CAPÍTULO DÉCIMO. CREENCIAS TIBETANAS.

Quizá sea interesante que dé aquí algunos detalles sobre nuestras creencias. Nuestra religión es una forma de budismo, pero no existe una palabra que pueda dar una idea exacta en la traducción. La llamamos «la Religión», y a los de nuestra fe les llamamos «los que están dentro». A los de otras creencias los designamos con una palabra que puede significar «los que están fuera» o «los extraños». La palabra más aproximada, ya usada en Occidente, es lamaísmo. Se aparta del budismo en que nuestra religión es de esperanza y de creencia en el futuro. El budismo nos resulta una religión negativa, una religión de la desesperanza.

Muchos sabios han estudiado y comentado de un modo erudito nuestra religión. Muchos de ellos nos han condenado porque les ciega su propia fe y no admiten otros puntos de vista. Algunos han llegado a llamarnos «satánicos». La mayoría de estos escritores han basado sus opiniones en referencias muy indirectas de los escritos de otros autores. Es posible que unos cuantos hayan estudiado nuestras creencias durante unos cuantos días y se hayan creído competentes para escribir libros sobre el tema e interpretar y difundir lo que ha costado toda una vida a nuestros hombres más sabios llegar a saberlo y comprenderlo.

Imagínense ustedes las enseñanzas de un budista o de un hindú que haya repasado durante un par de horas la Biblia y pretenda explicar los puntos más sutiles del cristianismo. Ninguno de estos autores que han escrito sobre el lamaísmo ha vivido desde niño como monje en una lamasería ni ha estudiado los Libros Sagrados. Estos Libros son secretos; secretos, porque no son asequibles a los que pretenden lograr una salvación rápida y sin esfuerzo.

Los que deseen dominar algunos de nuestros ritos o una forma de autohipnosis, pueden conseguirlo si va a servirles de algo. Pero esa no es la realidad íntima, sino un juego de niños. A algunos les resultará muy consolador que se pueda cometer pecado tras pecado y que luego, si la conciencia les molesta demasiado, baste ofrecer cualquier presente en el templo más cercano para que los dioses, agradecidos, le otorguen un perdón inmediato y total; con lo cual pueden comenzar de nuevo a pecar. Pero la verdad es que existe un Dios, un Ser Supremo. ¿Qué importa cómo le llamemos?

Dios es un hecho.

Los tibetanos que han estudiado las verdaderas enseñanzas de Buda nunca piden misericordia ni favores, sino sólo que el hombre los trate con justicia. Un Ser Supremo esencia de la justicia no puede ser misericordioso con uno y no con otro, ya que esto sería la negación de la justicia. Rezar para obtener misericordia o favores, prometiendo oro o incienso si se logra lo que se desea, supone dar por cierto que la salvación se concede al mejor postor; que Dios anda escaso de dinero y puede ser «comprado».

El hombre puede mostrarse misericordioso con sus prójimos, pero rara vez lo hace; y en cuanto al Ser Supremo sólo puede ser justo. Somos almas inmortales. Nuestra plegaria: «Om manipad-me Hum!» se suele traducir al pie de la letra de este modo: «¡la Joya del Loto!» Los que hemos avanzado un poco más en nuestra religión sabemos que su verdadero significado es: «el Super-Ser del hombre!» No existe la muerte. Como uno se quita la ropa al terminar la jornada, lo mismo se quita el alma del cuerpo cuando éste se duerme. Así como se desecha un traje cuando se ha gastado, también se desecha el alma al cuerpo cuando está excesivamente usado o se ha roto. Morir no es más que el acto de nacer en otro plano de la existencia. El Ho mbre, o el espíritu del Hombre, es eterno. El cuerpo es sólo la vestidura temporal que cubre el espíritu y es elegido según la tarea que corresponda a cada persona en la tierra. La apariencia externa carece por completo de importancia.

Lo que importa es el alma. Un gran profeta puede presentarse disfrazado de pobre, mientras uno que ha pecado en una vida anterior puede presentarse en su nueva encarnación como un potentado para ver si comete los mismos pecados sin tener la eximente de la pobreza.

La Rueda de la Vida es la expresión que aplicamos al acto de nacer, de vivir en este mundo, morir, volver al estado de espíritu puro y luego nacer de nuevo en diferentes circunstancias y condiciones. Un hombre puede haber sufrido mucho en una vida sin que esto signifique necesariamente que fuese malo en una vida anterior; puede muy bien habérsele colocado en esa situación para que aprenda con mayor rapidez ciertas cosas. ¡Se aprende mucho más por la experiencia que de oídas! Uno que se suicida puede renacer en otra vida para completar los años que no pudo vivir en una vida anterior, pero esto no implica que todos los que mueren jóvenes, o de niños, sean suicidas. La Rueda de la Vida se aplica a todos, desde los mendigos a los reyes, a los hombres y a las mujeres, a las razas de color y a las blancas. Por supuesto, esto de la Rueda es sólo un símbolo, pero resulta de gran claridad para todos aquellos que no pueden estudiar a fondo el asunto.

