Capítulo 20

Otra cámara.

MacDuff estudió el ángulo hacia el que estaba orientada el objetivo y se movió a la izquierda para evitar entrar en su campo.

Tenía que ir con cuidado.

Lentamente.

Tenía que permanecer pegado al tronco de los árboles. La mayor parte de las bombas trampas estaban situadas en los senderos presumiblemente más transitados.

La mayor parte.

¡Joder!, con esa temperatura glacial y estaba sudando sangre. Las bombas trampas eran una de las cosas que más había detestado siempre. Había perdido muchos hombres por las minas terrestres. Uno no podía verlas, no podía luchar contra ellas. Sólo cabía intentar evitarlas y tener esperanza. O rezar.

No habría recorrido más de veinte metros desde que se había separado de Jane y Trevor, y aquel avance espantosamente lento no lo hacía un hombre feliz.

Mejor ser un hombre paciente que uno muerto.

Otra cámara de vídeo allí arriba, un poco más adelante. ¡Joder!, eran difíciles de ver con aquella nieve torrencial y el camuflaje que Reilly había preparado.

Estudió el ángulo de la cámara; estaba orientada hacia el sendero que tenía a su izquierda.

Pero aquello no significaba que no hubiera otra cámara detrás de aquel pino próximo a…

– No se mueva.

MacDuff giró la cabeza como el rayo y vio a Jock parado a pocos metros de él.

– Es un triplete. -Jock caminó cuidadosamente por la nieve-. De tanto en tanto Reilly plantaba minas terrestres en una hilera que atravesaba los senderos. Le explotarían a cualquiera que intentara evitar las bombas trampas principales. -Estaba pegado a MacDuff-. No debería estar aquí. Podría haber acabado herido.

– A mi me lo vas a decir -dijo MacDuff con gravedad-. Podría decir lo mismo de ti.

– Conozco este bosque. Sé dónde está plantada cada una de esas minas terrestres. No sabría decirle la de veces que he atravesado esto estando oscuro como boca de lobo. -Se dio la vuelta-. Venga. Lo sacaré de aquí.

– No, pero puedes llevarme hasta Reilly.

Jock negó con la cabeza.

– No me digas que no -dijo MacDuff con brusquedad-. Lo voy a liquidar, Jock. Llévame hasta él o iré por mis propios medios.

– No hay ningún motivo para ir. Me he encargado de él.

MacDuff se puso tenso.

– ¿Lo has matado?

Jock negó con la cabeza.

– Pronto.

– No puedo esperar. Tiene que suceder ya.

– Pronto.

– Mira, a ti te gusta Jane. Ella y Trevor se dirigen en este momento al cuartel general de Reilly. No saben lo que va a ocurrir cuando lleguen allí, pero no será fácil.

Jock se paralizó.

– ¿Hace cuánto?

– Deberían llegar allí en cualquier momento. -Escudriñó el rostro de Jock con los ojos entrecerrados-. ¿Por qué?

– No deberían haber ido. Le dije a ella que se quedara en la choza. -Jock giró sobre sus talones y empezó a dirigirse en dirección al cuartel general de Reilly-. Sígame. De prisa. Pise donde pise yo.

– Créeme, lo haré. -MacDuff colocó la bota cuidadosamente en la huella dejada por Jock en la nieve-. Adelante. Te seguiré.

– Tendrá que hacerlo. Eliminé a los dos centinelas, pero eso no impedirá que ella… -Jock avanzaba sobre la nieve como una flecha-. Morirá. Mire que se lo dije. No debería haber ido…


Tenían que estar cerca de la casa, pensó Jane. Le parecía que hubieran estado caminando por aquel bosque eternamente. Levantó la vista hacia las ramas del árbol que tenía delante. Las cámaras estaban tan bien camufladas que sólo había sido capaz de localizar dos en todo el camino. ¿Cómo las iba a evitar MacDuff, si ella apenas había podido verlas?

Que se preocupara de eso MacDuff. Ella y Trevor tenían sus propios problemas.

