Capítulo 21

– ¿Qué demonios has hecho? -exclamó Trevor-. Le has disparado a ella, idiota.

– Sólo una herida superficial en el brazo. -Jock estaba apuntando de nuevo el cañón de su rifle-. Estaba en medio. No podía dispararle a Reilly.

– Y sigues sin poder. Se está dirigiendo hacia ese helicóptero, zigzagueando como un jugador de fútbol. -MacDuff empezó a reírse-. Y deja atrás a Jane, Jock, hijo de puta, que era lo que pretendías.

– Me pareció razonable. Si no puedo dispararle, entonces lo distraeré lo suficiente como para que le alcance la explosión. Reilly siempre me enseño a tener una solución de emergencia. -Apuntó directamente a la nuca de Reilly-. Es una lotería -murmuró-. ¿Ahora se moverá hacia la izquierda o a la derecha? Supondré que… a la izquierda. -Apretó el gatillo.


Jane observó con horror cómo explotaba la cabeza de Reilly.

– Hija de puta. -Kim Chan estaba parada a unos pocos metros, mirando de hito en hito al monstruo que un momento antes había sido Reilly-. Le dije… -Temblaba de ira cuando se volvió hacia Jane-. Tú. Él jamás debió… El muy idiota. -Levantó la pistola que tenía en la mano-. Todo es culpa tuya. De ti y de esa idiota de Cira. Las dos fuisteis…

Jane rodó sobre la nieve y golpeó a Kim en las piernas, haciéndola caer.

Tenía que coger el arma.

La tenía.

Pero Kim se había levantado y corría hacia el helicóptero. ¡Joder!, ¿sabía los números de teléfono para llamar? ¿Le harían caso los terroristas suicidas si llamaba? Trabajaba estrechamente con Reilly. Existía la posibilidad de que Kim quisiera ocupar el lugar de su jefe. Jane se levantó como pudo.

– Detente. No puedes hacer…

La tierra tembló cuando Kim pisó el cable tapado por la nieve que rodeaba la plataforma del helicóptero.

¡Bummmm!

Una explosión.

Llamas.

De repente la mujer dejó de estar allí.

Y luego explotó el helicóptero.

Los fragmentos de metal y los rotores salieron despedidos en todas las direcciones.

Jane enterró la cara en la nieve e intentó aplastarse todo lo posible contra el suelo.

Cuando levantó la vista al cabo de unos segundos lo único que vio fue los restos ardientes del helicóptero.

– ¿Estás bien? -Era Trevor, que estaba arrodillado a su lado, desabrochándole el anorak para verle el brazo.

¡Estaba vivo! ¡Gracias a Dios!

– Creía que estabas muerto -dijo Jane con voz temblorosa-. La mina…

– Jock la hizo estallar para hacer que todos creyeran que me la había tragado. MacDuff y él estaban vigilando la casa y me vieron cuando me alejaba a rastras. Se lo agradecí. -Apretó los labios-. Hasta que ese chiflado te disparó porque te interponías entre él y Reilly.

– No creo que me haya hecho mucho daño. -Miró los restos ardientes del helicóptero-. Y valía la pena intentarlo para impedir que Reilly subiera a ese helicóptero.

– No estoy de acuerdo. -Trevor estaba mirando la herida-. Es sólo una pequeña hemorragia. Jock dijo que era una herida superficial.

– ¿Dónde está? -Entonces vio a Jock y a MacDuff, que se dirigían hacia la casa. Los llamó-. Tened cuidado. Norton está dentro y…

– No se preocupe -dijo MacDuff-. Tendremos cuidado. Pero Jock no quiere que la policía haga daño a este tal Norton. Quiere encontrarlo primero. Siente una especie de empatía.

– ¿Sentirá la misma empatía por esos terroristas suicidas del campamento? -murmuró Jane mientras MacDuff y Jock desaparecían dentro de la casa-. ¡Por Dios?, ¿qué haces con gente así?

