Capítulo 4

– ¿MAMÁ? ¿Abuela? ¿Qué pasa? -Niall apareció en pijama frotándose los ojos adormilados.

Shea sintió una oleada de pánico atenazarle el pecho y dio dos pasos hacia Niall para ponerse entre Alex y su hijo.

– No pasa nada, cariño. Vuelve a la cama.

Pero Niall estaba completamente despierto y se adelantó para situarse al lado de su madre.

– Tú eres el primo Alex, ¿verdad? -dijo con excitación-. He visto cientos de fotos tuyas con mi papá.

Alex, que también se había puesto de pie, bajó la vista hacia Niall. Después, pareció relajarse y se acercó a la mesa.

– Soy Alex. Pero tú eres demasiado mayor como para ser el pequeño Niall bromeó con incredulidad mientras el niño se reía.

– Tengo diez años -dijo el pequeño con orgullo.

– Tu padre me escribió contándome cosas de ti -continuó Alex.

Shea inspiró con fuerza. Se estiró y apretó los hombros de su hijo luchando contra el impulso de esconderlo detrás de ella, de protegerlo con su cuerpo.

– Este es mi hijo -dijo de forma innecesaria.

La voz un poco temblorosa traicionó el remolino interior de emociones. Niall alzó rápidamente la mirada hacia ella antes de desviarla hacia Alex.

– Me llamo Niall James Alexander Finlay -dijo radiante mientras estrechaba la mano de Alex-. James es por mi padre y mi abuelo, y Alex es por ti -su sonrisa se ensanchó-. El Niall es sólo mío.

Alex se rió con ganas y pasó una mano por el pelo revuelto de Niall.

– ¿Crees que me parezco a ti y a mi padre? El abuelo dice que papá y tú no os separabais de pequeños y se supone que yo me parezco a él.

– Jamie y tú parecíais hermanos cuando erais pequeños -intervino con suavidad Norah sin mirar a su nuera a los ojos-. Y Niall tiene el mismo tono de piel que vosotros. Pero también tiene muchas cosas de Shea -con un extraño nerviosismo, se retorció el cinturón de la bata-. Pero estoy diciendo tonterías. ¿Quieres un vaso de leche, Niall? ¿Qué te parece otra taza de café, Alex?

– Es un poco tarde, Norah -dijo Shea con las manos apoyadas todavía en su hijo-. Estoy segura de que Alex querrá volver a casa.

– No. A menos que sea demasiado tarde para ti.

Alex arqueó las cejas y miró a su tía, que sacudió la cabeza.

– ¿Sabías que mi padre murió? -preguntó Niall a Alex, que asintió con solemnidad-. Se tiró a salvar a un surfista y, justo cuando estaban a punto de conseguirlo, una ola grande golpeó la tabla, que le dio a mi padre y lo mató. Fue un héroe.

– Desde luego -acordó Alex.

– Bueno, ¿cómo es que has vuelto después de tanto tiempo, primo Alex? -preguntó Niall entonces mientras se sentaba al lado de su madre, que había vuelto a su silla con desgana.

Shea tensó la espalda y tragó saliva alcanzando una galleta para esconder el caos interno que sospechaba era visible en su expresión.

– Llámame Alex, Niall. Y en cuanto a por qué he estado fuera tanto tiempo es porque las cosas salieron así.

A Shea se le secó la boca. Podía sentir los ojos de Alex clavados en ella y sintió un estremecimiento por la columna vertebral.

– He estado muy ocupado con mi trabajo y supongo que simplemente se me pasó.

Norah posó un vaso de leche delante de su nieto.

– ¿Y cuánto tiempo piensas quedarte, Alex?

Era una pregunta que Shea sabía que Norah deseaba preguntar desde la aparición de su sobrino. También era la primera pregunta que a ella se le había pasado por la cabeza.

Alex clavó la mirada en Shea.

– ¿Que cuánto me voy a quedar? Como le he dicho a Shea hace un rato, de momento, indefinidamente -dijo antes de desviar la vista hacia Norah-. Compré la casa de Joe hace algún tiempo y la estoy arreglando. Cuando esté terminada, decidiré si pienso seguir viviendo allí o no.