– Es allí. -Trevor habló en voz baja detrás de ella-. Sigue recto.

Ella también podía ver las luces. A unos cien metros de donde se encontraban.

– La nieve está amainando. Mantén inclinada la cabeza.

– La llevo tan baja que prácticamente me estoy tocando el culo con ella -dijo Trevor-. No puedo hacer nada… ¡Al suelo!

Un disparo.

– ¡Por Dios! -Jane se lanzó contra el suelo-. La cámara de vídeo… Lo saben. Han visto…

Otro disparo.

Trevor soltó un gruñido de dolor.

Jane se volvió para mirarlo. Sangre. En la parte superior del pecho. El pánico se apoderó de ella.

– ¿Trevor?

– Me han dado -dijo él con violencia-. ¡Maldita sea!, lárgate de aquí a toda hostia. Van a salir en manada de esa casa de un momento a otro.

¡Joder!

– ¡Lárgate de aquí!

– ¿Puedes caminar?

– ¡Joder, sí! Ha sido en el hombro. -Se estaba moviendo hacia los árboles, arrastrándose sobre el vientre-. Pero no tan deprisa como tú. ¡Corre!

– Corre tú. A mí no me van a disparar. Van a por ti. Reilly me quiere viva. -Jane se levantó-. Echaré a correr hacia ellos con las manos en alto y te daré tiempo para que huyas. Y no te atrevas a discutir conmigo. Encuentra a MacDuff y llamad a la CIA. Haced algo. Quiero que haya alguien aquí fuera para seguirme, cuando esté ahí dentro con Reilly.

Otro disparo.

Jane oyó el golpe seco que hizo la bala al incrustarse en la nieve cerca de la cabeza de Trevor.

Él pulso se le aceleró.

No había más tiempo.

Se levantó de un salto, alzó las manos por encima de la cabeza y empezó a correr hacia la casa.

– ¡No!

– Deja de gritar y mueve el culo, Trevor. No estoy haciendo esto para nada. -Miró por encima del hombro y se sintió aliviada cuando lo vio incorporarse y correr agachado para ocultarse tras los árboles.

¿Aliviada? Trevor podría esquivar aquellas balas, ¿pero y qué pasaba con aquellas malditas minas?

¡Oh, Dios!, que tuviera cuidado.

Alguien estaba parado en el camino. ¿Un hombre?

No, una mujer. Pequeña, de rasgos delicados, y con un cuerpo delgado y compacto que no obstante conseguía parecer fuerte.

Y con una pistola en su mano que apuntaba directamente hacia Jane.

– No voy a oponer resistencia -dijo Jane-. No llevo ninguna arma y no puedo hacer daño…

¡Una explosión sacudió el suelo!

Jane miró por encima del hombro hacia el lugar por donde había desaparecido Trevor…

Una espiral de humo se elevaba hacia el cielo.

Los altos cedros estaban ardiendo.

– No -susurró horrorizada-. Trevor…

Las minas terrestres.

Muerto; tenía que estar muerto. Nadie podía sobrevivir a ese infierno.

Pero era incapaz de aceptarlo y rendirse. Trevor podría haber sobrevivido. Tendría que haber alguna manera en que ella pudiera ayudarlo. Retrocedió un paso hacia el bosque. La explosión podía haberlo hecho derribado y…

Dolor.

Oscuridad.


Paredes de piedra. De color castaño claro, agrietadas y aparentemente muy, muy antiguas.

– Realmente no deberías haber intentado escapar. Me decepcionaste.

Jane volvió la mirada hacia el hombre que había hablado. Cincuentón, de rasgos delicados, pelo negro con las patillas blancas. Y hablaba con acento irlandés, se percató de repente.

– ¿Reilly? -susurró Jane.

El hombre asintió con la cabeza.

– Y es la última vez que se te permitirá dirigirte a mí con semejante falta de respeto. Empezaremos con «señor», y avanzaremos desde ahí.

Jane sacudió la cabeza para despejarse, y se estremeció cuando sintió un dolor penetrante.

