Capítulo 1

SU FUERTE y bronceado cuerpo se alzaba sobre ella, cortando el rayo de luna que había estado danzando entre las hojas agitadas por encima de ellos, la ligera brisa salada jugaba alrededor de sus cuerpos desnudos.

La mano de ella se estiró para tocar su piel resbalosa, para deslizarse sobre sus nalgas tersas, a lo largo de su espina dorsal, alrededor de sus estrechas caderas, hacia arriba de su firme abdomen.

La suave mata de vello fino de su pecho se rizaba mojada alrededor de sus dedos, cuando su mano se posó ahí unos momentos antes de seguir su exploración erótica.

Ella se exaltó en el embriagador conocimiento de que le estaba excitando, y se glorificó en los contornos y la suave flexión de sus hombros y brazos cuando él se sujetó con ellos por encima de ella.

Ella siguió el arqueo tenso de su cuello, trazando la forma de sus orejas, de su mandíbula cuadrada, de su firme barbilla, de sus labios plenos.

Él le tomó los dedos entre los labios, los chupó con delicadeza con sus fuertes y blancos dientes. Cuando sus labios la soltaron, ella se llevó instintivamente la mano a la boca saboreando la humedad y después dibujó un rastro por su garganta, cuello, pecho. Su otra mano, que había estado deleitándose en la espesa textura del pelo de él, se unió de nuevo con la otra, volviendo a frotar los pequeños pezones planos.

Él gimió, un sonido tan masculino, ronco y primitivo que resonó en su pecho, escapándose de su garganta para mezclarse con el murmullo rítmico de las olas en la playa cercana.

Entonces exhaló un suspiro tembloroso, sus labios descendieron para cubrir los de ella, su cuerpo se apoyó sobre el de ella mientras empezaban a moverse como un solo ser…


Shea se despertó con un sobresalto, sujetando la sábana que la tapaba. Se esforzó por llevar aire a sus pulmones doloridos con entrecortadas y rápidas inhalaciones. Escudriñando agitada en la oscuridad, parpadeó hasta que sus ojos se acostumbraron de forma gradual a la luz.

El corazón le latió con fuerza al mirar a su alrededor. Era su habitación, se dijo a sí misma. Allí estaba su armario, su mesa de dibujo, sus cortinas agitándose con la brisa refrescante.

Y aquella era su cama.

Sin embargo, deslizó la mano de forma tentativa a su lado hacia las sábanas revueltas, buscando, para relajarse al convencerse de que estaba sola.

Las cortinas se agitaron de nuevo y un rayo de luna se reflejó en la pared y la brisa la hizo estremecerse al llegar a su piel empapada. Temblorosa, se apartó para atrás el pelo fino y se secó la frente perlada de sudor con la manga de su viejo camisón de algodón.

Con un suave gemido, se frotó los ojos. No había tenido aquel sueño en particular desde hacía años. ¿Sueño?, se reprochó a sí misma agitada. No, definitivamente era una pesadilla, una que no había vuelto a experimentar desde que se había enterado de que él se había casado.

De alguna manera, saber que se había comprometido con otra había parecido destruir a aquel fantasma. Y había estado intentando convencerse durante años de que todo quedaba atrás. Pero parecía que los acontecimientos tan turbadores de esa tarde le demostraban que se había equivocado por completo.

Echó un vistazo al dial fosforescente del reloj despertador: La una. Menos de ocho horas desde que su cómoda vida se había trastocado por completo.

Y sin embargo, no había tenido ninguna premonición, ni una sola pista de lo que iba ocurrir mientras aparcaba el coche en el garaje y subía los escalones principales. De hecho, incluso estaba tarareando una melodía que había escuchado en la radio del coche mientras soltaba su maletín en la habitación y seguía por el pasillo hasta la parte trasera de la casa.

– Dime que no es el delicioso olor de las galletas al enfriarse -le dijo a su suegra en cuanto entró en la cocina.

