Capítulo 12

– NO, NO LO entiendo -se había puesto de pie y había dado la vuelta a la mesa-. Siempre hemos estado hechos el uno para el otro. Eso debes entenderlo -la imitó con ironía.

– Estoy cansada de repetirte que me gusta mi vida tal y como está, Alex.

– Y yo sólo puedo repetir que qué pasa con la vida de Niall.

– No hay nada de malo en la forma en que estoy criando a mi hijo. Es feliz y está sano. Eso es lo único que me interesa.

– Necesita un padre. ¿Por qué no yo?

– Y yo también podría decir que por qué tú. ¡Dios bendito! No te he visto en once años. Y aparte de eso, hay montones de hombres encantadores por aquí si hubiera sentido que Niall necesitara un padre desde la muerte de Jamie.

– ¿Como ese tipo de la inmobiliaria?

– No pienso hablar de eso contigo, Alex. Ese asunto está cerrado por lo que a mí respecta.

– ¿Cerrado? -soltó una suave carcajada burlona-. Nunca estará cerrado, Shea. No esta noche. Ni mañana por la noche tampoco. Abrimos la puerta el día en que nos conocimos.

Se acercó entonces a ella y Shea captó el aroma de su cuerpo, el olor almizcleño de su loción de afeitar, y otro aroma, solamente suyo. Y era tan familiar para ella como el suyo propio. Los recuerdos de ello, el olor, el sabor, la sensación de él, empezaron a tejer una telaraña de deseo alrededor de ella.

– Los años intermedios no significan nada -continuó él en voz muy baja-. Y tú lo sabes tan bien como yo.

– Alex, por favor -agitó la mano inconscientemente para apartarlo y tragó saliva con la boca repentinamente seca-. ¿Debemos discutirlo ahora? Estoy cansada y…

Él le tomó con delicadeza la mano y, muy despacio, se llevó los dedos hasta la boca deslizando la lengua por turno entre ellos. Y el cuerpo de Shea se agitó en una oleada de deseo. Cómo desearía…

Y entonces, sus labios rozaron los de ella con besos suaves como plumas, debilitando el férreo control que ella se decía a sí misma que poseía. Alex apartó la boca ligeramente de ella.

Luego, atrajo su cuerpo hacia adelante hasta que se apoyó contra el suyo y, sólo entonces, sus labios reclamaron los de ella, su lengua acariciándola íntimamente. Shea sintió como si las entrañas se le derritieran y una pequeña parte de ella gritaba para que todo aquello se detuviera en ese instante, antes de que fuera incapaz por completo de hacerlo.

Un gemido ronco escapó de su garganta y empujó con desesperación contra el torso de él. Alex le permitió que se alejara, pero no la soltó, la parte baja de su cuerpo, todavía amoldada contra la de ella.

– Deja que me vaya, Alex. No quiero hacer esto.

Su cara se sonrojó de nuevo y el ligero arqueo de los labios de él le indicó que no la creía.

– Ya veo que no -comentó con ironía.

Su tono ronco revelaba su excitación.

– Niall está en la habitación de al lado -dijo Shea con desesperación-. Podría venir y ver…

– ¿No te ha visto besar a un hombre nunca?

– No, sólo a su pa… Sólo a Jamie.

En ese momento, Alex la apartó de un empujón y se dio la vuelta frotándose el cuello.

Ella sabía que le había alejado con sus palabras y de repente deseó no haberlas dicho.

– Mira, lo siento -empezó Shea.

Él se dio la vuelta de golpe.

– Estoy seguro de que sí -dijo con aspereza Alex conteniendo el aliento-. Todavía no puedo creer que Jamie tomara parte en esto, de esta charada que habéis vivido. No puedo creer que me haya hecho esto.

– ¿A ti? -Shea sacudió la cabeza con fuerza-. Él no te lo hizo a ti, Alex. Lo hizo por mí.