– Entregarlos al Gobierno. Probablemente los ingresarán en un sanatorio e intentarán desprogramarlos.

– Si los pueden encontrar. Reilly los llamó y les dijo que quería que se «dispersaran» todos. -Se levantó-. Pero se llevó los expedientes personales con él. -Se acercó lentamente al cadáver de Reilly-. Los expedientes deber tener alguna información sobre esas personas-. Tuvo especial cuidado en no mirar el cuerpo sanguinolento de Reilly mientras le guitaba el maletín de la mano-. Tenía otro con las traducciones de diversos documentos de Herculano. No lo veo… Allí está. -El otro maletín había salido despedido varios metros a causa de la explosión.

– Yo lo cogeré. -Trevor atravesó el campo y cogió el maletín-. Ahora vayamos a urgencias a que te vean esa herida. -Sonrió-. Y tampoco me importaría que me aplicaran algunos primero auxilios a mí. MacDuff me hizo un vendaje bastante provisional.

– Tanto quejarse, tanto quejarse. -MacDuff se dirigía hacia ellos-. Tiene suerte de que estuviera allí para salvarle el culo. No puede esperar tenerlo todo. -Echó un vistazo al maletín que Jane llevaba en la mano-. ¿Qué es eso?

– Expedientes personales del campamento.

MacDuff se puso tenso.

– ¿Y qué va a hacer con ellos?

– Entregárselos a Venable.

MacDuff meneó la cabeza.

– No el de Jock. -Levantó la mano-. Puede hacer lo que quiera con el resto. Pero no con el expediente de Jock.

Jane titubeó.

– Cuidaré de él -dijo en voz baja MacDuff-. Sabe que lo haré. Le falta muy poco para llegar a ser normal. Sea lo que sea lo que se suponga que es ser normal. No dejaré que todo se vaya al infierno. Y usted tampoco quiere eso.

No, Jane no quería que eso ocurriera. Abrió el maletín y examinó superficialmente el contenido. Levantó lentamente el maletín.

– Sólo el expediente de Jock, MacDuff.

MacDuff hojeó los expedientes y sacó uno de la carpeta.

– Esto es lo único que me importa. -Lanzó una mirada hacia el maletín que sujetaba Trevor-. ¿Y eso qué es?

– Copias de las traducciones de los documentos de Herculano propiedad de Reilly -respondió Trevor.

MacDuff entrecerró los ojos.

– ¡No me diga! Realmente me gustaría echarles un vistazo.

– Y a mí -dijo Jane-. Y me he ganado el derecho a ser la primera en verlos.

– ¿Por qué no me deja…?

– Desista, MacDuff.

Pensó que el escocés iba a seguir discutiendo, pero en cambio el hombre sonrió.

– De acuerdo, desisto. -Le devolvió el maletín a Jane-. Pero téngame presente para ser el segundo en verlos. Y debería irse de aquí con eso, o será incautado como prueba y enterrado durante una década más o menos por el papeleo burocrático. Y ninguno queremos eso. ¿Puede conducir?

Ella asintió con la cabeza.

– Hay una camioneta en el garaje que Norton estaba cargando. Vayan a un hospital y que les curen esas heridas.

– Puedo conducir -dijo Trevor.

– Has perdido más sangre que yo -dijo Jane-. Jock intentó infligirme el menor daño posible. -Sacudió la cabeza con aire contrito-. ¡Por Dios!, no me puedo creer que estemos discutiendo sobre quien está más herido.

– Lo que quieras. Tú ganas. ¿Quién se va a quedar aquí a esperar a la policía?

– Lo haré yo -dijo MacDuff-. Llame a Venable y dígale que se ponga en contacto con las autoridades locales para allanar el terreno. No quiero acabar entre rejas. -Miro a Jane-. ¿Le dio alguna idea Mario de lo que había en el último pergamino de Cira?

