Capítulo 7

– Fui al pueblo y te compré un vestuario absolutamente maravilloso -le dijo Bartlett cuando se encontró con ella al pie de la escalera a la mañana siguiente-. Bueno, quizá no maravilloso. El pueblo tiene pocas tiendas. Maravilloso sugiere vestidos de baile y batas de terciopelo, y fui a buscar pantalones sport y jerséis de cachemir. Pero de muy buena calidad. Aunque tienes un aspecto mucho mejor con nuestra ropa que el que jamás hayamos tenido nosotros.

– Claro que sí. -Jane arrugó la nariz cuando bajó la vista a los holgados vaqueros y el jersey azul marino de cuello redondo que llevaba puestos-. Agradezco el sacrificio, pero me alegrará meterme en algo que no me haga tropezar y caer. ¿Pudiste encontrar mi cuaderno de dibujo?

Bartlett asintió con la cabeza.

– Eso fue un poco más difícil. Pero encontré una papelería, y tenían unas existencias bastante exiguas.

– Me sorprende que pudieras conseguir algo tan temprano. Apenas pasan de las nueve.

– La dueña de la tienda de ropa fue lo bastante amable para apiadarse de mí y abrir antes. Supongo que debo haberle parecido un poco desesperado allí parado, delante de su escaparate. Una mujer muy amable.

Y Jane se dio cuenta de lo mucho que debía de haberse derretido el corazón de aquella amable mujer para abrirle las puertas a Bartlett.

– Gracias por haberte tomado tantas molestias. Podría haber esperado.

– Una mujer siempre se siente mejor cuando no está en desventaja, y la mayoría de las mujeres relacionan la moda con la autoestima. Por supuesto que tú no eres la mayoría de las mujeres, pero decidí que no te haría daño. -Se volvió hacia la puerta-. Sacaré los paquetes del coche.

– Espera.

Bartlett volvió la cabeza para mirarla.

– ¿Necesitas algo?

Jane negó con la cabeza.

– Anoche vi a alguien delante del establo. Rubio, delgado, joven. ¿Sabes quién era?

– Jock Gavin. Uno de los empleados de MacDuff. Tiene una habitación en el establo y sigue a MacDuff a todas parte como un perrito. Buen chico. Muy callado. Parece que es un poco corto de entendederas. ¿Te molestó?

– No, sólo lo vi desde la ventana. Parecía estar muy interesado en algo que había en el castillo.

– Como te he dicho, es cortito. Es imposible saber lo que estaba haciendo. Si te molesta, dímelo y hablaré con él.

Jane sonrió mientras lo observaba salir a toda prisa al patio. Qué hombre más encantador que era, pensó con afecto. Había poca gente tan generosa como Bartlett.

– ¡Uy Dios!, Bartlett ataca de nuevo.

La sonrisa de Jane se esfumó cuando se volvió y se encontró frente a Trevor.

– ¿Qué has dicho?

Trevor fingió un estremecimiento.

– Era sólo un comentario. No estaba insultando a Bartlett. Siento un respeto reverencial por su poder sobre el sexo opuesto.

– Es un hombre generoso y amable.

– Y yo salgo mal parado con la comparación. Lo acepto todo, después de estar con Bartlett estos años. -Miró fijamente a Bartlett mientras este se alejaba-. ¿Por qué se mostraba tan protector en relación a Jock Gavin? ¿El muchacho te ha abordado?

– No, sólo lo sorprendí anoche mirando fijamente hacia el castillo, y me preguntaba quién podía ser.

– Le diré a MacDuff que lo mantenga lejos de ti.

– No me preocupa que el pobre chico hable conmigo. Sólo me preguntaba quién era.

– Y ahora ya lo sabes. ¿Vienes a desayunar?

– No tengo hambre.

Trevor levantó las cejas.

– Entonces, zumo y café. -Jane sintió que los músculos de su brazo se tensaban cuando él la tocó y le dijo bruscamente-: ¡Por Dios!, no me voy a abalanzar sobre ti. No tienes por qué tenerme miedo.

