Capítulo 17

Trevor llamó desde Detroit a la Pista de MacDuff sólo unos minutos antes de que tuvieran que despegar.

Se alejó de la cabina telefónica.

– No hay rastro de nadie en la Pista. Y puesto que han pasado varias horas, probablemente tengamos el camino libre.

– ¡Gracias a Dios!

– Gracias a Eve y a su amigo John Logan. -Trevor se dirigió al avión a grandes zancadas-. Pero eso no significa que no vayan a intentar cogernos, si pueden seguirnos el rastro. Estamos en su territorio, y para rematarla, de forma ilegal. No se van a mostrar tan colaboradores como Venable. -Torció el gesto-. Nunca pensé que lamentaría perder a Venable.

– Porque no podías controlarlo -dijo Jane.

– No, porque, lo creas o no, lo respetaba. -Sonrió débilmente al empezar a subir las escaleras detrás de ella-. Y sí, podía controlarlo. Espero de todo corazón que ese bastardo no tenga problemas con Sabot.

El chalé era una pequeña casa de una sola planta y tres habitaciones enclavada entre dos montañas. Era una de las diversas casitas de campo desperdigadas alrededor de un lago cubierto de hielo.

Jock salió del coche de alquiler y clavó la mirada en la puerta delantera.

– Recuerdo este lugar.

– Deberías -dijo MacDuff-. No fue hace tanto. -Subió las escaleras a grandes zancadas y abrió la puerta.

– ¿Recuerdas dónde estabas cuando te encontró? -le preguntó Jane a Jock mientras salía del vehículo.

– Había médicos. -Jock subió lentamente la escalera-. No entendían. No me dejaban… Sangre… Me ataron con correas a una cama y no me dejaban hacer lo que tenía que hacer.

– Porque no era correcto -dijo Jane-. Quitarse la vida está mal.

Él negó con la cabeza.

– Déjalo en paz -dijo Trevor cuando él y Mario salieron del coche-. Deja que se oriente.

Jane asintió con la cabeza.

– No lo estaba presionando. -Torció el gesto-. Bueno, no quería presionarlo. Fue como por casualidad.

– Jock y yo compartiremos la primera habitación según se sale del salón -dijo MacDuff por encima del hombro-. Hay una antecocina con una cama mueble al final del pasillo. Y otro dormitorio con dos camas individuales al lado. Decidan entre ustedes donde duerme cada uno.

– No creo que debiéramos quedarnos aquí bajo ningún concepto -dijo Mario-. ¡Maldita sea!, es imposible que nos acomodemos en un lugar tan pequeño. ¿Cuándo empezamos a hacer algo?

– Esta noche. -MacDuff le lanzó una mirada glacial-. Jock necesita descansar y comer. Saldremos cuando lo haya hecho.

– Lo siento -masculló Mario-. Estoy un poco nervioso. -Pasó junto a MacDuff y Jock y entró en el chalé-. Yo cogeré la cama mueble. Hasta luego.

– Ve a encender la chimenea, Jock. -MacDuff se giró hacia Jane y Trevor cuando Jock desapareció en el interior de la casa-. Esto no va a dar resultado. ¿Mario está nervioso? ¿Y qué pasa con Jock? Ya está temblando, ¿y tiene que vérselas con un comité cada vez que damos un paso? Vuélvanse todos a la Pista y déjenmelo a mí.

– Eso no es lo que quiere Jock -dijo Jane. Pero entendía las razones de las protestas de MacDuff. A ella también le había impresionado un poco aquel instante en el porche. Era evidente que Jock se estaba acordando de su intento de suicidio en el psiquiátrico, y que eso lo llenaba de confusión-. ¿Qué ha planeado para esta noche?

– A Jock lo recogió la policía en una carretera en las afueras de Boulder. Lo voy a llevar allí y a dejarlo suelto.

– ¿No se va a quedar con él?

– Estaré bastante cerca. Pero quiero que se sienta solo.

– ¿Y me acusa a mí de insensibilidad?

– Eso es diferente. Él es uno…

– De los suyos -terminó Trevor por él-. ¿Se supone entonces que se perdona todo?

– Pregúnteselo a él -dijo MacDuff-. Debería ser cosa de nosotros dos. Ustedes son los extraños.

