Capítulo 15

Museo di Storia Naturale di Napoli.

– ¿Un museo de historia natural? -Jane se quedó mirando el modesto y apartado edificio de piedra que se erigía en una calle igualmente modesta-. ¿Eve, qué demonios vamos a…?

– Piensa un poco. -Eve apagó el motor-. Nunca estuviste aquí, pero hace cuatro años Trevor visitó este edificio y convenció al conservador, el signor Toriza, de que le hiciera un favor.

Jane miró a Eve de hito en hito, impresionada.

– El cráneo.

– El cráneo. Teníamos que tener un cráneo para atraer a aquel maníaco homicida a la trampa, y Trevor le pidió prestado uno a este museo. Yo iba a hacer la reconstrucción y asegurarme de que el resultado final se pareciera a la estatua de Cira. Falsificarlo contravenía por completo a mis principios, pero aun así lo hice. Teníamos que atrapar a Aldo antes de que te asesinara.

– Y lo hiciste.

Apartó la mirada de Jane.

– Lo hice. Le pusimos Giulia de nombre a la reconstrucción, e hice un doble perfecto. Después de que ya no la necesitáramos, cumplí mi promesa al museo e hice una reconstrucción auténtica. -Salió del coche-. Ven, vayamos a verla.

– Pero ya la he visto -dijo Jane mientras seguía a Eve por los cuatro escalones que conducían a la entrada principal-. En la prensa salieron fotos tanto de la reconstrucción falsa como de la verdadera. Hiciste un trabajo fantástico con un cráneo que era distinto a la estatua de Cira.

– Oh, hice un gran trabajo. Pero nunca has visto la reconstrucción en persona. -Abrió la puerta-. Por eso estamos aquí. -Hizo un gesto con la cabeza hacia el hombrecillo calvo y atildado que se dirigía hacia ellas a toda prisa-. Buenas noches, signor Toriza. Ha sido muy amable por su parte mantener el museo abierto para mí.

– Ha sido un placer. Usted sabe que no tiene más que llamar, y que haré lo que pueda para ayudarla. Le estamos muy agradecidos.

– No, soy yo quien está agradecida. ¿La tiene lista?

El hombre asintió con la cabeza.

– ¿Desea que las acompañe?

– No, si nos espera aquí, procuraremos darnos prisa. -Eve avanzó por el pasillo con aire resuelto y giró a la derecha para entrar en una gran sala de exposiciones. Había vitrinas de cristal por doquier. Objetos antiguos, espadas, trozos de roca y una vitrina dedicada por completo a las reconstrucciones.

Jane meneó la cabeza.

– ¡Dios bendito! No tenía ni idea de que un museo tan pequeño pudiera tener una colección de reconstrucciones como esta. Debe de haber ocho o…

– Once -dijo Eve-. Eso es lo hace que afluya el dinero de los turistas, y el museo tiene una enorme necesidad de comprar estas vitrinas especiales para conservar los esqueletos. Estas vitrinas herméticas son de una importancia crucial. Esa es la razón de que Egipto esté perdiendo tantos objetos y esqueletos. Este museo posee varios recuperados en el puerto de Herculano, pero las reconstrucciones de los cráneos proporcionan una imagen mejor a todo el mundo. -Avanzó hasta el final de la vitrina-. Esta es Giulia.

– Igual que en las fotos. -Jane observó perpleja la reconstrucción. La chica debía haber rondado los quince años, y sus facciones eran bastante regulares, de no ser por una nariz ligeramente ancha. No era una chica fea, pero sin duda tampoco ninguna belleza.

– ¿Qué se supone que debo estar viendo?

– La culpa. -Eve se dio la vuelta y se dirigió a la puerta que se abría al final de la sala de exposiciones-. Vamos. Quiero acabar con esto.

Jane la siguió lentamente a través de la sala. ¿La culpa?

Eve abrió la puerta de un tirón y se hizo a un lado para que Jane pasara delante de ella.

– Bien. Toriza ha dejado las luces encendidas. Este el taller del museo. Me he familiarizado mucho con él estos últimos años. -Hizo una señal hacia la reconstrucción metida en una urna rectangular transparente colocada en el centro de la mesa de trabajo-. Esta es Giulia.

– Pero la reconstrucción de la sala de exposiciones es Giulia. ¿Cómo puede…? ¡Dios mío! -Giró en redondo hacia Eve-. ¿Cira?

– No lo sé. -Eve cerró la puerta y se apoyó en ella con la mirada fija en la reconstrucción-. Sin duda se parece a ella. Pero si esta es Cira, entonces no era la belleza que todos creen que fue. Los rasgos son más toscos y no están tan limpiamente definidos como los de la estatua. Y Toriza dice que su esqueleto muestra las consecuencias de años de duro trabajo. Posiblemente son indicativos de una vida dedicada a acarrear cargas pesadas.

– Cira nació esclava. -Jane no era capaz de apartar la mirada de la reconstrucción-. Supongo que podría ser que… -Meneó la cabeza para rechazar la idea-. Esta no es Cira.

