Cuando abandonaba el sancta sanctorum, tropecé con Rubia que venía corriendo. Yo me sentía malhumorada y simplemente hice una inclinación de cabeza. No estaba dolida con Rubia. ¡Con el Jefe! Maldito fuera. ¡Altanero, arrogante voyeur! Fui a mi habitación y me puse a trabajar, a fin de dejar de echar humo por la cabeza.
Primero tecleé en busca de los nombres y domicilios de todas las corporaciones Shipstone. Mientras se imprimían éstos, pedí las historias del complejo. La computadora señaló dos, una historia oficial de la compañía combinada con una biografía de Daniel Shipstone, y una historia no oficial calificada de «infamante». Luego la máquina sugirió otras varias fuentes.
Le dije a la terminal que imprimiera ambos libros, y pedí que hiciera lo mismo con las demás fuentes que tuvieran cuatro mil palabras o menos, y si tenían más que las resumiera. Luego miré la lista de las corporaciones:
Herederos de Daniel Shipstone, Inc. Museo y Escuela Shipstone de Artes Visuales Laboratorios de Investigación Shipstone Nunca-Nunca Memorial Muriel Shipstone Shipstone Ele-Cuatro Shipstone Tempe Shipstone Ele-Cinco Shipstone Gobi Shipstone Estacionaria Shipstone Aden Shipstone Tycho Shipstone Sahara Shipstone Ares Shipstone África Shipstone Aguas Profundas Shipstone Valle de la Muerte Shipstone Ilimitada, Ltd. Shipstone Karroo Sears-Montgomery, Inc.
Coca-Cola Sociedad de Control Fundación Prometeo Corporación de Transportes Interworld Escuela Billy Shipstone para Niños Impedidos Jack y el Tallo, Pty. Conservación de la Naturaleza Morgan Asociados Paso de Wolf Creek Corporación Colonial Out-Systems Refugio Año Nuevo para la Vida Salvaje Miré aquella lista con un entusiasmo fácilmente controlado. Sabía que el trust Shipstone tenía que ser grande… ¿quién no tiene media docena de Shipstones al alcance de su mano en cualquier momento, sin contar la grande en los sótanos o los cimientos de su edificio? Pero ahora me parecía que estudiar aquel monstruo iba a ser el trabajo de toda una vida. No me sentía tan interesada como eso en los Shipstone.
Estaba tanteando cómo enfocar el asunto cuando Rubia entró y me dijo que ya era hora de ir al pesebre.
— Y he recibido instrucciones de que cuide de que no pases más de ocho horas al día en tu terminal, y que te tomes cada semana un auténtico fin de semana.
— Oh, sí. El tiránico viejo sinvergüenza.
Nos dirigimos al refectorio.
— Viernes…
— ¿Sí, Rubia?
— Estás encontrando al Jefe malhumorado y a veces difícil.
— Corrección. Siempre es difícil.
— Hum, sí. Pero lo que quizá no sepas es que está sometido a un constante dolor. — Añadió —: Ya no puede tomar drogas para controlarlo.
Caminamos en silencio mientras yo masticaba y tragaba aquello.
— ¿Rubia? ¿Qué es lo que le pasa?
— Nada, realmente. Diría que goza de buena salud… para su edad.
— ¿Cuántos años tiene?
— No lo sé. Por cosas que he oído sé que ha pasado los cien años. Cuántos más es algo que no puedo imaginar.
— ¡Oh, no! Rubia, cuando vine a trabajar para él, no podía tener más de setenta. Oh, llevaba bastones pero era muy enérgico. Por aquel entonces se movía tan rápido como cualquiera.
— Bueno eso no es importante. Pero tienes que recordar que le duele. Si se muestra rudo contigo, achácalo al dolor. Tiene un gran concepto de ti.
— ¿Qué te hace decir eso?
— Oh… he hablado demasiado acerca de mi paciente. Comamos.
Estudiando el complejo corporativo Shipstone no intenté estudiar las Shipstones. La forma — la única forma — de estudiar las Shipstones sería volver a la universidad, doctorarse en física, añadir algunos intensos estudios postdoctorales sobre estados sólidos y plasma, conseguir un trabajo en una de las compañías Shipstone, y así impresionarlos con tu lealtad y tu brillantez de modo que finalmente te invitaran a formar parte del círculo interno que controla la fabricación y la calidad.