– Jock quiere estar acompañado de esta extraña en concreto. -Trevor hizo un gesto hacia Jane-. Y puesto que esto es sencillamente una incursión preliminar con Jock, me presentaré voluntario para quedarme aquí con Mario y evitar que se entrometa, si usted se lleva a Jane.

MacDuff no habló durante un instante.

– Estoy sorprendido. Pensé que se pondría a discutir conmigo.

– ¿Por qué? No es un mal plan. Quiere alterar a Jock, y demasiados circunstantes no harían más que estorbar su concentración. Mario es un problema. El único peligro en esta situación habría de provenir de Jock, pero si usted está allí vigilando, a Jane no debería de pasarle nada. -Le sostuvo la mirada-. Sólo intente no dejarme fuera cuando nos acerquemos a Reilly.

MacDuff se encogió de hombros y salió de la casa con aire resuelto.

– Yo también estoy sorprendida -dijo Jane en voz baja-. No es propio de ti quedarte y jugar a las niñeras.

– Eso es para demostrarte lo razonable y abnegado que puedo llegar a ser.

Ella lo observó con escepticismo.

– ¿Quieres saber la verdad? -La sonrisa de Trevor se desvaneció-. Tengo un mal presentimiento desde que subimos a ese avión en Aberdeen. Todo esto podría irse al traste.

– Pero nos estamos moviendo, está ocurriendo algo.

– Lo sé. Por eso estoy cediendo un poco con MacDuff, para fortalecer la cooperación más tarde. Mientras estáis fuera esta noche, veré qué puedo hacer para convencer a Mario de que nos hable del pergamino de Cira. Puede que pruebe a meterle astillas entre las uñas. Era sólo una broma. -Le dio un beso rápido e intenso-. Ten cuidado con Jock. Tal vez crea que está preparado para ayudar, pero puede estallar en cualquier momento.


– ¿Reconoces algo de esto, Jock? -Jane percibía la rigidez en los músculos del muchacho, sentado al lado de ella en el coche. Habían viajado en coche por espacio de unas dos horas, y sólo durante los últimos kilómetros había detectado algún cambio en Jock. Miró a través de la ventanilla. Era una zona bastante poblada de las afueras de Boulder, y las casas por las que pasaban parecían pertenecer a zonas exclusivas con campos de golf y urbanizaciones residenciales de clase alta-. ¿Has estado aquí con anterioridad?

Jock negó espasmódicamente con la cabeza sin dejar de mirar al frente.

– ¿A qué distancia está esto de donde lo encontró la policía? -le preguntó Jane a MacDuff.

– A unos diez o doce kilómetros. Lo bastante cerca para ir andando. -MacDuff observó a Jock-. Está reaccionando, de eso no cabe duda. Se está encerrado en sí mismo como una ostra. -De repente detuvo el coche en el lateral de la carretera-. Veamos si podemos hacer que se abra. Sal, Jock.

Jock meneó la cabeza.

– Está aterrorizado -susurró Jane.

– Sal Jock -repitió MacDuff. Su voz restalló con la brusquedad de un látigo-. ¡Ahora!

Jock se movió lentamente para abrir la puerta.

– Por favor…

– Sal. Ya sabes por qué estás aquí.

Jock salió del coche.

– No me haga esto.

MacDuff puso el pie en el acelerador y se alejó en el coche.

Jane se volvió en el asiento para mirar a Jock y sintió que se le partía el corazón.

– Se ha quedado parado allí. No lo entiende.

– Lo entiende -dijo MacDuff con dureza-. Y si no lo entiende, mejor que lo aprenda. Esto tiene que terminar. Usted quiere que Jock salve al mundo; yo sólo quiero que se salve a sí mismo. Y no lo hará escondiendo la cabeza en la arena. Esta es su oportunidad, y como que me llamo MacDuff que la va a aprovechar.

– No se lo voy a discutir. -Jane se obligó a apartar la vista de Jock-. ¿Cuánto tiempo lo vamos a dejar ahí fuera?

– Treinta minutos. Iremos hasta la próxima salida y daremos la vuelta.

– Treinta minutos puede ser mucho tiempo.

– Toda una vida. La suya. -Apretó el acelerador-. O su cordura.


– No lo veo -Jane mira frenéticamente ambos lados de la carretera. MacDuff había recorrido lentamente tres veces el tramo donde habían dejado a Jock, y no había ni rastro del muchacho-. ¿Dónde está?