– ¿Y es sólo una coincidencia que los rasgos sean tan parecidos a primera vista?

Jane meneó la cabeza, confundida.

– No lo sé. Nunca pensé que sería… -Se dejó caer pesadamente en la silla de la mesa de trabajo-. Pero esta no es la Cira con la que he vivido durante los últimos cuatro años. Me has… segado la hierba bajo los pies.

– ¿Y eso es lo primero que se te ocurre?

– ¡Vaya!, que tengo que encontrar las respuestas…

– Eso pensé que dirías -dijo Eve cansinamente-. Al principio pensé que, si dejaba la reconstrucción como la había hecho la noche anterior a que nos fuéramos de Herculano, eso podría poner fin a tu obsesión por Cira. Si pensabas que la investigación había acabado y que ella murió en aquel puerto, era posible que pudieras renunciar a intentar averiguar más sobre ella y el oro que Julius le dio. -Su mirada se movió hacia la cara-. El parecido estaba ahí, pero no era absoluto. Y sabía que si tenías preguntas, esta reconstrucción no haría más que espolearte. Eso sólo estimularía tu apetito y te daría otra zanahoria que te conduciría a ese maldito túnel de Cira.

– ¿M-mentiste? -Jane no podía dar crédito a sus oídos-. Eres la mujer más honesta que he conocido jamás. Nunca mientes.

– Aquella noche mentí. Elimine cualquier parecido de la reconstrucción con Cira y la terminé. Y envié esa mentira de vuelta al museo.

– ¿Por qué? -susurró Jane-. ¡Dios mío!, eso es una violación de tu ética profesional.

– ¡Maldita sea!, era un cráneo de hace dos mil años. -Eve intentó tranquilizar su voz-. Tú tenías diecisiete años e ibas a ir a la universidad al año siguiente. Acabas de pasar por una experiencia terrorífica con un maníaco que quería cortarte la cara a rebanadas. Estabas teniendo pesadillas sobre Cira. Estabas cansada y confundida, y lo único que necesitabas era alejarte de Herculano y cerrar las heridas.

– No debiste mentirme.

– Quizá no. probablemente no. Pero escogí. Quería darte la oportunidad de alejarte y olvidarte de Cira y de todo lo que nos había sucedido en Herculano.

– Sin dejarme escoger a mí. Tenía diecisiete años, pero no era una niña, Eve.

Eve se estremeció.

– Siempre tuve la intención de decírtelo más tarde. Una vez tuvieras la oportunidad de olvidar a Cira. Pero no la olvidaste. Seguiste yendo a aquellas excavaciones arqueológicas, aun después de marcharte a la universidad.

– ¿Y por qué no me lo dijiste entonces?

Eve meneó la cabeza.

– Una mentira no para de crecer y termina enquistándose. Siempre habíamos sido sinceras la una con la otra. Confiabas en mí. Y deseaba conservar esa confianza por encima de todo. -Hizo una mueca-. Y luego, Grozak apareció en escena, y me contaste que el oro de Cira podría ser una manera de impedir que Grozak consiguiera lo que necesitaba.

– ¿Y qué tiene eso que ver con todo esto?

– No has visto la vitrina de objetos que hay en la sala de exposiciones.

– Vi las reconstrucciones.

– Y llaman tanto la atención, que la mayoría de la gente no mira las demás estanterías. Había una pequeña bolsa de monedas de oro que se encontró en el puerto. Estaban cerca del esqueleto de Giulia, pero después de que la examinaran y descubrieran que probablemente era una jornalera, decidieron que el oro debía de haber pertenecido a cualquier otra víctima de la multitud que corrió hacia el mar.

– ¡Dios mío! -Jane volvió a mirar la reconstrucción. -Entonces, podría haber sido Cira. -Pero era todo una equivocación. Aquella no era Cira. Lo sentía.

– O Toriza podría haber estado en lo cierto, y el oro no le pertenecía a ella. -Y añadió-: Pero tenía que decírtelo, porque no quería que buscaras en el túnel de Julius o en el teatro de Cira, cuando el oro podría estar enterrado en cualquier lugar cerca del puerto.

– ¿Cómo averiguaste lo de la bolsa?

– Oh, el signor Toriza y yo nos hemos hecho de lo más amigos durante estos cuatro años. Podría decirte que hemos mantenido un intercambio mutuo de favores. -Sus labios se levantaron en una triste sonrisa-. Podía aguantar la mentira sólo hasta cierto punto. Tenía que hacer lo adecuado con el museo. -Hizo un gesto con la cabeza hacia la reconstrucción-. Y tenía que hacer lo adecuado con ella. La había convertido en alguien que no era, y eso no era hacerle justicia. Tenía que intentar traerla a casa. Así que, al verano siguiente a que nos fuéramos a Herculano, volví en avión y hable con Toriza. Llegamos a un acuerdo. Conseguí que aceptara dejarme rehacer la reconstrucción de Giulia y que me prometiera que jamás la exhibiría hasta que yo cumpliera mi palabra.

– ¿Y la reconstrucción de la vitrina de ahí fuera?

