Garry Starling entró en el restaurante China Garden, que estaba atestado, poco después de las nueve, y se dirigió a toda prisa a su mesa, haciendo solo una breve pausa para pedir una cerveza Tsingtao al dueño, que salió a su encuentro para saludarle.
– ¡Hoy llega tarde, señor Starling! -dijo el jovial chino-. No creo que su esposa sea una señora muy contenta.
– ¡Cuéntame algo que no sepa! -respondió Garry, colocándole un billete de veinte libras en la mano.
Luego subió las escaleras a ritmo ligero hasta su mesa habitual y observó que los muy tragones ya se habían acabado los entrantes variados. Solo quedaba un solitario rollito de primavera en la enorme bandeja, y el mantel estaba sembrado de restos de algas y manchas de salsa. Los tres tenían aspecto de haberse tomado ya unas cuantas copas.
– ¿Dónde cojones estabas? -exclamó su esposa, Denise, dándole la bienvenida con su habitual sonrisa ácida.
– En realidad, estaba trabajando, querida -dijo, al tiempo que le daba un beso a Ulla, la excéntrica mujer de Maurice, algo hippy, y la mano al propio Maurice, y se sentaba en el espacio que quedaba entre ellos. A Denise no le dio ningún beso. Había dejado de hacerlo mucho tiempo atrás.
– Trabajando. ¿Sabes? Trabajando -dijo, girándose hacia su mujer y mirándola fijamente a los ojos-. Es una palabra que no está en tu vocabulario. ¿Sabes lo que significa? Ganando dinero para pagar la hipoteca de las narices. Y la cuenta de tu tarjeta de crédito.
– ¡Y tu mierda de caravana hippy!
– ¿Caravana? -dijo Maurice, asombrado-. Eso no es de tu estilo, Garry.
– Es una furgoneta Volkswagen. La original, con el parabrisas dividido en dos. Es una buena inversión, un artículo de colección. Pensé que nos iría bien a Denise y a mí hacer alguna excursión por carretera, dormir en plena naturaleza de vez en cuando, ¡volver a la naturaleza! Me habría comprado un barco, pero ella se marea.
– Es la crisis de los cuarenta, eso es lo que es -dijo Denise, dirigiéndose a Maurice y a Ulla-. Si se cree que me va a llevar de vacaciones en una caravana asquerosa, lo tiene claro. ¡Como el año pasado, cuando intentó que fuéramos en moto a Francia, de camping!
– ¡No es una caravana asquerosa! -dijo Garry, que se hizo con el último rollito de primavera, antes de que se lo quitaran; por error lo mojó en la salsa picante y se lo metió en la boca.
En el interior de su cabeza se produjo una pequeña explosión termonuclear que lo dejó temporalmente sin habla. Denise la aprovechó.
– ¡Tienes un aspecto de mierda! ¿Cómo te has hecho ese arañazo en la frente?
– Subiéndome a un jodido desván para cambiar un cable que se habían comido los putos ratones. Con un clavo que salía de una viga.
De pronto ella se inclinó y lo olisqueó.
– ¡Has estado fumando!
– He subido a un taxi en el que alguien había fumado -masculló, mientras masticaba.
– ¿Ah, sí? -respondió ella, escéptica, y luego se giró hacia sus amigos-. Quiere hacerme creer que lo ha dejado; se cree que soy tonta. Se lleva a pasear al perro, o sale en bicicleta, o a dar una vuelta con la moto, y vuelve horas más tarde apestando a humo. Eso siempre se huele, ¿o no? -puntualizó, mirando a Ulla, luego a Maurice, y bebió un poco de su Sauvignon Blanc.
La cerveza de Garry llegó a la mesa y él le dio un buen trago, mirando primero a Ulla, pensando que su alocado cabello tenía un aspecto aún más loco aquella noche, y luego a Maurice, que tenía más aspecto de sapo que nunca. Ambos, al igual que Denise, le parecían extraños, como si los estuviera mirando a través de un vidrio deformante. La camiseta negra de Maurice estaba en tensión, apretada contra su barriga cervecera, los ojos le salían de las órbitas y su horrible y carísima americana a cuadros, con sus brillantes botones de Versace, le quedaba demasiado justa. Parecía que la hubiera heredado de su hermano mayor.
Maurice salió en defensa de su amigo, sacudiendo la cabeza:
– Yo no huelo nada.
Ulla se inclinó hacia Garry y lo olisqueó, como un perro excitado.
– ¡Buena colonia! -dijo, evasiva-. Aunque huele un poco femenina.
– Chanel Platinum -dijo él.
Ella volvió a olisquear, frunció el ceño, dubitativa, y levantó las cejas, mirando a Denise.
– Así pues, ¿dónde narices has estado? -insistió Denise-. Tienes un aspecto horrible. Podías haberte peinado al menos.
– ¡Está soplando un viento huracanado ahí fuera, por si no te has dado cuenta! -replicó Garry-. He tenido que lidiar con un cliente cabreado; hoy estábamos cortos de personal, con uno con gripe, con otro enfermo de otra cosa y con un tal Graham Lewis, de Steyning, al que se le disparaba continuamente la alarma sin motivo y que amenazaba con cambiarse de compañía. Así que he tenido que encargarme yo. ¿Vale? Y resulta que eran los jodidos ratones.
Ella inclinó la copa en dirección a la boca para apurar las últimas gotas y entonces se dio cuenta de que ya estaba vacía. Al momento apareció un camarero con otra botella. Garry señaló su copa de vino, al tiempo que daba cuenta de su cerveza. Tenía los nervios de punta y necesitaba beber. Mucho.
– ¡Salud! -brindó.
– ¡Salud! -respondieron Maurice y Ulla, levantando sus copas.
Denise se tomó su tiempo. Tenía la mirada fija en Garry. Sencillamente, no le creía.
De todos modos, pensó Garry, ¿cuándo había sido la última vez que su mujer le había creído en algo? Se bebió media copa de un trago y el frescor del vino le alivió por un momento la sensación de ardor en el paladar. A decir verdad, era probable que la última vez que le había creído hubiera sido el día en que se habían casado, cuando le hizo aquellas promesas de amor.
Aunque… ni siquiera estaba seguro de aquello. Aún recordaba la mirada que le había echado ante el altar, cuando él le había puesto el anillo en el dedo y había respondido a las preguntas del vicario. No veía en sus ojos el amor que cabía esperar, sino más bien la expresión de petulante satisfacción del cazador que vuelve a casa con la presa muerta sobre el hombro.
En aquel momento, había estado a punto de echarse atrás.
Doce años más tarde, no había un día en que no deseara haberlo hecho.
Pero, bueno, estar casado tenía sus ventajas, no había que olvidarlo.
Estar casado te convertía en un tipo respetable.