– Sí, supongo que sí -sus ojos se clavaron en los de ella quemándole el alma y despertando una ardiente avalancha de recuerdos-. Jamie hubiera hecho cualquier cosa por ti -continuó Alex sin entonación-. Y yo también. Fue siempre así desde el momento en que te vi -se detuvo-. Buenas noches, Shea -dijo con suavidad antes de irse.


A la mañana siguiente, Shea se arrastró de la cama justo a tiempo para abrir la tienda. El que Niall ya estuviera levantado y preparado para su partido por saber que Alex iría a verle jugar, empeoró aún más su humor. Después de que el mecánico le arreglara el coche, despidió a su hijo con un beso y le deseó buena suerte.

Y seguía sin tomar una decisión acerca de qué hacer con Alex. Su extravagante propuesta se había filtrado en su mente a cada oportunidad durante aquella noche en vela. Y seguía acosándola cuando una horda de clientes entró en la tienda.

A primera hora de la tarde, Shea se sirvió una taza de café y se relajó contra el mostrador. Casi soltó un gemido cuando la puerta se abrió.

– ¡Shea! -David la saludó con una sonrisa-. He venido directamente. Esto casi requiere una celebración. ¿No lo crees?

– ¿Una celebración?

Shea frunció el ceño.

– ¿Quieres decir que Finlay no se ha puesto en contacto contigo? Yo creo que sí. Acabo de hablar con él por teléfono y ha aceptado el alquiler. Y con unas condiciones estupendas.

– ¿Que Alex ha aceptado…?

– No puedo creer que no te lo haya comunicado él directamente. Los términos son más que razonables y muy buenos para tu presupuesto -David se apretó el nudo de la corbata-. De hecho, mucho mejores que lo que yo había esperado. Por supuesto, he tenido que negociar duramente.

Se pasó la mano por el pelo con orgullo, se inclinó hacia adelante y le susurró una cifra.

Shea posó su taza con cuidado encima del mostrador. ¿A qué estaba jugando Alex? Se había negado a aceptar ningún compromiso acerca de la renta y ahora se la estaba poniendo en bandeja.

– En mi opinión, deberías firmar antes de que cambie de idea. El edificio está listo para su ocupación inmediata y no tienes que perder tiempo en adaptarlo a tus necesidades.

– Yo creía que pediría por lo menos el doble -dijo ella en voz muy baja mientras miraba a los ojos a David-. ¿Hay alguna cláusula incluida? -preguntó.

– No, ¿qué tipo de cláusula?

– No lo sé. Me parece demasiado bueno como para ser verdad, eso es todo.

– Por supuesto, como ya sabes, Shea, nuestra agencia está acostumbrada a revisar contratos y acuerdos. Todo está sobre la mesa y…

– No quería decir cláusulas legales -le aseguró Shea con rapidez-. Supongo que quería decir… bueno, que si había alguna estipulación no habitual o…

– No, no hay cláusulas añadidas de ningún tipo -dijo David-. Finlay ha estado de acuerdo conmigo en que es más beneficioso para él tener un edificio ocupado lo antes posible para animar a los posibles inquilinos del resto de la propiedad. Muy sensato por su parte -se encogió de hombros-. No puedo decir sinceramente que me caiga bien ese tipo, pero diría que ha sido extremadamente justo con este asunto.

Shea se preguntó si se podría confiar en Alex. ¿Serían sus motivos tan altruistas como creía David? Shea lo dudaba bastante. Y la única forma de averiguarlo sería preguntarle al mismo Alex.

– Y me preguntaba si te apetecería ir al concierto de la playa mañana -añadió David.

Shea declinó la invitación con amabilidad explicándole que debía ir a visitar a Norah al hospital y él aceptó la negativa con caballerosidad. Y después que se fuera asegurándole que tendría los documentos preparados para el lunes, Shea se preguntó de nuevo por qué no podría considerar a David como posible pareja.

Porque Alex la había inutilizado para ningún otro hombre, afirmó aquella molesta voz interior.

El tiempo fue pasando y el flujo de clientes bajando. Cuando la puerta se abrió, ella levantó la cabeza con ansiedad con la esperanza de que algún cliente la distrajera durante la media hora que faltaba para cerrar.

