La comida fue deliciosa. Un bufet frío de salmueras, quesos, panecillos, conservas, nueces, rábanos, escalonias, apio, todo ello rodeando un buen caldo que humeaba sobre un hornillo de mesa. Cerca había rebanadas de pan tostado untado con ajo y goteando mantequilla. Georges presidía la sopa con la dignidad de un maître d’hôtel, sirviéndola con un cucharón en enormes platos hondos. Mientras nos sentábamos, Ian ató una gigantesca servilleta en torno a mi cuello.
— Adelante con la comida, y olvida los buenos modales en la mesa si quieres — avisó.
Probé la sopa.
— ¡Lo haré! — Y añadí —: Janet, debiste pasarte todo el día de ayer hirviendo esta sopa a fuego lento.
— ¡Falso! — respondió Ian —. La abuela de Georges le dejó esta sopa en su testamento.
— Eso es una exageración — objetó Georges —. Mi querida madre, Dios la tenga en su gloria, empezó esta sopa el año en que yo nací. Mi hermana mayor esperó siempre recibirla, pero se casó contra la voluntad de ella con un britocanadiense, así que pasó a mí. He intentado mantener la tradición. Aunque creo que el aroma y el bouquet eran mejores cuando mi madre se ocupaba de ella.
— No entiendo de esas cosas — respondí —. Todo lo que sé es qué esta sopa nunca ha visto una lata.
— La empecé la semana pasada — dijo Janet —. Pero Georges se hizo cargo de ella y la fue cuidando desde entonces. Entiende las sopas mejor que yo.
— Todo lo que entiendo de sopas es de comérmelas, y espero que quede algo para mí en ese caldero.
— Siempre — me aseguró Georges — podemos echarle otro ratón.
— ¿Algo nuevo en las noticias? — preguntó Janet.
— ¿Qué pasó con tu regla de «nada de eso en las comidas»?
— Ian, mi auténtico amor, deberías saber más que nadie que mis reglas se aplican a los demás, no a mí misma. Respóndeme — En general, ningún cambio. No se informa de más asesinatos. Si han aparecido más autorías al creciente enjambre de autoproclamados demoledores de la paz, nuestro paternalista gobierno ha decidido no hacérnoslo saber. Dios los maldiga, odio esa actitud de «papá sabe lo que hay que hacer mejor que tú». Papá no sabe lo que hay que hacer mejor que nosotros, o de otro modo no estaríamos metidos en el lío en que estamos metidos. Todo lo que sabemos realmente es que el gobierno está utilizando la censura. Lo cual significa que no sabemos nada. Eso me hace desear pegarle un tiro a alguien.
— Creo que ya ha habido bastantes tiros. ¿O acaso deseas enrolarte en los Angeles del Señor?
— Sonríe cuando digas eso. ¿O deseas que te hinche un labio?
— Recuerda la última vez que intentaste castigarme.
— Por eso he dicho «labio».
— Mi amor, te prescribo tres buenos tragos para reanimarte. Lamento que estés preocupado. A mí tampoco me gusta, pero no veo ninguna otra cosa que podamos hacer excepto jurar y maldecir y sudar.
— Jan, a veces eres casi ofensivamente sensible. Lo que realmente me hace rechinar los dientes es el enorme agujero que hay en las noticias… y ninguna explicación.
— ¿Sí?
— Las multinacionales. Todas las noticias han sido acerca de los estados territoriales, ni una palabra acerca de los estados corporativos. Sin embargo, cualquiera que pueda contar más allá de diez con los zapatos puestos sabe dónde está hoy en día el poder.
¿Acaso esos bromistas sanguinarios no lo saben?
— Viejo — dijo Georges suavemente —, quizá sea por esa razón precisamente que las corporaciones no han sido nombradas como objetivos.
— Sí, pero… — Ian se calló.
— Ian — dije —, el día que nos conocimos, señalaste que no hay realmente ninguna forma de atacar a un estado corporativo. Hablaste de IBM y Rusia.