– No tiene cráneo. Es un busto que esculpí para que se ajustara a la reconstrucción que estábamos sustituyendo. Después de toda aquella publicidad, no podíamos hacerla desaparecer sin más. Tenía que seguir expuesta.

– Me sorprende que el signor Toriza estuviera dispuesto a comprometer sus principios, ocultando la reconstrucción.

– Dinero. Le pagué bien. -Se encogió de hombros-. No en metálico, sino con el sudor de mi frente. Ya te he dicho que hicimos un trato.

– ¿Qué clase de trato?

– Cada pocos meses me enviaría uno de sus cráneos para que lo reconstruyera. A lo largo de los últimos años ha conseguido una de las mejores colecciones del mundo de reconstrucciones antiguas.

– ¿Y cómo las hiciste? Siempre estás hasta arriba de trabajo.

– Mentía. Yo era la que pagaba. -Le sostuvo la mirada-. Y lo volvería a hacer. Porque, mientras yo no alimentara las llamas, siempre existía la posibilidad de que te olvidaras de Cira y siguieras con tu vida. Eso bien valía unos pocas noches en vela para terminar las reconstrucciones de Toriza.

– Algo más que unas pocas. Once. ¿Lo sabía Joe?

Eve negó con la cabeza.

– Era mi mentira. Mi precio. -Hizo una pausa-. ¿Cómo te sientes? ¿Estás enfadada conmigo?

Jane no sabía cómo se sentía. Estaba demasiado asombrada para ordenar las emociones.

– Enfadada… no. No deberías haberlo hecho, Eve.

– Si no hubiera estado tan cansada y preocupada, tal vez no hubiera tomado la misma decisión. No, no me excusaré ante mi misma. Te di cuatros años para que te deshicieras de tu obsesión y tuvieras una vida normal. ¿Sabes lo precioso que es eso? Yo sí. Nunca tuve una vida normal. Quería hacerte ese regalo. -Hizo una pausa-. Soy consciente de que siempre pensaste que ocupabas un segundo lugar para mí en relación a Bonnie.

– Te dije que eso no me importaba.

– Pero importa. Nunca fuiste la segunda, sólo diferente. Mentí, y violé mi ética profesional, y trabajé hasta el agotamiento por ti. Puede que eso te demuestre lo mucho que me importas. -Se encogió cansinamente de hombros-. O puede que no. -Se volvió y abrió la puerta-. Vamos. Toriza está esperando para cerrar.

– Eve.

Eve se volvió para mirara a Jane.

– No debiste haberlo hecho. -Se humedeció los labios-. Pero eso no cambia lo que siento por ti. Nada podría hacerlo. -Se levantó, atravesó la sala y se paró delante de ella-. ¿Cómo voy a saber lo que habría hecho yo en esas circunstancias? -Intentó sonreír-. Nos parecemos mucho.

– En realidad no. -Eve alargó la mano y le acarició la mejilla con ternura-. Pero lo suficiente para que me haga sentir orgullosa y me llene de alegría. Desde que llegaste a nosotros, esparciste una especie de… luz sobre Joe y yo. Sencillamente no podía soportar la idea de que esa luz se debilitara.

Jane sintió las lágrimas escociéndole en los ojos mientras rodeaba a Eve con sus brazos.

– ¿Qué diablos puedo responder a eso? -Le dio un rápido abrazo y se apartó-. De acuerdo, salgamos de aquí. ¿Puedo contárselo a Trevor?

– ¿Por qué no? En estos momentos es probable que se esté imaginando todos los panoramas posibles. -Empezó a cerrar la puerta-. Además, podría dar con el correcto.

– Espera. -Jane echó un último vistazo a la reconstrucción de la mesa de trabajo-. Se parece, ¿verdad? Pero no lo suficiente. Se esculpieron muchas esculturas de Cira y ninguna tenía esa… tosquedad. Ella podría… -Se volvió a Eve-. Las mediciones tienen que ser muy precisas en tu trabajo. ¿Es posible que pudieras haber cometido un error?

– ¿Crees que no querría que esta fuera Cira? Un parecido absoluto con las estatuas lo habría resuelto todo. Habrías estado convencida de haberla encontrado al fin, y todo se habría acabado. Fui muy cuidadosa. Hice la reconstrucción tres veces, y llegué a este resultado en todas las ocasiones. -Hizo una pausa-. ¿Has considerado la posibilidad de que los escultores que hicieron las estatuas la ensalzaran, que la verdadera Cira no estuviera a la altura de su arte?

– Supongo que podría… -Meneó la cabeza-. No es… -Se volvió hacia la sala de exposiciones principal y dejó que Eve cerrara la puerta del taller-. Tengo la impresión de que no es correcta.

– Pero tú has vivido con la imagen mental de Cira durante tanto tiempo, que cualquier cambio parecería un error. ¿No es verdad eso?

Jane asintió lentamente con la cabeza.

– Pero ahora estoy demasiado confusa para decidir lo que es verdad o fantasía. -Empezó a cruzar la sala de exposiciones-. Puede que todo sea fantasía. Excepto el oro. El oro es real. En eso es en lo que tengo que concentrarme.

