Prefacio unicelular

Las amebas no dejan fósiles. Carecen de huesos. (No tienen dientes, ni hebillas de cinturón, ni anillos de boda.) Es imposible, en consecuencia, determinar el tiempo que llevan las amebas en la tierra.

Es muy posible que lleven aquí desde que se alzó el telón. Puede incluso que hayan dominado el escenario al empezar el primer acto. Por otra parte, pueden haber llegado a la existencia sólo tres años antes (o tres días, o tres minutos) de que Antón van Leeuwen-hoek las descubriera en 1674. No puede demostrarse lo contrarío.

Hay algo seguro, sin embargo: como las amebas se reproducen por división, indefinidamente, transmitiéndolo todo y sin dejar nada, la primera ameba que existió sigue viva aún. Con cuatro millones de años o sólo trescientos, él/ella está hoy con nosotros.

¿Dónde?

Bueno, la primera ameba quizás esté flotando de espaldas en una elegante piscina de Hollywood, California. La primera ameba puede estar oculta entre las raíces de las espadañas de las cenagosas orillas del lago Siwash. La primera ameba quizá haya recorrido recientemente tu propia pierna. Quién sabe.

La primera ameba, como la última, y la que la siga, está aquí, allá y en todas partes, pues su vehículo, su medio, su esencia, es el agua.

Agua: el as de los elementos. El agua cae de las nubes en picado, sin paracaídas, alas ni red de seguridad. El agua se lanza por el precipicio más escarpado sin dudarlo un instante. El agua se entierra y brota de nuevo; el agua corre sobre el fuego y el fuego se hace astillas. Sin perder su compostura en ninguna situación, sólida, gaseosa o líquida, hablando en sutiles dialectos que todas las cosas entienden, animal, vegetal o mineral, viaja el agua intrépida por todas las cuatro dimensiones, sustentando (patea una lechuga en el campo y gritará «¡Agua!»), destruyendo (el dedo del chico irlandés recordaba la visión del Ararat) y creando (se ha dicho incluso que los seres humanos fueron inventados por el agua como instrumento para trasladarse ella de un lugar a otro, pero esa es otra historia). Siempre en movimiento, flujo interminable (a velocidad de vapor o a marcha de glacial), rítmica, dinámica, ubicua, cambiando y activando sus cambios, matemáticas vueltas del revés, filosofía marcha atrás, la perpetua odisea del agua es virtualmente incontenible. Y donde vaya el agua va la ameba, aprovechando el viaje.

Sissy Hankshaw enseñó una vez a un periquito a hacer autoestop. No podría enseñarle mucho de tal ciencia a una ameba.

Por su destreza como pasajero, así como por su casi perfecta resolución de las tensiones sexuales, se proclama aquí a la ameba (y no a la grulla chilladora) la mascota oficial de También las vaqueras sienten melancolía.

Y a También las vaqueras sienten melancolía le gustaría decirle a la primera ameba, esté donde esté: feliz cumpleaños, feliz cumpleaños, a ti.

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