– Puede que se haya puesto a deambular por uno de los complejos residenciales. Hemos pasado por el club de campo Timberlake y por la urbanización Mountain Streams. Haremos una pasada más, y luego empezaremos a buscar…

– ¡Allí está! -Jane divisó una figura sentada en la cuneta-. ¡Oh, Dios mío!, ¿cree que lo habrá atropellado un coche o…? -Saltó del coche en cuando MacDuff frenó en seco con un chirrido-. Jock, ¿estás…?

– Cuatro ocho dos. -Jock no la miró. Tenía la mirada fija al frente-. Cuatro ocho dos.

– ¿Está herido? -MacDuff estaba al lado de Jane. Se arrodilló y alumbró al muchacho con su linterna-. Jock, ¿qué ha pasado?

Jock lo miró fijamente sin verlo.

– Cuatro ocho dos.

MacDuff estaba palpando los brazos y las piernas de Jock.

– No creo que lo haya golpeado ningún coche. No hay heridas evidentes.

– Creo que su herida es bastante evidente. -Jane intentó que no le temblara la voz-. ¡Dios mío, qué hemos hecho!

– Lo que teníamos que hacer. -MacDuff agarró a Jock por los hombros y lo obligó a mirarlo-. Ya estamos aquí. No va a ocurrir nada. No tienes nada que temer.

– Cuatro ocho dos. -De repente se inclinó hacia delante con expresión de dolor y cerró los ojos-. No. No puedo. Es pequeña. Demasiado pequeña. Cuatro ocho dos.

– ¡Dios bendito! -susurró Jane.

MacDuff le entregó la linterna.

– Tenemos que llevarlo de vuelta al chalé. -Cogió a Jock en brazos-. Conduzca usted. Yo iré en el asiento trasero con él. No sé qué va a hacer a continuación.

– No tengo miedo. ¡Por Dios!, como está sufriendo.

– Conduzca -repitió él, y se incorporó-. Si hay algún riesgo, lo asumiré.

Porque Jock era uno de los suyos. Jane se dio cuenta por la manera dominante con que MacDuff sostenía a Jock que no cabía discutir con él. Y no tenía ningún deseo de hacer nada que no fuera llevar al muchacho de vuelta al chalé tan pronto como…

El haz de la linterna que MacDuff le había dado alumbró la tierra donde Jock había estado sentado.

482. Los números estaban grabados con fuerza en la tierra. Y se repetían una y otra vez: 482,482, 482…

– Jane.

Levantó la cabeza al oír la llamada de MacDuff y se dirigió al coche corriendo


– ¿Cómo está? -preguntó Mario cuando Jane salía de la habitación de Jock.

– No lo sé. -Echó un vistazo a la puerta por encima del hombro-. Parece estar casi catatónico. Pobre chico.

– Puede que sea mi educación religiosa, pero tengo problemas para apiadarme de un asesino. -Mario apretó los labios-. Y si piensas en ello, si trabajó para Reilly, entonces es que es uno de ellos. -Levantó la mano-. Lo sé. Aquí estoy en minoría. Pero no soy capaz de concederle ni comprensión ni perdón.

– Entonces deberías mantenerte lejos de MacDuff -dijo Trevor-. En estos momentos está un poco susceptible.

Mario asintió con la cabeza.

– No tengo ningún deseo de fastidiarlo. Puede que todavía sea capaz de sacarle algo a Jock. -Se dirigió a la cocina-. Voy a preparar café.

– Cuatro ocho dos -repitió Trevor sin apartar la mirada de la puerta del dormitorio. -¿Sigue diciéndolo?

Ella asintió con la cabeza.

– Como si fuera un mantra.

– Pero ese mantra no empezó hasta que llegó a ese tramo concreto de carretera. ¿Ha intentado MacDuff hacerle más preguntas?

– Todavía no. ¿Tú lo harías?

– Probablemente no. No nos sirve de nada hacer que el chico explote.

– Es bastante triste tener que preocuparnos de lo que necesitamos, y no de lo que Jock necesita. -Ella lo paró cuando Trevor empezó a abrir la boca para hablar-. Lo sé -dijo cansinamente-. Es necesario. Y soy yo la que estuvo totalmente de acuerdo en presionarlo para conseguir las respuestas. Es sólo que me rompe el corazón al verlo sufrir de esta manera.

– Entonces el remedio es o seguir adelante hasta que lo supere o renunciar y dejar que vuelva a meterse en su concha. En unos cuantos años podría mejorar. Aunque por otro lado podría ser que no. ¿Y puedes justificar las consecuencias de la espera?

