22

Pájaro Sands había sido un hotel de vacaciones. Está situado en un lugar en ninguna parte en la bahía de Monterrey, en las afueras de una ciudad en ninguna parte, Watsonville. Watsonville es uno de los grandes puertos exportadores petrolíferos del mundo y tiene todo el encanto de las tortas frías sin melaza. La diversión más próxima está en los casinos y casas de mala nota de Carmel, a cincuenta kilómetros de distancia.

Pero yo no juego ni estoy interesada en el sexo de alquiler, ni siquiera del tipo exótico que hay en California. No mucha gente del cuartel general del Jefe frecuenta Carmel, porque está demasiado lejos para ir a caballo más que para un fin de semana, no hay ninguna cápsula directa, y, aunque California es liberal autorizando vehículos a motor, el Jefe no permite que se empleen sus VMAs más que para el trabajo.

Nuestra gran diversión en Pájaro Sands eran las diversiones naturales de nadar, practicar surf y tomar el sol.

Gocé del surf hasta que empecé a ser una experta en él. Luego me aburrió.

Normalmente tomaba un poco el sol cada día y nadaba un rato y contemplaba los enormes petroleros sorbiendo su carga en los muelles y notando con regocijo que los que estaban de guardia en los barcos nos devolvían a menudo la observación, con prismáticos.

No había ninguna razón para que ninguno de nosotros se aburriera puesto que casi siempre estábamos de servicio. La gente está tan acostumbrada a la red de computadoras en nuestros días que es fácil olvidar lo que puede ser una ventana al mundo.. y me incluyo yo también. Una puede crecer tan canalizada a utilizar una terminal únicamente de algunas maneras… pagando facturas, haciendo llamadas telefónicas, escuchando los boletines de noticias… que puede llegar a olvidar todos sus demás usos.

Si un abonado está dispuesto a pagar por el servicio, con una terminal puede hacerse casi todo lo que puede hacerse fuera de la cama.

¿Música en vivo? Puedo teclear un concierto que se está celebrando en esos momentos en Berkeley, pero un concierto celebrado hace diez anos en Londres, y cuyo director lleva tiempo muerto, puede ser tan «vivo», tan inmediato, como cualquier otro ofrecido en directo en el programa del día. A los electrones no les importa. Una vez los datos de cualquier tipo penetran en la red, el tiempo se congela. Todo lo que se necesita es recordar que todas las interminables riquezas del pasado están disponibles en cualquier momento con sólo teclear pidiéndolas.

El Jefe me envió a la escuela junto a una terminal de computadora, y tuve muchas más oportunidades de las que pudo disfrutar cualquier estudiante en Oxford o la Sorbona o Heidelberg en cualquier año anterior.

Al primer momento no me pareció que estuviera yendo a la escuela. Durante el desayuno del primer día me dijeron que me presentara al jefe bibliotecario. Era un viejo paternal, el profesor Perry, al que había conocido ya durante mi entrenamiento básico.

Parecía preocupado… cosa comprensible, pues la biblioteca del Jefe era probablemente la cosa más voluminosa y compleja que se había tenido que trasladar del Imperio a Pájaro Sands. Indudablemente el profesor Perry tenía ante sí semanas de trabajo antes de que todo estuviera en buen orden… y mientras tanto lo único que exigía el Jefe era una absoluta perfección. El trabajo no resultaba más fácil por la excéntrica insistencia del Jefe en que la biblioteca estuviera formada en su mayor parte por libros de papel en vez de cassettes o microfichas o discos.

Cuando me presenté a él, Perry parecía molesto; indicó a una consola en un rincón.

— Señorita Viernes, ¿por qué no se sienta allí?

— ¿Qué es lo que tengo que hacer?

— ¿Eh? Es difícil de decir. Seguro que nos lo dirán: Hum, estoy terriblemente ocupado ahora, y terriblemente falto de personal. ¿Por qué simplemente no se familiariza con el equipo y estudia lo que mejor le parezca?

