Capítulo 10

Brown's Hotel, Mayfair, Londres. Sábado, 16 de septiembre de 2006, 15.08


El recepcionista del Brown's, un hotel lujoso formado por once casas georgianas enlazadas en pleno Mayfair, tenía un ojo tasador sólo discernible para quienes no cumplían sus exigentes criterios. Falcón supuso que sería cortés, pero no se percató de lo exigua que era su cortesía hasta que alguien, instantáneamente reconocible, pero cuyo nombre se le escapaba, apareció detrás del hombro de Falcón. Eso era cortesía, o tal vez una caricatura de lo cortés. En cualquier caso, hizo esperar a Falcón sólo porque era evidente, por el traje liviano en otoño, que estaba fuera de lugar.

Al fin efectuó la llamada a la habitación de Yacub. A Falcón, que ya había dado dos veces su nombre, le pidió que lo repitiera como si fuera un proveedor de aves de caza que debía entrar por la puerta trasera. Se hizo un largo silencio mientras el recepcionista escuchaba. Entonces Falcón conoció, en toda su plenitud, la cortesía hotelera británica.

Yacub lo abrazó en el pasillo delante de su habitación. Se llevó un dedo a los labios, le indicó por señas que entrara y cerró la puerta. Por el estado de la habitación, era evidente que Abdulá estaba alojado ahí también, aunque no estaba presente en ese momento. Todavía con el dedo en los labios, indicó a Falcón que se desvistiese. Entró en el baño, extendió una toalla y la estiró sobre la cama. Falcón se quedó en calzoncillos. Yacub le indicó que también debía quitárselos.

Entraron en el baño. Yacub no encendió la luz. Abrió los grifos, cerró la puerta. Registró minuciosamente los oídos y la cabeza de Falcón y luego le indicó que se duchase y se lavase el pelo. Fue a buscar una cajetilla de cigarrillos a la habitación y se sentó en el bidé mientras Falcón se secaba.

– Todas las medidas de seguridad son pocas últimamente -dijo Yacub-. Tienen dispositivos del tamaño de una uña.

– Me alegra saber que todavía confías en mí.

– No te imaginas el cuidado que tengo que tener.

– Ya no sé lo que está pasando, Yacub. Estoy nadando felizmente en aguas bajas y, de repente, me veo fuera de la plataforma continental. No sé quién está conmigo o contra mí.

– Hablemos primero de la confianza -dijo Yacub, con semblante imperturbable-. Hablaste con Pablo.

– Tú me dijiste que Abdulá estaba en un campo de entrenamiento en Marruecos.

– Hablaste con Pablo -dijo Yacub, señalando con un dedo acusador el pecho desnudo de Falcón-. Por eso no tocas fondo. Hemos perdido el control de la situación. Ahora son ellos quienes la controlan. El CNI, el MI5 y el MI6… y probablemente la CIA también. Si no hubieras hablado con Pablo, todo habría quedado entre nosotros.

– No tengo experiencia en este juego como para dejar que suceda algo como el reclutamiento de Abdulá sin pedir consejo a Pablo -dijo Falcón-. Cuando me reuní contigo en Madrid sabía que, en el mejor de los casos, no me estabas contando toda la verdad. Pensé que era una vulneración de la confianza. Así que hablé con Pablo y él me confirmó que me habías mentido, Yacub.

– Se trata de mi hijo -dijo Yacub, encendiendo un cigarro-. Es algo que nunca entenderás.

– Si me diste información, no fue para que pudiéramos controlar la situación, sino para que pudieras controlarla tú -dijo Falcón-. Yo siempre estaré en la sombra, porque la sangre es más densa que el agua. Me lo dijiste desde el principio.

– Mi única motivación es protegerle.

– Bueno, pues ya está protegido, ¿no? -dijo Falcón, apoyándose en la cisterna-. Tú sabías que probablemente me informarían de que te habías reunido con Abdulá en Londres y, por tanto, sabías que acabaría enterándome de que me habías mentido en Madrid. Hablé con Pablo y lo averigüé antes de tiempo, eso es todo. Lo que tenemos que hacer ahora es restablecer la confianza. Puedo entender que estuvieras nervioso en Madrid. Puedo entender tu cautela y tu paranoia.