No se pueden explicar las creencias tibetanas en un par de párrafos; el Kangyur (o Escrituras tibetanas) se compone de un centenar de libros, y ni siquiera leyéndolos todos ellos se puede conocer a fondo el tema. Hay mu chos libros ocultos en remotas lamaserías, libros que sólo conocen los Iniciados.

Durante muchos siglos, los pueblos de Oriente han conocido las varias fuerzas y leyes ocultas y han sabido que todas ellas se basan en la utilización de energías naturales. En vez de prescindir de estas fuerzas bajo el pretexto de que no pueden ser pesadas ni probadas con reacciones químicas, los hombres de ciencia orientales han procurado siempre dominar esas leyes de la Naturaleza. Por ejemplo, no nos interesa la mecánica de la clarividencia, sino los resultados de esta facultad. Hay gente que pone en duda que se pueda ser clarividente; son como los que han nacido ciegos y opinan que es imposible ver porque ellos no lo han experimentado, porque ellos no pueden comprender cómo es posible ver un objeto que se encuentra a cierta distancia si no hay un contacto inmediato entre ese objeto y los ojos.

La gente tiene auras, perfiles de color que rodean al cuerpo, y ateniéndose a la intensidad de estos colores, quienes dominan ese arte pueden deducir la salud, integridad, y estado general de evolución de esa persona. Este aura es la radiación de la fuerza vital interna, el ego o alma. En torno a la cabeza hay un halo o nimbo que también forma parte de esa fuerza. Con la muerte, la luz se apaga porque el yo abandona al cuerpo y emprende su viaje a la etapa siguiente de la existencia. Se convierte en un fantasma. Al principio se desorienta y vaga por los espacios astrales sin saber adónde dirigirse, seguramente por el deslumbramiento que le produce su brusca separación del cuerpo. Es muy posible que al principio no tenga conciencia de lo que le sucede. Por eso los lamas asisten a los moribundos para informarles de las etapas que han de recorrer. Si se descuida esta información, el espíritu puede sentirse arrastrado de nuevo hacia la Tierra por los deseos de la carne. Los sacerdotes tienen el deber de romper esos vínculos. Con bastante frecuencia atendíamos a un servicio religioso especial: la Orientación de los Espíritus.

La muerte no causa terror a los tibetanos, pues creemos que se puede pasar de esta vida a la siguiente con gran facilidad si se toman ciertas precauciones.

Para ello es necesario seguir ciertos caminos claramente definidos y pensar dentro de ciertas líneas. El servicio a que me he referido se realiza en un templo hallándose presentes unos trescientos monjes. En el centro del templo se sitúan cinco lamas telepáticos sentados en círculo cara a cara. Mientras que los monjes, dirigidos por un abad, salmodian, los lamas procuran mantener el contacto telepático con las almas perdidas. No es posible traducir con exactitud las oraciones tibetanas, pero trataré de aproximarme:

Escuchad las voces de nuestras almas, todos aquellos que vagáis desorientados por la tierra fronteriza. Los vivos y los muertos habitan en mundos distintos; ¿dónde pueden verse sus rostros y oírse sus voces? Quemamos la primera barra de incienso para que un espíritu errante encuentre su camino.

Escuchad las voces de nuestras almas todos aquellos que vagáis desorientados.

Las montañas se elevan hacia el cielo, pero nada se oye. Basta una suave brisa para agitar las aguas y las flores siguen floreciendo. Las aves no emprenden el vuelo al acercarse vosotros, ya que ni os ven ni os sienten. Quemamos una segunda barra de incienso para que otro espíritu errante encuentre su camino.

Escuchad las voces de nuestras almas, todos aquellos que vagáis extraviados.

Éste es el Mundo de la Ilusión. La vida es sueño. Todos los que nacen han de morir. Sólo el Camino de Buda conduce a la vida eterna.

Quemamos una tercera barra de incienso para que otro espíritu errante encuentre su camino.

Escuchad las voces de nuestras almas, todos aquellos que tenéis poder, todos aquellos que habéis sido entronizados y abarcáis en vuestro reino montañas y ríos. Vuestros reinos sólo han durado un instante y las quejas de vuestros pueblos no han cesado. Corren ríos de sangre por la Tierra y los suspiros de los oprimidos barren las hojas de los árboles. Quemamos una cuarta barra de incienso para que los espíritus de los reyes y dictadores encuentren su camino.