– Esa es la razón de que te pidiera que vinieras -dijo Eve en voz baja.

– ¿No dijiste que no se había encontrado más oro en el puerto?

– No con los esqueletos de esas víctimas.

– No, me refiero a si no se encontró ningún cofre escondido en las casas cercanas.

Eve negó con la cabeza.

– Pero todavía queda muchísimo de Herculano bajo esa capa de roca. Sólo esperaba darte un lugar de salida o un lugar alternativo para buscar.

– Gracias. Sé que era lo que pretendías. -Jane suspiró-. Sólo espero que el oro no esté enterrado bajo el río de lava.

– Tienes que enfrentarte a la posibilidad de que muy bien podría estar allí.

– No me enfrentaré a nada, ¡maldita sea! Si esa era Cira, puede que estuviera intentando sacar el oro de la ciudad. Quizá lo lograra. -Apretó los puños-. Pero no es ella. Lo sé.

– No lo sabes. Y el oro es demasiado importante para detener a esos bastardos como para que lo fiemos al instinto. -Eve empezó a dirigirse a la puerta-. Eso podría pararnos en seco. El oro nunca fue algo seguro. ¡Ojalá lo fuera! Pero deberíamos empezar a buscar qué otra solución nos sacamos del sombrero.


– El puerto -murmuró Trevor mientras observaba el despegue del avión de Eve-. Aunque estuviera allí, sería dificilísimo encontrarlo y sacarlo. Seríamos mucho más afortunados si estuviera en el túnel de Julius.

– Pero sabemos que ella estaba intentando sacar el oro del túnel. Puede que lo consiguiera.

– ¿Y que lo llevara al puerto? Tal vez fuera sólo un intento de huida. Quizá cogiera una bolsa donde lo tenía escondido y echara a correr hacia el mar.

– ¿Y qué estaba haciendo en el puerto? Julius la tendría vigilada. No habría sido seguro para ella…

– Estás hablando como si esa fuera Cira. -Guardó silencio un instante-. Tienes que admitir que las posibilidades de que pudiera serlo son importantes. Eve tenía razón. Esas estatuas podrían tener la intención de halagarla a ella o al gusto de Julius.

– Lo admito. -Jane apretó los labios-. No puedo hacer otra cosa-. Se volvió y se dirigió al acceso del avión privado-. Hasta que Mario descifre se pergamino y nos enteremos de lo que tiene que decir Cira. ¿Y si no hay ninguna clave concreta de en dónde escondió el oro o tenía intención de esconderlo? Eve tiene razón; no podemos contar con el oro. Las posibilidades de encontrarlo parecen más escasas que nunca. Y eso me da muchísimo miedo. -Apretó los labios-. Volvamos a la Pista.

– He estado en contacto con Bartlett. Dice que todo está en orden. No hay ninguna urgencia.

– En este momento cada minuto es urgente y todas las posibilidades son importantes. -Volvió a mirar hacia el cielo, donde el avión de Eve había desaparecido entre las nubes-. Eve se percató de eso, o no habría venido hasta aquí para verme. No le resultó fácil.

– Me sorprende que no estés más enfadada con ella. Te mintió.

– Lo hizo porque estaba preocupada por mí. ¿Cómo podría enfadarme con ella, cuando era la primera en fustigarse? -Hizo una pausa-. Y la quiero. Eso es lo esencial. Hiciera lo que hiciese, la perdonaría.

– Esa es una afirmación general impresionante. -Trevor abrió la puerta-. Y hace que me pregunte qué sería necesario para estar incluido en ella.

– Años de confianza, de dar y de recibir, de saber que, con independencia de lo que ocurriera, ella estaría ahí para ayudarme. -Le lanzó una mirada-. ¿Alguna vez has tenido a alguien así en tu vida?

Trevor no dijo nada durante un instante.

– A mi padre. Éramos… amigos. Cuando era niño, no deseaba otra cosa que vivir en nuestra granja y ocuparme de los campos y ser exactamente igual que él.

– ¿Una granja? Se me hace inimaginable.

– Me gustaban las cosas que crecían. Supongo que igual que todos los niños.

– ¿Y ahora no?

Él negó con la cabeza.

– Pones el corazón y alma en la tierra, y ésta puede ser destruida en un momento.

Jane lo miró. La frase había sido dicha casi con indiferencia, pero su expresión era impenetrable.

– ¿Fue eso lo que ocurrió? -Y se apresuró a añadir-: No respondas. No es asunto mío.

– No me importa hablar de ello. Pasó hace mucho. -Aceleró el paso mientras atravesaban la pista-. Había una banda racista local que odiaba a mi padre porque trataba bien a sus trabajadores. Una noche asaltaron la granja y quemaron la casa y los campos. Mataron a dieciséis trabajadores que intentaron rechazarlos. Luego, violaron y asesinaron a mi madre y clavaron a mi padre en un árbol con una horca. Tuvo una muerte muy lenta.

– ¡Dios mío! Pero lograste sobrevivir.