– Sólo que daba una pista sobre el oro. Iba a venderle la traducción a Reilly. -Arrugó la frente al recordar aquella conversación con Mario-. No, no es verdad. Iba a decirle dónde encontrar la traducción. -Miró a Trevor-. Tenemos que volver a la Pista.

– ¿Está allí todavía?

– Eso es lo que dijo. -Echó un vistazo a MacDuff-. Así que parece que seguiremos siendo sus invitados durante algún tiempo.

– Eso, si les permito que vuelvan.

Trevor se puso rígido.

– Le he pagado el alquiler, MacDuff. No me joda.

– Resulta muy tentador cerrar las verjas y buscar yo mismo esa traducción. Es mi casa, y la posesión son las nueve décimas partes de la ley. -Y añadió en voz baja-: Vaya, incluso se dejó allí la estatua de Cira, Trevor. ¿Cómo me puedo resistir?

– Inténtelo -dijo Jane secamente-. Usted no es el viejo Angus, y no le vamos a aguantar que juegue con nosotros al terrateniente sin escrúpulos.

MacDuff se echó a reír.

– Era sólo una idea. En realidad estoy encantado de tenerlos a mano para que me ayuden. Me llevaré de vuelta a Jock, y puede que necesitemos ayuda, si Venable averigua que fue él quien ocasionó toda esta carnicería.

– Venable debería de estar agradecido -dijo Jane.

– Pero las agencias del gobierno hacen preguntas, buscan a fondo y a veces la gratitud se pierde por el camino -dijo MacDuff-. ¿Qué tal si nos reunimos con ustedes en el aeropuerto y volvemos juntos? Telefonearé en cuanto me vea libre de esto. Créanme, será mucho más fácil superar a los guardias de la verja, si los acompaño.

Trevor se encogió de hombros.

– Haga lo que quiera. Pero no llame a su gente para que registren el estudio de Mario antes de que lleguemos.

– Qué suspicaz es. Ni se me había ocurrido. -MacDuff se alejó-. Esperaré aquí y haré guardia hasta que llegue la policía. Antes de irse, envíenme a Jock. Tengo que darle instrucciones sobre lo que debe decirle a la policía.

– No estoy segura de que lo escuche -dijo Jane-. Estos días parece estar actuando según sus propios planes.

MacDuff apretó los labios con todas sus fuerzas.

– Haré que me escuche.


Jock estaba parado sobre el cuerpo de Norton cuando llegaron al garaje. Los miró con aire culpable.

– No lo he matado. No tardará en despertar.

Trevor se arrodilló y comprobó el pulso de Norton.

– ¿Qué ha ocurrido?

– Está entrenado para proteger a Reilly. Sabía que no podría convencerlo para que se rindiera. -Se encogió de hombros-. Así que le corté la circulación de la artería carótida y lo tranquilicé. -Se volvió hacia Jane y dijo con seriedad-: Lamento haberla disparado. Tuve mucho cuidado.

– Estoy segura de que lo tuviste. Hiciste lo que te pareció mejor. De todas formas, eso detuvo a Reilly. -¡Por Dios!, qué extraño resultaba consolar a alguien que te acababa de disparar-. Pero tenemos que marcharnos e ir al hospital. MacDuff nos dijo que cogiéramos esa camioneta y que te dijéramos que te quería ver. Las autoridades van a hacer preguntas, y quiere que tengas las respuestas adecuadas.

– No hay ninguna respuesta adecuada -dijo Jock-. MacDuff quiere protegerme, pero solo conseguirá meterse en problemas.

– Eso es cosa suya -dijo Trevor-. MacDuff puede cuidar de sí mismo. Eso es lo que ha estado intentando decirte. -Se volvió y entró en la cabina de la camioneta-. Personalmente, hasta el momento en que disparaste a Jane, agradecí enormemente que estuvieras por aquí. Sube a la camioneta, Jane.