– ¿En serio? -replicó Yacub con sorna-. Antes de meterme en esto, pensaba que podía imaginármelo, pero no tenía ni idea de que sería así. Y tú has llegado a comprenderlo sin siquiera experimentarlo. Impresionante, Javier.

– Por fin estamos hablando con sinceridad -dijo Falcón-. Me alegro. Por fin estoy con el Yacub de siempre.

– El Yacub de siempre desapareció hace tiempo -repuso Yacub, y siguió fumando.

– No lo creo-dijo Falcón-. Pero tengo que darle al CNI algunas respuestas ya. Sabías que esto acabaría pasando. No puedes zafarte cinco veces del MI5 en los últimos tres meses sin esperar que te hagan preguntas. No me digas que han reclutado a tu hijo en el GICM sin aportar ninguna idea de su implicación. Los servicios secretos te están observando y se preguntan: ¿quién es Yacub Diuri? ¿Cuál es su relación con el empresario turco de Denizli con el que se reunió en la feria de Berlín? ¿Ha entablado contacto con una célula activa del GICM en Londres, de la que han tenido noticia a través de los franceses? ¿Quién es el desconocido que vive en su casa de Rabat? Y ninguna de estas preguntas ha surgido porque yo haya hablado con Pablo. Han surgido porque te has estado comportando como un… disidente.

– Es una descripción perfecta de mi situación -dijo Yacub-. Estoy en una pecera. Todo el mundo me mira. No tengo ningún lugar adonde ir, ningún lugar donde esconderme. Soy tan sospechoso para mis «amigos» del CNI como para mis «enemigos» del GICM. ¿Te sorprende que haya empezado a actuar solo, que no sea tan transparente como quisieras?

– Puede que estés en una pecera, pero aun así has logrado esconderte -dijo Falcón-. Y yo tengo que explicar cómo es posible que los profesionales del MI5 hayan perdido de vista a un agente mío, «falto de experiencia», en cinco ocasiones durante los últimos tres meses dentro de su propio territorio. La primera vez sólo un mes después de tu reclutamiento. Saben que estabas bien formado. Y yo sé que no te formó el CNI. Así que ¿quién te formó? Si quieres que ayudemos a Abdulá, tenemos que confiar en esta gente. Es el ala militar del GICM la que va a organizar una misión en la que podría morir tu hijo, no el MI5 ni el CNI.

Corría el agua por los grifos abiertos. Yacub apoyó la cabeza en la pared. Contempló el cielo a través de una ventana alta durante unos instantes, mientras fumaba.

– Mírame -dijo-. Mira en qué me he convertido.

– ¿Qué quieres que diga, Yacub? -dijo Falcón-. ¿Que lo siento? Siento que nos hayamos metido en esto sin saber…

– Nadie lo sabe -dijo Yacub con agresividad-. ¿Crees que los reclutadores profesionales les cuentan a sus «víctimas» cómo es la cosa? ¿Cuántos nuevos agentes crees que se habrían metido en esto si les hubieran dicho lo que pasaría…? Que los diseccionarían, los mantendrían con vida de forma magistral mientras todas sus estructuras se desmantelasen a su alrededor, hasta que lo único que quedase es una mente por la que corriese la sangre; ver cosas, oír cosas, recordar cosas, fotografiar cosas, informar sobre cosas.

– Quiero ayudarte, Yacub, pero no puedo si no sé nada, si lo que me cuentas sólo es una verdad parcial.

– Y si te lo cuento, ¿a quién se lo dirás? ¿A quién se lo dirán ellos? No se sabe dónde acabará. Nos convertiremos en piezas de ajedrez en una partida tridimensional donde los jugadores son incapaces de calcular las ramificaciones de cada movimiento hasta que ya es tarde.

– No es sólo simbólico que yo esté aquí sentado desnudo en tu baño -dijo Falcón-. Querían instalarme micrófonos ocultos. Les dije que no me resultaría posible hablar si tú sabías que nos escuchaban. Con tus precauciones, sabemos que ya no es así. Esto queda entre tú y yo. Y yo sé que vuelvo a estar contigo. Esto es distinto de lo que ocurrió en Madrid. Así que venga, vamos a hablar. Sácalo a la luz para que podamos decidir quién debe saber qué.

Yacub miró a Falcón desde el extremo del baño. La tenue luz procedente del gris del exterior confería un tono plomizo a un lado de su cabeza. Sus ojos se movieron y destellaron en la oscuridad. Esas centellas de luz se clavaban como agujas en la mente de Falcón. «¿Eres trigo limpio?», se preguntaban.

