Capítulo 11

– ¿Cómo está? -preguntó Trevor cuando Jane entró en la biblioteca diez minutos más tarde-. ¿Sigue odiándome a muerte?

– No. -Jane hizo una mueca-. Ahora se odia a sí mismo. Pero va a darte lo que quieres. Se va a poner a traducir de nuevo esta noche.

– Debes de haberlo hechizado.

Ella negó con la cabeza.

– Le dije la verdad, aunque de todas maneras creo que habría llegado a ella por sí mismo, de haberle dado un poco más de tiempo. Creo que vas a descubrir que… ha cambiado.

– ¿En qué sentido?

Jane se encogió de hombros.

– No estoy segura. Pero no creo que vuelva a sentir la tentación de llamarlo «buen chico» nunca más. Juzga por ti mismo. Luego bajará a hablar contigo. -Cambió de tema-. ¿Averiguaste algo sobre Wickman con Venable?

– Volverá a llamarme. Envió a un hombre para hablar con la hermana de Eduardo Donato, y ésta le dijo que no lo había visto desde ayer por la mañana. Eduardo la llamó y le dijo que iba a aceptar un trabajo como guía para un turista que había conocido en una cafetería.

– ¿Le dijo como se llamaba?

Trevor negó con la cabeza.

– Según parece, le interrumpieron en mitad de la conversación y colgó rápidamente.

– ¿Nos puede proporcionar Venable una foto de Wickman?

– A su debido tiempo. Hasta el momento no ha podido reunir ningún dato. Wickman parece el hombre invisible. Pero haré que Brenner se centre en la cafetería, a ver si puede conseguirnos una descripción por alguno de los camareros.

Jane seguía inmóvil.

– Puedo hacer algo mejor que eso.

Trevor lo entendió enseguida.

– No. Y no sólo no, sino mil veces no.

– Si puedo obtener una buena descripción, puedo hacer un retrato robot. Puesto que nunca he visto a Wickman, el dibujo te podría decir lo que quieres saber sin ninguna duda.

– Entonces haré que Brenner haga las preguntas y te cuente las respuestas por teléfono.

– Así no da resultado. Tengo que enseñar el dibujo al testigo mientras lo hago para obtener confirmación de los rasgos. -Apretó los labios-. Y no me voy a quedar aquí sentada, esperando a que Brenner pierda el tiempo intentando precisar la identificación, cuando yo lo puedo hacer más deprisa.

– No es seguro para ti que vayas de aquí para allá en Lucerna. Allí no te puedo mantener a salvo.

– No me voy a recorrer toda Lucerna. Voy a ir a un café, y presumiblemente harás que Brenner esté allí para que me reciba en el aeropuerto. ¿Puedes conseguir un helicóptero y un avión privado en Aberdeen pilotado por alguien de tu confianza?

– Podría. Pero no lo haré.

– Sí, lo harás. Porque sabes que voy a ir de todas maneras. -Giró sobre sus talones-. Subiré a preparar un neceser y mi cuaderno de dibujo.

– ¿Qué parte del no no has entendido?

– La parte en la que me das órdenes que contradicen el sentido común. Llama a Brenner y dile que voy a ir, o encontraré la manera de llegar a ese café por mis propios medios.

Mario se encontró con Jane cuando ésta salía de su dormitorio y se dirigía a las escaleras. Arrugó la frente cuando la vio con el neceser que llevaba en la mano.

– ¿Adónde vas?

– Tengo que hacer un trabajo. Estaré de vuelta esta noche o mañana.

– ¿Qué clase de trabajo?

Jane guardó silencio durante un instante, no sabiendo cómo aceptaría Mario la verdad.

– Voy a Lucerna a intentar hacer un dibujo del asesino de tu padre, si es que puedo conseguir una buena descripción.

– ¿Es eso posible?

Jane asintió con la cabeza.

– Soy bastante buena. Tengo una habilidad especial para eso.

– ¿Es que lo vio alguien?

– Creemos que hay bastantes posibilidades. A tu padre lo conocían bastante en la cafetería y…

Mario se dio la vuelta para dirigirse a su habitación.

– Voy contigo.

– No.

