Estábamos de vuelta en la cocina, medio ojo clavado en la terminal, nuestra atención fija en los demás y en los combinados que Ian había servido, discutiendo qué íbamos a hacer a continuación. Ian estaba diciendo:
— Marj, si simplemente te quedas tranquila aquí todo este estúpido asunto pasará y podrás irte confortablemente a casa. Si hay alguna otra conmoción, simplemente puedes meterte en el Agujero. En el peor de los casos podrás salir al exterior. Mientras tanto, Georges puede pintar desnudos tuyos, como Betty ordenó. ¿De acuerdo, Georges?
— Eso sería muy agradable.
— ¿Y bien, Marj?
— Ian, si le digo a mi jefe que no puedo volver cuando se suponía que debía hacerlo debido a que dos mil kilómetros lineales de frontera están nominalmente cerrados, simplemente no me creerá. — (¿Debo decirles que soy un correo entrenado? No es necesario. O todavía no).
— ¿Qué es lo que vas a hacer?
— Creo que ya os he dado bastante problemas. — (Ian querido, pienso que aún estás impresionado por ver a un hombre muerto en tu sala de estar. Aunque te recuperaste inmediatamente después y te comportaste como un profesional) —. Ahora sé dónde está vuestra puerta trasera. Cuando os levantéis mañana es posible que yo no esté aquí.
Entonces podéis olvidar esta alteración en vuestras vidas.
— ¡No!
— Jan, una vez haya terminado todo este lío, os llamaré. Entonces, si aún me deseáis, volveré a visitaros tan pronto como tenga algún momento libre. Pero ahora debo irme y volver al trabajo. Lo he estado diciendo durante todo el tiempo.
Janet simplemente no quería ni oír hablar de yo sola intentando cruzar la frontera (aunque yo necesitaba a alguien conmigo tanto como una serpiente necesita unos zapatos). Pero tenía un plan.
Señaló que Georges y yo podíamos viajar con sus pasaportes… Yo era de su talla, aproximadamente, y Georges era muy parecido a Ian en tamaño y peso. Nuestros rostros no concordaban pero las diferencias no eran muy importantes… ¿y quién mira realmente las fotos de los pasaportes, de todos modos?
Podéis utilizarlos y enviarlos de vuelta por correo… pero puede que esa no sea la mejor forma. Podéis ir hasta Vancouver, luego cruzar a la Confederación de California simplemente con tarjetas de turistas… pero como nosotros. Podéis hacer todo el camino hasta Vancouver con nuestra tarjeta de crédito. Una vez hayáis cruzado la frontera a California estaréis casi seguramente a salvo… Marj, tu tarjeta de crédito deberá valerte allí, no tendrás problemas en telefonear a tu patrón, y la policía no intentará internaros a ninguno de los dos. ¿Sirve esto de alguna ayuda?
— Sí — admití —. Creo que utilizar la tarjeta de turistas es más seguro que intentar usar vuestros pasaportes… seguro para todos. Si llego a un lugar donde mi tarjeta de crédito sea válida, mis problemas habrán terminado. — (Obtendría inmediatamente dinero en efectivo y nunca más me permitiría ser pillada fuera de casa sin los bolsillos llenos de dinero… el dinero lo unta todo. Especialmente en California, un lugar lleno de bribones, mientras que en el Canadá Británico los oficiales son a veces desconcertantemente honestos).
Añadí:
— No es posible que esté peor ahí afuera en Bellingham de lo que estoy aquí… a partir de ahí puedo bajar todo el camino hasta la República de la Estrella Solitaria para intentar cruzar por allí si hay alguna posibilidad. ¿Han dicho algo acerca de Texas y Chicago? ¿Se hallan en términos amistosos?
— Sí, por lo que he visto en las noticias — respondió Ian —. ¿Consulto a la computadora para comprobarlo?
— Si, por favor, hazlo antes de que me vaya. Si es posible, podría ir a través de Texas hasta Vicksburg. Uno siempre puede subir por el río con dinero en efectivo porque los contrabandistas lo hacen con toda tranquilidad.