– El motivo por el que el GICM me aceptó tan rápidamente cuando me pasé a su lado de la mezquita era que ya llevaban nueve meses deseando reclutarme -explicó Yacub pausadamente-. A pesar de mis antecedentes familiares y mis relaciones con varios «movimientos» en el pasado, no habían hecho acercamiento alguno, porque no había nada en mi conducta que les indicase que tenía su misma mentalidad. Como ya te comenté, les intranquilizaba esa mitad mía que no era marroquí, y así sigue siendo. Pero el motivo por el que me captaron y me hicieron ascender tan rápidamente, amañando las cosas para que me reuniera, por ejemplo, con el alto mando militar a los pocos días de entrar, era que llevaban mucho tiempo vigilándome. Yo tenía algo que ellos querían.

– ¿Pero no tenías ni idea de lo que querían, ni estabas al corriente de que sabían que tenías algo que les interesaba?

– No, yo era ingenuo. Pensaba que era yo el que maniobraba -dijo Yacub, dándose golpecitos en el pecho y soltando, a continuación, una estruendosa carcajada-. Es como si vas a conocer a tu futura esposa en un matrimonio amañado, esperando a una virgen recatada, y te topas con una mujer terriblemente experimentada.

– ¿Y cuándo lo averiguaste? -preguntó Falcón.

– Cuando volví de París.

– ¿En junio?

– Me estaban investigando. Todos pensamos que tenía que ver con nuestra misión y con los 4x4 cargados de explosivos que iban a Londres, pero nada de eso. Estaban investigando si yo estaba limpio, controlando que no contactase con nadie y que nadie se acercase a mí.

– ¿Y qué te pidieron cuando volviste a Rabat?

– ¿Estás preparado para esto, Javier?

– ¿Qué quieres decir?

– En cuanto lo sepas, serás parte de ello, no podrás olvidarlo -dijo Yacub-. Te encontrarás no sólo con conocimiento, sino sosteniendo cosas en tu poder, cosas muy preciadas, como la vida de la gente. Mi vida. La vida de Abdulá.

– El motivo por el que estoy aquí es porque no tienes que pasar por esto solo -dijo Falcón-. Entramos en esto juntos, por ingenuos que fuéramos, y no voy a abandonarte ahora. Cuéntamelo.

– Si te lo cuento, estarás en mi barco, y eso significa que no podrás decírselo a nadie; ni a tu propia gente, y desde luego ni a los británicos ni a los americanos.

– Oigamos lo que es, antes de decidir nada.

– Nada de «ya veremos», Javier -dijo Yacub-. Soy hombre muerto si algo de lo que te cuento sale de esta habitación. Tendrás que vivir con el conocimiento. Y te interrogarán, te presionarán para sonsacarte lo que sabes.

– Desembucha -dijo Falcón.

Yacub se acarició la cabeza con las dos manos, se preparó.

– Una breve introducción -dijo-. Como sabes, el propósito fundamental del GICM no eran las operaciones internacionales, sino inducir un cambio en el gobierno marroquí.

– Quieren imponer un régimen islámico con la ley de la sharia -dijo Falcón.

– Exacto. Y la situación en Marruecos no es menos complicada que la de otro país que ejerce presión contra la frontera europea oriental: Turquía. Hay una compleja batalla entre lo religioso y lo laico en ambos países y se recurre al terrorismo en los dos bandos. La situación es algo diferente en Marruecos, porque tenemos una monarquía de la dinastía alauí, cuyos orígenes se remontan al yerno del profeta. También tenemos un rey, Mohamed V, que se identificó con la lucha nacionalista por la independencia en la década de 1950 y se exilió por ello. De modo que el rey tiene linaje religioso y credibilidad política, lo que significa que después de la independencia no era muy proclive a instituir un gobierno parlamentario.

»Murió pronto y su hijo, Hasan II, el hombre duro, tomó el poder en 1961. No creía en la democracia. Los líderes de los partidos políticos se exiliaron. Se instaló todo un aparato de policía secreta, informadores y terror. Era un régimen despótico, pero se mantuvo un orden laico. Mohamed VI tomó el poder en 1999 y hubo una relajación general: derechos humanos, poder y libertad para las mujeres, pluralismo político. A los fundamentalistas no les gustaban estas reformas, pero, con el sistema de seguridad más o menos desmantelado, veían oportunidades.

