SHEA apretó los dedos contra la balaustrada hasta que le dolieron. El repetitivo sonido del mar, de los agudos gritos de las gaviotas se desvanecían bajo la luz del ocaso. Los sonidos quedaban ahogados por el eco grave de las palabras de Alex.
«Siempre he asociado el sonido del mar contigo».
«Y yo también», hubiera querido gritar ella.
Él no podía saber que, durante años, ella había tenido que recorrer calles y atajos para evitar aquella playa y no ver los árboles, la arena, las crestas blancas de las olas…
Pero por supuesto, no había podido tomar atajos para sus sueños. Cada vez que cerraba los ojos por las noches, los recuerdos de Alex habían vuelto siempre para torturarla.
– Recuerdo la forma en que el sol te quemaba el pelo hasta hacerlo casi blanco -la voz profunda de Alex seguía bañándola-, y cómo me perdía siempre en la profundidad de tus ojos verdes.
Alex había vuelto la cabeza y su cálido aliento le revolvió el pelo, el sensible lóbulo de la oreja, enviándole oleadas de sensaciones eróticas por todo el cuerpo.
– Y en mis sueños sentía la suavidad de tu cuerpo en mis brazos, paladeaba la sal del mar en tu piel…
– Alex, por favor…
Shea intentó apartarse de él, pero sus piernas parecían paralizadas y se negaron a obedecerla
– Yo también he invadido tus sueños, ¿verdad?
El erotismo de sus palabras roncas la alcanzó.
– ¿No es verdad, Shea?
Una oleada de puro deseo físico la sacudió y tuvo que agarrarse a la barandilla con frenesí. Hubiera querido arrojarse a sus brazos, quitarle la camiseta, deslizar los labios por la suavidad de su torso, sentir su duro cuerpo contra el de ella.
– Alex, no me hagas esto -le suplicó, destrozada, sintiendo la humedad de las lágrimas en las mejillas al darse la vuelta para mirarlo.
Sus ojos se encontraron y se quedaron clavados en los del otro y el ambiente que los rodeaba se cargó de sensualidad concentrada. Alex se movió como en cámara lenta, se inclinó hacia adelante hasta que su familiar boca reclamó la de ella.
Y Shea no hizo ningún movimiento para evitar aquel beso. De hecho, sospechaba que se había adelantado para recibirlo. Sólo sus labios se tocaron. Se abrieron. Se tocaron de nuevo. Y el corazón de Shea retumbó salvaje y tempestuoso contra su pecho. Los once años se desvanecieron en cuestión de segundos.
Y sus labios no eran suficiente. Necesitaba mucho más. Quería tener sus brazos alrededor de ella. Soñaba con sentir la embriaguez de su dureza contra ella. Se moría porque él formara parte de ella, de la forma en que lo solía hacer.
– ¿Mm? ¿Alex? ¿Dónde estás?
La joven voz de Niall penetró en el torrente de deseo que tenía paralizada a Shea.
E incluso entonces, le costó moverse, romper el lazo de pasión intoxicante que parecía controlarlos a los dos. Con un ronco gemido, puso la mano en el pecho de Alex y casi lo empujó antes de apartarse para mirar a su hijo.
– Pensábamos que os habíais perdido -dijo Niall con naturalidad al entrar al dormitorio y verlos a través de las puertas abiertas de la terraza.
¿Los habría visto Niall? Y si los había visto, ¿qué habría pensado?
– ¿Habéis terminado la partida? -preguntó Alex con la misma naturalidad-. ¿Quién ha ganado?
Niall se encogió de hombros con resignación.
– Pete. Es normal. Creo que voy a tener que practicar un poco.
– Creo que deberíamos irnos.
Shea entró en la habitación y se sobresaltó cuando Alex encendió la luz. El brillo la hizo aún más consciente del ardor que sentía y sintió que el rubor se le subía a las mejillas bajo la mirada de su hijo.
– Tu abuela se estará preguntando dónde estamos.
– La abuela sabe que estamos con Alex -dijo Niall con tranquilidad como si estar con Alex fuera algo rutinario.