– Me… ha golpeado.

– No, te golpeó Kim. Tuviste suerte de que ella no hiciera que Norton te pegara un tiro. Desaprueba mi interés en reprogramarte, y estaría encantada de deshacerse de ti. -Se volvió hacia el rincón opuesto-. ¿No es eso cierto, Kim?

Jane miró rápidamente a la pequeña mujer que estaba sentada en la silla que había junto a la ventana. Era la mujer euroasiática que la había recibido en el camino. Desde aquella distancia parecía tener una complexión aun más fina y delicada, y tenía una voz suave y dulce.

– Ha salido demasiado cara. Puede que nunca veas ese oro, y has sacrificado a Grozak y a dos de nuestros hombres mejor entrenados como pago por ella.

– Me puedo permitir algunos excesos. -Había cierto tonillo en la voz de Reilly-. Y soy yo quien decide lo que estoy dispuesto a pagar. Deberías recordar eso, Kim. Últimamente te muestras demasiado arrogante. Lo tolero porque eres…

– ¡Trevor! -Jane se incorporó cuando los recuerdos se agolparon en su cabeza.

Una explosión que sacudió la tierra.

Los árboles ardiendo.

Trevor. Tenía que ir a buscar a Trevor.

Giró los pies para apoyarlos en el suelo y se levantó como pudo.

– No. -Reilly la tiró de nuevo sobre el sofá de un empujón-. Probablemente tengas una conmoción, y no quiero que sufras más daños de los que tienes.

– Trevor. Está herido. Tengo que ir a ver si puedo ayudarlo.

– Está muerto. Y si no lo está, no tardará en estarlo. Está helando ahí fuera. La hipotermia es peligrosa para un hombre sano; un hombre herido no tiene ninguna posibilidad en absoluto.

– Deje que vaya a verlo por mí misma.

Reilly negó con la cabeza.

– Tenemos que irnos de aquí. Después de que aparecieras con Trevor, envié a mi hombre, Norton, a ver adonde se había ido Mario Donato. ¡Y quién lo iba decir!, encontró un cadáver. ¿Quién lo mató? ¿Trevor?

– No, yo.

– ¿De verdad? Interesante. Lo apruebo. Demuestra un carácter que rara vez se da en la mujer. Había algún cadáver más. ¿Obra tuya también?

Jane negó con la cabeza.

– Wickman. Probablemente lo haría Mario.

– Tenía el cuello roto. No creo que Donato pudiera matar de esa manera. Bueno, mi Jock era muy competente en esa clase de muertes. ¿Vino contigo?

– ¿Qué le dijo Donato?

– Nada acerca de Jock. Donato se estaba esforzando en prever todas las posibilidades. Sabía que no me complacería saber que había dejado que Jock llegara tan cerca y no habérmelo entregado.

– Estoy segura de que habría traicionado a cualquiera, si hubiera podido hacerlo.

– Yo también. ¿Está Jock ahí fuera ahora?

Jane no respondió.

– Tomaré eso como un sí. Eso arroja una nueva luz sobre la situación.

Jane cambió de tema.

– Déjeme ir a ver si Trevor está vivo. No podrá hacerle daño, si está herido.

– Pero tampoco puede ayudarme. Lo siento, ahora no puedo satisfacer tu curiosidad. Puede que la situación no tarde en ponerse un poco incómoda para mí. Aunque Trevor tal vez esté muerto, Mario Donato me dijo, cuando lo llamé, que MacDuff quizá estuviera dirigiéndose hacia aquí.

– ¿Tiene miedo de MacDuff?

– No seas absurda. Miedo, no. Sólo soy prudente. Aunque no le beneficiara en nada, MacDuff podría decidir avisar a las autoridades, si piensa que Jock corre peligro. Parece mostrarse muy protector con el muchacho.

– Alguien tiene que serlo. Usted casi le destroza la mente.

