– ¿CASARME contigo? -Shea dio un paso atrás de manera instintiva.
– ¿Por qué no?
Alex la siguió, estaba mucho más cerca ahora, y se estiró, sus dedos deslizándose con suavidad por la piel desnuda de su brazo.
– Sería la solución perfecta.
Aquel comentario tan práctico le produjo frío en el corazón. Se recompuso y se apartó de él, alcanzando el brócoli para lavarlo bajo el grifo.
– ¿Perfecto para quién? -preguntó con desdén-. ¿Para ti? ¿Para qué habré preguntado eso? -esbozó una fría sonrisa-. Por supuesto que será perfecto para ti.
– Quiero decir que podría formar parte de la vida de Niall. Y de la tuya -añadió en voz muy baja.
Su tono grave evocó la traidora sensación familiar en sus sentidos.
– Creo que ya te he asegurado que estoy bastante feliz con mi vida tal y como está, Alex -mientras pronunciaba las palabras, una voz interior gritaba de incredulidad-. Y no siento ninguna necesidad de cambiarla.
– ¿Ni siquiera por el bien de Niall?
– Oh, no, Alex. No intentes hacerme chantaje emocional.
– No he tenido nunca ni tengo intención de hacerte eso.
– ¿Da la impresión Niall de haber sufrido mucho por no haberte tenido en su vida?
– No -Alex se pasó una mano con cansancio por la mandíbula-. Ya sabes que no puedo decir eso. Niall es un chico estupendo -se detuvo-. ¿Pero puedes asegurar con sinceridad que la vida de mi hijo no mejoraría de ahora en adelante si me incluyera a mí?
Sus ojos se mantuvieron clavados, los de Alex retadores Shea estaba intentando con valentía hacer acopio de sus defensas cuando Niall entró en la cocina.
– Acabado -dijo animado.
Shea se afanó con las verduras.
– ¡Qué rapidez!
– Ya lo sé. Y no me he lavado por encima. Puedes mirarme las orejas. Me he dado prisa porque quería hablar contigo, Alex.
Alex sugirió que Niall y él pusieran la mesa y los dos se movieron por la cocina charlando con naturalidad.
– Mi entrenador dice que jugó en la liga de rugby contigo antes de ver la luz -dijo Niall con una carcajada ante la expresión de Alex-. Quiere decir antes de empezar a jugar al fútbol. Ya sabes, el auténtico juego de pie -bromeó.
Al final, la comida estuvo en la mesa y se sentaron los tres. Niall no notó que su madre apenas hablaba con Alex.
– Mañana por la mañana juego al fútbol -dijo Niall con los ojos fijos en su plato-. Si no tienes nada que hacer, Alex, quizá podrías venir a ver el partido.
– Alex probablemente estará ocupado -empezó Shea queriendo proteger a su hijo de la negativa.
– Oh -suspiró Niall-. Está bien. Sólo había pensado que… bueno, como tú dijiste que tenías que trabajar el sábado porque Debbie no podía ir a la tienda, pensé que Alex podría venir por ti.
Se dio la vuelta esperanzado hacia Alex.
La mirada de Alex se clavó en la de Shea y después sonrió a su hijo.
– Da la casualidad de que tengo algunas horas libres mañana y sí, me gustaría ir a verte jugar.
– ¿De verdad? -Niall resplandeció de alegría-. ¡Eh! ¡Eso es fantástico! El padre de Pete siempre va a verlo y su madre algunas veces. Y mamá siempre viene cuando puede dejar la tienda. Y hasta la abuela, pero supongo que mañana no podrá.
– ¿A qué hora empieza el partido? -preguntó Alex.
Niall le informó de todo con excitación mientras Shea empezaba a enjuagar los platos.
Quería advertirle a su hijo de que no se involucrara demasiado con Alex, que intimar demasiado con él era peligroso, un placer que con el tiempo le causaría dolor. Y entonces se torturó a sí misma especulando acerca de quién sería más probable que saliera dañada por Alex. ¿Niall o ella misma?