– Bueno, pues la madre de Pete estará empezando a preocuparse.
– Oh, ella sabe que estoy con Niall y con Alex -dijo Pete desde el pie de la escalera-. No se preocupe, señora Finlay.
Shea se detuvo en la puerta principal, se dio la vuelta para mirar a Alex y deslizó la mirada desde su cara a la seguridad del suelo.
– Gracias por estar con los niños. Espero que no… que no te hayan entretenido mucho. Con la pintura y… bueno, todo.
– No me han causado ningún problema -Alex apoyó uno de sus fuertes brazos en el marco de la puerta y Shea metió prisa a los niños para que bajaran las escaleras.
– Volved cuando queráis -dijo de forma ambigua, con un brillo en los ojos que indicaba que la invitación no era sólo para los niños.
A Shea se le aceleró el pulso y casi salió corriendo hacia el coche. Y los latidos seguían acelerados mientras salía del sendero para entrar en la carretera.
La cena fue muy tensa para Shea. Tuvo que obligarse a tragar cada bocado de comida, pero por mucho que lo intentó, no pudo quitarse de la cabeza la sensación de los besos de Alex. Se sentía como si la impronta de sus labios brillara iridiscente ante la vista de todo el mundo.
A Shea le pareció que Niall estaba más silencioso de lo habitual. Sin embargo, se dijo a sí misma que eran imaginaciones suyas debidas a su conciencia culpable. Si Niall la había visto besarse con Alex, se lo habría dicho. Era un niño abierto y directo. O al menos siempre lo había sido.
Cuando por fin terminaron la cena, Niall se fue a hacer los deberes. Pete iba a ir, le dijo a su madre, para hacer unos problemas difíciles de matemáticas, así que Shea se sentó con Norah a ver un poco la televisión. Pero no pudo mantener la concentración. Sus pensamientos se deslizaban inevitablemente hacia Alex.
Cuando terminó el programa y Norah levantó la vista de su labor, Shea apagó agradecida el aparato.
– ¿Querías ver algo más?
Norah sacudió la cabeza.
– Oh, cariño. Me olvidé de decirte que llamó David cuando fuiste a buscar a Niall. Dijo que se pasaría por la tienda mañana. Algo acerca del alquiler.
Shea se agitó inquieta. No había aprovechado precisamente el tiempo con Alex para hablar de negocios. Era tal la atracción que Alex ejercía sobre ella, que el edificio y los negocios habían quedado relegados en cuanto la besó.
– Son discusiones de negocios -dijo despectiva-. Parece que será otro largo día de oficina -forzó un bostezo-. Creo que será mejor que me acueste pronto para estar descansada.
Norah sonrió.
– Eso te sentará muy bien. Hasta mañana.
Shea se dio una ducha rápida y se detuvo a despedir a Niall y a Pete, pasando un rato con ellos y escuchando sus quejas acerca de los deberes. No estaba cansada en absoluto, pero necesitaba estar sola. Pensar en Alex y en su desastrosa reacción ante él.
Se recostó contra los almohadones y suspiró. Su comportamiento de esa tarde había sido de lo más reprobable. Había permitido que su vulnerabilidad física hubiera vencido a sus decisiones. Y no podía consentir que sucediera de nuevo. Era una mujer madura y no podía engañarse con la excusa de la juventud para cometer estupideces. De ninguna manera, decidió resuelta, iba a permitir a Alex Finlay que le rompiera el corazón de nuevo.
Haberse quedado en aquella terraza con vistas a aquella playa en particular a lado de Alex había sido un error y Shea lo había sabido desde el mismo momento en que había salido. La playa que se extendía por debajo de ellos tenía tantos recuerdos para ella… recuerdos de Alex. Sobre todo de la noche del cumpleaños de Patti Rosten.
Patti estaba de visita en Byron Bay con su padre, que había comprado la casa grande blanca, casi un emblema del pueblo. Siendo un año mayor que Shea y una viajera experimentada, Patti había sido bienvenida a su grupo de amigos con más que un poco de admiración.