– Oh, sí. Enfadé al jefe de la banda al intentar apuñalarlo, e hizo que me ataran para que viera la matanza. Estoy seguro de que planeaba matarme más tarde, pero le interrumpieron los soldados. Nuestros vecinos habían visto el fuego y el humo y los habían llamado. -Se hizo a un lado para que Jane subiera la escalinata del avión-. Dijeron que tuve suerte. Siempre recordaré que fue una pésima elección de palabras. Nunca me sentí afortunado.

– ¡Por Dios! -Jane casi podía percibir la desesperación, ver el horror de aquella escena y a aquel chico atado y obligado a contemplar el asesinato de sus padres-. ¿Los detuvieron?

Él negó con la cabeza.

– Desaparecieron entre la maleza, y el gobierno los dejó escapar. No querían la mala prensa que habría acarreado un juicio. Es comprensible.

– No creo que sea comprensible.

– Ni yo en su momento. Esa fue una de las razones por las que se consideraron incorregible durante el primer año que permanecí en el orfanato. Pero luego me amoldé y aprendí a tener paciencia. Mi padre decía siempre que con paciencia se consigue todo.

– No, si aquel asesino quedó impune.

– No he dicho que quedara impune. Justo antes de irme a Colombia, el jefe de la banda tuvo un fin horrible. Alguien lo ató, lo castró y dejó que se desangrara hasta morir. -Sonrió-. ¿No es maravillosa la manera que tiene el destino de echar una mano?

– Maravillosa -repitió ella sin dejar de mirarlo. Jamás había sido más consciente de lo letal que podía ser Trevor. En apariencia era cortés y sofisticado, y eso hacía que Jane tendiera a olvidar las violentas experiencias del pasado de Trevor-. ¿Y nunca descubrieron quién lo hizo?

– Algún viejo enemigo, supusieron. No se molestaron mucho en investigar. Considerando el delicado equilibrio de la política de la época, no quisieron remover el problema. -Cerró la puerta de la cabina-. Es mejor que te sientes y te abroches el cinturón de seguridad. Vamos a despegar.

Jane lo observó mientras Trevor se dirigía a la cabina del piloto. En los últimos instantes había averiguado más sobre Trevor que nunca. No estaba segura de si eso era bueno o malo. Una vez que podía imaginar el chico que había sido, no estaba segura de si sería capaz de mirarlo sin recordar. Eso le produjo una gran tristeza.

– No. -Trevor la estaba mirando por encima del hombro, leyendo su expresión-. Eso no es lo que quiero de ti. Sexo, puede incluso que amistad. Pero no compasión. No soy Mike, a quien tuviste que criar y proteger. Hiciste una pregunta, y respondí porque no es justo que sepa más sobre ti que tú sobre mí. Ahora estamos iguales. -Desapareció en la cabina del piloto.

No exactamente iguales, pensó Jane. Él sabía mucho acerca de ella, aunque nunca le había confiado algo tan íntimo y doloroso como la historia que le acababa de contar.

Alto. Trevor no quería compasión, y ella misma la habría odiado. Como Trevor decía, aquello había sucedido hacía mucho tiempo, y aquel niño se había hecho mayor y le habían salido armadura y colmillos.


MacDuff se reunió con ellos en el helicóptero cuando aterrizaron en la Pista.

– ¿Un viaje provechoso?

– Sí y no -respondió Jane-. Puede que hayamos encontrado a Cira.

El terrateniente se puso tenso.

– ¿Qué?

– Hay una reconstrucción en un museo de Nápoles que se le parece. Su esqueleto fue encontrado en el puerto. Junto con una bolsa de monedas de oro.

– Interesante.

Jane pensó que interesado no sería la palabra que ella le habría adjudicado a MacDuff a tenor de su expresión. Parecía cauteloso, abstraído, y ella casi podía oír los procesos mentales que tenían lugar tras aquella cara.

– ¿Cómo de parecida? -preguntó él.

– Lo suficiente para confundirla con Cira a primera vista -dijo Trevor-. O eso es lo que dice Jane. Yo no tuve conocimiento de la visita. La reconstrucción de la exposición era la falsificación que hizo Eve hace cuatro años.

– Pero según los artículos de prensa y la foto de esa reconstrucción, no se parecía en nada… -Se interrumpió-. ¿La falseó?

– Pensó que era por mi bien -dijo Jane a la defensiva-. Ella nunca habría hecho… ¿Por qué le estoy dando explicaciones?

– No tengo ni idea -dijo MacDuff-. Estoy seguro de que ella tuvo buenas razones para hacer lo que hizo. -Hizo una pausa-. ¿Cómo de parecida?

– Tal y como dijo Trevor, a primera vista… -Se encogió de hombros-. Pero los rasgos son más toscos; hay algunas sutiles diferencias. No me creo que sea Cira. Todavía no.

– Siempre es mejor considerar los hechos nuevos con escepticismo -dijo MacDuff-. No hay que apresurarse hasta haber explorado todas las posibilidades.

– Y si el cofre de oro se escondió en el puerto, eso va a hacer que la recuperación sea complicada -dijo Trevor.

