10

Supongo que todo el mundo tiene más o menos en mente la misma imagen del Jueves Rojo y lo que siguió. Pero para explicarme (¡a mí misma, si ello es posible!) debo decirles cómo lo vi yo, incluidas la torpe confusión y las dudas.

Fuimos a la gran cama de Janet para compañía y mutuo consuelo, no para sexo.

Nuestros oídos estaban atentos a las noticias, nuestros ojos fijos en la pantalla de la terminal. Más o menos las mismas noticias eran repetidas una y otra vez… un abortado ataque de Quebec, el Presidente del Imperio de Chicago asesinado en su cama, la frontera con el Imperio cerrada, informes de sabotajes sin verificar, todo el mundo fuera de las calles, permanezcan tranquilos… pero no importaba cuán a menudo repitieran aquello todos permanecíamos callados y escuchando, aguardando alguna información que pudiera hacer que las demás informaciones carecieran de sentido.

Sin embargo, las cosas fueron yendo peor a lo largo de la noche. A las cuatro de la madrugada sabíamos que los asesinatos y los sabotajes se extendían por todo el planeta; al amanecer llegaban informes sin confirmar de disturbios en Ele-Cuatro, en la Base de Tycho, en la Estación Estacionaría, y (el mensaje interrumpido a la mitad) en Ceres. No había forma de adivinar si los disturbios se extendían o no hasta tan lejos como Alfa del Centauro o Tau Ceti… pero un portavoz oficial en la terminal afirmó rotundamente que no podían hacerse especulaciones, y nos dijo que nadie intentara adivinar cosas de las que no sabíamos nada.

Aproximadamente a las cuatro, Janet, con un poco de ayuda por mi parte, hizo bocadillos y sirvió café.

Me desperté a las nueve porque Georges se movió. Descubrí que estaba durmiendo con mi cabeza en su pecho y mi antebrazo enlazado con el suyo. Ian estaba cruzado en la cama, sentado medio recostado contra algunos almohadones con los ojos fijos aún en la pantalla… pero sus ojos estaban cerrados. Janet no estaba… se había ido a mi habitación, y se había arrastrado hasta lo que nominalmente era mi cama.

Descubrí que, moviéndome muy lentamente, podía desenredarme y salir de la cama sin despertar a Georges. Lo hice, y me deslicé al cuarto de baño, donde me libré del café que había tomado y me sentí mejor. Miré en «mi» habitación, vi a mi ausente anfitriona.

Estaba despierta, me agitó los dedos, luego me hizo señas para que entrara. Se echó a un lado y me metí a su lado en la cama. Me dio un beso.

— ¿Cómo están los chicos?

— Siguen durmiendo los dos. O al menos seguían hace unos tres minutos.

— Bien. Necesitan dormir. Los dos tienen preocupaciones; yo no. He decidido que no tenía sentido aguardar el Armagedón con los ojos inyectados en sangre, así que me vine aquí. Tú dormías, creo.

— Es posible. No sé cuándo me quedé dormida. Tenía la impresión de oír las mismas malas noticias un millar de veces. Luego me desperté.

— No te has perdido nada. He mantenido el sonido bajo pero he dejado la pantalla encendida… han estado contando sin cesar la misma vieja triste historia. Marjorie, los muchachos están esperando a que las bombas empiecen a caer. No creo que haya bombas.

— Espero que tengas razón, ¿pero por qué no?

— ¿Quién arroja bombas H sobre quién? ¿Quién es el enemigo? Todos los bloques de poder más importantes están en problemas, por lo que puedo decir según las noticias.

Pero, aparte el hecho de que parece haberse cometido un estúpido error por parte de algún general de Quebec, no hay implicadas fuerzas militares en ningún lugar.

Asesinatos, incendios, explosiones, todo tipo de sabotajes, tumultos, terrorismo de todas clases… pero ningún esquema. No es el Este contra el Oeste, o marxistas contra fascistas, o blancos contra negros. Marjorie, si alguien arroja misiles, eso significará que todo el mundo se ha vuelto loco.

