Capítulo 16

No podemos dedicarnos a deambular por todos los Estados Unidos corriendo el albur de que Jock encuentre a Reilly -dijo Trevor-. Grozak está vigilando la Pista. Si nos vamos, nos seguirán, y si nos siguen, entonces Grozak se lo dirá a Reilly, y éste cerrará el trato y le dará a Grozak lo que quiere.

– Jock dice que Reilly no se preocupará por él -dijo Jane.

– No apostaré por eso. Jock interrumpió su adiestramiento para escapar de Reilly. Reilly tendría que ser un auténtico egomaníaco para estar absolutamente seguro de que el chico nunca ignoraría esa orden de autodestrucción.

– ¡Joder!, eso no puede ocurrir, ¿verdad? -Jane meneó la cabeza-. Va en contra de todas las leyes del instinto de conservación.

– He oído hablar de experimentos suicidas llevados a cabo por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial supuestamente exitosos. La mente puede ser un arma poderosa. De todas maneras, Jock lo cree.

– Y está dispuesto a arriesgar su vida por salvar a MacDuff. -Jane guardó silencio durante un instante-. Y vamos a dejar que lo haga.

– Para salvar, si es posible, a varios miles de personas, además de al señor de Jock.

– Ya lo sé. ¿Para qué crees que estoy aquí? Pero no tiene por qué gustarme. -Sus manos se cerraron sobre los brazos del sillón-. Así que ¿cómo lo hacemos? ¿Cómo conseguimos salir de aquí sin dejar que Grozak sepa que nos hemos ido?

– Con gran dificultad.

– ¿Cómo?

– Tengo que pensar en ello. Y luego está Venable, que lo tenemos prácticamente apostado en nuestra puerta. No podemos meterlo en esto o no tendríamos ninguna esperanza de que nuestra marcha se mantuviera en secreto. No podemos permitir que haya ninguna filtración.

– Es la CIA, ¡Por Dios! Deberían ser capaces de manejar una operación clandestina.

Él la miró sin contestar.

No, Jock había confiado en ella, y Jane tampoco quería pasarle esa responsabilidad a unos extraños.

– De acuerdo, ¿ninguna idea?

– Tengo algún atisbo. -Se recostó en el sillón-. Déjame pensar en ello.

– ¿Podemos utilizar a MacDuff?

Trevor sonrió.

– Se negaría a que alguien pudiera utilizarlo. Pero, casi con absoluta certeza, no tendremos más remedio que meterlo en el lío. Tendríamos que secuestrar a Jock para alejarlo de su señor.

– No estoy tan segura de eso. Jock no quiere que MacDuff se acerque a Reilly.

– ¿Y crees que MacDuff no montaría en cólera y nos seguiría, si intentáramos abusar de Jock sin su supervisión?

– No, supongo que no.

– Y además hice un trato con MacDuff acerca de Reilly.

– ¿Servirle la cabeza de Reilly en una bandeja?

– Podemos decirlo así. Le prometí que si encontraba a Reilly, tendría su oportunidad con él. -Ladeó la cabeza-. Fue un trato que no tuve ningún reparo en hacer, teniendo en cuenta el carácter de Reilly. -Alargó la mano hacia el teléfono-. Lamento despertarte, Bartlett. Tenemos que resolver una situación. ¿Te importa venir a la biblioteca? -Colgó-. No hables con Eve ni Quinn por el momento, Jane.

– ¿Por qué no?

– Cuando llamé a Venable esta noche, me dijo que su equipo técnico interceptó ayer una señal electrónica desconocida en la zona. Puede que Grozak se haya hecho con un teléfono fijo para intervenir la línea telefónica.

– ¡Fantástico! -dijo ella con indignación. -Es justo lo que necesitábamos ahora.

– Lo sortearemos. Puede incluso que podamos sacarle provecho. -Se dirigió a Bartlett cuando éste entró en la habitación-. Nos vamos a Estados Unidos.

– ¿Quieres que solucione el transporte?

– Todavía no. Ya te lo comunicaré. No nos pueden ver salir de aquí, así que tal vez tengamos que reunimos con el piloto en algún lugar lejos de la Pista. Esta vez tendremos que utilizar un piloto distinto. Puede que Kimbrough. Actúa desde París.

– ¿Cuándo partimos?

– Tú no vienes. Te quedas aquí.

Bartlett frunció el entrecejo.

– ¿Por qué he de quedarme? No estoy haciendo nada aquí. Me he aburrido mucho últimamente.

– Tengo la impresión de que eso va a cambiar. -Se volvió a Jane-. Deberías irte a la cama.

¿Estaba intentando deshacerse de ella?

Trevor meneó la cabeza cuando vio su expresión.

– Mañana la cosa puede ser muy dura. Te puedes quedar, si lo deseas, pero sólo voy a inspeccionar el funcionamiento rutinario de la seguridad del castillo y a tratar de mis asuntos de negocios con Bartlett. -Sonrió débilmente-. Te prometo que no voy a ir a ninguna parte sin ti.

Jane se levantó.

– Puedes apostar a que no. -Se dirigió a la puerta-. ¿Cuándo vas a hablar con MacDuff? Quiero estar presente.