— Eso no es exactamente lo que dije, Marj. Dije que una fuerza militar era impotente contra una multinacional. Normalmente, cuando hacen la guerra entre sí, los gigantes utilizan dinero y delegados y otras maniobras que implican abogados y banqueros más que violencia. Oh, a veces luchan con ejércitos mercenarios pero no lo admiten, y tampoco es tu estilo habitual. Pero esos bromistas actuales están utilizando exactamente las armas con las cuales una multinacional puede ser atacada allá donde más le duela:
asesinato y sabotaje. Esto es tan evidente que me preocupa el que no hayamos oído nada al respecto. Me hace pensar en qué estará ocurriendo y que no se atreven a difundir.
Tragué un trozo grande de pan francés que había mojado en aquella sopa celestial, y luego dije:
— Ian, ¿entra dentro de lo posible que alguna… o varias… de las multinacionales esté representando toda esta gran parada… a través de hombres de paja?
Ian se envaró tan repentinamente que derramó la sopa de su plato y se manchó la pechera.
— Marj, me sorprendiste. Te elegí originalmente de entre la multitud por razones que no tienen nada que ver con tu cerebro…
— Lo sé.
— …pero persistes en tener un cerebro. Lo demostraste una vez señalando donde estaba el error en la idea de la compañía de contratar pilotos artificiales… y voy a utilizar tu argumentación en Vancouver. Ahora has tomado ese loco cuadro de las noticias… y has metido en él la pieza del rompecabezas que hace que todo tenga sentido.
— No estoy segura de que ahora tenga sentido — respondí —. Pero, según las noticias, ha habido asesinatos y sabotajes por todo el planeta y en la Luna y tan lejos como Ceres.
Eso representa cientos de personas, más probablemente miles. Tanto el asesinato como el sabotaje son trabajos especializados; exigen un entrenamiento. Los aficionados, aunque puedan ser reclutados, convertirían el trabajo en una chapucería siete de cada diez veces. Todo esto significa dinero. Montones de dinero. No simplemente una organización política chiflada, o un culto religioso loco. ¿Quién tiene el dinero para una demostración como ésta, abarcando todo un mundo, todo un sistema? No lo sé…
simplemente he apuntado una posibilidad.
— Creo que la has resuelto. Todo excepto el «quién». Marj, ¿a qué te dedicas cuando no estás con tu familia en la Isla del Sur?
— No tengo ninguna familia en la Isla del Sur. Mis maridos y mis hermanas del grupo se han divorciado de mí.
(Estaba tan disgustada como él).
Hubo un silencio a mi alrededor. Luego Ian tragó lo que tenía en la boca y dijo suavemente:
— Lo siento mucho, Marjorie.
— No tienes por qué sentirlo, Ian. Fue corregido un error; ya está hecho y superado. No voy a volver a Nueva Zelanda. Pero me gustaría ir a Sydney algún día para visitar a Betty y Freddie.
— Estoy seguro de que a ellos les gustará.
— Sé que sí. Y ambos me invitaron. Ian, ¿qué es lo que enseña Freddie? Nunca hablamos de ello.
Fue Georges quien respondió.
— Federico es un colega mío, querida Marjorie… una feliz circunstancia que me ha permitido llegar hasta aquí.
— Exacto — afirmó Janet —. Gordinflón y Georges rebanaban genes juntos en McGill, y a través de su amistad Georges conoció a Betty, y Betty lo empujó en mi dirección y yo lo recogí.
— De modo que Georges y yo llegamos al trato — dijo Ian — de que ninguno de los dos podía manejar a Jan solo. ¿Correcto, Georges?
— Tienes razón, hermano. Si es que podemos manejarla los dos juntos.
— Yo tengo problemas en manejaros a vosotros dos — comentó Jan —. Será mejor que contrate a Marj para que me ayude. ¿Marj?
No me tomé en serio aquella cuasioferta porque estaba segura de que no había sido hecha en serio. Todo el mundo estaba charlando de intrascendencias para cubrir la impresión que yo había arrojado sobre ellos. Todos lo sabíamos. ¿Pero se había dado cuenta alguien excepto yo de que mi trabajo era otro tema que había quedado arrinconado? Sabía lo que había ocurrido… pero ¿por qué esa capa profunda de mi cerebro decide postergar el tema tan enfáticamente? ¡Nunca podré revelar los secretos del Jefe!
De pronto me sentí urgentemente ansiosa de analizar al Jefe. ¿Estaba él involucrado en esos extraños acontecimientos? Y si era así, ¿de qué lado?