– Tiene que ser peligroso. ¿Y si él sigue por allí? No voy a dejar que corras ningún riesgo. Mi padre fue asesinado y no hizo…

– No, eres más valioso aquí. -Mario empezó a protestar, y Jane se apresuró a decir-: No te necesito. Voy a tener a Brenner para ayudarme.

Mario no dijo nada durante un momento antes de que sus labios se torcieran en una triste sonrisa.

– Entonces, supongo que no me necesitas. No te serviría de mucho, ¿verdad? Se me da mejor tratar con los libros que con el mundo real. Nunca fui consciente de que alguna vez tendría que saber cómo combatir a la gente como Grozak. -Hizo una pausa-. ¿Estás segura de que estarás a salvo con Brenner?

– Estoy segura. Adiós, Mario. -Bajó corriendo los escalones antes de que él pudiera protestar de nuevo. Trevor estaba parado en la puerta delantera-. ¿Has telefoneado a Brenner?

– Sí, y voy a ir contigo yo mismo. -Abrió la puerta para que pasara Jane-. Bartlett está encargándose del helicóptero. Aterrizará dentro de cinco minutos

– No.

– ¿Cómo dices?

– No. -Jane le repitió sus propias palabras-: ¿Qué parte de esa palabra no entiendes? No vas a venir conmigo. No tienes otro cometido que protegerme, y de eso ya se encarga Brenner. Me dijiste que una de tus misiones aquí, en la Pista, era vigilar a Mario. Ahora eso es más importante que nunca.

– ¿Y qué hay de vigilarte a ti?

– Grozak parece haber cambiado de objetivos y se está centrando en Mario. Cuanto más motivo para mantenerlo a salvo. -Vio que Trevor apretaba los labios y añadió con fiereza-: Convencí a Mario para que volviera al trabajo y no voy a permitir que eches a perder eso. Es importante que acabe de traducir ese pergamino cuanto antes. Alguien tiene que estar aquí para animarlo y reforzarlo. Y ese alguien tiene que ser o tú o yo. Y yo me voy a Lucerna. -Abrió la puerta-. No intentes detenerme, Trevor.

– Ni se me ocurriría -respondió él sarcásticamente-. Probablemente me echarías a empujones del helicóptero.

– Exacto.

– Y ni en sueños intentaría sofocar ese fuego que parezco haber iniciado.

– No podrías. -Lo miró a los ojos-. Naciste en Johannesburgo y te has pasado dando tumbos de aquí para allá la mayor parte de tu vida. No sé si te consideras un ciudadano del mundo o un hombre sin patria. Pues bien, yo sí tengo patria, y protejo lo que es mío. Así que tienes toda la razón cuando dices que estoy que ardo. Haremos todo lo que podamos para que alejar a Grozak de mi gente, con independencia de quién esté en peligro.

– ¡Dios mío, una patriota!

– No me avergüenzo de ello. Puedes burlarte, si te complace.

– No me estoy burlando. Siento envidia. -Se apartó-. Adelante. Sube a ese helicóptero antes de que empiece a recordar el vídeo de Eduardo Donato. Cuidaré de Mario.

Minutos después Trevor observaba despegar al helicóptero, que se dirigió hacia el Este en dirección al mar. Apretó los puños. ¡Joder!, le entraron ganas de llamar al piloto, Cookson, y decirle que la trajera de vuelta. En su lugar llamó a Brenner.

– Va hacia allí. Cookson acaba de despegar. La quiero de vuelta aquí dentro de veinticuatro horas. Si le ocurre algo, te corto los huevos.

– Puedes intentarlo. -Brenner hizo una pausa-. La mantendré a salvo, Trevor.

– Si es que te deja. Es como un polvorín y lleva la bandera llena de estrellas. [1]

– Menuda mezcla -dijo Brenner-. Puede que sean unas veinticuatro horas interesantes. -Colgó.

¿Interesantes? Trevor observó el helicóptero mientras éste se alejaba en el horizonte. Aquella no era la palabra que él hubiera utilizado. Iban a ser…

– ¿Se ha ido?

Trevor se volvió y vio a Mario parado detrás de él, mirando fijamente el helicóptero.

Trevor asintió de manera cortante con la cabeza.

– Volverá en cuanto haga el dibujo.

– Quise ir con ella.

– Yo también. No lo consintió.

Mario mostró una leve sonrisa.

