Capítulo 12

– Me alegra que hayas vuelto -dijo Bartlett cuando encontró a Jane en el pasillo a la mañana siguiente-. Estaba preocupado.

– Brenner estaba conmigo. Tenía que ir.

Él asintió solemnemente con la cabeza.

– Eso me dijo Trevor.

– ¿Has visto a Mario? No está en su habitación.

– Creo que está en la Pista con MacDuff. ¿Te apetece desayunar?

– Más tarde -respondió ella con aire ausente mientras se dirigía a la puerta-. Quiero hablar con Mario.

Tardó diez minutos en atravesar la cancela y rodear el castillo hasta la Pista.

Se detuvo a varios metros de las rocas cuando vio a Mario y a MacDuff. Ambos estaban desnudos hasta la cintura, y a pesar del frío el sudor hacía brillar sus cuerpos. Mientras los observaba, MacDuff tiró a Mario al suelo barriéndole la pierna con una patada circular.

Mario maldijo entre dientes y se levantó como pudo.

– Otra vez.

– No va a tener tiempo de aprender nada -dijo MacDuff en tono grave-. Excepto como caer sin hacerse daño. Y eso no le va a salvar la vida.

– Otra vez -repitió Mario, y se abalanzó contra el terrateniente.

MacDuff lo volteó sobre la cadera, y luego se sentó a horcajadas sobre él.

– Déjelo. Llevará semanas. Utilice una condenada pistola.

– Estoy aprendiendo. -Mario le lanzó una mirada hostil-. Aprendo algo en cada caída. Otra vez.

MacDuff masculló otra obscenidad.

– Está enfadado. -Jane se volvió y vio a Jock parado detrás de ella. El muchacho tenía la frente arrugada cuando se acercó a ella sin apartar la mirada de los dos hombres ni un instante-. Puede hacer daño al señor.

– ¿Mario? No es probable. -Observó cómo MacDuff se quitaba de encima de Mario y éste se levantaba de un salto-. No es MacDuff quien me preocupa. Mario es el que es más vulnerable. Podría…

Se interrumpió cuando Mario bajó la cabeza y embistió contra el estómago de MacDuff. Este soltó un gruñido y cayó de rodillas, respirando con dificultad.

– ¡Maldita sea!, eso no es lo que le he enseñado. Se supone que no tiene que… ¡No!

Jock se había colocado detrás de Mario y le estaba rodeando el cuello con un brazo. Se había movido con una rapidez tan vertiginosa que Jane se quedó asombrada.

Pero MacDuff estaba allí, y le propinó un golpe para insensibilizarle el brazo que ceñía contra Mario.

– Detente, Jock. Suéltalo.

Jock no se movió.

– Jock.

Jock soltó lentamente a Mario.

– Debería haberme dejado hacerlo. Pudo hacerle daño.

– Él no quiere hacerme daño. Sólo estábamos entrenándonos. Jugando.

– Esto no es un juego. Le golpeó en el estómago. Hay maneras de romper una costilla y clavarla en el corazón.

– Él no conoce esas maneras. -MacDuff hablaba con lentitud, pacientemente-. No sabe nada. Por eso estoy intentando enseñarle.

– ¿Por qué?

– ¿Qué es esto? -Mario miraba de hito en hito a Jock, perplejo.

MacDuff lo ignoró, con la mirada clavada en Jock.

– Alguien hizo daño a su padre. Necesita poder protegerse.

La mirada de Jock se movió hacia Mario.

– Se refiere a que quiere matar a alguien.

– ¡Por Dios!, no a brazo partido. Ya te lo he dicho, sólo quiere protegerse.

Jack arrugó la frente.

– Él podría herirle. Yo le enseñaré lo que necesita saber.

– ¡Ni de coña! Podrías olvidarte. Y como no paro de decirte, puede que no sea tan bueno como tú, pero soy perfectamente capaz de cuidar de mí mismo.

– Ya lo sé.

– Entonces, vuelve al establo.

Jock meneó la cabeza y se dirigió hacia las grandes rocas del final de la Pista.

– Me sentaré ahí y observaré.

MacDuff lo miró fijamente con exasperación antes de volverse hacia Mario.

– Reúnase conmigo aquí a las dos. Ahora no es buen momento.

Mario titubeó, y finalmente recogió su camisa del suelo.

– A las dos. -Hizo una mueca al pasar por el lado de Jane-. Extraño, pero que muy extraño.