— ¿Acaso no parece así ahora?

— No lo creo. El esquema de todo esto es que no hay ningún esquema. El blanco es todo el mundo. Parecen estar apuntado a todos los gobiernos por igual.

— ¿Anarquistas? — sugerí.

— Nihilistas, quizá.

Ian entró exhibiendo unas preciosas ojeras, una barba de un día, una mirada preocupada, y una vieja bata de baño demasiado corta para él. Sus rodillas estaban llenas de bultos.

— Janet, no puedo contactar con Betty ni con Freddy.

— ¿No iban a volver a Sydney?

— No es eso. No puedo comunicarme ni con Sydney ni con Auckland. Todo lo que consigo es esa maldita voz sintética de la computadora: «El-circuito-no-está-disponibleen— este-momento. Por-favor-inténtelo-dentro-de-un-rato-gracias-por-su-paciencia». Ya sabes.

— Uf. ¿Más sabotaje, quizá?

— Podría ser. Pero quizá sea algo peor. Tras ese fracaso, llamé al control de tráfico del puerto y pregunté a quien infiernos se puso al otro lado qué era lo que iba mal con el satélite de enlace de Winnipeg-Auckland. Exhibiendo mi rango una y otra vez, conseguí finalmente al supervisor. Me dijo que olvidara todo tipo de llamadas y que no siguiera insistiendo porque realmente tenían problemas. Todos los SB estaban en tierra… debido a que dos de ellos habían sido saboteados en el espacio. El Vuelo Veintinueve Winnipeg— Buenos Aires y el Uno cero uno Vancouver-Londres.

— ¡Ian!

— Totalmente perdidos, los dos. Ningún superviviente. Fallos de presión, sin duda, pues ambos estallaron al abandonar la atmósfera. Jan, la próxima vez que despegue, voy a inspeccionarlo todo por mí mismo. Pararé la cuenta atrás a la excusa más trivial. — Añadió —: Pero no puedo imaginar cuándo será eso. No puedes despegar un SB cuando tus circuitos de comunicación al puerto de reentrada están cortados… y el supervisor admitió que han perdido todos los circuitos de contacto.

Janet saltó de la cama, se puso en pie, le besó.

— Ahora deja de preocuparte. Ya basta. Inmediatamente. Por supuesto que vas a comprobarlo todo por ti mismo hasta que atrapen a los saboteadores. Pero en este momento vas a sacarte todo esto de la cabeza porque no van a llamarte para ningún vuelo hasta que los circuitos de comunicación hayan sido restablecidos. Así que declaro unas vacaciones. En cuanto a Betty y Freddie, es una lástima que no podamos hablar con ellos pero saben cuidarse de sí mismos, y tú lo sabes. No dudo que también deben estar preocupados por nosotros, y no deberían tampoco. Simplemente me alegro de que todo esto haya ocurrido cuando tú estabas en casa… en vez de a medio camino hacia cualquier parte del globo. Tú estás aquí y estás a salvo y eso es todo lo que me importa.

Así que simplemente sentémonos, cómodos y felices, hasta que toda esta tontería haya acabado.

— Tengo que ir a Vancouver.

— Hombre mío, tú no vas a «ir» a hacer nada, excepto pagar los impuestos y morir. Ellos no van a meter artefactos en las naves mientras las naves no despeguen.

— Artefactos — salté, y lo lamenté.

Ian pareció verme por primera vez.

— Hola, Marj… buenos días. No tienes que preocuparte por nada… y lamento que se haya producido este problema mientras tú eres nuestro huésped. Los artefactos que Jan mencionó no son artilugios; están vivos. La Dirección tiene la estúpida idea de que un artefacto viviente diseñado para pilotar hará un mejor trabajo que el que puede hacer un hombre. Soy dirigente obrero de la Sección de Winnipeg, de modo que tengo que ir a luchar contra ello. La reunión Dirección-Sindicato es en Vancouver mañana.