– Es una mujer muy fuerte. -Su sonrisa se desvaneció-. ¿Han encontrado ya a mí padre?

– No.

Mario se estremeció.

– Odio la idea de que su cuerpo haya sido tirado por ahí sin ningún respecto por… -Respiró hondo-. ¿Has enseñado el vídeo a la policía?

– No, pero lo voy a enviar a las autoridades inmediatamente. -Miró al muchacho a los ojos-. Si sigues sin confiar en mí, dejaré que hables con ellos, si quieres.

Mario negó con la cabeza.

– No tengo nada que hablar con ellos. -Y añadió con poca fluidez-. Lamento que… No debería haber creído a ese cerdo cuando escribió que tú… No, no le creí. En realidad no. Es que sencillamente no podía aceptar que yo…

– Olvídalo. Es comprensible.

– No puedo olvidarlo. Me oculté la verdad porque no era la que yo deseaba. Me encerré en mi capullo, como he hecho siempre. -Apretó los labios-. No puedo seguir haciendo eso.

Trevor lo miró de hito en hito con la frente arrugada.

– ¿Lleva esto a alguna parte?

– Sí. Jane no me dejó ir con ella, porque sabía que estaría más segura con Brenner. -Puso ceño-. No estoy preparado para la vida fuera de mi torre de marfil. Esto tiene que cambiar. No seguiré siendo un títere impotente con la cabeza metida en la tierra.

– No eres ningún títere.

– Grozak cree que sí. Mató a mi padre para obligarme a hacer lo que él quería. Y si puede, matará a Jane, ¿no es así?

– Preferiría cogerla viva. Pero, ¡joder, sí!, si conviniera a sus intereses, no dudaría en matarla.

– ¿Ves?, tengo que hacer esas preguntas que debería haber hecho cuando llegué aquí. No quería saber nada que pudiera hacerme sentir incómodo y apartarme de mi trabajo. -Meneó la cabeza-. Qué idiota fui…

– No necesitabas saber. Tu trabajo consistía en traducir esos pergaminos. El mío era protegerte.

– Y ahora tengo otro trabajo. No protegí a mi padre, pero puedo vengarlo.

– No, de eso nos ocuparemos nosotros.

Mario sonrió con tristeza.

– Porque crees que no soy lo bastante hombre para hacerlo por mí mismo. Te lo demostraré. Puedo parecer un inútil, pero no tengo miedo.

– Pues deberías tenerlo, ¡joder! -Trevor arrugó el entrecejo-. Si quieres vengarte, traduce ese pergamino.

– Lo haré. Eso no hace falta ni decirlo. Pero la rapidez con que lo haga depende de ti.

– ¿Percibo cierto tufo a chantaje?

– Es sólo un trato. Hay cosas que he de saber.

– ¿Cómo cuales?

– No sé nada de armas. Estoy seguro de que podrías enseñarme.

– Mario…

– Pistolas. Eso no debería de llevar mucho tiempo.

Trevor lo estudió. Jane tenía razón. Mario estaba cambiando, madurando, endureciéndose a ojos vista.

– Lo dices en serio.

– Y debería saber algo de defensa personal.

– No tengo tiempo para dirigir un curso de… -Se detuvo cuando le vio apretar las mandíbulas con determinación. ¡Ah, qué diablos! No podía discutirle los motivos al muchacho; él habría hecho lo mismo en idénticas circunstancias. Pero aquellas circunstancias nunca habían existido para él. No podía recordar ninguna ocasión en que de una u otra manera no hubiera estado luchando por sobrevivir. Las torres de marfil eran el material del que estaban hechos los mitos-. De acuerdo, dos horas al día. Instalaremos un campo de tiro en la Pista. El resto del tiempo estarás trabajando en los pergaminos. -Levantó la mano cuando Mario abrió los labios-. Y MacDuff me debe un favor. Le pediré que te enseñe algunas llaves de kárate. Eso es todo, Mario.

– ¿Empezamos hoy?

– De acuerdo, hoy.

– Es suficiente… por ahora. -Mario añadió-: Sólo una cosa más.

– Estás presionando mucho.

– Es algo que tengo derecho a saber. Es lo que debería haber preguntado en un principio. ¿Por qué persigue Grozak los pergaminos? ¿Por qué mató a mi padre?