– No tengo miedo. -Era verdad. No era el miedo lo que había provocado que se tensara. ¡Mierda!, no quería aquello. Apartó el brazo de él-. Pero no me toques.

Trevor retrocedió un paso y levantó las manos.

– ¿Está bien así?

¡Caray, no!, porque deseaba que aquellas manos volvieran a posarse en ella.

– Muy bien. -Se volvió y se dirigió a la cocina con aire resuelto.

Trevor la alcanzó cuando Jane abría la puerta del frigorífico.

– No está bien -dijo él en voz baja-. Estás tan a la defensiva y yo… Bueno, no vamos a hablar de mi estado actual. Pero ambos estaríamos más cómodos, si pudiéramos lograr una relación compatible. ¿No te parece?

– Nunca me he sentido cómoda contigo. -Jane sacó el cartón de zumo de naranja-. Nunca has querido que lo estuviera. Tienes que conocer a alguien para estar cómodo con él, y tú no quieres que nadie te conozca. Sólo quieres moverte por la superficie y mojar las plumas de la cola de vez en cuando.

– ¿Mojar las plumas de la cola? -Sus labios se torcieron en una mueca-. ¿Es eso un eufemismo de lo que creo que es?

– Entiéndelo como quieras. -Jane se sirvió un vaso de zumo de naranja-. Da lo mismo. ¿Lo quieres bajo y sucio? Puedo satisfacerte. Las chicas de la calle aprendemos todas las palabras guarras al uso. Como le dijiste a Mario, no soy ninguna remilgada.

– No, no lo eres. En realidad te pareces bastante a esa enredadera que crece en Georgia. Magnífica, fuerte, resistente y que, si le das la oportunidad, invade el mundo.

Jane bebió un sorbo del zumo de naranja.

– ¿El kudzu? Es un incordio de hierbajo.

– Eso también. Es muy molesto. -Sonrió-. Porque eres impredecible. Estaba convencido de que pasarías al ataque esta mañana. No soportas nada que no sea público. Pero no lo estás haciendo. Te estás echando atrás. Y he tenido que perseguirte. -La estudió con detenimiento-. Debo haberte ofendido de verdad. No estás preparada; estás tratando de ganar tiempo.

¡Joder!, qué bien la conocía.

– No me ofendiste… -Lo miró fijamente a los ojos-. Sí, me ofendiste. Es lo que querías. Se te hace insoportable no controlarlo todo, y pensaste que me cogerías desprevenida. Estabas intentando manipularme.

– ¿Y por qué habría de hacer eso?

– No querías que hiciera peguntas, y era más fácil distraerme con…

– ¿El sexo? -Trevor meneó la cabeza-. Eso no tiene nada de fácil. ¿Querías preguntar? Adelante.

Jane respiró hondo.

– Joe dice que estás metido en algo muy feo. ¿Es verdad?

– Sí.

– ¿Y no vas a decirme qué es?

– Lo haré al final. ¿Alguna otra pregunta?

Jane guardó silencio durante un momento.

– ¿Adonde fuiste anoche cuando abandonaste el castillo?

Él enarcó las cejas.

– ¿Me viste?

– Te vi. ¿Adónde fuiste?

– A la Pista.

– ¿Qué?

– Es mejor verlo que describirlo. Te llevaré allí, si quieres.

– ¿Cuándo?

– Esta noche, después de cenar. Hoy tengo cosas que hacer.

– ¿Qué clase de cosas?

– Investigar.

– Eso ya lo dijiste antes. Estudiar los pergaminos, sin duda.

Él asintió con la cabeza.

– Entre otras cosas. Estoy intentando encajar las piezas.

– ¿Qué piezas?

– Te lo diré cuando tenga una visión completa de la situación.

Jane entrelazó las manos con frustración.

– ¿Y qué se supone que tengo que hacer mientras?

– Explora el castillo, da un paseo por el patio, dibuja, vuelve a llamar a Eve y hazla que te diga lo sinvergüenza que soy.

– ¿Que vuelva a llamarla? ¿Sabes que llamé a Eve?

– Me dijiste que Joe había averiguado que estaba metido en cosas terribles.