Ella estaba totalmente de acuerdo, y tan absorta en los dimes y diretes entre Jock y MacDuff que Mario había desaparecido por el lateral del castillo antes de que recordara que había ido allí a hablar con él.

– No recuerdo haber enviado invitaciones. -MacDuff la estaba mirando mientras se limpiaba el sudor del pecho y los brazos-. ¿A qué ha venido aquí?

– Quería intentar persuadir a Mario de que abandonara esta locura.

– No sería una locura si hubiera tiempo. Sería totalmente razonable. La venganza es comprensible se mire por donde se mire. -Su mirada se movió hacia el sendero por el que Mario había desaparecido-. Y no será tan malo, si vive lo suficiente. Ese último movimiento me cogió por sorpresa.

– El que me cogió por sorpresa fue Jock. -Jane miró al chico, que estaba sentado en las rocas a cierta distancia, absolutamente inmóvil. Este le sonrió cuando vio que lo estaba mirando, una dulce sonrisa que hizo que su rostro resplandeciera. Jane no se podía creer que fuera la misma cara que se había tensado con fría ferocidad mientras su brazo se enroscaba alrededor del cuello de Mario. Le devolvió la sonrisa con dificultad, y se volvió a MacDuff-. Estaba decidido a matarlo, ¿no es así?

– Sí. -MacDuff se metió el jersey por la cabeza-. En cuestión de segundos. Jock es muy rápido.

Jane meneó la cabeza sin salir de su asombro.

– Si no lo hubiera visto, no lo creería… Parece tener una naturaleza tan apacible.

– Oh, y la tiene. Cuando no está asesinando.

Los ojos de Jane se abrieron desmesuradamente al percibir la amargura de su voz.

– ¿Asesinando? Pero sólo estaba furioso porque pensaba que Mario le iba a hacer daño.

MacDuff no respondió.

– Era eso, ¿no?

MacDuff guardó silencio durante un momento, y luego se encogió de hombros.

– No estaba furioso. Estaba en una misión, y en esta ocasión yo era la misión.

– ¿Qué?

– Se siente en la obligación de velar por mí. Al principio se lo permití, porque no sabía si podía mantenerlo vivo a menos que le diera una motivación. Ahora es más fuerte, y estoy intentando quitarle ese hábito. Pero no es fácil.

– Mantenerlo vivo -repitió Jane.

– Intentó suicidarse tres veces después de que lo alejara de ese hijo de puta de Reilly.

Reilly. El hombre por el que, según Trevor, él y Grozak se estaban peleando.

– Ha oído hablar de Reilly. -MacDuff la miró con los ojos entrecerrados-. ¿Trevor le habló de él?

Ella asintió con la cabeza.

– Pero no me contó nada sobre ninguna conexión entre Reilly y usted o Jock.

– Él no sabe nada sobre la conexión con Jock. Sólo sabe que quiero a Reilly. -Echó un vistazo a Jock-. Muerto.

– ¿Por qué me lo cuenta, entonces?

– Porque usted le gusta a Jock, y ha decidido ayudarlo. Pensé que podría controlarlo, pero no siempre puedo estar cerca, y es posible que usted necesite información para guiarlo. No la voy a dejar que siga en esto a ciegas.

– ¿Está… loco?

– No más de lo que lo estaría cualquiera de nosotros, si hubiéramos pasado por lo que ha pasado él. Ahuyenta las cosas de su mente; en ocasiones se refugia en la simplicidad de un niño. Pero mejora día a día.

– ¿Y qué cosas intenta ahuyentar de su mente?

MacDuff tardó un instante en responder.

– Sé que mató al menos a veintidós personas. Probablemente a muchas más. Esto es todo lo que se permitirá recordar.

– ¡Dios mío!

– No fue culpa suya -dijo MacDuff con brusquedad-. Si lo hubiera conocido cuando era un niño, se daría cuenta. Era salvaje como una liebre, pero no había nadie con un corazón mejor ni una naturaleza más cariñosa. Todo fue culpa de ese hijo de puta de Reilly.

– No tendrá más de diecinueve años -susurró Jane.

– Veinte.

– ¿Y cómo…?