– No.

– Eso me parecía. -Se dio la vuelta-. Pero estarás mejor preparada, si sabes a lo que se enfrenta Jock. Me pondré a trabajar en ello.

– ¿En cuatro ocho dos?

Él asintió con la cabeza.

– No se me da bien criar y tranquilizar, pero dame un problema abstracto y estaré en mi salsa. He escrito exactamente lo que me dijiste que Jock dijo esta noche, e intentaré encontrar algo que corresponda a su obsesión por ese número. Puede que no sea fácil. Cuatro ocho dos podría ser la combinación de una cerradura, parte del número de una matrícula, un número de marcación rápida de un teléfono, una dirección, un número de lotería, el código de un sistema de seguridad, una palabra clave para acceder a un ordenador…

– Sé lo que quieres decir -dijo Jane-. Y no sigues enumerando opciones. Hazlo y punto.

Trevor asintió con la cabeza.

– Empezaré por el más fácil y seguiré con el resto de la lista. -Hizo una pausa y le puso la mano delicadamente en el brazo-. Ve a tomarte una taza de ese café de Mario. Parece que lo necesitas.

– Tal vez sí. -El tacto de Trevor resultaba cálido y reconfortante, y no quería dejar de sentirlo. Se concedió un instante antes de ponerse derecha y alejarse de él-. Y también le llevaré uno a MacDuff. No va a dejar a Jock. Está encima de él como una madre con su bebé. Se hace extraño ver a un hombre tan fuerte como MacDuff actuar tan maternalmente.

– Puede que pensara que estaba haciendo lo mejor al abandonar a Jock esta noche, pero en situaciones así siempre queda un elemento de culpabilidad. Volveré a buscarte en cuanto elabore una lista de soluciones posibles.


– Despierta. -Jane abrió los ojos y vio a Trevor arrodillado junto a su sillón, acariciándole la mejilla con la mano.

– ¿Qué…?

– Despierta. -Trevor sonrió-. Puede que haya encontrado algo. No hay ninguna garantía, pero merece la pena intentarlo.

Jane se incorporó en el sillón y sacudió la cabeza para quitarse la somnolencia.

– ¿Qué es lo que merece la pena intentar?

– Cuatro ocho dos. Estuve haciendo el tonto un rato con los números de marcación rápida, y luego pasé a las direcciones. Dijiste que Jock no empezó a asustarse hasta que llegasteis al tramo de carretera que bordean esos dos complejos residenciales. Accedí a los callejeros a través de internet. No hay ningún cuatro ocho-dos en el club de campo de golf, pero en el complejo residencial Mountain Streams hay un cuatro ocho-dos. -Le entregó una fotocopia-. El cuatro ocho-dos de Lilac Drive [2].

Una oleada de excitación recorrió a Jane, aunque intentó mostrarse fríamente razonable.

– Podría ser una coincidencia.

– Sí.

Al carajo con lo de ser razonable. No se iba a privar de la esperanza.

– ¿Podría ser el domicilio de Reilly?

Él negó con la cabeza.

– Según la red, los actuales residentes son Matthew Falgow, su esposa, Nora, y su hija, Jenny. Falgow es un líder sindical local con una reputación más limpia que una patena. -Le entregó otra hoja-. Aquí están sus fotos en las últimas elecciones sindicales a las que concurrieron. Un buen chico.

Jane asintió con aire ausente mientras estudiaba las fotos. Una atractiva pareja de cuarentones con una adorable niñita de pelo rubio que aparentaba unos cuatro o cinco años de edad. El expediente sobre Falgow era tan inmaculado como Trevor había señalado, y en él no había el menor atisbo de mácula subversiva.

– No existe ninguna relación con Reilly…

– Tal vez. Tal vez no. -Trevor se sentó-. Recuerda lo que dijo Jock esta noche. Y luego, enfócalo desde otro punto de vista.

Jane lo miró fijamente a los ojos, y se estremeció de pies a cabeza cuando se dio cuenta de a dónde quería ir a parar Trevor.

Tenía que dejar de ser una cobarde; tenía que afrontarlo. Había sabido que no sería agradable. Todo lo relacionado con Reilly era corrupto y espantoso.

Respiró hondo y volvió a mirar la foto de Falgow.