– Eso se lo hizo a sí mismo. Podría haber seguido durante años cumpliendo la función que le inculqué. Fue su rebeldía la que lo destrozó. -Se encogió de hombros-. En realidad me fío menos de Jock que de MacDuff. Jock es mi creación, y sé el daño que puede ocasionar. Por supuesto, si pudiera enfrentarme a él cara a la cara podría hacerle cambiar de opinión, aunque tal vez no fuera posible. Y no soy un hombre que corra riesgos.

– Corrió uno bastante grande cuando llegó a un acuerdo con Grozak. El Gobierno de Estados Unidos jamás habría parado de perseguirle, si hubiera llegado hasta el final.

Reilly levantó las cejas.

– Pero llegué hasta el final. Todos los hombres están preparados y cumplirán el deber que se les ha asignado en cuanto los llame y les diga que adelante.

Jane se lo quedó mirando horrorizada.

– Pero no tendría ningún sentido hacer eso. Grozak está muerto. Ya no tiene que cumplir con ningún acuerdo.

– Pero lo cumplo. Cuando Grozak empezó a protestar por el pago y Mario me ofreció sus servicios, me puse en contacto con algunos extremistas islámicos amigos. No tenía sentido dejar que un proyecto lucrativo se fuera al traste, si decidía dejar fuera de él a Grozak. El contingente de Oriente Medio se hará cargo de la operación y me proporcionarán toda la protección que necesite.

– Deberíamos irnos de aquí -dijo Kim mientras se levantaba-. Ya la tienes, ahora vayámonos.

– Kim es un poco impaciente -dijo Reilly-. Ha estado nerviosa desde que Jock se alejó de nosotros. Le dije que podía controlarlo, pero no me creyó.

– Tenía razón -dijo Kim-. Al final se liberó. Siempre supe que era más fuerte que los demás.

– No es una cuestión de fuerza. -Reilly parecía afligido-. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Puedo controlar a cualquier sujeto con la cantidad adecuada de análisis y esfuerzo. No dispuse de tiempo suficiente para descubrir la pequeña debilidad que tenía o no se habría echado a perder.

– ¿Pequeña debilidad? -Jane lo miró fijamente con incredulidad-. ¿Negarse a matar niñas es una «pequeña debilidad»?

– Todo depende de cómo lo mire uno. -Reilly sonrió-. El mundo entero asciende o desciende dependiendo de la manera con que veamos los acontecimientos que ocurren a nuestro alrededor. Si hubiera tenido más tiempo, habría podido convencer a Jock de que matar a aquella niña lo habría convertido en un héroe.

– ¡Vaya por Dios!, esto es impresionante.

– Cira probablemente me habría admirado por ser capaz de controlar a los que me rodean. Era una manipuladora.

– Cira lo habría reconocido como el canalla que es y lo habría mandado a la mierda.

La sonrisa de Reilly se desvaneció.

– Es verdad que habría habido algunas disputas. Pero habría ganado yo. Siempre gano. -Se volvió a Kim-. Pídeme el helicóptero y empieza a recoger los informes personales. Luego, llama al campamento y di a todos los que estén allí que se dispersen de inmediato hasta que yo los llame. No los asustes; diles que es sólo por precaución.

Kim se dirigió a la puerta.

– ¿Adónde vamos?

– Primero a Canadá, y luego a Corea del Norte. Tengo contactos allí. Después, improvisaré. Esos terroristas religiosos son volubles. Preferiría tratar con ellos a distancia.

– Jamás podrá salirse con la suya -dijo Jane.

– Pero lo haré. No lo entiendes. Este es un mundo diferente, y las guerras también son diferentes. El hombre que puede controlar la mente y la voluntad, puede hacerlo todo. Los soldados en Iraq no tienen miedo al combate normal, pero sienten terror de un hombre que entre como si tal cosa en una tienda de mierda y se haga saltar por los aires. Un suicida con la documentación y cobertura adecuadas es la peor de todas las pesadillas. -Se dio unos golpecitos en el pecho-. Yo soy su peor pesadilla.

– La CIA lo atrapará antes de que salga del país.