– Enseguida. -Ella titubeó, mirando a Jock de hito en hito-. Mi herida no tiene ninguna importancia. Hiciste lo correcto. No podías correr el riesgo de no atrapar a Reilly. Era un peligro demasiado grande para mucha gente.

– Lo sé. Al principio se trataba sólo de MacDuff, y luego de mí. Y entonces empecé a pensar en ti y en todas las demás personas a las que Reilly estaba haciendo daño. Fue como tirar un guijarro a un lago y ver cómo las ondas se iban alejando más y más. Fue algo extraño… -Entonces Jock le dedicó aquella radiante sonrisa que tanto la había atraído al principio-. Gracias por no estar enfadada conmigo. Jamás te haré daño, si puedo evitarlo.

– Eso es reconfortante. -Jane le tocó dulcemente la mejilla antes de retroceder-. Y lo que sería aun más reconfortante es que pudieras desactivar todas esas minas del camino y la carretera.

Jock soltó una risotada.

– Ya lo he hecho. Fui a la sala de seguridad cuando MacDuff me dejó. -Apretó el botón de la pared y la puerta del garaje se abrió. Su sonrisa se desvaneció cuando miró fuera-. De lo único que tendréis que preocuparos es de la tormenta. Parece que la ventisca que predijeron ha llegado por fin.

Tenía razón. El viento estaba agitando la nieve hasta convertirla en un velo cegador.

– Si vais a iros, mejor que lo hagáis ahora. -Jock seguía mirando fijamente la tormenta.

Jane ya estaba en la cabina, poniendo en marcha la camioneta. Se detuvo y dijo impulsivamente:

– Ven con nosotros, Jock.

– ¿Por qué?

– No lo sé. No quiero dejarte aquí. Parece como si todos te hayamos estado diciendo lo que tienes que hacer desde que te conocí. Podríamos hablar de lo que quieres hacer.

El muchacho menó la cabeza.

– ¿Estás seguro?

Jock sonrió y empezó a salir del garaje.

– MacDuff quiere que vaya con él. ¿Y no hago siempre lo que dice MacDuff? -Desapareció entre el remolino de nieve.


– ¡Maldita sea! -Jane acabó de salir marcha atrás del garaje-. ¿Y si se asusta, y esos policías piensan que les va a hacer daño…?

– Deja de imaginar problemas -dijo Trevor-. MacDuff cuidará de él. Y Jock es una amenaza mayor para cualquiera que lo que los demás lo son para él.

Jane había llegado a la carretera, y durante un instante, mientras se concentraba en no salirse de ella, no pudo hablar, hasta que por fin llegó a la protección relativa que conllevaba estar bajo los árboles.

– Pero ha cambiado. No quiere matar. En realidad nunca lo quiso. Pero ha de contar con alguien que lo ayude y aconseje.

– Y MacDuff se encargará de eso. Ya lo oíste. Siempre hace lo que dice el señor.

Jane recordó algo de repente.

– No lo llamó el señor. Lo llamó MacDuff. Nunca lo había llamado así.

– Estás buscando problemas. No importa cómo llame a MacDuff, siempre que haga lo que él le diga que haga. Y siempre le obedece.

Le prometí al señor que no me acercaría a ti… Pero si me adelanto, y tú me sigues, en realidad no me estaré acercando a ti.

– No siempre -musitó Jane-. No siempre, Trevor.


– ¿Se puede saber que especie de maldito enredo has organizado, Trevor? -Brenner entró en la sala de curas donde Trevor y Jane permanecían sentados después de que el médico les diera el alta-. He puesto el énfasis en lo de maldito.

– Gracias por tu comprensión -dijo Trevor secamente mientras se volvía a poner la camisa-. Pero dado que has estado fuera de la acción por completo, no tienes ningún derecho a criticar.

– Soy una persona comprensiva. -Brenner se volvió hacia Jane-. Siento mucho que Jane tuviera que pagar el pato de tu incompetencia. ¿Estás bien?