MacDuff asintió con la cabeza.

– Casi imposible, si tenemos en cuenta el factor tiempo. -Volvió a mirar a Jane-. ¿Y usted cree que el oro podría estar allí?

– No lo sé. Las monedas de oro… No quiero creerlo, aunque me temo que no. Como bien ha dicho, está el factor tiempo.

– ¿Cómo está Jock -preguntó Jane.

– Igual. No bien, aunque tampoco peor. -MacDuff titubeó-. O quizá no sea el mismo. Tengo la sensación de que le pasa algo extraño en la cabeza. -Se dio la vuelta y se dirigió al establo-. En todo caso, no dejo de vigilarlo.

– Parece notablemente escéptico -le dijo Jane a Trevor cuando empezó a dirigirse a la puerta principal-. Dado que es la primera pista sólida que tenemos que nos lleve a Cira, me sorprende un poco.

– Es probable que no sea lo bastante sólida para él. No quiere que perdamos el tiempo en posibilidades remotas. Quiere a Reilly.

– No más que nosotros. -Jane abrió la puerta-. Voy a subir a ver qué ha hecho Mario. Te veo luego.

– ¿Dónde?

Ella lo miró.

– ¿En tu cama o en la mía?

– Prepotente.

– He aprendido que jamás retrocedes si has hecho un avance triunfal. Y el de anoche fue todo un exitazo.

Triunfal no era la palabra. Y sólo mirarlo la hizo recordar el erotismo de aquellas horas.

– Tal vez debamos ir más despacio.

Él negó con la cabeza.

¿Por qué estaba siendo tan insegura? No era propio de ella; lo suyo era ser audaz y resuelta.

Porque no había estado tan bien. Había habido momentos en que había perdido el control, y eso la asustaba. Tenía que superarlo. Se había acostado con él porque se había dado cuenta de lo precaria que podía ser la vida y no quería perderse ni un instante de ella. Había alargado la mano y cogido el premio, y no la había decepcionado. En ese momento deseaba a Trevor tanto como lo había deseado la noche anterior. Más. Porque ya sabía lo que le esperaba. Y bien sabía Dios que esa noche necesitaba una distracción tan intensa como la que Trevor le estaba ofreciendo.

– En tu cama. -Empezó a subir la escalera-. Pero no sé cuánto tiempo estaré con Mario.

– Esperaré. -Trevor se dirigió al salón-. Y yo también tengo que hacer algunas verificaciones.

– ¿Cuáles?

– Brenner, a ver si ha conseguido averiguar algo más. -Le sonrió-. Y Demónidas. No tuvimos oportunidad de realizar ninguna investigación esta mañana antes de que Eve llamara.

– Probablemente no exista -dijo Jane cansinamente-. Fue sólo un sueño. Y es más que probable que esa Giulia del puerto sea Cira.

Él meneó la cabeza.

– Estás cansada, o de lo contrario no serías tan negativa. Vamos a darle su oportunidad al viejo Demónidas. -La puerta de la biblioteca se cerró tras él.

Estaba cansada. Y desanimada. No quería que aquella pobre muchacha del museo fuera Cira. Sin embargo, la coincidencia era abrumadora, y no podía negar la evidencia de que podría serlo.

Pero aquella chica no era «su» Cira, ¡maldición! No era la mujer que había vivido en su mente e imaginación los últimos cuatro años.

Entonces tenía que averiguar la verdad. Y olvidarse de sueños y darle a Mario un poco más de tiempo para que le proporcionara la realidad que ella necesitaba.


– ¿Algún progreso? -preguntó Mario cuando Jane entró en el estudio después de llamar a la puerta.

– Un esqueleto hallado en el puerto que se parecía a Cira. -Se acercó para contemplar la estatua colocada junto a la ventana. La resolución, el humor, la fuerza de aquella cara eran la Cira que ella conocía-. Supongo que podría ser ella. ¿Pero qué estaba haciendo en el puerto, si estaba en aquel túnel de la finca de Julius cuando escribió estos pergaminos? -Se volvió a Mario-. ¿Cuánto tiempo vas a tardar en terminar?

– No mucho. -Se echó hacia atrás y se frotó los ojos-. He podido deducir la mayoría de las palabras desaparecidas. Algunas han sido meras conjeturas, pero ya le he agarrado el tranquillo.

– ¿Cuándo?

– No me presiones, Jane. Ya he dejado de entrenar con Trevor y MacDuff para trabajar a jornada completo en esto. Lo terminaré lo más deprisa que pueda.

– Lo siento. -Volvió a mirar a la estatua-. ¿Has avanzado lo suficiente para poder decir si nos va servir de alguna ayuda?

– Puedo decirte que fue escrito a toda prisa, y que ella estaba planeando abandonar el túnel ese día.

– El día de la erupción…

– Eso no lo sabemos. El pergamino no tiene ninguna fecha. Podría haber sido escrito días antes de la erupción. Cira podría haberse marchado del túnel y estar en el puerto aquel día.