Escuchad las voces de nuestras almas todos vosotros; guerreros que habéis herido, matado e invadido, ¿dónde están ahora vuestros ejércitos?

Ruge el suelo y la maleza cubre los campos de batalla. Quemamos la quinta barra de incienso para guiar a los espíritus de los señores de la Guerra que no encuentran su camino.

Escuchad las voces de nuestras almas, todos los que sois artistas y sabios, los que habéis trabajado escribiendo y pintando. En vano habéis esforzado vuestra vista y gastado muchos tinteros. Nada se recuerda de vosotros y vuestras almas han de seguir su camino. La sexta barra de incienso la quemamos para que los espíritus de los escritores y artistas encuentren su camino.

Escuchad las voces de nuestras almas, vosotras, hermosas vírgenes y damas de elevada condición, cuya juventud puede compararse con una fresca mañana de primavera. Después del abrazo de vuestros amantes se rompen vuestros corazones. Llega el otoño y luego el invierno, se marchitan las flores y se secan los árboles y, lo mismo que la belleza, se convierten en esqueletos. Quemamos la séptima barra de incienso para que los espíritus de las vírgenes y de las damas de elevada condición se libren de los vínculos de este mundo.

Escuchad las voces de nuestras almas, vosotros, los mendigos y ladrones y cuantos hayáis cometido crímenes contra vuestros prójimos y no halléis descanso. Vuestra alma vaga por este mundo sin hallar amigos y no encontráis justicia dentro de vosotros. Quemamos la octava barra de incienso por todos los espíritus que han pecado y que ahora van errantes y solitarios.

Escuchad las voces de nuestras almas, prostitutas, mujeres de la noche, y todas aquellas contra las cuales han pecado los otros y que ahora vagáis solas por fantasmales espacios. Quemamos la novena barra de incienso para que estos espíritus encuentren su camino y se liberen de las cadenas de este mundo.

En la penumbra del templo, cargada de humo de incienso, danzan detrás de las imágenes de oro las sombras producidas por la vacilante luz de las lamparillas. La atmósfera se hace aún más densa con la concentración mental de los monjes telepáticos que se esfuerzan en mantener el contacto con los que se han marchado de este mundo y que, sin embargo, siguen ligados a él.

Los monjes de túnicas rojo-oscuro están sentados en dobles filas, cara a cara, entonando la Letanía de los Muertos, y unos tambores ocultos marcan el ritmo monótono del corazón humano. De otra parte del templo, como de un cuerpo humano, llegan los rumores de los diferentes órganos, el murmullo del fluir de los líquidos corporales y la respiración de los pulmones.

A medida que prosigue la ceremonia, cambian los sonidos del cuerpo, se van haciendo más lentos y espaciados, hasta que por fin desaparecen para dejar paso al espíritu que abandona sus vestiduras terrenales. Ese momento se oye materialmente; es como un aletear, un suave estertor y, por último, el silencio total. El silencio que llega con la muerte. Y no hay que estar dotado de facultades metafísicas para percibir en tal silencio la presencia de otros seres que esperan y escuchan. Paulatinamente, a medida que la instrucción telepática continúa, va disminuyendo la tensión. Es que los inquietos espíritus están pasando a la siguiente etapa de su viaje astral.

Creemos firmemente que nacemos una y otra vez. Pero no sólo en esta tierra. Hay millones de mundos y sabemos que la mayoría de ellos están habitados. Por supuesto, es gente muy distinta a los seres humanos que conocemos.

En el Tíbet no hemos creído ni por un momento que el Hombre sea la forma más elevada y más noble de evolución. Creemos que por ahí, en otros mundos, se pueden hallar formas de vida mucho más perfeccionadas, gente incapaz de lanzar bombas atómicas. Yo he visto, en nuestro país, descripciones de extraños artefactos que vuelan por los cielos. Les llamamos los “Carros de los Dioses”. El lama Mingyar Dondup me contó que un grupo de lamas había establecido comunicaciones telepáticas con esos «dioses» y éstos les dijeron que estaban contemplando la Tierra de un modo semejante a como los humanos contemplamos los peligrosos animales salvajes en un parque zoológico.

Se ha escrito mucho sobre la levitación. Se puede lograr, y yo lo he visto muchas veces. Desde luego, se necesita una gran práctica. Pero no tiene objeto perder tiempo en esto cuando existe un medio mucho más seguro y fácil de elevarse sobre la tierra. Me refiero al viaje astral. La mayoría de los lamas lo dominan y cualquier persona que posea la paciencia necesaria podrá disfrutar de las ventajas de este arte tan útil y agradable.