No había nada especial en el equipo excepto que había teclas extra permitiendo el acceso directo a varias de las más importantes bibliotecas, tales como las de Harvard y la Biblioteca de Washington de la Unión Atlántica y la del Museo Británico sin tener que pasar por enlaces humanos o la red habitual… además de la posibilidad única del acceso directo a la biblioteca del Jefe, la tecla que tenía justo al lado mío. Podía incluso leer sus libros de papel si lo deseaba, en la pantalla de mi terminal, girando las páginas a través del teclado y sin sacar en ningún momento el volumen de su entorno de nitrógeno.

Aquella mañana di una ojeada rápida al índice de la biblioteca de la Universidad de Tulane (una de las mejores en la República de la Estrella Solitaria), buscando la historia del Viejo Vicksburg, a través de lo cual me crucé con una referencia marginal a tipos espectrales de estrellas y me sentí atraída por ello. No recuerdo a qué era debido ese insólito cruce de referencias, pero esas cosas suelen ocurrir por las más peregrinas razones.

Estaba leyendo aún acerca de la evolución de las estrellas cuando el profesor Perry me sugirió que fuéramos a comer.

Lo hicimos, pero antes tomé algunas notas acerca de tipos de matemáticas que deseaba estudiar. La astrofísica es fascinante… pero tienes que saber hablar su lenguaje.

Aquella tarde volví al Viejo Vicksburg, y hallé una referencia a Magnolia, una obra musical basada en aquella época… y me pasé el resto del día viendo y escuchando obras musicales de Broadway de los felices días antes de que la Federación Norteamericana se hiciera añicos. ¿Por qué no escriben música así hoy en día? ¡Esa gente debía ser divertida… pasé Magnolia, El príncipe estudiante y My Fair Lady una tras otra, y anoté una docena más para pasar más adelante. (¿Eso es ir a la escuela?) Al día siguiente decidí dedicarme al estudio serio de los temas profesionales en los cuales me notaba más débil, porque estaba segura de que una vez mis tutores (fueran quienes fuesen) asignaran mi curriculum, no tendría tiempo para hacer mis propias elecciones… anteriores entrenamientos con el Jefe me habían enseñado la necesidad de un día de veintiséis horas. Pero en el desayuno mi amiga Anna me preguntó:

— Viernes, ¿qué puedes decirme de la influencia de Luis XI en la poesía lírica francesa?

La miré parpadeando.

— ¿Es eso un concurso? Luis XI me suena a queso. El único verso en francés que puedo recordar es «Mademoiselle d’Armentières». Si eso sirve.

— El profesor Perry dijo que tú eras la persona indicada a quien preguntar.

— Te ha tomado el pelo.

Cuando volví a la biblioteca, papá Perry me miró desde su consola. Le dije:

— Buenos días. Anna me comentó que usted le dijo que me preguntara acerca del efecto de Luis XI en la poesía francesa.

— Sí, sí, por supuesto. ¿Quiere no molestarme ahora? Esa parte de la programación es realmente difícil. — Volvió a sus asuntos y me encerró fuera de su mundo.

Frustrada e irritada, tecleé Luis XI. Dos horas más tarde salí a respirar un poco de aire.

No había aprendido nada sobre poesía… excepto que el Rey Araña nunca había rimado ni siquiera ton con con c’est bon, ni siquiera había sido un mecenas de las artes. Pero aprendí mucho sobre la política del siglo XV. Violenta. Hacía que las pequeñas escaramuzas que había visto últimamente a mi alrededor parecieran peleas de chicos en la inclusa.

Pasé el resto del día tecleando poesía francesa desde 1450. Había mucho. El francés es un buen idioma para la poesía, más que el inglés… se necesita un Edgar Allan Poe para extraer una belleza consistente de las disonancias del inglés. El alemán no es adecuado para la lírica, de tal modo que muchas traducciones suenan mejor al oído que los originales en alemán. Esto no es culpa de Goethe ni de Heine; es un defecto de un idioma horrible. El español es tan musical que un anuncio de detergentes en español es más agradable al oído que el mejor verso en inglés… el idioma español es tan hermoso que mucha de su poesía suena mejor si el oyente no comprende su significado.

No pude llegar a descubrir qué efectos había tenido Luis XI en la poesía, si había tenido alguno.

Una mañana encontré «mi» consola ocupada. Miré interrogativamente al jefe de la biblioteca. De nuevo parecía preocupado.