Reilly meneó la cabeza.

– No lo creo.

– El helicóptero debería estar aquí dentro de cinco minutos. -Kim volvió a entrar en la habitación transportando un gran maletín-. Tengo todo los expedientes de material psicológico. ¿Debo recoger esos documentos históricos?

– No, yo mismo lo haré. Quiero enseñar mi colección a la señora.

– No tenemos tiempo de recoger todos esos objetos. Tendrás que dejarlos.

– No, cogeré las monedas y le diré a Norton que embale el resto y lo lleve al otro lado de la frontera para recogerlos. -Levantó la mano hacia Jane-. Acompáñame. Quiero que veas mi colección.

– No me interesa.

– Te interesará. Estarás muy interesada antes de que acabe contigo.

– No, no lo estaré. No podría hacerme nada. -Lo miró fijamente a los ojos-. Y no puede hacerme recordar algo que nunca supe. Está loco, si cree eso.

– Lo veremos. Cuanto más tiempo paso contigo, más impaciente estoy por empezar. -Abrió la puerta y le hizo un gesto para que entrara en la habitación-. Te va a resultar muy interesante. ¿Cuántas mujeres podrían haber conseguido matar a Mario Donato? Y en cuanto al oro, considera tu patrón de comportamiento en los últimos años. Estás absolutamente fascinada por Cira. Esas expediciones arqueológicas para excavar en Herculano, tu obsesión por los pergaminos… Te miras todos los días en el espejo y la ves. Puede que en lo más profundo quieras protegerla a ella y a su oro. Puede que sepas dónde está y seas una egoísta. O puede que hayas dado con la pista que nos puede conducir hasta él y no admitirlo ante ti misma. -Sonrió-. Pero con el tiempo suficiente puedo corregir eso. Puedo hacerlo casi todo. -Sus ojos brillaron de placer-. Y ahora empieza la diversión.

Jane se estremeció. Casi la había convencido de que él podía hacerlo. Y lo terrorífico era que Reilly no sabía lo cerca que ella se sentía de Cira. No sabía nada de los sueños…

– Un razonamiento muy endeble. Me parece increíble que realmente llegara a un acuerdo con Mario para que me trajera aquí, cuando no hay ninguna prueba de que sepa nada en absoluto.

– Pues créetelo. Y hay pruebas. Ven a mirar el mundo de Cira. -Hizo un gesto hacia los estantes tenuemente iluminados que desprendían un resplandor ambiental por toda la habitación-. Llevo veinte años coleccionando objetos de Herculano y Pompeya.

Y la colección era impresionante, pensó Jane, cuando vio la multitud de objetos diferentes, que incluían cuencos, cuchillos rudimentarios, pergaminos y relieves en piedra que representaban exageradas posturas sexuales.

– Habría obtenido un inmenso placer de los pergaminos de Julius Precebio -dijo Jane secamente-. También eran pornográficos.

– Estaba en su derecho. El maestro siempre establece las normas. Y yo me identifico con Precebio. Tenemos mucho en común. -Hizo que se adelantara-. Pero nos has reparado en la pieza más interesante. -Hizo un gesto con la cabeza hacia el estante que Jane tenía delante-. Tu contribución personal.

– ¿Qué demonios está…? -Jane respiró hondo-. ¡Dios mío!

Su cuaderno de dibujo. El que Trevor le había robado hacía dos años. Sólo se había preocupado por los dibujos de Trevor, temerosa de que dejaran al descubierto sus sentimientos hacía él. No se había acordado del dibujo que Reilly había escogido para exponer.

– Extraordinario, ¿verdad? -murmuró Reilly-. Es tan minuciosamente detallista que sería increíble que, al menos una parte de él, no hubiera sido dibujado teniendo de modelo la vida real.

Era un dibujo de Cira, uno de los muchos que había hecho desde su regreso de Herculano cuatro años atrás. Cira estaba de perfil en la entrada de una habitación de paredes de piedra con repisas, sobre las que estaban colocados diversos jarrones, cuencos y joyas. En una de las repisas más alejadas, colocado en solitario, había un cofre abierto del que rebosaban monedas de oro.

