QUE ALEX quedó tan sorprendido como Shea quedó patente en el arqueo de sus cejas, pero sólo asintió en dirección a ellos antes de meter la llave en la puerta de la oficina. Entonces, se apartó para que ellos le precedieran y subieran los dos escalones.
– ¡Bueno, vaya sorpresa! -David también parecía haberse recuperado de su asombro y adoptó su actitud más profesional-. Anoche no esperaba que fuéramos a vernos tan pronto otra vez. David Aston -le recordó extendiendo la mano-. Y Alex Finlay, ¿no es así?
Alex inclinó la cabeza en silencio y, dejando el maletín en la mesa, estrechó la mano de David.
– Charlie Gray me dijo que nos reuniríamos con una representante de la empresa encargada de alquilar los edificios -David sonrió con ansiedad y Alex hizo un gesto de asentimiento con evidente desgana. Bien, bien puso una mano en el brazo de Shea de forma posesiva-. Y, por supuesto, Alex, ya conoces a Shea.
Alex volvió sus ojos castaños hacia Shea.
– Sí, la conozco.
Su profunda voz envió escalofríos a toda sus terminaciones nerviosas.
– Supongo que Charlie también te habrá dicho que podríamos tener una o dos personas interesadas en estos edificios -David se frotó las manos-. Es una pena que la situación económica no sea un poco mejor.
La mirada de Alex había permanecido clavada en Shea y ella sintió que empezaba a sonrojarse por el cuello.
– ¿Por qué no os sentáis? -dijo Alex haciendo un gesto hacia las dos sillas a sus espaldas.
David sacó una silla para Shea y Alex, dio la vuelta al escritorio para sentarse.
– Entonces, ¿qué interés tienes en los edificios, Shea? -preguntó Alex ignorando a David por completo.
– Shea está pensando en ampliar la sección de fabricación de su negocio -empezó David.
– ¿De qué tipo de espacio estamos hablando?
Cómo desearía Shea simplemente levantarse y salir de allí.
Bueno, ella era una mujer de negocios, se recordó a sí misma. Y aquello era un asunto netamente profesional. Se aclaró la garganta y procedió a enumerar las necesidades de su fábrica.
Alex escuchó con atención y permaneció en silencio hasta que ella acabó.
– Por supuesto, Shea querrá ver el local más detenidamente antes de tomar la decisión -intervino David con rapidez-. Y quiere el mejor trato en lo referente al alquiler.
– Puedo proporcionar referencias profesionales, en caso de que las necesites.
– Su empresa es bien conocida y tiene unas credenciales ejemplares -interrumpió David de nuevo.
Alex lo miró fijamente y el otro hombre se removió inquieto en su asiento.
– Estoy seguro de que sí -comentó Alex con sequedad mientras sacaba de su maletín un manojo de llaves-. ¿En qué edificio o edificios estás interesada?
– En este primero de aquí.
David señaló uno que se veía desde la ventana de la oficina.
– Tengo algo de trabajo de papeleo, así que, por favor, tómate tu tiempo.
Con aquellas palabras, Alex sacó una carpeta y la abrió frente a él indicando que la conversación había terminado por el momento.
David y Shea cruzaron hasta el edificio y él se adelantó para abrirle la puerta.
– ¿Siempre ha sido tan beligerante? ¿O es sólo conmigo?
– No lo recuerdo -murmuró con vaguedad Shea mientras buscaba en su bolso la cinta métrica.
David la ayudó a tomar algunas medidas que ella anotaba en su agenda.
Su excitación fue en aumento y casi se olvidó de que Alex tenía algo que ver con el negocio.
– ¿Quieres que vaya afuera y empiece a hablar con él de los precios mientras tú terminas de echar un vistazo al edificio? -se ofreció David.
– No tardaré mucho y podemos ir juntos.
– Creo que sería mejor si me dejaras discutirlo con él. Tú no tendrías que hacer la negociación y el regateo. Es para eso para lo que me pagan a mí. Soy tu agente y debo ganarme mi sueldo.