– No puedo mentir -se rió Norah Finlay secándose las manos enharinadas en el mandil-. Ya sé lo mucho que te gustan, cariño.

Shea lanzó un gemido.

– De eso pueden dar buena fe mis caderas, cada día más anchas -dijo al sentarse alcanzando una de las galletas calientes.

– Caderas anchas es lo que hace falta -se quejó Norah-. No me gusta la moda de ahora de parecer un palillo. No es natural. Una mujer debe parecer una mujer.

– Y yo soy más femenina que la mayoría -Shea dio otro mordisco a la galleta y murmuró su placer-. Esto es estupendo para mi dieta.

– Olvídate de dietas. Estás bien como estás, Shea Finlay, y no escucharé ni una sola palabra en contra.

– Cuando eres una matrona de veintiocho años -empezó Shea mientras Norah se reía a carcajadas.

– ¿Matrona? ¡Por dios bendito! Eres una atractiva mujer joven y sé que no soy la única que lo piensa.

– Eres muy subjetiva, Norah. Pero gracias de todas formas-. No le cuentes a Niall que me he tomado una de estas o me echará esa mirada suficiente de las que quieren decir lo de: haz lo que te digo, no lo que yo hago.

Norah se rió.

– No lo dudes.

El reloj del horno sonó y la mujer se puso el guante de cocina para abrir la puerta.

– ¡Oh, no! -gimió Shea de nuevo-. Galletas cubiertas de chocolate. Ten piedad, Norah.

– Estas son las favoritas de Niall. Y es culpa tuya -echó un vistazo al reloj de pared-. Si no hubieras vuelto a casa pronto, ya las habría guardado en secreto. ¿Y por qué llegas a casa a esta hora? No es propio de ti. ¿O está mi reloj mal?

– No, llego pronto -alcanzó otra galleta y le dio vueltas hasta que se enfrió para poder sujetarla.

Pensé que estabas convencida de que la tienda se hundiría si no estabas tú allí para sujetarla.

– Bueno, Debbie es bien capaz de encargarse del cierre y decidí tomarme tiempo para cenar, darme una ducha y prepararme para la reunión de esta noche -Shea puso una mueca-, así que he seguido tu consejo y he decidido relajarme. He estado un poco cansada últimamente y sé que me he estado presionando a mí misma para dejar esa nueva sección de niños organizada. Así que, antes de entrar en negociaciones acerca del nuevo espacio de la fábrica, me estoy permitiendo esta tarde para recuperar aliento y relajarme un poco.

– Ya era hora -Norah deslizó las bandejas usadas en agua jabonosa-. ¿Es la reunión de la Asociación de Progreso la de esta noche?

– Mmm. Supongo que será como siempre, hablar y hablar. A veces me pregunto para qué me molesto en ir, pero supongo que debo mostrar algún interés en el desarrollo de la zona. Yo gano mi dinero aquí -se encogió de hombros de buen humor y sonrió-. Supongo que estas reuniones una vez al mes son el precio a pagar.

Norah se rió.

– Es una forma de verlo. Pero tengo que darte la razón en que algunos de los miembros son un poco aburridos.

– Eso por ponerlo suave, Norah. Hay veces en que tengo que hacer un gran esfuerzo para no dormirme.

– ¿Y va a venir a buscarte ese tal David Aston para llevarte otra vez a la reunión? -preguntó Norah con naturalidad.

– Sí. Se ofreció amablemente a llevarme. Debe pasar por aquí.

– Tiene que desviarse de su camino tres o cuatro manzanas para llegar hasta aquí. ¿Sabes? Creo que a ese joven le gustas.

– ¡Norah!

– Bueno, pues le gustas. Y es natural. Ya te lo he dicho muchas veces. Eres una mujer muy atractiva.

– No estoy interesada en David Aston. Ni en nadie, de momento -Norah soltó una exclamación de escepticismo-. Oh, vamos, Norah. David Aston es bastante más joven que yo.