– Niall nos contó que había actividad en la casa blanca grande -comentó Norah volviéndose a Alex con sorpresa.

– ¿La casa blanca grande? ¿Eres el dueño de la casa blanca grande? ¡Uau! ¡Vaya mansión! ¿Puedo entrar a verla alguna vez? -preguntó el niño con ansiedad.

– Niall… -empezó Shea a reñirle antes de que Alex la atajara.

– ¡Claro que sí! El interior es un poco como un mausoleo, pero estoy intentando decorarla con cierta normalidad.

– ¿Qué es un mausoleo?

Niall frunció el ceño y Alex soltó una carcajada.

– En este caso, algo oscuro y tétrico. Lleno de telarañas y yo diría que hasta de murciélagos.

– ¡Fantástico! A Pete y a mí nos encantaría verla -dijo Niall con pasión-. Pete es mi mejor amigo. Tendré que llevarlo también. Si no, se pondría furioso.

– Pete también puede ir. Cuando quieras.

– ¿Cuándo? ¿Mañana después de la escuela? -presionó Niall mientras Shea apartaba las galletas de su alcance.

Había aprovechado la conversación para comerse dos ya.

– Ya veremos, Niall -le advirtió a su hijo con una mirada de advertencia-. Alex estará ocupado con la reforma.

Cuando Niall estaba a punto de protestar, Norah interrumpió.

– Supongo que Shea y tú os encontrasteis en la Asociación para el Progreso. Shea estuvo a punto de no ir esta noche.

– Debe de haber sido el destino -dijo Alex con naturalidad.

Shea se negó a mirarlo a los ojos.

Norah soltó una carcajada y recogió el vaso vacío de Niall y la taza para llevarlos al fregadero. Quizá eso le indicara a Alex que era hora de irse. Cuando volvió a mirar, Shea vio con horror que su suegra le estaba volviendo a servir café. Sin embargo, cuando le pasó el azucarero, él negó con la cabeza.

– Antes, tomabas dos o tres cucharadas de azúcar con el café -señaló mientras su sobrino se daba una palmada en el estómago.

– Tengo que vigilar mi peso. Estar sentado siempre en una oficina pasa su factura.

– Hablas igual que Shea. Esta misma tarde me lo decía y no puedo entender esa fijación con el peso. A mí me parece que estás muy bien. Y Shea tampoco necesita adelgazar. A ningún nombre le gusta abrazar un saco de huesos.

Alex deslizó la mirada sobre el cuerpo de Shea, que estaba de pie junto al fregadero. Y fue como si la hubiera tocado. Tocado sus largas piernas. Tocado sus redondas caderas. Tocado sus pechos llenos. ¿Y eran imaginaciones suyas, o su mirada se había posado en sus labios?

¡No!

Se obligó a sí misma a permanecer donde estaba, al otro extremo de la cocina y lo más alejada posible de Alex. Sin embargo, sus pezones se pusieron erectos contra la tela de la blusa y retorció el paño de cocina mientras se esforzaba por recuperar la compostura.

– En eso tienes razón, Norah.

– Los sacos de huesos son puntiagudos y cortantes -dijo Niall.

Alex se rió con él y los dos se parecieron tanto en aquel momento, que Shea casi soltó un gemido ante el dolor que le atenazó el corazón.

– Niall tiene el mismo sentido del humor que tenías tú siempre, Alex -dijo Norah antes de parecer sonrojarse-. Y Jamie también lo tenía -añadió con rapidez.

– ¿Alex? -reclamó el niño la atención de su tío-. Cuando estabas en Estados Unidos, fuiste a Disneylandia?

– Sí. Un par de veces.

– ¡Uau! Excelente. ¿Y tienes algún hijo? Para llevarlo a Disneylandia, me refiero.

– No, replicó Alex con suavidad-. Mi mujer y yo nunca tuvimos hijos.

– ¡Oh! ¿Estás casado entonces?

Alex sacudió la cabeza.

– Ahora estoy divorciado.

– ¿De verdad? -Niall resplandeció de alegría-. Entonces estarás buscando otra mujer.