Era verdad, lo había dicho.

– Pero no te dije que Eve te llamara sinvergüenza.

– Puede que no lo dijera. Le gusto. A regañadientes, pero los sentimientos están ahí. Aunque estoy seguro de que pensará que está obligada a manifestar su desconfianza. -Ladeó la cabeza, estudiando la expresión de Jane-. Y te aseguro que no estuve escuchando tu llamada. Me trae sin cuidado lo que le digas a Joe y Eve.

Jane lo creyó.

– Vine aquí porque quería respuestas. Si no las obtengo, no me quedaré. Dos días, Trevor.

– ¿Es un ultimátum?

– Puedes apostarte la vida. -Torció los labios en una mueca-. ¿Te estimula esa frase? A ti te gusta el juego, te encanta caminar sobre la cuerda floja. Durante años te has ganado la vida contando cartas en los casinos, ¿no es verdad?

– Tú siempre me estimulas. ¿Vas a venir a la Pista conmigo esta noche?

– Sí. Quiero respuestas y las obtendré de todas formas. -Dejó el vaso en el fregadero-. Lo cual es la razón de que no vaya a dar un paseo por el patio o explorar el castillo. -Se volvió hacia la puerta-. Voy a ver a Mario, a ver si está dispuesto a ser algo más comunicativo. -Miró por encima del hombro la reacción de Trevor con maliciosa satisfacción-. ¿Quieres apostar al respecto, Trevor?

– No apuesto. -Le sostuvo la mirada-. Pero deberías recordar que lo haré responsable de cualquier caída en desgracia, y que actuaré en consonancia.

La sonrisa de Jane se esfumó. Bastardo. No podía haber dicho nada que la disuadiera más.

– ¿Y si te dijera que me trae sin cuidado?

– Estarías mintiendo. -Y añadió en tono cortante-: Corre junto a él. Ya has conseguido fastidiarme. Estoy seguro de que Mario se extasiará al verte.

Sí, Jane había obtenido la reacción que se había propuesto, pero no sintió ninguna victoria. Había querido irritarlo, enfurecerlo, perforar aquella fachada de frialdad y desenvoltura. Lo había hecho, pero él había conseguido convertir la victoria en tablas.

– ¿Qué esperabas? -Trevor la estaba mirando fijamente a la cara-. No soy uno de esos muchachuelos con los que andas en Harvard. Si te gusta apostar fuerte, deberías estar preparada para que se te viera el farol.

Apartó la mirada de él y se dirigió hacia el pasillo.

– No era ningún farol.

– Mejor que lo sea.

Las palabras, dichas en voz baja, la persiguieron mientras empezaba a subir las escaleras. No volvería la vista; no permitiría que viera que su aterciopelada amenaza la había afectado. No asustado; afectado. Y suscitado cierta excitación, una conciencia cosquilleante de inseguridad y peligro que ella nunca había experimentado con anterioridad. ¿Era esa la cuerda floja de Trevor? ¿Era eso lo que ella sentía cuando…?

Tenía que olvidarlo, hacer caso omiso. Averiguaría lo que pudiera de Mario sin crearle problemas al muchacho, y esa noche averiguaría más de Trevor.

La Pista…

No, tenía que dejar a Trevor a un lado, no pensar en él, reprimir aquel entusiasmo. Concentrase en Mario y en Cira.

– Mantenga a Jock Gavin lejos de Jane -le dijo Trevor a MacDuff en cuanto éste cogió el teléfono-. No lo quiero ver cerca de ella.

– No le hará ningún daño.

– No, si no le permite que se acerque a ella a menos de cien metros. Ella lo vio anoche y preguntó por él.

– No lo voy a encerrar como si fuera un animal. Es un muchacho de veinte años.

– Que casi mató a uno de mis guardias de seguridad porque pensó que era una amenaza para usted.

– Asustó a Jock. No debería haber estado en el establo. Le dije que era el único lugar del castillo que tenían prohibido.

– Pero no me dijo que guardaba allí a un tigre por mascota. En menos de dos segundos había rodeado el cuello de James con un cable, y si usted no llega a intervenir lo habría matado en otros tres.