Jane se humedeció los labios.

– ¿La vida real? Lo siento, pero hace dos mil años no estaba allí para dibujar a Cira.

– Pero podrías haber encontrado el lugar dónde ella escondió ese cofre y dibujar el sitio.

– Eso es una locura. El dibujo fue absolutamente imaginario.

– Quizá. Pero me he tirado semanas estudiando detenidamente el dibujo. He investigado mucho, y esas estrías de las piedras se encuentran en algunas formaciones de Italia en las cercanías de Herculano. Como dije, el detalle es absolutamente sorprendente.

– ¿Cómo consiguió mi cuaderno de dibujo?

– Grozak lo robó de la habitación del hotel de Trevor y me lo envió. Pensó que podría despertar mi curiosidad. -Sonrió-. Y lo hizo. Planteó todo tipo de posibilidades interesantes.

– Escuche, no sé nada de ese oro.

– Ya lo veremos. Dentro de pocas semanas sabré todo lo que sabes.

Reilly hizo un gesto hacia la vitrina colocada en el centro del anaquel.

– Algunas de esas monedas valen una fortuna, pero nunca he encontrado la que haría que todo el mundo me envidiara, si la tuviera. Ha sido mi sueño durante muchos años. Tal vez tú puedas proporcionarme ese triunfo definitivo.

– ¿Cuál?

– Una de las monedas que recibió Judas por traicionar a Jesucristo podría estar entre el oro de ese cofre.

– Eso es una gilipollez.

Reilly hizo un gesto con la cabeza hacia el libro expuesto en el anaquel.

– No, según los rumores que se han transmitido a lo largo de los siglos. Menudo golpe maestro sería. -Sonrió-. Lo tendré todo: el oro, la fama y la estatua de Cira que me robó Trevor.

– Lo tendrá difícil para robarla desde Corea del Norte.

– La verdad es que no. Tengo gente por todo el mundo que lo único que quiere es hacer lo que yo desee.

– Para entonces MacDuff se habrá quedado con la estatua. Está tan obsesionado con Cira como todos los demás.

– Lo sé. Casi se interpone en mi camino hace un par de años, cuando perseguíamos el mismo documento.

– ¿Qué documento?

Reilly hizo un gesto con la cabeza hacia el archivador situado en un rincón de la estantería inferior.

– Tengo el original en un estuche sellado especialmente, pero la traducción está ahí. Hizo que abriera una nueva línea de pensamiento en lo concerniente a Cira y el oro. -Sonrió-. Si eres buena, tal vez te deje leer la traducción en algunas de las últimas etapas de tu entrenamiento.

Jane se puso tensa.

– No seré buena, hijo de puta. Y no haré nada de lo que me diga.

Reilly se rió entre dientes en voz baja.

– Qué falta de respeto. Ahora, si fuera Grozak, te abofetearía. Pero no soy Grozak. -Se volvió hacia Kim, que acababa de entrar en la habitación-. Dile a Norton que vaya al lugar donde explotó la mina. Si encuentra a Trevor vivo, que lo mate.

– ¡No! -El pánico se apoderó de Jane-. No puede hacer eso.

– Pero sí puedo. Puedo hacerlo todo. Eso es lo que tienes que aprender. Adelante, Kim, díselo.

Kim se volvió para salir de la habitación.

– ¡No!

– Puesto que eres nueva en esto, si me lo pides educadamente, tal vez le diga a Kim que se olvide de Trevor. -Sonrió-. Pero tendrías que pedirlo de buena gana.

La estaba observando con satisfacción maliciosa, esperando a que Jane se rindiera. Sometimiento. Quería que doblar la cerviz.

Pero no valía la pena mostrarse orgullosa, y correr el riesgo de que mataran a Trevor, para darle una lección.

– Por favor -dijo Jane con los dientes apretados.