— ¿Más sopa, querida dama?
— No le des más sopa hasta que me responda.
— Pero Jan, no estás hablando en serio. Georges, si tomo más sopa, comeré más pan con ajo. Y me pondré gorda. No. No me tientes.
— ¿Más sopa?
— Bueno… sólo un poco.
— Estoy hablando completamente en serio — insistió Jan —. No estoy intentando atarte a nada, puesto que probablemente en estos momentos estás dolida del matrimonio. Pero puedes tomarlo como una prueba, y dentro de un año podemos volver a discutirlo. Si tú lo deseas. Mientras tanto te mimaré… y dejaré que esos dos chivos estén en la misma habitación contigo sólo si su conducta me gusta.
— ¡Espera un minuto! — protestó Ian —. ¿Quién la trajo aquí? Yo lo hice. Marj es mi amor.
— El amor de Freddie, según Betty. Tú la trajiste aquí como representante de Betty. Es posible, pero eso fue ayer, y ahora ella es mi amor. Si cualquiera de vosotros desea hablar con ella, tendréis que venir primero a mí y presentarme vuestros tickets para que os los taladre. ¿No es así, Marjorie?
— Si tú lo dices, Jan. Pero este es tan sólo un asunto teórico, puesto que realmente tengo que irme. ¿Tenéis algún mapa a gran escala de la frontera en la casa? La frontera sur, quiero decir.
— Todos los que quieras. Pídelo a la computadora. Si lo deseas impreso, utiliza la terminal de mi estudio… más allá de mi dormitorio.
— No quiero interferir con las noticias.
— No lo harás. Podemos desacoplar cualquier terminal de todas las demás… es algo necesario en una casa de ariscos individualistas.
— Especialmente Jan — confirmó Ian —. Marj, ¿para qué deseas un gran mapa de la frontera del Imperio?
— Preferiría volver a casa por el tubo. Pero no puedo. Ya que no puedo, debo encontrar alguna otra forma de hacerlo.
— Eso es lo que pensé. Cariño, voy a tener que esconderte los zapatos. ¿No te das cuenta de que no puedes intentar cruzar esa frontera? Precisamente ahora los guardias de ambos lados deben estar con ganas de darle al gatillo.
— Esto… ¿puedo estudiar de todos modos el mapa?
— Seguro… si prometes no intentar deslizarte por la frontera.
— Hermano — dijo Georges suavemente —, uno no debería intentar nunca obligar a mentir a un ser querido.
— Georges tiene razón — afirmó Jan —. No forcemos promesas. Adelante, Marj; yo limpiaré aquí. Ian, acabas de presentarte voluntario para ayudar.
Pasé las siguientes dos horas en la terminal de la computadora en mi prestada habitación, memorizando la frontera como un conjunto, luego llegando al máximo de aumento y estudiando algunas partes con gran detalle. Ninguna frontera puede quedar completamente cerrada, ni siquiera erizándola de muros como hacen algunos estados totalitarios. Normalmente las mejores rutas son cerca de los custodiados puertos de entrada… a menudo en tales lugares las rutas de los contrabandistas están incluso marcadas en el suelo. Pero yo no podía seguir ninguna ruta conocida.
Había varios puertos de entrada no demasiado lejos: Emerson Junction, Pine Creek, South Junction, Gretna, Maida, etc. Estudié también el río Roseau, pero parecía ir en dirección contraria… hacia el norte, hasta el río Rojo. (El mapa no estaba demasiado claro). Hay una enorme extensión de terreno penetrando en el Lago de los Bosques al este-sudeste de Winnipeg. El mapa lo coloreaba como una parte del Imperio y no mostraba nada que impidiera a nadie cruzar a pie la frontera por aquel punto… si estaba dispuesto a correr el riesgo de caminar varios kilómetros por terreno pantanoso. Yo no soy Superman; puedo quedarme enfangada en un pantano… pero aquel tramo de frontera sin vigilancia era tentador. Finalmente me lo saqué de la mente porque, aunque legalmente aquella extensión formaba parte del Imperio, estaba separada del Imperio en sí por veintiún kilómetros de agua. ¿Robar un bote? Aposté conmigo misma a que cualquier bote cruzando la extensión del lago, interrumpiría algún tipo de rayo detector. La imposibilidad de responder correctamente a cualquier tipo de alto en aquel momento podía dar como resultado un impacto de láser en la proa que hiciera un agujero por el que pudiera pasar un perro. No acostumbro a discutir con los láseres; ni puedes sobornarlos ni puedes hablar conciliadoramente con ellos… me lo saqué de la cabeza.