– No sucedió nada.

– Y nada le va a suceder a Jane MacGuire. La chica tiene instintos muy bien desarrollados. Si preguntó por él, es que debió darse cuenta de algo raro.

– Me ocuparé de ello.

– Procure hacerlo. O lo haré yo. -Colgó.

¡Por todos los diablos!

MacDuff se metió el teléfono en el bolsillo, se dio la vuelta y atravesó el establo a grandes zancadas hasta el cobertizo de jardinería que Jock había montado en uno de los compartimientos traseros.

– Te dije que te mantuvieras lejos de ella, Jock.

Jock levantó la vista, asustado, de la gardenia que estaba trasplantando a un tiesto de terracota.

– ¿De Cira?

– Ella no es Cira. Es Jane MacGuire. Te dije que no estaba disgustado con ella. ¿Intentaste ir a verla anoche?

El chico negó con la cabeza.

– Entonces, ¿cómo es que te vio?

– Le dieron la habitación que suele utilizar usted. La vi delante de la ventana. -Arrugó el entrecejo-. No deberían haberlo hecho. Es su habitación.

– Por mi no hay problema. Me da igual dormir en un sitio que en otro.

– Pero usted es el señor.

– Escúchame, Jock. No me importa.

– A mí, sí. -Volvió a ocuparse de la gardenia-. Esta es una gardenia especial de Australia. En el catálogo decía que supuestamente puede soportar vientos muy fuertes y seguir viva. ¿Cree que es verdad?

MacDuff sintió un nudo en la garganta mientras miraba al chico.

– Podría ser cierto. He visto a algunas criaturas sufrir penalidades y crueldades increíbles y sobrevivir pese a todo.

Jock acarició con ternura los blancos pétalos color crema.

– Pero esta es una flor.

– Entonces, tendremos que esperar, ¿no te parece? -Hizo una pausa-. Tu madre ha vuelto a llamarme. Quiere verte.

– No.

– Le estás haciendo daño, Jock.

Jock negó con la cabeza.

– Ya no soy su hijo. No quiero verla llorar. -Miró a MacDuff a la cara-. A menos que usted me diga que tengo que hacerlo.

MacDuff meneó cansinamente la cabeza.

– No, no te lo voy a decir. -Y añadió-: Pero voy a decirte que no te acerques a Jane MacGuire. Prométemelo, Jock.

El muchacho tardó un momento en responder.

– Cuando estaba delante de la ventana, sólo pude ver una especie de… silueta. Estaba muy erguida, con la cabeza alta. Me recordó a un lirio o un narciso… Me puso triste pensar en romper…

– No tienes que romper nada ni a nadie, Jock. No te acerques a ella. Prométemelo.

– No, si no quiere que lo haga. -Jock asintió con la cabeza-. No me acercaré a ella.

Volvió a mirar su gardenia.

– Espero que viva. Si lo hace, quizá la próxima primavera podría dársela a mi madre, ¿lo hará?

¡Joder!, a veces la vida podía ser una pura mierda.

– Quizá lo haga. -MacDuff empezó a alejarse-. Creo que eso le gustaría.


Jane vio la estatua en cuanto entró en el estudio de Mario después de haber llamado a la puerta.

El busto estaba en un pedestal, junto a la ventana, y la brillante luz del sol la acariciaba, rodeándola con su resplandor.

– Magnífica, ¿verdad? -Mario se levantó de la mesa y fue hacia Jane-. Acércate. Es casi perfecta. -Le cogió de la mano y la condujo hasta la estatua-. Aunque quizá ya lo sepas. ¿Habías visto la estatua antes?

– No, la había visto en fotos, pero nunca vi el original.

– Me sorprende que Trevor no te la enseñara. Lo conoces hace mucho, ¿no es así?