– Fenomenal. Apenas un rasguño.

– Bien. -Brenner se dirigió a Trevor-. Y nada de que estuve fuera de acción. ¿O quién crees que guió a todas esas unidades policiales hasta el campamento?

– Jock.

– Sé realista. ¿No te parece un poco extraño que el departamento de policía de una pequeña ciudad enviara a sus hombres en medio de una tormenta de nieve por un chivatazo anónimo? Les oí hablar por la radio que tengo sintonizada en la frecuencia de la policía cuando me dirigía a casa de Reilly, y se me ocurrió que tenía que convencerlos de que en aquel campamento les estaban esperando la gloria y los ascensos.

– ¿Y cómo hiciste eso?

– Bueno, tomé prestado el nombre de Venable, y les dije que la incursión estaba planeada por la CIA y que iba a ser una operación conjunta.

– ¿Y se lo tragaron? -preguntó Jane.

– Soy un tipo sorprendentemente convincente. -Brenner sonrió-. Aunque mi acento australiano me puso en un pequeño apuro. Por aquí no se fían de los extranjeros. Pero eso sólo te demuestra lo bueno que soy. Bien, ¿y qué es lo siguiente?

– Lo siguiente es que llame a Eve y a Joe para informarles de lo que está pasando -dijo Jane-. Y después de que nos vayamos del hospital, nos dirigimos al aeropuerto y cogeremos el primer vuelo que salga. Tenemos que volver a la Pista de MacDuff.

Brenner echó un vistazo la ventana.

– Está cayendo una nevada del carajo. Yo no me daría mucha prisa en ir al aeropuerto. -Levantó la mano cuando Jane abrió la boca para protestar-. Ya lo sé. Quieres salir de aquí. De acuerdo, me encargaré de contratar un avión. Pero ningún piloto en su sano juicio va a despegar hasta que esto esté seguro. -Sacó su teléfono y empezó a marcar.

– ¿Seguro? -murmuró Jane-. ¿Acaso no los detuvimos? ¿Estamos todos a salvo, Trevor? Me da miedo pensarlo.

– No lo sé. Todavía quedan muchos cabos sueltos por los que preocuparse. -Trevor le cogió la mano para consolarla y animarla-. Tendremos que esperar a tener noticias de MacDuff.

MacDuff tardó veinticuatro horas en llamar, y cuando lo hizo el tono de su voz era cortante.

– Ya ha terminado. Venable allanó el camino, pero no me dejaron marchar hasta que llegó él, hace seis horas. Quería verla, pero lo entretuve. Le dije que usted lo llamaría y le haría una declaración en el plazo de cuarenta y ocho horas. No le hizo ninguna gracia. Pero aceptó.

– ¿Y los terroristas suicidas?

– No han llevado a cabo ninguna acción. Sin Reilly, era evidente que el trabajo era como una serpiente sin cabeza. En la carpeta del personal había unas pocas notas que podrían conducir a la CIA a identificar a esos terroristas suicidas concretos. Encontramos referencias a los objetivos, y han sido puestos en estado de alerta.

– Gracias a Dios.

– Estaré en el aeropuerto dentro de dos horas, si puedo llegar allí con esta condenada ventisca. Tiene que parar en algún momento.

– No hay prisa. De todas maneras los vuelos están suspendidos.

– Y un cuerno no hay prisa. Estaré allí cuando abra el aeropuerto.

– ¿Estará? ¿No estarán? -Jane apretó el auricular-. ¿No ha venido Jock?

– Ahora no.

– ¿Venable? ¿Ha detenido a Jock?

– No, aunque está como loco por tenerlo. Jock se largó anoche, antes de que apareciera la policía.

– ¿Qué se largó? ¿Adónde?

– Al bosque. Lo estuve buscando durante seis horas, pero al final lo perdí.

– Podría morir ahí fuera.