– ¿Está Jock despierto? -le preguntó Jane a MacDuff sin dejar de mirar al muchacho. Éste tenía los ojos cerrados, pero la tensión que había en sus músculos delataba que estaba de todo menos relajado.

– Está despierto -dijo MacDuff-. No me responderá cuando le hable, pero no está catatónico y sabe que le estoy hablando.

– ¿Puedo intentarlo?

– Faltaría más.

– ¿Nos dejará solos?

MacDuff la miró a la cara con los ojos entrecerrados.

– A Trevor no le gustaría eso.

– ¡Por Dios!, si está indefenso.

– Eso puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos. -Echó un vistazo al papel que Jane llevaba en la mano-. ¿Por qué quiere quedarse a solas con él?

– Trevor encontró una posible respuesta a lo de cuatro ocho dos. Jock le quiere a usted, y eso le crea un montón de conflictos internos. Pero a mí no me quiere. Tal vez pueda romper su hermetismo.

MacDuff seguía mirando fijamente el papel.

– Quiero verlo.

– Después.

MacDuff guardó silencio durante un instante.

– ¿Sabe Trevor que está haciendo esto?

– No sabe que le estoy pidiendo que se vaya. Está fuera, en el porche, con Mario.

– Y no quiere que me una a ellos. -MacDuff se levantó lentamente-. Me quedaré al otro lado de la puerta. Si detecta algún indicio de agresividad, no espere a gritar. Treinta segundos, y todo podría acabar.

– Por lo que he advertido, la única persona por la que estaría dispuesto a mostrarse violento es por usted. Me cuidaré de que no piense que soy una amenaza para usted.

– Lo hemos privado de todo punto de apoyo. Puede que haya vuelto a la época anterior a que yo lo encontrara en aquel hospital.

– Es un consuelo.

– No quiero que se encuentre cómoda. La comodidad puede resultar fatal. -Abrió la puerta-. Llame, si me necesita.

En absoluto estaba cómoda. De pie, mirando fijamente a aquel hermoso muchacho, se sentía triste, furiosa y horrorizada.

– Jock, ¿me oyes?

No hubo respuesta.

– Podría merecer la pena que me respondieras. Sé que probablemente has oído y entendido lo que le estaba diciendo a MacDuff.

Ninguna respuesta.

Se sentó en el borde de la cama.

– Cuatro ocho dos.

Los músculos de Jock se tensaron aun más.

– Lilac Drive. Una vez me dijiste que no te gustaban las lilas. Con lo bonita que es esa flor. No entendí la razón.

Jock cerró los puños sobre el edredón.

– El cuatro ocho dos de Lilac Drive.

El ritmo de la respiración de Jock se alteró, acelerándose.

– Cuatro ocho dos, Jock.

El muchacho estaba jadeando, y en su cuello el pulso latía desenfrenadamente. Pero, ¡maldición!, seguía sin abrir los ojos. Jane tenía que encontrar la manera de provocarle una emoción lo bastante fuerte para sacarlo de su retraimiento.

– No parabas de decir «pequeña», «demasiado pequeña». Había una niña pequeña en esa casa de Lilac Drive. Una preciosa niñita de mejillas sonrosadas y pelo rubio. Se llamaba Jenny. Tenía cuatro años.

Jock estaba sacudiendo la cabeza adelante y atrás.

– No, los tres…

– Deberías saberlo mejor que yo. -Hizo una pausa. Jock seguía demasiado retraído. Pues bien, arremetería contra él con dureza. Con lo que pudiera-. Tú la mataste.

– ¡No! -Jock abrió los ojos de golpe-. Era pequeña. Demasiado pequeña.

– Fuiste allí a matarla.

– Cuatro ocho dos. Cuatro ocho dos. Cuatro ocho dos.

– Reilly te dio esa dirección y te dijo lo que tenías que hacer. Conseguiste entrar en la casa y fuiste a su dormitorio. No fue difícil; te habían entrenado bien. Y luego, hiciste lo que Reilly te dijo que hicieras.

– No lo hice. -Sus ojos resplandecían en la cara contraída por la tensión-. Deja de decir eso. Debería haberlo hecho, pero no pude. Era demasiado pequeña. Lo intenté, pero ni siquiera pude… tocarla.

– Pero siempre haces lo que Reilly te dice que hagas. Tienes que estar mintiéndome.