David esbozó una débil sonrisa.
– De acuerdo -acordó con desgana Shea mientras David salía con pasos resueltos.
Shea suspiró. Si David creía que podría manipular a alguien del calibre de Alex, iba a llevarse una buena sorpresa.
Shea terminó su inspección y se acercó a la puerta abierta. Sin ganas de reunirse con Alex y David, soltó un suspiro de alivio cuando vio al último doblar la esquina y acercarse aprisa a ella.
– ¿Has terminado? -preguntó él con el ceño fruncido.
A Shea le dio un vuelco el corazón.
– ¿Qué ha dicho?
David la tomó por el brazo.
– Aquí no -miró con intensidad hacia la oficina-. Vamos. Podremos hablar en el coche.
Mientras caminaban hacia la carretera asfaltada, Shea pudo sentir los ojos ardientes de Alex clavados en su espalda y se sintió agradecida cuando entraron en la autopista en dirección a la ciudad.
– Creo que a los dos nos vendría bien una taza de café.
Shea seguía mirando al frente sin ver nada.
Por experiencia, sabía que David se tomaba su trabajo muy en serio y no le gustaba que le metieran prisas. Siempre insistía en que dejaran cualquier discusión hasta estar de vuelta en su oficina con una taza de café delante.
Sin embargo, no se dirigió hacia la inmobiliaria como ella había esperado, sino que siguió todo recto.
Shea se removió en su asiento.
– Pensé que íbamos a tu oficina.
David esbozó una sonrisa torcida.
– Hace un día tan bonito que he pensado que en el café Playa estaremos mejor que en la oficina. ¿Te parece bien?
Shea asintió con desgana y siguió sentada en silencio hasta que él aparcó el coche bajo un árbol cerca del conocido restaurante.
Llegaban un poco pronto para el almuerzo y David escogió una mesa en el muelle exterior, comprobando que Shea quedaba instalada antes de entrar a pedir. La otra media docena de clientes, evidentemente turistas, no dejaban de soltar exclamaciones acerca de la vista panorámica del Océano Pacífico.
David regresó y se sentó frente a ella.
– ¿Quién podría pensar en contaminar los océanos cuando contemplas esos colores tan magníficos? -señaló David-. Estas vistas tan maravillosas fueron las que me decidieron a instalarme aquí.
Shea se agitó irritada en su asiento.
– Bueno, ¿qué dijo Alex? -repitió, incapaz de contener la curiosidad ni un segundo más.
Pero, para su exasperación, la joven camarera eligió ese momento para servirles el café y David esperó hasta que la chica se alejó.
– Es el más retorcido y terco… -se detuvo y la miró con gesto de disculpa-. Perdona, Shea. Por favor, disculpa mi rudeza. Pero Alex Finlay es realmente insoportable.
– ¿Quieres decir que se niega a aceptar mi solicitud de alquiler?
David posó la taza de café y se inclinó hacia adelante.
– No ha dicho exactamente eso.
– Entonces, ¿qué ha dicho?
– No gran cosa -David frunció el ceño-. Sólo que se lo pensará.
– ¿Que se lo pensará? ¿Qué es lo que tiene que pensar? ¿Los términos del alquiler? ¿O el que yo tenga mi negocio en su edificio?
– No tengo ni idea, Shea. Ah, tomó una copia del contrato normal de arrendamiento y dijo que la examinaría y me la devolvería. Pero simplemente no quería hablar de negocios conmigo. Esto es muy irregular.
Shea dio un sorbo a su café. ¿A qué estaría jugando Alex?
– Quizá sea sólo cauteloso ante el contrato. Quiero decir, que yo le dije que era un contrato típico, que éramos una empresa seria. Le aseguré que no había problemas con el estado económico de tu negocio y que estabas interesada en un alquiler a largo plazo. Yo hubiera creído que tendría que haber dado brincos ante tal oferta.
