Capítulo 5

– CREO QUE será mejor que te vayas, Alex -dijo Shea con toda la compostura de que fue capaz-. Es tarde y no creo que esta conversación nos vaya a llevar a ningún sitio.

– Tienes razón, Shea. Es tarde. Pero tenemos que hablar. Hay algo que quiero discutir contigo.

– No hay nada de qué hablar, Alex. Dejemos el pasado donde está. No veo que podamos ganar nada escarbando en él. Ahora, yo… buenas noches.

Él inclinó la cabeza de nuevo.

– De acuerdo. Lo dejaremos por ahora. Pero sólo por ahora. Buenas noches, Shea.

Se dio la vuelta y se metió en el Jaguar, dando marchas atrás para sacarlo a la carretera. Con un ronco ronroneo del poderoso motor del coche, desapareció.

Shea subió aprisa los escalones y entró en la casa.

– ¿Estás bien, cariño? -preguntó Norah en cuanto entró en la cocina.

– Por supuesto, Norah. Estoy bien -inspiró con fuerza y esbozó una sonrisa-. Bueno, esto ha sido una sorpresa, ¿verdad?

– Desde luego -asintió Norah mientras Shea la miraba un instante antes de apartar la vista-. Siempre esperaba que algún día volviera a Byron, pero llegar así, como caído del cielo, ha sido bastante sorprendente.

– Sí.

– Está mayor -dijo Norah con suavidad.

Shea soltó una carcajada exenta de humor.

– ¿Y qué esperabas, Norah? ¿Que Alex fuera el moderno Peter Pan? Hasta Alex Finlay tiene que envejecer. No tiene ningún monopolio sobre la juventud.

– Supongo que no -Norah le pasó la taza que acababa de secar-. Pero no parece que la vida lo haya tratado con amabilidad.

– ¿Ha sido la vida amable con alguno de nosotros?

– Todavía sientes amargura por que se fuera Alex, ¿verdad?

– Alex tomó su decisión hace muchos años -Shea se encogió de hombros-. Ahora apenas tiene importancia.

– Yo sé que Alex creía que lo que estaba haciendo era lo mejor -empezó a defenderle Norah.

Shea apretó los dedos contra el borde de le encimera. «Lo mejor para Alex Finlay», pensó con amargura.

– Y debe de haber tenido éxito en su carrera -continuó Norah-. Quiero decir que, si se ha podido permitir comprar esa casa a los Rosten más las otras propiedades que mencionó…

– ¿Dudaste alguna vez que Alex tendría éxito? -preguntó Shea.

– No, la verdad es que no. Él siempre ha trabajado duro y ha puesto el cien por cien en todo lo que ha hecho. Pero, Shea, volverlo a ver… bueno, me ha hecho comprender lo mucho que lo he echado de menos estos años.

– ¿Echarlo de menos? Norah, si ni siquiera vino al entierro de Jamie. ¿Cómo puedes perdonarle eso?

– Envió flores.

– También lo hicieron muchos conocidos distantes -interrumpió Shea antes de que Norah pudiera disculparle más-. Tú prácticamente lo criaste. Y él decía que quería a Jamie como a un hermano.

– Oh, Shea, no seas tan dura con él. Alex me ha contado esta noche por qué no vino al funeral.

– ¿Esta noche? ¿Y por qué no pudo explicarlo hace cuatro años?

– Dice que quería decírmelo cara a cara.

– ¿Y qué era más importante que el funeral de Jamie? ¿Es que ganó un millón más o algo así?

– Patti tomó una sobredosis la mañana en que Alex iba a venir en avión -explicó Norah con suavidad-. Alex se quedó en el hospital con ella. No pensaban que se salvaría.

Shea la miró aturdida.

– Yo sabía en mi corazón lo mucho que Alex quería a Jamie -siguió diciendo Norah-, que hubiera querido estar aquí con desesperación. Pero puedo entender que no dejara a Patti así. Me contó que llevaban separados algún tiempo, pero ella tenía su número de teléfono en el monedero y los del hospital le llamaron en cuanto ocurrió. Su padre estaba en Inglaterra en ese momento y alguien tenía que estar con ella. Así que Alex se quedó.

– Yo… -Shea exhaló con pesadez-. Lo siento, Norah. No lo sabía.

