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A solas en su despacho, el subinspector Yu intentó evaluar la situación. Era desesperada, tuvo que admitir. Desesperada por la certeza de que se cometería otro asesinato en tres días, y por su incapacidad para evitarlo.

Desde primera hora de la mañana, Yu se había visto desbordado por una avalancha de informes y de declaraciones. El teléfono no dejó de sonar, como la campana funeraria en una película casi olvidada. Sólo había dormido unas horas la noche anterior, y se había saltado el desayuno para poder asistir a una teleconferencia con un experto forense de Pekín. Ahora le agobiaba su uniforme de algodón acolchado y empezó a sudar. Al igual que los otros policías de su grupo, se sentía hastiado ya de buena mañana, mientras preparaba otra taza de té extra fuerte: una taza llena de hojas de té hasta la mitad.

Liao parecía desanimado, y había dejado de hablar del perfil material o del garaje. Tampoco planteó su hipótesis sobre el negocio sexual, que Li había vetado. La industria sexual de la ciudad era un secreto a voces, pero se suponía que nadie podía hablar de ello, menos aún relacionarlo con un caso de asesinatos en serie que estaba causando tanta alarma.

En cuanto al enfoque psicológico de Chen, Yu ni siquiera lo mencionó en el Departamento. No creyó que nadie se lo fuera a tomar en serio. Los estudios psicológicos sólo resultarían útiles después de capturar al criminal, pero de poco iban a servir si nadie lo identificaba y continuaba en libertad. Con todo, Yu recomendó intensificar la seguridad los jueves por la noche con la ayuda del comité vecinal. Por una vez, Li accedió de inmediato.

Yu estaba echando otro pellizco de hojas de té oolong en la taza cuando volvió a sonar el teléfono.

– ¿Puedo hablar con el subinspector Yu Guangming? -dijo una voz desconocida que parecía de una mujer de mediana edad.

– Soy yo. Al habla.

– Me llamo Yaqin. Trabajaba con Jazmín. Usted vino a nuestro hotel el otro día, lo vi hablando con el jefe de recepción.

– Sí, así es.

– ¿Aún ofrecen una recompensa por la información sobre Jazmín?

– Sí, dos mil yuanes, si nos ayuda a avanzar en la investigación.

– Jazmín tenía novio. Lo conoció hace algunos meses. Se aloja en nuestro hotel cuando vuelve de Estados Unidos, es un cliente habitual.

– Lo que dice podría ser importante -afirmó Yu-, ¿Me puede dar más detalles, Yaqin?

– Se llama Weng. No es muy rico, de lo contrario no se alojaría en nuestro hotel, pero tiene pasta, al menos la suficiente como para poder alojarse aquí varios meses seguidos. Y también tiene un permiso de trabajo americano, lo que es más que suficiente para que muchas chicas de Shanghai se le peguen como lapas. Bueno, la cuestión es que congeniaron. Los han visto cenando al aire libre, cogidos de la mano.

– ¿Usted los ha visto juntos?

– No, pero la vi a ella entrando con sigilo en la habitación de Weng una tarde, hará un mes. No fue durante su turno de aquel día. -Después añadió-: Weng era una opción real para Jazmín. Tiene unos quince años más que ella, pero podría haberla llevado a Estados Unidos.

– ¿Ha notado algo raro en él?

– Bueno, nada de lo que esté demasiado segura. Su familia continúa viviendo en Shanghai, pero él prefiere alojarse en un hotel. ¿Por qué? No me entra en la cabeza. Nadie sabe de qué trabaja, ni de dónde saca el dinero. Pagarse un hotel durante tres o cuatro meses es un coste considerable.

– Hablé con su director el otro día. No me dijo nada sobre Weng, ni sobre su relación con Jazmín.

– Puede que no lo sepa -respondió la mujer-. Además, el negocio hotelero se ha visto afectado por el asesinato. Puede que nadie tenga interés en atraer aún más atención.

– ¿Weng está ahora en el hotel?

– Llegó de Estados Unidos esta mañana. Ha estado encerrado en su habitación desde entonces.

– Voy hacia allí ahora mismo. Si sale, dígale que no se vaya del hotel -ordenó Yu-. ¿Está segura de que estuvo en Estados Unidos las dos últimas semanas?

– Cuando Jazmín murió él no estaba aquí, pero no estoy segura de dónde se encontraba. Y llegó esta mañana con todo su equipaje.

– ¿Puede comprobar su pasaporte? Sobre todo la fecha de su última entrada.

– Eso será fácil. Deja el pasaporte en la caja de seguridad del hotel. Haré lo que me pide. -Después agregó-: Pero no quiero que me vean hablando con un policía, o pasándole información.

– No se preocupe, lo entiendo. No vendré de uniforme.

Cuarenta y cinco minutos más tarde, Yu llegó a la recepción del hotel vestido con una chaqueta gris que Peiqin le había comprado. Nadie pareció reconocerlo. No tardó en ver a Yaqin, una mujer baja que llevaba el pelo recogido en un moño pasado de moda, aunque probablemente no tendría más de cuarenta y cinco años. Yaqin le pasó a escondidas una fotocopia del pasaporte, en el que constaba que Weng salió hacia Guangzhou el día en que asesinaron a Jazmín, y que había vuelto esa misma mañana. Weng apenas habría tenido tiempo para cometer el primer asesinato. Y era del todo imposible que hubiera cometido el segundo.