David siguió en el mismo tono mientras Shea intentaba comprender la reticencia de Alex para hacer negocios con ella. ¿Le negaría aquel edificio simplemente por lo que había ocurrido en el pasado? Seguramente no. Alex era un astuto hombre de negocios. No haría…
– Tengo la impresión de que será él el que dé el siguiente paso -interrumpió David sus pensamientos-. Quizá le guste mantenernos a la expectativa. Pero yo no me preocuparía mucho por ello, Shea.
– Siempre podré elegir otro edificio. Ese parecía demasiado bueno como para ser verdad. Pero no me gustaría tener una tienda de maquinaria pesada justo al lado.
– En eso no hay problema. Finlay me ha dicho que definitivamente no quiere ninguna empresa de ese tipo. Cree que está demasiado cerca de la ciudad. Ese tipo está muy concienciado con el medio ambiente, parece, aunque tenga una manera extraña de hacer negocios.
– Iré a hablar con él yo misma -dijo Shea.
David apretó los labios.
– No creo que sea necesario. Yo soy tu representante. Es para eso para lo que me pagas. Creo que será mejor esperar a que él dé el paso.
Shea seguía elucubrando sobre la aparente perversidad de Alex al volver a su casa después del trabajo. No quería esperar por nadie. Quería seguir con la expansión de su negocio y lo haría. Con o sin el edificio de Alex.
Shea se fijó en la bicicleta de Niall y subió los escalones esperando que saliera a recibirla. Pero no estaba en su habitación así que se acercó hasta la cocina.
– ¡Hola, Norah! -saludó a su suegra, que estaba atareada en preparar la cena.
Norah la recibió con una sonrisa débil mientras Shea se sentaba frente a ella.
– ¿No te sientes bien? -le preguntó Shea preocupada.
– Oh, sí, cariño. Es sólo mi vesícula, como siempre. Eso es lo que pasa por haber tomado bizcocho relleno de crema con Sue esta mañana.
– Déjame ayudarte con esto -Shea se dispuso a cortar las verduras-. ¿Has llamado al doctor?
– No es tan grave, cariño. Ya he tomado la medicina y casi estoy normal. No te preocupes. Ya hubiera llamado al doctor Robbins si hubiera creído que era necesario.
– De acuerdo. Pero hazlo. Y no más bizcocho de crema por una temporada.
– No tomaré más bizcocho de crema y punto. No hay peor cosa que el daño que uno se causa a sí mismo.
– ¿Dónde está Niall, por cierto? ¿En casa de Pete? He visto su bicicleta contra la puerta del garaje y creí que estaría aquí.
– Ah, a Pete se le ha estropeado la bicicleta y se han ido a dar un paseo.
Shea echó un vistazo a su reloj.
– Se está haciendo tarde. ¿Te dijeron a dónde irían?
– Les dije que estuvieran de vuelta antes de la seis -Norah estaba ocupada metiendo el pollo en el horno-. Se fueron hacia la playa a ver a Alex. ¿Te acuerdas? Le dijo anoche que podían echar un vistazo a la casa grande blanca.
Shea dejó de cortar las zanahorias.
– ¿Que ha ido a ver a Alex?
– Alex se lo pidió -empezó Norah.
– Pero Niall no tenía por qué ir hoy. Alex acaba de llegar y, bueno… -Shea tragó saliva mientras su suegra se enderezaba-. Yo iba a… quiero decir que pensaba llevarlo yo misma uno de estos días.
– Estará bien con Alex, cariño -dijo Norah con suavidad.
Shea se levantó y se paseó por la cocina.
– Mira, Norah, preferiría que Niall no intimara mucho con Alex.
Norah se secó las manos en el mandil y miró fijamente a Shea.
– No creo que sea una buena idea -continuó apresurada Shea-. Alex acaba de llegar a casa y no lo hemos visto en años. ¿Cómo sabemos cómo es ahora?
– Alex fue siempre muy responsable.
– No es exactamente eso lo que me preocupa. No quiero que Niall se acerque demasiado a él. Alex podría irse con la misma rapidez con la que ha aparecido. ¿Y cómo se lo tomaría Niall?