– Alex me ha dicho que ella está bien ahora. ¿Sabes? Yo siempre sentí un poco de lástima por la pobre Patti cuando todos erais pequeños.

Shea miró a su suegra con sorpresa.

– Pero si Patti Rosten tenía todo lo que los demás deseábamos.

Shea sabía que Patti había estado enamorada de Alex, pero en aquella época ella estaba convencida de que Alex sólo la amaba a ella. Al final, Alex se había casado con Patti.

– Sí, Patti tenía todas las cosas materiales, pero adoraba a su padre y él estaba siempre tan ocupado, que apenas tenía tiempo para ella. Yo la veía como una niña perdida -Norah sacudió la cabeza-. Sin embargo, debo admitir que me sorprendió que Alex me anunciara que se casaba con ella. Ahora me ha contado que se ha vuelto a casar hace un año o así.

– Estoy bastante cansada, Norah. Creo que me iré a la cama. Mañana, quiero estar pronto en la tienda.

– Sí, todos hemos tenido una noche bastante intensa, ¿verdad? Buenas noches, cariño. Hasta mañana. Y, Shea… -ella se detuvo para mirarla-. Alex ha significado mucho para todos nosotros -Norah estaba eligiendo las palabras con mucho cuidado-. Quiero decir, que si sientes que él debe arreglar algo, dale la oportunidad de hacerlo.

– Hemos salido adelante sin él durante once años. No veo por qué van a cambiar nuestras vidas porque él haya regresado.


Ella no se había creído las últimas palabras que había pronunciado, se dijo a sí misma sentada en la oscuridad de su habitación unas horas más tarde.

¡La llegada de Alex cambiaría todas sus vidas! Qué broma tan pesada para ella, pensó con el pulso todavía acelerado por del horrible sueño de sus cuerpos desnudos y un deleite casi indecente. La piel de Shea ardía al recordar el tema de su sueño con toda su sensual claridad. Cuando Alex se había ido y ella había comprendido con pánico que no volvería, había tenido por primera vez aquel sueño, la primera de una multitud de veces.

En él, siempre estaba con Alex, haciendo el amor a la luz de la luna. Los escenarios habían cambiado algunas veces, pero la satisfacción de los dos participantes había sido constante.

Avanzada la noche, cuando sus defensas se relajaban, la escena se repetía en su mente como una película X. Y siempre era Alex, con toda su belleza masculina, el que salía de su traidor subconsciente para seducirla. Hasta que se despertaba con una sensación tan eléctrica y tan excitante, que era una agonía comprender que había sido una ilusión y que, en la realidad, él estaría siempre fuera de su alcance.

Aquellos devastadores sueños habían continuado después de casarse con Jamie. Al menos mientras su matrimonio había sido tan platónico como su anterior relación.

¡El querido Jamie! Se había casado con ella sabiendo que estaba embarazada del hijo de su primo y que nunca soportaría que él, ni ningún otro hombre, la tocara. Se había quedado a su lado durante el parto tan difícil de Niall. Y había querido a Niall como hubiera querido a su propio hijo.

Extrañamente, saber que Alex se había casado con Patti Rosten había cambiado de alguna manera toda la vida de Shea. Era como si su corazón congelado hubiera empezado a derretirse. Había sido penoso, pero había sobrevivido. Y se había vuelto hacia Jamie en busca de solaz y consuelo… Su matrimonio podría no haber sido de una pasión desbordante, pero los dos se habían preocupado profundamente por el otro. Y los dos habían amado a Niall.

Shea levantó las rodillas y apoyó la cabeza en ellas.

Mirando atrás, Shea apenas podía creer haberse sentido tan despreocupada, tan segura del amor de Alex como se había sentido años atrás. Y aquella noche en particular, la noche en que él había roto su joven corazón, estaba grabada a fuego en su memoria.

Alex la había invitado a cenar a su restaurante favorito. Habían comido espaguetis y, de postre, frutas y helado casero.

Shea había notado que Alex había estado un poco silencioso, pero ella se sentía tan eufórica por lo que tenía que contarle que se había sentido flotando durante toda la comida entre una bruma placentera. Ni siquiera había considerado que Alex no pudiera sentirse tan extasiado como ella ante la noticia del bebé.

Después de la comida, habían conducido hasta su rincón favorito y Alex había sugerido dar un paseo por la playa desierta. Más que llena después de la agradable comida, ella había consentido encantada. Se habían quitado los zapatos y Shea había deslizado la mano entre la de Alex como hacía siempre.