Trevor asintió con la cabeza. El chico era muy imprevisible para contárselo todo, pero se merecía saber lo esencial.

– Tienes razón. No es justo que tenga secretos contigo. -Se volvió hacia la puerta de entrada-. Vamos, vayamos a la biblioteca y tomemos una copa. Puede que lo necesites; es una historia asquerosa.


– Tienes inquieto a Trevor -dijo Brenner cuando se reunió con Jane a su llegada a Lucerna-. Ha amenazado con mutilarme, si te no cuido de manera adecuada.

– Entonces, hazlo. Creo que tú también eres bastante bueno mutilando. -Cambió de tema-. ¿Has hablado ya con los camareros de la cafetería?

Él asintió con la cabeza.

– Está muy concurrida a primeras horas de la mañana. Parece ser que hay muchos habituales como Donato, que iba cada día. Albert Dengler, el hombre que atiende la barra, dice que vio bien al hombre con el que estaba sentado Donato. La cafetería es una especie de Starbuck, y fue él quien le sirvió cuando se acercó a la barra. Pensé que lo mejor era decirle sólo que Donato había desaparecido y no entrar en detalles.

– ¿Estará trabajando hoy o tendré que ir a su casa?

Brenner consultó su reloj.

– Debería empezar su turno dentro de una hora y cuarenta minutos.

– Entonces, vamos.

– Sí, señora. -Abrió la puerta del pasajero para que entrara en el coche-. ¿Algo más?

– Puedes asegurarte de que pase con él el tiempo suficiente para conseguir una buena descripción que me permita hacer el dibujo.

– Haré todo lo que pueda. -Sonrió-. Eso no debería ser un problema. Si es necesario, ocuparé su puesto. Como es natural, no puedo prometer que el café moka no me salga café con leche. Pero seré tan simpático, que no le importará a nadie.

– Sólo procura no poner tan nervioso a Dengler que no se pueda concentrar.

– No diría que es del tipo nervioso. O si lo es, no lo es cuando está colocado.

– ¡Oh, fantástico! ¿Está enganchado?

– A la marihuana. El olor que desprende es inconfundible, y parece muy apacible.

– Quizá demasiado apacible para que le importen los detalles.

– Bueno, si es un fumador habitual, no va a tener una memoria fantástica. Tendrás que comprobarlo, ¿no te parece? -Arrancó el coche-. Aunque si está colocado, estará lo bastante relajado para concederte todo el tiempo que necesites.


– Suele sentarse allí. -Dengler hizo un gesto con la cabeza hacia la mesa situada junto a la verja de hierro forjado que daba sobre el lago-. Es un anciano caballero muy amable. Siempre vestido con pulcritud. Nada que ver con algunos de los chicos que vienen aquí. Les tengo que decir que se pongan los zapatos. Uno diría que se dan cuenta de que esto es…

– ¿Lo había visto alguna vez con el otro hombre?

El barman negó con la cabeza.

– Siempre estaba solo. No, una vez vino con una mujer. -Arrugó la frente-. De casi sesenta años, pelo gris y un poco rellenita.

Jane supuso que se trataba de la hermana de Donato.

– ¿Hace cuanto tiempo fue eso?

El hombre se encogió de hombros.

– No sé. Seis meses, tal vez.

La descripción era buena; excelente, para el tiempo transcurrido desde el hecho. Brenner tenía razón acerca del olor a porro que desprendía Dengler, pero no debía de ser un fumador habitual, si tenía una memoria tan buena.

– ¿Vio algo fuera de lo normal en el hombre que se sentó en la mesa de Donato?

Dengler reflexionó.

– Era alto y delgado. Tenía unas piernas largas. Parecía todo piernas.

– No, de su cara.

Dengler volvió a pensar en ello.

– Nada realmente fuera de lo normal. Ojos grandes. Castaños, creo.

– ¿Ninguna cicatriz?

Negó con la cabeza.

– Era un poco pálido de tez, como si trabajara en algún sitio cerrado. -Hizo una pausa, durante la cual observó el cuaderno de dibujo que Jane tenía abierto delante de ella-. ¿De verdad puede hacer esto?

– Si usted me ayuda.