Puesto que para esto se necesitan unos veinte años y hubiera debido empezar antes de los veinte, supuse que el Jefe no pretendía que tomara ese camino.
Así que déjenme señalar, de la historia oficial o de propaganda:
Prometeo, una breve biografía y sucinto relato de los descubrimientos sin paralelo de Daniel Thomas Shipstone, Licenciado en Ciencias, Maestro en Artes, Doctor en Filosofía, Doctor en Derecho, Doctor en Humanidades, y del Benevolente Sistema que fundó.
…de modo que el joven Daniel Shipstone vio inmediatamente que el problema era no una escasez de energía sino problemas en el transporte de esa energía. La energía está en todas partes… en la luz del sol, en el viento, en los arroyos de montaña, en los gradientes de temperatura de todas clases que pueden hallarse en cualquier lugar, en el carbón, en el petróleo fósil, en las gangas radiactivas, en las plantas creciendo.
Especialmente en las profundidades oceánicas y en el espacio exterior está libre para ser tomada en cantidades tan enormes que están más allá de la comprensión humana.
Aquellos que hablan de «escasez de energía» y de «conservación de la energía» simplemente no comprenden la situación. El cielo estaba «lloviendo sopa»; lo único que se necesitaba era un cubo para recogerla.
Con los ánimos dados por su dedicada esposa Muriel «nacida Greentree», que se puso a trabajar de nuevo para traer la comida a la mesa, el joven Shipstone se despidió de la General Atomics y se convirtió en el más americano de los héroes míticos, el inventor de base. Siete frustrantes y agotadores años más tarde había fabricado a mano la primera Shipstone. Había descubierto…
Lo que había descubierto era una forma de almacenar más kilovatios-hora en un espacio más pequeño y una masa más pequeña que cualquier otro ingeniero hubiera podido llegar a soñar nunca. Llamar a eso una «batería de almacenamiento mejorada» (como la citan algunos primitivos relatos) es como llamar a una bomba H un «petardo mejorado». Lo que había conseguido era la total destrucción de la mayor industria (aparte la religión organizada) del mundo occidental.
Lo que ocurrió a continuación tuve que extraerlo de la historia infamante y de otras fuentes independientes, puesto que simplemente no podía creer la dulzura y la luminosidad de la versión de la compañía. Un parlamento novelado atribuido a Muriel Shipstone:
— Danny, muchacho, no vas a patentar el chisme. ¿Qué es lo que te va a dar el hacerlo? Diecisiete años de royalties como máximo… y ningún año siquiera en tres cuartas partes del mundo. Si lo patentas o intentas hacerlo, la Edison, y la P.G. & E, y la Standard, intentarán amarrarte con requerimientos judiciales y procesos y acusaciones de usurpación y no sé qué otras cosas. Pero tú dijiste que podías poner uno de tus chismes en una habitación con el mejor equipo investigador posible, y lo único que conseguirán en el mejor de los casos es fundirlo, y en el peor de los casos saltar por los aires con él. Tú lo dijiste. ¿No lo dijiste?
— Por supuesto que lo dije. Si no saben como insertar la…
— ¡Cállate! No quiero saberlo. Y las paredes tienen oídos. No vamos a hacer ningún anuncio; simplemente empezaremos a fabricarla. Allá donde la energía sea más barata en la actualidad. ¿Dónde es?
El autor infamante echaba espuma por la boca ante el «cruel y despiadado monopolio» ejercido por el complejo Shipstone sobre las necesidades primarias de «toda la pequeña gente de todas partes». Yo no podía verlo de ese modo. Lo que había hecho Shipstone y sus compañías era convertir en abundante y barato algo que acostumbraba a ser escaso y caro… ¿es eso «cruel» y «despiadado»?
Las compañías Shipstone no poseen ningún monopolio sobre la energía. No son propietarias ni del carbón ni del petróleo ni del uranio ni de la energía de las mareas. Lo único que han hecho ha sido ocupar muchas, muchas hectáreas de tierras desiertas…
pero queda aún mucho más desierto que no ha sido ocupado por nadie, infinitamente más del que el trust Shipstone está empleando. En cuanto al espacio, es imposible interceptar ni siquiera el uno por ciento de toda la luz solar que llega a perderse dentro de la órbita de la Luna, imposible por un factor de varios millones. Hagan los cálculos aritméticos ustedes mismos; de otro modo nunca creerán la respuesta.