Habían paseado un rato y habían dado la vuelta y, mientras se acercaban al sitio donde habían dejado el coche, la luna había salido de entre las nubes y había iluminado la playa.

– Mm -había murmurado con placer Shea-. ¿No es el lugar más bonito de la tierra, Alex?

Se acurrucó más contra su fuerte cuerpo y el embriagador aroma del mar y la sal mezclado con su loción almizcleña le hizo anhelar que él la tomara en sus brazos, como hacía siempre.

Entonces le contaría lo del bebé. Casi podía imaginarse la escena. Ella soltaría la noticia con timidez y él la atraería hacia sí abrazándola con delicadeza como si fuera una frágil flor. La besaría con reverencia y ella le diría entre risas que no iba a romperse, que todo era una parte natural de la vida y que el médico le había dicho que estaba bien y que estar embarazada no significaba que no pudieran hacer el amor.

Y eso era exactamente lo que harían a continuación: hacer el amor. Y hacer planes para su vida juntos para siempre.

Alex dejó de caminar y Shea se quedó de puntillas chupándole el lóbulo de la oreja. Pero en vez de volverse hacia ella, Alex se había apartado.

– Shea, tenemos que hablar.

– Ya lo sé.

Frunció el ceño ligeramente. ¿Sabría Alex que estaba embarazada? No, por supuesto que no. Los dos habían pensado que habían sido muy cuidadosos y Alex siempre había usado protección. Aparte de aquella primera vez. Shea sonrió para sí misma. Pero aquella y única vez había sido suficiente para concebir a su hijo.

– Shea, yo… -Alex se detuvo y se pasó la mano por el pelo con nerviosismo-. Ya sabes que quiero ampliar mi educación, que había planeado mantener el trabajo en la tienda de surf e ir a la universidad a tiempo parcial, ¿verdad?

Shea asintió con la cabeza.

– Bueno, eso me llevaría unos cuantos años más que si estudiara a tiempo completo.

– Pero creía que no podías permitírtelo ni siquiera con la beca -empezó Shea.

– Y no podía. Por eso esta idea de Joe Rosten es tan estupenda. Quiere pagarme los estudios para que después empiece a trabajar con él. Me pagará la matrícula, los gastos de manutención, etc. Es un sueño hecho realidad.

– ¿Quieres decir que el señor Rosten va a darte una especie de beca?

– Algo así. Por supuesto, tendré que trabajar para él en cuanto consiga mi título, pero eso no es problema. Hay cientos de personas que matarían por conseguirlo. Y yo sacaré mi título y tendré un trabajo esperando por mí -Alex sacudió la cabeza-. Todavía no puedo creerlo.

– Alex, suena maravilloso. ¿Cuándo te lo pidió? ¿Cómo se acercó a ti para preguntártelo?

– Vino a la tienda ayer con Patti, empezamos a hablar acerca de mis planes y de repente me hizo la oferta. Así de sencillo. Entonces, anoche se pasó por mi casa y habló con mi padre acerca de ello. Ya sabes que papá y Joe se conocen de cuando Joe estuvo aquí durante la guerra.

– Oh, Alex. Yo tampoco puedo creerlo -Shea le abrazó-. ¿A qué universidad piensas ir? Supongo que Queensland es la más cercana.

– Bueno, ese es el asunto, Shea. Joe se vuelve a Estados Unidos y quiere que me vaya con él a la misma universidad a la que asistió él.

– ¿Quieres decir que quiere que vivas en Estados Unidos? -preguntó con incredulidad Shea antes de que Alex asintiera-. Pero eso es un trastorno enorme. ¿Qué piensa tu padre?

– A papá no le importa. No es como si Joe fuera un desconocido. Papá se ha mantenido en contacto con él desde la guerra y Joe quiere que mi padre vaya a visitarnos de vez en cuando. Ya sabes que Joe y Patti sólo vienen aquí los veranos.

Ella sintió que se le secaba a boca. Y todo el verano, Patti Rosten había estado persiguiendo a Alex. No era que él lo hubiera notado, pero… -Shea sintió el primer temblor de intranquilidad-. Pero el señor Rosten ha comprado la casa grande blanca.