– No morirá. Ese bastardo de Reilly lo enseñó a actuar con buen tiempo y con un tiempo de perros. Tenemos que encontrarlo. Y ahora mismo Venable tiene a media policía local buscándolo. Volveré aquí cuando no haya peligro de que me tropiece con todo el mundo. -Colgó.

Jane hizo lo mismo.

– Jock ha huido.

– Ya lo he oído -dijo Trevor-. ¿Está preocupado MacDuff?

– Si lo está, no lo admitirá. -Jane puso ceño-. Estoy preocupada. No me importa su conocimiento de las técnicas de supervivencia. Puede que no quiera vivir. Ya intentó suicidarse. MacDuff ya está a salvo de Reilly, y eso le quita a Jock una razón para vivir.

– Puede que haya adelantado lo suficiente para que el instinto de conservación se ponga en funcionamiento.

– Tal vez. -Jane miró a través de los enormes ventanales hacia los aviones aparcados en las puertas de embarque-. Tendremos que esperar y ver.

– Ahora no puedes hacer nada por Jock. Concéntrate en lo que puedas hacer.

– Encontrar la traducción de Mario. -Trevor tenía razón. Si MacDuff había abandonado la búsqueda porque no quería encontrar a Jock y revelar su presencia a los demás buscadores, entonces era aun menos probable que ella pudiera ayudar a Jock de inmediato. Lanzo una mirada hacia la silla que tenía al lado, al maletín de Reilly conteniendo las copias de sus documentos de Herculano-. Y después revisaré esto y veré si puedo averiguar todo lo que Reilly sabía de Herculano. Mencionó que uno de esos documentos había hecho que viera a Cira de una manera completamente nueva…


MacDuff estaba en lo cierto. Los guardias de la verja de la Pista de MacDuff les dieron el alto de inmediato, y sólo cuando el terrateniente salió del coche y lo reconocieron, dejaron que el coche entrara en el patio.

MacDuff hizo un gesto con la mano a Trevor para que siguieran sin él, y se volvió para hablar con Campbell, el guarda.

– Estamos dentro -dijo Trevor-. No las tenía todas conmigo en relación a si íbamos a tener problemas con que MacDuff cumpliera el compromiso.

– Sólo estaba jugando con nosotros. No es idiota. Este lugar y el nombre de su familia significan demasiado para él para que se arriesgue a ser demandado por incumplimiento de contrato.

– Pareces muy segura. -Trevor aparcó el coche delante del castillo-. Aunque por otro lado has llegado a conocerlo bastante bien por Jock.

Sí que tenía la sensación de conocer a MacDuff. Era un hombre severo y difícil, y nunca había sido agradable ni condescendiente con ella. ¡Coño! ¿Y quién quería condescendencia? La condescendencia era degradante y hacía que a ella le entraran ganas de soltarle un puñetazo en la nariz a cualquiera. Siempre había querido que se la aceptara como una igual, con sus méritos y sus defectos.

– No es un gran enigma. -Salió del coche-. Como el resto de nosotros, hace lo que tiene que hacer para conseguir lo que quiere. -Arrugó la nariz-. Lo que pasa es que quiere un jodido castillo.

Trevor cambió de tema mientras la seguía al interior del castillo.

– ¿Sabes dónde vas a buscar la traducción? ¿Te dio Mario alguna pista?

– No gran cosa. -Empezó a subir las escaleras-. No lo sé. Tal vez sí. Tendré que pensar en ello.

– Subiré a ayudarte en cuanto termine de comprobar con Venable sus avances para encontrar a Jock. Se llevó algunos rastreadores de las Fuerzas Especiales. Probablemente puedan localizarlo.

– ¿Eso crees? ¿Quién es el que lo comparó con Rambo? No estoy tan segura.

– Y no quieres que lo encuentren.

Jane se paró en las escaleras para mirarlo.

– ¿Y tú?