– Algo así. Pero nunca surgió el momento adecuado -dijo con aire ausente y la mirada clavada en la cara de Cira. Incluso podía percibir el parecido, aunque estaba demasiado absorta en la idea de que aquel artista había visto realmente a Cira. Incluso tal vez hubiera posado para él dos mil años antes. Sin embargo, la estatua no parecía antigua, y la expresión de Cira era tan moderna como una foto de la revista People. Parecía mirar con descaro al mundo, atenta, inteligente, con un rastro de diversión en la curva de los labios que la hacía parecer tremendamente viva-. Tienes razón, es magnífica. Me habían dicho que había muchas estatuas de Cira, pero esta tiene que ser la más refinada.

– Trevor así lo cree. Se muestra muy posesivo con ella. No quería dejarme trabajar aquí, pero le dije que necesitaba la inspiración. -Mario sonrió maliciosamente-. Fue todo un triunfo para mí. No le saco muchas cosas a Trevor.

Resultaba extraño estar parada allí, mirando fijamente aquella cara que ya había cambiado su vida en una multitud de aspectos diferentes. Los sueños, el episodio de cuatro años atrás que casi le había costado la vida, y en ese momento el círculo se estaba volviendo a cerrar, con Cira en el centro. Extraño y fascinante. Jane se obligó a apartar la mirada.

– ¿Y te inspira?

– No, pero disfruté mirándola después de haber trabajado en su pergamino. Fue casi como si estuviera en la habitación, hablando conmigo. -Arrugó el entrecejo-. ¿Pero no leí en Internet que la señora Duncan hizo una escultura forense de un cráneo que se parecía a la estatua de Cira?

– No, eso fue una mera hipótesis. Hizo la reconstrucción de un cráneo de ese período que Trevor pidió prestado a un museo de Nápoles. Pero no se parecía en nada a Cira.

– Me equivoqué, entonces. Supongo que estaba tan absorto trabajando en su pergamino, que no presté atención.

– Su pergamino -repitió Jane-. No supe nada de él hasta que Trevor me habló de él cuando veníamos hacia aquí. Todo lo que dijo es que había unos pergaminos sobre Cira.

– Estos estaban en un cofre aparte, emparedado en una pared en la parte posterior de la biblioteca. Trevor dijo que no los había visto antes, y que el hundimiento podría haber derrumbado la pared. Cree que ella intentó esconderlos.

– Probablemente lo hiciera. Estoy segura de que cuando era la amante de Julius nadie la animó a hacer nada con su mente. Él sólo estaba interesado en su cuerpo.

Mario sonrió.

– Eso resulta evidente por los pergaminos que escribió sobre ella. ¿Te gustaría leer alguno?

– ¿Cuántos hay?

– Doce. Pero se repiten bastante. Estaba perdidamente enamorado de Cira, y según parece sentía una gran afición a la pornografía.

– ¿Y qué pasa con los de Cira?

– Son más interesantes, aunque mucho menos estimulantes.

– ¡Qué decepción! ¿Podría leer los pergaminos de Cira?

Mario asintió con la cabeza.

– Trevor me llamó anoche y me dio permiso. Dijo que esos serían en los que estarías más interesada. -Hizo un gesto con la cabeza hacia una butaca situada en un rincón de la habitación-. Te traeré la traducción del primero. Aquel rincón tiene luz en abundancia.

– Podría llevármelo a mi habitación.

Mario negó con la cabeza.

– Cuando empecé a trabajar para Trevor me hizo prometerle que no perdería de vista ni los pergaminos ni las traducciones.

– ¿Te dijo por qué?

– Me dijo que eran muy importantes, y que lo que yo estaba haciendo era peligroso, porque un hombre llamada Grozak andaba detrás de ellos.

– ¿Eso fue todo?

– Eso fue cuanto quise saber. ¿Por qué habría de ser curioso? Me trae sin cuidado por lo que se estén peleando Trevor y Grozak. Lo único que me importa son los pergaminos.

Jane se daba cuenta de eso. Los ojos negros de Mario estaban relucientes, y la mano con la que tocaba suavemente el pergamino casi lo estaba acariciando.

– Supongo que Trevor tiene derecho a establecer las normas sobre los pergaminos, pero creo que sería un poco más curiosa de lo que pareces ser tú.