– Sólo como inversión. Joe y Patti se van la próxima semana y quieren que me vaya con ellos.

¿Quería decir Alex que iba a irse sin ella?

– ¿Y por qué tan pronto? -consiguió decir.

¿Quizá ella lo seguiría más adelante?

– Parece lo más sensato. Así tendré tiempo de instalarme. Joe va a alquilarme un pequeño apartamento adosado a su casa y así podré estudiar algo antes de que empiece el curso.

– ¿Y qué pasará conmigo?

– Ya sabes lo que siento por ti, Shea -dijo con cuidado Alex-. Pero he estado pensando en nosotros y, bueno, me siento muy culpable porque tú eres muy joven y yo no debería haberme aprovechado de eso.

– ¿Aprovecharte? ¿Quieres decir que no deberíamos haber hecho el amor?

– No, no deberíamos. Tú eres tan joven y…

– Alex, por Dios bendito. Ya no soy una niña y he pasado la edad de consentimiento sexual.

Alex alzó las manos pero las dejó caer.

– Quería decir que eres inexperimentada y…

– Sé lo suficiente como para saber que te amo Alex. Siempre te he amado.

– Y yo también te amo. Pero el momento no es el adecuado, Shea. Necesitas… bueno, vivir un poco más la vida.

– ¿Probar con otro hombre? -gritó enfadada Shea.

– ¡Dios santo, no! No quería decir eso. Sólo… -Alex sacudió la cabeza-. Quería decir que sólo tienes diecisiete años, eres demasiado joven como para establecerte.

– ¿Por qué no puedo ir contigo? Yo también podría conseguir un trabajo.

– Creo que debo hacer esto por mi cuenta una temporada. Pienso que necesitaré toda la concentración y esfuerzo posibles, sin distracciones.

– ¿Y yo sería una distracción? ¿Es así como me ves?

– Ya sabes que no es eso lo que quiero decir. De momento, no tengo nada que ofrecerte, Shea, excepto pobreza. Ni siquiera es mío ese viejo coche destartalado. Quiero más para ti.

– Yo sólo te quiero a ti, Alex.

– Mira, Shea. Sólo serán unos pocos años. Conseguiré mi título y…

– ¿Unos pocos años? Si ni siquiera puedo pasarme un día sin ti, cuanto menos unos años. Te necesito ahora.

– Shea, me halaga que creas sentir eso por mí y, si sigues sintiéndolo dentro de un par de años, entonces podremos hacer planes.

– ¿Hacer planes? Yo pensé que ya teníamos planes hechos, Alex.

– Sólo los estamos posponiendo un tiempo. Shea, por favor. No me pongas esto más difícil.

– ¿Ponértelo más difícil? -Shea alzó la voz-. ¡Dios mío, Alex! Eres un arrogante y despreciable bastardo y te odio. ¡Te odio!

El se movió hacia ella, pero ella dio un paso atrás.

– ¡No! ¡No me toques! Te odio de verdad, Alex, y no quiero volver a verte nunca.

Él intentó alcanzarla de nuevo, pero ella le dio un empujón y, tropezando con torpeza en una hondonada, Alex cayó de espaldas contra la suave arena.

Shea se dio la vuelta. Salió corriendo por la playa y trepó la duna cubierta de hierba. Estaba al borde de la carretera cuando Alex llegó a la base. Por suerte, pasó un taxi en ese momento y Shea lo paró agitando los brazos con frenesí, de forma que cuando Alex cruzó la carretera, ella ya estaba sentada en la parte trasera. Le observó quedarse de pie con impotencia bajo la luz de la luna mientras el taxi arrancaba.

Durante cinco días, se negó a verlo y no contestó a sus llamadas. Al final, cuando Alex estaba a punto de partir al día siguiente, fue Jamie el que la convenció para que hablara con él.

– ¿Sigues pensando que deberíamos esperar unos años, Alex? -le preguntó sin rodeos.

– Shea, no quiero que nos separemos así… -empezó Alex.

– ¿Sigues queriendo ir a Estados Unidos tú solo? -repitió Shea.

– Sí, Shea, eso quiero. Tú eres joven y…

– Entonces no hay nada más que decir, ¿verdad? -le atajó ella-. Adiós, Alex. Que lo pases muy bien.

Shea suspiró y se recostó contra las almohadas. En retrospectiva, desde la seguridad de once años después, podía reconocer que parte de su dolor se lo había infligido ella misma.

