Capítulo 2

Bueno, ¿qué saben de esos hijos de puta? -preguntó Joe en cuanto salió de la sala-. ¿Algún testigo que los viera largarse de aquel callejón?

Manning negó con la cabeza.

– Todavía no ha aparecido nadie. Ni siquiera estamos seguros de que no fueran más de dos hombres.

– Fantástico.

– Mire, hacemos todo lo que podemos. Esta es una ciudad universitaria, y vamos a tener a todos los padres de todos los alumnos pegados al culo en cuanto se enteren de esto.

– Eso es lo que deberían hacer.

– La señorita MacGuire se ofreció a hacernos un retrato de la cara de uno de los agresores. ¿Será de fiar?

Joe asintió con la cabeza de manera cortante.

– Si ella lo vio, les será de utilidad. Es condenadamente buena.

Fox levantó una ceja.

– ¿No estará siendo parcial?

– Decididamente. Hasta el tuétano. Pero sigue siendo verdad. La he visto hacer retratos de gente a la que había visto sólo un instante mientras estaba sometida a una presión extrema, y eran absolutamente correctos hasta el último detalle.

– El motivo parece algo oscuro. ¿Tiene usted tanto dinero como para tentar a cualquiera a cometer un secuestro?

– No soy un Rockefeller ni un Dupont, pero tengo una situación desahogada. -Se encogió de hombros-. ¿Quién cono sabe cuánto dinero sería necesario para eso? He conocido drogadictos que le habrían cortado el cuello a su madre por diez pavos. -Miró su reloj. Eve debería estar ya en camino con su madre. ¡Dios!, había confiado en tener algo que decirles-. ¿Qué hay de las huellas de neumáticos? ¿Algún indicio de ADN?

– La policía científica va a examinar el callejón con lupa. -Manning miró por encima del hombro hacia la sala de espera-. Es una chica dura.

– Puede apostar a que sí. -Dura, leal, cariñosa, y ¡mierda!, ya había tenido suficientes problemas en su vida sin necesidad de que le ocurriera aquello.

– ¿La adoptaron?

Joe asintió con la cabeza.

– Lleva con nosotros desde que tenía diez años. Antes de eso estuvo en una docena de establecimientos de acogida, y prácticamente se crió en las calles.

– Pero ha llevado una vida desahogada desde que está con ustedes.

– Siempre que llame vida desahogada a trabajar cada hora que tenía libre para pagarse la universidad. Jane no coge nada que no pueda pagar.

– Ojalá pudiera decir eso de mi hijo. -Fox tenía la frente arrugada-. Ella me resulta… familiar. Me recuerda a alguien. Tiene un nosequé en la cara…

¡Oh, joder!, ya volvía a salir aquello de nuevo.

– Tiene razón. Es condenadamente guapa. -Joe cambió de tema-. Lo cual nos lleva de nuevo a otro posible motivo-. ¿Violación? ¿Trata de blancas?

– Estamos comprobando con los de antivicio todos los informes…

– ¡Mierda! -Las puertas del ascensor se abrieron, y Joe vio salir a Eve y a Sandra-. Miren, ahí está la madre de Mike Fitzgerald. Tengo que llevarla a ella y a Eve con Jane. Pero le prometí a la chica noticias sobre Mike. ¿Serían tan amables de intentar sonsacar a unas de esas enfermeras, a ver si hay alguna novedad?

– Claro. Lo haré -dijo Manning mientras empezaba a andar H por el pasillo-. Vuelva y ocúpese de su familia.


– Gallito bastardo. Durante un minuto tuve la sensación de estar siendo sometido a un interrogatorio. No sé si yo podría mantener la cabeza en la investigación, si mi familia estuviera involucrada -dijo Manning mientras se dirigían a la sala de enfermeras-. Y no cabe duda de que se preocupa por la chica.

– Sí. -Fox seguía con el entrecejo arrugado, pensando-. Protector de cojones. ¿Quién dijiste qué…? -De repente chasqueó los dedos-. ¡Eve Duncan!

– ¿Qué?

– Ella dijo que vivía con Eve Duncan.

– ¿Y?.

– Qué ya sé a quién me recuerda la chica.

– ¿Duncan?

– No, hace un año vi un programa en el Discovery Channel sobre una de las reconstrucciones que Duncan hizo de una actriz enterrada en las ruinas de Herculano hace dos mil años. Al menos se suponía que era ella, aunque había una especie de gran investigación relacionada con… -Meneó la cabeza-. No soy capaz de acordarme. Tendré que volver y comprobarlo. Todo lo que recuerdo es que en su momento hubo un gran revuelo.

– Te estás yendo por las ramas. ¿A quién te recuerda Jane MacGuire?