Había dejado de estudiar mapas, y estaba permitiendo que las imágenes empaparan mi mente, cuando la voz de Janet brotó de la terminal.
— Marjorie, ven a la sala de estar, por favor. ¡Rápido!
Fui realmente rápido.
Ian estaba hablando con alguien en la pantalla. Georges estaba a un lado, fuera del campo de visión. Janet me hizo un gesto para que me mantuviera fuera del campo de visión también.
— La policía — dijo suavemente —. Sugiero que bajes inmediatamente al Agujero. Aguarda allí, y te llamaré cuando se hayan ido.
— ¿Saben que estoy aquí? — pregunté tan suavemente como ella.
— Todavía lo ignoro.
— Asegurémonos. Si saben que estoy aquí y no pueden encontrarme, tendréis problemas.
— No nos asustan los problemas.
— Gracias. Pero déjame escuchar.
Ian estaba diciéndole al rostro en la pantalla:
— Mel, vamos. Georges no es ningún enemigo, y tú lo sabes condenadamente bien. En cuanto a esta… ¿señorita Baldwin, dices?… ¿por qué la estás buscando aquí?
— Abandonó el puerto contigo y con tu mujer ayer por la tarde. Si no sigue con vosotros, entonces seguro que sabéis dónde está. En cuanto a Georges, cualquier quebequés es un enemigo extranjero hoy en día, no importa cuánto tiempo lleve aquí o a cuántos clubs pertenezca. Supongo que preferirás que se lo lleve un viejo amigo que un pelotón de soldados. Así que retira tu protección aérea; estoy preparado para aterrizar.
— «Viejo amigo», por supuesto — susurró Janet —. Ha estado intentando acostarse conmigo desde la escuela superior; yo le he estado diciendo no desde entonces… es asqueroso.
Ian suspiró.
— Mel, este es un momento malditamente curioso para hablar de amistad. Si Georges estuviera aquí, estoy seguro de que preferiría ser arrestado por una patrulla antes que ponerse en manos de tu pretendida amistad. Así que márchate y haz las cosas como corresponde.
— Oh, de modo que así están las cosas, ¿eh? ¡Muy bien! Teniente Dickey al habla.
Estoy aquí para efectuar un arresto. Desconecte su protección aérea; voy a aterrizar.
— Aquí Ian Tormey, desde su casa, acatando la orden de la policía. Teniente, muestre su orden delante del monitor para que pueda comprobarla y fotografiarla.
— Ian, estás más loco que nunca. Ha sido declarado el estado de emergencia; no se necesita ninguna orden.
— No puedo oírle.
— Quizá puedas oír esto: voy a apuntar a tu protección aérea y voy a hacerla saltar. Si incendio algo en el proceso, peor para ti.
Ian abrió disgustado las manos, luego hizo algo en el tablero.
— Protección aérea retirada. — Luego cambió a «espere» y se volvió hacia nosotros —.
Vosotros dos tenéis quizá tres minutos para bajar hasta el Agujero. No voy a poder retenerle mucho tiempo en la puerta.
Georges dijo tranquilamente:
— No voy a esconderme en un agujero bajo tierra. Insisto en mis derechos. Si no les recibo, más tarde voy a tener que acusar a Melvin Dickey por haberme obligado a esconderme.
Ian se alzó de hombros.
— Eres un canadiense loco. Pero ya eres adulto. Marj, ponte a cubierto, querida. No voy a tardar demasiado en librarme de él, y él no sabe realmente que tú estés aquí.
— Oh, bajaré al Agujero si es necesario. ¿Pero no puedo quedarme simplemente aguardando en el baño de Janet? Puede que se vaya. Conectaré la terminal allí para ver lo que pasa aquí arriba. ¿De acuerdo?
— Marj, te estás poniendo difícil.
— Entonces persuade a Georges de que baje también al Agujero. Si él se queda, me podéis necesitar aquí. Para ayudarle. Para ayudaros.
— ¿De qué infiernos estás hablando?