– Supongo que tienes razón. -Que hubiera soñado que Cira estaba en aquel túnel durante la catástrofe, no significaba que fuera cierto-. ¿Alguna mención al oro?

– Nada definitivo.

– ¿Y a un barco?

Mario la miró con curiosidad.

– No. ¿Por qué?

No estaba dispuesta a confiarle a Mario aquellos sueños que cada vez adquirían menos consistencia.

– Si estaba en el puerto, debía de haber un motivo.

– Supervivencia. Estaba en el teatro, y echó a correr para salvar la vida.

La respuesta lógica. Ella la aceptaría, en lugar de resistirse y buscar una solución alternativa. Había que admitir que la mujer del puerto era el callejón sin salida que Eve había reivindicado.

– ¿Lo tendrás terminado para mañana?

– Es muy posible. Si no duermo. -Sonrió débilmente-. ¿Ninguna bondadosa protesta ante mi sacrificio?

– Es decisión tuya. Soy lo bastante egoísta para querer saberlo inmediatamente. No te va a hacer ningún daño dormir después de terminarlo. -Y añadió con seriedad-. En el fondo de mi corazón creo que siempre creí que encontraríamos el oro, y ahora estoy en medio del mar y busco un bote salvavidas. No sé qué ruta seguir y me siento impotente. Tenemos que parar esto, Mario.

– Trabajo todo lo deprisa que puedo.

– Ya lo sé. -Jane se dirigió a la puerta-. Pasaré a verte mañana.

– Seguro que lo harás. -Mario volvió a centrarse en el pergamino-. Buenas noches, Jane. Que duermas bien.

A Jane no se le escapó el sarcasmo de su tono. No podía culparle, pero aquello no era propio del Mario que había conocido al llegar allí. Por otro lado, Mario había cambiado, moldeado en la fragua de la tragedia y la pérdida. Había perdido todo el infantilismo y la suavidad, y no estaba segura de si reconocería al Mario que surgiría cuando todo aquello se hubiera acabado.

¿También había cambiado ella? Probablemente. La muerte de Mike y todo aquel horror que pendía sobre sus cabezas la habían conmovido hasta el tuétano. Y jamás había tenido una experiencia sexual tan intensa como la que había compartido con Trevor.

Trevor.

«Intensa» no era la palabra para lo que había entre ellos. Incluso pensar en él estaba provocando que su cuerpo se preparara. Al diablo con las preocupaciones sobre lo mucho que ella o cualquier otro estuviera cambiando. Quién sabía lo que iba a suceder al día siguiente. Tenía que vivir cada momento, mientras tuvieran oportunidad.

El dormitorio de Trevor. Dijo que la estaría esperando.

Pero ella había estado con Mario menos de diez minutos, y Trevor probablemente no habría terminado con lo que tenía que hacer. Se iría a su dormitorio, se daría una ducha y luego iría a verlo.

Ir a verlo. Ir a su cama. Aceleró el paso mientras avanzaba por el pasillo. Unas antorchas eléctricas relucían en los muros de piedra, arrojando sombras triangulares sobre el techo arqueado de madera y sobre otro de los muchos tapices desvaídos que adornaban el pasillo. No había ninguna duda de que a los MacDuff les gustaban sus tapices…

Sería extraño acudir a una cita en aquel vetusto castillo. ¡Por Dios!, casi se sentía como la amante del viejo Angus MacDuff. En el supuesto de que hubiera tenido una. La mayoría de los nobles tenían amantes, aunque quizás Angus fuera la excepción. Tendría que preguntárselo a MacDuff al día siguiente.


Su dormitorio estaba a oscuras, y Jane arrojó el bolso sobre un sillón situado junto a la puerta antes de buscar el interruptor de la luz.

– No enciendas la luz.

Jane se quedó paralizada.

– No temas. No te voy a hacer daño.

Jock.

El corazón le latía con fuerza, pero Jane respiró hondo y se volvió hacia el rincón de la habitación desde donde él le había hablado. La luz de la luna que entraba por la ventana era débil, y pasó un instante antes de que ella pudiera localizarlo. Estaba sentado en el suelo, con los brazos cogidos alrededor de las piernas.

– ¿Qué estás haciendo aquí, Jock?

– Quería hablar contigo. -Jane pudo ver que tenía los puños cerrados-. Tenía que hablarte.

– ¿Y lo que tuvieras que decirme no podía esperar hasta mañana?

– No. -Guardó silencio durante un instante-. Estaba furioso contigo. No me gustó lo que dijiste. Durante un rato quise hacerte daño. Eso no se lo dije al señor. Se habría enfadado conmigo, si te lastimo.

– No tanto como me habría enfadado yo.

– Pero tú no hubieras podido enfadarse; estarías muerta.

¿Era un toque de humor negro lo que había en aquellas palabras? Era imposible decirlo, puesto que Jane no podía ver su expresión.

– ¿Hacer daño significa automáticamente matar, Jock?

– Suele acabar así. Ocurre tan deprisa…

– ¿De qué querías hablar conmigo?

– De Rei… Reilly. -Se detuvo, y luego volvió a decir-: De Reilly. Me resulta difícil hablar de él. Él… no… quiere… que lo haga.