– ¿Qué tal a las ocho?

Ella asintió con la cabeza.

– A las ocho.


Pero apenas eran poco más de las seis de la mañana cuando Bartlett llamó a la puerta de Jane.

– Siento despertarte -dijo disculpándose-. Pero MacDuff acaba de irrumpir como un vendaval en la biblioteca, y Trevor me ha enviado a buscarte.

– Estaré allí enseguida. -Saltó de la cama y cogió su bata-. Dame un minuto para que me lave la cara.

– Esperaré. -Bartlett la observó mientras se dirigía corriendo al baño, y le gritó-: Aunque MacDuff parece muy impaciente. No está esperando por nadie para desahogarse. Creo que Jock debe haber decidido contarle la noticia.

– No me sorprende. -Se estaba secando la cara mojada con una toalla cuando salió del baño, y se dirigió a la puerta-. No sé lo imprevisible que era Jock antes, pero ahora es condenadamente voluble.

– No más que MacDuff -murmuró Bartlett mientras echaba a correr detrás de ella.

Jane vio a qué se refería Bartlett cuando entró en la biblioteca. MacDuff estaba de pie, cerniéndose sobre Trevor como la ira de Dios. Tenía los labios apretados, y sus ojos relampaguearon cuando se volvió hacia ella.

– ¿Por qué tuve que enterarme por Jock? ¿Estaban intentando dejarme fuera?

– Lo pensé. En realidad Jock no quería que viniera -dijo Jane secamente-. Pero Trevor dijo que había hecho un trato.

– ¡Qué honorable! -dijo MacDuff con sarcasmo-. ¿Se supone que he de mostrarme agradecido? Nuestro trato era que encontrara a Reilly. Y resulta que Jock va a ir a buscar a Reilly para mí. No los necesito.

– Pero Jock no va a buscar a Reilly para usted -dijo Jane-. Teme por usted. Y quiere que nosotros lo acompañemos.

– Eso es lo que me dijo -gruñó-. Yo podría presionarlo.

– ¿Y quiere hacer eso? -preguntó Trevor-. El equilibrio mental del chico parece tener bastante delicado. Podría desmoronarse o perder la chaveta.

MacDuff no dijo nada durante un momento.

– ¡Maldita sea!, no quiero que se entrometan.

– Eso es difícil -dijo Jane-. Usted no es el único afectado por ese cerdo. Jock nos quiere, y vamos a ir. -Jane le sostuvo la mirada-. Y me trae sin cuidado su trato con Trevor. Según parece, está dispuesto a ignorarlo con tal de deshacerse de nosotros.

– Cierto -murmuró Trevor.

MacDuff siguió mirándola con ira durante otro rato antes de decir entre dientes:

– Muy bien. Vamos juntos. Pero no prometo que esto vaya a quedar así. Si Jock me dice dónde puedo encontrar a Reilly, los perderé de vista.

– Entonces creo que sería justo que tuviéramos la misma oportunidad -dijo Trevor-. Aunque me parece que deberíamos concentrarnos en salir de aquí sin ser vistos, en lugar de en lo que ocurrirá después de que nos centremos en Reilly.

– Nada de CIA -dijo MacDuff con rotundidad-. Nada que pueda alertar a Reilly y lo asuste y provoque que haga algún movimiento para detenernos.

– Eso no hay ni que discutirlo -dijo Trevor-. Y Grozak está vigilando el castillo… y hay muchas posibilidades de que tenga intervenido ya nuestro teléfono. No podemos llamar sin más a un helicóptero para que venga a recogernos.

– No, no podemos. -MacDuff giró sobre sus talones-. Recojan lo que tengan que llevarse y reúnanse conmigo en el establo dentro de una hora.

– ¿Qué?

– Ya me ha oído. -MacDuff miró por encima del hombro-. Si tenemos que irnos, nos iremos.

– Ya le dije que estamos…

– Nos iremos. Este es mi castillo, mi tierra. No voy a permitir que nadie me tenga prisionero en ellos. Ni su fantástica CIA ni Grozak ni nadie más.

Jane se estremeció cuando la puerta se cerró de un portazo detrás del terrateniente.

– Está un poco furioso, ¿verdad? Pero no parece tener problema con la logística de la situación. ¿Crees que puede encontrar una manera de salir?

– Según parece cree que puede. No hará ningún daño que nos reunamos con él en el establo y veamos qué tiene que decir una vez que se tranquilice. -Se levantó del sillón-. Muévete. Haz tu equipaje y reúnete conmigo en el vestíbulo. De camino, avisa a Mario y dile que estaremos en contacto.

– ¿Qué vas a hacer tú?

– Bartlett y yo hemos montado una pequeña diversión. -Sonrió a Bartlett-. Deberíamos de tener tiempo suficiente para terminarla.

Jane se dirigió a la puerta.

– No sé cómo se va a tomar esto Mario. Desde que su padre fue asesinado, no le hace gracia estar metido en ese estudio.

– Mala suerte. Estos días parece que eres la negociadora. -Le hizo una seña con el dedo a Bartlett para que entrara-. Convéncelo.