— Sí, sí, hoy estamos muy atareados. Hum, señorita Viernes, ¿por qué no utiliza la terminal de su habitación? Tiene los mismos controles adicionales y, si necesita consultarme, puede hacerlo aún más rápidamente que desde aquí. Simplemente pulse siete local y su código, y daré instrucciones a la computadora para que le conceda prioridad. ¿Satisfactorio?

— Excelente — admití. Me gustaba la cálida camaradería del estudio de la biblioteca, pero en mi propia habitación podía quitarme la ropa sin tener la sensación de irritar a papá Perry —. ¿Qué es lo que debo estudiar hoy?

— Dioses. ¿No hay ningún tema que esté interesada en tocar más a fondo? No me gusta molestar al Número Uno.

Fui a mi habitación y seguí con la historia de Francia desde Luis XI, y eso me condujo a las nuevas colonias al otro lado del Atlántico, y eso me condujo a la economía, y eso me condujo a Adam Smith y de ahí a las ciencias políticas. Llegué a la conclusión de que Aristóteles había tenido sus buenos días pero que Platón era un fraude pretencioso, y eso me condujo a que fuera llamada tres veces a comer, con la última llamada incluyendo un mensaje grabado de que si llegaba tarde solamente tendría derecho a raciones frías y un mensaje directo de Rubia amenazándome con llevarme abajo arrastrándome del pelo.

Así que me apresuré a bajar, descalza y cerrándome aún la cremallera del mono. Anna me preguntó qué había estado haciendo que fuera tan urgente que me hubiera olvidado incluso de comer. Ella y Rubia y yo comíamos normalmente juntas, con o sin compañía masculina… los residentes en el cuartel general eran un club, una fraternidad, una ruidosa familia, y casi dos docenas de ellos eran «amigos de beso» míos.

— Mejorando mi cerebro — dije —. Estás contemplando a la Mayor Autoridad del Mundo.

— ¿Autoridad en qué? — preguntó Rubia.

— En cualquier cosa. Simplemente pregúntame. Las más fáciles te las responderé inmediatamente; las difíciles te las responderé mañana.

— Pruébalo — dijo Anna —. ¿Cuántos ángeles pueden sentarse en la punta de un alfiler?

— Esa es una pregunta fácil. Mide los culos de los ángeles. Mide la punta del alfiler.

Divide A por B. La respuesta numérica es dejada como ejercicio para el estudiante.

— Muy lista. ¿Cuál es el sonido de una palmada?

— Más fácil todavía. Pon en marcha una grabadora, utilizando cualquier terminal que tengas cerca. Da una palmada. Escucha el resultado.

— Inténtalo tú, Rubia. Ha estado pensando mucho tiempo en ello.

— ¿Cuál es la población de San José?

— ¡Ah, esta es una de las difíciles Te contestaré mañana.

Esas frivolidades prosiguieron durante más de un mes antes de que empezara a filtrárseme en la cabeza que alguien (el Jefe, por supuesto) estaba de hecho intentando obligarme a convertirme en «La Máxima Autoridad del Mundo».

Hubo un tiempo en que existió un hombre conocido como «La Máxima Autoridad del Mundo». Tropecé con él intentando responder a una de las muchas tontas preguntas que no dejaban de llegarme desde las más extrañas fuentes. Como ésta: Pon tu terminal en «búsqueda». Teclea sucesivamente los parámetros «cultura norteamericana», «habla inglesa», «mitad del siglo veinte», «comediantes», «La Máxima Autoridad del Mundo». La respuesta que una puede esperar es «Profesor Irwin Corey». Encontrarán esas rutinas prematuramente divertidas.

Mientras tanto, yo estaba siendo alimentada a la fuerza, como un pato para foie-gras.

Sin embargo fue un período delicioso. A menudo, bastante a menudo, uno de mis auténticos amigos me invitaba a compartir su cama. No recuerdo haberme negado ninguna vez. Las citas se establecían normalmente durante los baños de sol de la tarde, y la perspectiva añadía una picazón al sensual placer de estar tendida bajo el sol. Porque todo el mundo en el cuartel general era tan civilizado — tan y tan considerado —, que era posible responder: «Lo siento, Terence me lo pidió primero. ¿Quizá mañana? ¿No? De acuerdo, otra vez será…», y no herir los sentimientos de nadie. Uno de los fallos del grupo-S al que había pertenecido era que tales arreglos eran negociados entre los machos bajo algún protocolo que jamás me fue explicado pero que no estaba libre de tensión.