Con la arrogancia, egoísmo e ingenuidad de la juventud, ella simplemente lo había adorado y le había erigido en una especie de dios. Entonces, cuando había descubierto que el dios tenía los pies de barro, que había caído del pedestal en que ella le había colocado con su ceguera, ella casi se había derrumbado junto a él.

Shea arrellanó los almohadones inquieta y cerró los ojos, deseando que llegara el olvido del sueño. Alex sólo estaba de vuelta en su vida desde hacía unas pocas horas y ella ya le estaba disculpando.

La cara de Alex seguía deslizándose con facilidad en su mente.

Una parte de ella reconocía que sería fácil caer bajo su hechizo de nuevo. Había pensado que lo había perdido todo la última vez, pero ahora tenía mucho más que perder.

Niall. El corazón se le contrajo de dolor. Si Alex descubriera que tenía un hijo, ¿intentaría apartar a Niall de ella? No. Alex no haría eso. ¿O sí?

¿Y cómo podía estar segura después de tanto tiempo? Once años atrás, hubiera dicho que no, pero no sabía nada de la vida de Alex Finlay como para poder asegurarlo ahora.

Incluso si él quisiera participar en la vida de Niall, ¿podría ella en justicia negárselo? Podía y lo haría. La biología no era el único factor de ser padre. En todos los demás aspectos, había sido Jamie el padre de Niall y Alex no tenía derechos…

Shea se sentó de nuevo, completamente despierta ahora. ¿No tenía derechos? ¿Le había dado ella a Alex la oportunidad de tener ningún derecho? Pero con sus actos, él mismo se los había negado.

Durante el resto de la noche, Shea se removió agitada y sintió un gran alivio cuando apagó el despertador digital y saltó de la cama revuelta. Con un temblor decidió que el estado de la ropa de cama daba la impresión de que su sueño erótico había sido real por completo.

¡Bueno, pues no lo era!, se dijo a sí misma con enfado, recogiendo la ropa para dirigirse a la ducha.

Se frotó con gran vigor con la toalla y se puso un traje de color rosa coral de falda recta y americana a juego.

El maquillaje disimularía las ojeras profundas bajo los ojos, pero tendría que suprimir aquellos continuos e innecesarios recuerdos nostálgicos de Alex.


Por supuesto, reflexionó más tarde al entrar en su oficina, no había ayudado nada el que Niall se hubiera pasado todo el desayuno soltando alabanzas de Alex con los ojos brillantes por el sueño interrumpido. Casi todas sus frases parecían empezar con Alex y Shea se sintió más que aliviada de poder dejar que su hijo terminara el desayuno con su abuela.

Sue Gavin, su vecina, llevaría esa mañana a Niall y a su hijo Pete al colegio, así que Shea podía aprovechar la oportunidad para llegar pronto al trabajo y adelantar algo de papeleo. Sus papeles parecían haberse multiplicado por tres al prepararse para ampliar su negocio.

Con decisión, apartó a Alex de su cabeza y para cuando Debbie, su joven asistente, llegó, Shea pudo felicitarse a sí misma de haberse quitado de encima una razonable cantidad de trabajo.

– Hace un día precioso, Shea.

Debbie entró como a bocanada de aire fresco y le puso una taza de café humeante en el escritorio.

– Hum. Delicioso. Recuérdame que te dé un aumento -dijo con ligereza.

Debbie soltó una carcajada.

– Eso sólo lo dices cuando no hay testigos.

– No, lo digo en serio, Debbie. Y esta misma semana. De verdad aprecio el trabajo tan estupendo que has estado haciendo y el poder dejar tranquila la tienda en tus manos cuando tengo que irme.

Debbie se sonrojó de placer.

– Bueno, gracias, Shea.

– Y ahora que hemos ampliado nuestro espacio, definitivamente necesito buscarte un asistente. La tienda es demasiado grande para una sola persona, sobre todo ahora que yo me paso tanto tiempo fuera con los proveedores -dio otro sorbo de café-. Así que, si conoces a alguien adecuado, por favor dile que me llame.

– Eso sería estupendo -Debbie saltó de un pie a otro-. Pues la verdad es que sí conozco a alguien. Mi prima pequeña, Megan.

– ¿Cuál de ellas es?