Y el que Alex la hubiera presentado a todo el mundo había ayudado a la rápida aceptación de la chica. Joe Rosten y el padre de Alex eran antiguos compañeros de armas y Donald Finlay le había pedido a su hijo que adoptara a la joven Patti bajo su protección.
Desde el primer momento en que Shea había visto a Patti, había notado que la otra chica no era inmune a los encantos de Alex y Shea se sintió sacudida por unos celos comprensibles. Lo que más le había molestado a Shea era el evidente descaro de Patti. Aprovechaba cada oportunidad posible para colgarse del brazo de Alex o parar mirarlo con ojos de adoración.
Así que cuando la invitación para la fiesta había llegado, Shea no se había sentido precisamente entusiasmada. Sin embargo, Norah había recalcado que Patti era una extraña en el distrito, una visitante de Australia y, al final, Shea había aceptado ir.
El día de la fiesta, había telefoneado a Alex. Se había olvidado de preguntarle a qué hora iría a recogerla para la fiesta.
Y cuando Jamie había llegado a casa y le había contado que Alex se había pasado la mayor parte del día en casa de los Rosten para ayudarles a preparar la fiesta, su resentimiento había aumentado.
– Alex también me ha pedido que te lleve yo a la fiesta. Te verá allí -había añadido Jamie-. Me ha dicho que apenas le dará tiempo para ir a casa a cambiarse.
Así que, con cierta inquietud, Shea había subido los escalones de la mansión en compañía de Jamie. Les condujeron a la parte trasera de la casa, que daba a un patio enorme y a una piscina. Las luces de colores se diseminaban por todas partes y ya había cerca de unos sesenta jóvenes reunidos.
Para desmayo de Shea, Patti se había acercado a recibirlos con Alex a su lado.
Patti llevaba los vaqueros de diseño más ajustados que Shea hubiera visto en su vida y un top dorado brillante sin mangas que acentuaba la curva de sus pequeños senos. Le habían recogido el pelo oscuro en lo alto de la cabeza y parecía mucho mayor de dieciocho años.
A Shea le dio un vuelco el corazón. El aspecto de Patti le hizo sentirse pasada de moda con su falda de pareo y camiseta sin mangas.
– ¡Qué maravilla que hayáis venido! -les había dicho clavando en el hombre que tenía a su lado sus enormes ojos violeta-. ¿Verdad, Alex?
– Por supuesto -Alex había sonreído a Shea y la había tomado de la mano-. Ven y te conseguiré una bebida.
– Feliz cumpleaños, Patti.
Shea le había pasado a la otra chica un regalo envuelto en papel de colores.
– Oh, gracias, Shea -Patti se había dado la vuelta y había apoyado la mano en el brazo de Alex-. Tráeme también a mí un refresco, ¿vale, dulzura?
– ¿Dulzura? -le había repetido ella a Alex mientras se acercaban al bar.
Alex se había reído con suavidad.
– Desde luego no es la forma en que prefiero que se dirijan a mí, incluso aunque sea alguien a quien conozca bien.
– Y conoces a Patti bien, ¿verdad? -preguntó Shea con la mayor naturalidad que pudo.
– No tan bien -bajó la vista hacia Shea-. Siento no haber pasado a recogerte esta noche. He estado aquí toda la tarde y Joe y mi padre me han tenido ocupado.
Y Patti también, pensó Shea para sus adentros.
La velada transcurrió despacio y a Shea le pareció que Patti siempre le buscaba a Alex algo que hacer para separarlo de ella. Aquello había sido la tónica de la tarde y lo que se la había estropeado. Patti les había interrumpido cuando estaban bailando, cuando estaban hablando con amigos o simplemente cuando estaban juntos disfrutando de la maravillosa cena.
Hacia las once de la noche, Shea ya no pudo aguantar más y había ido a buscar a Alex fuera para pedirle que la llevara casa.
Alex posó la bolsa de hielo que llevaba y echó un vistazo a su alrededor.