Las preguntas tontas eran cada vez más numerosas. Me encontraba precisamente sumergida en los detalles de la cerámica Ming cuando apareció un mensaje en mi terminal diciéndome que alguien deseaba saber la relación entre las barbas de los hombres, las faldas de las mujeres, y el precio del oro. Yo había dejado de sorprenderme ya ante las preguntas estúpidas; en torno al Jefe puede pasar cualquier cosa. Pero aquella parecía superestúpida. ¿Por qué debía haber alguna relación? Las barbas de los hombres no me interesaban; pican, y a menudo están sucias. En cuanto a las faldas de las mujeres, aún sé menos. Casi nunca llevo esas molestas faldas. Puede que los vestidos con falda sean preciosos, pero no son prácticos para viajar, y hubieran podido causarme la muerte tres o cuatro veces… y cuando estás en casa, ¿qué hay de malo en ir en cueros? O tan en cueros como permitan las costumbres locales.

Pero había aprendido a no ignorar preguntas simplemente porque fueran obvias tonterías; me enfrenté a esa pidiendo todos los datos que me fue posible, incluido el teclear algunas de las más sorprendentes cadenas de relación. Luego le dije a la máquina que lo tabulara todo y ofreciera los datos por categorías.

¡Qué me aspen si no empecé a encontrar relaciones!

A medida que se iban acumulando más y más datos, llegué a la conclusión de que la única forma en que podía tener una visión del conjunto era pedirle a la computadora que preparara y mostrara un gráfico tridimensional… y eso pareció tan prometedor que le dije que lo convirtiera en un holograma a color. ¡Hermoso! No sabía por qué esas tres variables encajaban entre sí, pero lo hacían. Pasé el resto de aquel día cambiando escalas. X versus Y versus Z en varias combinaciones… aumentándolas, retorciéndolas, girándolas, buscando pequeñas relaciones cicloides dentro de las más grandes y obvias… y observando un débil doble período sinusoidal crítico, que se mantenía mientras yo hacía girar el holo… y repentinamente, sin ninguna razón que pueda alegar, decidí sustraer la doble curva.

¡Eureka! ¡Tan precioso y necesario como un jarrón Ming! Antes de la hora de la cena tenía la ecuación, sólo una línea que abarcaba todos los estúpidos datos que durante cinco días había estado extrayendo de la terminal. Tecleé el código del jefe de estado mayor y le recité la ecuación de una línea, más definiciones y variables. No añadí ningún comentario, ninguna discusión; deseaba obligar al inexpresivo bromista a pedirme mi opinión.

Recibí la misma respuesta… es decir, nada.

Haraganeé durante la mayor parte de un día, aguardando, y probándome a mí misma que podía contemplar el cuadro de un grupo de personas perteneciente a cualquier año y, con sólo mirar los rostros de los hombres y las piernas de las mujeres, hacer estimaciones aproximadas relativas al precio del oro (subiendo o bajando), la época de ese cuadro en relación con el doble ciclo y — en pocas palabras y de forma muy sorprendente — si la estructura política estaba desmoronándose o consolidándose.

Mi terminal zumbó. Ningún rostro. Ninguna palmada en el hombro. Sólo un mensaje escrito: «Operaciones solicita lo más pronto posible profundo análisis acerca de la posibilidad de que las plagas epidémicas de los siglos VI, XIV y XVII sean resultado de conspiraciones políticas».

¡Huau! Me había puesto a pasear en una casa de locos y me habían encerrado con los chalados.

¡Oh, está bien! La pregunta era tan compleja que mejor que me dejaran sola durante mucho tiempo mientras la estudiaba. Eso me iba; cada vez me había ido aficionando más a las posibilidades de la terminal de una computadora grande conectada a una red de investigación a escala mundial… me sentía como un descubridor.

Empecé listando tantos temas como me fue posible por asociación libre: plaga, epidemiología, pulgas, ratas, Daniel Defoe, Isaac Newton, conspiraciones, Guy Fawkes, francmasonería, los iluminados, los rosacruces, Kennedy, Oswald, John Wilkes Booth, Pearl Harbor, la influenza, control de las epidemias, etc.