– Hola, Shea.

La sonrisa de bienvenida murió en sus labios mientras los traidores latidos empezaban a acelerarse al verlo.

Echó un vistazo a su reloj.

– Voy a cerrar.

– Ya lo sé. Acabo de venir de ver a Norah. Me dijo que podría pillarte antes de que salieras.

– Si has venido aquí a darme las buenas noticias acerca del contrato, ya las sé. David ha estado aquí. Lo que no tengo muy claro es la razón por la que has cambiado de idea tan de repente.

– No lo he hecho. Sólo he tomado una decisión.

– Ya sé lo que estás haciendo, Alex, y no funcionará. Preferiría establecerme en otro edificio. No pienso dejar que me manipules con ese contrato.

– ¿Manipularte? ¿De qué forma?

Shea lanzó una exclamación de exasperación y levantó la cabeza.

– ¿Como la de que hagas lo que te pido o no te alquilaré el edificio? -terminó él mirándola fijamente.

– Yo lo veo más como «te alquilo el edificio en esas condiciones tan maravillosas y ahora es tu turno de hacerme a mí un pequeño favor».

– ¿Como casarte conmigo?

Alex soltó una carcajada suave y áspera.

– Creo que quizá tengas razón, Shea, cuando has dicho que once años eran mucho tiempo, que la gente cambiaba. Quizá yo no haya avanzado con los tiempos. En lo que a mí respecta, el matrimonio era algo que tenía que ver con el amor. Y sigue siéndolo.

A Shea se le hizo un nudo en la garganta. ¿Qué derecho tenía Alex a hablar de amor?

– Ese es otro de mis problemas, verás -continuó Alex-. Intenté dejar de amarte, pero no he tenido mucho éxito hasta la fecha. Pero eso no tiene nada que ver con el maldito edificio industrial -clavó los ojos en ella-. Acepta el alquiler, Shea. Por el bien de tu negocio. O déjalo. Dile a Aston que me comunique tu decisión.

Se dio la vuelta en forma abrupta y cerró la puerta en silencio tras él.


Ella miró de nuevo su reloj de muñeca y cruzó la puerta abierta de la extensa nave. La informalidad no era muy propia de Bill Denham. Le había hecho toda la carpintería de su primera fábrica y siempre había sido competente y puntual. Que era por lo que le sorprendía que se retrasara quince minutos.

Desenrolló los bocetos que había realizado y revisó algunas de las medidas, lista para discutirlas con el carpintero.

Pero, por supuesto, su atención se distrajo de nuevo, como llevaba pasándole con frecuencia desde el fin de semana. Desde aquellos momentos en la tienda antes de que Alex se hubiera ido. Y ella le hubiera dejado partir.

Shea suspiró y se pasó la mano por el pelo suelto. Esa mañana había estado demasiado cansada como para recogérselo y se sentía pálida y fea.

Una furgoneta oxidada se paró frente a la puerta abierta y Bill Denham saltó de la cabina y avanzó hacia Shea.

– Perdona que llegue tarde, Shea -dijo al reunirse con ella-. Venía de camino desde Mullumbimby y tuve que dar una buena vuelta. Hay un atasco enorme por un accidente y nos desviaron a todos.

– Oh, espero que nadie haya salido herido.

– Tenía muy mal aspecto con todo aquel humo. Después, he oído la radio y parece que un tanque de gasolina derrapó y alcanzó a un coche y un autobús. Eso es todo lo que han dicho, aparte de avisar a todo el mundo de que evite esa carretera.

– ¿Has dicho que un autobús? -preguntó Shea con una oleada de pánico-. ¿Cuánto hace que ha pasado?

Bill se encogió de hombros.

– No estoy seguro. Entre tres cuartos y una hora, supongo.

El pánico de Shea fue en aumento. Había creído oír sirenas al salir de la autopista, pero no había pensado en ello.

– No sería un autobús escolar, ¿verdad? -preguntó con suavidad.

Bill se rascó el pelo canoso.