– ¡Niall! -le regañó Shea mientras Norah escondía una sonrisa.

– ¿Qué, mamá? -Niall dirigió una mirada de inocencia a su madre-. Sólo quería decir que mientras esté buscando a alguien para ti, puedo mantener el ojo abierto para una para Alex.

Alex soltó una carcajada.

– ¿O sea que estás haciendo de casamentero?

Niall se encogió de hombros.

– No hay mucho con qué trabajar por aquí, pero… -su mirada se deslizó de forma especulativa de su madre a Alex-, pero haré lo que pueda.

Shea tomó mentalmente nota de tener una conversación con su hijo lo antes posible.

– Creo que ya es hora de que te vayas a la cama, Niall -dijo con firmeza-. Tienes que ir a la escuela mañana.

– ¡Pero, mamá! -se quejó Niall-. Quiero quedarme a hablar con Alex.

– De todas formas, yo también tengo que irme. Podremos hablar en otro momento.

– Dijiste que ibas a quedarte en Byron indefinidamente. ¿Quiere eso decir mucho tiempo? -preguntó Niall mientras Shea pensaba que era la pregunta más repetida de la noche.

– Tengo bastante decidido quedarme.

– Excelente -Niall se deslizó de la silla y devolvió un abrazo a Alex-. Nos veremos, Alex. Me alegro de que hayas vuelto -dijo después de volverse.

Cuando Shea se fijó en la mirada de Alex notó un rafagazo de dolor cruzarle la cara antes de ponerse en pie.

Shea siguió a su hijo hasta su habitación y le arropó después de que se metiera en la cama.

– ¡Guau! El tío Alex ha vuelto -dijo Niall feliz-. Se parece mucho a papá, ¿verdad?

Shea asintió tragando el repentino nudo que se le puso en la garganta ante la inocente aceptación de su hijo del regreso de Alex.

Quizá Niall echara mucho más de menos la figura paterna de lo que ella hubiera creído. Pero la idea de que Alex asumiera con tanta facilidad aquel papel la llenaba de emociones contradictorias. Sin embargo, suponía que era sólo natural, se dijo a sí misma y miró con intensidad a su hijo cuando le oyó suspirar.

– Ver a Alex te recuerda lo mucho que echas de menos a papá, ¿verdad, mamá? -preguntó Niall con suavidad.

Shea le acarició el suave pelo y se lo apartó de la frente.

– Sí -admitió con honestidad.

– ¿Crees que Alex podría contarme algunas historias de cuando papá y él eran pequeños? Papá siempre me hablaba de eso. Como cuando él y Alex hicieron pellas y bajaban por la calle y justo pasaba el abuelo y los pilló -Niall soltó una carcajada-. Eran historias estupendas.

Shea sintió otra oleada de resentimiento. Desde luego, Jamie no le había contado a Niall las historias cuando ella estaba cerca. Parecía que había más secretos que le habían ocultado.

La asaltó una rabia irracional hacia Alex. Todo era culpa suya. Él había trastocado sus vidas.

– Me alegro de verdad de que Alex haya vuelto a casa, ¿tú no, mamá?

La voz adormilada de Niall irrumpió en sus pensamientos y ella emitió un sonido vago mientras atravesaba la habitación esbozando una sonrisa antes de apagar la luz.

¡Maldito Alex! La rabia resurgió en cuanto salió al recibidor. ¿Por qué tenía que volver para alterarlos a todos? Frunció el ceño con resentimiento al volver a la cocina a tiempo de ver a Alex pasar el brazo alrededor de los hombros de Norah y darle un apretón. Parecía que por fin se iba.

– ¿Dónde te alojas, Alex? -le estaba preguntando Norah-. Sabes que siempre puedes quedarte aquí.

Shea dirigió una mirada de advertencia a su suegra, pero Norah estaba mirando a Alex.

– Gracias de todas formas, Norah. He hecho habitables un par de habitaciones en la casa y estoy bastante cómodo.

– Bien, entonces. Y no te olvides de llamar de vez en cuando -Norah empezó a recoger las tazas de café-. ¿Quieres acompañar a Alex mientras yo recojo esto, Shea?

