XXI

Starplex se movió por el vacío intergaláctico hacia el atajo. La nave —minúscula en el vacío— fue aumentando velocidad al aproximarse, con Thor dando más y más potencia a los propulsores. Cuando tocó el atajo, un anillo de fuego violeta pasó sobre ella al atravesar seis mil millones de años luz (60.000.000.000.000.000.000.000 de kilómetros) en el tiempo de un parpadeo. Todos en el puente estallaron en espontáneos vítores cuando la burbuja holográfica se llenó de nuevo de innumerables estrellas. Keith notó que le picaban los ojos, como hicieron la última vez que volvió a la Tierra.

Thor empezó inmediatamente a hacer ajustes manuales; no habían estado estudiando la estrella verde durante el tiempo suficiente como para saber su trayectoria exacta de alejamiento del atajo, y su estimación de dónde estaría no fue acertada del todo. Pronto tuvo la nave en el curso parabólico que Keith quería, una parábola mucho más amplia que su trayectoria anterior, evitando cualquier acercamiento peligroso a la estrella verde, que de nuevo dominaba la holoburbuja.

—Busquen el transpondedor de la Rum Runner —dijo Keith.

—Ejecutando —dijo Lianne, pero luego, un momento después—. Lo siento, Keith. No hay nada.

Keith cerró los ojos. Ella podía estar a salvo, se dijo, podía haber pasado hacia otra salida, podía…

—¡Pulso de taquiones! —dijo Rombo en lo que PHANTOM tradujo como un grito.

Keith giró para mirar el atajo, que ahora se hinchaba en una silueta ribeteada de púrpura, una silueta con la forma exacta de la sección transversal de una nave-sonda de la Commonwealth.

—¡Es la Rum Runner! —exclamó Thor alegremente.

—Señal entrante —dijo Lianne.

Tocó algunas teclas y un holograma de la cara sonriente de Rissa apareció en un marco flotante.

—Hola a todos —dijo Rissa—. Qué casualidad encontraros aquí.

—¡Rissa! —dijo Keith, poniéndose en pie.

—Hola, cariño —dijo Rissa, con una sonrisa radiante.

—Rombo —dijo Keith—, ¿pueden atracar aquí, dado el rumbo que llevamos?

—Pueden si los remolco con un rayo tractor.

Keith sonreía ampliamente.

—¡Hágalo, por favor!

—Muy bien, muchachos —dijo Rombo—, prepárense a ser atrapados por un rayo tractor.

La cara gris de Morrolargo apareció al lado de la de Rissa.

—¡Preparados estamos! ¡A casa venimos!

—Emitiendo —dijo Thor.

—Thor —dijo Keith—, ¿tienes localizado a Ojo de Gato?

—Sí. Está a unos diez millones de kilómetros más allá, a las nueve en punto de la estrella verde.

—He localizado una frecuencia libre en la charla darmat, en caso de que quieras hablar con él —dijo Lianne—. Alguien debe haber dejado la conversación recientemente.

—Excelente —dijo Keith—. Tenía a mano. En cuanto Rissa esté a bordo querré abrir comunicaciones.

—Tendremos la Rum Runner en el hangar siete dentro de unos tres minutos —dijo Rombo.

Keith estaba muy nervioso. Intentó ocultarlo mirando informes de estado en sus monitores, pero su mente no registraba las palabras. Al final, el campo estelar se abrió y Rissa apareció, enmarcada por el corredor de detrás. Keith corrió hacia ella, se abrazaron y se besaron. El resto de la tripulación del puente la vitoreó al entrar. Un momento más tarde, Morrolargo apareció en una de las dos piscinas abiertas. Rissa se arrodilló a su lado y le frotó la abombada frente.

—Gracias por traernos a casa sanos y salvos, amigo —dijo.

—Estamos en una trayectoria parabólica rápida —les dijo Keith—. No creo que los darmats nos puedan atrapar esta vez, pero quiero comunicarme con ellos, averiguar por qué demonios nos atacaron.

Rissa asintió, se levantó, besó a Keith otra vez, y luego fue hacia su puesto. Pulsó teclas, llamando al programa de traducción.

—¿Todavía tenemos una frecuencia vacante? —preguntó Keith.