Convéncelo, pensó exasperada Jane mientras subía la escalera. Mario estaba empeñado en vengar a su padre, y se suponía que ella tenía que decirle que lo olvidara y permaneciera al pie de aquella mesa. Lo único que lo había mantenido en el trabajo hasta ese momento había sido la promesa de prepararlo lo suficiente para vengarse con éxito. En ese momento su trabajo casi había terminado y ellos lo iban a dejar…

Se detuvo en el exterior del estudio de Mario y respiró hondo antes de llamar a la puerta.


– No -dijo Mario secamente-. ¡Cono, no! Voy con vosotros.

– Mario, ni siquiera sabemos adonde vamos ni si encontraremos a Grozak o a Reilly.

– Tenéis una pista. -Se levantó-. Y eso es más de lo que teníais antes.

– No nos puedes ayudar.

– ¿Cómo lo sabes? -Cogió la primera hoja del montón que había en su mesa y se la metió en el bolsillo-. Voy a ir. Metió el resto de los papeles en el cajón superior-. No hay nada que discutir.

– Yo lo voy a discutir. Y Trevor también.

– Como quieras. -Se dio una palmada en el bolsillo-. Pero no vais a hacer ningún progreso. Y podrías echar por tierra vuestra oportunidad de leer la traducción que acabo de terminar.

Jane se puso tensa.

– ¿La has terminado?

Mario asintió con la cabeza.

– Y bien interesante que es. Contenía varias sorpresas.

– ¿Hace mención del oro?

– Por supuesto. -Mario se dirigió al baño-. Tengo que lavarme los dientes y darme una ducha. He estado trabajando toda la noche. Me reuniré con vosotros en el establo.

– Mario, ¡maldita sea!, ¿qué decía Cira?

Él meneó la cabeza.

– Si algo he aprendido de este horror, es que las armas son importantes, incluso contra la gente que consideras tus amigos. Hablaremos de Cira después de que hayamos encontrado la manera de atrapar a Grozak y Reilly.

– Tal vez podamos negociar con Reilly, si nos dices dónde podría encontrarse el oro.

– No quiero negociar. Quiero cortarles la cabeza a esos bastardos, como hicieron ellos con mi padre. -Apretó los labios con todas sus fuerzas-. Horrible, ¿verdad? Los frailes deberían estar rezando ahora por mi alma. -Abrió la puerta de su dormitorio-. Aunque por otro lado, no hubo nadie para que rezara por el alma de mi padre, ¿verdad que no?

– No vamos a tolerar esto, Mario. No podemos. Trevor te quitará la traducción en un abrir y cerrar de ojos.

– Si la puede encontrar. Cuando vayas a buscarlo, la habré escondido tan bien que ni Sherlock Holmes podría dar con ella. Puede incluso que la destruya y la rehaga más tarde.

Jane se lo quedó mirando fijamente durante un instante con una mezcla de compasión y frustración, antes de dirigirse a la puerta. Mario había tomado una decisión y estaba dispuesto a ocultar el pergamino de Cira para conseguir su propósito. En el fondo de su corazón no podía culparlo. Jane no estaba segura de si no habría hecho lo mismo.


Jock estaba de pie en la entrada del establo cuando llegaron Jane y Trevor una hora más tarde.

– El señor me dijo que os dijera que regresaría pronto.

– ¿Dónde está?

– Tenía que hablar con los guardias. Dijo que era importante. -Se volvió a Jane-. No está enfadado conmigo. Pensaba que lo estaría, pero en cambio está enfadado contigo. Lo siento.

– No es culpa tuya. Ya lo superará. -Observó a MacDuff mientras éste avanzaba hacia ellos a grandes zancadas-. Se siente tan frustrado como el resto de nosotros, y está preocupado por ti.

– ¡Caramba, cuanta generosidad! -murmuró Trevor.

– No es un problema de generosidad. De comprensión, tal vez. Puede que MacDuff sea difícil, pero hace todo esto por Jock. En cierto sentido, es digno de admiración.

– Yo también lo admiraré, si es capaz de sacarnos de aquí -dijo Trevor-. ¿Y qué me dices de eso, Jock? ¿Puede hacerlo?

– Por supuesto. -Jock se dirigió a Jane-. He regado mis plantas, ¿pero crees que Bartlett podría volver hacerlo dentro de unos días, si no volvemos?

– Seguro que estará encantado de hacerlo. -Jane se dio la vuelta y empezó a dirigirse de nuevo al castillo-. Iré corriendo y le diré…

– ¿Adónde va? -MacDuff sólo estaba a pocos metros de distancia.

– Hay que decirle a Bartlett que riegue las plantas de Jock.

– Ya se lo he dicho a Patrick -dijo MacDuff-. Nadie más tiene que meterse en los asuntos de Jock.

– ¿Qué le ha estado diciendo a los guardias? -preguntó Trevor.

– Que se comporten con absoluta normalidad, como si siguiéramos aquí.

– ¿Puede confiar en ellos?

MacDuff le lanzó una mirada desdeñosa.

– Naturalmente. Son mi gente. Si alguien se acerca al castillo, le denegarán la entrada. -Hizo una pausa-. Aunque afirmen ser de la CIA.