– Sólo dos años y ni uno más. Así que eso no te hace una corruptora de menores.

– Ya sabes que no quiero salir con hombres -dijo con suavidad Shea mientras su suegra suspiraba.

– Ya han pasado cuatro años desde la muerte de Jamie, cariño. Era mi hijo y sé lo feliz que le hiciste. Y también sé que él no querría que te enterraras en vida.

– Ya sé que no lo querría, Norah. Y de verdad que no lo estoy haciendo -se encogió de hombros un poco pensativa-. Es que no me siento preparada para cambiar esa parte de mi vida de forma tan drástica. O al menos, no todavía.

– Jamie… bueno, todos lo queríamos y yo sé que le gustaría verte feliz -Norah se detuvo-. Pero Niall está creciendo. Quizá necesite un padre.

– Niall está muy bien. Nos tiene a nosotros y a sus profesores en el colegio. Tiene buenos modelos, tanto masculinos como femeninos. Está bien como está -Shea alzó la vista hacia su suegra-. Lo está, ¿verdad, Norah?

Ella asintió.

– Sí es un jovencito encantador. Aunque mi opinión puede no ser muy ecuánime siendo su abuela -añadió con una carcajada.

– Hay veces en que lo miro y me pregunto si no debería dar gracias a dios por tener un hijo tan equilibrado y brillante. O quizá sea sólo el buen sentido común que tiene.

– Un poco de las dos cosas, diría yo -Norah empezó a fregar las bandejas del horno-. Y si yo creyera en eso de la reencarnación, diría que el joven Niall Finlay ya ha estado aquí antes.

Shea recogió el paño y empezó a secar los platos.

– Jamie hubiera estado tan orgulloso de él -añadió Norah con suavidad mientras Shea clavaba la vista en la bandeja que tenía entre las manos.

Una punzada leve de pena le cruzó el pecho hasta llegar al corazón.

– Sí -acordó sin mirar a los ojos a su suegra mientras seguían trabajando codo con codo, cada una perdida en sus propios pensamientos hasta que se rompió el silencio de un portazo.

– Abuela. Mamá. Estoy en casa.

Niall Finlay entró corriendo en la habitación quitándose su anorak. Tenía el pelo de punta y el viento le había sonrojado las mejillas.

– ¡Uau! Había tanto viento al lado de la playa que podría arrancar a los perros de sus cadenas -sus ojos grises se abrieron de aprecio-. Galletas. Estupendo, abuela. ¿Puedo tomar una?

Shea intercambió una mirada con Norah y sonrió.

– Sólo una -accedió-. No quiero que te quiten el apetito para la cena.

– De ninguna manera. Podría comerme a un caballo con su jinete.

El chico dio un mordisco a su galleta.

– No sé de dónde sacas esos dichos -comentó su madre con una sonrisa.

– Del abuelo.

– Bueno, ¿dónde has estado? -dijo Norah con rapidez para cambiar de asunto.

– Andando en bici. Pete y yo fuimos hasta la playa y, ¿sabéis lo que ha pasado?

Su madre y su abuela enarcaron las cejas a la vez.

– Creo que va a venir a vivir alguien a la casa grande blanca de la bahía.

Shea contuvo el aliento y sintió las mejillas ardientes. Durante un largo momento, no pudo mirar a la otra mujer. Cuando lo hizo, vio preocupación en los ojos de Norah.

– Hay un fontanero y un electricista y obreros por todas partes -siguió Niall-. Y han empezado a pintar la casa. ¿Y sabéis qué más? Ya no va a ser blanca. Es de color crema amarillento. Ya no la podremos llamar la casa grande blanca.

– Será una pena -replicó Shea con cuidado.

– La gente se va a confundir -dijo su hijo con pesar-. Si preguntas por una dirección por aquí, todo el mundo te dice: vete hasta la casa grande blanca y gira a la izquierda, no llegues hasta la casa grande blanca, y cosas así.