– Ya se lo dije, era salvaje. Se fue de casa a los quince años a recorrer el mundo. No sé cuándo ni dónde se topó con Reilly. Lo único que sé es que no hace mucho su madre acudió a mí a pedirme que fuera a recoger a su hijo. Estaba en un psiquiátrico de Denver, Colorado. La policía lo había encontrado deambulando por una carretera cerca de Boulder. Iba indocumentado. Y fueron incapaces de lograr que les dijera algo. Pasó dos semanas en el asilo antes de decir una sola palabra. Y cuando lo hizo fue para pedir pluma y papel y escribir a su madre. -Hizo una pausa-. Era una carta de despedida. Cuando acudió a mí, la mujer estaba histérica y me pidió que fuera a recogerlo. Pensaba que iba a suicidarse.

– ¿Y por qué no fue ella a recogerlo?

– Soy el señor del lugar. Están acostumbrados a acudir a mí en caso de apuro.

– ¿Y por qué no acudió a usted cuando Jock se escapó?

– No me encontraba en el país. Estaba en Nápoles, intentando reunir suficiente dinero para pagar las deudas de la Pista. -Apretó los labios-. Tendría que haber estado aquí. Casi llego demasiado tarde. Cuando llegué al hospital, Jock ya había conseguido una navaja de afeitar y se había cortado las venas de las muñecas. Lo salvaron por los pelos.

– ¿Y qué es lo que hizo usted?

– ¿Qué le parece que hice? Era uno de los míos. Alquilé un chalé en las montañas, lo saqué de aquel hospital y me quedé con él durante todo el mes siguiente. Lo aguanté mientras deliraba, despotricaba y lloraba. Le hablé e hice que me hablara.

– ¿Le contó lo que le había ocurrido?

MacDuff meneó la cabeza.

– Sólo retazos sueltos. Reilly era una imagen muy nítida en la cabeza de Jock, aunque era incapaz de decidir si era Satán o Dios. Fuera lo que fuese para Jock, lo dominaba y castigaba. Y lo controlaba. Oh, sí, vaya si lo controlaba.

– ¿Le había lavado el cerebro? ¿Tal y como me contó Trevor que había hecho con aquellos soldados?

– Según parece en aquel tiempo Reilly estaba metido a fondo en un experimento. ¿Cómo, si no, conviertes en asesino a un muchacho de buen corazón como Jock? ¿Con drogas? ¿Privándolo de sueño? ¿Mediante tortura? ¿Suministrándole alucinógenos? ¿Explotando su mente y emociones? ¿O combinándolo todo en un paquete? A Jock se le entrenó en todas las formas del asesinato, y luego se le envió a realizar los antojos de Reilly. Debe haber sido difícil mantener controlado a Jock a lo largo de una orgía de asesinatos tan prolongada como esa. Reilly demostró ser muy inteligente.

– Y un monstruo.

– Sin duda. Y los monstruos no merecen caminar por esta tierra. Y no lo hará durante mucho más tiempo. He llegado a un trato con Trevor. Reilly es para mí. Lo demás no me importa.

A Jane se le ocurrió algo.

– ¿Por qué Jock? Es una casualidad demasiado grande que lo escogiera él sin venir a cuento.

– Nada de casualidades. Nunca he ocultado que he estado buscando el oro de Cira. La historia que apareció en Internet me atrajo como atrajo a todos los demás. La olla de oro donde acaba el arco iris. La respuesta a mis oraciones. He hecho cinco viajes a Herculano en los últimos tres años, y el hecho debe de haber llegado a oídos de Reilly. Trevor dice que ha estado ojo avizor con todo y todos los que pareciera que podrían tener alguna oportunidad de encontrar el oro antes que él. Está obsesionado con esas monedas de oro, y es probable que quisiera averiguar si me había enterado de algo importante. Jock entraba y salía del castillo sin parar antes de que decidiera irse a ver mundo. ¿A quién preguntar mejor? -Apretó los labios en una mueca de amargura-. Lo más seguro es que lo siguiera para hacerle unas cuantas preguntas cruciales y luego decidiera utilizarlo de otras maneras, al ver que Jock no podía contarle nada.

– Así que usted empezó a perseguir a Reilly. ¿Le pudo contar Jock algo acerca de él?

– No gran cosa. Siempre que empezaba a recordar le entraban convulsiones y empezaba a soltar gritos de dolor. Un pequeño regalo posthipnótico de Reilly. El chico está mejorando, pero no lo he vuelto a intentar desde aquel primer mes. Estoy esperando a que se cure. Si es que se cura alguna vez.

– Y en su lugar se asocia con Trevor. ¿Por qué?