— Antes de que nos vayamos — me corrigió Georges suavemente.
— Georges, creo que esta ruta funciona para mí. Para ti, todo lo que harás será alejarte más y más de Quebec. ¿No has dicho que McGill es tu otra base?
— Querida dama, no tengo la menor intención de ir a McGill. Puesto que la policía se está poniendo difícil aquí, mi auténtico hogar, no puedo pensar en nada mejor que hacer que viajar contigo. Una vez crucemos a la Provincia de Washington de California puedes cambiar el nombre de señora Tormey por el de señora Perreault, puesto que estoy seguro de que tanto mi tarjeta Maple Leaf como mi Crédit Québec serán aceptadas.
(Georges, eres un querido galante… y cuando estoy intentando dar un salto necesito un querido galante tanto como necesito una bota de Oregón. Y voy a tener que dar uno, querido… pese a lo que dice Janet, no voy a estar segura ahí).
— Georges, eso suena delicioso. No puedo decirte que debes quedarte en casa… pero debo decirte que por profesión soy un correo que ha viajado durante años por sus propios medios, por todo el planeta, más de una vez a las colonias espaciales, y a la Luna.
Todavía no a Marte o Ceres, pero pueden ordenármelo en cualquier momento.
— Estás diciendo que preferirías que no te acompañara.
— ¡No, no! Estoy diciendo simplemente que, si eliges ir conmigo, será de un modo puramente social. Para tu placer y el mío. Pero debo añadir que cuando entre en el Imperio debo ir sola, puesto que volveré inmediatamente a mi trabajo.
— Marj — dijo Ian —, al menos deja que Georges te saque de aquí y te lleve hasta territorio donde no hablen totalmente de internarte, y donde tu tarjeta de crédito sea válida.
— Lo más importante es liberarse de este estúpido internamiento — añadió Janet —. Marj, puedes disponer de mi tarjeta Visa durante tanto tiempo como desees; yo utilizaré mi Maple Leaf mientras tanto. Simplemente recuerda que eres Jan Parker.
— ¿Parker?
— La Visa lleva mi nombre de soltera. Aquí está, tómala.
— La acepté, pensando que la utilizaría únicamente cuando alguien estuviera mirando por encima del hombro. Cuando fuera posible, cargaría las cosas al difunto teniente Dickey, cuyo crédito estaría disponible durante algunos días, posiblemente algunas semanas. Charlamos un poco más de esto y de aquello, y finalmente dije:
— Voy a irme ahora. Georges, ¿vienes conmigo?
— ¡Hey! — dijo Ian —. No esta noche. A primera hora de la mañana.
— ¿Por qué? Los tubos funcionan toda la noche, ¿no? — (Sabía que lo hacían).
— Sí, pero hay más de veinte kilómetros hasta la estación del tubo más cercana. Y la oscuridad es como el interior de una pila de carbón.
(No era el momento de discutir la visión mejorada).
— Ian, puedo llegar allí a medianoche. Si hay una cápsula que salga a medianoche, puedo conseguir prácticamente toda una noche de sueño en Bellingham. Si la frontera está abierta entre California y el Imperio, informaré a mi jefe mañana por la mañana. Es mejor así, ¿no?
Unos minutos más tarde nos íbamos todos, en un birlocho. Ian no se sentía complacido conmigo porque yo no había resultado ser la dulce, suave, manejable criatura que prefieren los hombres. Pero había superado su irritación y me besó dulcemente cuando nos dejaron en el Perímetro y McPhillips al otro lado de la estación del tubo. Georges y yo nos metimos en la atestada cápsula de las veintitrés, y tuvimos que permanecer de pie durante todo el camino cruzando el continente.