Manning le lanzó una mirada de sorpresa.

– No me estoy yendo por las ramas. Era la reconstrucción. Es idéntica a aquella mujer de la que se suponía que Eve Duncan estaba haciendo la reconstrucción. -Titubeó, intentando recordar un nombre-. Cira.

Cira.

El nombre hizo que Manning también se acordara. Le vino un vago recuerdo de una estatua y su reconstrucción, puestas una al lado de la otra, en un periódico.

– Qué conveniente. Puede entonces que Duncan no sea tan buena en su trabajo como ella… -Se interrumpió cuando la puerta del quirófano se abrió y dos médicos vestidos de verde salieron con aire resuelto-. Parece que quizá no tengamos que sonsacar a nadie. La operación debe de haber terminado.


Cuando Joe, Eve y Sandra entraron en la sala de espera, Jane pensó que Sandra tenía un aspecto espantoso. Demacrada, pálida y veinte años más vieja que cuando la había visto hacía un mes.

– No lo entiendo. -Sandra se quedó mirando a Jane de forma acusadora-. ¿Qué sucedió?

– Ya te conté lo que ocurrió. -Eve aferró el brazo de Sandra para sujetarla-. Jane no sabe más de lo que sabemos nosotros.

– Tiene que saber más. Estaba allí. -Apretó los labios-. ¿Y qué demonios estabas haciendo en aquel callejón detrás de un bar con mi hijo, Jane? Deberías haber sabido que podían estar merodeando todo tipo de drogadictos y criminales…

– Tranquila, Sandra -dijo Eve en voz baja-. Estoy segura de que ella tiene una explicación. No es culpa suya que…

– No me importa de quién es la culpa. Quiero respuestas. -Las lágrimas empezaron a caerle por las mejillas-. Y me prometió que…

– Lo intenté. -Jane cerró los puños en los costados-. No sabía… Pensé que estaba haciendo lo correcto, Sandra.

– Es sólo un niño -dijo Sandra-. Mi niño. Llegó a mí después de estar con aquella horrible madre y se convirtió en mío. No debería haberle ocurrido esto. Esto no debería habernos ocurrido.

– Lo sé. -A Jane le tembló la voz-. Yo también lo quiero. Siempre ha sido como un hermano pequeño para mí. Siempre he intentado cuidar de él.

– Y has cuidado de él -dijo Joe-. Sandra está alterada, o se acordaría de todas las veces que lo has sacado de apuros y has hecho que siguiera el buen camino.

– Hablas como si fuera un mal muchacho -retrucó Sandra-. A veces no ha pensado, pero todos los niños tienen momentos en los que…

– Es un chico fantástico. -Jane se acercó un paso. Quiso extender la mano y tocarla, consolarla, pero Sandra se puso en tensión, y Jane se detuvo-. Es inteligente y encantador, y…

– ¿Quinn? -Manning estaba en la entrada-. La operación ha terminado, y el doctor Benjamin viene hacia aquí para hablar con todos ustedes. Fox y yo nos pondremos en contacto con usted más tarde.

El detective procuró no mirar a nadie excepto a Joe, evitando los ojos de los demás, lo cual no le pasó desapercibido a Jane.

¡Oh, Dios mío!

– ¿Mike? -susurró Sandra-. ¿Mike? -Había interpretado la actitud de Manning de la misma manera que lo había hecho Jane, y sus ojos se abrieron desmesuradamente de espanto.

– El doctor hablará con ustedes. -Manning se dio la vuelta rápidamente y salió de la sala, cruzándose con el cirujano al marcharse.

La expresión del doctor Benjamin era seria y compasiva… y triste.

– No -susurró Jane-. No. No. No.

– Lo siento -dijo el médico-. No sé cómo decirles cuánto…

Sandra lanzó un grito.


– Está muerto, Trevor -dijo Bartlett-. El chico murió en la mesa de operaciones.

– ¡Mierda! -Aquel era el peor panorama de una situación ya de por sí mala-. ¿Cuándo?

– Hace dos horas. Acaban de irse del hospital. Jane tenía un aspecto horrible.

Trevor soltó una palabrota.

– ¿Están Quinn y Eve con ella?

– Sí, aparecieron en el hospital poco antes de que el chico muriera.

Entonces, Jane tenía al menos el apoyo y protección de su familia.

– ¿Sabes cuándo va a ser el funeral?

– ¡Eh!, que acaba de ocurrir. Y me dijiste que vigilara, pero que no me pusiera en contacto con ella.

– Averígualo.

– ¿Vas a ir al funeral?

– Aún no lo sé.

– ¿Quieres que vuelva a la Pista?