– Soy una de las personas a las que Dupoi notificó su intención de traicionar a Trevor. Todo el mundo en Herculano sabía que yo estaba interesado, y él pensó que tal vez tuviera suficiente dinero para hacerle una oferta interesante. -Hizo una mueca-. Se equivocó. Pero gracias a Dupoi, me enteré de bastantes cosas sobre Trevor y sus antecedentes para saber que podía tener los mismos objetivos que yo… así como los contactos para encontrar a Reilly. -La miró fijamente a los ojos-. ¿Tiene miedo ahora de que Jock ande por aquí?

Jane volvió la vista hacia Jock.

– Un poco.

– Entonces la he pifiado. Pensé que lo entendería.

– Se hacen difíciles de entender veintidós asesinatos.

– Si hubiera sido un asesino que trabajara para su Gobierno, usted lo aceptaría. En algunos círculos sería un héroe.

– Sabe que ese argumento no cuela. El chico me inspira compasión, pero se me hace incomprensible de todo punto que Reilly pudiera cambiarlo de esa manera. -Jane se puso derecha-. Así que no me esforzaré. Aceptaré que ocurrió y partiré de ahí.

– ¿Pero en qué dirección? ¿Lo va a abandonar?

– ¡Maldito sea! Ese no es mi problema. -¿Qué iba a hacer? Jock la había conmovido y obsesionado desde el instante en que lo había visto. La terrorífica historia la había impresionado, aunque también la había hecho sentir muchísima pena por el chico-. No sé lo que voy a hacer. -Pero si decidía hacerlo, tenía que hacerle frente. Atravesó la Pista con aire resuelto hacia Jock.

El muchacho la miró fijamente a la cara mientras se acercaba.

– Te ha hablado de mí, ¿verdad? Y vas a decirme que no quieres volver a dibujarme.

– ¿Por qué piensas eso?

– Porque soy horrible -dijo sin más el muchacho-. Ahora lo ves, ¿verdad?

¡Oh, mierda! Jane se vio asaltada de nuevo por aquella dolorosa compasión.

– No eres horrible. Sólo hiciste cosas horribles. Pero no las vas a volver a hacer.

– Puede que las haga. Él dijo que es así como soy. Que no sé hacer nada más.

– ¿Reilly?

– A veces estoy convencido de que tiene razón. Es tan fácil. No tengo que pensar.

– Él no tiene razón. MacDuff te lo dirá.

Jock asintió con la cabeza.

– No para de decírmelo.

– Y yo también te lo estoy diciendo. -Lo miró a los ojos-. Así que deja de decir tonterías y olvida a ese bastardo. -Se apartó-. Y reúnete conmigo en el patio dentro de una hora. Tengo que terminar ese dibujo.

Era sólo un pequeño compromiso, y siempre podría volverse atrás. Echó un vistazo por encima del hombre cuando llegó al sendero. MacDuff había ido a sentarse al lado de Jock en la roca, y le hablaba rápidamente y en voz baja con expresión ceñuda. Jock asentía con la cabeza, pero seguía teniendo la mirada fija en Jane.

Y entonces sonrió. Una sonrisa rebosante de tristeza y aprobación y, ¡caray!, también de esperanza.

Jane suspiró, contagiada.


– ¿Te han seguido? -le preguntó Reilly a Chad Norton cuando éste le entregó el paquete.

– No. Estuve atento, pero nadie me siguió, y además comprobé que la caja no llevara ningún dispositivo de seguimiento. Es segura. -Norton lo miraba expectante, esperando el reconocimiento.

¿Debía dárselo? Reconocimiento o repulsa. Aquello era siempre un delicado ejercicio de ecuanimidad con los sujetos que mantenía cerca de él para los trabajos cotidianos. Uno habría pensado que sería más fácil, pero la proximidad tenía el vicio de entorpecer los efectos de la autoridad. Tal vez lo apropiado en aquel caso fuera una de cal y otra de arena.

– Tardaste demasiado. Me has tenido esperando.

Norton se puso tenso, y Reilly notó la aparición del pánico.

– Intenté ser rápido. Pero tenía miedo de apresurarme. Me dijiste que me asegurara y no llamara la atención.

– No te dije que tardaras la mitad del día. -Ya estaba bien de latigazos; era el momento de aplicar el ungüento balsámico. Sonrió a Norton-. Aunque estoy seguro de que fuiste cuidadoso porque querías mantenerme a salvo. En general, lo hiciste bien.

Percibió el alivio en la expresión de Norton.

– Me esforcé. Siempre lo hago. -Hizo una pausa-. ¿Lo hice mejor que Gavin?