Pero estábamos en Vancouver a las veintidós (hora del Pacífico… medianoche en Winnipeg), tomamos los formularios para la solicitud de tarjetas de turistas cuando entramos en la lanzadera de Bellingham, los llenamos por el camino, los hicimos procesar por la computadora de la salida cuando abandonamos la lanzadera unos pocos minutos más tarde. El operador humano ni siquiera alzó la vista mientras la máquina escupía nuestras tarjetas. Simplemente murmuró:
— Disfruten de su estancia — y siguió leyendo.
En Bellingham, la salida de la estación de la Lanzadera de Vancouver desemboca en el vestíbulo inferior del Bellingham Hilton; frente a nosotros había un cartel resplandeciente flotando en el aire:
DESAYUNOS BAR Bistecs — Platos rápidos — Cócteles Se sirven desayunos las veinticuatro horas
Georges dijo:
— Señora Tormey, amor mío, ocurre que olvidé cenar.
— Señor Tormey, tienes toda la razón. Vamos a tomar un bocado.
— La cocina de la Confederación no es exótica, no es sofisticada. Pero a su propia manera robusta puede ser completamente satisfactoria… especialmente si uno ha tenido tiempo de acumular un auténtico apetito. He comido en este establecimiento antes. Pese a su nombre, puede conseguirse una gran variedad de platos. Pero, si aceptas el menú del desayuno y me permites ordenarlo por ti, creo que puedo garantizarte que tu hambre resultará placenteramente sofocada.
— Georges… quiero decir «Ian»… he comido tu sopa. ¡Puedes ordenar por mí siempre que quieras!
Era realmente un bar… no había mesas. Pero los taburetes tenían respaldos y estaban acolchados y podías subirte a la barra sin darte en las rodillas… confortable. Los aperitivos de zumo de manzana estaban situados ya frente a nosotros cuando nos sentamos. Georges ordenó por los dos, luego se bajó del taburete y se dirigió hacia el mostrador de recepción y tecleó nuestras inscripciones. Cuando regresó, dijo mientras se sentaba de nuevo:
— Ahora puedes llamarme «Georges», y tú eres la «señora Perreault». Así es como nos hemos inscrito. — Alzó su aperitivo —. Santé, ma chère femme.
Alcé el mío.
— Merci. Et à la tienne, mon cher mari. — El zumo era burbujeantemente frío, y tan dulce como el sentimiento. Mientras no tuviera intención de tener de nuevo un marido, Georges podía ser uno bueno, ya fuera como una broma, como ahora, o en la realidad. Pero simplemente me había sido prestado por Janet.
Nuestro «desayuno» llegó:
Zumo de manzana Yakima helado.
Fresones del Valle imperial con crema Sequim.
Dos huevos, poco hechos y con las yemas mirándonos, descansando sobre un bistec de buen tamaño tan tierno que podía cortarse con un tenedor… «Huevos a caballo».
Grandes bollos calientes, mantequilla Sequim, salvia y miel al trébol.
Café Kona en tazas enormes.
El café, el zumo y los bollos eran renovados constantemente… nos ofrecieron un segundo servicio de bistec y huevos, pero tuvimos que rechazarlo.
El nivel de ruido y la forma en que estábamos sentados no animaba la conversación.
Había una pantalla de Anuncios de Oportunidades al fondo del bar. Cada anuncio permanecía en la pantalla sólo el tiempo suficiente para ser leído pero, como de costumbre, cada uno estaba codificado con un número para poder ser solicitado al gusto de cada uno en las terminales individuales que cada cual tenía frente a su asiento en el bar. Fui leyéndolos distraídamente mientras comía:
La Nave Libre Jack Pot está reclutando miembros para su tripulación en el Mercado Laboral de Las Vegas. Bonos para los veteranos de guerra.
¿Podía una nave pirata anunciarse tan claramente? ¿Incluso en el Estado Libre de Las Vegas? Era difícil de creer, pero aún era más difícil leerlo de cualquier otra forma.
¡Fume lo que fumaba Jesucristo! PORROS ÁNGEL Garantizados no cancerígenos El cáncer no me preocupaba, pero la nicotina no es para mí; la boca de una mujer debe ser dulce.