– Todavía es pronto. ¿Estás segura de que quieres irte?
– Puedo pedirle a Jamie que me lleve si tú quieres quedarte más -sugirió con el corazón en un puño.
– No. Está bien. Podemos irnos. Dejaré este hielo y podremos despedirnos.
Shea siguió a Alex al bar y le observó echar el hielo en uno de los barriles de refresco. Por supuesto, Patti apareció al instante.
– Gracias, Alex, cielo. ¿Qué hubiera hecho yo hoy sin ti?
Alex sonrió.
– No hubieras tenido ningún problema en conseguir que media docena de chicos lo hicieran por mí. De todas formas, Shea está cansada, así que buenas noches y gracias por invitarnos.
– Pero no hace falta que tú te vayas porque Shea esté cansada ¿verdad? Quizá puedas volver cuando la dejes en casa.
– Quizá.
Alex sacó las llaves del coche de su bolsillo y, con la mayor discreción, salieron hasta el coche. Alex estaba abriendo la puerta cuando Shea le dijo:
– Puedes quedarte tú si quieres.
– De ninguna manera -replicó Alex con firmeza-. Patti es una pequeña caprichosa y mimada y está acostumbrada a que todo el mundo haga lo que ella quiera. Y llega a ser insoportable. Mi padre ofreció mi ayuda hoy y creo que ya he cumplido con creces. Y aparte de eso, no he tenido la oportunidad de pasar suficiente tiempo contigo esta noche.
Puso el coche en marcha y estiró la mano para tomar la de ella.
Shea suspiró.
– Yo he pasado una tarde horrible porque pensaba que tú… bueno, que querías estar con Patti en vez de conmigo.
– ¿Estás de broma? Si no hubiera sido el cumpleaños de Patti, ni siquiera hubiera ido. Ya sabes que odio las fiestas, a menos que sea una en la que estemos tú y yo solos.
– Yo también -Shea sonrió y empezó a sentirse un poco mejor-. La verdad es que no estoy cansada, sólo un poco harta de la fiesta. ¿Podemos ir a dar u paseo por la playa?
– Claro.
Alex le apretó la mano y después se concentró en conducir por la sinuosa carretera.
Habían paseado de la mano a lo largo de la playa, con las luces de la fiesta visibles por encima de ellos, pero el sonido de las olas amortiguaba los otros de la fiesta. Cuando dieron la vuelta sobre sus propios pasos, antes de subir hacia el coche, Shea se detuvo y sujetó a Alex por el brazo.
– Vamos a sentarnos aquí un rato. La playa es tan bonita por la noche. ¿No es irreal esta vista? La luna esta tan brillante y es tan romántico…
Alex alzó la esfera fosforescente de su reloj hacia la luna.
– Se está haciendo tarde, Shea. Norah estará esperando que te lleve a casa.
– Ya lo sé, pero por un poco de retraso no pasará nada, ¿no crees? Venga, Alex, por favor -suplicó para rodearle la cintura con desinhibición, disfrutando de la sensación de sus fuertes músculos bajo sus dedos.
Las manos de él se posaron en sus hombros y empezó a frotarle con delicadeza las clavículas. Shea se estremeció y el sonido de sus dedos contra la tela se magnificó en sus oídos con sensualidad.
– ¿No tienes frío con esta camiseta tan fina? -le preguntó él con suavidad deslizando los ojos sobre ella.
Shea sacudió la cabeza y se apretó más contra él, apoyando la mejilla contra su pecho. Los latidos de su corazón enloquecieron cuando se acurrucó más contra él, y Alex deslizó los brazos alrededor de ella, atrayéndola contra su cuerpo.
– Te he echado de menos esta tarde. Nadie parecía saber dónde estabas.
– Siento que las cosas salieran así. Debería haberte llamado para explicarte que papá y Joe me habían pedido que les ayudara a preparar la fiesta.
– Bueno, ahora lo entiendo. Oh, Alex, abrázame -susurró sin aliento-. Hazme el amor.