– Con el fin de organizarse para la perturbación política.

– Exacto, pero necesitaban ayuda. Necesitaban dinero -dijo Yacub-. La cosa aparentemente no se movió hasta el 11-S, pero ya antes de esa fecha se habían establecido importantes contactos con el grupo que sería conocido mundialmente como Al Qaeda. Los musulmanes marroquíes más devotos llevan siglos yendo a Oriente Próximo, aparentemente para recibir formación, pero desde la década de 1980 empezaron a entusiasmarse con lo que ocurría en Afganistán.

– Así que ya antes de 2001 pululaba por Marruecos la gente adecuada, capaz de adentrarse en la red de Al Qaeda.

– El GICM era un poco como una nueva empresa en busca de ayuda de una corporación mayor. Si quieres resultar atractivo, tienes que ser capaz de aportar algo a la mesa, y por eso se implicaron en operaciones internacionales. Pero la cosa no ocurrió de la noche a la mañana, así como si nada -dijo Yacub, chasqueando los dedos-. El GICM ha tardado años en afianzar esta situación, con rutas de tráfico de personas de entrada y salida entre Marruecos y España, redes de células para facilitar la vigilancia de los objetivos, logística de material, falsificación de carnés de identidad y pasaportes y fabricación de bombas.

– Así que, con el fin de convertirse en opciones interesantes, se han transformado en jugadores formidables.

– Ahora ni siquiera necesitarían pedir dinero a Al Qaeda -dijo Yacub-. Están implicados en el tráfico de drogas, la falsificación de tarjetas bancarias y las estafas por Internet, cosas que no consideran delictivas, sino «ataques» legítimos contra Occidente. Todo forma parte de la yihad. De modo que, como cualquiera que se convierte en una potencia por derecho propio, empiezan a concebirse de modo diferente. El éxito conlleva un cambio de perspectiva. Empiezan a pensar globalmente. ¿Por qué preocuparse por derrocar al monarca de un reino pobre y remoto, si se puede emprender una revolución total? Devolver todas las tierras, de Pakistán a Marruecos, y quizás incluso Andalucía, al gobierno y la ley islámicos, como era hace un millar de años.

– El sueño yihadí -dijo Falcón-. Pero ¿cómo lo consiguen? Hasta ahora han tenido una repercusión limitada con el atentado del World Trade Center, y la masacre de los trenes de cercanías de Madrid y Londres, pero su sueño dista mucho de cumplirse.

– Y son conscientes de ello -dijo Yacub-. Lo único que hizo Osama Bin Laden fue dar a conocerlos mundialmente. Transmitieron el mensaje de que tienen poder. Sólo a partir de entonces… después de 2001, empezó el verdadero pensamiento.

– Así que, sigue, ¿cómo van a conseguirlo?

– Mira, Javier, ése es el error fatal de Occidente.

– ¿Cómo?

– No creéis que sea posible. Os creéis que es una idea ridícula y rocambolesca de un puñado de fanáticos con turbante que viven en cabañas de barro y hacen planes con palos en la arena.

– Yo no infravaloro las capacidades de esos grupos -dijo Falcón-. Pero lo que sé es que el mundo árabe nunca ha sido capaz de mostrar un frente unido.

– Los líderes del mundo árabe -dijo Yacub-, los que se han convertido en los perritos falderos de Occidente, no pueden mostrar un frente unido con los palestinos privados del derecho de representación, los libaneses escindidos, los sirios siniestros, los turcos indecisos, los iraquíes ocupados, los iraníes imposibles. Pero ¿y sus poblaciones, con un sesenta por ciento de personas menores de veinticinco años, que no tienen nada salvo creencias y un fuerte sentido de la justicia? La gente está más preparada que nunca para mostrar un frente unido.

– De acuerdo -dijo Falcón-. Pero todavía queda mucho camino por recorrer.

– Pero hay un lugar clave -dijo Yacub-. Un país árabe tiene la llave de todo. No sólo es el más rico, con fabulosas reservas del producto más deseado del mundo, sino que además tiene las llaves de los lugares más sagrados del islam.

– Arabia Saudí -dijo Falcón-. Tu teoría de por qué los americanos invadieron Irak con tanta celeridad era la necesidad de proteger esa monarquía, que custodia el interés más valioso.