Reilly levantó las cejas.

– Kim ya se ha estado yendo de la lengua.

Norton negó con la cabeza.

– Sólo dijo que nunca sería tan bueno como… Dijo que Jock Gavin era especial para ti.

– Y vaya si lo era. Pero tú también eres especial. Así que te dejaré que vayas a recoger el correo la semana que viene. -Reilly hizo un gesto con la mano para despedir a Norton mientras se volvía hacia la caja-. Y dile a Kim que he dicho que te aumente la ración esta noche.

– Gracias.

Reilly sonrió al percibir el entusiasmo en la voz del joven cuando oyó cerrarse la puerta detrás de Norton. La ración extra de cocaína siempre procuraba el placer y la excitación deseados, y nunca había encontrado un sustitutivo adecuado. Había probado varias veces a utilizar la sugestión posthipnótica en combinación con diferentes formas de privaciones, a fin de que los sujetos creyeran que se les estaba suministrando drogas duras. En algunos casos la estratagema había dado sus frutos, pero los efectos eran demasiado efímeros para resultar satisfactorios. Una lástima. Aquel habría sido el colocón definitivo de poder por ser capaz de proporcionar un placer intenso además de dolor. Como ser Dios.

Pero no debía dejarse abrumar por la decepción. Era una experiencia estimulante controlar a otros seres humanos, como si fueran esclavos, y él el amo. Era evidente que Grozak no tenía ni idea de la complicación y dificultad de los métodos que utilizaba para conseguir los resultados deseados. Él pensaba que los sujetos eran unos pusilánimes débiles mentales, y al inicio Reilly había experimentado sólo con ese tipo de personalidades. Pero no había tardado mucho en aburrirse y desesperarse y pasó a ponerse a prueba con sujetos más dificultosos. Esa era la razón de que hubiera cogido a Norton cuando se le había escapado Jock Gavin. Había querido demostrar que podía someter cualquier resistencia, por más que Gavin hubiera significado un fracaso.

En realidad no era tal fracaso, se recordó. El chico podría haber fracasado, pero su preparación básica había seguido funcionando. De no ser así, Reilly habría tenido al Departamento de Seguridad Nacional y a la CIA peinando Montana e Idaho de cabo a rabo en su busca. Había hecho que Grozak vigilara a Jock después de que MacDuff se llevara al chico a Escocia, pero poco a poco había empezado a sentirse más cómodo. Casi había merecido la pena la deserción de Jock para demostrar lo invulnerable que era la preparación básica. Jock entregaría su vida antes que traicionarlo. Casi deseaba que lo intentara; sería una victoria embriagadora.

– Norton dice que estás de acuerdo en que se le dé una ración extra de cocaína. -Kim Chan estaba parada en la entrada-. No debiste hacerlo. Nunca fuiste tan blando con Jock.

– Jock era diferente. Tenía que tenerlo bien sujeto. Norton no es un problema. -Se recostó en el sillón-. Y es evidente que has estado socavando su adiestramiento al compararlo con Jock. No importa que me manifiestes tu disgusto, pero no lo hagas con nadie más.

Kim se puso roja como la grana.

– Es verdad. Un poco de dolor, y Norton se derrumba. Él no me gusta.

– Pero eso no es suficiente para dejar de infligir ese dolor. -Reilly sonrió-. Y hasta que comprendas ese extremo, no vengas a decirme cómo he de hacer mi trabajo. -Su voz disminuyó hasta alcanzar una suavidad acerada-. Lo has olvidado. No eres mi socia. Trabajas para mí. Y si me enfadas demasiado, te volveré a arrojar a la casa de putas de Singapur donde te encontré.

– No harás eso. Me necesitas.

– Necesito a alguien como tú. Pero no eres única. Quizá, si hubieras hecho mejor tu trabajo, no habría perdido a Jock.

– No me puedes culpar de eso. Fuiste tú quien… -Se interrumpió cuando lo miró a los ojos. Reilly se dio cuenta de que Kim luchaba contra la indignación y la ira, pero al final retrocedió, como él sabía que haría. La mujer susurró-: No fue culpa mía. Lo tenía absolutamente controlado cuando estaba conmigo. -Se dio la vuelta-. Le daré a Norton su ración extra, pero es un error.

Kim se dio cuenta de que también había cometido un error, pensó Reilly. Cuando la eligió era una persona arrogante, y Reilly había tenido que controlar aquella arrogancia a lo largo de los años. Había estado tentado de intentar adiestrarla, pero aquello podría haber destruido el factor de dominación que había en ella y que era su activo más valioso.