– Shea -por un momento sus brazos se quedaron rígidos y subió las manos hasta los hombros de ella, apartándola ligeramente de él-. Vamos, Shea. Ya te he dicho que no podemos hacer esto porque…
Se detuvo y suspiró.
– Porque soy demasiado joven -terminó ella con un tono burlón por la frustración-. Y yo también te he dicho antes que no soy demasiado joven. Tengo diecisiete años, ya lo sabes.
– Y yo casi veintidós, Shea. Lo bastante mayor como para ser un poco juicioso.
Ella contuvo una carcajada.
– Sí, con veintidós estás a punto ya de tener que usar bastón -bromeó.
Ella alzó la vista hacia él y el corazón le dio un vuelco.
– Te quiero -susurró con voz quebrada.
Entonces oyó que él contenía el aliento y también sintió cómo se ponía tenso cuando ella se puso de puntillas y le rozó los labios.
La suavidad de su tentativa caricia pareció dejarle inmovilizado durante largos segundos. Entonces la atrajo contra él apretando los labios contra los de ella hasta que quedaron pegados con los corazones palpitando al unísono.
Después, Alex empezó a apartarse de ella y Shea le rodeó el cuello con los brazos de forma febril con sus firmes pechos apretados contra su torso.
– Shea, tenemos que parar esto -dijo él con voz espesa-. No sabes lo que estás haciendo…
– Sólo lo que quiero hacer, lo que apenas puedo contenerme de hacer cada vez que estoy contigo. Oh, Alex, por favor, dime que tú sientes lo mismo.
– Lo siento, pero, diablos, Shea. Soy mayor y es responsabilidad mía… -la apretó con fuerza y su mirada la abrasó-, pero me gusta demasiado tenerte en mis brazos -terminó con voz ronca y un beso rápido antes de apartarla.
Shea se retiró un mechón de pelo de la mejilla y suspiró.
– Yo siempre me he sentido bien en tus brazos -le dijo.
Él sonrió y tomándola de la mano empezó a caminar de nuevo hacia el coche.
Shea sonrió.
– ¡Shea! -la voz contenía una advertencia, pero estaba sonriendo.
– Bueno, la verdad es que encajamos muy bien juntos. Y además, contigo es diferente, Alex.
Él soltó una carcajada.
– ¿Diferente de qué? ¿O debería decir de quién?
– De nadie más -contestó Shea con facilidad.
– Ya entiendo. ¿Detrás de qué has andado mientras yo he estado jugando al fútbol?
Parecía divertido, pero Shea sintió la presión de sus dedos alrededor de su mano y se encogió de hombros.
– Dejé que un chico me besara en un baile del colegio. Bueno, la verdad es que fueron dos chicos. No a la vez, claro. Uno cada vez -añadió con sinceridad.
Alex se detuvo y entrecerró los párpados.
– Fue horrible. Las dos veces – dijo ella con vehemencia.
Él empezó a andar de nuevo.
– Shea, eso es lo que quería decir. Eres muy joven. Tienes toda la vida por delante. Podrás salir con muchos chicos de tu misma edad.
– ¡Ag! El mundo de los chicos es asqueroso -suspiró y tiró hasta que Alex se vio obligado a parar-. Me aburren a muerte. De lo único que saben hablar es de sus viejos coches. Y son… bueno, besan muy mal. ¡Ag!
– No es muy halagador – Alex soltó una carcajada y echó la cabeza hacia atrás-. Pero, ¿qué voy a hacer contigo, Shea Stanley?
Ella se acercó más a él y se apoyó contra su duro pecho.
– Si te lo dijera, sería censurado con una X.
Alex le alzó la barbilla y sonrió.
– ¡Dios mío! Eso suena de lo más indecente.
– Te estás riendo de mí -Shea frunció el ceño-. ¿Por qué no puedes entender que ya he crecido?
Estiró la mano para acariciar su mentón ligeramente rasposo de la barba.
– Tú -dio él con burlona ternura -, eres una pequeña terca. Vamos a pasear.