– ¡Joder, no! Quédate aquí y no la pierdas de vista. Ahora es más vulnerable que nunca.

– ¿Crees que fue Grozak?

– Es muy probable. La coincidencia es demasiado grande para conformarse. Querían a Jane, y el muchacho se puso en medio.

– Es una pena. -El tono de Bartlett era de pesadumbre-. No sabes cuánto siento haberle fallado. No tenía ni idea. Ocurrió tan deprisa. Desapareció con el chico en el callejón, y lo siguiente que supe fue que el coche salía a la calle haciendo un ruido infernal.

– No fue culpa tuya. Ni siquiera estábamos seguros de que Grozak estuviera en la escena. No habías visto ningún indicio sospechoso.

– Es una pena -repitió Bartlett-. La vida es preciosa, y era muy joven.

– Igual que Jane. Y no quiero que Grozak le ponga las manos encima. Vigílala.

– Sabes que lo haré. Pero no soy lo bastante competente para manejar a tipos como Grozak, si la situación se pone difícil. Como sabes, tengo una mente prodigiosa, pero carezco de un adiestramiento letal. Deberías mandar a Brenner o ir tú mismo.

– Brenner está en Denver.

– Entonces no tienes elección, ¿verdad? -preguntó Bartlett-. Tendrás que ponerte en contacto con ella y decírselo.

– ¿Y permitir que Grozak sepa que sus suposiciones eran ciertas? De ninguna manera. Puede que se dejara llevar por un presentimiento cuando envió a sus hombres a Harvard. No quiero confirmar nada que le indicara que Jane puede ser importante para el oro de Cira.

– Una jugada bastante dura para tratarse sólo de un presentimiento. Ha matado a Mike Fitzgerald.

– No demasiado dura para Grozak. Lo he visto degollar a un hombre que le había pisado sin querer. Puede que sea el hijo de puta más sanguinario con el que me haya cruzado jamás. Pero esto ha sido demasiado tosco. Quienquiera que disparara al chico actuó a tontas y a locas y reveló sus intenciones. Probablemente fuera Leonard, y apostaría a que Grozak no ordenó la muerte. Lo más probable es que Leonard la cagara.

– Entonces quizá se eche para atrás, ahora que Jane está protegida y rodeada de su familia.

– Tal vez. -Confiaba en que Bartlett tuviera razón, pero no podía contar con ello-. O tal vez no. Pégate a ella como su sombra. -Descolgó el teléfono y se recostó en el sillón. ¡Joder!, había confiado en que el chico saliera adelante. No sólo porque matar a un inocente no era juego limpio, sino porque Jane no necesitaba otra cicatriz. Había recibido suficientes heridas mientras crecía en los barrios bajos para que le durasen toda una vida. No es que ella hubiera hablado alguna vez sobre su infancia. El tiempo que habían pasado juntos había estado demasiado marcado por los recelos para que hubiera habido confidencias; demasiados recelos para cualquier intercambio personal normal. Aunque nada de lo que había habido entre ellos cuatro años atrás había sido normal. Había sido estimulante, aterrador, inquietante y… sensual. ¡Hostias, sí!, sensual. Los recuerdos que él había reprimido concienzudamente empezaron a aflorar, y su cuerpo se tensó, reaccionando como si ella estuviera delante de él, en lugar de estar en aquella ciudad universitaria a cientos de kilómetros de distancia.

Envió aquellos recuerdos de vuelta a su lugar de procedencia; aquel era el peor momento posible para permitir que el sexo entrara en escena. No sólo para él, sino para Jane MacGuire.

Si pudiera mantenerla a distancia, eso aumentaría las posibilidades de Jane de sobrevivir.


– Ahora está durmiendo. -Eve salió al salón desde la habitación del hotel y cerró la puerta con cuidado-. El doctor le ha dado un sedante lo bastante fuerte para dejar fuera de combate a un elefante.

– El único problema con eso es que tendrá que volver a enfrentarse a todo cuando se despierte -dijo Jane-. Sabía que esto le sentaría mal, pero no tenía ni idea de que se derrumbaría. Desde que era niña, siempre me pareció que ella era casi tan fuerte como tú.

– Y es fuerte. Consiguió desengancharse de las drogas y me ayudó a superar la pesadilla del asesinato de mi Bonnie. Construyó una nueva vida y un nuevo matrimonio sin ninguna ayuda, y luego sobrevivió al divorcio con Ron. -Eve se frotó la sien-. Pero la pérdida de un hijo puede destruirlo todo. A mí casi me destruyó.

– ¿Dónde está Joe?

– Está haciendo los preparativos para el funeral. Sandra quiere llevarse a Mike a casa, a Atlanta. Nos vamos mañana por la tarde.