Ni yo misma estaba segura de qué estaba hablando. Pero no parecía propio de mí ni de mi entrenamiento declararme fuera de combate en aquel juego e ir corriendo a esconderme a un agujero en el suelo.
— Ian, este Melvin Dickey… creo que su intención es causarle algún daño a Georges.
Puedo sentirlo en su voz. Si Georges no viene conmigo al Agujero, entonces tengo que ir con él para asegurarme de que este Dickey no le hace ningún daño… cualquiera en manos de la policía necesita a un testigo a su lado.
— Marj, tú no puedes detener a un… — Sonó una profunda nota de gong —. ¡Oh, maldita sea! Está en la puerta. ¡Sal de la vista! ¡Y ve abajo al Agujero!
Me salí de la vista, pero no fui abajo al Agujero. Me apresuré hacia el enorme baño de Janet, conecté la terminal, luego utilicé el botón selector para situar la sala de estar en la pantalla. Cuando subí el sonido, era casi tan bueno como estar ahí.
Entró un arrogante gallo.
En realidad, no era el cuerpo de Dickey lo que era pequeño, sino su alma. Dickey poseía un ego talla doce en un alma talla cuatro, en un cuerpo casi tan grande como el de Ian. Entró en la habitación con Ian, miró a Georges, dijo triunfalmente:
— ¡Así que está aquí! Perreault, queda usted arrestado por eludir a sabiendas el presentarse para su internamiento tal como fue ordenado por el Decreto de Emergencia, párrafo seis.
— No he recibido tal orden.
— ¡Oh, tonterías! Se ha dado en todas las noticias.
— No tengo costumbre de seguir las noticias. No conozco ninguna ley que me obligue a ello. ¿Puedo ver una copia de la orden bajo la cual se propone arrestarme?
— No intente hacerse el picapleitos conmigo, Perreault. Estamos actuando bajo Emergencia Nacional y estoy haciéndola cumplir. Podrá leer la orden cuando lo haya encerrado. Ian, te nombro mi ayudante para que colabores conmigo. Toma esas esposas — Dickey rebuscó en su espalda, y extrajo un par de esposas — y pónselas. Las manos detrás.
Ian no se movió.
— Mel, no seas más estúpido de lo que eres normalmente. No tienes la menor excusa para ponerle unas esposas a Georges.
— ¡Un infierno no tengo! Vamos escasos de hombres y estoy efectuando este arresto sin ayudantes. Así que no voy a correr el riesgo de que me haga alguna jugarreta mientras flotamos de vuelta. ¡Apresúrate y ponle las esposas!
— ¡No me apuntes con esa pistola!
Yo ya no estaba mirando. Había salido del baño, cruzado dos puertas, recorrido un largo pasillo, y estaba en la sala de estar, todo en un solo movimiento, tal como lo hago cuando me sitúo en sobremarcha.
Dickey estaba intentando cubrirlos a los tres con su pistola, y uno de los tres era Janet.
No hubiera debido hacer eso. Me lancé contra él, le arrebaté el arma, y el canto de mi mano golpeó su cuello. Los huesos hicieron ese desagradable ruido crujiente que siempre hacen los huesos del cuello, tan distinto del seco crac de una tibia o un radio fracturados.
Lo deposité en la moqueta y coloqué la pistola a su lado, mientras anotaba que era una Raytheon cinco cero cinco lo bastante potente como para derribar a un mastodonte… ¿por qué los hombres con almas pequeñas tienen que llevar siempre armas grandes? Dije:
— Jan, ¿estás herida?
— No.
— He venido tan rápido como he podido. Ian, eso es lo que quería decir cuando he contestado que podía ser necesaria mi ayuda. Pero hubiera debido permanecer aquí.
Casi ha sido demasiado tarde.
— ¡Nunca he visto a nadie moverse tan rápido!
— Yo sí lo he visto — lijo Georges tranquilamente.
Lo miré.
— Sí, por supuesto que lo has visto. Georges, ¿me ayudas a mover esto? — señalé el cadáver —. ¿Y puedes conducir un VMA de la policía?
— Puedo, si es necesario.
