansing a Hek —dijo.

Un holograma de la cabeza de Hek apareció en otra parte enmarcada del panorama estelar.

—Aquí Hek.

—¿Ha habido suerte determinando la fuente de esas transmisiones de radio?

Keith imaginó los hombros inferiores del waldahud moviéndose fuera del campo de visión de la cámara.

—Aún no.

—Dijo usted que había más de doscientas frecuencias distintas en las que estaba encontrando señales aparentemente inteligentes.

—Así es.

—¿Cuántas? ¿Cuántas exactamente?

La cara de Hek se volvió de perfil, mostrando su hocico prominente, mientras consultaba un monitor.

—Doscientas diecisiete —dijo—. Aunque unas son mucho más activas que otras.

Keith oyó cómo Jag, a su izquierda, repetía el mismo ladrido de asombro que había emitido antes.

—Hay —dijo despacio Keith— exactamente doscientos diecisiete objetos distintos del tamaño de Júpiter ahí fuera —hizo una pausa, retirando su propia conclusión—. Claro que gigantes gaseosos como Júpiter son a menudo fuente de emisiones de radio.

—Pero estas esferas son materia oscura —dijo Lianne—. Son neutrales, eléctricamente.

—No son materia oscura pura —dijo Jag—. Están salpicadas de trozos de materia normal. La materia oscura podría interactuar con protones de la materia normal mediante la fuerza nuclear fuerte, y generar por tanto señales electromagnéticas.

Hek levantó sus hombros superiores.

—Podría ser —dijo—. Pero cada esfera está emitiendo en su propia frecuencia, casi como… —la voz con acento de Brooklyn se apagó.

Keith miró a Rissa, y pudo ver que ella estaba pensando lo mismo. Alzó las cejas.

—Casi como voces distintas —dijo al fin, terminando la frase.

—Pero ya no hay doscientos diecisiete objetos —dijo Thor, volviéndose—. Ahora hay doscientos dieciocho.

Keith asintió.

—Hek, haga otro inventario de las señales. Vea si hay nueva actividad en alguna frecuencia justo arriba o justo debajo del bloque de frecuencias que ha identificado como activas.

Hek inclinó la cabeza mientras trabajaba en sus controles en el puente uno.

—Un segundo —dijo—. Un segundo —y entonces—: ¡Dioses del barro y de las lunas, sí! ¡Sí, la hay!

Keith se volvió hacia Rissa, sonriendo.

—Me pregunto cuáles serían las primeras palabras del bebé.

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