Así que, ¿cuál es su crimen?
De dos clases:
a) Las compañías Shipstone son culpables de proporcionar energía a la raza humana a precios por debajo de sus competidores; b) Mezquina e indemocráticamente, declinan compartir su secreto industrial del estadio final de ensamblaje de una Shipstone.
Esto último es, a los ojos de mucha gente, un crimen capital. Mi terminal desentrañó numerosos editoriales de «la gente tiene derecho a saber», otros de «la insolencia de los gigantescos monopolios», y otras muestras de justa indignación.
El complejo Shipstone es un mamut, de acuerdo, porque proporciona energía barata a miles de millones de personas que desean energía barata y desean más de ella cada año.
Pero no es un monopolio debido a que no son propietarios de ninguna fuente de energía; ellos simplemente la almacenan y la remiten a todos lados donde la gente la desea. Esos miles de millones de clientes podrían llevar a la bancarrota al complejo Shipstone casi en una sola noche simplemente volviendo a sus antiguas fuentes… quemar carbón, quemar madera, quemar petróleo, «quemar» uranio, distribuir la energía a través de tendidos de hilos de cobre y aluminio a lo largo de todo el continente y/o largos convoyes de camiones llenos de carbón y de petróleo.
Pero nadie, por lo que mi terminal es capaz de decir, desea volver a los malos viejos días en que el paisaje era desfigurado de interminables maneras y el aire estaba cargado con hedores cancerígenos y hollín, y los ignorantes se sentían estúpidamente aterrados por la energía nuclear, y toda la energía era escasa y cara. No, nadie desea los malos viejos sistemas… incluso los más radicales de los que se quejan desean una energía barata y conveniente… lo único que desean es que las compañías Shipstone desaparezcan y el negocio sea de todos.
«La gente tiene derecho a saber»… ¿la gente tiene derecho a saber qué? Daniel Shipstone, habiéndose procurado con enorme esfuerzo grandes conocimientos de matemáticas superiores y física, se metió en el sótano de su casa y sufrió pacientemente durante siete difíciles y agotadores años para conseguir descubrir una aplicación de un aspecto de las leyes naturales que le permitiera construir una Shipstone.
Cualquier miembro de «la gente» es libre de hacer lo mismo que él hizo… ni siquiera se protegió con una patente. Las leyes naturales están disponibles por igual para todo el mundo, incluidos los neanderthales roídos por las pulgas acurrucados para combatir el frío.
En este caso, el problema con «la gente tiene derecho a saber» es que se parece enormemente al «derecho» que puede tener todo el mundo a ser un virtuoso pianista de concierto… pero sin necesidad de tener que practicar.
Pero yo tal vez hable movida por los prejuicios, puesto que no soy humana y nunca he tenido ninguno de los derechos humanos.
Prefieran ustedes la versión llena de sacarina de la compañía o la vitriólica versión infamante, los hechos básicos acerca de Daniel Shipstone y el complejo Shipstone son bien conocidos y están más allá de toda discusión. Lo que me sorprendió (me impresionó, de hecho) es lo que supe cuando empecé a hurgar en títulos de propiedad, control y dirección.
Mi primera pista surgió de ese listado básico cuando observé que había compañías relacionadas como compañías del complejo Shipstone pero que no tenían el «Shipstone» en sus nombres. Cuando una hace una pausa para una coca… ¡el trato es con Shipstone!
Ian me había dicho que la Interworld había ordenado la destrucción de Acapulco…
¿significaba esto que los depositarios del testamento de Daniel Shipstone ordenaron el asesinato de un cuarto de millón de personas inocentes? ¿Puede ser esa la misma gente que controla el mejor hospital/escuela para niños impedidos de todo el mundo? Y la Sears-Montgomery… campanas del infierno, yo misma poseo algunas acciones de la Sears-Montgomery. ¿Debo compartir por concatenación alguna parte de la culpabilidad por el asesinato de Acapulco?
Programé la máquina para que mostrara cómo se interconectaban los distintos directorios dentro del complejo Shipstone, y luego qué directorios de otras compañías estaban ocupados por directores de las compañías Shipstone… y los resultados fueron tan sorprendentes que le pedí a la computadora que listara los propietarios de más de un uno por ciento de las acciones o de más de las acciones necesarias para tener voto en todas las compañías Shipstone.