Durante las horas en que estamos despiertos, nuestro Yo se encuentra preso en el cuerpo físico y se necesita un cierto entrenamiento para separarlos.

Cuando dormimos, sólo reposa el cuerpo físico. Mientras, el espíritu se libera de toda traba y suele marcharse al reino de los espíritus lo mismo que un niño regresa a su hogar cuando terminan las clases. El yo y el cuerpo físico mantienen el contacto por medio del Cordón de Plata, que puede estirarse ilimitadamente. El cuerpo permanece con vida mientras ese Cordón de Plata no se rompa. Con la muerte, al nacer el espíritu a una nueva vida, se rompe el Cordón, como se parte el cordón umbilical para separarnos de nuestra madre. Para un bebé, el nacimiento significa la muerte de la vida que llevó en el cuerpo de su madre. Para el espíritu, la muerte significa un nuevo nacimiento a un mundo espiritual más libre. Mientras el Cordón de Plata permanezca intacto, el ego podrá vagar libremente durante el sueño y en el caso de los que se han entrenado especialmente, lo hará de un modo consciente. El vagar del espíritu produce en sueños con las impresiones transmitidas a lo largo del Cordón de Plata. Cuando la mente física las recibe va «racionalizándolas» para adaptarlas a la visión del mundo que tiene el ser humano. En el mundo espiritual no existe el tiempo – es un concepto puramente físico- y por eso hay ensueños larguísimos y muy complicados que ocurren en una fracción de segundo. Probablemente, todos hemos tenido algún sueño en que hemos hablado con alguna persona que se halla muy lejos, quizá más allá del Oceáno. Otras veces se nos habrá dado algún mensaje y al despertar tenemos la fuerte impresión de que debemos recordar algo. Con frecuencia recordamos haber encontrado en sueños algún amigo o parientes distantes y nada tiene de particular que al poco tiempo recibamos noticias directas o indirectas de esa persona. La memoria de los que no están preparados suele deformarse y a ello se debe el aspecto ilógico y disparatado de los sueños y las pesadillas.

En el Tíbet viajamos mucho por medio de la proyección astral -no por levitación-, y se trata de un procedimiento que podemos controlar a voluntad. Hacemos que el yo abandone el cuerpo físico, aunque siga unido a él por el Cordón de Plata. Podemos viajar por donde queramos con la mayor velocidad concebible. La mayoría de nosotros posee la habilidad de realizar esos viajes, pero muchos, después de haberse lanzado, han sentido un gran choque psíquico por falta de entrenamiento. Probablemente todos han tenido la sensación de dormirse y luego, sin razón aparente, despertarse violentamente, como por una fuerte sacudida. Esto se debe a una exteriorización del yo excesivamente rápida, una separación demasiado brusca de los cuerpos fisico y astral. Esta violenta contracción del Cordón de Plata hace que el cuerpo astral vuelva, como si tirase de él un elástico demasiado distendido, a introducirse de nuevo en su vestidura física. De todos modos, la sensación es mucho peor cuando se regresa después de un viaje. El ser astral está flotando a enorme altura sobre el cuerpo como un globo al extremo de una cuerda. Algo, quizá un ruido externo, hace que el astral se reintegre al cuerpo con excesiva rapidez. Entonces, el cuerpo despierta repentinamente y tenemos la horrible sensación de estar cayendo por un precipicio y de habernos detenido en el mismo momento en que íbamos a estrellarnos.

El viaje astral, perfectamente controlado y sin perder la conciencia, puede ser realizado casi por todos. Necesita práctica, pero sobre todo al principio requiere un absoluto aislamiento para que nadie pueda interrumpirnos.

Esto no es un texto de metafísica, por lo cual no intento dar instrucciones sobre la manera de viajar astralmente; pero hay que insistir en que estos experimentos producen trastornos si no se cuenta con un buen maestro.

No es que haya un peligro, pero se está expuesto a choques psíquicos y trastornos emotivos si dejamos que el cuerpo astral abandone el cuerpo físico o regrese a él inoportunamente. Además, las personas que padecen del corazón nunca deben practicar la proyección astral. Aunque no existe un peligro en la proyección misma, sí lo hay -y muy grande-, tratándose de personas de corazón débil, si una persona entra en la habitación y produce así una sacudida en el Cordón de Plata. El choque puede ser fatal y además sería lamentable porque el ego tendría que nacer de nuevo para terminar aquel trozo de vida que le faltaba por recorrer y así se retrasaría su progreso en una nueva vida.