– No tengo nada que objetar. Telefoneé a Venable esta mañana y le dije que durante uno o dos días podría no tener noticias mías, ya que Mario estaba a punto de terminar los pergaminos y que todo quedaría en suspenso hasta que averiguáramos si teníamos algo con lo que trabajar para encontrar el oro.

– ¿Y si es él el que te telefonea?

– Barlett y yo preparamos anoche un dispositivo superpuesto de sustitución de voz, y el atenderá las llamadas.

– ¿A qué te refieres? -preguntó Jane.

– A un pequeño artefacto muy ingenioso que se conecta al teléfono y hace que cualquiera que hable por él tenga tu misma voz. -Sonrió-. Te aseguro que funciona. No es la primera vez que Bartlett ha tenido que hacerse pasar por mí.

– Eso no me sorprende -dijo Jane. Se armó de valor y le dijo a MacDuff-. Mario va a venir con nosotros.

– Y una mierda va a venir. -Se giró en redondo hacia Trevor-. ¿Qué demonios está haciendo.

– No me eche a mí la culpa. -Trevor levantó las manos-. Yo reaccioné de la misma manera, pero Jane dice que Mario terminó el pergamino y que puede que haya una pista sobre el oro. Si lo dejamos aquí, no terminará el informe.

– Una pista sobre el oro -repitió MacDuff-. ¿Cree que dice la verdad?

Jane asintió con la cabeza.

– Pero no estoy segura. Ha cambiado. Podría ser incluso que nos estuviera manipulando a su conveniencia.

– Para atrapar al asesino de su padre. -MacDuff se calló un instante, pensando-. El oro es importante. Si Mario viene, la responsabilidad de que no se entrometa es suya, Trevor. Voy a estar demasiado ocupado con Jock para sujetarle la mano.

– Mario no es un niño -dijo Jane-. Puede razonar con él.

– ¿Cómo hizo usted? -retrucó MacDuff.

– Eso fue diferente. Lo estábamos excluyendo. Cualquiera de nosotros habría sentido lo mismo. Y se guardaba un as en la manga con lo del oro. Eso me paró en seco. Como bien ha dicho, el oro es importante. -Jane le sostuvo la mirada-. ¿Hasta qué punto es importante para usted? Creía que sólo se dedicaba a deshacer entuertos.

– No soy Galahad. Sí, voy tras Reilly. -Lanzó una mirada a través del patio hacia el castillo-. Pero Trevor me prometió una parte de ese oro, y lo voy a necesitar. Y voy a tenerlo.

– No, si podemos llegar a un acuerdo con Reilly -dijo Jane-. Si no podemos encontrar la manera de atrapar a ese bastardo, negociaremos. Y me trae sin cuidado su fantástico y maravilloso castillo, MacDuff.

– Y no tiene que preocuparse de él para nada -dijo MacDuff-. Ya cuido yo lo suficiente de todos nosotros. -Hizo un gesto con la cabeza hacia Mario, que estaba bajando las escaleras-. Y aquí tiene a su erudito que quiere ser un superhéroe. Me entran ganas de sacarle la información a la fuerza y dejarlo aquí. Y no me diga que no siente lo mismo, Trevor.

– Ya se me ocurrió -dijo Trevor-. Pero el muchacho tiene una misión, y llevaría tiempo zurrarle la badana lo suficiente para…

– ¡No! -terció Jane.

MacDuff se encogió de hombros.

– Parece que por ahora se acabó el asunto. Pero habrá más oportunidades luego, si se convierte en un problema. -Se dio la vuelta y entró en el establo-. Dígale que mueva el culo, si va a venir con nosotros, Trevor. Vamos, Jock.

Jane hizo un rápido gesto con la cabeza hacia Mario, antes de echar a correr detrás de MacDuff y Jock, que ya avanzaban por el pasillo flanqueado de compartimientos a grandes zancadas.

– ¿Adónde vamos?

– A casa de Angus -dijo Jock-. ¿No es así?

– Sí -dijo MacDuff-. Y es un lugar magnífico y acogedor. -Entró en el tercer compartimiento contando desde el final-. Si no le molesta el barro y la peste a moho. -Una vez allí, movió una caja de aparejos y tres sillas de montar para dejar al descubierto una trampilla cubierta de tierra-. Aunque antaño el hedor habría sido considerablemente más asqueroso. Angus se aseguró de que nadie quisiera andar ganduleando aquí dentro. Siempre hay una capa de estiércol cubriendo el suelo.

– ¿Y adónde conduce esta puerta? -Trevor los había alcanzado y escudriñaba la oscuridad-. Unas escaleras…

– Sí, descienden formando un ángulo y llegan al pie del acantilado, donde se une con el mar. -MacDuff abrió una caja colocada al lado de la trampilla y cogió una linterna de las varias que contenía la caja-. Que todo el mundo coja una linterna. No hay ninguna luz, y las escaleras están demasiado inclinadas para fiarse de un guía con una única linterna. Doblarían una esquina y se encontrarían a oscuras, y estos escalones están mojados y son tan resbaladizos como el hielo. -Pero MacDuff estaba bajando la sinuosa escalera con seguridad y rapidez-. Tengan cuidado o acabarán con la cabeza rota. Mi tatarabuelo llegó un poco achispado una noche y sufrió una caída que lo tuvo postrado dos años. Estuvo a punto de morir, antes de conseguir subir a rastras las escaleras hasta el establo.