Pasé los siguientes tres días ocupada reordenando cosas y buscando mejores formas de plantear la enorme masa de datos que me llegaron en respuesta a esas dos preguntas.
Al final de ese tiempo puse por escrito mis conclusiones.
a) El complejo Shipstone es en su totalidad una sola compañía. Sólo parece ser veintiocho organizaciones separadas.
b) Los directores y/o accionistas del complejo Shipstone son propietarios o controlan todo lo de importancia capital en todas las principales naciones territoriales del sistema solar.
c) Shipstone es potencialmente un gobierno que abarca todo el planeta (¿o todo el sistema?). No puedo decir por los datos si actúa como tal o no puesto que controla (si por supuesto ese control es ejercido) a través de corporaciones que no forman abiertamente parte del imperio Shipstone.
d) Todo eso me asusta.
Algo que observé en conexión con una compañía Shipstone (Morgan Asociados) me movió a efectuar una investigación en las compañías de crédito y bancos. No me sorprendió pero si me deprimió saber que la compañía que había extendido mi crédito (la MasterCard de California) era de hecho la misma compañía que la que garantizaba el pago (Ceres & South África), y que la cosa proseguía, pues era a la vez Maple Leaf, Visa, Crédit Québec, y así. Eso no es noticia; los teóricos fiscales lo han estado afirmando desde que puedo recordarlo. Pero me sorprendió cuando lo vi desplegado en términos de directorios interconectados y de accionistas compartidos.
Movida por un impulso, pregunté de pronto a la computadora:
— ¿Quién es tu propietario?
— No programable — fue la respuesta.
Refraseé la pregunta, adecuándola más cuidadosamente a su lenguaje. La computadora representada por aquella terminal era una máquina más bien indulgente, y muy lista; normalmente no les importa un poco de programación informal. Pero hay limites a lo que una puede esperar en la comprensión de una máquina del lenguaje verbal; una cuestión reflexiva como esta puede exigir una exactitud semántica.
De nuevo:
— No programable.
Decidí hacer la pregunta dando un rodeo. Le planteé la siguiente pregunta, haciéndolo paso a paso en concordancia con su lenguaje de computadora, gramática de computadora, protocolo de computadora:
— ¿Quién es el propietario de la red de información y procesado que posee terminales por todo el Canadá Británico?
La respuesta apareció en la pantalla y parpadeó varias veces antes de borrarse… y se borró sin que yo lo hubiera ordenado:
— Los datos solicitados no se hallan en mis bancos de memoria.
Aquello me asustó. Decidí dejarlo correr por aquel día e irme a nadar y buscar algún amigo para compartir la cama aquella noche, sin esperar a que me lo pidieran. No era que me sintiera muy superlasciva, sino más bien supersola, y deseaba tener algún cálido cuerpo vivo junto al mío para «protegerme» de una máquina inteligente que se negaba a decirme quién (qué) era realmente.
Durante el desayuno de la mañana siguiente, el Jefe me comunicó que fuera a verle a las diez. Me presenté, algo confusa porque en mi opinión no había dispuesto todavía del tiempo suficiente como para completar mis dos misiones: Shipstone, y las señales de una cultura enferma.
Pero cuando entré, me tendió una carta, de las antiguas, cerrada dentro de un sobre y rechazada, devuelta, como basura postal.
Le reconocí, porque era yo quien la había enviado… a Janet e Ian. Pero me sentí sorprendida viéndola en manos del Jefe, pues la dirección del remite era falsa. La miré y vi que había sido reexpedida a una firma de abogados en San José, aquella que había sido mi contacto para encontrar al Jefe.
— Sorprendente.
— Puedes dármela de nuevo y la haré llegar al capitán Tormey… cuando sepa dónde está.
— Oh, cuando sepas dónde están los Tormey, escribiré una carta muy diferente. Esta era tan sólo un pretexto.
— Pero muy loable.
— ¿Las has leído? — (¡Maldita sea, Jefe!).
— He leído todo lo que ha sido enviado al capitán y a la señora Tormey… y al doctor Perreault. A petición suya.
— Entiendo. — (¡Nadie me dice absolutamente nada!) —. Escribí de la forma en que lo hice, utilizando un nombre falso y todo lo demás, porque la policía de Winnipeg podía abrirla.