— Yo también estoy casi a este nivel de habilidad. Librémonos del cuerpo. Janet me contó algo acerca de adónde van a parar los cuerpos, pero no me mostró el lugar. Algún agujero al final del túnel de escape, ¿no? Apresurémonos. Ian, tan pronto como nos libremos de esto, Georges y yo podemos irnos. O Georges puede quedarse y seguir jurando y maldiciendo y sudando. Pero una vez el cuerpo y el VMA hayan desaparecido, tú y Jan podéis haceros los ignorantes. No hay ninguna evidencia. Nunca lo visteis. Pero debemos apresurarnos, antes de que lo echen en falta.
Jan estaba de rodillas junto al difunto teniente de policía.
— Marj, realmente lo has matado.
— Sí. Tuve que apresurarme. De todos modos, lo maté a propósito, porque luchando con un policía es mucho más seguro matarlo que herirlo. Jan, no debía haber apuntado ese quemador hacia ti. De otro modo simplemente lo hubiera desarmado… luego lo hubiera matado únicamente si tú decidías que era necesario hacerlo.
— Te apresuraste, de acuerdo. No estabas aquí, y luego estabas aquí y Mel estaba cayendo… «¿Necesario matarlo?» No lo sé, pero no lo lamento. Es una rata. Era una rata.
Ian dijo lentamente:
— Marj, parece que no te das cuenta de que matar a un oficial de la policía es un asunto serio. Es el único crimen capital que el Canadá Británico tiene aún en sus libros.
Cuando la gente habla así, no les comprendo; un policía no tiene nada de especial.
— Ian, para mí, apuntar con una pistola a mis amigos es un asunto serio. Apuntar con una a Jane es un crimen capital. Pero lamento haberte trastornado. Ahora tenemos aquí un cuerpo del que debemos desembarazarnos, y un VMA que quitar de en medio. Puedo ayudar. O puedo desaparecer. Decid el qué, pero decidlo rápido; no sabemos lo que tardarán en venir a buscarlo… y a nosotros. Ni si lo harán.
Mientras hablaba, estaba registrando el cadáver… no había ninguna bolsa. Tuve que rebuscar en sus bolsillos, yendo con mucho cuidado con los de sus pantalones ya que sus esfínteres se habían relajado de la forma en que lo hacen siempre. No mucho, afortunadamente… sus pantalones apenas estaban mojados, y todavía no olía mal. O no demasiado mal. Lo importante estaba en los bolsillos de su chaqueta: cartera, zumbador, identificaciones, dinero, tarjetas de crédito, todo el batiburrillo de cosas que dicen que un hombre moderno esta vivo. Tomé la cartera y el quemador Raytheon; lo demás era basura. Recogí aquellas estúpidas esposas.
— ¿Alguna forma de desembarazarse del metal? ¿O debemos echarlo en el mismo agujero que el cuerpo?
Ian seguía mordisqueándose los labios. Georges dijo suavemente:
— Ian, te recomiendo que aceptes la ayuda de Marjorie. Es evidente que es una experta.
Ian dejó de mostrarse nervioso.
— Georges, cógelo de los pies. — Los hombres lo llevaron al gran baño. Pasé delante y dejé caer la pistola, las esposas y la cartera de Dickey en la cama de mi habitación, y Janet puso su sombrero junto con ello. Me apresuré al baño, desvistiéndome mientras lo hacía. Nuestros hombres, con su carga, acababan de llegar. Ian, mientras lo depositaban en el suelo, dijo:
— Marj, no necesitas desnudarte. Georges y yo lo pasaremos. Y nos encargaremos de él.
— De acuerdo — acepté —. Pero dejadme ocuparme de lavarlo. Sé lo que hay que hacer.
Puedo hacerlo mejor desnuda, y luego me doy una ducha rápida.
Ian pareció desconcertado, luego dijo:
— Oh, infiernos, dejémoslo sucio como está.
— De acuerdo si lo queréis así, pero luego no desearéis usar esta piscina o siquiera pasar por ella para entrar y salir del Agujero hasta que el agua haya sido cambiada y el propio fondo de la piscina fregado. Creo que es mucho más rápido lavar el cuerpo. A menos… — Janet acababa de entrar —. Jan, hablaste de vaciar esta bañera metiendo el agua en un depósito. ¿Cuánto tiempo tarda eso? Todo el ciclo, vaciado y rellenado.
— Aproximadamente una hora. Es una bomba pequeña.
