Anotación número 33.

SÍNTESIS: Sin síntesis. A toda prisa, una ulterior palabra.

Ha amanecido de nuevo.

Eché rápidamente un vistazo al periódico; tal vez allí…

Leo el periódico sólo con los ojos. (Mis ojos son como una pluma, como una escala matemática, una regla de cálculo que se lleva en la mano; algo tan extraño como un instrumento.)

En la primera página, un gran titular cubre toda su extensión:

«Los enemigos de la felicidad no duermen. Agarrad la felicidad con ambas manos. Mañana se suspenderá todo el trabajo y todos los números, absolutamente todos, formarán para la operación. El que no comparezca, terminará en la máquina del Protector.»

¡Mañana! ¿Pero es que realmente podrá haber todavía un mañana? La fuerza de la costumbre hizo extender mi mano hacia la estantería de libros para dejar el periódico en el montón de los anteriores, recogidos dentro de una carpeta con letras de oro. Entretanto iba pensando: «¿Por qué? Seguramente no volveré nunca a esta habitación».

El periódico cayó al suelo. Ahí me encontraba de pie, echando el último vistazo a mi cuarto; con movimientos precipitados recogía todo cuanto quería llevarme, acomodándolo dentro de una maleta imaginaria. La mesa, los libros, el sillón. En el sillón se había sentado más de una vez I… Y yo había estado de rodillas delante de ella. La cama. Luego esperé uno, dos minutos como un tonto, con la descabellada esperanza de que se produjera un milagro: tal vez sonaría el teléfono, quizás ella me diría…

No, no se producía ningún milagro…

Ahora me marcho, fuera… Hacia lo desconocido. Éstas son mis últimas palabras. Adiós, mi querido y desconocido lector. Adiós, lector mío, con el que he vivido tantos y tantos acontecimientos y al que me he confesado totalmente, yo, el enfermo, atacado de un mal incurable que se llama alma; al que he descubierto hasta el tornillito más pequeño y roto, hasta el último muelle partido…

¡Me marcho!

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