– Iré con vosotros. ¿Te quedas con ella esta noche?

Eve asintió con la cabeza.

– Quiero estar aquí cuando se despierte. Puede que no duerma tan bien como esperamos.

– O podría tener pesadillas -añadió Jane cansinamente-. Pero la que parece estar despierta es la pesadilla. No me puedo creer lo que ha ocurrido. No me puedo creer que Mike esté… -Tuvo que interrumpirse porque se le quebró la voz. Empezó de nuevo un instante después-. A veces la vida no tiene lógica. Lo tenía todo para vivir. ¿Por qué…? -Se detuvo de nuevo-. ¡Mierda!, le mentí. Estaba tan asustado. Le dije que confiara en mí, que me aseguraría de que estuviera bien. Y me creyó.

– Y eso lo consoló. No sabías que era mentira. En cierto sentido, era más una oración. -Eve se recostó en el sillón-. Me alegro de que estuvieras allí para asistirlo. Cuando parte del dolor desaparezca, Sandra también se alegrará. Sabe lo mucho que le importabas a Mike y cuanto lo ayudaste.

– Quizá él no sintiera realmente… Cuando fui a buscarlo anoche, dijo algunas cosas que… Mike no era el chico más seguro del mundo, y a veces era dura con él.

– Y eras maravillosa con él el noventa por ciento del tiempo. Así que deja de darle vueltas a lo que podría haber sido. Nunca se gana nada con eso. Piensa en los buenos momentos.

– En este momento es difícil. De lo único que puedo acordarme es de ese bastardo disparando a Mike. Puede que fuera culpa mía. Actúe instintivamente cuando me atacó. Quizá, si no hubiera ofrecido resistencia, puede que nos hubiera robado y punto. Mike me preguntó que por qué no le había dado el dinero. El tipo ese no me pidió dinero, pero tal vez, si le hubiera dado la oportunidad de…

– Dijiste que el otro hombre había dicho algo acerca de coger a la chica. Eso no tiene pinta de ser un robo.

– No, tienes razón. No estoy pensando con claridad. -Empujó cansinamente la silla hacia atrás y se levantó-. A lo mejor tenían en mente una violación o un secuestro, como dijo Manning. ¿Quién diablos lo puede saber? -Se dirigió a la puerta-. Voy a volver a la residencia a hacer el equipaje. Nos vemos mañana por la mañana. Llámame, si me necesitas.

– Lo que necesito es que recuerdes las cosas buenas de los años que pasaste con Mike.

– Lo intentaré. -Se detuvo y miró por encima del hombro-. ¿Sabes de lo que más me acuerdo? De cuando, estando juntos de niños, Mike se marchó de casa y se escondió en un callejón a pocas manzanas de su casa. Su madre era una prostituta, y ya sabes lo mala que era con Mike siempre que su padre iba a casa. Yo le llevaba comida, y por la noche me escabullía de casa e iba a hacerle compañía. Él sólo tenía seis años y por la noche se asustaba. Se asustaba mucho. Pero la cosa mejoraba cuando yo estaba allí. Le contaba cuentos, y él… -¡Dios!, volvía a no poder hablar-. Y él se quedaba dormido. -Abrió la puerta-. Y ahora ya no se va a despertar nunca más.


– No puede ir, Trevor -dijo Venable con brusquedad-. Ni siquiera sabe que fuera Grozak.

– Fue Grozak.

– No puede estar seguro de eso.

– No le estoy pidiendo permiso, Venable. Le dije lo que tenía que hacer y tuve la cortesía de informarle de que había un problema. Si decido que es lo mejor, iré.

– Lo que está haciendo ahí es más esencial. ¿Por qué echarlo a perder por la posibilidad de que Grozak estuviera involucrado? A veces creo que Sabot tiene razón y que Grozak no va a ser capaz de lograr eso de todas maneras. Es un sujeto despiadado, aunque sin duda alguna insignificante.

– Le dije que creía que Thomas Reilly podría estar involucrado. Eso hace que la situación adquiera un cariz completamente diferente.

– Y se basa en la pura deducción. No hay pruebas. Y ella no es importante. No se puede arriesgar a poner en peligro…

– Haga su trabajo. Yo decidiré lo que es importante. -Colgó.

¡Joder!, Venable podía llegar a ser difícil. Trevor habría preferido haberle ocultado todo lo concerniente a Jane. No podía hacer eso. En una operación tan delicada, tener a uno de los integrantes dando tumbos por ahí sumido en la ignorancia sería una insensatez, cuando no un suicidio. Aunque no hubiera tomado una decisión sobre si dejar el trabajo de allí, en la Pista de MacDuff, tenía que hacer que Venable le cubriera las espaldas.