Pero Kim tenía razón: Norton no era Jock Gavin. Aunque había sido un brillante estudiante de la Universidad de Colorado, presidente del consejo escolar y estrella del equipo de baloncesto, todo lo cual le había conferido aquel toque de arrogancia juvenil que lo había hecho interesante durante un tiempo.

Ya no. Reilly tendría que deshacerse pronto de él y encontrar a otro que despertara su interés. Cada vez era más difícil evitar aquel aburrimiento. Norton no le serviría como terrorista suicida, porque aquellos sujetos tenían que tener una cierta amargura inicial y ser sometidos a un entrenamiento especial concentrado que duraba meses. Tendría que dar por perdido el adiestramiento invertido en Norton y hacer que Kim le diera una sobredosis cuando tuviera un sustituto a mano.

Abrió la caja y sacó con cuidado el envoltorio plástico de protección.

Soltó un suspiro de satisfacción. Qué hermosura…


Trevor se encontró con Jane cuando ésta entraba en el patio.

– Bartlett me dijo que fuiste a buscar a Mario. ¿Hablaste con él?

Ella negó con la cabeza.

– Pero hablé con MacDuff. Me dijo que habíais llegado al acuerdo de que le entregarías a Reilly.

– ¿Eso dijo? -Hizo una pausa-. ¿Y qué piensas al respecto?

– Me trae sin cuidado quien se deshaga de Reilly con tal de que se haga. Y MacDuff parece tener buenas razones para quererlo matar. Reilly tiene que ser un auténtico canalla.

– Ya te lo había dicho.

– Y lo creí. Pero nadie me había puesto un ejemplo hasta que MacDuff me habló de Jock. Es evidente que Reilly es el socio perfecto para Grozak. -Jane escrutó el rostro de Trevor-. MacDuff me dijo que no sabías nada de la conexión de Jock con Reilly, pero me resultó difícil de creer.

– La sospechaba y tanteé el terreno con Venable para ver si podía confirmarla de una u otra manera. No ha vuelto a ponerse en contacto conmigo. -Esbozó una sonrisa-. Y ya no tiene que hacerlo. ¿Así que Reilly entrenó y le lavó el cerebro a Jock?

– Y casi lo vuelve loco. Intentó suicidarse.

– Y eso, por supuesto, hizo que quisieras adoptar al pobre muchacho. -Su sonrisa se desvaneció-. Es una víctima, pero una víctima entrenada para matar y un desequilibrado que hay que evitar. Mantente lejos de él.

Jane negó con la cabeza.

– ¿Crees que no me he dicho eso mismo? No dio resultado. No puedo abandonarlo. Ese hijo de puta lo endureció. Se merece que alguien lo ayude.

– Entonces, deja que lo ayude MacDuff.

– Él ya hace todo lo que puede. -Hizo una pausa-. MacDuff me dijo que Jock se niega a recordar gran cosa sobre Reilly, pero ha de saber mucho. Si pudiéramos aprovechar ese conocimiento…

– MacDuff debe de haberlo intentado hasta el agotamiento.

– Lo hizo. Pero tal vez fuera demasiado pronto. Puede que una persona diferente, con un enfoque nuevo, diera resultado.

Trevor soltó un juramento en voz baja.

– Prueba a remover los recuerdos, y puede que acabes con el cuello roto. El chico es totalmente imprevisible.

– Nunca haría daño a Jock intencionadamente. -Reflexionó al respecto-. Pero tener esos recuerdos enterrados puede que tampoco le esté haciendo ningún bien. Si pudiera encontrar la manera de que se enfrentara a la realidad, tal vez eso le ayudaría a retroceder…

– ¡Maldita sea, no!

– No me digas que no. -Jane lo miró con hostilidad-. No puedes encontrar el oro ni Brenner puede encontrar a Reilly. No voy a dejar que Grozak disponga del tiempo suficiente para conseguir lo que quiere de Reilly. -Empezó a atravesar el patio-. Si Jock puede ayudar, entonces haré todo lo que esté en mis manos para conseguir que hable. No quiero hacerlo. Tengo miedo de estropear todos los progresos que MacDuff ha hecho con Jock. Así que espabila y dame una razón para que le evite eso a ese pobre muchacho.