— Indudablemente lo hizo. Creo que te cubriste adecuadamente. Lamento no haberte informado que todo correo remitido a su casa me ha sido reexpedido a mí. Sí, naturalmente, la policía ha hecho devolver todo lo que había llegado. Viernes, no sé dónde están los Tormey… pero tengo un método de contacto que puedo utilizar… que podía utilizar. El plan es emplearlo cuando la policía retire todos los cargos contra ellos.
Esperaba que eso se produjera hace unas semanas. No ha ocurrido. De lo cual saco la conclusión de que la policía en Winnipeg sigue aferrada a su intención de colgar la desaparición del teniente Dickey sobre los Tormey como una acusación de asesinato.
Déjame preguntarte de nuevo: ¿puede ser encontrado ese cuerpo?
Pensé intensamente en ello, intentando poner las cosas de la peor manera posible. Si la policía penetraba alguna vez en aquella casa, ¿qué iba a encontrar?
— Jefe, ¿ha estado la policía dentro de esa casa?
— Por supuesto. Buscaron durante todo un día después de que sus propietarios se hubieran ido.
— En ese caso la policía no había encontrado el cuerpo en la mañana del día en que me presenté aquí. Si lo encontraron, aquel día o más tarde, ¿tú te enterarías?
— Creo que probablemente sí. Mis líneas de comunicación en aquel cuartel general de la policía no es que sean perfectas precisamente, pero pago alto por la información más fresca.
— ¿Sabes qué se hizo con los animales que había allí? Cuatro caballos, un gato y cinco gatitos, un cerdo, quizá otros animales.
— Viernes, ¿dónde te está llevando tu intuición?
— Jefe, no sé exactamente dónde está oculto ese cuerpo. Pero Janet, la señora Tormey, es una arquitecto que se especializó en la defensa activa de edificios. Lo que hizo con los animales podría decirme si creía o no que había la más ligera posibilidad de que ese cuerpo fuera encontrado alguna vez.
El jefe hizo una anotación.
— Lo discutiremos más tarde. ¿Cuáles son las señales de una cultura enferma?
— ¡Jefe, por los clavos de Cristo! Todavía estoy metida de lleno en el complejo Shipstone.
— Nunca podrás meterte de lleno en él. Te di dos misiones a la vez para que pudieras descansar tu mente con un cambio de paso. No me digas que ni siquiera le has dedicado un pensamiento a la segunda misión.
— He hecho tan sólo algunos tanteos preliminares. He estado leyendo a Gibbon y estudiando la Revolución Francesa. También Del Yalu al Precipicio, de Smith.
— Un tratado muy doctrinario. Lee también Los ultimas días del dulce país de la libertad, de Penn.
— Sí, señor. He empezado a hacer grupos. Es una mala señal cuando la gente de un país deja de identificarse con el país y empieza a identificarse con un grupo. Un grupo racial. O una religión. O un idioma. Cualquier cosa, con tal de que no englobe a toda la población.
— Un mal signo, realmente. Particularismo. Hubo un tiempo en que fue considerado un vicio español, pero cualquier país puede caer en ello.
— Realmente no conozco España. La dominación de los hombres sobre las mujeres parece ser uno de los síntomas. Supongo que la inversa también es cierto, pero no lo he encontrado en ninguna de las historias que he escuchado ¿Por qué no, Jefe?
— Dímelo tú. Prosigue.
— Por todo lo que he escuchado, antes de que una revolución pueda producirse, la población debe perder su fe tanto en la policía como en los tribunales.
— Elemental. Adelante.
— Bien… el alza de los impuestos es importante, y lo es también la inflación de la moneda, y las variaciones del producto nacional bruto. Pero todo eso es viejo; todo el mundo sabe que un país va a la ruina cuando su balanza de pagos se desequilibra negativamente y sigue en esta forma… aunque siempre se hagan interminables intentos por arreglar las cosas a través de la legislación. Pero he empezado a buscar señales más pequeñas, esas que algunos llaman los signos de las vacas flacas. Por ejemplo, ¿sabes que aquí va contra la ley el ir desnudo fuera de la casa de uno? ¿Incluso dentro de tu propia casa, si hay alguien que pueda verte?
— Cosa bastante difícil de hacer cumplir, supongo. ¿Qué significado le ves a eso?