– ¡Cállate! -Jock le rodeó el cuello con las manos-. No lo hice. No lo hice. Te equivocas. Te equivocas. Reilly dijo que debía hacerlo, pero no pude.

Jane sintió cómo las manos de Jock apretaban más a cada palabra que decía.

– Suéltame, Jock.

– ¡Cállate! ¡Cállate!

– ¿Qué estaba mal, Jock? ¿No matar a aquella niña pequeña? ¿O que Reilly te dijera que lo hicieras? -¿Qué estaba haciendo? Debería estar llamando a gritos a MacDuff. Le estaba apretando tanto la garganta que casi tenía la voz ronca. No, estaba demasiado cerca-. Sabes la respuesta. Dímela.

– Reilly… siempre… tiene razón.

– Gilipolleces. Si hubiera tenido razón aquella noche, habrías matado a esa niña. Esa noche te diste cuenta de lo horrible que era y de las cosas horribles que ya te había hecho hacer. Pero cuando te alejaste de aquella casa, se acabó todo. Tal vez la dependencia hacia él permaneciera y te confundiera, pero ya no le pertenecías.

Las lágrimas corrían por las mejillas de Jock.

– No se acabó. Nunca acabó.

– De acuerdo, tal vez no haya acabado. -¡Dios bendito!, ojalá le quitará las manos de la garganta. Imposible saber lo que podría pasar si ella decía algo que lo hiciera estallar-. Pero volviste a tu manera de ser cuando te fuiste del cuatro ocho dos de Lilac Drive. Reilly ya no puede controlarte nunca más. Ahora es sólo una cuestión de tiempo.

– No.

– Jock, es la verdad. MacDuff y yo hemos notado que estás cambiando, que te estás haciendo más fuerte.

– ¿El señor? -La miró fijamente a los ojos-. ¿Lo ha dicho él? ¿Me estás mintiendo? Me mentiste sobre lo de que maté a aquella niñita.

– Fue lo único que se me ocurrió para hacerte volver de golpe. Tenías que enfrentarte a lo que habías hecho. O mejor dicho, a lo que no habías hecho. Cuando rompiste con la dependencia de Reilly, te sentiste casi tan culpable por desobedecerlo como te habrías sentido si hubieras asesinado a aquella niña.

– No, no pude hacerlo.

– Sé que no pudiste. Pero tenía que causarte una emoción fuerte para que me hablaras. Y lo conseguí, ¿no es verdad?

– Sí.

– Y te das cuenta de que lo hice por tu bien, ¿verdad?

– S-supongo que sí.

– Entonces, ¿te importaría retirar tus manos de mi cuello? MacDuff y Trevor no se sentirían muy contentos con ninguno de los dos, si entraran aquí ahora y te vieran estrangulándome.

Jock se quedó mirando sus manos alrededor del cuello de Jane como si no le pertenecieran. La soltó lentamente y dejó caer las manos sobre la cama.

– Creo… que se sentirían algo más descontentos conmigo.

¿Era un levísimo atisbo de humor aquello que había en su tono? La expresión de su cara era sombría, y las lágrimas seguían bollándole en los ojos, pero al menos la violencia descarnada había desaparecido. Jane respiró hondo y se frotó el cuello.

– Además harían bien en estarlo. Existe una cosa que se llama responsabilidad. -Se sentó en el sillón que había al lado de la cama-. Y no solo para ti. Reilly tiene que rendir muchas cuentas.

– No… el señor. Fue culpa mía. Todo fue culpa mía.

– Lo importante es acabar con él.

– Pero no el señor.

– Entonces depende de ti obligarte a recordar dónde está Reilly, para que podamos ir a por él.

– Intento…

– No, tienes que hacerlo, Jock. Esa es la razón de que te trajéramos aquí. Ese es el motivo de que te hayamos hecho pasar este infierno. ¿Crees que lo haríamos, si viéramos otra manera de hacerte recordar?

El muchacho meneó la cabeza.

– Ahora estoy cansado. Quiero echarme a dormir.

– ¿Intentas evitar hablar conmigo, Jock?

– Tal vez. -Cerró los ojos-. No lo sé. Creo que no. Necesito estar a solas con él.

Jane sintió un escalofrío.

– ¿Con él?

– Con Reilly -susurró Jock-. Siempre está conmigo, ¿sabes? Intento escapar, pero él sigue ahí. Me da miedo mirarlo o escucharlo, pero tengo que hacerlo.