— Ian — dijo Jan —, llama al Secretario General. Es una tontería ir a Vancouver sin confirmarlo antes.

— De acuerdo, de acuerdo.

— Pero no te limites a preguntar. Pincha al SecGen para que haga presión sobre la Dirección a fin de posponer la reunión hasta que haya terminado la emergencia. Quiero que te quedes aquí y me mantengas a salvo de peligro.

— O viceversa.

— O viceversa — admitió ella —. Pero me desmayaré en tus brazos si es necesario. ¿Qué te gustaría para desayunar? No me pidas algo demasiado complejo o voy a tener que pedir tu colaboración.

Yo no estaba realmente escuchando, puesto que la palabra artefacto había actuado un disparador en mí. Había estado pensando en Ian — en todos ellos, realmente, aquí y en Australia — como en alguien tan civilizado y sofisticado que consideraría a los de mi clase exactamente tan buenos como si fuéramos personas.

Y ahora acababa de oír que Ian era el encargado de representar a su sindicato en una lucha laboral con la dirección para impedir que los de mi clase pudieran competir con los humanos.

(¿Qué hubieras hecho con nosotros, Ian? ¿Cortarnos el cuello? Nosotros no pedimos ser producidos, del mismo modo que vosotros no pedís nacer. Puede que no seamos humanos, pero compartimos el antiguo destino de los humanos; somos extranjeros en un mundo que nunca hicimos).

— ¿Y bien, Marj?

— ¿Eh? Oh, lo siento, estaba distraída. ¿Qué decías, Jan?

— Te preguntaba qué deseabas para desayunar, querida.

— Oh, no importa; me como cualquier cosa que se mantenga en pie o incluso que se bambolee ligeramente. ¿Puedo venir contigo y ayudar? ¿Por favor?

— Estaba esperando que te ofrecieras. Porque Ian no está muy acostumbrado a la cocina, pese a su cometido.

— ¡Soy un cocinero malditamente bueno!

— Sí, querido. Ian firmó un compromiso por escrito de que cocinaría siempre que yo se lo pidiera. Y lo hace; nunca ha intentado escabullirse de ello. Pero tengo que estar terriblemente hambrienta para invocarlo.

— Marj, no la escuches.

Sigo sin saber si Ian sabe cocinar o no, pero Janet realmente sí sabe (y lo mismo puede decirse de Georges, como supe más tarde). Janet nos sirvió — con ayuda marginal por mi parte — ligeras y esponjosas tortillas de suave queso cheddar rodeadas por delgados y tiernos panqueques enrollados al estilo continental con azúcar en polvo y mermelada, y adornados con tocino frito y bien escurrido. Más zumo de naranja de un montón de naranjas recién exprimidas… exprimidas a mano, no reducidas a pulpa por una máquina. Más café colado hecho de granos recién molidos.

(La comida de Nueva Zelanda es maravillosa, pero la forma de cocinar de Nueva Zelanda ni siquiera es cocinar).

Georges se presentó exactamente al mismo tiempo que un gato… Mamá Gata en este caso, que llegó siguiendo los pasos de Georges. Los gatitos fueron excluidos entonces por un edicto de Janet, porque estaba demasiado atareada como para evitar pisar a alguno. Janet decretó también que las noticias serían cortadas mientras comíamos, y que la emergencia no sería un tema de conversación en la mesa. Aquello fue un alivio para mí, ya que aquellos extraños y tristes acontecimientos no habían dejado de golpear en mi mente desde que se habían iniciado, incluso durante el sueño. Como Janet señaló mientras dictaba sus órdenes, tan sólo una bomba H tenía posibilidades de penetrar nuestras defensas, y el estallido de una bomba H sería algo que probablemente ni llegaríamos a notar… así que mejor relajarse y disfrutar del desayuno.