– Por supuesto -asintió ella sin entonación mientras empezaba a avanzar por el pasillo con Alex muy cerca detrás de ella.

Y Shea sintió cada uno de sus pasos. Sus dedos temblorosos agarraron el pomo de la puerta mientras la abría y se apartaba a un lado para dejarle salir. Como él no hizo ningún movimiento, Shea salió a la pequeña terraza y bajó los escalones del porche.

Entonces se cruzó de brazos y se frotó los antebrazos mientras se daba la vuelta hacia él.

Bueno, buenas noches, Alex. Probablemente nos veremos en algún momento.

Alex soltó una suave carcajada.

– Nada de probablemente. Nos veremos seguro, Shea.

Ella suspiró.

– De acuerdo, Alex. Hasta la vista -repitió entrecerrando los ojos a la luz de la entrada.

– Niall es un niño estupendo -dijo él entonces.

Shea alzó la barbilla con el corazón atenazado.

– Gracias -murmuró con voz un poco ronca-. Creo que sí.

– Se parece a los Finlay.

– Supongo que sí -replicó ella con cuidado.

– Jamie debió de sentirse muy orgulloso de él.

– Lo estaba.

Un frío nudo de desesperación le subió a la garganta y amenazó con ahogarla.

– No puedo evitar pensar que podría haber sido mío. Mi hijo -dijo Alex con suavidad-. Jamie fue un hombre afortunado.

Aunque le hubiera ido la vida en ello, Shea no pudo pronunciar una sola palabra.

– Un hijo para perpetuarle y una preciosa mujer a su lado.

Su voz había bajado y ella se removió para que no viera el temblor que le producía su proximidad, sus palabras…

– ¿Todavía lo echas de menos?

Lo inesperado de la pregunta hizo que Shea abriera mucho los ojos de la sorpresa. Niall había preguntado lo mismo.

– Sí -¿cómo podría no echarlo de menos? Jamie haba estado a su lado cuando ella lo había necesitado, su refugio firme, su salvación cuando Alex la había abandonado-. Lo echo de menos -dijo con más fuerza.

– Yo también lo echo de menos.

Una oleada de furia la asaltó y hubiera querido salir corriendo hacia él, abofetearlo, castigarlo…

– No lo habías visto en seis años cuando se murió. ¿Cómo puedes decir que lo echas de menos?

– Echo de menos sus cartas, sus noticias de Niall. Y de ti.

Las cartas de Jamie. ¿Cómo pudo su marido haber mantenido en secreto su contacto con Alex?, pensó Shea con amargura. Sin embargo, la misma voz le decía que cómo podría habérselo contado Jamie, sabiendo lo que ella sentía por Alex.

¿Habría contestado Alex? Lo más probable era que nunca lo supiera.

– No sabía que Jamie te había escrito -dijo con la mandíbula tensa.

– ¿No te lo contó?

– No.

– Quizá sea comprensible. Quizá creyera que tú no querrías saber nada.

Los pensamientos de Shea se arremolinaron confusos de nuevo. Seguramente, Jamie hubiera pensado exactamente eso.

– Eché de menos no poder hablar con él -añadió Alex reflexivo.

– Oh, estoy segura -comentó con ironía ella-. Pero dime, Alex. Si echabas tanto de menos a tu primo, ¿por qué no viniste a su funeral? Tuviste tiempo de venir hasta aquí si hubieras querido.

– ¿Crees que no hubiera venido si hubiera podido?

– Ya lo sé. Surgió algo. Otro negocio multimillonario, supongo.

El clavó la vista en la de ella.

– No. Era personal.

– Ya entiendo. ¿Una cita ardiente, entonces?

Él estiró las manos y la sujetó con firmeza mientras ella intentaba alejarse de él. La miró con furia y los dos se quedaron inmóviles durante un largo momento hasta que Alex la soltó de repente y se dio la vuelta.

– Nada de eso, pero es una historia muy larga y no creo que te apetezca oírla. Baste decir que siento profundamente no haber estado aquí cuando Jamie murió.

Hubo una debilidad en su voz que disolvió parle de la rabia de Shea mientras se llevaba la mano a los ojos distraída.