– Aunque por otro lado tú no eres yo. Nuestras vidas han sido probablemente diferentes. Yo me crié en un pueblo situado a los pies de un monasterio, en el norte de Italia. De niño, trabajé en el huerto del monasterio, y luego me dejaron trabajar en la biblioteca. Fregaba los azulejos a cuatro patas hasta que me sangraban las manos y las rodillas. Y al final de la semana, los frailes solían concederme una hora para tocar los libros. -Sus labios se curvaron con la nostalgia-. Eran tan antiguos. La piel de las tapas era suave y suntuosa. Recordaré el olor de aquellas páginas toda mi vida. Y la escritura… -Meneó la cabeza-. Era magnífico, algo hermoso y lleno de gracia. Me parecía cosa de magia que aquellos frailes que lo habían escrito pudieran haber sido tan doctos y sabios. Eso demuestra que el tiempo no importa realmente, ¿verdad? Ayer o hace miles de años pasamos por la vida, y algunas cosas cambian y otras permanecen.

– ¿Cuántos años trabajaste en el monasterio?

– Hasta que cumplí los quince. Hubo un tiempo en que quise hacerme fraile. Entonces descubrí a las chicas. -Meneó la cabeza con arrepentimiento-. Caí en desgracia y pequé. Los frailes quedaron muy decepcionados conmigo.

– Estoy segura de que tu pecado no fue tan grave. -Jane se acordó de las duras calles en las que se crió, donde el pecado era un hecho de la vida cotidiano-. Pero tienes razón, nuestra educación fue completamente diferente.

– Eso no significa que no podamos disfrutar de nuestra mutua compañía. Por favor, quédate. -Sonrió-. Será apasionante verte sentada ahí, leyendo lo que se escribió en los pergaminos de Cira. Y extraño. Será como tenerte… -Se interrumpió con aire contrito-. Pero por supuesto, ahora que te veo junto a la estatua, puedo ver que hay muchas diferencias. En realidad no te…

– Mentiroso. -Jane no pudo evitar sonreír-. No pasa nada, Mario.

– Bueno. -Exhaló un suspiro de alivio-. Ven, siéntate. -Hojeó cuidadosamente el montón de papeles de su escritorio-. Primero traduje los pergaminos del latín al italiano, y de éste al inglés. Luego, los repasé y volví a traducirlo todo para asegurarme de que había sido preciso.

– ¡Dios mío!

– Es lo que Trevor quería y, visto lo visto, lo habría hecho de todos modos. -Sacó una delgada carpeta que contenía varias hojas grapadas y se las entregó-. Quería que Cira me hablara.

Jane cogió lentamente los papeles.

– ¿Y lo hizo?

– Ah, sí -dijo él en voz baja mientras se volvía y regresaba a su mesa-. Todo lo que tuve que hacer fue escuchar.

En el título de la página aparecía impreso Cira I.

Cira.

¡Caray!, Jane estaba realmente nerviosa al empezar a leer las palabras de Cira. Había vivido años con su imagen y la historia de su vida, pero aquello no era lo mismo que leer sus verdaderos pensamientos. Aquello la hacía… real.

– ¿Pasa algo?-preguntó Mario.

– No, nada. -Jane se sentó erguida en la silla y volvió la página.

Muy bien, háblame, Cira. Te escucho.


Lucerna, Suiza

– ¿Le importa si me siento? Parece que todas las mesas están llenas.

Eduardo levantó la vista del periódico hacia el hombre que sujetaba una taza de café expreso. Asintió con la cabeza.

– Aquí ha de venir temprano, si quiere conseguir mesa. El lago es especialmente hermoso desde este mirador. -Miró el sol que relucía sobre el lago de los Cuatro Cantones-. Aunque es precioso desde cualquier punto que lo vea. -Movió el periódico para hacer sitio-. Conmueve al corazón.

– Es la primera vez que estoy aquí, pero debo reconocerlo.

– ¿Es usted turista?

– Sí. -El hombre sonrió-. Pero usted tiene pinta de ser nativo. ¿Vive aquí, en Lucerna?