– Sí, ahora que lo dices, me parece que todos tendremos que acostumbrarnos al cambio -convino su abuela.

– Bueno, ¿qué hay de tus deberes? -le recordó Shea a su hijo.

El chico se fue a su habitación con un gruñido dejando un pesado silencio en la cocina.

– Eso no quiere decir nada -dijo Norah por fin mientras seguía frotando una bandeja ya seca.

– No.

– La casa grande blanca sólo se ha alquilado en dos ocasiones y por poco tiempo. Y Joe Rosten no ha vuelto por aquí en diez años. ¿Para qué volver ahora? Es más probable que la haya vendido.

– Sí, probablemente.

– Y no creo que Alex volviera aquí -Norah miró a su preocupada nuera-. Si volviera, ya habría llamado para visitarnos. Yo soy su tía. Y ahora que su padre se ha vuelto a casar y a vivir en Estados Unidos, ya no tiene lazos aquí en Byron.

– Sigue teniendo la casita de campo -comentó Shea distraída.

– Todavía tiene inquilinos -reflexionó Norah frunciendo el ceño-. No habrá mencionado nada David de que la haya puesto en venta, ¿verdad? Quiero decir, que como trabaja en la agencia inmobiliaria más grande de la ciudad, seguramente sabría si esa casita a pocos metros de la nuestra está en venta.

Shea sacudió la cabeza.

– No. Y no me ha dicho nada acerca de que la casa grande cambie de propietario tampoco -posó la bandeja y miró a su suegra-. Lo que es un poco extraño, ¿no crees?

Norah se encogió de hombros.

– Quizá no. Quizá los nuevos propietarios no quieran publicidad. Y ya sabes que es por eso por lo que muchos famosos viven en esta zona. Aquí no hay chismorreos.

– Sí, podría ser. Quizá una estrella de la canción o alguien así haya comprado la casa blanca.

Se relajó un poco sintiendo un rayo de esperanza.

– ¿Quién sabe? -Norah soltó una breve carcajada-. Cosas más raras han sucedido por aquí, tendrás que admitirlo.

– Desde luego. Bien, creo que iré a darme una ducha rápida y después bajaré a ayudarte con la cena.

Dos horas después, Norah llamó desde el recibidor.

– Es David, Shea.

Niall masculló entre dientes.

– ¿Has dicho algo?

Shea se detuvo y suspiró con teatralidad.

– ¿Es ese David Aston otra vez? -preguntó Niall girando el lapicero.

– Sí. Ya sabes que me lleva siempre a la reunión de la Asociación de Progreso -replicó con naturalidad-. ¿Por qué?

– No vas a salir con él, ¿verdad? Quiero decir, salir para una cita o algo así.

– No, por supuesto que no -su madre frunció el ceño-. ¿Qué te hace preguntar eso?

– ¡Oh, nada!

– Niall, ¿cuál ese problema? -preguntó con delicadeza Shea.

– Es sólo que no creo que me guste verte con David, bueno, ya sabes. Quiero decir, que él está bien y supongo que es un poco… llorón.

– Vamos, eso no me parece un cumplido.

– Depende de cómo lo mires, mamá. Pero es un poco enclenque y… -Niall alzó la vista y miró con seriedad a su madre-. Supongo que lo que quiero decir es que no me parece lo suficiente bueno para ti.

– Oh -Shea se tragó una carcajada-. ¿De verdad? ¿Y quién, en tu opinión, jovencito, es lo suficiente bueno para tu madre entrada en años?

Niall sonrió de nuevo.

– Tom Cruise.

Entonces ya no pudo contener la carcajada.

– El señor Tom Cruise tendría algo que objetar a eso.

– ¿Y qué te parece alguien como el padre de Pete entonces? -intentó Niall de nuevo-. Él le lleva a Pete a pescar y cosas así.

– También ahí hay un pequeño problema -Shea puso una mueca-. Pete tiene también una madre encantadora.