—Sí —dijo Lianne.

—Muy bien. Empecemos la conversación. Lianne, abre un canal desde mi consola con traducción automática, pero pon un retraso de cinco segundos antes de enviar cualquier cosa que diga yo. —Miró a Rissa—. Hablaré yo directamente con Ojo de Gato, pero si digo algo incorrecto o algo que crees que no se traducirá bien, intervienes tú, y reharemos el mensaje antes de que salga.

Rissa asintió.

—Listos —dijo Lianne.

—Starplex a Ojo de Gato —dijo Keith—. Starplex a Ojo de Gato. Somos amigos. Somos amigos.

Keith miró a un contador. A la velocidad de la luz, pasarían aún treinta y cinco segundos antes de que el mensaje llegara a Ojo de Gato, y casi el mismo tiempo antes de que llegara una respuesta.

Pero no llegó respuesta alguna. Keith esperó todo un minuto más, luego otro. Pulsó una tecla y lo intentó de nuevo.

—Somos amigos.

Finalmente, después de un retraso de cuarenta segundos añadidos al tiempo de envío de la señal, llegó una respuesta. Sólo dos palabras, en un seco acento francés.

—No amigos.

—Sí —dijo Keith—. Somos amigos.

—Amigos no daño —llegó la respuesta, sin retraso aparte del causado por los tiempos de transmisión.

Keith quedó sorprendido. ¿Habían dañado a los darmats de alguna manera? Era casi inconcebible que pudieran herir a criaturas tan gigantescas. Aun así… Quizá las sondas de muestras habían causado dolor. Keith no tenía la menor idea de cómo disculparse; el vocabulario que Rissa había construido no trataba tales conceptos.

—No queríamos haceros daño —dijo Keith.

—No directamente —dijo Ojo de Gato.

Keith abrió las manos y miró a su alrededor en el puente.

—¿Alguien lo entiende?

—Creo que quiere decir que cualquier herida que causamos no fue directa —dijo Lianne—. No les dañamos, pero hicimos daño, o íbamos a hacer daño, a algo que era importante para ellos.

Keith tocó la tecla de transmisión.

—No queríamos causar daño a nadie. Pero vosotros… Vosotros intentasteis matarnos deliberadamente.

—Haceros. No haceros.

Keith desactivó el micro.

—«Haceros. No haceros» —repitió, encogiéndose de hombros con impotencia—. ¿Alguien?

Lianne levantó las manos, palmas arriba. Jag movió los cuatro hombros. La red de Rombo estaba oscura.

Keith reactivó el micro.

—Queremos ser amigos otra vez.

El tiempo de respuesta se acortaba a medida que el curso parabólico Starplex les acercaba a Ojo de Gato.

—Queremos ser amigos otra vez, también —dijo.

Keith pensó durante un momento, y luego:

—Dices que os hemos dañado de algún modo. Nosotros no pretendíamos dañaros. Para que no lo hagamos más, ¿nos dirás qué hemos hecho mal?

El retraso era enloquecedor. Finalmente:

—Atacar uno a otro.

—¿Os preocupó la batalla? —preguntó Keith.

—Sí.

—¿Os preocupaba que las explosiones os dañaran?

—No.

—¿Entonces por qué arrojasteis esas naves a la estrella?

—Asustados.

—¿De qué?

—De que vuestras actividades destruyeran… destruyeran… punto que no es un punto.

—¿El atajo? ¿Estabais preocupados por si destruíamos el atajo?

—Sí.

—Ninguna explosión podría dañar el atajo. No es frágil.

—No sabíamos.

Jag ladró suavemente.

—Pregúntele por qué les importa.

Keith asintió.

—¿Por qué os preocupa el atajo, en cualquier caso? ¿Lo usáis vosotros?

—¿Usar? No. No usar.

—¿Entonces por qué?

—Descendencia.

—¿Son importantes para vuestras prácticas de reproducción?

—No, uno de nuestra descendencia —dijo la voz por el altavoz.

Era frustrante, y probablemente tanto para el darmat como lo era para Keith. Ojo de Gato estaba acostumbrado a formar parte de una comunidad cuyos miembros habían estado hablando entre sí durante milenios. Entendían el contexto de las frases del otro, la historia. Explicar un pensamiento en detalle no era normal para ellos, quizá incluso era de mala educación.