– Niall no es un bebé, cariño. Si pasara eso, lo entendería. Creo que estás exagerando. Por el momento, Alex es una novedad. Las cosas se asentarán a su debido tiempo.
Shea se dio la vuelta. ¿A su debido tiempo? ¿Y si ella le contara a Norah…?
– Ya sabes lo mucho que Niall echa de menos a Jamie, Norah, y como tiene un ligero parecido, podría… ya sabes…
– Tomar a Alex como figura paterna -terminó Norah en voz muy baja.
Shea volvió a sentarse.
– No puedo aceptar a Alex como parte de una farsa de familia feliz. Me enfadé mucho cuando se fue y me llevó mucho tiempo superar aquella rabia. No quiero que vuelva a pasar.
– Eso lo entiendo, cariño, pero, créeme, la vida es demasiado corta como para mantenerse aferrado a la infelicidad. Te puede devorar -Norah suspiró-. ¿No puedes simplemente dejarlo todo en el pasado y quizá volver a conocer a Alex otra vez? Fuisteis muy buenos amigos en otro tiempo. Creo que a él le gustaría que lo fuerais de nuevo.
– ¿Amigos? -casi soltó una carcajada-. Exactamente eso mismo me dijo Alex. Pero simplemente yo no puedo -sacudió la cabeza-. Quiero decir, ¿qué podía esperar Alex? Que le diera la bienvenida a casa con los brazos abiertos? Tú no entiendes cómo…
Se detuvo y se mordió el labio.
Había estado a punto de confiarle el secreto que sólo le había desvelado a Jamie… Pero como madre de Jamie, Norah era la última persona a la que podía contárselo. Quería a su suegra como hubiera querido a su propia madre y desahogarse con Norah, contarle que su adorado nieto no era su nieto, le rompería el corazón. Y ella no podía hacer eso. No después de todo lo que Norah había hecho por ella, por todos ellos.
– Amaste mucho a Alex, ¿verdad?
Shea se pasó una mano por los ojos con cansancio.
– Sí, pero ya no.
– Nunca has hablado de aquella época. De Alex.
Shea casi sintió un impulso incontrolable de confesar, de que la sórdida cadena de hechos viera la luz del día. Pero no lo hizo.
En vez de eso, se puso de nuevo de pie.
– Como tú misma has dicho, Norah, eso pasó hace mucho tiempo. Dejémoslo en que siento que Alex y yo nos hemos alejado demasiado durante los pasados once años. Hay una brecha imposible de superar incluso aunque los dos quisiéramos -miró otra vez al reloj-. Son las seis menos diez, Creo que sacaré el coche e iré a buscar a los chicos. Probablemente estarán de camino ya.
Norah la miró como si estuviera a punto de decir algo, pero pareció cambiar de idea.
– De acuerdo. Es un largo paseo para ellos.
Shea se metió en el coche y salió a la carretera. No importaba lo que dijera Norah acerca de la novedad, ella iba a tener que mantener una conversación con su hijo. No quería que persiguiera a Alex todo el tiempo.
Condujo por el camino más corto que podrían haber tomado los niños, pero no encontró rastro de ellos. Con no poca reticencia, salió de la carretera y se acercó a los enormes portones de hierro forjado de la casa blanca.
Como Niall había comentado, los pintores habían hecho su trabajo y la casa era ahora de un rico color crema con molduras marrones y un estilo indiscutiblemente español. Siguió la curva del sendero de grava antes de llegar a la impresionante entrada principal. El Jaguar de Alex se veía a través de la puerta abierta del garaje.
Inspiró para calmarse, salió del coche y llamó al timbre.
Alex abrió la puerta. Se había quitado el traje oscuro que llevaba antes y ahora iba en vaqueros desteñidos y una vieja sudadera.
La sudadera era de color azul claro y tenía mangas cortas y capucha. Los nudos colgaban sobre el ancho torso de Alex. Y Shea recordaba tan bien aquella prenda que se le hizo un nudo en la garganta.