– Desde que me jubilé. Comparto un piso en la ciudad con mi hermana.

– Y tiene la oportunidad de venir aquí todas las mañanas y disfrutar de esta recompensa. ¡Qué hombre más afortunado!

Eduardo torció el gesto.

– El paisaje no se puede comer. Mi pensión no me permite más que una taza de café y un cruasán para empezar el día. -Miró hacia el lago-. Aunque quizá sea afortunado. Tiene razón, la belleza alimenta el espíritu.

– ¿Conoce bien Lucerna?

– Es una ciudad pequeña. No hay mucho que conocer.

El otro hombre se inclinó hacia delante.

– Entonces, ¿podría convencerle quizá de que me enseñara otras vistas como este maravilloso lago? No soy un hombre rico, pero me encantaría pagarle por las molestias. -Titubeó-. Siempre que no le ofendiera aceptar mi dinero.

Eduardo le dio un sorbo al café y reflexionó sobre ello. El hombre era cortés, hablaba como una persona culta y no se comportaba con la arrogancia de los muchos turistas que acudían en manada a Lucerna. Tal vez fuera profesor o funcionario público, porque su ropa era informal y no era cara. Y era evidente que sabía que el orgullo es importante para los pobres. Era respetuoso, y el entusiasmo vacilante con que estaba mirando fijamente a Eduardo era muy halagador.

¿Por qué no? Un poco de dinero extra siempre podría venir bien, y disfrutaría de volver a tener un cometido. Los días se hacían largos y aburridos, y la jubilación no era lo que él había pensado que sería. Comprendía los motivos de que la gente mayor se rindiera y se fuera apagando poco a poco cuando no encontraban ningún motivo para levantarse por la mañana. Asintió con la cabeza lentamente.

– Tal vez podríamos llegar a un acuerdo. ¿Qué es lo que desea ver concretamente, señor…?

– Perdóneme. Qué maleducado. Permítame que me presente. -Sonrió-. Me llamo Ralph Wickman.


El escriba, Actos, que me entregó este pergamino dice que no debería escribir nada que no quisiera que Julius leyera, que he de ser cuidadosa.

Estoy harta de ser cuidadosa. Y puede que ya no me importe que Julius lea esto y se enfade. Ahora mismo la vida se me antoja muy aburrida, y no puedo soportar tenerlo asfixiando mi mente como hace con mi cuerpo. Debo evitar que se me vea hablando con alguien por temor a que Julius encuentre la manera de hacerle daño, pero tal vez pueda enviarte este pergamino, Pía. Él no te conoce, así que tal vez sea seguro. Ahora Julius me vigila a todas horas, desde que averiguó que tomé a Antonio por amante. A veces me pregunto sino estará loco. Me dice que está loco de amor, pero no ama a nadie excepto a sí mismo. Cuando sobornó a Antonio para que me dejara, pensó que volvería dócilmente a él y que viviría bajo su yugo.

No seré esclava de ningún hombre. De lo único que entienden es de lo que se encuentra entre mis muslos y del oro que pasa por sus manos. Así que le dije a Julius que podría tener mi cuerpo otra vez, si el precio era lo bastante elevado. ¿Por qué no? Intenté amar, Y Antonio me traicionó. Pero un cofre de oro haría que viviéramos libres y a salvo durante el resto de nuestras vidas.

Montó en cólera cuando se lo dije, pero al final me lo dio. Me dijo que tenía que guardarlo en una habitación del túnel bajo vigilancia, de manera que él supiera que yo no rompería nuestro acuerdo de no cogerlo y abandonarlo. Él no se cansará; ya me encargaré yo de eso. Si algo he aprendido es a complacer a un hombre.

Y no tomará ese oro como rehén. Es mío, y seguirá siendo mío. Ya he empezado a hablar con los guardias que han sido asignados a su custodia. No tardaré mucho en conseguir que se pasen a mi bando.