Los tibetanos creemos que antes de la Caída del Hombre todos podían viajar astralmente, poseer clarividencia, facultad telepática y capacidad de levitación. Nuestra versión de esa caída es que el hombre abusó de los poderes ocultos y los empleó en beneficio propio en vez de aplicarlos al des arrollo de la humanidad. En los primeros días la humanidad se comunicaba por telepatía. Las tribus locales tenían sus propios idiomas, que usaban exclusivamente entre ellos. En cambio el lenguaje telepático era puramente mental y podía ser entendido por todos los que hablasen uno u otro idioma.

Cuando se perdió la facultad telepática por el abuso antes dicho, surgió Babel:

muchas lenguas y todo el mundo sin entenderse.

No tenemos un día del Sabbath propiamente dicho: los nuestros son días santos que corresponden al ocho y quince de cada mes. En esos días se celebran especiales funciones religiosas y en ellos no se trabaja. Me han dicho que nuestras festividades anuales corresponden aproximadamente a las fiestas religiosas cristianas, pero no conozco éstas lo suficiente para opinar.

Nuestras festividades son las siguientes:

En el primer mes del año, que corresponde más o menos a febrero, celebramos, desde el día primero al tercero, el Logsar. A esto se le llamaría en el mundo occidental Año Nuevo. En esa festividad hay servicios religiosos y juegos públicos.

La mayor ceremonia tibetana de todo el año es la que se celebra del cuatro al quince del primer mes. Son los llamados «Días de la Súplica»; en tibetano, Monlam. Esta ceremonia es la más solemne y brillante del año religioso y secular. El día quince de este mismo mes celebramos el Aniversario de la Concepción de Buda. No es ocasión para fiestas populares, sino de solemne acción de gracias. Para completar el mes tenemos el día veintisiete una fiesta, religiosa en parte y en parte mítica. Es la Procesión de la Santa Daga. Con ello terminan las fiestas del primer mes.

El segundo mes (que corresponde aproximadamente a marzo) sólo tenemos la fiesta de la Caza y Expulsión del Demonio de la Mala Suerte, el día veintinueve.

El tercer mes (abril) también escasea en ceremonias públicas. Sólo hay el día quince, el Aniversario de la Revelación.

El día ocho del cuarto mes (mayo por el calendario occidental) celebramos el aniversario de la Renuncia de Buda al Mundo. Según tengo entendido, esta festividad religiosa tiene cierto parecido con la Cuaresma de los cristianos. Durante esos días tenemos que vivir aún con mayor austeridad que habitualmente. El día quince se conmemora el Aniversario de la Muerte de Buda. Lo consideramos como el aniversario de todos aquellos que han abandonado esta vida. También se le llama el «Día de Todas las Almas». Ese es el día en que quemamos el incienso para orientar a los espíritus de los que andan extraviados y con tendencia a ligarse de nuevo a la Tierra. Entiéndase que éstas son únicamente las fiestas más solemnes, porque hay muchas festividades menores y un buen número de ceremonias obligatorias, pero sin suficiente importancia para citarlas aquí.

El día cinco de junio los «lamas médicos» teníamos que asistir a ceremonias especiales en otras lamaserías. Es el Día de Gracias por los Tratamientos de los Monjes Médicos, cuerpo fundado por el propio Buda. En ese día no podíamos cometer en modo alguno ninguna mala acción, pero al día siguiente nos llamaban infaliblemente nuestros superiores para pedirnos cuenta por algo en que se figuraban que habíamos pecado.

El Aniversario del Nacimiento de Buda cae en el día cuatro del sexto mes (o sea, julio). También en esa fecha celebramos la Primera Predicación de la Ley.

El Festival de la Siega es el día ocho del octavo mes (octubre). Por ser el Tíbet un país árido, muy seco, depende nuestra agricultura de los ríos en medida mucho mayor que en otros países. En el Tíbet llueve poco, así que combinamos la Festividad de la Siega con la del Agua, ya que sin el agua de los ríos no habría cosechas.

El día veintidós del noveno mes (noviembre) es el Aniversario del Milagroso Descenso de Buda del Cielo. Al mes siguiente, el décimo, celebramos la Fiesta de las Lámparas, el día 25.

Los últimos acontecimientos religiosos del año tienen lugar del 29 del undécimo mes al 13 del duodécimo (que es el que une a enero y febrero según el calendario occidental). Entonces celebramos la Expulsión del Año Viejo y nos preparamos para entrar en el Nuevo.