– La hija de mi tío Mick. ¿Te acuerdas de que mi tía se murió hace un par de años? Megan ha estado cuidando de la familia desde entonces. Tiene tres hermanos pequeños, pero su padre se acaba de casar y por suerte a todos les cae bien su nueva esposa. Por eso, ahora Megan quiere conseguir un trabajo. Es una chica encantadora, muy responsable y se puede confiar en ella. Acaba de cumplir los dieciocho años.

– Quizá le puedas preguntar cuando puede venir a hacer una entrevista.

– Podría llamarla ahora mismo. Estoy segura de que estará libre -dijo Debbie con ansiedad.

Shea soltó una carcajada.

– De acuerdo. Dile que venga a las cuatro en punto esta tarde.

– Estupendo -Debbie salió corriendo con la cara iluminada de contento-. Oh, he oído algunos cotilleos de la reunión de anoche de que querían concentrarse en el ayuntamiento. Ya me imagino a David Aston dirigiendo la protesta.

Shea se rió a pesar de sí misma.

– Creo que se quedará sólo en palabras.

– Una pena. Eso animaría el pueblo. Y hablando de animar, también he oído que un chico que vivía aquí ha vuelto. Alex Finlay. ¿Es familiar tuyo?

– Es primo de Jamie -dijo Shea deslizando la mirada de la cara interesada de Debbie a los papeles.

– ¿Y no es el chico de la fotografía que hay en las paredes del colegio?

– Han pasado por lo menos quince años desde que Alex Finlay fue a ese colegio.

– Pues parece ser casi una leyenda allí. Era el capitán de la escuela, ¿verdad?

– Oh, sí. Creo que lo era.

– Eso pensaba yo -continuó Debbie con entusiasmo-. Futbolista, surfista, el duque del colegio. ¡Uau! Es simplemente guapísimo. ¡Vaya tipazo! Realmente, podría enamorarme de él.

Shea echó un vistazo a su muñeca.

– Creo que es hora de abrir la tienda -dijo un poco cortante para arrepentirse en el acto al ver desaparecer la brillante expresión de Debbie. Entonces sonrió-. No querrás que tengamos a las hordas de clientes matutinos esperando, ¿verdad?

La sonrisa fácil de Debbie retornó en el acto.

– De ninguna manera. Ah -se dio la vuelta y Shea se preparó para más apreciaciones extravagantes acerca de los atributos de Alex-. Y no te olvides de que David Aston llega a las nueve en punto para llevarte a los locales de la fábrica

Shea miró la hora de nuevo.

– Oh, sí. Se me había olvidado -con toda aquella cháchara sobre Alex, su cita con David se le había pasado por completo-. Estoy resuelta a tomar la decisión final acerca del nuevo edificio hoy mismo. Estoy harta de tener eso pendiente desde hace tanto tiempo. Y, aparte de eso, dedicar mi tiempo a visitar viejos edificios industriales no me excita exactamente.

– ¿Ni siquiera yendo con David Aston?

– Ni siquiera con él.

Debbie sonrió.

– Apuesto a que él no diría lo mismo. Pone ojos de cordero degollado cuando está a tu lado, Shea.

– Eso es ridículo, Debbie.

– Si tú lo dices…

Debbie soltó una carcajada y se fue a abrir la puerta de la tienda.

Shea frunció el ceño. Debbie tenía razón. David había hecho algunas tentativas de acercamiento hacia ella y eso lo sabía, pero ella había cortado en seco cualquier intento de avance. No estaba interesada en empezar ninguna relación con nadie y mucho menos con un joven insistente como David. Era una persona bastante agradable, pero tenía que admitir que su hijo tenía razón: era bastante aburrido.

Shea no se había preocupado realmente de él aparte de sus intereses profesionales porque esperaba que su indiferencia le desanimara. Y en cuanto encontrara el local adecuado, no tendría que tener más contacto con él.

David Aston entró en Shea Finlay a las nueve en punto, como esperaba ella. Tan puntual como siempre e inmaculadamente vestido, también como siempre. Su planchada camisa verde pálida y sus pantalones de un tono más oscuro estaban complementados con una corbata de muchos colores.

– Maravillosas noticias, Shea. Hemos conseguido localizar al representante de la empresa propietaria de esa serie de nuevos locales en la carretera de entrada.

– ¿Los edificios que yo prefería? David, eso es estupendo. ¿Podemos ir allí primero?