Se levantó y recorrió el pasillo en dirección al estudio que Mario estaba utilizando. Mario ya se había ido al dormitorio anejo, y Trevor atravesó el estudio hasta pararse delante de la estatua de Cira. La luz de la luna entraba a raudales en la habitación e iluminaba los rasgos del busto. Nunca se cansaba de mirarla. Los pómulos altos, las cejas arqueadas que se parecían un poco a las de Audrey Hepburn, la encantadora curva y la sensualidad de la boca. Una mujer hermosa, cuyo atractivo radicaba más en la fuerza y personalidad de su espíritu que en sus rasgos.

Jane

Sonrió al pensar en lo furiosa que se pondría por compararla con Cira. Ella se había resistido a ello demasiado tiempo. Y no era cierto, en realidad. El parecido estaba allí, aunque desde que había conocido a Jane, ya no veía a Cira cuando miraba la estatua: era a Jane, viva, vibrante e inteligente.

Su sonrisa se desvaneció. Y aquella franqueza podía ser el peor enemigo de ella en ese momento. Jane sólo conocía una manera de actuar, y era actuar con resolución, saltando por encima de todos los obstáculos. No se conformaría con sentarse y esperar a que la policía encontrara las pistas para resolver la muerte de Fitzgerald.

Tocó la mejilla de la estatua y sintió la suavidad y el frío bajo su dedo. Ojalá en ese momento siguiera pensando en la estatua como en Cira.

Suave y fría.

Sin vida…

Su teléfono sonó. ¿Venable otra vez?

– Trevor. Soy Thomas Reilly.

Trevor se puso tenso.

– No nos conocemos, pero creo que probablemente haya oído hablar de mí. Tenemos un interés común. Estuvimos a punto de encontrarnos varias veces en Herculano hace años, cuando ambos andábamos detrás de ese interés común.

– ¿Qué es lo que quiere, Reilly?

– Lo que ambos queremos. Pero yo seré el primero en conseguirlo, porque lo quiero más que usted o que cualquier otro. He estado estudiando su historial, y parece tener una veta de blandura, un cierto idealismo que nunca le habría supuesto. Puede incluso que esté dispuesto a cederme el oro.

– Siga soñando.

– Como es natural, estaría dispuesto a dejar que se llevara un porcentaje.

– Cuánta amabilidad. ¿Y qué pasa con Grozak?

– Por desgracia, mi amigo Grozak anda dando palos de ciego, y siento la necesidad de tener un respaldo.

– Así que lo está traicionando.

– Eso depende de usted. Negociaré con quienquiera que pueda suministrarme lo que deseo. Es probable incluso que le cuente a Grozak que me he puesto en contacto con usted, a fin de fomentar un poco la competencia.

– Usted quiere el oro.

– Sí.

– Todavía no lo tengo. Y no se lo daría, aunque lo tuviera.

– Diría que tiene una oportunidad excelente para encontrarlo. Pero el oro no es todo lo que quiero.

– La estatua de Cira, ¿no? No puede tenerla.

– Bueno, la tendré. Me pertenece. Usted me la robó cuando estaba intentando comprársela a aquel traficante. Lo tendré todo.

– ¿Todo?

– Quiero algo más. Y le haré una propuesta…


– Era Joe Quinn desde el aeropuerto -dijo Manning mientras colgaba el teléfono-. Quiere protección para Jane MacGuire cuando vuelva a la facultad después del funeral.

– ¿Y vas a solicitarla? -preguntó Fox mientras se retrepaba en la silla del despacho.

– Por supuesto que voy a solicitarla. -Manning meneó la cabeza-. Pero después del recorte presupuestario, el capitán se va a poner como una moto, a menos que pueda demostrarle que hay un motivo indudable. ¿Podemos establecer alguna relación con aquel caso sobre el que dijiste que habías leído en Internet?

– Tal vez. Veamos… -Fox se inclinó hacia delante y tecleó la clave de acceso a su ordenador-. Encontré este viejo artículo periodístico cuando volvimos a la comisaría desde el hospital. Es interesante, aunque no creo que vayamos a encontrar ninguna conexión con nadie con inclinaciones homicidas. A menos que estemos hablando de fantasmas. -Pulsó la tecla para abrir el artículo, y luego giró el ordenador portátil sobre la mesa para que Manning pudiera leerlo-. Según parece, este asesino en serie, Aldo Manza, tuvo un padre que se obsesionó con una actriz que había vivido hace dos mil años, en la época de la erupción del Vesubio que destruyó Herculano y Pompeya. El padre era un arqueólogo que no le hacía ascos a vender objetos ilegales y que encontró la estatua de una actriz, Cira, en las ruinas de Herculano.