Llevaba la insignia de una tienda local de surf donde Alex había trabajado en otro tiempo. Había sido su camiseta favorita. Y la de ella. Shea solía deslizar los brazos alrededor de él, frotarse la mejilla contra la suave tela sobre su pecho. Casi podía sentir la protectora dureza de su cuerpo ahora…
– ¿Está aquí Niall?
– Claro, pasa. Acabamos de terminar una partida.
Alex dio un paso atrás y después de un largo momento, Shea entró con cautela.
El suelo seguía siendo de caro terrazo italiano como recordaba Shea a la perfección. La última vez que había visitado la casa había sido para la fiesta del dieciocho cumpleaños de Patti Rosten. En aquella época, se había jurado que no volvería a poner los pies de nuevo en aquella casa. Y una vez más, las circunstancias la habían obligado a romper sus promesas.
Ahora, la magnífica entrada estaba en obras y algunas partes de suelo estaban cubiertas de sábanas. Una zona de las altas paredes ya había sido pintada de color crema claro, un color mucho más agradable que el pesado ocre que tenían antes.
La escalera de caoba se curvaba a la izquierda, pero Alex le hizo un gesto para que pasara por delante hacia el amplio recibidor de la derecha.
– No mires todo ese caos -dijo Alex por detrás de ella-. Ya no puedo esperar a que la pintura esté acabada y la casa más clara. Los colores oscuros son muy opresivos y nunca creí que le hicieran justicia a la casa.
Shea pensaba lo mismo, pero se abstuvo de darle la razón. Aminoró el paso y bajó la voz al acercarse a la primera puerta abierta.
– Se suponía que Niall debía estar en casa a las seis y normalmente suele ser puntual. Nosotras… yo estaba empezando a preocuparme.
– Ya lo sé.
Shea lo miró con intensidad.
– Acabo de llamar a Norah para decirle que llevaría yo a los chicos a casa y me dijo que ya habías venido a recogerlos.
Alex hizo un gesto hacia la puerta abierta y Shea entró en lo que ahora era una enorme habitación caótica.
Si Shea recordaba bien, antes era un amplio y opulento comedor con espacio para docenas de personas. El estéreo y la televisión de Alex descansaban ahora en unas estanterías que ocupaban toda una pared. En una esquina había una pila de cajas cerradas, probablemente llenas de libros.
Los chicos estaban al borde de una mesa de billar y Pete estaba a punto de tirar. Las bolas chocaron y una entró en un agujero.
– Oh, no. La has metido -gimió Niall-. Me estás machacando -se dio la vuelta y al ver a su madre se le iluminó la cara-. ¡Hola, mamá! Mira qué mesa de billar. ¿No es excelente? Alex nos ha estado enseñando a Pete y a mí. ¿Quieres jugar tú?
– No, esta noche no. Es casi la hora de la cena y he venido a recogeros.
– No tenías por qué hacerlo. Alex nos iba a llevar en su Jaguar. ¡Eh! Quizá pueda hacerlo y quedarse a cenar en casa.
Los ojos verdes de Shea se desviaron para encontrarse con la mirada de inocencia de Niall.
– Estoy seguro de que a la abuela no le importará -seguía diciendo Niall-. Y siempre prepara mucha comida.
– Me encantaría tener la oportunidad de saborear de nuevo la comida de Norah -dijo Alex con naturalidad.
«Estoy segura de que sí», hubiera querido gritar Shea.
Él sabía que ella no quería verlo y estaba intentando acorralarla.
– Sin embargo, me temo que esta noche no podrá ser, Niall. Tengo una cita.
Shea parpadeó de asombro. ¿Una cita? Le faltó poco para preguntarle a dónde iba a ir.
– Ah, vaya, Alex. Hubiera sido estupendo que hubieras venido a casa.
Niall frunció el ceño con decepción.
– Habrá muchas otras noches. Quizá Alex pueda venir en otra ocasión.
Shea esperaba haber sonado más sincera de lo que sentía, aunque al ver a Alex apretar los labios supo que no le había engañado.