– Oh, claro que la ayudaré. Aquí se aburre uno. Esta es la primera cosa interesante que me ocurre en meses. -Torció el gesto-. Eso parece un poco cruel. No es que no me preocupe que encuentren a ese anciano. Como le dije, era un hombre apacible que nunca hablaba con nadie. ¿Y dice que ha desaparecido? ¿Sospechan que es un delito?

No hay nada más delictivo en esta tierra, pensó Jane mientras recordaba la muerte de Donato.

– Lo sabremos cuando lo encontremos.

– ¿Trabaja usted con la policía?

– No, soy amiga de la familia. -Eso era vedad-. Están muy preocupados. Como es natural, entregaré el dibujo a las autoridades en cuanto consigamos un buen parecido.

– Está muy segura.

Jane le dedicó una sonrisa.

– Por supuesto que sí. Sin duda es usted un hombre inteligente con una memoria excelente. Si trabajamos juntos el tiempo suficiente, lo conseguiremos.

– Me está haciendo la pelota. -Sonrió de repente-. Pero eso me gusta. ¿Por dónde empezamos?

Jane cogió el lápiz.

– Por la forma de la cara. Tenemos que tener un lienzo sobre el que trabajar. ¿Cuadrada? ¿Redonda? ¿Angulosa?


– ¿Casi terminado? -Brenner se paró al lado de Jane-. Han pasado más de cuatro horas.

Ella no levantó la vista del cuaderno de dibujo.

– Quiero estar todo lo segura que pueda. -Ensombreció un poco la mejilla izquierda-. No es fácil, ¿verdad, Albert? Hay tantas elecciones que hacer…

– Déjela tranquila -dijo Dengler-. Estamos haciendo todo lo que podemos.

«Estamos.»

Brenner reprimió una sonrisa. Era evidente que Jane había encandilado a Dengler hasta el punto de llevarlo a considerar que formaban un equipo. Aquello lo sorprendió, puesto que Brenner sólo había visto el lado duro y desconfiado de Jane MacGuire. Había sido interesante observarla manejar hábilmente a Dengler. Sin duda era una mujer polifacética.

– Lo siento. -Brenner se apartó-. Pensé que debía controlar un poco. Volveré a mi barra a limpiar la máquina de café o lo que sea.

– Espera. -Jane añadió un poco de flequillo al pelo del dibujo del hombre-. ¿Algo así, Albert? -Volvió el dibujo hacia él-. ¿Es este el hombre?

Dengler se quedó mirando el dibujo de hito en hito.

– ¡Dios mío!

– ¿Es él?

Dengler asintió con la cabeza, y entonces sonrió con orgullo.

– Tan fiel como una foto. Lo conseguimos.

– ¿No hago ningún cambio?

– Le ha puesto un poco menos de pelo. El resto es perfecto como está.

– ¿Significa eso que no tengo que hacer más cafés con leche? -preguntó Brenner.

– Él está seguro. -Jane le entregó el dibujo a Brenner-. ¿Quién es?


– Jane lo ha descubierto -le dijo Brenner a Trevor cuando contestó al teléfono-. Tenías razón. No es Rendle, es Wickman.

– Bien. ¿Ya viene de regreso?

– Acabamos de salir de la cafetería. Sigue hablando con Dengler.

Empleó unos cuarenta minutos después de terminar el dibujo en elogiar a Dengler y hacerle sentir un gran hombre. Decía que si tienes que utilizar a alguien, al menos deberías dejarlo haciendo que se sienta bien al respecto. -Hizo una pausa-. Es una chica… interesante.

– Métela en el avión y que vuelva aquí de una vez. ¿Os han seguido?

– No soy un aficionado. La llevaré a salvo a ese avión. Luego exploraré el terreno y hablaré con unos cuantos contactos para ver qué puedo averiguar sobre Wickman. Aunque se habrá largado de aquí hace mucho.

– Mira a ver en Roma. Es uno de los sitios en los que me lo encontré.

– Ahora tal vez esté con Grozak.

– Seguiremos necesitando saber todo lo que podamos sobre él. Si va a ser él quien le haga el trabajo sucio a Grozak, tenemos que hacerlo pedazos. -Hizo una pausa-. Pero antes de irte de Lucerna mira a ver qué clase de rumores puedes recoger sobre la localización del cuerpo de Donato.

– Eh, ¿tiene eso alguna importancia? No hay ninguna duda de que está muerto.

– Es importante. Mario está afectado, y necesitará hacer el duelo.