– No, no tienes que hacerlo.

– No lo entiendes…

– Entiendo que te ha controlado de la manera más malvada posible. Pero él ya se ha marchado.

– Si se hubiera ido, no estarías aquí, haciendo que intentara recordar. Mientras él siga vivo, jamás me dejará en paz. -Giró la cabeza-. Vete, Jane. Sé lo que quieres de mí, e intentaré dártelo. Pero no me puedes ayudar. O soy capaz de hacerlo o no lo soy.

Jane se levantó.

– ¿Quieres que le diga a MacDuff que entre?

Él negó con la cabeza.

– No me gusta que me vea así. Reilly me hace débil. Me siento… avergonzado.

– No deberías avergonzarte.

– Sí, sí que debo. Para siempre. Soy un ser malvado, y nunca volveré a estar limpio. Pero MacDuff no dejará que me mate. Lo intenté, pero él me hizo volver. Así que si no puedo morir, tengo… que ser fuerte. -Su voz se endureció-. Pero, ¡Dios mío!, es difícil.

Jane tuvo un instante de titubeo.

– ¿Estás seguro de que no quieres que me quede y…? -Jock seguía meneando la cabeza-. De acuerdo, dejaré que descanses. -Se dirigió a la puerta-. Si me necesitas, estaré ahí. No tienes más que llamarme.

– No han estado mucho tiempo. -MacDuff se levantó de la silla en cuanto la puerta se cerró tras ella.

– ¿No? -A ella se le había antojado una eternidad-. Lo suficiente.

– ¿Jock me necesita?

– Probablemente. Pero no quiere que entre. En este momento no quiere que entre nadie. Y no ceo que corra ningún peligro inmediato.

La mirada de MacDuff se posó en el papel que Jane seguía teniendo en la mano.

– ¿Alguna reacción?

– Oh, sí. ¿Qué si es suficiente para provocar que surjan los recuerdos de Reilly? No lo sé. De ahora en adelante, tiene que salir de él. Parece que está… diferente.

– ¿En qué sentido?

Jane arrugó el entrecejo, intentando entenderlo.

– Antes me recordaba a ese pergamino en el que ha estado trabajando Mario. Había ciertas oraciones y frases que habían desaparecido y que Mario tuvo que reemplazar con conjeturas cultas para poder dar coherencia a todo el documento. Creo que ese es el punto en el que Jock se encuentra ahora.

– Entonces ha debido de producirle una impresión de mil demonios. -MacDuff apretó los labios con todas sus fuerzas-. Quiero ver ese papel.

– Y yo quiero que lo vea. -Jane se dirigió a la cocina-. Le hablaré de él mientras me tomo una taza de café. La necesito.

– Sin duda. Y abróchese la camisa.

– ¿Qué?

– Intente tapar esos cardenales que tiene en el cuello. No quiero que Trevor vaya a por Jock.

Jane se tocó el cuello.

– No me hizo daño. De verdad que no. Y no tenía intención…

– Eso dígaselo a Trevor. Está viva, y si fue demasiado estúpida para hacer lo que le dije que hiciera, entonces se merece esos cardenales. -Se sentó a la mesa de la cocina-. Ahora hábleme de cuatro ocho dos.


Cuatro ocho dos. Demasiado pequeña. Demasiado pequeña.

Es malvada. Es de la estirpe del diablo. Mátala.

Niña. Niña. Niña. Jock sintió cómo la palabra lo desgarraba, gritada por él.

No importa. Es tu deber. No eres nada sin el deber. Si fracasas, me enfadaré contigo. Y ya sabes lo que eso significa.

Dolor. Soledad. Oscuridad.

Y Reilly esperaba en esa oscuridad. Jock no podía verlo nunca, aunque sabía que estaba allí. Llevando el miedo. Llevando el dolor.

Cuatro ocho dos. Mata a la niña. Ve a la casa. No es demasiado tarde. Eso hará que te perdone.

– ¡No! -Jock abrió los ojos de golpe. El corazón le latía con fuerza, dolorosamente. Iba a morir. Reilly le había dicho que moriría si alguna vez lo traicionaba y lo desobedecía, e iba a ocurrir en ese momento-. No morí cuando no maté a esa niñita. No me puedes hacer daño.

Muere.

Sentía como se deslizaba, cada vez más frío, agonizando…

Debilidad. Culpa. No vale la pena vivir.

Muere.