– Supongo que sí -suspiró de nuevo-. ¿Pero es que los buenos ya están todos pillados? -preguntó con el mismo tono de su abuela.

Shea le pasó una mano por el pelo y se agachó para besarlo en la mejilla.

– Los rumores dicen que por desgracia es así -dijo con una sonrisa-. Si llego a casa tarde, te veré por la mañana, ¿de acuerdo?

– Claro. Que lo pases bien.

– ¿En una reunión? -sonrió con escepticismo-, pero para volver al tema de los buenos, en la remota posibilidad de que viera a alguno, intentaré no dejarlo escapar.

Niall soltó una carcajada y levantó los dos dedos con el signo de la victoria.

Shea seguía sonriendo cuando subió al coche de David.

– ¿Cuál es el chiste? -preguntó él.

Pero Shea sacudió la cabeza.

– Nada interesante -contestó ausente mientras lo evaluaba por primera vez.

David Aston era bastante atractivo, con el pelo y ojos oscuros.

¿Un llorón? ¿Un enclenque? La descripción de Niall se le pasó por la cabeza y la apartó con sensación de culpabilidad. No, David era simplemente, bueno, un poco aburrido. Eso no quería decir que fuera un llorón.

Sin embargo, una cosa era cierta, reconoció Shea. Ella sabía que no la atraía. Ni ningún otro hombre. Y eso había sido así durante tanto tiempo…

Shea se removió agitada y se quitó con rapidez aquellas reflexiones de la cabeza.

– Entonces, ¿cómo crees que será la agenda para esta noche?

– Dejamos algunos puntos por discutir en la reunión del mes pasado -dijo con ansiedad David mientras giraba en la calle que conducía al centro de la ciudad-. Creo que alguien ha sugerido manifestarse ante el ayuntamiento contra el alcantarillado. No creo que eso sea un comportamiento aceptable.

Shea enarcó las cejas.

– ¿Así que no estás por la resistencia pasiva?

– Por supuesto que no. No veo el punto de exhibirse a sí mismo. Hay otras formas, bueno, más civilizadas de hacer las cosas.

– ¿Discusiones maduras? -sugirió Shea.

David se apartó el pelo negro de la frente.

– Por supuesto. La gente asocia las manifestaciones con el estilo de vida hippie. ¿No crees, Shea?

Shea se mordió el labio mientras reflexionaba. Había un buen número de gente con estilos de vida alternativos viviendo en Byron Bay y a Shea le parecía bien. Miró de soslayo a David y vio que tenía los labios apretados con desaprobación.

– Creo que la mayoría de la gente se movilizaría si fuera para conseguir algo.

– Pero hay canales adecuados. Es tan desagradable ver manifestarse a todos esos melenudos, con aspecto sucio.

Shea suspiró. La verdad era que no tenía ni la energía ni las ganas de discutir con David.

– Yo sé que relativamente soy un recién llegado. Sólo llevo aquí un año o así continuó David-, pero he elegido esto porque era una ciudad pequeña, bonita y tranquila sin ninguna de las llamadas «brillantes atracciones».

– Bueno, Byron Bay es desde luego así.

Shea contempló el puñado de casas modestas por las calles que pasaban. A ella le encantaba aquel sitio, con su estilo de vida relajado que normalmente se asociaba con las comunidades australianas playeras.

– He visto a Niall en bicicleta cerca de la playa esta tarde.

– Montar en bicicleta es una de sus pasiones en este momento -replicó Shea pensativa mientras recordaba las revelaciones de su hijo acerca de la casa grande-. ¿Cómo va el negocio inmobiliario ahora?

– No me puedo quejar. Vendí la casa de Martin al hijo de Jack Percy. Va a casarse a finales de año y piensa renovarla a tiempo para la boda.

– Eso está bien -inspiró antes de lanzarse-. Niall me ha dicho que ha visto a unos obreros trabajando en la casa grande blanca. ¿Se ha vendido?