– Una relación muy difícil de entender para la mayoría de los musulmanes -dijo Yacub-. ¿Por qué los custodios de los lugares más sagrados del islam se alían con el infiel más despreciado de la faz de la tierra, el que respalda los derechos de Sión en el corazón de la tierra del profeta? El asunto es muy complicado, Javier. Posiblemente más comprensible si los saudíes utilizasen la riqueza, el poder y la influencia para hacer justicia con la gente más abyecta del mundo árabe, pero no lo hacen.

– Así que nadie se quejaría si la Casa de Saud tuviese un fin ignominioso -dijo Falcón-. Pero ¿cómo se puede conseguir?

– Ante todo, Al Qaeda puede no ser capaz de expulsar a los americanos de Irak, pero los mantendrán tan ocupados durante tanto tiempo que, cuando llegue el momento y los americanos tengan que responder, estarán tan débiles y sometidos a tanta presión, o tan faltos de voluntad, que no podrán hacerlo.

– Y entretanto…

– Hay más de seis mil miembros de la familia real saudí -dijo Yacub-. Su riqueza total es mayor que el PIB de muchos países más pequeños. Toda esa gente tan rica convierte a la familia real en un monstruo político. Sus miembros representan todas las ideologías, desde los amigos de América totalmente corruptos, que se dedican al tráfico de drogas, hasta los fundamentalistas wahabíes profundamente devotos, ascéticos, que tienden a la vida contemplativa. Unos hacen ostentación de su riqueza en chabacanas muestras de extravagancia, mientras que otros financian subrepticiamente el terrorismo internacional.

– Así que el GICM y otros grupos terroristas se han dado cuenta de que lo que haría falta es inclinar la balanza a favor de los fundamentalistas radicales dentro de la familia real.

– A lo cual se añade el apoyo de una población descontenta, que verá más oportunidades de igualdad en un estado islámico que en una monarquía anticuada…

– Y ahí están los cimientos de un nuevo orden mundial -dijo Falcón-. Pero no es algo que se consiga fácilmente. ¿Cómo lo va a conseguir el GICM? ¿Y qué posición ocupas tú en todo eso?

– Con persuasión, maniobras y, si fuera necesario, asesinatos -dijo Yacub-. Cosa por cosa.

– Supongo que hay un considerable aparato de seguridad en la Casa de Saud -dijo Falcón con inquietud.

– Sí. Muy experimentado. Muy bien entrenado -dijo Yacub, asintiendo, mirándose los pies.

– ¿Fueron ellos los que té entrenaron a ti, Yacub?

Yacub alzó la vista y contempló la pared sobre la cabeza de Falcón. La luz de sus pupilas parecía provenir de un lugar muy lejano, como un viajero nocturno que recorre lentamente un desierto sin luna.

– Aquí es donde te toca decidir, Javier -dijo-. Te comprendería si salieras del baño, te vistieras, te marcharas de la habitación y no volviéramos a vernos.

– No es eso lo que quiero -dijo Falcón.

– ¿Por qué no? -preguntó Yacub, bajando la mirada para clavarla en los ojos de Falcón con curiosidad sincera.

Falcón lo pensó unos instantes, no porque dudase, sino porque de pronto se dio cuenta de lo valiosa que había llegado a ser para él esta relación. Su amistad con Yacub tenía toda la complejidad de los vínculos de sangre, pero sin que existiera ningún parentesco. Y también sabía que no había vínculo más fuerte que el que se forja entre padres e hijos. Esta extraña situación -sentado en el baño del hotel de Yacub, con un mundo de problemas aparentemente a punto de estallar- le infundía una sensación de terrible soledad ante la falta de relaciones parentales propias y la constatación de que siempre sería secundario en la vida de determinadas personas que eran importantes para él.

– Si tienes alguna duda… -dijo Yacub.

– No tengo ninguna duda -dijo Falcón-. Eres la única persona que comprende lo que he sufrido. Mantengo una estrecha relación con mi hermano y con mi hermana, pero siguen viéndome como el Javier de siempre. Nunca han captado la magnitud del cambio, o tal vez no quieren afrontarlo. Tú me conoces como nadie, y no voy a renunciar a eso así como así.

– ¿Entonces por qué pareces tan compungido? -dijo Yacub.

– Porque creo que estoy destinado a la soledad suprema, por no ser nunca la persona más importante en la vida de nadie.