DIOS está esperándote en la suite 1208 de las Torres Lewis y Clark. No hagas que El tenga que venir a buscarte. No te gustará.
No me gustaba de ningún modo.
¿HASTIADO? Estamos a punto de desembarcar un grupo pionero en un planeta virgen tipo T-13. Garantizado porcentaje de sexo 50-40-10+2 % Bioedad media 32+1. No se requiere test de temperamento. No inversión — No contribuciones — No rescate.
Corporación de Expansión de Sistemas División de Demografía y Ecología Luna City, GPO apartado DEMOo teclee Tycho 800-2300 Recuperé aquel último y lo releí. ¿Cómo me sentiría emprendiendo la aventura de un mundo completamente nuevo codo con codo con camaradas?… gente que no podría llegar a saber mi origen. O que no le importaría. Mis perfeccionamientos podían hacer que me respetaran en vez de convertirme en un fenómeno… siempre que no me vanagloriara demasiado de ellos…
— Georges, mira esto, por favor.
Lo hizo.
— ¿Qué hay con ello?
— Puede ser divertido ¿no?
— ¡No! Marjorie, en la escala T cualquier planeta por encima de ocho requiere enormes gastos, gran cantidad de equipo, y colonos muy entrenados. Un trece es un exótico camino al suicidio, eso es todo.
— Oh.
— Lee este. — Ofreció:
W. K. — Haga su testamento. Le queda tan sólo una semana de vida. A.C.B.
Lo leí.
— Georges, ¿es realmente una amenaza de asesinato contra ese W.K.? ¿En un anuncio público? ¿Puede ser rastreado hasta su origen?
— No lo sé. Puede que no sea fácil de rastrear. Estoy preguntándome qué veremos en el anuncio mañana… ¿dirá «seis días»? ¿Luego «cinco días»? ¿Está W.K. esperando que caiga el golpe sobre él? ¿O es alguna especie de promoción?
— No lo sé. — Pensé en ello en relación con nuestra propia situación —. Georges, ¿es posible que todas esas amenazas en los canales sean alguna especie de truco terriblemente complejo?
— ¿Estás sugiriendo que nadie ha sido asesinado y que todas las noticias eran falsas?
— Oh, no sé lo que estoy sugiriendo.
— Marjorie, hay una trampa ahí, sí… en el sentido que tres grupos distintos se están adjudicando a la vez la responsabilidad, y en consecuencia dos grupos están intentando engañar al mundo. No creo que los informes de asesinatos sean falsos. Como con las pompas de jabón, hay un límite máximo al tamaño de una falsedad, tanto en número de personas como en tiempo. Esto es demasiado grande… demasiados lugares, demasiado extendido… para ser falso. O a estas alturas habría desmentidos por todas partes. ¿Más café?
— Gracias, no.
— ¿Alguna otra cosa?
— Nada. Un bollo más con miel y estallaré.
Desde fuera era simplemente la puerta de una habitación de hotel: 2100. Una vez dentro, dije:
— ¡Georges! ¿Por que?
— Una novia debe tener una suite nupcial.
— Es maravillosa. Es espléndida. Es encantadora. Y no deberías haber gastado tu dinero. Hemos convertido un viaje triste en una excursión. Pero si esperas que esta noche me comporte como una novia, no deberías haberme alimentado con huevos a caballo y toda una cesta grande de bollos calientes. Estoy inflada, querido. No sugestiva.
— Estás sugestiva.
— ¡Querido! Georges, no juegues conmigo… ¡por favor, no lo hagas! Me descubriste cuando maté a Dickey. Sabes lo que soy.
— Sé que eres una dulce y valerosa y galante dama.
— Sabes a qué me refiero. Estás en la profesión. Me descubriste. Me desenmascaraste.
— Estás perfeccionada. Sí. Vi eso.
— De modo que sabes lo que soy. Lo admito. He pasado años ocultándolo. He adquirido mucha práctica en hacerlo, pero… ¡ese bastardo no debiera haber apuntado a Janet con esa pistola!