En tres días mi lista de posibles temas relacionados era diez veces más larga.

En una semana me di cuenta de que toda una vida no sería lo suficientemente larga como para estudiar en profundidad toda mi lista. Pero me habían dicho que analizara el tema, así que empecé… pero decidí mi propia interpretación de «lo más pronto posible», es decir, estudiaría concienzudamente el tema durante al menos cincuenta horas a la semana, pero cuando y como quisiera y sin presiones ni imposiciones… a menos que viniera alguien y me explicara por qué debía trabajar más o de distinto modo.

Esto siguió durante varias semanas.

Fui despertada en mitad de la noche por mi terminal… llamada de emergencia; la había apagado como siempre cuando me fui a la cama (sola, no recuerdo por qué). Respondí soñolienta:

— ¡Está bien, está bien! Hable, y espero que sea algo importante.

No hubo ninguna imagen. La voz del Jefe dijo:

— Viernes, ¿cuándo se producirá la próxima epidemia importante de Peste Negra?

— Dentro de tres años — respondí —. En abril. Empezando en Bombay y extendiéndose inmediatamente por todo el mundo. Extendiéndose fuera del planeta con el primer transporte.

— Gracias. Buenas noches.

Dejé caer mi cabeza en la almohada y volví a dormirme. Me desperté a las siete como de costumbre, me quedé inmóvil en la cama durante algunos minutos, y medité, mientras cada vez iba sintiéndome más y más fría… hasta terminar decidiendo que realmente había oído la voz del Jefe durante la noche y que realmente le había dado aquella ridícula respuesta.

Así que tasca el freno, Viernes, y sube los Tres Escalones. Tecleé local uno.

— Aquí Viernes, Jefe. Respecto a lo que le dije esta noche. Apelo locura temporal.

— Tonterías. Ven a verme a las diez y quince.

Estuve tentada de pasar las siguientes tres horas en la posición del loto, cantando el rosario. Pero tenía la profunda convicción de que nadie debía esperar ni siquiera el Fin del Mundo sin un buen desayuno… y mi decisión resultó justificada pues el especial de aquella mañana era higos frescos con crema, corned-beef picado con huevos escalfados, y panecillos ingleses con mermelada de naranja. Leche fresca. Café colombiano de las vertientes altas. Eso mejoró tanto las cosas que pasé una hora intentando descubrir una relación matemática entre la historia pasada de la plaga y la fecha que había dado mi mente envuelta en sueños. No descubrí ninguna, pero empecé a ver algún sentido en la curva cuando la terminal emitió el aviso de que habían pasado tres minutos desde que habla tecleado mi última instrucción.

No me hice cortar el pelo ni afeitar el cuello, pero por lo demás estaba lista. Caminé hacia la guillotina.

— Viernes presentándose, señor.

— Siéntate. ¿Por qué Bombay? Había pensado que Calcuta hubiera sido un lugar más idóneo.

— Puede que tenga algo que ver con las condiciones meteorológicas a largo plazo y las fases de la luna. Las pulgas no soportan el clima cálido y seco. El ochenta por ciento de la masa corporal de una pulga es agua y, si el porcentaje cae más allá del sesenta, la pulga muere. De modo que un clima cálido y seco detendrá o prevendrá una epidemia. Pero, Jefe, todo esto es una estupidez. Me despiertas en mitad de la noche y me haces una pregunta tonta, y yo respondo con una respuesta tonta sin siquiera despertarme.

Probablemente la saqué de algún sueño. He estado teniendo pesadillas acerca de la Peste Negra, y realmente hubo una terrible epidemia que empezó en Bombay. En el 1896 y siguientes.

— No tan mala como la de Hong Kong tres años más tarde. Viernes, la sección analítica de Operaciones dice que la próxima epidemia de Peste Negra no empezará hasta un año después de tu predicción. Y no en Bombay. Yakarta y Ho Chi Minh City.

— ¡Eso es ridículo! — Me interrumpí bruscamente —. Lo siento, señor, creo que había vuelto a esa pesadilla. Jefe, ¿puedo estudiar algo más agradable que pulgas y ratas y Peste Negra? Eso está arruinando mi sueño.