Luego serás tú quien tenga que ayudarme, Pía. Mi criado, Dominicus, te llevará el oro con instrucciones acerca de qué hacer con él. Luego deberá irse de Herculano y esconderse en el campo, antes de que Julius averigüe que me ayudó. Le he dicho que debe llevarse a Leo con él, porque Julius matará a cualquier persona cercana a mí cuando lo abandone: Le traerá sin cuidado que Leo sea sólo un niño. Como te he dicho, está loco.

Tú también debes esconderte. Le pediré a Dominicus que averigüe dónde estarás, y él me hará llegar recado.

Espero tener la oportunidad de enviarte esto. No sé si es mejor arriesgarse a enviar esta misiva para que te prepares o confiar sin más en que Dominicus se presente en tu puerta con el oro. Tendré que decidirme pronto.

No quiero extenderme y emocionarte con mis palabras en el supuesto de que no pueda volver a verte. Me temo que es una posibilidad muy real.

Tonterías. Todo irá bien. No dejaré que Julius me derrote. Limítate a hacer lo que te he dicho.

Con todo el amor que me queda,


Cira


¡Uy Dios!, Jane se dio cuenta de que le estaban temblando las manos mientras sujetaba el papel. Respiró hondo e intentó recobrar la compostura.

– ¿Potente, verdad? -Mario la estaba mirando fijamente desde el otro lado de la habitación-. Era toda una mujer.

– Sí que lo era. -Bajó la vista a las hojas-. Según parece decidió que no era seguro enviar esto. ¿Has traducido otro pergamino escrito por ella?

Mario asintió con la cabeza.

– Acabo de empezarlo.

– ¿Entonces no sabemos si pudo enviar el oro del túnel antes de la erupción?

– Todavía no.

– ¿Sabemos quién era Pía?

Él negó con la cabeza.

– Obviamente alguien a quien quería. ¿Quizá una actriz amiga del teatro?

– Trevor me dijo que, según los pergaminos de Julius, ella no tenía familia ni amigos íntimos. Sólo había un criado, Dominicus, un ex gladiador, y un niño de la calle que ella acogió en su casa.

Mario asintió con la cabeza.

– Leo.

– Trevor no mencionó ningún nombre. Supongo que podría ser. Pero ¿quién demonios es Pía?

– Es posible que Julius no supiera tanto sobre Cira como pensaba.

Eso era cierto. Cira no quería que Julius intimara con ella en ningún otro sentido que no fuera el físico.

Cuando Mario se fijo en su expresión de frustración, levantó las cejas y se encogió de hombros.

– Lo siento. Ya te lo dije, acabo de empezar.

Pero ella quería saber.

– Lo entiendo -dijo Mario con delicadeza-. Estoy tan ansioso como tú. Pero lleva su tiempo traducir, no sólo las palabras, sino también los matices. Tengo que ser muy cuidadoso para no cometer errores. Trevor me hizo prometerle que no habría posibilidad alguna de una mala interpretación.

– Y no querríamos decepcionar a Trevor. -Jane hizo un gesto de resignación con la cabeza-. Muy bien, puedo esperar. -Arrugó la nariz-. Con impaciencia.

Mario soltó una carcajada, cogió otra carpeta de su mesa, y se levantó.

– ¿Te gustaría leer algunos pergaminos de Julius?

– Por supuesto. Podría ser interesante conocer su opinión sobre Cira. Pero por lo que has dicho, no creo que me vaya a sorprender en lo más mínimo. -Cogió la carpeta y se repantigó en el sillón-. ¿Y es posible que tengas algo para mí del pergamino de Cira a lo largo de la tarde?

Mario negó con la cabeza.

– Este me está planteando dificultades. No está tan bien conservado como el primero. El tubo que lo contenía estaba parcialmente dañado.

Jane no debía sentirse frustrada. La carta de Cira a Pía había confirmado no sólo el carácter de Cira, sino que había abierto una nueva vía de información. Los pergaminos de Julius también podrían revelarse interesantes, y ella no tenía nada más que hacer hasta después de la cena, cuando Trevor la había prometido enseñarle aquella tal Pista. Lanzó un suspiro.

– Bueno, entonces sólo tengo que quedarme aquí y servirte de inspiración para que vayas un poco más deprisa.


* * *
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