— No, no debiera haberlo hecho. Y respecto a lo que hiciste tú, siempre voy a estar en deuda contigo.
— ¿De veras? Ian pensaba que no hubiera debido matarlo.
— La primera reacción de Ian es siempre convencional. Luego se lo piensa mejor. Ian es un piloto natural: piensa con sus músculos. Pero, Marjorie…
— No soy Marjorie.
— ¿Eh?
— Tienes derecho a saber mi auténtico nombre. Mi nombre de la inclusa, quiero decir.
Soy Viernes. Sin apellido, por supuesto. Cuando necesito uno utilizo cualquiera de los otros nombres convencionales. Jones, normalmente. Pero Viernes es mi nombre.
— ¿Es así como deseas ser llamada?
— Oh, sí. Creo que sí. Es el nombre por el que soy llamada cuando no tengo que ocultar mi verdadera identidad. Cuando estoy con gente en la que confío. Hubiera debido confiar en ti, ¿no?
— Me hubiera sentido halagado y muy complacido. Intentaré merecer tu confianza. Y sigo estando muy en deuda contigo.
— ¿Por qué, Georges?
— Pensé que estaba claro. Cuando vi lo que Mel Dickey pretendía, resolví rendirme inmediatamente antes que causarles problemas a los demás. Pero cuando él amenazó a Janet con ese quemador me prometí a mí mismo que más tarde, cuando tuviera ocasión, lo mataría. — Georges apenas sonrió —. Apenas me había prometido eso a mí mismo cuando tú apareciste tan repentinamente como un ángel vengador y llevaste a cabo mi intento. Así que te debo eso.
— ¿Otra muerte?
— Si ese es tu deseo, sí.
— Oh, probablemente no. Como tú has dicho, estoy perfeccionada. Normalmente me las arreglo para hacerlo yo misma cuando es necesario.
— Lo que tú digas, querida Viernes.
— Oh, infiernos, Georges, no quiero que te sientas en deuda conmigo. A mi propia manera, yo también amo a Janet. Ese bastardo selló su destino cuando la amenazó con un arma mortífera. No lo hice por ti; lo hice por mí misma. Así que no me debes nada.
— Querida Viernes. Eres tan encantadora como la propia Janet. Tengo que reconocerlo.
— Oh, ¿por qué no me llevas a la cama y me dejas pagarte por un cierto número de cosas? Me doy cuenta de que no soy humana y no espero que tú me quieras de la forma en que lo harías a tu esposa humana… que me quieras en absoluto, de hecho. Pero parece que te gusto y no me tratas como… quiero decir, de la forma en que lo hizo mi familia neozelandesa. La forma en que la mayoría de los humanos tratan a las PAs.
Puedo hacerme digna de ti. De veras que puedo. Nunca obtuve mi certificado de prostituta pero he recibido la mayor parte del entrenamiento… y lo intentaré.
— ¡Oh, querida! ¿Qué fue lo que te dolió tanto?
— ¿Yo? Estoy bien. Estaba simplemente explicándote que conozco como se mueve el mundo. No soy una niña aprendiendo aún cómo seguir adelante sin el sostén de la inclusa. Una persona artificial no debe esperar amor sentimental de un hombre humano; ambos sabemos eso. Tú lo comprendes mucho mejor que un profano; tú estás en la profesión. Te respeto, y sinceramente me gustas. Si me permites ir a la cama contigo, lo haré lo mejor que pueda.
— ¡Viernes!
— ¿Sí, señor?
— No vas a ir a la cama conmigo para hacerlo lo mejor que puedas.
Sentí repentinas lágrimas en mis ojos… una cosa muy rara.
— Señor, lo siento — dije miserablemente —. No pretendía ofenderte. No intentaba presumir.
— ¡Maldita sea, CÁLLATE!
— ¿Señor?