— Puedes. Has estado estudiando las plagas…

— ¡Hurra!

— …para algo más que para extender tu curiosidad intelectual de modo que te ayude a atar los cabos sueltos. El asunto pasa ahora a Operaciones para entrar en acción. Pero la acción va a estar basada en tu predicción, no en los análisis matemáticos.

— Tengo que decirlo de nuevo. Mi predicción es una tontería.

— Viernes, tu mayor debilidad es la falta de consciencia de tu auténtica fuerza. ¿No nos veríamos ridículos si dependiéramos de los analistas profesionales y la plaga se produjera un año antes, como tú has predicho? Catástrofe. Pero ir un año anticipados en tomar medidas profilácticas no va a hacernos ningún daño.

— ¿Vamos a intentar detenerla? — (La gente ha estado luchando contra las ratas y las pulgas a lo largo de toda la historia. Pero las ratas y las pulgas siempre han ido por delante de nosotros).

— ¡Cielos, no! En segundo lugar, el contrato sería demasiado grande para esta organización. Pero en primer lugar, no acepto contratos que no pueda cumplir; este es uno de ellos. Y en tercer lugar, desde un punto de vista estrictamente humanitario, cualquier intento de detener el proceso por el cual las superpobladas ciudades se purgan ellas mismas es contraproducente. La plaga es una muerte horrible pero rápida. El hambre es también una muerte horrible… pero muy lenta.

El jefe hizo una mueca, luego continuó:

— Esta organización se limitará al problema de impedir que la Pasteurella pestis abandone este planeta. ¿Cómo lo haremos? Respóndeme inmediatamente.

(¡Ridículo! Cualquier departamento de sanidad de cualquier gobierno, enfrentado ante una tal pregunta, organizaría un grupo de estudio formado por los más cualificados expertos, insistiría en obtener todos los fondos de investigación necesarios, y calcularía un tiempo razonable — cinco años o más — para una metódica investigación científica).

Respondí inmediatamente:

— Las haría estallar.

— ¿Las colonias espaciales? Eso parece una solución drástica.

— No, las pulgas. Durante las guerras mundiales del siglo XX alguien descubrió que uno podía terminar con las pulgas y los piojos llevándolos a gran altura. Estallan. Creo recordar que a unos cinco kilómetros, lo cual puede comprobarse experimentalmente.

Pensé en que la Estación del Tallo en Monte Kenya está por encima de la altitud crítica… y casi todo el tráfico espacial en nuestros días se produce a través del Tallo. Entonces ese es el método más simple de dar calor y sequedad… funciona, pero no es demasiado rápido. Pero la clave de ello, Jefe, es que es absolutamente sin excepciones. Sólo un caso de inmunidad diplomática o un VIP al que se le permita salirse de la norma, y estamos perdidos. Un perrito faldero. Un jerbo. Un embarque de ratones de laboratorio. Si toma la forma pneumónica, Ele-Cinco se convertirá en una ciudad fantasma en una semana. O Luna City.

— Si no tuviera otro trabajo para ti, te pondría a cargo de esto. ¿Qué hay acerca de las ratas?

— No deseo el trabajo; sólo pensar en él me pone enferma. Jefe, matar una rata no es ningún problema. La metes en un saco. Golpeas el saco con un hacha. Luego le pegas unos cuantos tiros. Luego lo sumerges un buen rato. Quemas el saco con la rata muerta dentro. Mientras tanto, su compañera ha dado a luz toda una camada de ratitas, y tienes una docena de ratas para reemplazarla. Jefe, todo lo que podremos llegar a hacer con las ratas es luchar contra ellas hasta el agotamiento. Nunca venceremos. Si las dejamos un solo momento se nos ponen a la cabeza. — Añadí sombríamente —: Creo que son nuestros sucesores. — Aquel encargo de la plaga me había deprimido.

— Aclara.

— Si el Homo sapiens no consigue sobrevivir… no deja de intentar eliminarse a sí mismo constantemente… ahí están las ratas, dispuestas a tomar el relevo.