– No que yo sepa. Y estoy seguro de que me habría enterado. Pero también podría ser que le venta se hubiera efectuado en privado hace unos meses, para poder ocupar legalmente la casa ahora.

Las sospechas verificadas le produjeron a Shea una sensación de ahogo en la boca del estómago. Ella sabía que, si hubiera habido una venta, David se habría enterado y se lo habría mencionado. Una venta de aquella magnitud hubiera corrido por toda la ciudad. Lo que significaba sólo una cosa.

– Es propiedad de un americano, ¿verdad? -irrumpió David en sus pensamientos.

– Sí. De Joe Rosten.

– Rosten, eso es. Es el director de una empresa de inversiones, ¿verdad?

– Algo así -replicó con cuidado Shea-. Una cadena de servicios de consultorías financieras. También tiene otros muchos negocios. Minas, inmobiliarias…

– Alguien me contó una vez que hasta tenía una empresa cinematográfica. ¿Es cierto?

– Sí, una pequeña. Pero creo que es más por afición.

O un grandioso regalo para su adorada hija única, pensó Shea para sí misma cuando una pena adormecida empezó a despertar dentro de ella. Apartó con firmeza aquellos pensamientos cargados de dolor a lo más profundo de su memoria. No podía, ni debía, permitirse recordarlo todo. Ahora no.

– Una afición, ¡vaya! -David giró al área de aparcamiento detrás del edificio de la reunión-. ¿Cuántos años tiene ese tipo? ¿Tiene familia? ¿Y cómo es que nunca viene aquí?

– La verdad es que tiene una hija -empezó Shea con cautela.

¿Qué pensaría David si le contara toda la historia?

– Una hija afortunada. ¿Y dónde puedo conocerla?

David se rió mientras salía del coche y se apresuraba a abrir la puerta del pasajero para ella. Eso le ahorró a Shea tener que dar una respuesta.

La sala que usaba la Asociación para el Progreso era vieja y destartalada y dejaba mucho que desear. Sin embargo, una gran multitud se aventuraba a asistir a las reuniones. Por muy aburridas que fueran, siempre aparecía un buen número de ciudadanos concienciados, reflexionó Shea mientras tomaba asiento con David en los bancos delanteros.

Rob, el moderador, tocó la campanilla y la reunión comenzó. No pasó mucho tiempo hasta que la discusión decayó y Shea se distrajo.

Por supuesto, tenía los pensamientos puestos en las revelaciones de Niall acerca de la gran casa blanca. Joe Rosten, el propietario y amigo del padre de Alex debía de tener ahora cerca de los setenta años y probablemente se habría retirado. ¿Habría decidido regresar a Byron Bay? Esa idea le trajo otras consideraciones alarmantes. Quizá su única hija lo acompañara.

Y su yerno.

– Bueno, yo no pienso involucrarme en ninguna manifestación de protesta.

La voz grave de David sacó a Shea de sus ensoñaciones, sintiéndose un poco culpable por no haber prestado ninguna atención.

– Estoy segura de que no será para tanto -empezó ella sin tener ni idea del tema por el que David mostraba tanto desagrado.

– Quizá sea un poco prematuro -sugirió una voz profunda desde el final de la sala.

Un hombre alto de pelo fino estaba avanzando hacia delante.

Llevaba unos vaqueros ajustados y una camisa lisa con las mangas enrolladas.

La dura luz fluorescente iluminó el reloj de oro de su muñeca izquierda, en cuya mano llevaba, en el dedo anular, un anillo de casado.

Todo aquello lo captó Shea de forma inconsciente. Su cuerpo abotargado no parecía poder reaccionar. Si hubiera estado sola y hubiera sido capaz de responder al sonido de aquella voz, a la vista de aquella cara familiar y desconocida a la vez, sabía que se habría desmayado.

Entonces, la audiencia pareció desvanecerse y sus ojos se encontraron, los de color café con los asombrados verdes marinos. Y el corazón de Shea empezó a acelerarse.

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