– ¿Y?

– Aldo desarrolló la misma obsesión. No podía soportar dejar viva ninguna mujer que guardara el menor parecido con la estatua de Cira que poseía su padre. Las perseguía y les fileteaba la cara antes de matarlas.

– Bastardo sanguinario. ¿Y dices que Jane MacGuire se parece a esa tal Cira?

Fox asintió con la cabeza.

– Es clavada. Esa es la razón de que se convirtiera en blanco.

– ¿La acechó?

– Sí. Aunque Eve Duncan y Quinn consiguieron cambiar las tornas para él. Le tendieron una trampa en los túneles que discurren bajo Herculano. Duncan reconstruyó la cara de una de las calaveras que los científicos encontraron en el puerto de Herculano, e hicieron correr la voz de que se trataba de la cabeza de Cira. No lo era, por supuesto. Era una falsificación deliberada hecha por Duncan. La verdadera cabeza no se parecía en nada a Cira. Aunque la combinación de la cabeza y la presencia de Jane MacGuire hizo que Aldo se acercara lo suficiente para que pudieran eliminarlo.

– ¿Está muerto?

– Y bien muerto. Como su padre.

– ¿Algún pariente que pudiera querer vengarse?

– ¿No lo habría intentado antes de ahora? Han pasado cuatro años.

Manning arrugó el entrecejo.

– Quizá. -Estaba leyendo el artículo. Todo cuadraba con lo descrito por Fox, pero había una frase que le intrigaba-. Dices que Duncan, Quinn, la chica y un tal Mark Trevor estaban en el lugar. ¿Quién es Mark Trevor?

Fox negó con la cabeza.

– He tenido acceso a otro par de artículos más, y alguno lo menciona. Ninguna de las demás personas presentes en aquel túnel hizo ningún comentario acerca de él. Es evidente que estuvo en el lugar, pero lo abandonó antes de que tanto la policía como los medios de comunicación lo entrevistaran. Un artículo señala que había indicios de que tuviera un pasado delictivo.

– ¿Y sin embargo Quinn lo estaba protegiendo por algún motivo?

– No diría eso. Simplemente, no habló de él.

– Pero si Trevor estuviera implicado en el asesinato de Fitzgerald, no entiendo que Quinn no nos lo ofreciera. Es muy protector con la chica. ¿Hay algún antecedente de Trevor?

– Puede.

– ¿A qué te refieres? O lo hay o no lo hay.

– Parece que no puedo acceder a la base de datos adecuada. Me rechaza.

– Eso es una locura. Sigue intentándolo.

Fox asintió con la cabeza mientras volvía a darle la vuelta al ordenador portátil para ponérselo frente a él.

– Pero has dicho que no crees que Quinn fuera a proteger a Trevor, si sospechara de él. ¿Por qué malgastar el tiempo?

– Porque siempre existe la posibilidad de que Quinn pudiera querer dejarnos fuera de esto y rebanarle el cuello a Trevor él mismo.

– Es un poli, ¡por amor de Dios! No haría tal cosa.

– ¿No? ¿Cómo te sentirías tú, si fuera tu hijo, Fox?


Lake Cottage

Atlanta, Georgia

– ¿Qué estás haciendo aquí fuera en el porche en mitad de la noche? -preguntó Eve mientras subía los escalones.

– No podía dormir. -Jane empujó a un lado a su perro, Toby, para hacerle sitio a Eve en el escalón superior-. Pensé que te quedarías con Sandra en su piso.

– Eso tenía previsto, pero apareció Ron y sentí que estaba de más. Puede que estén divorciados, pero los dos querían a Mike. Me alegra que esté allí por ella.

Jane asintió con la cabeza.

– Me acuerdo de todas las excursiones de pesca a las que llevó a Mike cuando era niño. ¿Va a ir mañana al funeral?

– Hoy -le corrigió Eve-. Probablemente. ¿Se ha acostado Joe?

– Sí. Él tampoco te esperaba. Deberías dormir algo. Va a ser un día complicado. -Miró hacia el lago-. Un día de pesadilla.

– También para ti. Ha sido una pesadilla desde que te reuniste con Mike en aquel bar. -Hizo una pausa-. ¿Sigues teniendo esos sueños con Cira?

Jane se volvió para mirarla, sobresaltada.

– ¿Qué? ¿De dónde sale eso?

Eve se encogió de hombros.

– Pesadillas. Se me ocurrió de repente.

– ¿Ahora? Han pasado cuatro años, y jamás has mencionado nada al respecto.