Trevor negó con la cabeza.

– Pero aunque MacDuff destruyó el expediente de Reilly sobre él, todavía podría tener una reacción violenta. Jock ha demostrado lo peligroso que puede ser. Tal vez fuera una buena idea que consiguiera ayuda en un psiquiátrico.

– Y un cuerno sería una buena idea. ¿Quieres que intente suicidarse otra vez?

– Quizá esté lo suficientemente curado para no… -Se encogió de hombros-. De acuerdo, sería un riesgo. -Avanzó por el pasillo-. Pero tampoco quiero que muera en medio de una tormenta de nieve.

Eso era lo que también la había estado preocupando a Jane.

– Creo que estará perfectamente bien. -¡Por Dios!, en eso confiaba-. Es duro. Y quizá el entrenamiento de Reilly le salve la vida. Bien sabe dios que el muchacho se merece alguna compensación de ese bastardo. -Empezó a subir la escalera de nuevo-. Siempre que los hombres de Venable no lo acorralen y lo hagan reaccionar, en lugar de pensar.

Trevor ya había entrado en la biblioteca y no contestó.

Jane abrió la puerta del estudio de Mario y se quedó allí parada, mirando la habitación que tan bien conocía. La mesa que rebosaba de papeles; la estatua de Cira junto a la ventana; el sofá del rincón donde ella había pasado tantas horas… Todo era lo mismo y sin embargo diferente. Nada era como ella había percibido que era.

¡Ánimo!

Enderezó los hombros, arrojó el maletín que contenía los documentos de Herculano de Reilly sobre un sofá situado junto a la puerta y se dirigió con aire resuelto a la mesa. Encontrar la carta de Cira era su primer objetivo. Empezó a revisar cuidadosamente los papeles del escritorio de Mario. Diez minutos más tarde renunció a la búsqueda y se dirigió al dormitorio del joven.

Allí tampoco había nada.

¡Maldición!, no había dispuesto de tanto tiempo para esconder la traducción. Quizá la destruyera…

No, había significado demasiado para él. Aunque no hubiera considerado la traducción como moneda de cambio, había habido una parte de Mario que se había sentido orgullosa de su trabajo, y él había estado absolutamente enfrascado en la leyenda de Cira. Incluso había insistido en que Trevor renunciara…

Se puso tensa.

– ¡Joder!

Salió del dormitorio de Mario, volvió a entrar en el estudio y se dirigió a la estatua de Cira, junto a la ventana.

– ¿Te la dio a ti? -murmuró Jane.

Cira le devolvió la mirada, descarada y resuelta.

– Tal vez… -Levantó el busto con cuidado y lo colocó en el suelo.

Sobre el pedestal había unas cuantas hojas de papel.

– ¡Sí! -Cogió las hojas, volvió a colocar la estatua y se dejó caer en el sillón. Las manos le temblaban cuando desdobló la traducción de Mario.


Mi querida Pía:


Esta noche puedo morir.

Julius se está comportando de manera extraña, y puede que haya descubierto que el oro ha desaparecido. Aunque los guardias a los que convencí para que hicieran mi voluntad siguen al servicio de Julius, es posible que él esté intentando desarmarme hasta que pueda averiguar a dónde envié el oro. No te remitiré esta carta, a menos que crea que es seguro. No corras ningún riesgo. Tú no debes morir. Tienes que vivir muchos años y disfrutar cada minuto de tu vida. Todas las noches de terciopelo y todas las mañanas de plata. Todas las canciones y todas las risas. Si no sobrevivo, recuérdame con amor, no con amargura. Sé que debería haberte encontrado antes, pero el tiempo pasa volando, y no se puede volver atrás. Pero ya basta de tanta melancolía. Es permanecer junto a Julius lo que hace que piense en la muerte. Necesito hablarte de la vida, de nuestra vida. No mentiré; no puedo prometerme que será ni…


* * *
Загрузка...