– Ven a echar un rápido vistazo a la casa mientras los chicos terminan la partida -sugirió.
– Sí, mamá. La casa es preciosa. Y tiene unas vistas alucinantes.
Shea vaciló.
– Vamos. No tardaremos mucho.
Alex la asió por el codo con cortesía y ella se apartó al instante de él en dirección a la puerta.
– Por el pasillo a la derecha -le indicó Alex-. No he cambiado mucho la distribución. Mi problema mayor ha sido la decoración.
Entraron en la enorme cocina, que parecía tener todos los electrodomésticos imaginables. Ella la recordaba oscura, pero Alex había cambiado las viejas encimeras marrones por unas brillantes de color crema que contrastaban con la madera de los armarios. El suelo era claro ahora y la habitación alegre y acogedora.
Subieron después la escalera curvada y Shea se movió con rapidez de una habitación a otra. Era evidente cuál de ellas era la de Alex. El traje que había llevado puesto por el día estaba colgado en una percha en la puerta del armario y en el borde de la cama gigante había un jersey arrugado.
Shea se fijó en todo sólo con asomar la cabeza desde el pasillo y estaba dispuesta a continuar cuando el cuerpo de Alex le interceptó la salida.
– Esta habitación es la que tiene mejores vistas, creo. Ven a echar un vistazo.
Shea cruzó por la espesa moqueta y salió por las puertas correderas a la terraza.
Alex tenía razón. La vista era maravillosa.
Cada músculo de su cuerpo se tensó y tuvo que inspirar en busca de aliento.
– Iba a venir a verte -dijo lo primero que se le pasó por la cabeza-. Para lo del alquiler añadió con rapidez por si acaso él la interpretaba mal.
– Pensé que era Aston el que se encargaba del asunto. Sin embargo, como ya te dije antes, preferiría tratarlo directamente contigo.
Su mirada quedó clavada en la de ella.
– No veo que haya necesidad, pero… -se encogió de hombros deseando poder decirle que se olvidara del asunto y salir de allí en el acto.
Pero se enorgullecía de ser una buena empresaria y no iba a arriesgar su negocio por su estúpido orgullo. Alzó la barbilla.
– Estoy dispuesta a negociar contigo las condiciones. Estaré en la tienda mañana todo el día si quieres pasarte por allí.
– Gracias -dijo él con sequedad-. Puede que lo haga.
Shea apartó la vista y la volvió de nuevo hacia el océano. La bahía se curvaba debajo de ellos y desde aquel punto aventajado, la línea costera se extendía hacia el norte, una pintoresca mezcla de follaje verde oscuro, una banda de color crema claro de arena y el agua oscura y bañada en oro mientras el sol se ponía por las montañas del oeste.
– ¿Recuerdas aquella playa? -preguntó Alex con voz ronca.
La intimidad de su tono hizo que Shea se volviera con brusquedad a mirarlo.
– ¿La playa? -repitió con voz débil y la boca seca de repente.
Por supuesto que la recordaba. ¿Cómo podría haberla olvidado? Pero hubiera apostado lo que fuera a que él sí la había olvidado.
– Pasábamos mucho tiempo ahí, ¿recuerdas?
Sí, tragó saliva de forma compulsiva. Lo recordaba todo. Los buenos tiempos. Y los malos.
– Eso fue hace mucho tiempo, Alex -declaró mientras daba unos pasos para alejarse de él y apoyaba las manos en la barandilla de hierro en busca de apoyo.
La vista era incluso más impresionante desde donde se encontraba ahora, pero Shea tuvo dificultad en concentrarse en ella. Era demasiado consciente del duro cuerpo de Alex tan cerca detrás de ella. Y sintió, más que escuchar, que él daba unos pasos silenciosos acortando la distancia entre ellos.
Ahora estaba justo detrás de ella y el vello de los brazos se le erizó cuando el codo de él rozó su piel.
– Siempre he asociado el sonido del mar contigo -su profunda voz la envolvió-. Con nosotros.