— Oh, no se trata de hacer cumplir. Pero tampoco puede ignorarse. La Confederación está llena de leyes como esta. Me parece que cualquier ley que no es hecha cumplir y no puede hacerse cumplir debilita a todas las demás leyes. Jefe, ¿sabes que la Confederación de California subvenciona a las prostitutas?
— No tenía noticia de ello. ¿Con qué fin? ¿Para sus fuerzas armadas? ¿Para su población penal? ¿O como utilidad pública? Confieso una cierta sorpresa.
— Oh, no se trata de eso en absoluto. El gobierno las paga para que mantengan sus piernas cruzadas. Para erradicarlas enteramente del mercado. Son entrenadas, autorizadas, examinadas… y almacenadas. Sólo que no funciona. Las designadas como «excedente de artistas» reciben el cheque de su subvención… luego siguen ocupándose de su trabajo secular. Lo cual se supone que no tienen que hacer, puesto que eso desestabiliza el mercado de las prostitutas no subvencionadas. Así que la unión de prostitutas, que patrocinó la legislación original para apoyar el desarrollo de la unión, está ahora intentando elaborar un documento que tapone los agujeros en la ley de subvenciones. Y eso tampoco funciona.
— ¿Por qué no funciona, Viernes?
— Jefe, las leyes para hacer retroceder una marea nunca funcionan; eso es lo que dijo el Rey Canuto. Seguro que conoces eso.
— Quería asegurarme de que lo conocías tú.
— Pensaba que me estabas insultando. Encontré algo bueno. En la Confederación de California va contra la ley negarle un crédito a una persona únicamente porque esta persona haya ido a la quiebra. El crédito es un derecho civil.
— Supongo que eso tampoco funciona, pero ¿qué forma toman los incumplimientos?
— Aún no lo he investigado, Jefe. Pero pienso que cualquiera que intente aprovecharse de ello se verá en desventaja intentando sobornar a un juez. Quiero mencionar uno de los síntomas obvios: la violencia. Asaltos callejeros. Francotiradores. Pirómanos. Bombas.
Terrorismo de cualquier clase. Disturbios, por supuesto… pero sospecho que los pequeños incidentes de violencia, picoteando a la gente día tras día, daban a una cultura incluso más que los disturbios que surgen de pronto y se apagan en seguida. Creo que eso es todo por ahora. Oh, reclutamientos y esclavismo y las compulsiones arbitrarias de todo tipo y la prisión sin fianza y sin un juicio rápido… pero esas cosas son obvias; todas las historias las listan.
— Viernes, creo que has olvidado el síntoma más alarmante de todos.
— ¿De veras? ¿Vas a decírmelo? ¿O debo tantear en la oscuridad buscándolo?
— Hummm. Esta vez te lo diré. Pero luego búscalo. Examínalo. Las culturas enfermas muestran un complejo de síntomas tales como los que has nombrado… pero una cultura agonizante exhibe invariablemente una rudeza personal. Malos modales. Falta de consideración hacia los demás en asuntos sin importancia. Una pérdida de educación, de modales gentiles, es más significativo que un disturbio.
— ¿Realmente?
— Uf. Hubiera debido obligarte a descubrirlo por ti misma; entonces te hubieras dado cuenta. Este síntoma es especialmente serio en tanto que ningún individuo piensa nunca en él como una señal de mala salud sino como prueba de su fuerza. Míralo. Estúdialo.
Viernes, es demasiado tarde para salvar a esta cultura… esta cultura mundial, no sólo el fenómeno que tenemos aquí en California. Por consiguiente debemos empezar a preparar ya los monasterios para la próxima Edad Oscura. Las grabaciones electrónicas son demasiado frágiles; debemos tener de nuevo libros, hechos con tinta estable y papel resistente. Pero puede que eso no sea suficiente. La reserva para el próximo renacimiento puede que tenga que venir de más allá del cielo. — El Jefe se detuvo, respirando pesadamente —. Viernes…
— ¿Sí, señor?
— Memoriza este nombre y dirección. — Sus manos avanzaron hacia su consola; la respuesta apareció en su pantalla. Lo memoricé.
— ¿Lo tienes?
— Sí, señor.
— ¿Debo repetirlo para comprobación?
— No, señor.
— ¿Estás segura?
— Repítelo si quieres.
— Hummm. Viernes, ¿serás tan amable de prepararme una taza de té antes de irte? Mis manos no están muy firmes hoy.
— Encantada, señor.