– ¿No lo acompañaba nadie?

– Por supuesto que no. El pasadizo de Angus es el secreto de la familia, transmitido de padres a hijos. Angus lo hizo construir en la misma época que edificó el castillo. Fue pensado como una vía de escape que condujera hasta el mar, y allí hay otro pasadizo que dobla sobre sí mismo para dirigirse hacia la colina, por la parte de fuera de la cancela, lo que le permitía coger por la espalda a un ejército atacante. Vivió en una época peligrosa y siempre quiso estar preparado.

– Eso ocurrió hace siglos. -¡Por Dios!, sí que resbalaban aquellos escalones, pensó Jane mientras mantenía el equilibro sujetándose contra la curvilínea pared. Parecían bajar y bajar…-. ¿Y me está diciendo que nadie más conoce la existencia de esto?

– Existe algo que se llama honor. Todos estábamos obligados a no contárselo a nadie que no perteneciera a la familia más allegada. En los últimos años no era de una importancia tan crucial, pero somos una familia que cree en la tradición.

– Parece que Jock sí que lo conocía.

– No supo nada hasta que lo traje de vuelta de Colorado. Y Jock preferiría morir antes que decir algo que no quiera que diga. Doscientos metros y giro a la izquierda. Allí es donde se bifurca y se convierte en un túnel que conduce hasta las colinas.

Jane apenas pudo ver la bifurcación de la derecha cuando giró a la izquierda como se le había dicho.

– ¿Cuánto falta?

– No mucho. Aquí los escalones se vuelven más empinados a medida que se acercan al oleaje. Tenga cuidado.

– ¿Y qué vamos a hacer cuando lleguemos al mar? -preguntó Trevor-. ¿Nadar?

– La verdad es que Angus era lo bastante fuerte para hacerse a nado los casi siete kilómetros que rodean el cabo, pero sus descendientes no eran tan espartanos. Hay una motora en un embarcadero camuflado al pie de la escalera. Utilizaremos los remos, no el motor, y si nos mantenemos cerca de los acantilados, deberíamos poder alcanzar una distancia segura en veinte minutos.

– Y luego ¿qué? -preguntó Trevor.

– No debería haberlo hecho todo por usted -dijo MacDuff-. He hecho que Colin, uno del pueblo, nos recoja con un coche y nos lleve a Aberdeen. Confió en que, una vez allí, usted pueda conseguir un transporte que nos lleve a Estados Unidos.

– Llamaré a Kimbrough a París en cuanto lleguemos a la carretera. Llevo años sin utilizar sus servicios, y Grozak no lo tendrá controlado.

– ¿Cuánto tardará en llegar aquí?

– Si no tiene otro trabajo, unas pocas horas. Si lo tiene, telefonearé a otro.

Jane oyó gritar a Mario, que empezó a maldecir detrás de ella.

– ¡Maldita sea!, ¿falta mucho, MacDuff? Casi me rompo el tobillo.

– Mala suerte -dijo MacDuff-. Los no invitados no tienen derecho a quejarse.

Trevor y ella tampoco habían sido invitados. Jane no tenía muy claro lo que MacDuff…

Oyó un chapoteo por delante de ella.

– ¿Qué es eso?

– Los escalones inferiores quedan cubiertos por el agua cuando sube la marea -gritó MacDuff por encima del hombro mientras doblaba una curva de la escalera-. Voy a tener que meterme en el agua para llegar hasta el bote. No hay motivo para preocuparse. -Y añadió con malicia-: Excepto por alguna anguila o cangrejo ocasional que consigue entrar con la marea. No le pasará nada. No va descalza.

– Qué consuelo. -Jane dobló la esquina de la escalera de caracol y vio a MacDuff y a Jock delante de ella. Los dos estaban metidos en el agua hasta los muslos, mientras terminaban de bajar los últimos escalones hacia una aerodinámica motora de color negro y crema amarrada a un poste de acero. Un poco más allá pudo ver una estrecha abertura que conducía al mar.

– ¿Todo bien? -Trevor estaba unos pocos escalones detrás de ella. Jane no se había percatado de que se había parado.

Asintió con la cabeza y empezó a bajar los escalones de nuevo, sujetando su pequeña bolsa de lona sobre los hombros.

Tres escalones más abajo, Jane se encontró metida hasta los muslos en un agua fría y salada que la hizo estremecerse de los pies a la cabeza. Reprimió un grito ahogado y siguió avanzando. Al cabo de un instante había alcanzado a MacDuff y a Jock, que estaban subiendo a pulso al bote.

Jock se volvió y alargó la mano.

– Dame tu bolsa y te subiré.

– Gracias. -Jane le arrojó la bolsa de lona y luego dejó que la subiera. MacDuff estaba abriendo una caja situada junto al timón y sacó unos remos-. Te conoces bien el camino hasta aquí abajo, Jock.

– El señor quiso que lo acompañara cuando volvimos aquí. Tenía cosas que hacer y no quería que me quedara solo.

