Capítulo 26

Lunes, 29 de diciembre de 1997

Puedo olvidarme de que te he visto la cara -dijo Rachael, levantando la mirada.

Bajo la luz amarilla del interior de la furgoneta, parecía como si tuviera ictericia. Ella intentó establecer contacto visual, porque en un oscuro rincón de su mente aterrorizada recordaba haber leído en algún lugar que los secuestrados debían intentar mirar a los ojos a sus secuestradores, que a la gente le costaba más hacerte daño si establecías un vínculo.

Y ella lo intentaba, con la voz quebrada, con aquel hombre, aquel monstruo, aquella cosa.

– Claro que puedes, Rachael. ¿Cuándo te crees que nací? ¿Ayer? ¿La semana pasada, el puto día de Navidad? Te dejo marchar, vale, y una hora más tarde estarás en una comisaría de Policía con uno de esos tipos que hacen retratos robot, describiéndome. ¿Es eso, más o menos?

Ella sacudió la cabeza con fuerza, de lado a lado.

– Te lo juro -suplicó.

– ¿Por la vida de tu madre?

– Por la vida de mi madre. Por favor, ¿me das un poco de agua? Por favor, algo.

– ¿Así que podría dejarte marchar, y si me traicionas y vas a la Policía, yo podría ir a la casa de tu madre, en Surrenden Close, y matarla?

Rachael se preguntó cómo sabía dónde vivía su madre. ¿Lo habría leído en el periódico? Aquello le dio un atisbo de esperanza. Si lo había leído en el periódico, quería decir que se hablaba de ella. Estarían buscándola. La Policía.

– Lo sé todo de ti, Rachael.

– Puedes dejarme marchar. No voy a poner tu vida en peligro.

– ¿Puedo?

– Sí.

– Ni en tus mejores sueños.

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