Pudo sentir la mirada de Trevor sobre ella cuando entró en el castillo. Hizo una mueca cuando recordó la palabra que había utilizado para describir a Jock. Aquel «pobre muchacho» había matado a un sinfín de gente y casi le había roto el cuello a Mario. Sin embargo, no podía pensar en él como no fuera con compasión.

Bueno, debía superarlo. Hacer recordar a Jock aquel horror por el que se le había hecho pasar iba a requerir dureza y cierto grado de crueldad. A ella le iba a hacer daño, aunque ni punto de comparación con el que le iba a hacer a Jock.

Pero había que hacerlo. Había demasiado en juego para que no lo intentara.


Reilly espero dos horas después de abrir la caja que Norton le había llevado para llamar a Grozak.

– ¿Cómo te va, Grozak? ¿Algún avance?

– Sí -respondió cansinamente Grozak-. ¿Por qué lo preguntas?

– Porque estoy aquí sentado, contemplando un viejo libro sobre monedas antiguas que conseguí de un traficante de Hong Kong. Me han llegado ciertas historias sobre una determinada moneda e hice que me consiguieran este libro para averiguar más sobre ella. ¿Sabes que se rumorea que una de las monedas que Judas aceptó por traicionar a Cristo sigue existiendo? ¿Te imaginas el precio que alcanzaría esa moneda hoy día?

– No. No me interesa.

– Pues debería interesarte. Se dice que la moneda fue llevada a Herculano por un esclavo destinado a ser gladiador. ¿Sabes que Cira tuvo un sirviente que había sido gladiador? ¿No sería razonable que él hubiera confiado la moneda a Cira por seguridad? ¿Y que fuera una de las que estaban en ese cofre de oro?

– ¿Adonde quieres llegar? Eso no es más que un montón de fábulas.

– Puede. Pero se me ocurrió que deberías saber lo infeliz que me haría si no tuviera ni las más remota posibilidad de conseguir esa moneda y fuera burlado, privándoseme de conseguirla. ¿Qué noticias tienes del cofre de Cira?

– Estoy en ello.

– Y no has sido capaz de deshacerte de Jock Gavin. Eso también formaba parte de nuestro acuerdo. El chico sabe demasiado.

– Tú mismo me dijiste que Gavin no podía ser una amenaza, que sería incapaz de acordarse de ti.

– Existe una remotísima posibilidad. Y no quiero correr ningún riesgo. Encuentra la manera de liquidarlo.

– Entonces, según parece, no estás completamente seguro de que tu entrenamiento sea efectivo.

– No sabes de lo que estás hablando. No tienes ni idea de lo que hago. -Hizo una pausa-. Me prometiste a Jane MacGuire. He estado mirando su fotografía, y el parecido con Cira es extraordinario; no podría parecerse más. Tener a Jane MacGuire sería como hacer revivir a Cira.

– ¿Y qué?

– Por lo que me dijiste, MacGuire es joven, inteligente y tozuda. Igual que Cira. Menudo desafío para un hombre de mi talento.

– ¿La vas a adiestrar?

– La cosa podría reducirse a eso, aunque espero que no. Lo único que quiero es información. Las mujeres son difíciles de adiestrar. La mayoría se desmorona antes de someterse. Pero con esta podría ser distinto.

– ¿Qué clase de información?

– El oro. Todo esto está relacionado con el oro, ¿no es así?

– Si supiera algo, habría ido ella misma a buscarlo.

– Probablemente sepa más de lo que cree saber. Ha visitado Herculano tres veces en los últimos cuatro años. Ha sido amiga intima de Trevor. Y es evidente que lleva años obsesionada con Cira. ¿Y por qué? Son prácticamente gemelas.

– Eso no significa que sepa dónde está escondido el oro de Cira.

– Vale la pena intentarlo. Puede que haya conseguido alguna información de la que no sea consciente. Ni te cuento la de veces que me he encontrado con sujetos que no eran capaces de recordar hechos sobre sí mismos, hasta que intervine yo.

– ¿Y puedes desenterrar los de ella?

– Puedo sacar a relucir todo lo que haya sabido alguna vez. Un barrido radical es peligroso y puede provocar que el sujeto no vuelva a ser capaz de funcionar. Pero aunque sólo me proporcione una ligera pista, un fragmento, merece la pena hacerlo. -Hizo una pausa-. A menos que puedas ahorrarme la molestia dándome ese cofre. Pero percibo bastante codicia en las preguntas que me estás haciendo. ¿No es cierto?