Empezaron a subir la pendiente hasta la furgoneta en silencio hasta que llegaron a la parte más empinada.
– Déjame a mí ir delante y tiraré de ti -dijo Alex-. Alguien debería construir unos escalones de madera en esta parte de la pendiente.
– Entonces todo el mundo vendría aquí y ya no sería nuestro rincón secreto nunca más.
Shea tomó la mano de Alex y él tiró de ella hasta llegar arriba.
– Mira por dónde pisas -se dio la vuelta y retiró una rama que colgaba demasiado y en ese momento, Shea se enredó en una raíz y cayó hacia adelante. Los brazos fuertes de Alex la sujetaron mientras caía.
– ¿Estás bien? -le preguntó al dejarla en el suelo.
Ella se rió con suavidad.
– Estoy bien. Sólo es una torcedura -deslizó las manos por su espalda-. Mm. ¿Te he dicho que resultas divino a esta distancia?
Y los dos botones superiores de la camisa de Alex se habían desabrochado invitándola a deslizar los labios sobre su piel, su lengua jugueteando con el hueco en la base de su cuello.
– ¡Shea!
Ella deslizó una mano y, sin escucharle, le desabotonó el resto de los botones, sus dedos hurgando dentro de su camisa sobre la mata de vello suave de su pecho y rodeando su pezón endurecido al instante.
– ¡Shea, por favor! ¿Sabes a lo que estás invitando?
– ¡Mmm! -jadeó y sus labios y dedos siguieron con sus caricias sensuales.
Las manos de Alex estaban temblorosas cuando le rodeó la cara para tomar su boca en la de él. Sus besos se hicieron más profundos y consiguieron que las rodillas de Shea se quedaran como gelatina, enviando espirales de fuego por todo su cuerpo, como chispas arrancadas por un viento de poniente.
Ella amoldó su cuerpo contra el de él y sintió la cabeza ligera al notar los síntomas de su excitación. Se movió instintivamente contra él y Alex levantó su corpiño sin mangas por la cintura y deslizó los dedos dentro para envolver sus senos llenos, que parecieron inflamarse ante su exquisita caricia.
Shea nunca había experimentado nada parecido a la profundidad que ahora los arrebataba. Hasta que los dedos de él apretaron sus tensos pezones, uno y después el otro, y ella gimió delirante, apenas atreviéndose a creer que sus caricias pudieran ser tan maravillosas.
– Shea. Shea -murmuró antes de inspirar con fuerza para intentar recuperar el control perdido. Entonces le estiró el corpiño-. ¿Te das cuenta de que cualquiera podría venir por aquí?
Shea contuvo una carcajada gutural.
– Nadie viene nunca por aquí. Excepto algunos cangrejos. Y nosotros.
Le tomó de la mano, le empujó y le arrastró hasta una parte cubierta de hierba de la duna fuera el camino, cayendo bajo la pantalla de hojas de un árbol bajo.
– Nadie nos puede ver ahora -se dio la vuelta hacia él-. Si miras por esa grieta, puedes ver el mar. Descubrí este sitio un día y a veces vengo aquí cuando quiero estar sola -deslizó besos suaves como plumas desde su cuello hasta el lóbulo de su oreja-. Bienvenido a mi sitio especial, mi persona más especial.
– ¡Oh, Shea!
Los labios de él se deslizaron por su cuello, bajando por el valle entre sus senos sólo para detenerse cerca del escote del corpiño. Sin detenerse, se lo alzó por encima de la cabeza y lo dejó caer al suelo.
Shea le quitó la camisa abierta por los hombros y cuando él empezó a desabrocharle el sujetador liberando sus senos, le oyó contener el aliento.
– ¡Eres tan preciosa! -dijo despacio con una voz tan profunda que le cosquilleó en la piel como seda líquida.
Ella alcanzó sus manos para posarlas sobre su cuerpo que ardía por él, sólo para él.
Shea sintió aumentar el deseo que casi la atragantaba cuando dijo con una voz rota que no parecía la suya:
– Alex, por favor. Hazme el amor.