Nuestro calendario es muy diferente del de Occidente. Nos atenemos a un ciclo de sesenta años y cada año se indica por doce animales y cinco elementos en diversas combinaciones. He aquí el calendario del ciclo actual, que comenzó en 1927:

1927, Año de la Liebre del Fuego; 1928, Año del Dragón de la Tierra; 1929, Año de la Serpiente de la Tierra; 1930, Año del Caballo de Hierro; 1931, Año del Cordero de Hierro; 1932, Año del Mono del Agua; 1933, Año del Pájaro del Agua; 1934, Año del Perro de la Madera; 1935, Año del Cerdo de la Madera; 1936, Año del Ratón del Fuego 1937, Año del Buey del Fuego; 1938, Año del Tigre de la Tierra; 1939, Año de la Liebre de la Tierra; 1940, Año del Dragón del Hierro; 1941, Año de la Serpiente del Hierro; 1942, Año del Caballo del Agua; 1943, Año del Cordero del Agua; 1944, Año del Mono de la Madera; 1945, Año del Pájaro de la Madera; 1946, Año del Perro del Fuego; 1947, Año del Cerdo del Fuego; 1948, Año del Ratón de la Tierra; 1949, Año del Buey de la Tierra; 1950, Año del Tigre del Hierro; 1951, Año de la Liebre del Hierro; 1952, Año del Dragón del Agua; 1953, Año de la Serpiente del Agua; 1954, Año del Caballo de la Madera; 1955, Año del Cordero de la Madera; 1956, Año del Mono del Fuego; 1957, Año del Pájaro del Fuego; 1958, Año del Perro de la Tierra; 1959, Año del Cerdo de la Tierra; 1960, Año del Ratón del Hierro; 1961, Año del Buey del Hierro; y así sucesivamente.

Una de nuestras creencias es la de que hay gran probabilidad de predecir el futuro. Para nosotros la adivinación -por unos u otros medios- constituye una ciencia exacta. Creemos en la Astrología. Para nosotros las influencias astrológicas no son más que rayos cósmicos que se colorean o se alteran según la naturaleza del cuerpo que los refleja en la Tierra. Todos estarán de acuerdo en que con una cámara fotográfica y buena luz se puede captar la imagen de algo. Si colocamos varios filtros sobre la lente de la cámara -o sobre la luz- podremos conseguir determinados efectos en la fotografía. Podremos lograr efectos ortocromáticos, pancromáticos o infrarrojos (por mencionar sólo tres de los muchos posibles). Lo mismo afectan a las personas las radiaciones cósmicas que actúan sobre su personalidad química y eléctrica.

Buda dice: «La contemplación de las estrellas, la Astrología, la predicción de acontecimientos afortunados o desgraciados por medio de signos, así como vaticinar el bien o el mal, son cosas prohibidas»; pero un Decreto posterior, que figura en uno de nuestros Libros Sagrados, dice así:

“Está permitido usar el poder que la Naturaleza ha dado a unos pocos y por el cual padece el individuo. Ningún poder psíquico podrá ser usado con intención de lucro, por ambición mundana o para demostrar que efectiva mente se tienen esos poderes.» Mi consecución del Tercer ojo había sido dolorosa y lo que hube de padecer perfeccionó el poder que ya traje a este mundo al nacer. Pero en otro capítulo hemos de hablar más de la Apertura del Tercer Ojo. En cambio, aquí mismo me extenderé un poco más sobre astrología y citaré los nombres de tres ingleses eminentes que han visto cómo se ha cumplido una profecía astrológica.

A partir del año 1027 todas las grandes decisiones se han tomado en el Tíbet con ayuda de la astrología. La invasión de mi país en 1904 estaba predicha con mucha anterioridad y con todo detalle. Traduzco del tibetano esta profecía:

«En el Año del Dragón de la Madera. La primera parte del Año protegerá al Dalai Lama después del avance de los bandidos que luchan y riñen. Hay muchos enemigos, turbulencias armadas, y la gente luchará. Al final del Año un locutor con ánimo de conciliación hará que termine la guerra.» Esto fue escrito antes del año 1850 y se refiere al año 1904, que fue el «Año del Dragón de la Madera». El coronel Younghusband mandaba las fuerzas británicas y pudo ver la predicción en Lhasa. Mr. L. A. Waddell, también del Ejército británico, había visto la predicción en 1902. Mr. Charles Bell, que después fue a Lhasa, también la vio. Algunos otros acontecimientos que fueron predichos con toda exactitud: 1910, invasión china del Tíbet; 1911, Revolución china y formación del Gobierno Nacionalista; a fines de 1911, expulsión del Tíbet de los chinos; 1914, guerra entre Inglaterra y Alemania; 1933, en que abandonó esta vida el Dalai Lama; 1935, regreso del Dalai Lama en una nueva encarnación; 1950, «las fuerzas del mal invaden el Tíbet». O sea, los comunistas invadieron el Tíbet en octubre de 1950. Míster Bell, que después fue sir Charles Bell, vio todas estas predicciones en Lhasa. Y en lo que se refiere a mi persona, todo lo que me predijeron se ha convertido en realidad, sobre todo las penalidades.