– Las cosas no están saliendo como esperaba. -Grozak hizo una pausa-. ¿Y si consigo a la mujer y tengo que esperar un tiempo a entregar al oro?

Reilly cerró el puño alrededor del auricular.

– No me gusta como suena eso.

– Oh, estoy en la pista -se apresuró a decir Grozak-. Me guardo unos cuantos ases en la manga. Pero puede que me fuera imposible hacer la entrega antes del veintidós. ¿Supón que te hago un pago en metálico y te entrego el oro después del ataque?

¡Uy Dios!, ¿es que el tipo ese se creía que era idiota?

– Me trae sin cuidado tu dinero. Tengo todo el dinero que pudiera necesitar en la vida, y si quisiera más, sólo tendría que enviar a uno de mis hombres a conseguirlo. Quiero el oro de Cira. Quiero poder verlo, tocarlo.

– Y lo harás. Más tarde.

– Puede que más tarde no aparezcas. ¿Qué te impediría incumplir tu parte del trato, después de que yo cumpliera la mía?

– Como es natural, después del ataque tendré que esconderme bajo tierra durante algún tiempo. Pero no soy tan idiota de intentar engañarte. Sólo tendrías que soltar a uno de tus zom… de tus hombres para que me diera caza.

Reilly pensó en ello. No es que no hubiera considerado ya esa posibilidad. Cuando uno hacía tratos con hombres como Grozak, tenía que estar preparado.

– Eso es verdad. Podría estar dispuesto a aceptar un retraso en el oro, si me consigues a la mujer. Sólo un retraso, Grozak.

– ¿Y seguirás suministrándome los hombres para la fecha fijada?

– Colaboraré contigo. Tendrás cuatro hombres pocos días antes de la fecha fijada. Eso te dará tiempo para que los alecciones sobre lo que han de hacer exactamente. Pero necesitarán que yo les llame por teléfono para ponerse en acción. Lo haré justo antes del ataque, si tengo a la mujer. -Momento para clavar el aguijón-. Si no consigo a la mujer, llamaré a Trevor y le ofreceré tu cabeza en bandeja de plata y reiniciaré las negociaciones con él.

– Menudo farol. Nunca te entregaría a la mujer.

– Puede que sí. Hay quien piensa que se puede prescindir de cualquier mujer cuando se la contrapone con la moneda de judas. ¿No lo harías tú?

– No soy Trevor.

Y Reilly dio gracias de que así fuera. Con Trevor era mucho más arduo negociar, y no se le podía manipular.

– Ya lo veremos. Es un punto a discutir, si cumples. Comunícame cuando puedo esperar a la mujer y acordaremos un lugar de encuentro. -Colgó el teléfono.

¿Había presionado lo suficiente?

Tal vez. Si no, ya presionaría más.

Se levantó para dirigirse a las estanterías. Había expuestas varias monedas del mundo antiguo de valor incalculable. Durante años había reunido todos los objetos de los que había podido apoderarse de Egipto, Herculano y Pompeya, pero las monedas eran su pasión. Incluso en aquellas épocas habían significado poder.

¡Qué tiempos!, pensó. Debería haber vivido entonces, durante aquella etapa dorada de la historia. Un hombre podía forjar su vida y las vidas de los demás con una eficacia despiadada. Eso era para lo que había nacido. No es que no pudiera hacerlo en los tiempos actuales, pero entonces no sólo se aceptaban los esclavos, sino que sus dueños eran admirados y respetados. Los esclavos vivían y morían según el capricho de sus dueños.

Cira había nacido esclava, y sin embargo nunca había sido conquistada.

Él la habría conquistado. Habría encontrado una manera de doblegarla, aun sin las herramientas que utilizaba en ese momento. Menudo sujeto habría sido ella, pensó con nostalgia. Controlar a una mujer de aquella fuerza habría sido absolutamente tonificante.

Pero Jane MacGuire también era fuerte. Había leído sobre la trampa que le había tendido a aquel asesino que la acosaba. Pocas mujeres habrían arriesgado lo que ella arriesgó, y conseguido triunfar.

Reilly se había sentido intrigado, y el parecido con Cira había excitado su imaginación. Últimamente había estado fantaseando acerca de cómo iba a interrogarla. Sólo; Jane MacGuire seguía confundiéndose con Cira en su mente.

Sonrió con repentino regocijo cuando tuvo una idea. ¿Qué mejor manera de escarbar en su mente y en sus recuerdos que hacerla creer que era Cira? Debía considerar esa posibilidad más detenidamente…


* * *
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