– Eso no significa que no haya pensado en ello, Jane. Se me ocurrió que sería mejor que olvidáramos todo lo relacionado con aquella época.

– Eso no es fácil de conseguir.

– Por supuesto -dijo Eve con sequedad-. Ya has participado en tres viajes de estudio arqueológicos a Herculano desde que entraste en Harvard.

Jane acarició cariñosamente la cabeza de Toby.

– Nunca me has preguntado por ello.

– Habría sido darle demasiada importancia a algo que quería que borraras de tu memoria. Lo cual no impedía que lo odiara. No quería que desperdiciaras tu juventud persiguiendo una obsesión.

– Eso no es una obse… Bueno, tal vez lo sea. Sólo sé que tengo que informarme sobre Cira. Tengo que saber si estaba viva o murió cuando el volcán entró en erupción.

– ¿Por qué? Eso ocurrió hace dos mil años, ¡caray!

– Sabes por qué. Tenía mi rostro. O yo tengo el suyo. Lo que sea.

– Y estuviste soñando con ella durante semanas, antes de que realmente supieras que existió.

– Probablemente lo leyera en algún sitio.

– Pero no has podido verificarlo.

– Eso no significa que no ocurriera. -Jane torció el gesto-. Esa explicación me gusta más que cualquiera de esas extravagantes gilipolleces sobre videncias.

– No me has respondido. ¿Has soñado con ella?

– No. ¿Satisfecha?

– A medias. -Eve guardó silencio durante un instante-. ¿Has estado en contacto con Mark Trevor?

– ¿Qué es esto? ¿El adivina adivinanza?

– Soy yo, que te quiero y me aseguro de que estés bien.

– Estoy bien. Y no he hablado con Trevor desde aquella noche que se fue de Nápoles hace cuatro años.

– Pensé que podrías haberte tropezado con él en una de esas excavaciones.

– Él jamás se rebajaría a ensuciarse las manos con los estudiantes en prácticas de campo. Sabe donde están enterrados esos pergaminos, ¡maldita sea! -Trevor había estado involucrado en el contrabando de objetos de la antigua Roma cuando un profesor de dudosa reputación especializado en el mundo antiguo, y su hijo, Aldo, se pusieron en contacto con él. Los tres descubrieron una biblioteca en un túnel que partía de la villa de Julius Precebio, uno de los ciudadanos importantes de la antigua ciudad. Resultó que la biblioteca albergaba una cierta cantidad de tubos de bronce conteniendo unos pergaminos de valor incalculable, los cuales se habían salvado de la corriente de lava que destruyó la villa. Muchos de los pergaminos estaban dedicados a describir a la amante de Julius, Cira, que había sido una estrella rutilante del teatro de Herculano. Aldo y su padre había volado el túnel para matar a todos los que tenían conocimiento de su ubicación, incluido Trevor. Pero éste había conseguido escapar-. Trevor fue el que camufló el sitio después del hundimiento. No quiere que nadie encuentre el túnel antes de que pueda volver y hacerse con aquel arcón de oro que Julius mencionaba en los pergaminos.

– Puede que ya lo haya encontrado.

– Puede. -Jane se había hecho la misma pregunta a menudo, pero había seguido buscando-. Pero tengo un presentimiento… No sé. Tengo que seguir buscando. ¡Caray!, debería ser yo quien encontrara esos pergaminos. Me lo merezco. Fui yo la que tuvo a aquel loco detrás de mí intentando filetearme la cara porque me parecía a Cira.

– Entonces, ¿por qué no te enfrentas a Trevor y consigues que te diga donde están?

– Convencer a Trevor de que haga algo es imposible. Quiere el oro, y cree que se lo merece después de perder a su amigo Pietro en aquel túnel. Además, ¿cómo se supone que voy a encontrarlo, cuando la Interpol no fue capaz de seguirle el rastro?

– Me dio la impresión de que él podría haberse puesto en contacto contigo cuando estuviste allí.

– No. -En la primera expedición Jane se había resistido a aquel pensamiento irracional durante todo el tiempo que estuvo en Herculano. Se había sorprendido mirando por encima del hombro, recordando la voz de Trevor, resistiéndose a la sensación de que él aparecería a la vuelta de la esquina, en la habitación contigua, en cualquier parte… cerca-. No era probable que se mantuviera en contacto. Yo sólo tenía diecisiete años, y él creía que era demasiado joven para ser interesante.

– Diecisiete y él treinta -dijo Eve-. Y Trevor no era idiota.

– Te sorprenderías.

– Nada de lo que Trevor hiciera me sorprendería. Es único en su especie.

El tono de Eve fue casi afectuoso, se percató Jane.