Shea no podía contener la excitación. El edificio al que David se refería era uno que ella había visto por su cuenta antes de consultar a la inmobiliaria, pero hasta el momento, nadie había podido localizar al propietario de la media docena de locales recién construidos.

Comparados con los edificios industriales de la ciudad, aquellos eran modernos, con estilo y muy agradables a la vista.

David se levantó la manga de la camisa y frunció el ceño.

– Charlie me dejó un mensaje de que el representante no podría reunirse con nosotros antes de las diez, así que podríamos refrescar la memoria de los otros locales por los que has demostrado algún interés.

David abrió la puerta del coche con una inclinación y ella tuvo la sensación de haberlo vivido ya. Se deslizó en el interior y pensó que veinticuatro horas atrás había hecho lo mismo sin tener ni idea de lo que le depararía la tarde.

– Me alegro de que llegaras bien anoche a casa.

David se estaba abrochando el cinturón de seguridad a su lado y Shea se removió incómoda.

– Sí. Gracias por llamar, pero no era necesario, David -tragó saliva con fuerza-. Quiero decir que conozco a Alex desde que era pequeña.

– ¿Y no esperabas su regreso?

– No. No hemos mantenido mucho contacto -dijo con indiferencia esperando que David captara la indirecta y cambiara de tema.

David arrancó el coche y lo sacó a la calle.

– Me dio la impresión de que es un hombre que va a lo suyo. No es algo que les guste mucho a las mujeres en la actualidad, ¿verdad?

Shea murmuró algo incoherente y sintió que David la miraba de soslayo.

– ¿Vas a ir al mercado este fin de semana?

Shea se relajó un poco.

– Por supuesto.

Shea siempre acudía al mercado mensual de Byron Bay. Era en los mercados donde había empezado su profesión, vendiendo los vestidos que diseñaba, y todavía poseía su propio puesto en el que se turnaba con Debbie. David lo sabía, así que quizá el tema de conversación no fuera tan seguro como había pensado.

– He oído que hay un concierto en la playa después del mercado. Me preguntaba si pensabas ir.

¿Le estaría pidiendo David que fuera con él?

Shea se sonrojó un poco. Bueno, pues no tenía intención de ir con él, y su primer impulso fue decírselo sin rodeos. Pero no quería ofenderle.

– Niall me mencionó algo, pero no estoy segura de que vayamos a ir. Bueno, ¿a dónde vamos primero esta mañana? -se apresuró forzando un tono de ánimo en la voz que estaba lejos de sentir.

Durante la hora siguiente visitaron otros tres posibles locales y después se dirigieron a la carretea que llevaba desde Pacific Highway hasta Byron Bay. La nueva propiedad estaba a un par de millas del centro de la ciudad.

David aparcó frente a una pequeña oficina móvil que no había estado allí la última vez que habían visto los edificios. No había nadie por los alrededores, así que caminaron hacia el primer edificio y Shea se puso de puntillas para escudriñar por la ventana.

– Este es del tamaño exacto que tenía pensado. Sería perfecto. Todos parecen tener sus áreas de aparcamiento y así no habrá congestión para la descarga. Y el hecho de que los edificios estén bastante separados y tengan una jardinería tan perfectamente diseñada que los aísla del ruido es una ventaja. ¿No crees, David?

– Sí, estoy de acuerdo, Shea.

– ¿Y no te dijo Charlie a quién pertenecían?

– No. Sólo me dejó el mensaje con la hora de la cita. Se tuvo que ir pronto esta mañana para hacer unas valoraciones de propiedades en la costa.

– El único inconveniente que le veo es que son nuevos y pueden ser muy caros para mí.

– Estoy seguro de que el propietario estará abierto a las negociaciones -dijo David con confianza-. Los tiempos son duros y no hay tanta gente ansiosa por emprender un nuevo negocio como hace unos años. Y siempre es bueno tener inquilinos en un edificio para animar a que los demás se alquilen.

– Espero que tengas razón -empezó Shea para detenerse cuando un coche entró por la carretea de servicio y aparcó frente a la oficina.

David y Shea dieron la vuelta aprisa y, al llegar a la esquina de la caseta de la oficina, Shea se detuvo en seco. Contuvo un gemido de sorpresa al ver al hombre que salía del deportivo oscuro.

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