— Deja de llamarme «señor». ¡Deja de comportarte como una esclava! Llámame Georges. Si deseas añadirle «querido» o «cariño» como lo hacías a veces en el pasado, por favor hazlo. O insúltame si quieres. Simplemente trátame como a tu amigo. Esta dicotomía de «humano» y «no humano» es algo pensado por los legos ignorantes; todo el mundo en la profesión sabe que es una estupidez. Tus genes son genes humanos; han sido seleccionados con el mayor cuidado. Quizá eso te haga superhumana; no puede hacerte no humana. ¿Eres fértil?
— Oh, estéril reversible.
— En diez minutos, con anestesia local, puedo cambiar eso. Luego puedo fecundarte.
¿Sería humano tu bebé? ¿O no humano? ¿O medio humano?
— Esto… humano.
— ¡Puedes apostar tu vida a que lo sería! Se necesita una madre humana para tener un niño humano. Nunca olvides eso.
— Oh, no lo olvidaré. — Sentí una curiosa picazón descendiendo dentro de mí. Sexo, pero no como nada que hubiera sentido nunca antes, ni siquiera cuando me siento en celo como una gata.
— ¿Georges? ¿Deseas hacer eso? ¿Inseminarme?
Pareció muy sorprendido. Luego avanzó hacia donde yo estaba de pie, me hizo levantar el rostro, me rodeó con sus brazos, y me besó. En la escala del diez tendría que adjudicarle un ocho y medio, quizá un nueve… no había ninguna forma de hacerlo mejor verticalmente y con las ropas puestas. Luego me alzó del suelo, avanzó hacia un sillón, se sentó conmigo en su regazo, y empezó a desvestirme, casual y suavemente. Janet había insistido en que me vistiera con sus ropas; tenía cosas más interesantes que quitar que un mono. Mi atuendo de superpiel, lavado por Janet, estaba en mi neceser de vuelo.
Mientras corría cremalleras y soltaba botones y deshacía lazos, Georges dijo:
— Esos diez minutos tendrían que ser en mi laboratorio, y se necesitaría otro mes, aproximadamente, hasta tu primer período fértil, y esa combinación de circunstancias te salva de una barriga que se hincha… porque ese tipo de observaciones actúa sobre el macho humano como la cantárida sobre un toro. Así que te salvas de tu locura. En vez de ello voy a llevarte a la cama y hacerlo yo lo mejor que pueda… aunque tampoco tengo mi certificado. Pero ya pensaremos algo, querida Viernes. — Me alzó y depositó la última de mis prendas en el suelo —. Te ves bien. Pareces bien. Hueles bien. ¿Deseas ser la primera en el baño? Necesito una ducha.
— Oh, mejor pasaré segunda, deseo tomarme mi tiempo.
Me tomé mi tiempo, pues no le había estado engañando cuando le dije que estaba inflada. Soy una experimentada viajera, cuidadosa de no invitar nunca a ninguna de las dos maldiciones gemelas del viajar. Pero no cenar, seguido por un enorme «desayuno» a medianoche, había alterado un poco mi sentido del tiempo. Si iba a tener un peso sobre mi pecho — y mi vientre —, era el momento de librarme de ese inflado.
Eran pasadas las dos cuando salí del baño… duchada, liberada del exceso de comida, la boca fresca y el aliento suave, y sintiéndome tan preparada y alegre como nunca me había sentido en mi vida. Ningún perfume… no sólo no llevo nunca, sino que los hombres prefieren la fragans feminae a cualquier otro afrodisiaco aunque ellos no lo sepan…
simplemente no les gusta que huelas a rancio.
Georges estaba en la cama con una sábana echada por encima, con aspecto de estar dormido. La tienda no estaba levantada, observé. Así que, con mucha precaución, me metí dentro y conseguí no despertarlo. En realidad, no estaba decepcionada, puesto que no me siento obsesionada únicamente por eso. Me sentía felizmente confiada de que iba a despertarme fresca y que eso sería lo mejor para los dos… había sido un día agotador para mí también.