– No ha sido muy cortés, pero daré por aprendida la lección. -Hizo un gesto para indicar a Kim que abandonara la habitación-. Aunque Cira probablemente me habría dejado matar a Trevor, antes que concederme la reparación.

– No, no lo habría hecho. Habría cedido y esperado a conseguir la suya más tarde.

– Pareces muy segura. -Ladeó la cabeza-. Prometedor. Muy prometedor.

Otra oleada de miedo recorrió a Jane. ¡Dios bendito!, era inteligente. En cuestión de minutos había conseguido que se rindiera a su voluntad, cuando ella jamás había creído que eso fuera posible.

– Tienes miedo -dijo Reilly en voz baja-. Ese siempre es el primer paso. Sólo he de encontrar la llave y hacerla girar. No tienes miedo por ti, sino por Trevor. Es una auténtica mala suerte que probablemente esté muerto. Podría ser un instrumento valioso. -Se volvió y cogió un maletín de la mesa-. Pero siempre estarán Joe Quinn y Eve Duncan. -Colocó cuidadosamente los estuches que contenían las monedas en el maletín, antes de abrir el archivador y meter las traducciones en el mismo maletín-. Una herramienta puede ser tan eficiente como la otra.

– ¿Así es cómo entrenó a Jock? ¿Amenazó a la gente que él quería?

– En parte. Pero tenía que ir adquiriendo información por él, así que tuvo que emplear una combinación de drogas y entrenamiento psicológico. También seguiré ese mismo método contigo, aunque cada caso es diferente.

– Cada caso es una historia de terror. Usted es una historia de terror.

– ¿Pero acaso no son las historias más fascinantes de la literatura todas las que tienen un elemento de terror? Frankenstein, Lestat, Dorian Gray. -Cerró el maletín-. Vamos. Me pregunto si debería coger los manuscritos originales, en lugar de dejar…

Su teléfono sonó, y Reilly apretó el botón para contestar.


– No puedo hacerlo -dijo Jock-. Es demasiado tarde.

– Tú pusiste la maldita carga -dijo Trevor-. Ahora, altérala.

– No puede alterarla -dijo MacDuff mientras terminaba de poner un vendaje provisional en el hombro de Trevor-. Ya la ha activado. No había contado con estar aquí. Si se acerca a la plataforma de aterrizaje, saltará en pedacitos.

– ¿Y por qué en la plataforma de aterrizaje? -La mirada de Trevor se movió hacia la plataforma de asfalto medio cubierta por la nieve-. ¿Por qué no colocar una carga cerca de la casa?

– No pude acercarme lo suficiente a la casa -dijo Jock-. Hay un anillo de minas terrestres que rodea todo el perímetro. Tuve que esperar a que arreciera la nevada, poner la carga y salir de allí a toda prisa antes de que me vieran. -Miró a Trevor-. Se suponía que eran ustedes los que tenían que ir a buscar a Jane, no Reilly. No inmediatamente. Se suponía que ni Jane ni yo teníamos que estar aquí. Yo debería haber dispuesto de al menos otros treinta minutos, y todo habría acabado.

– Mala suerte. No siempre sale todo como uno piensa que saldrá. ¿Y qué es lo que impedirá que el helicóptero explote en cuanto se pose?

– Puse el cable a treinta centímetros de la plataforma y lo cubrí de nieve. La vibración no hará que estalle, aunque sí la presión directa de un pie.

– ¿Estás seguro?

Jock lo miró fijamente, desconcertado.

– Pues claro que estoy seguro. No cometo errores.

– ¿Y si Reilly no utiliza la plataforma de aterrizaje?

– Lo hará. En menos de diez minutos -dijo Jock-. Reilly es un hombre muy cauteloso. Podría no asustarse por tener que vérselas con nosotros, así que metí algo de presión.

– ¿Qué clase de presión?

– Llamé a la policía y les hablé del complejo de entrenamiento del otro lado de la frontera de Montana. -Consultó su reloj, y luego clavó la mirada en la puerta trasera-. Hace unos cuarenta minutos de eso. Si Reilly aún no ha recibido ninguna llamada del campamento, la recibirá pronto. Se marchará, y corriendo. Ordena que el helicóptero esté aquí lo antes posible.