—Uno de vuestra descendencia —dijo Keith de nuevo, tratando de ayudar.

—Sí. Tocó el punto que no es un punto.

Oh, Dios mío.

—¿Quieres decir que uno de vuestros jóvenes atravesó el atajo?

—Sí. Perdido.

—Cristo —dijo Thor, volviéndose—. ¡Eso es lo que activó este atajo, un bebé darmat atravesándolo!

Keith se echó hacia atrás en su silla.

—Y si nuestra batalla hubiera destruido el atajo, vuestro hijo nunca hubiera podido encontrar su camino de vuelta a casa, ¿cierto?

—Corrección abunda. Cuando llegasteis primer, pensamos que veníais a traer a descendencia a casa.

—Nunca nos lo pedisteis.

—Mal pedirlo.

—Malos modales darmat —dijo Rissa, alzando las cejas. Keith abrió los brazos.

—No sabíamos lo de vuestro hijo. ¿Cuánto hace que pasó por el atajo?

—Tiempo desde que llegasteis primero, duplicado.

Keith se volvió hacia la izquierda, mirando a Jag.

—El bebé no ha podido alejarse mucho del punto de salida, entonces. ¿Hay algún modo de saber por qué atajo habría salido?

—Bueno —dijo Jag—, la cría debe haber salido por una salida ya activa. Pero como descubrimos al lanzarnos nosotros a través de este atajo, hay más salidas activas de las que creíamos, quizá billones más, si cubren el espacio intergaláctico y otras galaxias. Y como los atajos giran, si no sabemos el segundo exacto en el que la cría lo atravesó, ni siquiera duplicar el ángulo de entrada nos ayudará. Podría estar en cualquier parte.

—Pero si pudiéramos encontrar a la cría y traerla a salvo a casa —dijo Keith—, bueno, no sólo sería la acción correcta, también ayudaría a cimentar nuestras relaciones con los darmats —miró a su alrededor—. ¿Alguien no está de acuerdo? —volvió a conectar el micro—. ¿Tiene nombre el bebé? ¿Una palabra identificativa única?

—Sí. Es —la voz de PHANTOM reemplazó la voz sintetizada que entraba por el altavoz— término no traducido.

Keith hizo un gesto hacia los ojos de PHANTOM.

—Llámalo… Llámalo Júnior —dijo.

—Recibido.

Keith miró a Rombo, que podía ver claramente a Keith, por supuesto, aunque le daba la espalda.

—Rombo, ¿qué opina?

—Podría ser una cuesta muy empinada que da a un arrecife —dijo; una aguja en un pajar—. Pero, como ha dicho, establecer relaciones amistosas es la misión de Starplex. Yo digo que al menos lo intentemos.

—¿No deberíamos pedir a uno de ellos que viniera con nosotros? —dijo Lianne.

—No hay manera de que pasemos juntos por el atajo —dijo Thor, volviéndose a mirarla—. Recuerda, incluso el más pequeño de esos objetos tiene la masa de Júpiter. Y si no controla con precisión su ángulo de entrada, el darmat podría salir por un atajo diferente, y tendríamos dos darmats perdidos en vez de uno.

Keith reactivó el micro.

—Buscaremos a vuestra cría —dijo—. ¿Podrías por favor llamarla? Lo grabaremos, y lo reproduciremos en todos los sitios en los que podría estar. Llámala, y pídele que vuelva con nosotros. Dile que no le haremos daño, y que sólo queremos guiarla de vuelta a casa.

—¿Grabar?

—Como una historia oral; lo repetiremos.

—Haciendo —dijo la voz por el altavoz.

Keith dejó que PHANTOM grabara en memoria las llamadas.

—Lo tenemos —dijo Keith cuando Ojo de Gato dejó de transmitir.

—Encuentra nuestro hijo —dijo Ojo de Gato—. Yo… palabras no disponibles.

Los ejercicios de traducción no habían cubierto ese tema. Pero Keith comprendió a través de las barreras de especie… de las barreras de materia. Asintió.

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