— Ian, puedo dejar este cuerpo limpio en diez minutos si tú lo desvistes y lo metes en la ducha. ¿Qué hay acerca de sus ropas? ¿Van a parar también a vuestra mazmorra, o como quiera que lo llaméis, o tenéis alguna otra forma de destruirlas? ¿Han de pasar también por el túnel de la piscina?
Las cosas se sucedieron rápidamente a partir de entonces, con Ian mostrándose completamente cooperativo y todos ellos dejándome el mando. Jan se desnudó también, e insistió en ayudarme a bañar el cadáver, mientras Georges metía las ropas en la lavadora doméstica e Ian cruzaba el túnel de agua para efectuar algunos preparativos.
Yo no deseaba que Janet me ayudara porque yo tengo ese entrenamiento de control mental y estaba segura de que ella no. Pero entrenada o no, es dura. Excepto fruncir la nariz un par de veces, no flaqueó. Y por supuesto, con su ayuda, fuimos mucho más rápidas.
Georges volvió con las ropas, chorreantes. Janet las metió en una bolsa de plástico y apretó para que saliera el aire. Ian reapareció fuera de la piscina, con el extremo de una cuerda. Los hombres la pasaron por los sobacos del cuerpo y poco después había desaparecido.
Veinte minutos más tarde estábamos limpios y secos, sin el menor rastro del teniente Dickey en la casa. Janet había ido a «mi» habitación mientras yo estaba transfiriendo pertenencias de la cartera de Dickey a la bolsa cinturón que ella me había dado…
principalmente dinero y dos tarjetas de crédito, American Express y Maple Leaf.
No hizo ninguna observación estúpida acerca de «robar a los muertos»… y yo tampoco la hubiera escuchado si lo hubiera hecho. En estos días, operar sin una tarjeta de crédito válida y/o efectivo es imposible. Jan abandonó la habitación, volvió rápidamente con dos veces más efectivo del que yo había reunido. Lo acepté, diciendo:
— Sabes que no tengo la menor idea de cuándo y cómo podré devolvértelo.
— Por supuesto que lo sé. Marj, soy rica. Mis abuelos lo eran; nunca he conocido otra cosa. Mira, querida, un hombre apuntó una pistola contra mí… y tú saltaste sobre él, con tus manos desnudas ¿Puedo pagarte eso? Mis dos maridos estaban presentes… pero tú fuiste quien se encargó de él.
— No pienses así de los hombres, Jan; ellos no poseen mi entrenamiento.
— Eso es evidente. Algún día me gustaría que me hablaras de ello. ¿Alguna posibilidad de que vayas a Quebec?
— Una excelente posibilidad, si Georges decide irse también.
— Creo que sí. — Me ofreció más dinero —. No suelo tener muchos francos quebequeses en la casa. Pero aquí está lo que tengo.
En aquel punto los hombres regresaron. Miré mi dedo, luego a la pared.
— Cuarenta y siete minutos desde que lo maté, así que ha estado fuera de contacto con su cuartel general una hora, más o menos. Georges, voy a intentar pilotar ese VMA de la policía; tengo las llaves aquí. A menos que tú vengas conmigo y lo pilotes. ¿Vas a venir?
¿O vas a quedarte y esperar al próximo intento de arrestarte? De cualquier forma, yo voy a irme ahora.
— ¡Vayámonos todos! — dijo Janet de pronto.
Le dediqué una sonrisa.
— ¡Estupendo!
— ¿Realmente deseas hacer eso, Jan? — dijo Ian.
— Yo… — Se detuvo, y pareció frustrada —. No puedo. Mamá Gata y sus gatitos. Belleza Negra y Demonio y Estrella y Rojo. Podemos cerrar esta casa, por supuesto; quedará completamente hermética y autoalimentada con energía hasta que volvamos. Pero necesitaría al menos un día o dos para arreglar las cosas para el resto de la familia.
¡Incluso un cerdo! No puedo simplemente echarlos fuera. No puedo.
No había nada que decir, así que no dije nada. Las profundidades más frías del Infierno están reservadas a la gente que abandona a los gatitos. El Jefe sabe que soy estúpidamente sentimental, y estoy segura de que tiene razón.