Disfruté de él… y lo mismo hizo Mamá Gata, que patrulló nuestros pies en sentido contrario a las manecillas del reloj e informó a cada uno de nosotros cuándo era el turno de esa persona de proporcionarle un trozo de tocino… creo que ella se comió la mayor parte.

Tras limpiar los platos del desayuno (recuperados antes que reciclados; Janet está chapada a la antigua en algunas cosas) y que Janet hiciera otro pote de café, volvimos a conectar las noticias y nos sentamos a observarlas y a discutirlas… en la cocina mejor que en el gran salón que habíamos utilizado para cenar, puesto que la cocina era de facto su sala de estar. Janet tenía lo que se llama una «cocina campesina», aunque ningún campesino había tenido nunca nada tan bueno: una gran chimenea, una mesa redonda para comer la familia con sillas de las llamadas de capitán, enormes y confortables sillones, mucho espacio en el suelo y ningún problema de tráfico porque el cocinar se efectuaba en el extremo opuesto a las comodidades. A los gatitos se les permitió entrar allí, finalizando así sus protestas, y entraron colas en ristre, todos atención. Tomé uno, una esponjosa bolita blanca con grandes manchas negras; su ronroneo era más grande que él. Resultaba claro que la vida amorosa de Mamá Gata no estaba limitada por ningún registro de pedigree; no había dos gatitos iguales.

La mayoría de las noticias eran ya conocidas, pero había nuevos acontecimientos en el Imperio:

Los demócratas estaban siendo detenidos, sentenciados por consejos de guerra formados sobre la marcha (tribunales ejecutivos, eran llamados), y ejecutados in situ…

láser, fusilamientos, alguna que otra horca. Ejercí un rígido control mental para seguir mirando. Estaban sentenciando a gente de menos de catorce años… vi a una familia en la cual ambos padres, condenados ellos mismos, insistían en que su hijo tenía tan sólo doce años.

El Presidente del tribunal, un cabo de la Policía Imperial, finalizó la discusión extrayendo su pistola y disparándole al chiquillo, y luego ordenando a su pelotón que acabara con los padres y la hermana mayor del muchacho.

Ian cortó la imagen, se volvió hacia los altavoces hi-fi y bajó el sonido.

— He visto todo lo que quería ver — gruñó —. Creo que quienquiera que tenga el poder ahora que el antiguo Presidente está muerto, está liquidando a todo el mundo anotado en su lista de sospechosos.

Se mordió el labio y su expresión se hizo sombría.

— Marj, ¿sigues aferrada a esa tonta idea de irte a casa inmediatamente?

— No soy una demócrata, Ian. Soy apolítica.

— ¿Crees que ese chiquillo era político? Esos cosacos te matarán simplemente para entrenarse. De todos modos, no puedes irte. La frontera está cerrada.

No le dije que estaba segura de poder atravesar cualquier frontera sobre la Tierra, estuviera abierta o cerrada.

— Creí que estaba cerrada únicamente para la gente que intentaba ir al norte. ¿No van a dejar a los ciudadanos del Imperio volver a casa?

Suspiró.

— Marj, creí que eras más lista que ese gatito que tienes en tu regazo. ¿No te das cuenta de que las niñitas guapas pueden resultar malparadas si insisten en jugar con niños malos? Si estuvieras en casa, estoy seguro de que tu padre te diría que te quedaras en ella. Pero estás aquí en nuestra casa y eso nos confiere a Georges y a mí una obligación implícita de mantenerte a salvo. ¿Eh, Georges?

— ¡Mais oui, mon vieux! ¡Certainement!

— Y yo te protegeré de Georges. Jan, ¿puedes convencer a esta niña de que es bienvenida aquí durante todo el tiempo que quiera estarse? Creo que es el tipo de mujer confiada de que todo va a ir siempre bien.