– De acuerdo. Me pondré a ello. Si Venable pudo decirte que estaba pasando algo aquí antes de la muerte de Donato, entonces habrá alguna fuente que pueda aprovechar. Pero pensabas que querías que volviera a Colorado. Aunque Dios sabe que todavía no he averiguado nada sobre Reilly.

– Dedícale doce horas a Donato. Luego, coge un avión a Colorado.

– De acuerdo. -Brenner hizo una pausa-. ¿Todavía vas a poder controlar a Mario?

– ¿Controlar? ¡Joder, no lo sé! Ha vuelto al trabajo. Tardaré un día entero. Encuentra el cuerpo del anciano.


Jane llegó a la Pista de MacDuff después de las nueve de aquella noche.

En cuanto salió del helicóptero entregó a Trevor el dibujo.

– Brenner dice que es Wickman.

Él asintió después de echarle un vistazo.

– Llamé a Venable en cuanto Brenner me dijo que lo había identificado, pero le enviaré esto por fax inmediatamente. Has hecho un buen trabajo.

Jane tuvo un escalofrío.

– Parece una persona normal. Tiene el aspecto de un maestro de escuela o de un empleado de banca. Parece imposible que pudiera cometer aquel horrible asesinato.

– Eso es lo que lo hace tan valioso para sus clientes. Es un tipo corriente, ¿y quién sospecharía que es Jack el Destripador? -La cogió del codo y la empujó hacia la puerta delantera-. Vamos. Tienes que comer algo antes de acostarte. Pareces molida.

– Comí en el avión. Brenner me envolvió un pastelito y un bocadillo de jamón que cogió de la cafetería. Me dijo que era lo mínimo que podían hacer, después de lo mucho que había trabajado detrás de la barra. ¿Cómo está Mario?

– Convirtiéndose en Terminator.

– Esta tarde dediqué dos horas a enseñarle lo básico de disparar un arma. Le dije que, a menos que quiera convertirse en un francotirador, por el momento puede olvidarse de los rifles. -Torció el gesto-. Siguió mi consejo, aunque no sé por cuanto tiempo podré contenerlo.

– ¿Por qué está…? -Jane se calló cuando comprendió-. No, no puedes dejarle que lo haga. Sería como poner un arma en las manos de un niño.

– No estoy tan seguro. Tiene aptitudes. -Le echó un vistazo mientras abría la puerta-. Hicimos un trato. Él sigue traduciendo los pergaminos, y yo lo convierto en Terminator.

– No tiene ninguna gracia.

– Yo tampoco se la veo. Pero es lo que va a ocurrir. Me dijiste que me asegurara de que Mario seguía trabajando, y es lo que estoy haciendo. Mañana por la mañana empieza a entrenarse con MacDuff en las artes marciales cuerpo a cuerpo.

– ¿Y MacDuff accedió?

– A regañadientes. Le reclamé una deuda. -Siguió a Jane dentro del pasillo-. Piensa en ello. Si estuvieras en el pellejo de Mario, ¿no harías lo mismo?

– ¿Perseguir al hombre que decapitó…? -Respiró hondo. Sí, no había ninguna duda de que querría vengarse y que se las apañaría para conseguirlo. Era sólo que Mario era un alma delicada, y se le antojaba imposible identificarlo con la violencia-. ¿Dónde está?

– Traduciendo los pergaminos. No lo molestes, Jane. -Torció la boca-. No te lo digo porque me sienta celoso de que le tengas afecto. Hicimos un trato, y tiene que cumplir su parte. Lo sabes tan bien como yo. Queda demasiado poco tiempo para andar con juegos. Y Grozak es una amenaza real.

– No estoy jugando. Nada más lejos de mis intenciones. -Empezó a subir las escaleras. ¡Por Dios!, estaba cansada-. Pero no molestaré a Mario esta noche. Con que lo vea mañana es suficiente.

Notó la mirada penetrante de Trevor mientras subía las escaleras.

– No tienes necesidad de vigilarme. Te he dicho que no voy a ir a ver a Mario esta noche. Me voy directa a mi habitación y a la cama.

– Me gusta observarte. No tengo que tener una excusa.

Jane se puso tensa y siguió subiendo las escaleras. No, no dejaría que le hiciera eso. No, en ese momento. Había demasiado en juego para permitir que se la distrajera.