— Tonterías. Sobrevaloras a los humanos pensando que quieren morir. Hemos tenido los medios de cometer suicidio racial desde hace generaciones, y esos medios han sido y son muchos y muy variados. No lo hemos hecho. En segundo lugar, para reemplazarnos, las ratas hubieran tenido que desarrollar cerebros enormemente grandes, desarrollar cuerpos para sostenerlos, aprender a caminar sobre dos patas, desarrollar sus patas delanteras en delicados órganos manipuladores… y desarrollar más córtex para controlar todo eso. Para reemplazar al hombre hay que convertirse en hombre. Bah. Olvídalo.

Antes de que dejemos el tema de la plaga, ¿qué conclusiones has sacado respecto a la teoría de las conspiraciones?

— La misma idea es estúpida. Especificaste los siglos VI, XIV y XVII… y eso significa barcos y caravanas y ningún conocimiento de bacteriología. Así que ahí tenemos al siniestro doctor Fu Manchú en su escondite criando un millón de ratas e infestando las ratas con pulgas… demasiado sencillo. Las ratas y las pulgas son infectadas con el bacilo… posiblemente incluso sin teoría. ¿Pero cómo atacar la ciudad elegida? ¿Por barco? En unos pocos días todo el millón de ratas estarán muertas, y también la tripulación. Más difícil todavía hacerlo por vía terrestre. Para efectuar tal trabajo de conspiración en esos siglos se necesitaría la ciencia moderna y una enorme máquina del tiempo. Jefe, ¿a quién se le ocurrió esa pregunta idiota?

— A mí.

— Imaginé que tenía tu huella. ¿Por qué?

— Hizo que estudiaras el tema de una forma mucho más amplia de lo que lo hubieras hecho de otro modo, ¿no?

— Oh… — Había pasado mucho más tiempo estudiando lo más sobresaliente de la historia política del que había pasado estudiando la propia plaga —. Supongo que sí.

— Estás segura de ello.

— Bueno, sí. Jefe, nunca hay ninguna conspiración bien documentada. O a veces sí hay una conspiración demasiado bien documentada, pero los documentos se contradicen entre sí. Si se ha producido una conspiración hace algún tiempo, digamos una generación o más, resulta imposible establecer la verdad. ¿Has oído hablar alguna vez de un hombre llamado John F. Kennedy?

— Sí. Un jefe de estado de mediados del siglo XX de la Federación que ocupaba las tierras entre Canadá (el Canadá Británico y Quebec) y el Reino de México. Fue asesinado.

— Ese es el hombre. Muerto frente a centenares de testigos, y todos los aspectos del suceso, antes, durante, y después, muy bien documentados. Toda esa montaña de evidencias da como resultado esto: nadie sabe quién le disparó, cuántos le dispararon, cuántas veces dispararon contra él, quién lo hizo, por qué fue hecho, y quién estaba involucrado en la conspiración si es que hubo conspiración. Ni siquiera es posible decir si el complot que trajo como consecuencia el asesinato fue movido por manos extranjeras o nacionales. Jefe, si es imposible desenredar algo tan reciente y tan cuidadosamente investigado, ¿qué posibilidades hay de imaginar los detalles de la conspiración que terminó con la vida de Cayo Julio César? ¿O Guy Fawkes y la Conspiración de la Pólvora? Todo lo que puede decirse al respecto es lo que se escribió en las versiones oficiales que podemos encontrar en los libros de historia, y la historia no es más honesta que cualquier autobiografía.

— Viernes, las autobiografías son normalmente honestas.

— ¡Ja! Jefe, ¿qué has estado fumando?

— Me afirmo en lo dicho. Les autobiografías son generalmente honestas, aunque nunca son verídicas.

— Touché.

— Piensa en ello. Viernes, hoy no puedo dedicarte más tiempo; charlas demasiado y cambias de tema. Contén tu lengua mientras te digo algunas cosas. Ahora estás actuando permanentemente como miembro del Estado Mayor. Te estás haciendo vieja; sin duda tus reflejos son un poco más lentos. No voy a arriesgarme a enviarte de nuevo a un trabajo de campo…

— ¡No me estoy quejando!

— Oh, cállate… Pero no debes pasar todo tu tiempo sentada en una silla giratoria.

Ocúpate menos de tu consola, dedica más tiempo al ejercicio; llegará el día en el que tus reflejos perfeccionados salvarán de nuevo tu vida. Y posiblemente las vidas de otros.