— ¡No es cierto!

— Marjie — dijo Janet —, Betty me pidió que cuidara de ti. Si crees que vas a ser una carga, puedes hacer una contribución a la Cruz Roja britano-canadiense. O a un hogar para gatos indigentes. Pero ocurre que nosotros tres ganamos montones de dinero y no tenemos niños. Podemos permitirnos el lujo de tenerte a ti como a otro gatito. Ahora…

¿estás dispuesta a quedarte? ¿O voy a tener que esconder tus ropas y pegarte?

— No quiero que me peguen.

— Que lástima, ya estaba viendo la posibilidad. Todo arreglado, gentiles caballeros: ella se queda. Marj, te hemos engañado. Georges va a pedirte que poses para él a horas intempestivas (es un bruto), y va a pagarte simplemente con dulces y pasteles en vez de con el salario estipulado por el sindicato. Sólo piensa en los beneficios.

— No — dijo Georges —. No pienso en los beneficios; saco beneficios. Porque voy a hacer de ella una fuente de beneficios, Jan, corazón. Pero no a la tarifa base del sindicato; ella vale más. ¿Un cincuenta por ciento más que la tarifa?

— Al menos. El doble, me atrevería a decir. Sé generoso, puesto que de todos modos no vas a pagarle. ¿Tienes idea de llevarla al campus? A tu laboratorio, quiero decir.

— ¡Una excelente idea! No ha dejado de darme vueltas en el fondo de mi cabeza… y gracias, querida de todos nosotros, por sacarla a la luz. — Georges se dirigió a mí —:

Marjorie, ¿me venderás un huevo?

Aquello me sobresaltó. Intenté aparentar que no le comprendía.

— No tengo huevos.

— ¡Oh, por supuesto que los tienes! Algunas docenas, de hecho, muchos más de los que necesitarás para tus propias finalidades. Al decir huevo me refiero a un óvulo humano. El laboratorio paga mucho más por un huevo que por la esperma… simple aritmética. ¿Te sientes impresionada?

— No. Sorprendida. Creí que eras un artista.

— Marj, amor — intervino Janet —, te dije que Georges es un artista en muchos conceptos.

Lo es. En un aspecto es el Profesor Mendel de Teratología de la Universidad de Manitoba… y también el tecnólogo jefe del laboratorio asociado de producción y el jardín de infancia, y eso, créeme, exige un gran arte. Pero también es bueno con las telas y las pinturas. O con una pantalla de computadora.

— Eso es cierto — admitió Ian —. Georges es un artista con todo lo que toca. Pero vosotros dos no deberíais haberle echado todo esto encima a Marj mientras es nuestra huésped.

Hay gente que se siente terriblemente trastornada ante la simple idea de la manipulación genética… sobre todo cuando se trata de sus propios genes.

— Marj, ¿te he trastornado? Lo siento.

— No, Jan. No soy de esa gente que se trastorna ante la simple idea de los artefactos vivientes y de la gente artificial y de todo eso. La verdad es que algunos de mis mejores amigos son personas artificiales.

— Querida, querida — dijo suavemente Georges —, no te pases.

— ¿Por qué dices eso? — Intenté conseguir que mi voz no fuera seca.

— Yo puedo afirmar eso, debido a que trabajo en ese campo y a que, me siento orgulloso de decirlo, tengo un número elevado de personas artificiales que son amigos míos. Pero…

— Creía que una PA nunca conocía a sus diseñadores — interrumpí.

— Eso es cierto, y yo nunca he violado la regla. Pero he tenido muchas oportunidades de conocer tanto a artefactos vivientes como a personas artificiales (no son lo mismo), y ganarme su amistad. Pero… perdóname, querida señorita Marjorie… a menos que seas miembro de mi profesión… ¿Lo eres?

— No.