– Es un poco pronto para un autobús escolar, ¿no crees?

– El equipo de fútbol del colegio de mi hijo estaba jugando en Ballina hoy. Yo -se le encogió el estómago de ansiedad-. Mira, Bill. Tengo que irme. Tengo que averiguar si Niall está allí. Lo siento. Te llamaré.

Antes de que el hombre tuviera tiempo de comentar nada, Shea le había puesto los bocetos en las manos y estaba fuera en dirección al coche.

Que no le hubiera ocurrido nada a Niall, suplicó una y otra vez por el camino. No tuvo que ir muy lejos antes de llegar al corte, donde la policía desviaba los coches con urgencia hacia otra carretera comarcal. Agitada, aparcó el coche y corrió hacia el grupo de policías.

El olor ácido de la gasolina y el humo inundaba el aire y picaba la garganta. No conocía al policía que desviaba el tráfico, pero sí al oficial que estaba de pie al lado de un coche hablando por la radio. Posó el micrófono en cuanto Shea se acercó a él.

– ¡Rick! El autobús del accidente, ¿era un autobús escolar? -preguntó jadeante.

El policía estiró una mano para tranquilizarla.

– Los chicos están bien, Shea -empezó.

Shea se apoyó contra el coche para no caerse.

– ¿Estaba Niall en ese autobús? ¡Oh, no!

– Ninguno de los chicos ha sufrido daños -le aseguró el joven policía-. Están sólo un poco conmocionados.

– Tengo que ir allí. ¿Puedes dejarme pasar con el coche?

– Sube al coche patrulla y yo te llevaré.

Shea le dio las gracias mientras él la ayudaba a entrar al asiento del pasajero. El oficial hizo entonces una seña a los otros policías y, cuando pasaron la curva, Shea soltó un gemido de horror.

Las luces rojas y azules destellaban por todas partes y, detrás del tanque volcado, cubierto ahora de una capa de espuma, la hierba y los árboles estaban ennegrecidos por el fuego.

Pero Shea apenas se dio cuenta de la escena mientras buscaba frenética el autobús amarillo. Apretó los puños cuando lo vio. El autobús había salido de la carretera y se había detenido entre la hierba alta con el morro enterrado en una masa de arbustos.

Los chicos estaban de pie en un grupo a cierta distancia, contemplando a los bomberos maniobrar con el inmenso camión y el tanque roto.

– Es difícil de creer que todos hayan salido ilesos, ¿verdad? -dijo el policía al detener el coche-. Si el tanque hubiera estado lleno de gasolina, la historia podría haber sido muy diferente.

Shea apenas le oyó mientras saltaba del coche y salía corriendo hacia el grupo de niños. Casi gimió de alivio cuando vio la cabeza rubia de Niall. Estaba de pie al lado de Pete y, cuando la vio, esbozó una sonrisa de sorpresa. Shea lo rodeó con sus brazos y lo abrazó con fuerza.

– ¿Qué estás haciendo aquí, mamá? -preguntó Niall en cuanto le soltó-. ¿Te fue a buscar la policía?

– Oí lo del accidente y pensé…

Shea se detuvo para abrazarlo de nuevo.

– ¡Mamá! -protestó Niall con suavidad-. Estoy bien. De verdad. Pero me pondré malo si sigues apretándome con tanta fuerza.

Shea soltó una carcajada rota y tuvo que hacer un esfuerzo para no abrazarlo de nuevo. En vez de eso, se dio la vuelta hacia los otros chicos.

– ¿Cómo estáis vosotros? ¿Estás bien, Pete?

El mejor amigo de Niall asintió.

– Seguro, señora Finlay. Pero nos hemos asustado un poco. Debería haber visto levantarse el tanque. Era impresionante.

Los otros chicos asintieron.

– El entrenador tuvo que desviar al autobús para no chocar contra ese coche -continuó otro de los chicos-. Y entonces se salió de la carretera. Como en las películas.

– Tuvimos que salir todos por la ventanilla de emergencia -le contó Niall-. Alex la rompió.

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