– Pero lo estás haciendo de todas maneras. Eso te hace más fuerte que él.

– Todavía no. Algún día.

– ¿Cuándo?

– Cuando esté muerto. Cuando lo mate. -Las palabras fueron dichas con suma sencillez.

– Tú no tienes que matarlo, Jock. Basta con que nos digas dónde está, y nosotros haremos que las autoridades se encarguen de él.

El muchacho meneó la cabeza.

– Tengo que hacerlo. Tengo que ser yo.

– ¿Por qué?

– Porque si no lo hago yo, el señor intentará hacerlo por mí. No esperará a nadie. Está… enfadado con él.

– Porque es un hombre malvado.

– Satán. Si Satán existe, ese es… Reilly.

– Sólo dinos dónde está.

– N-no lo sé.

– Tienes que saberlo.

– Siempre que intento pensar en ello… me duele tanto la cabeza que creo que me va a explotar.

– Inténtalo.

– Lo intenté anoche. -Guardó silencio-. Tengo imágenes. Fugaces. Nada más. -Hizo una pausa-. Aunque quizá… si volviera, podría recordar.

– ¿Volver a Colorado?

– No, a Colorado no.

– Allí fue donde te encontraron.

– Colorado no. Al Norte. Quizá… ¿Idaho?

La esperanza hizo que Jane diera un respingo.

– ¿Recuerdas eso? ¿Dónde?

Él negó con la cabeza.

– Tengo que volver.

Estaban un paso más cerca de lo que habían estado antes.

– Entonces, volveremos. Hablaré con Trevor.

– Inmediatamente.

– Esta noche.

Jock se puso de pie.

– Y tenemos que encontrar pronto a Reilly, o el señor empezará a buscarlo él. No va a esperar mucho más.

– Empezaremos en cuanto podamos prepararlo todo. -Jane arrugó la frente, pensando-. Pero nadie puede saber que estás con nosotros. O Reilly podría decidir que su situación es comprometida y huir.

– No pensará tal cosa.

– ¿Por qué?

– Probablemente ya sabe que estoy aquí, y que no he sido capaz de contarle nada al señor. Creerá que está a salvo.

– ¿Por qué habría de creer eso?

– Porque me dijo que yo moriría, si le decía a alguien dónde estaba.

– Te refieres a que te mataría.

– No, simplemente que moriría. Mi corazón dejaría de latir y moriría.

– Eso es una locura.

– No, vi cómo ocurría. Reilly me… lo demostró. -Se tocó el pecho-. Y sentí que el corazón me latía con fuerza, golpeando una y otra vez contra el pecho, y supe que se pararía, si él me decía que se pararía.

¡Por Dios!, aquello sonaba a vudú.

– Sólo si te lo crees. Solo si le permites que gane. Si eres fuerte, no ocurrirá.

– Espero ser lo bastante fuerte. Tengo que matar a Reilly antes de que él mate al señor. -Se dirigió a la puerta-. Una vez quise morir, pero el señor no me dejó. Ahora hay ocasiones en que no me importa estar vivo. A veces incluso me olvido de… -Abrió la puerta-. Vendré a verte mañana por la mañana.

– Espera. ¿Por qué no acudiste a MacDuff en lugar de a mí? -Porque tengo que hacer lo que el señor dice. Querría perseguir a Reilly solo, y si encuentro a Reilly, me mantendrá alejado de él, porque quiere protegerme. Si tú y Trevor estáis con nosotros, no harán eso. Aprovecharé mi oportunidad.

– Yo intentaría protegerte, Jock.

La figura del muchacho se perfiló contra la luz del pasillo cuando abrió la puerta.

– No cómo lo hará él. -Al segundo siguiente había desaparecido.

Jane se quedó inmóvil un momento mientras la cabeza le daba vueltas con una mezcla de excitación y esperanza. No había ninguna garantía de que Jock recordara el paradero de Reilly, pero había una posibilidad. Parecía volver a recordar, y ya había recordado que no era en Colorado y que podría ser Idaho.

Y su respuesta cuando ella le había preguntado por qué no había acudido a MacDuff había puesto de relieve una madurez y perspicacia que la sorprendieron. A todas luces había pensado en las consecuencias, y hallado su propia solución. Si había llegado tan lejos, entonces por supuesto que había esperanza.

Y ellos tenían que actuar de inmediato aprovechando el regalo que les había hecho. Sin ir más lejos, esa noche Jane había hablado con Mario de lo impotente que se sentía acerca de la posibilidad de encontrar otra vía que explorar, toda vez que el descubrimiento del oro estaba ya en entredicho. Bueno, en ese momento tenían una oportunidad y tenían que cogerla y echar a correr con ella.

Pero sólo llevar a Jock de vuelta a Estados Unidos al lugar donde MacDuff lo había encontrado, y sin ningún preparativo para los efectos colaterales, planteaba multitud de escollos. Necesitaban toda la ayuda que pudieran conseguir.

Abrió la puerta y se dirigió a la biblioteca para reunirse con Trevor.


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