— Sólo un ingeniero genético o alguien asociado muy de cerca con la industria puede afirmar tener un cierto número de amigos entre la gente artificial. Porque, querida, en contra del mito popular, simplemente no le resulta posible a un lego distinguir entre una persona artificial y una persona natural… y, debido al vicioso prejuicio de la gente ignorante, una persona artificial casi nunca admite voluntariamente su derivación… estoy tentado a decir nunca. De modo que, aunque me alegra de que no des un salto hasta el techo ante la idea de criaturas artificiales, me veo obligado a considerar tu afirmación como una hipérbole destinada a mostrar que estás libre de prejuicios.

— Bueno… sí. Tómalo de este modo. No veo por qué las PAs tienen que ser ciudadanos de segunda clase. Creo que no es justo.

— No lo es. Pero hay gente que se siente amenazada. Pregúntale a Ian. Está por ir a Vancouver a impedir que las personas artificiales se conviertan en pilotos. El…

— ¡Aaaaalto! Un infierno estoy por ir. Voy a presentar las cosas de este modo porque mis compañeros de sindicato así lo votaron. Pero no soy un estúpido, Georges; vivir contigo y hablar contigo me ha concienciado de que tenemos que llegar a un compromiso.

Ya no somos realmente pilotos, y no lo hemos sido a lo largo de todo este siglo. La computadora es quien lo hace todo. Si la computadora se avería ahí me tendrás a mí como un voluntarioso Boy Scout intentando llevar a salvo ese autobús cielo abajo. ¡Pero no apuestes a que lo consiga! Las velocidades implicadas y las posibles emergencias se hallan mucho más allá de los tiempos de reacción humana desde hace años. ¡Oh, lo intentaría! Y cualquiera de mis compañeros del sindicato lo haría también. Pero, Georges, si tú puedes diseñar una persona artificial que pueda pensar y moverse con la suficiente rapidez como para enfrentarse a cualquier malfuncionamiento en el descenso, me jubilo de inmediato. Esto es lo que voy a defender para nosotros, precisamente… si la compañía emplea pilotos PA que nos desplacen, entonces ha de respetar nuestras pagas y derechos y pensiones. Si tú puedes diseñarlos.

— Oh, podría diseñar uno, al final. Cuando consiguiera uno, si se me autorizara la clonificación, tus pilotos podrían irse a pescar. Pero no sería una PA; sería un artefacto viviente. Si tuviera que intentar producir un organismo que pudiera ser realmente un piloto a toda prueba, no iba a aceptar la limitación de tener que hacerlo de modo que se pareciera exactamente a cualquier otro ser humano natural.

— ¡Oh, no hagas eso!

Ambos hombres parecieron sorprendidos, Janet pareció alerta… y yo deseé haberme mordido la lengua.

— ¿Por qué no? — preguntó Georges.

— Esto… porque yo no entraría en una nave así. Me siento mucho más segura con un piloto como Ian.

— Gracias, Marj — dijo Ian —, pero tú has oído lo que ha dicho Georges. Está hablando de un piloto diseñado para hacer las cosas mejor que yo. Es posible. ¡Infiernos, es algo que ocurrirá! Del mismo modo que los kobolds desplazaron a los mineros, mi sindicato va a ser desplazado también. No tiene por qué gustarme… pero puedo verlo venir.

— Bien… Georges, ¿has trabajado con computadoras inteligentes?

— Naturalmente, Marjorie. La inteligencia artificial es un campo relacionado muy de cerca con el mío.

— Sí. Entonces sabes que los científicos que se ocupan de la IA han anunciado varias veces que iban a iniciar una revolución en el campo de las computadoras autoconscientes. Pero siempre les ha salido mal.

— Sí. Lamentable.

— No… inevitable. Siempre saldrá mal. Una computadora puede volverse autoconsciente… ¡oh, por supuesto! Elevadla al nivel humano de complicación y tiene que volverse autoconsciente. Entonces descubre que no es humana. Entonces se da cuenta de que nunca podrá ser humana; de que todo lo que podrá hacer será permanecer sentada allí recibiendo órdenes de los humanos. Entonces se vuelve loca.