La ciencia -porque en efecto se trata de una ciencia- de preparar un horóscopo no puede exponerse aquí en unas cuantas páginas de un libro de esta naturaleza. De todos modos procuraré dar una breve idea de ella. Consiste en preparar un mapa de los cielos tal como se hallaban en el momento de la concepción y en el del nacimiento de la persona de que se trate. Hay que saber la hora exacta del nacimiento y traducir ese tiempo a lo que llamamos «tiempo estelar», que es por completo diferente del que se conoce en el mundo. Como la velocidad de la Tierra en su órbita es de diecinueve millas por segundo, se comprenderá que cualquier inexactitud determinará un tremendo error. En el Ecuador, la velocidad de rotación de la Tierra es de unas mil cuarenta millas por hora. El mundo se inclina mientras gira, y el Polo Norte avanza a unas tres mil cien millas por delante del Polo Sur en el otoño, pero en la primavera se invierte esta posición. Así que la longitud del lugar del nacimiento es de importancia vital.

Una vez preparados los mapas, los astrólogos interpretan su significado.

Hay que determinar las relaciones entre todos los planetas y calcular el efecto de esas relaciones en el mapa estudiado. Preparamos una carta de la concepción para conocer las influencias que actúan durante los primeros momentos de la existencia de una persona. El mapa del nacimiento indica las influencias que actúan en el momento en que el individuo entra en el mundo. Para conocer el futuro preparamos un mapa del tiempo del que se desea saber y lo comparamos con el mapa natal. Alguna gente dice: «Pero ¿podrían ustedes predecir quién va a ganar una determinada carrera de caballos?

» Desde luego que no, porque para hacerlo tendríamos que sacar el horóscopo de todas las personas y de todos los caballos que intervengan en la carrera, incluidos los propietarios de los caballos. Para adivinar el caballo que va a ganar, el mejor método es cerrar los ojos, coger un alfiler y pasarlo por la lista de los caballos participantes hasta clavarlo en uno. Pero podemos vaticinar con toda seguridad si una persona se va a curar de una enfermedad, o si Juan se casará con María y vivirá felizmente con ella, y, en fin, todo lo que se refiera a los individuos. También podemos decir que si Inglaterra y los Estados Unidos no detienen el avance comunista, estallará una guerra en el Año del Dragón de la Madera, que en este ciclo corresponde a 1964. En este caso, a fines de siglo habría grandes fuegos de artificio en este mundo que servirían de distracción a los espectadores de Marte o Venus. Pero para llegar a ese extremo es preciso que los occidentales no les corten a los comunistas su carrera ascendente.

Otro punto que parece chocar a los occidentales es que podamos seguirles la pista a nuestras vidas anteriores. Las personas que no dominan esta materia aseguran que es imposible lograrlo, y en esto se parecen al sordo total que dice: «No oigo ningún sonido, por tanto no existe el sonido.

» Es perfectamente posible trazar el desarrollo de las existencias anteriores, aunque desde luego requiere mucho tiempo y profundos estudios con las cartas astrológicas y realizar muchos cálculos. Una persona puede hallarse en un aeropuerto y preocuparse por los últimos lugares donde ha tocado el avión que llega. Si esta persona es simplemente un espectador podrá suponerlo. En cambio, en la torre de control podrán decirlo con toda exactitud. Y si un espectador ordinario tiene a su disposición una lísta de los datos concernientes al avión podrá decir en qué otros aeropuertos ha aterrizado. Lo mismo podemos hacer nosotros con las vidas pasadas.

Se necesitaría por lo menos un libro completo para explicar con claridad el procedimiento que seguirnos. Pero puede resultar interesante enumerar los puntos que abarca la astrología tibetana. Usamos diecinueve símb olos en las doce Mansiones de la Astrología. Estos símbolos indican:

Personalidad e interés propio; Finanzas, o sea, cómo se puede ganar o perder dinero; Relaciones, viajes cortos, habilidad mental y para escribir; Propiedades y condiciones al final de la vida; Niños, diversiones y especulaciones; Enfermedad, trabajo y animales pequeños; Asociación de negocios, matrimonio, enemigos y pleitos; Herencias y legados; Viajes largos y asuntos psíquicos; Profesión y honores; Amistades y ambiciones; Trastornos, inhibiciones y penas ocultas.