– Buenas noches, Trevor.

– Será buena ahora que vuelves a estar aquí, y no correteando por Suiza.

– ¿Correteando? No he estado… -Cuando miró por encima del hombro Trevor avanzaba por el pasillo en dirección a la biblioteca. Perfecto, iba a mandar el dibujo por fax a Venable. Ella había hecho su trabajo, y en ese momento él iba a continuarlo. Eso es en lo que debían concentrarse. Detener a Grozak era bastante más importante que las emociones que les estaban arrastrando el uno hacia el otro. Habían trabajado bien juntos hacía cuatro años, y podían hacerlo de nuevo.

Tenían que hacerlo de nuevo.


– Ella sabe quién soy -dijo Wickman cuando entró en la habitación del hotel-. Hizo un condenado retrato de mí en el café.

– ¿Un error? -Grozak levantó las cejas-. Te dije que no podría tolerar la incompetencia, Wickman. ¿Cómo sabes que lo hizo?

– No soy un incompetente. Volví para eliminar a los testigos. Llegó antes que yo. Y Sam Brenner estaba con ella, de lo contrario habría podido ocuparme de ello.

– Pero no te ocupaste de ello. -Grozak sonrió-. Y ahora Trevor sabe quién eres. ¡Qué lástima! Tendré que eliminarte por mero instinto de supervivencia. Ni siquiera debería haberte pagado.

– Yo no intentaría engañarme, Grozak. -La cara de Wickman carecía de expresión-. Ejecuté tu encargo y lo hice bien. Y también lo concluiré bien.

– Señalarte que tenemos un objetivo común no es engañarte. -Y Grozak añadió persuasivamente-. No puedes sentir ningún cariño por esos petulantes hijos de puta de Estados Unidos. Ayúdame a acabar con ellos.

Bastardo rastrero, pensó Wickman con desprecio. Se había topado con sujetos como Grozak anteriormente, tan atrapados en su odio que no podían ver más allá de sus narices.

– Yo no tengo otro objetivo que reunir todo el dinero que pueda antes de retirarme del negocio.

– Recibiré una financiación considerable de mis amigos los musulmanes fundamentalistas para futuros proyectos, si puedo lograr éste. Tendrás tu parte.

– No quiero ninguna parte. Quiero mi dinero por adelantado.

El descontento de Grozak era evidente.

– No has terminado.

– ¿Quieres que te entregue la cabeza de Donato? Lo siento. Está en el fondo de una ciénaga en los alrededores de Milán.

– Me trae sin cuidado Donato. ¿Qué pasa con Trevor?

– No hasta que me pagues.

Grozak arrugó el entrecejo, metió la mano en el cajón superior de la mesa y le arrojó un sobre.

– La mitad.

Wickman contó el dinero.

– ¿También quieres su cabeza?

– Tal vez más tarde. Primero quiero que captures a la mujer. Viva. La necesito.

– ¿Por qué?

– Eso no es de tu incumbencia. Todo lo que necesitas saber es que quiero a la mujer viva y que Trevor tiene que poder hablar conmigo antes de morir.

– ¿Sobre qué?

– Tal vez pueda conducirme a algo que necesito.

¿Dinero?, pensó Wickman. Quizá. Pero con los fanáticos como Grozak lo mismo podría ser una bomba de hidrógeno. No obstante, era algo para no olvidar.

– Eso supone más riesgo para mí. Es mejor algo rápido y limpio. Querré más dinero.

Grozak mascullo una maldición antes de asentir con la cabeza.

– Lo tendrás. Ahora no. No es fácil reunir lo que cobras. He invertido todo lo que tengo en este proyecto.

– Consíguelo de Reilly.

– Reilly está siendo muy roñoso con todo, excepto con el personal.

Wickman consideró la posibilidad de presionar, y luego cambió de idea. Nunca había tenido problemas en sacarles el dinero a sus clientes después de un trabajo. No dejaba de sorprenderle la rapidez con que cedían, en cuanto él concentraba toda su atención en ellos.

– Te daré unos días. -Se dejó caer en un sillón-. Pero si quieres a la mujer, tienes que darme algo con lo que trabajar. Cuéntame todo lo que sepas acerca de ella.


* * *
Загрузка...