Yacub asintió. No tenía intención de mentirle.

– Pero hay veces -dijo- en que sólo un amigo puede ayudarte.

Falcón no dijo nada. Yacub sabía las preguntas que tenía que responder, y debía decidir si lo hacía o no. Suspiró, como si eso pudiera aliviarle.

– Mantengo una relación con… bueno, digamos por el momento que es «un miembro de la familia real saudí» -dijo Yacub-. Podemos llamarle Faisal sin miedo a su identificación.

– ¿Cuánto hace que lo conoces?

– Nos conocimos en 2002 en casa de un amigo, en Marbella -respondió Yacub-. Nos hicimos amigos. Hace muchos negocios en Londres. Cada vez que yo tenía reuniones o asistía a desfiles de moda, siempre nos veíamos.

– Seamos claros, Yacub -dijo Falcón-. ¿Es tu amante?

– Sí. Cuando se vio que la cosa iba en serio, y Faisal, por ser un miembro importante de la familia, estaba bastante paranoico, me sometieron a una investigación y luego me entrenaron, de manera que pudiera verlo sin suscitar la curiosidad de todo el mundo. Su destacamento de seguridad está formado por británicos. También me han ayudado activamente en los últimos meses, cuando, a causa de mis éxitos, el MI5 empezó a seguirme con más asiduidad.

– ¿Y qué es lo que sabe él sobre ti? -preguntó Falcón-. Si su destacamento de seguridad te está ayudando a zafarte del MI5, debe de saber que no eres «normal».

– Tenemos muchas creencias en común. Sabemos que el mundo no es blanco o negro. Pasamos mucho tiempo hablando del gris. Fue Faisal, por ejemplo, quien me dijo por qué invadieron Irak los americanos, como si se hubiera convertido en algo de extrema urgencia. Gran parte de los seis mil miembros de la familia real viven en un estado de paranoia y terror absolutos. Al menor indicio de problemas, ya están en sus aviones privados saliendo del país.

– Llevándose consigo los datos de sus cuentas bancarias suizas.

– Exacto -dijo Yacub-. Él los desprecia. A los dos nos interesa lo que ocurre por debajo de la superficie. Te caería bien. Hablamos de ti.

– ¿Quiere eso decir que no le molestan tus actividades de «espionaje» para el CNI?

– A él le favorece y, como sabes, también me cuenta cosas.

– ¿Qué posición ocupa él en la división esencial entre «amigos de Estados Unidos» y «fundamentalistas wahabíes»?

– Está en los dos bandos y en ninguno.

– Así que es un miembro importante de la familia real que está en la balanza -dijo Falcón-. El objetivo ideal del GICM. Alguien a quien quisieran convertir a su causa.

– No exactamente -dijo Yacub-. Olvidas que los radicales islámicos del GICM lo ven todo blanco o negro. No les gustan las zonas grises. No soportan a un hombre con opiniones contradictorias. Por devoto que sea Faisal, y es muy devoto, más de lo que nunca seré yo, sigue siendo un miembro muy leal a su familia. Por muy poderosos que sean los argumentos que le exponga un radical, nunca traicionaría a su rey.

– ¿Cómo averiguó el GICM que mantenías una relación con Faisal? ¿Saben hasta dónde llega?

– Saben hasta dónde llega y no sabemos exactamente cómo accedieron a esa información -dijo Yacub-. Yo me solapé con otro amante. Faisal viaja a menudo con un gran séquito y otros miembros de la familia. Hay indiscreciones. Hay criados. Por mucho que lo intentes, no puedes mantener un hermetismo absoluto respecto al mundo. Y algo como la homosexualidad de un importante miembro de la familia siempre encuentra una manera de salir a la luz. El cotilleo salaz encuentra una grieta en cualquier pared.

– ¿Y eso es lo que te dijo el GICM cuando volviste de París en junio?

Yacub tenía los pies apoyados en el borde del bidé. Los codos clavados en las rodillas, la frente en las manos. Asintió.

– ¿Y por eso el GICM ha reclutado a Abdulá? -preguntó Falcón-. El único vínculo más poderoso que un amante es el que existe entre un padre y un hijo. Así es como te mantienen «cerca». ¿Pero qué quieren exactamente?

– Faisal nunca se convertirá totalmente a la causa -dijo Yacub-. Lo quieren muerto.

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