Salimos fuera. Estaba empezando a hacerse oscuro, y repentinamente me di cuenta de que había entrado en aquella casa hacía menos de un día… me parecía un mes. Dioses, hacía sólo veinticuatro horas yo estaba todavía en Nueva Zelanda… lo cual parecía ridículo.
El coche de la policía estaba posado en el huerto de Jan, lo cual la hizo utilizar un lenguaje que no esperaba de ella. Tenía la habitual forma de rechoncha ostra de un antigrav no previsto para el espacio, y aproximadamente el tamaño del coche familiar de nuestra familia en la Isla del Sur. No, no me ponía triste; Jan y sus hombres — y Betty y Freddie — habían reemplazado al Grupo Davidson en mi corazón… donna e mobile; esa soy yo. Ahora deseaba muy ansiosamente volver junto al Jefe. ¿La figura del Padre?
Probablemente… pero no estoy interesada en teorías abstractas.
— Dejadme mirar ese trasto antes de que despeguéis. Los niños como vosotros pueden hacerse daño en medio del bosque. — Abrió la portezuela, se metió dentro. Al cabo de un rato volvió a salir —. Podéis flotar si decidís hacerlo. Pero escuchadme. Tiene un radiofaro de respuesta de identificación. Es casi seguro que tiene también un radiofaro activo, aunque no he podido descubrirlo. Su Shipstone tiene tan sólo un treinta y uno por ciento de carga, así que, si estáis pensando en Quebec, olvidadlo. Es hermético, pero no podéis mantener la presión de la cabina por encima de los doce mil metros. Pero, lo peor de todo, es que su terminal está llamando al teniente Dickey.
— ¡La ignoraremos!
— Por supuesto, Georges. Pero, como resultado del desastre de Ortega del año pasado, han estado instalado dispositivos autodestructores a control remoto en los coches de la policía. He buscado señales de alguno. Si lo hubiera encontrado, lo hubiera desarmado.
Pero no lo he encontrado. Eso no quiere decir que no esté ahí.
Me alcé de hombros.
— Ian, los riesgos necesarios no me preocupan. Intento evitar los otros. Pero seguimos teniendo que irnos en esa lata de sardinas. Volar con ella basta algún lugar. Abandonarla allí.
— No tan aprisa, Marj — dijo Ian —. Manejar esos trastos es mi trabajo. Este… ¡Sí! He encontrado el autopiloto estándar AG militar. Así que vamos a enviarlo a dar un paseo.
¿Hacia dónde? ¿Hacia el este, quizá? Se estrellará antes de alcanzar Quebec… y eso puede hacer que supongan que te has dirigido de vuelta a casa, Georges… mientras tú te quedas a salvo en el Agujero.
— No me preocupa esto, Ian. No voy a esconderme en el Agujero. Acepté irme porque Marjorie necesita a alguien que cuide de ella.
— Más bien va a ser ella quien va a cuidar de ti. Viste como terminó rápidamente con Jabonoso.
— Admitido. Pero yo no dije «cuidar de» refiriéndome a mí… dije que ella necesita que alguien cuide de ella.
— Es lo mismo.
— No voy a discutirlo. ¿Podemos ponerlo en marcha?
Terminé la discusión diciendo:
— Ian, ¿hay bastante energía en su Shipstone como para enviarlo al sur hasta el Imperio?
— Sí. Pero no es seguro para vosotros el hacerlo flotar.
— No quería decir eso. Enviarlo rumbo al sur a máxima altitud. Quizá vuestros guardias fronterizos lo derriben, quizá lo hagan los del Imperio. O quizá pase por entre los dos pero sea hecho estallar por control remoto. O puede simplemente viajar hasta que se le termine la energía y se estrelle entonces desde una altitud máxima. No importa como ocurra, nos libraremos de él.
— Hecho. — Ian volvió a subir, se ajetreó en el tablero de mandos, el vehículo empezó a flotar… saltó fuera, cayendo desde tres o cuatro metros. Tomé una de sus manos.
— ¿Estás bien?
— Estupendo. ¡Míralo marcharse! — El coche de la policía estaba desapareciendo rápidamente por encima de nosotros mientras giraba rumbo al sur. Repentinamente salió de la creciente oscuridad y captó los últimos destellos del sol, y brilló esplendorosamente.
Se hizo más pequeño, y desapareció.