– Mira, Alex. Lo siento. Yo… Quizá no tenga derecho a hacerte reproches. Supongo que sólo estoy cansada. Probablemente lo estemos los dos. Y verte de vuelta me lo ha recordado todo, el accidente de Jamie, el circo de la prensa, el funeral.

Shea inspiró para calmarse.

– No esperaba verte, eso es todo.

– Y yo no esperaba que estuvieras tan hostil.

Con una gran batalla por mantener el control, Shea se refrenó para no responder a aquellas palabras provocativas.

– Siento que pienses eso, Alex. Pero han pasado once años. No puedes esperar simplemente que nosotros…

Se detuvo y tragó saliva maldiciendo su lengua suelta.

– ¿Que lo retomáramos donde lo habíamos dejado? -terminó Alex por ella-. Quizá no. Pero como ya te dije antes, solíamos ser amigos.

– Nunca fuimos amigos, Alex -respondió Shea con amargura-. Pudimos ser muchas cosas, pero nunca amigos. Al menos no en los últimos meses.

– Yo creía que sí. Los mejores amigos.

– Los amigos no… -se contuvo-. Creo que quizá estés confundiendo la amistad con el sexo. Éramos…

– Éramos amantes.

– Como te estaba diciendo, creo que lo interpretaste mal. Tuvimos una relación física hace muchos años, Alex, una que no tiene nada que ver con otra cosa que la lascivia.

– Ya entiendo. Un caso de sexo arruinando una bonita amistad -comentó Alex con no poco sarcasmo.

– Eso lo deja todo claro, ¿no crees?

Alex soltó una carcajada áspera.

– ¿Lo dices en serio, Shea?

Ella lo miró de forma penetrante.

– Por supuesto

Alex sacudió la cabeza.

– Bueno, pues yo creo que es una broma. Y tú no lo crees más que yo. Nunca hubo sólo sexo entre nosotros.

Alex dio un paso para acercarse. Entonces, él estiró la mano y deslizó un dedo con suavidad y de forma tentadora a lo largo de su brazo desnudo.

Shea no hizo ningún movimiento para escapar. El contacto de su dedo, apenas más que un aleteo sobre su piel caliente, paralizó virtualmente todas sus buenas intenciones. Ella sabía que no podría moverse aunque lo hubiera intentado. Pero no lo hizo.

– Éramos uno en todo el sentido de la palabra. Físicamente. Espiritualmente. Emocionalmente -la voz se hizo imposible y desesperadamente ronca-. ¿No es verdad, Shea?

«Hasta que él se fue». Las palabras resonaron en la mente de Shea como una cascada de agua fría contra una piel febril. «Hasta que se fue».

– ¿Lo éramos? -enarcó las finas cejas-. Es evidente que yo discrepo con tus recuerdos, Alex.

– Y el sarcasmo no te pega nada, cariño. Ni engañarte a ti misma.

– ¿Engañarme a mí misma? -Shea se levantó con los labios apretados-. Al principio, hace once años, esa frase podría haber sido adecuada, pero no ahora. Ahora puedo mirar atrás sin la distorsión emocional de entonces. Compartimos una historia sexual fantástica, Alex. Eso fue todo. Y entonces te fuiste.

– Tú sabes por qué me fui -constató él con seguridad.

– Tenías ambiciones y era más fácil que las consiguieras solo.

Ahora podía decirlo con cierta calma, pero en su momento cada una de las sílabas de aquellas palabras le habían desgarrado el corazón.

– No fue tan simple y tú lo sabes, Shea.

– ¿No lo fue? Pues yo creo que sí.

– Entonces te equivocaste. No fue así. Fue la decisión más difícil que he tenido que tomar en toda mi vida. Y pensé que tú lo habías entendido.

Shea se encogió de hombros.

– ¿Importa eso ahora, Alex? Ya es agua pasada.

– A mí me importó. Y me importó mucho, Shea. Te pedí que me esperaras un par de años y al cabo de uno ya te habías casado con otro, y no con cualquier desconocido. Te casaste con mi primo Jamie y tuviste un hijo suyo.

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