Si moría, cedería a la culpa y el señor también moriría. Iría a por Reilly, y Jock no estaría allí para ayudarle.

Muere.

No moriré.

Muere.

En ese momento podía ver a Reilly con más claridad. Acechando en las sombras. No era un fantasma. No, no lo era. Era un hombre.

Muere. Deja de luchar. Te va a estallar el corazón. No tardará en detenerse. Quieres que se pare.

Reilly quería que se parase. Y Jock no quería hacer nada de lo que Reilly quería que hiciese. Aquel camino conducía a la culpa.

Que no te entre el pánico. Piensa en detener el dolor. Acompasa los latidos. Muere. ¡Que te jodan!

– Jock. -MacDuff le estaba sacudiendo del hombro-. Respóndeme. ¡Maldita sea!, Jane me dijo que estabas bien. Jamás debería haberte…

Jock abrió los ojos lentamente.

– No es eso… No voy a morir.

MacDuff suspiró aliviado.

– Todo el mundo muere. -Alborotó el pelo rubio del muchacho-. Pero a ti te queda mucho camino que recorrer.

– No lo creo. Reilly no quería… -Su expresión rebosaba preocupación-. Pero no importa lo que él quiera, ¿no es así? Puedo hacer cualquier cosa.

– No puedes tirarte de los edificios de un salto. -MacDuff carraspeó-. Pero, sí, cualquier cosa dentro de lo razonable.

– Él sigue ahí, esperándome. Pero no me puede hacer daño, si yo no se lo permito.

– Eso es lo que he estado intentando decirte.

– Sí. -Volvió la cabeza sobre la almohada-. Quiero volver a dormir. Estoy cansado… Él no se detenía nunca. Pero no me rendí a él.

– Eso está bien. -MacDuff hizo una pausa-. ¿Me puedes decir dónde encontrarlo?

– Todavía no. Puedo ver imágenes, pero sin relación. Y puede que no siga allí. No paraba de ir de un lado para otro.

– ¿En Idaho?

Jock asintió con la cabeza.

– No paro de pensar en que es en Idaho.

– ¿Dónde?

Jock guardó silencio durante un instante.

– Cerca de Boise.

– ¿Estás seguro?

– No. A veces Reilly podía proporcionarme recuerdos de cosas que no habían sucedido jamás. Pero yo estaba trabajando en una tienda de equipamientos en una estación de esquí cerca de allí la primera vez que lo vi. Él me ofreció un trabajo, y fuimos a tomar una copa a un bar de la ciudad. Después de la tercera copa perdí el conocimiento. Al menos supongo que lo perdí. Después de eso fui completamente de Reilly.

– ¿En qué estación de esquí?

Jock guardó silencio durante un instante.

– En Powder Mountain.

– ¿Y el nombre del bar?

– Harrigan's. -Jock arrugó la frente-. Pero ya se lo dije, a veces no puedo estar seguro de lo que era real y lo que era…

– Lo comprobaré. -MacDuff se levantó-. Te lo haré saber. Sólo sigue intentando recordar.

– No puedo hacer otra cosa. -Jock sonrió sin alegría-. No puedo desconectar. Todo gira y gira sin cesar, con Reilly en el centro.

– Necesitamos saber todo lo que podamos sobre él.

– Lo intentaré. Pero hay demasiadas cosas que se interponen en el camino. Obstáculos…

– Salta por encima de ellos. -MacDuff se apartó-. Puedes hacerlo.

– Lo sé -dijo Jock en voz baja-. Pero tal vez no a tiempo.

Hacía una semana MacDuff no habría apostado con que ocurriera tal cosa en absoluto. Pero el que Jock pudiera al menos sopesar las consecuencias lo animaba y llenaba de júbilo, y el chico estaba más normal de lo que lo había visto desde que lo conociera siendo un niño.

– Tonterías. Tengo fe en ti.

– ¿De verdad?

– ¿Habría pasado por todo hemos pasado juntos, si no la tuviera? -Sonrió al chico por encima del hombro-. Haz tu trabajo. Haz que me sienta orgulloso de ti, muchacho.

– Es demasiado tarde para eso. Pero haré mi trabajo. -Cerró los ojos-. Puede que me lleve algún tiempo.

– Te daremos tu tiempo.

– Bien. Él sigue interponiéndose. No puedo ver…

– Lo harás. Sólo deja que llegue.


* * *
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