– Te gustaba.

– Me salvó la vida. Y salvó a Joe. Y a ti. Es difícil que te desagrade un hombre que ha acumulado esa clase de méritos. Eso no significa que esté de acuerdo con él. Puede que su inteligencia sea algo fuera de lo común, y sin duda tiene algo. Pero es un contrabandista, un timador y sabe Dios qué más.

– ¿Que qué más? Ha tenido cuatro años para meterse en todo tipo de actividades nefandas.

– Al menos no lo defiendes.

– De ninguna manera. Probablemente sea el hombre más genial que haya conocido jamás, y sería capaz de convencer a los pájaros de que abandonaran los árboles. Aparte de eso, es un enigma, domina todas las formas de violencia y es adicto a caminar por la cuerda floja. Ninguna de esas cualidades tiende a suscitar las simpatías de una mujer práctica y testaruda como yo.

– Mujer… -Eve menó la cabeza con tristeza-. Todavía sigo viéndote como a una niña.

– Entonces será así como me quede. -Jane apoyó la cabeza en el hombro de Eve-. Seré lo que quieras que sea. Lo que sea.

– Sólo quiero que seas feliz. -Rozó la frente de Jane con los labios-. Y que no desperdicies tu vida persiguiendo a una mujer que lleva muerta dos mil años.

– No desperdicio mi vida. Sólo tengo que encontrar la respuesta a mis preguntas antes de que pueda desentenderme del asunto.

Eve guardo silencio durante un instante.

– Puede que tengas razón. Tal vez esté equivocada al querer enterrar el pasado. Quizá hubiera sido más saludable dejar que fueras tras ello.

– Deja de culparte. Jamás me dijiste nada cuando volví a Herculano.

Eve miró fijamente hacia el lago.

– No, nunca te dije nada.

– Y no es como si estuviera dedicando todo mi tiempo a Cira. He ganado un par de concursos, he estado en varias misiones de rescate con Sarah y he continuado con mis estudios. -Levantó la vista con una sonrisa-. Y no he estado pensado en ningún irresponsable como Mark Trevor. Todo me va de maravilla.

– Sí, te va de maravilla. -Eve se estiró y se levantó-. Y quiero que sigas así. Hablaremos más después del funeral. -Se dirigió hacia la puerta-. Las dos deberíamos dormir un poco. Le dije a Sandra que la recogeríamos a las once.

– Entraré enseguida. Quiero quedarme aquí fuera con Toby un rato. -Le dio un achuchón al perro-. ¡Dios mío!, lo extraño cuando estoy en la universidad. -Hizo una pausa-. ¿Por qué ha tenido que suceder ahora este infortunio, Eve?

– No lo sé. -Abrió la puerta mosquitera-. Mike. Que crimen más horrible y absurdo. Supongo que ha hecho que me acuerde de Aldo y de su fijación por Cira, y de todos aquellos asesinatos… y de la manera en que te acechó. Puede que el asesinato de Mike también tenga algo que ver contigo.

– Puede que no. No sabemos nada con seguridad.

– No, no lo sabemos. -La puerta se cerró tras ella.

Era extraño que Eve hubiera relacionado el asesinato de Mike con aquella angustiosa época en Herculano. O quizá no tan extraño. Ella, Joe, Eve y Trevor se habían unido en una empresa común para acabar con aquel monstruo, Aldo, y luego lo habían superado. ¿Cómo, si no, se podía olvidar realmente el recuerdo de una experiencia así y salir ileso? Ella y Trevor habían estado tan íntimamente unidos, que había tenido la sensación de conocerlo de toda la vida. No le había importado que su pasado fuera turbio o que fuera absolutamente despiadado e interesado. A ella la había impulsado su instinto de conservación, y a Trevor lo había guiado la codicia y la venganza. Sin embargo, se habían unido para hacer el trabajo.

Se acabó el pensar en él. Hablar con Eve sobre Trevor había provocado que se agolpara en su cabeza una avalancha de recuerdos. Lo había relegado con firmeza a lo más profundo de su conciencia, y sólo lo sacaba a su conveniencia. De esa manera conservaba el control, algo que jamás había conseguido hacer cuando estaba con él.

¿Y qué cabía esperar? A la sazón ella sólo tenía diecisiete años, y él casi treinta, y una experiencia de mil demonios. Lo había manejado muy bien, si se tenía en cuenta el cataclismo emocional por el que ella había pasado en aquel tiempo.

Se levantó y se dirigió a la puerta. Tenía que olvidar a Trevor y a Cira; ya no pertenecían a su vida. Tenía que concentrarse en su familia y en el esfuerzo que iba necesitar hacer para superar ese día.


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