Porque Jock había intentado suicidarse, y MacDuff había tenido miedo de abandonarlo.

– Estoy segura que fuiste de gran ayuda.

– Lo intenté -dijo Jock con seriedad-. Hice todo lo que me dijo, pero no sabía todas las cosas que Angus y el señor sabían. Este era la casa de Angus, su habitación.

– ¿Su habitación?

– Todos esos escalones y la oscuridad… Me perdí. Mi cabeza estaba confusa, y el señor tuvo que sacarme del agua en una ocasión.

¿Se perdió? ¿Se refería a mentalmente o…?

– Jock, te necesito -gritó MacDuff, y Jock se dirigió hacia él inmediatamente.

– Estás empapada. -Trevor estaba subiendo al bote-. ¿Hay alguna toalla, MacDuff?

– En la caja que hay debajo del timón. -MacDuff le entregó a Jock un remo-. Ella puede secarse más tarde. Salgamos de aquí.

– Yo sé remar -dijo Mario cuando subió al bote-. Tripulaba una embarcación en mi universidad.

– ¡Faltaría más! Páguese el viaje. -MacDuff le dio un remo-. Pero encontrará que este remo es un poco más difícil de manejar.

Trevor encontró la toalla y se la entregó a Jane.

– Sécate. No necesitamos que te pongas enferma.

– Estoy bien. -Ella intentó absorber un poco del agua de ropa con la toalla. Torció el gesto. -No he pescado ni una anguila, MacDuff.

– ¿De verdad? Qué afortunada.

– Confiemos en que la cosa siga así. -Trevor desató la embarcación-. Sáquenos de aquí, MacDuff.


Kimbrough se reunió con ellos en el aeropuerto de las afueras de Aberdeen donde Trevor había aterrizado en el viaje desde Harvard. Era un cuarentón bajito y eficaz.

– Listo para despegar -le dijo a Trevor-. He presentado un plan de vuelo falso hasta Nueva Orleáns. Tendremos que repostar en Chicago, pero deberíamos llegar a Denver dentro de unas nueve horas.

– Bien. -Trevor se volvió a MacDuff-. Dijo que tenía una casa en las afueras de Denver que utilizó cuando fue a buscar a Jock. ¿Cree que le ayudaría a avanzar en sus recuerdos estar en un entorno casi familiar?

– No tengo ni idea. Pero daño no podría hacerle. Tenemos que empezar por algún lugar. Llamaré a la empresa de alquiler en cuanto esté en el avión.

– No puede hacer eso. Reconocerán su nombre por la vez que estuvo allí. No podemos dejar ninguna pista que se pueda rastrear…

– Reconocerán el nombre de Daniel Pilton. ¿Cree que me habría arriesgado a que Reilly supiera dónde llevé a Jock? Hizo un gesto hacia Jock y Mario-. Subid al avión. Me reuniré con vosotros enseguida. -Después de que Jock y Mario desaparecieron en el interior del avión, dijo con gravedad-: Por lo que sé, Jock se quedará paralizado en cuanto esté cerca de la casa de Reilly.

– ¿No es todo esto una pérdida de tiempo? Según Jock, Colorado no es la zona donde está Reilly -dijo Jane-. Él mencionó Idaho.

– Pero allí no sabemos por dónde empezar. Fue demasiado vago al respecto. -MacDuff apretó los labios-. Créame, no fue nada vago acerca de Colorado. Si hubiera podido verlo durante aquel mes después de que lo encontrara, se habría dado cuenta de eso.

– Pero usted dijo que él no tenía ni idea de lo que estaba haciendo allí.

– No quise insistir. Ocurriera lo que ocurriese allí, fue suficiente para que perdiera el control. -Empezó a subir la escalera-. Ya tenía que superar un trauma lo bastante grande sin que hubiera necesidad de que yo hurgara en aquella herida.

– Podría haberlo hecho -dijo Jane mientras lo seguía por la escalerilla-. Si Jock no es capaz de recordar eso, ¿cómo va a recordar lo que pasó antes?

– ¡Dios mío!, mira que es dura -dijo MacDuff mientras desaparecía en el interior del avión-. Y yo que creía que estaba siendo insensible.

¿Era dura? Las palabras que había dicho le habían salido sin pensar. Quería lo mejor para Jock. Lo ayudaría, si podía, pero la importancia de encontrar a Reilly excedía todas las demás consideraciones. Así que quizá fuera tan dura como MacDuff creía.

– Ese bastardo te ha ofendido -dijo Trevor bruscamente detrás de ella en la escalinata-. Que le jodan.

– No. -Jane intentó sonreír-. Probablemente tenga razón. Nunca he sido la persona más tierna del planeta. No soy amable ni tolerante. Incluso fui dura con Mike cuando no se comportaba como yo pensaba que debía hacerlo.

– ¡Uy Dios!, ¿vas a fallar ahora y te vas a sentir culpable? -La detuvo poniéndole una mano en el hombro antes de que pudiera entrar en el avión-. No, no eres amable. Eres condenadamente intolerante. Puedes ser tierna ocasionalmente, pero eso sueles reservarlo para los perros, Eve y Quinn. -La estaba mirando directamente a los ojos-. Pero eres sincera e inteligente y me haces sentir como si estuviera contemplando una salida de sol cada vez que veo tu sonrisa.