Llegaron al hospital en taxi después de un breve retraso porque el coche de Shea se negó a arrancar. Alex tendría que llevarlos a casa después de la visita en su Jaguar y, mientras recorrían el pasillo en dirección a la habitación de Norah, Shea maldijo en silencio contra todos los objetos mecánicos y sus problemas. Una vez más, se veía obligada a aceptar la ayuda de Alex.
Niall caminaba entre ellos dos llevando con solemnidad un ramo de flores que había elegido para su abuela en la floristería. Su carita brilló con una amplia sonrisa al ver a su abuela recostada contra los almohadones.
– ¡Abuela! -cruzó la habitación a la carrera y se detuvo de golpe al llegar al pie de la cama-. ¿Puedo abrazarte o te haré daño?
– Creo que un abrazo suave es lo que mejor me sentaría en este momento.
– Esto es para ti -Niall le dio las flores-. Hay algunas rosas porque sabíamos que son tus flores favoritas.
Alex y Shea se acercaron a besar a Norah y, después de preguntarle cómo se encontraba, Alex se llevó a Niall a buscar un jarrón para las flores.
– ¿Estás bien de verdad? -preguntó Shea cuando se quedaron solas.
– Me siento de maravilla, querida, considerando todo -sacudió la cabeza-. No sé por qué he esperado tanto.
– Eso es fácil de decir cuando ya se ha pasado.
– Supongo que sí -Norah frunció el ceño ligeramente-. Shea, antes de que Alex y Niall vuelvan, quiero hablar contigo. Creo recordar que te dije algo antes de bajar al quirófano. Sobre Niall. ¿Lo hice?
Por un instante, Shea sintió el impulso de negarle a su suegra sus borrosos recuerdos.
Norah estaba observando el conflicto de emociones en la cara de Shea y suspiró con resignación.
– Lo hice, ¿verdad? Me juré que nunca lo haría, pero supongo que me pareció importante sacarlo a la luz, en caso de que me ocurriera algo.
– ¿Y cómo pudiste enterarte? -preguntó Shea con suavidad-. Jamie me juró que no se lo diría nadie.
– Él no me lo dijo -Norah tomó la mano de Shea, que descansaba en la cama-. ¿Recuerdas aquel horrible acceso de paperas que tuvo cuando tenía diecinueve o veinte años? Fue uno de los casos más graves que había visto el doctor en su vida. Insistió en hacerle pruebas y descubrieron que Jamie era estéril.
– ¿Estéril? -repitió Shea-. No me lo contó nunca.
– Eso sospechaba. Jamie le rogó al doctor que no se lo contara a nadie, pero el doctor había comentado conmigo la posibilidad de que pasara antes de que Jamie se hiciera las pruebas. Jamie creía que era el único en saberlo y yo nunca se lo mencioné para no turbarle.
– No puedo creer… -Shea alzó la vista hacia Norah-. Cuando le dije a Jamie que estaba embarazada de Niall, él me contestó que simplemente dejaríamos que todo el mundo creyera que él era el padre, que con el parecido familiar entre Alex y él, nadie se daría cuenta nunca.
– ¿Por qué no se lo dijiste a Alex al principio, Shea? -preguntó con delicadeza Norah-, No puedo creer que Alex os hubiera abandonado a ti y a su hijo. Podrías haberte reunido con él en Estados Unidos.
Shea se levantó.
– Yo sabía cómo estaban las cosas con Alex, Norah. La verdad pura y dura era que Alex no quería que yo fuera con él. Y yo no tenía intención de utilizar el hecho de estar embarazada para obligarle a hacer algo que no quería.
– Pero… -Norah suspiró y sacudió la cabeza-. Yo sabía que pasaba algo desde el mismo momento en que Jamie me dijo que os casabais. Tú nunca tuviste ojos para nadie que no fuera Alex. No sé cuántas veces quise preguntarte, pero siempre me eché atrás.
– Yo estaba tan trastornada entonces que dudo que hubiera confiado en ti, Norah -dijo Shea con la voz rota.
– Yo sentía que algo no iba bien contigo, pero veía a Jamie tan feliz… No quise estropeárselo. Al fin y al cabo, era mi hijo y por mucho que quisiera a Alex… -se encogió de hombros-. Y me he sentido tan culpable durante todos estos años. Sentía que había puesto la felicidad de Jamie por encima de la de Alex. En realidad, eso fue lo que hice, ¿verdad, Shea?