Mientras tanto, piensa en el día en que tendrás que seguir tu vida sin ningún tipo de protección. Debes abandonar este planeta; no hay nada para ti aquí. La balcanización de Norteamérica terminó con la última posibilidad de invertir la decadencia del Renacimiento de la Civilización. Así que deberías pensar en las posibilidades de otros planetas, no sólo en el sistema solar sino más allá… planetas que se extienden desde los más extremadamente primitivos hasta los más desarrollados. Investiga para cada uno de ellos el coste y las ventajas de emigrar allí. Necesitarás dinero; ¿deseas que mis agentes recojan el dinero que te estafaron en Nueva Zelanda?

— ¿Cómo sabes que fui estafada?

— ¡Vamos, vamos! No somos niños.

— Oh, ¿puedo pensar acerca de ello?

— Sí. Respecto a tu exmigración: te recomiendo que no te traslades al planeta Olympia.

Aparte éste, no tengo ningún consejo específico que darte excepto el de emigrar. Cuando yo era joven, pensé que podía cambiar este mundo. Ahora ya no pienso así, pero por razones emocionales debo seguir luchando por ello. Pero tú eres joven y, debido a tu herencia única, tus lazos emocionales hacia este planeta y hacia esta porción de humanidad no son muy grandes. No podía mencionarte esto hasta que tú te saliste por ti misma de tus lazos sentimentales en Nueva Zelanda…

— Yo no me «salí» de ello; ¡fui pateada en medio mismo del culo!

— De acuerdo. Mientras te decides, estudia la parábola del silbato de Benjamin Franklin, luego dime (no, pregúntatelo a ti misma) si has pagado mucho o no por tu silbato. Y ya basta de esto… Dos misiones para ti: estudia el complejo corporativo Shipstone incluyendo sus interrelaciones fuera del complejo, y segundo, la próxima vez que nos veamos deseo que me digas exactamente cómo descubrir una cultura enferma. Eso es todo.

El Jefe volvió su atención a su consola, así que me puse en pie. Pero no estaba dispuesta a aceptar una despedida tan brusca, puesto que no había tenido oportunidad de hacer importantes preguntas.

— Jefe. ¿No tengo ninguna tarea específica? ¿Únicamente estudios al azar que no conducen a nada?

— Conducen a algún sitio. Sí, tienes tareas específicas. En primer lugar, estudiar.

Segundo, ser despertada en mitad de la noche (o parada en mitad de un corredor) para hacerte preguntas estúpidas.

— ¿Sólo eso?

— ¿Qué es lo que quieres? ¿Angeles y trompetas?

— Bueno… un título de trabajo, quizá. Yo era un correo. ¿Qué soy ahora? ¿Simplemente un bufón?

— Viernes, estás desarrollando una mente burocrática. ¡Un «titulo de trabajo», por supuesto! Muy bien. Eres un analista intuitivo de estado mayor, informándome únicamente a mí. Pero el título trae consigo un interdicto: se te prohíbe discutir nada más serio que un juego de cartas con ningún miembro de la sección analítica del personal.

Duerme con ellos si quieres, sé que lo has hecho, en dos ocasiones, pero limita tu conversación a lo más trivial.

— ¡Jefe, me gustaría que pasaras menos tiempo debajo de mi cama!

— Sólo el suficiente para proteger a la organización. Viernes, eres muy consciente de que la ausencia aquí de Ojos y Oídos significa simplemente que están ocultos. Puedes estar segura de que no siento la menor vergüenza por nada con tal de proteger a la organización.

— No tienes la menor vergüenza, y punto. Jefe, respóndeme a otra pregunta. ¿Qué es lo que hay detrás del Jueves Rojo? La tercera oleada ha sido algo así como un fracaso; ¿habrá una cuarta? ¿Qué es todo eso?

— Estúdialo tú misma. Si te lo digo, no lo sabrás; simplemente te lo habrán dicho.

Estúdialo atentamente y alguna noche, cuando estés durmiendo sola, te lo preguntaré. Tú me responderás, y entonces lo sabrás.

— Por los clavos de Cristo. ¿Siempre sabes cuándo estoy durmiendo sola?

— Siempre. — Añadió —: Puedes irte — y se volvió a su consola.

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