Jane fue incapaz de hablar durante un instante.

– Ah. -No sabía qué decir-. Qué… poético. Y absolutamente impropio de ti.

– Estoy de acuerdo. -Trevor sonrió-. Así que lo atenuaré diciendo que probablemente seas también, de todas las mujeres con las que me he acostado, la mejor en la cama, y que soy lo bastante frívolo para desear que Jock no hubiera hecho este adelanto la noche que estaba planeando echarte un polvo como una catedral. ¡Esto sí que es franqueza! -La empujó para que entrara en el avión-. Más tarde. Tengo que ir delante y hablar con Kimbrough.

– Tengo que llamar a Eve.

– Ya lo suponía. En realidad es mejor que los llames. No se sabe lo que podrían hacer, si no tuvieran noticias de ti o no pudieran ponerse en contacto contigo. Pero no les puedes decir dónde estamos ni lo que estamos haciendo. Diles que estás a salvo y que ya te pondrás en contacto con ellos más tarde. ¿De acuerdo?

Jane pensó en ello.

– Por ahora. Se enfadarán conmigo, pero de todas maneras no hay mucho que contar. Pero no los mantendré en la ignorancia mucho tiempo.

– Espero de todo corazón que no tengas que hacerlo. Averigüemos por Jock lo que necesitamos saber o no. Pero espera a que aterricemos en Chicago para llamarlos.

Jane lo observó alejarse por el pasillo mientras se sentaba al lado de Mario. Trevor había sido amable y reconfortante, y eso la había sorprendido en aquellos momentos de tensión. Gran parte de la relación de ambos se basaba en la atracción sexual que los había dominado durante años. Aun en ese momento ella podía sentir esa reacción que le aceleraba el pulso cuando lo miraba. Pero había algo más que aquel ardor sin sentido; había calidez. Se obligó a apartar la mirada de Trevor.

– Has estado muy callado desde que nos fuimos.

– Decidí que sería una idiotez intentar entablar conversación cuando nadie quería oírme. -Mario torció el gesto-. Conseguí colarme en este viaje, pero no soy bienvenido. Así que observaré y escucharé, y encontraré la manera de contribuir.

– ¿Contribuir? -repitió Jane-. No parecía que estuvieras decidido a participar en una operación conjunta.

– No soy idiota. Conozco mis limitaciones. -Miró a Jock de hito en hito-. Pero él tiene más limitaciones que yo. Nos estamos arriesgando mucho corriendo el albur de que no estalle.

– No tenemos alternativa. -Jane hizo una pausa-. A menos que decidas darnos algo con lo que negociar.

Mario riego con la cabeza.

– No lo entiendes. No soy un tío insensible. No pretendo ser el causante de una catástrofe como la del once de septiembre. Pero he de tener mi oportunidad con esos hijos de puta. -Se retrepó en el asiento y cerró los ojos-. Voy a echar una cabezadita, así que deja de pincharme. No dará resultado.

– Seguiré pinchando, pinchando y pinchando -dijo Jane-. Tal vez en algún momento de claridad mental te des cuenta de que el precio de esa posibilidad no vale la pena.

Mario no respondió y siguió con los ojos cerrados. Era evidente que estaba dispuesto a ignorarla.

Bien, lo dejaría en paz, pensó Jane. Ya tendría oportunidad de darle la lata cuando llegaran a Colorado. Sonrió compungida ante la idea. MacDuff la había acusado de presionar a Jock, y en ese momento estaba haciendo lo mismo con Mario. Según parecía, su tiempo de inseguridad se había desvanecido con aquellas palabras qué le había dicho Trevor.

No, aquellas palabras la habían reconfortado, pero se había recuperado rápidamente, porque formaba parte de su carácter. Durante toda su vida la indecisión había sido su enemigo. Tenía que avanzar, nada de retroceder o quedarse en el sitio. No conocía otra manera.

Así que al diablo con MacDuff y Mario. Haría lo que siempre había hecho. Intentaría conformar su mundo a su medida. Era la única manera de…

– Ven conmigo. -Trevor estaba de pie a su lado-. Tengo que hablar contigo.

– ¿Por qué debería…? -Se interrumpió cuando vio la expresión de Trevor, se levantó y lo siguió hasta la cabina del piloto-. ¿Problemas?

– Tal vez. -Tenía los labios apretados-. Acabo de recibir una llamada de Venable. Dijo una frase y colgó-: «Lo siento, ya la advertí.»

– ¿Qué se supone que…?

– Llama a Eve -dijo-. Ahora. Comprueba si sabe algo.

Jane marcó el número.

– Eve, soy Jane. Ha ocurrido algo extraño…

– Cuelga -dijo Eve con sequedad-. Y sal de ahí. Joe acaba de averiguar que el Departamento de Seguridad Nacional se ha hecho cargo y han quitado a la CIA de en medio. Han planeado coger a todos los que estáis en la Pista de MacDuff, interrogaros y llevar a cabo su propia investigación.

– ¡Joder!, no pueden hacerlo. Eso pondría sobre aviso a Grozak y nos ataría de manos.