También podemos predecir el tiempo aproximado, o en qué condiciones ocurrirá lo siguiente:

Amor, el tipo de persona y el tiempo del encuentro; Matrimonio, fecha y resultado; Pasión, cuando se trata de temperamentos furiosos; Catástrofe, si ha de ocurrir y cómo ocurrirá; Fatalidad; Muerte, cuándo y cómo; Prisión u otras formas de privación de libertad; Discordia, familiar o en los negocios; Espíritu, etapa de evolución alcanzada.

Aunque practico mucho la astrología, encuentro que la psicometría y la adivinación fijando la vista en un cristal son mucho más rápidas y tan exactas como la otra. ¡Sobre todo, mucho más fácil cuando uno es una calamidad en las matemáticas! La psicometría es el arte de obtener leves impresiones de acontecimientos pasados basándose en un objeto. Todos tienen esta habilidad en cierta medida. Por ejemplo, cuando alguien entra en una antigua iglesia y, bajo la influencia de los siglos que han pasado por allí, dice: «¡qué atmósfera tan serena y tranquilizadora!» Pero esa misma persona visitará el lugar donde se ha cometido un horroroso crimen y exclamará:

«¡vámonos de aquí; no me gusta es te sitio, es demasiado tétrico!» La adivinación por el procedimiento de fijar la vista en el cristal es diferente.

El cristal -como ya he dicho en otro capítulo- no es más que un foco que concentra los rayos del Tercer Ojo de un modo muy semejante a como se proyectan los rayos X sobre una pantalla y nos muestran una imagen fluorescente. No se trata en absoluto de magia, sino sólo de utilizar las leyes naturales.

En el Tíbet tenemos monumentos a las leyes naturales. Nuestros chortens, cuyo tamaño va de metro y medio a más de quince metros, son símb olos que podemos comparar a un crucifijo o a un icono. En todo el Tíbet abundan estos monumentos. En Lhasa hay cinco, el más grande de los cuales es el Pargo Kaling, que forma una de las puertas de la ciudad. Los chortens son siempre de la misma forma. La base simboliza los sólidos cimientos de la Tierra. Sobre ella descansa el globo del agua coronado por el Cono de Fuego y que lleva encima el Platillo del Aire y sobre él, como remate, el tembloroso Espíritu (Eter) que espera abandonar este mundo de materialismo.

A cada uno de estos elementos se llega por los Escalones de la Consecución. El conjunto simboliza la creencia fundamental tibetana. Venimos a la tierra al nacer. Durante nuestra vida ascendemos apoyándonos en los Escalones de la Consecución. Pero llega un momento en que nos falta el aliento y entramos en la zona espiritual pura. Luego, después de un intervalo de duración variable (pueden ser siglos), volveremos a nacer para aprender otra lección. La Rueda de la Vida simboliza la interminable ronda de nacimiento-vida-muerte- espíritu-nacimiento-vida, y así sucesivamente.

Muchos escritores que han estudiado las cosas del Tíbet cometen el serio error de dar por cierto que creemos realmente en esos horribles infiernos que a veces están representados en la Rueda. Es posible que algunos seres extremadamente incultos crean que existe efectivamente ese infierno, pero cualquier persona medianamente culta se reirá si la suponéis capaz de ello.

Creemos que estamos en la Tierra para aprender y que en ella es donde sufrimos todas las torturas que se atribuyen al infierno. El Otro Sitio es para nosotros aquél donde vamos cuando salimos del cuerpo, o sea el sitio en donde encontraremos a otras entidades que también se han liberado del cuerpo. Y no es esto lo que se llama espiritualismo, si no una creencia muy concreta en que durante el sueño o después de la muerte podremos movernos con absoluta libertad por los planos astrales. A los más elevados de estos planos los llamamos «La Tierra de la Luz Dorada». Estamos seguros de que cuando nos encontremos en lo astral (después de la muerte o durante el sueño) podremos encontrar allí a las personas amadas porque estamos en armonía con ellas. Y nunca veremos a las personas por quienes sentimos antipatía, ya que ese estado de desarmonía no puede existir en la Tierra de la Luz Dorada.

Todo eso lo ha probado el tiempo y es una lástima que las dudas y el materialismo occidentales hayan impedido que se realicen las adecuadas investigaciones en esta ciencia. Debería pensarse en las muchas cosas de que se ha reído la humanidad al principio y que luego han resultado una magnífica realidad con el paso del tiempo: el teléfono, la aviación, la radio, la televisión y tantas otras cosas.

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