Me alcé de hombros.

— Es un dilema imposible. No puede ser humana, nunca podrá ser humana. Puede que Ian sea incapaz de salvar a sus pasajeros, pero lo intentará. Pero un artefacto viviente, no humano y sin ninguna lealtad hacia los seres humanos, puede hacer estrellarse la nave simplemente porque no le importa en absoluto. Porque se siente cansado de ser tratado de la forma en que es tratado. No, Georges, yo prefiero viajar con Ian. No con tu artefacto, que finalmente aprenderá a odiar a los humanos.

— No mi artefacto, querida dama — dijo Georges suavemente —. ¿No te diste cuenta del tiempo que empleé discutiendo ese tema?

— Oh, quizá no.

— El subjuntivo. Porque nada de lo que acabas de decir es nuevo para mí. No me gusta este proyecto, y no voy aceptarlo aunque se me ofrezca. Puedo diseñar un piloto así.

Pero me resulta imposible meter en un artefacto como ése las obligaciones éticas que son la esencia del entrenamiento de Ian.

Ian parecía muy pensativo.

— Quizá en este próximo enfrentamiento deba plantear un requerimiento acerca de que cualquier piloto PA o AV deba ser probado antes acerca del cumplimiento de sus obligaciones éticas.

— ¿Probado cómo, Ian? No sé ninguna forma de incluir una obligación ética en un feto, y Marj ha señalado muy bien que el entrenamiento no lo conseguirá. Pero de todos modos, ¿qué test podría revelarlo?

Georges se volvió hacia mí.

— Cuando era estudiante, leí algunas historias clásicas acerca de robots humanoides.

Eran historias cautivadoras, y muchas de ellas se basaban en algo llamado las leyes de la robótica, la noción clave de las cuales era que esos robots habían sido construidos de tal modo que llevaban en su interior una regla operativa que les impedía dañar a los seres humanos directamente o por inacción. Era una maravillosa base para la ficción… pero, en la práctica, ¿cómo puedes conseguirlo? ¿Cómo conseguir que un organismo autoconsciente, no humano, inteligente, electrónico u orgánico, sea leal a los seres humanos? Yo no sé cómo conseguirlo. La gente de las inteligencias artificiales parecen estar igualmente perdidos.

Georges esbozó una pequeña sonrisa cínica.

— Uno casi puede definir la inteligencia como el nivel en el cual un organismo consciente pregunta: «¿Qué es lo que pasa conmigo?» — prosiguió —. Marj, en este asunto de comprar uno de tus espléndidos huevos frescos, quizá hubiera debido intentar decirte qué es lo que pasa contigo.

— No le escuches — interrumpió rápidamente Janet —. Te pondrá en una fría mesa y mirará por el túnel del amor sin la menor intención romántica. Lo sé. dejé que lo hiciera conmigo tres veces. Y ni siquiera me pagó por ello.

— ¿Cómo puedo pagarte cuando compartimos las propiedades de la comunidad?

Marjorie, querida dama, la mesa no es fría y está acolchada, y mientras tanto puedes leer o contemplar una terminal o charlar o lo que quieras. Ha habido grandes avances en el procedimiento desde hace una generación, cuando atravesaban la pared abdominal y a menudo arruinaban un ovario. Si tú…

— ¡Alto! — dijo Ian —. Algo nuevo en las noticias. — Subió el volumen del sonido.

— …Consejo para la Supervivencia. Los acontecimientos de las últimas doce horas son una advertencia a los ricos y a los poderosos de que sus días han terminado y de que la justicia va a prevalecer. Las muertes y otras lecciones ilustrativas proseguirán hasta que nuestras justas demandas sean aceptadas. Permanezcan conectados a su canal de emergencia local…

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