– Es lo que va a ocurrir. John Logan intentó convencerlos de que no lo hicieran, pero realizó su labor de espolearlos demasiado bien. Les ha entrado el pánico de parecer los malos, si no realizan alguna acción. Apaga el teléfono. Tenemos la línea intervenida y rastrearán tu llamada.

– Bueno. Entonces se darán cuenta de que ya no estamos en la Pista de MacDuff. No tendría sentido que entraran en tromba en el castillo con la intención de detenernos.

– De deteneros no, sólo pregunta…

– Para el caso es lo mismo. Nos atarán de manos. Y no podemos permitirnos eso en este momento. Tenemos una oportunidad, Eve. -Echó un vistazo a Trevor-. Voy a colgar y hacer que Trevor te llame. Así podrán rastrear su llamada y ver que tampoco está en la Pista. Intenta ponerte en contacto con alguien del Departamento de Seguridad Nacional y decirle que lo van a joder todo por nada.

– Ya te han oído decírselo -dijo Eve-. Y haré que John se lo explique de la manera que mejor lo pueden entender: que una metedura de pata monumental los situará derechitos en la línea de fuego política. Eso puede que los mantenga alejados de la Pista, aunque no confío en que les impida intentar encontraros. Cuídate. -Y colgó.

– Llámala -le dijo Jane a Trevor-. El Departamento de Seguridad Nacional se ha hecho cargo del asunto y ha intervenido su línea. Tenemos que intentar mantenerlos lejos de la Pista de MacDuff.

Trevor asintió y marcó el número en su teléfono. Jane se apoyó contra la pared y le escuchó hablar con Eve unos minutos antes de que colgara.

– Eso debería bastar. Vuelvo enseguida.

– ¿Adónde vas?

– A hacer que MacDuff llame a sus amigos del gobierno en Londres y les haga poner todo tipo de obstáculos que mantengan al Departamento de Seguridad Nacional lejos de la Pista. Tendrían que tener un permiso especial para actual en suelo extranjero, y no tienen ninguna prueba concreta de la comisión de un delito. El gobierno británico no se va a sentir inclinado a creer nada malo sobre MacDuff.

– Eso es cierto. Dijiste que MacDuff era una especie de héroe popular. Y eso puede acabar siendo una as en la manga.

Jane lo observó dirigirse hacia donde estaba sentado MacDuff y hablar con él. MacDuff asintió con la cabeza, sacó su teléfono y empezó a marcar.

Al cabo de un rato Trevor estaba de nuevo con Jane, mientras abría la cabina del piloto.

– Ahora tenemos que salir de aquí a toda pastilla. Dame tu teléfono. -Jane se lo entregó-. Haremos que Kimbrough vuele bajo y los arrojaremos al Atlántico en cuanto despeguemos. Haré que Brenner se encargue de conseguirnos otros teléfonos móviles cuando lleguemos a Colorado.

– ¿Pueden rastrear nuestros teléfonos con tanta precisión?

– Este es un mundo electrónico, y hay satélites espías que son utilizados por todas las agencias. Pueden localizar con precisión milimétrica prácticamente todo. Posiblemente ya hayan establecido nuestra posición. -Se dirigió a Kimbrough-: Tenemos que despegar. Ve si puedes meterle prisa a la torre de control. -Cerró la puerta de la cabina del piloto y se volvió a Jane-. Siéntate y abróchate el cinturón de seguridad.

Ella asintió con la cabeza, pero no se movió. Se sentía aturdida y estaba intentando entender las implicaciones de lo que estaba sucediendo.

– ¿Podemos conseguir que Venable se lo explique todo a los de Seguridad Nacional y nos los quite de encima?

– Probablemente ya habrá hablado con ellos hasta quedarse sin aire. En la actualidad el Departamento de Seguridad Nacional es todopoderoso, y a veces no juegan limpio con los demás. -Hizo una mueca-. Y como dijo Venable, ya te lo advirtió.

– Entonces no podemos contar con ayuda de la CIA -dijo ella lentamente-. Y no conocemos a nadie en el Departamento de Seguridad Nacional; no podemos confiar en que se crean nada de lo que les digamos ni que nos dejen hacer algo, excepto lo que ellos nos digan que hagamos. Estamos solos.

– Más o menos. -Enarcó las cejas-. Aunque por otro lado, antes también estábamos bastante solos.

– Pero teníamos a Venable, que era un respaldo poderoso. Me sentía más segura.

– No se trata de que no vayamos a meterlos en el ajo en cuanto tengamos a Reilly en nuestro punto de mira. -Y añadió-. Claro que podríamos llamar al Departamento de Seguridad Nacional y decirles que salgan a recibir a nuestro avión, si prefieres olvidarte de Jock y poner al chico en sus capacitadas manos.

– ¡No!

– Eso pensaba. -Abrió la puerta de la cabina del piloto-. Procura dormir un poco. Tengo que pedirle a Kimbrough que cambie nuestro plan de vuelo. Repostaremos en Detroit, llamaré a Bartlett y veré si Eve puede evitar que el Departamento de Seguridad Nacional haga una incursión en la Pista de MacDuff.


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