– ¡Joder! -Trevor se volvió a MacDuff-. Dijo que era especialista en minas. Seguro que Jane se irá con Reilly. Puede incluso que la haga salir primero. ¿No puede desactivar la carga?

– No en cinco minutos. Llegaría allí justo a tiempo de encontrarme con Reilly y su tripulación.

– ¡Mierda! Entonces intentemos perseguirlos.

– No. -Jock estaba meneando la cabeza-. Ya se lo dije. No podemos arriesgarnos…

– No podemos arriesgarnos a que Jane salte por los aires -le interrumpió Trevor-. Así que encontremos una manera de entrar allí antes de que llegue el helicóptero.

– Estoy pensando en ello. -Jock arrugó la frente mientras bajaba la mano y cogía su rifle-. La distancia es un poco excesiva para un disparo certero. Esto iba a salir a la perfección. No deberían haber estado aquí. Ahora tendré que… ¡Mierda!

– ¿Qué pasa?

– Se ha levantado el viento y está barriendo la nieve que cubre el cable. Puedo ver un poco desde aquí.

Trevor también podía verlo.

– Bien.

– No. Si lo ve él, entonces todo se echará a perder. No puedo dejar que suba a ese helicóptero. Esta puede ser nuestra última oportunidad. -Empezó a avanzar-. Tal vez, si tengo cuidado, pueda salir e intentar cubrir de nuevo ese cable. -Levantó la cabeza y miró hacia el cielo-. Demasiado tarde. Se acabó el tiempo.

Trevor también pudo oírlo: el batir de los rotores del helicóptero.

– ¡Me cago en diez! -Desvió como un rayo la mirada hacia la casa.

La puerta trasera se estaba abriendo.


– De prisa. Sal ahí. -Reilly empujó a Jane para que saliera y le dijo por encima del hombro a Kim-: Quédate aquí, asegúrate de que Norton lo mete todo en la camioneta y vete con él.

– ¿No me llevas contigo? Ese no era el plan. -Kim lo miró indignada-. ¿Me abandonas?

– Si la policía está en el campamento, no tardarán en ocupar todo este lugar. Se incautarán de mi colección. Tengo que estar seguro… -Se interrumpió cuando vio la expresión de Kim-. Muy bien. Sólo dile a Norton que recoja todo y sal de aquí dentro de media hora.

– Se lo diré. -Le entregó los informes personales-. Espérame.

– Zorra arrogante -mascullo Reilly mientras empujaba a Jane por delante de él-. Si no temiera que le prendiera fuego a mi colección, dejaría que se pudriera aquí. De todas maneras, de ahora en adelante no me va a ser tan útil.

– Eso sí que es lealtad. -Jane observó aterrizar al helicóptero azul y blanco-. ¿Es incapaz de ver que se le está yendo todo al traste? La policía se está acercando. Olvídese del trato que hizo con los musulmanes. Llegue a un acuerdo.

– Si pudieras ver lo que hay en esos informes personales, ni siquiera lo sugerirías. Ellos no llegarían a ningún acuerdo. -Aceleró el paso-. Y cuando esté en el aire, voy a hacer esas llamadas a mis hombres de Chicago y Los Ángeles, y dentro de dos horas tendré a un socio muy feliz que se reunirá con nosotros en Canadá y nos llevara en un periquete a Corea del Norte.

¡Dios bendito! Jane no podía dejarle subir a aquel helicóptero. Reilly no debía hacer aquellas llamadas.

¿Y qué demonios podía hacer para detenerlo?

Tenía que ganar tiempo. Se paró.

– No voy a ir.

Reilly la apuntó con una pistola.

– No tengo tiempo para esta tontería. He tenido que superar muchas dificultades y no tengo ninguna intención de perderte ahora. No es que sea un…

Un disparo.

Dolor.

Jane se desplomó sobre el suelo.


* * *
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