Shea se sentó de nuevo y apretó la mano de Norah.
– Es compresible. No deberías avergonzarte de eso. Jamie era una persona maravillosa.
– Y también lo es Alex. Por eso es por lo que quería que le contaras lo de Niall. ¿Lo has hecho? -preguntó con ansiedad.
Shea asintió de forma casi imperceptible.
– Alex lo sabe.
Norah exhaló con alivio el aliento que había estado conteniendo.
– ¿Y a Niall?
– No, no podría… no podría soportarlo ahora mismo, Norah.
Shea tragó el nudo que tenía en la garganta e intentó recobrar la calma.
– Pero no deberíamos estar hablando de eso ahora, Norah. No quiero que te preocupes más de lo que ya has estado. Ahora tienes que concentrarte en ponerte bien.
– Oh, estoy bien. Mejor de lo que me merezco después de haber tenido en vilo al doctor Robbins. Pero no puedo evitar preocuparme por ti, Shea. Ya sabes que no podría quererte más si fueras mi hija y quiero verte feliz.
– Ya sé que sí, Norah. Y yo también te quiero -le aseguró Shea-. Soy feliz. Te tengo a ti, a Niall y mi negocio. El resto podremos solucionarlo más adelante.
– ¿Pero qué pasará contigo y con Alex? -Norah se detuvo ante el fruncimiento de su nuera-. Shea, no utilices el pasado contra él. En su momento, Alex debió pensar que estaba haciendo lo mejor para ti.
Shea contuvo una respuesta cáustica. Según ella, Alex había hecho lo mejor para él mismo.
– Y tenemos que pensar en Niall -dijo Norah con suavidad-. Nadie podría haber sido mejor padre que Jamie -empezó mientras Shea asentía-. Pero la verdad es que hemos excluido a Alex de la vida de Niall.
Alex acababa de acusarla de lo mismo.
– Alex se excluyó a sí mismo con su ausencia todos estos años, ¿no crees? -comentó con sequedad.
– Sintiendo lo que sentía por ti, ¿le ves sinceramente volviendo aquí sabiendo que eras la mujer de Jamie? -preguntó con suavidad antes de suspirar con cansancio y reclinarse de nuevo contra las almohadas.
Y las dos estaban ensimismadas en sus propios pensamientos cuando aparecieron Alex y Niall unos minutos más tarde con el jarrón y las flores.
Se quedaron con Norah un rato más antes de irse asegurándole que volverían a la tarde siguiente. Niall saltaba excitado entre los dos mientras se acercaban al aparcamiento.
Shea hizo el viaje en silencio agradecida de que Niall llevara todo el peso de la conversación y, en cuanto entraron en el sendero de grava, salió apresurada del coche y se dio la vuelta para ayudar a su hijo.
– ¿Quieres tomar un café, Alex? -le invitó Niall.
– Alex probablemente estará cansado -atajó ella con rapidez-. Querrá irse a casa.
– Un café me sentaría de maravilla -replicó Alex con la misma rapidez.
En silencio, Shea preparó el café, sin intentar entrar en la conversación entre Niall y su padre.
Niall apuró su chocolate con leche en un tiempo récord y lanzó un bostezo teatral.
– Estoy muy cansado, así que será mejor que me vaya a la cama. Quiero estar descansado para el partido de mañana.
Niall rodeó la mesa y la besó en la mejilla.
– Buenas noches, mamá. Hasta mañana. ¿Alex? No te olvides del partido, ¿vale?
Alex le aseguró que no se olvidaría y, con una sonrisa, el niño los dejó solos.
Una densa tensión creció entre ellos con la salida de Niall y Shea se levantó para recoger las tazas vacías.
– Yo también estoy un poco cansada -dijo sin mirar a Alex-. Ha sido un día muy intenso. Creo que también me acostaré pronto.
– Yo necesito una respuesta, Shea -dijo él con suavidad.
A Shea se le aceleró el corazón.
– No puedo casarme contigo, Alex. Eso debes comprenderlo.