– Gracias, Yaqin -dijo Yu-. ¿Weng aún está aquí?

– Habitación trescientos siete -susurró Yaqin.

– La llamaré más tarde -respondió Yu en voz baja- para encontrarnos fuera del hotel.

Yaqin asintió con la cabeza mientras sacaba un cenicero lleno de colillas del mostrador de recepción, como empleada conzienzuda que era.

Yu entró en un viejo ascensor, que lo zarandeó hasta la tercera planta. Tras recorrer el estrecho pasillo hasta el final, llamó a una puerta marrón con el número 307.

La puerta se abrió con un crujido. El hombre que se encontraba en el interior de la habitación parecía tener unos cuarenta años, iba despeinado y tenía los ojos enrojecidos y levemente hinchados. Yu lo reconoció como Weng, aunque en la fotografía de su pasaporte parecía mucho más joven y menos rechoncho. Era evidente que Weng no se había cambiado desde su llegada: aún iba embutido en un traje arrugado, como un petate demasiado lleno. El subinspector Yu le mostró su placa y fue directo al grano.

– Ya debe saber por qué estoy aquí, así que hábleme de su relación con Jazmín, señor Weng.

– Va muy deprisa, camarada subinspector Yu. He regresado esta mañana, y ya me considera sospechoso.

– No es cierto. Tal vez no sepa que ha habido otra víctima mientras usted estaba en Estados Unidos. No tiene que preocuparse de que lo consideremos sospechoso, pero todo lo que me diga nos ayudará en la investigación. Usted quiere vengar la muerte de Jazmín, ¿no?

– De acuerdo, le diré lo que sé -aceptó Weng, dejando entrar a Yu en la habitación-, ¿Por dónde quiere que empiece?

– Por el momento en que la conoció. No, espere, retrocedamos hasta el principio. Hábleme primero de sus viajes de regreso a Shanghai -sugirió Yu, sacando una grabadora en miniatura-. No es más que un procedimiento rutinario.

– Bueno, salí de Shanghai para seguir estudiando en Estados Unidos hará unos siete u ocho años. Allí me doctoré en antropología, pero no pude encontrar trabajo. Finalmente, empecé a trabajar para una empresa estadounidense como su comprador particular en China. Sin fábrica ni taller, la empresa diseña los productos en Estados Unidos, los fabrica aquí y los vende con un buen margen de beneficios por todo el mundo. A veces simplemente compran al por mayor en el mercado Yiwu de pequeños artículos, y después les ponen sus etiquetas a los objetos comprados. Me contrataron porque hablo varios dialectos chinos, y porque soy capaz de negociar y de regatear en el campo. Así que voy y vengo en avión regularmente, y tengo la base en Shanghai. Después de todo, es mi ciudad natal, y me es cómodo viajar a cualquier otra parte desde aquí.

– Espere un momento, Weng. Su familia aún está aquí. ¿Por qué no vive con ellos?

– Mis padres sólo tienen una habitación de dieciséis metros cuadrados, en la que aún vive mi hermano mayor con su mujer y sus dos hijos, muy apretujados. No puedo volver a esa habitación y apretujarme yo también con ellos. Tal vez mi hermano no dijera nada, pero su mujer no dejaría de refunfuñar. La empresa paga todos los gastos de mis viajes de negocios. ¿Por qué tendría que ahorrarles dinero?

– Ya veo -respondió Yu-, ¿Así que la conoció durante su estancia en el hotel?

– La conocí hará medio año, durante un incidente que tuvo lugar en el ascensor. El ascensor, que está muy viejo, se paró entre la quinta y la sexta planta. Nos quedamos atrapados. Los dos solos, cara a cara y conscientes de que el ascensor podía desplomarse en cualquier momento. De repente, la sentí muy cerca de mí. Vestida con su blusa y su falda de uniforme del hotel, calzando zapatillas de plástico, sosteniendo un cubo de agua jabonosa. Estaba en la flor de la vida, y era demasiado guapa para hacer un trabajo tan ingrato. Entonces se apagó la luz. Me cogió la mano, presa del pánico. Después de los cinco minutos más largos de mi vida, el ascensor volvió a funcionar. Bajo la luz, que volvió gradualmente, parecía tan pura y encantadora… Le pedí que se tomara una taza de té conmigo en la cafetería del hotel, para aliviar el sobresalto con un ritual establecido. Se negó, alegando que iba en contra de las normas del hotel. A la mañana siguiente la vi de nuevo en recepción, por casualidad. Parecía agotada después de su turno de noche. La seguí hasta el exterior y la invité a un restaurante que estaba frente al hotel. Aceptó. Así empezó todo.

– ¿Qué tipo de chica le parecía que era?

– Una chica muy agradable. No quedan muchas como ella hoy en día. En absoluto materialista. Podría haber cobrado mucho más en mi club nocturno, pero prefería ganar dinero de forma honesta en el hotel. No creo que me considerara un «bolsillos llenos». Ni se le ocurrió. Y además tenía devoción por su padre, que estaba enfermo y paralítico. ¡Una hija extraordinariamente dedicada!

– Sí, ya me lo han dicho. ¿Usted estuvo en su casa?

– No, a Jazmín no le gustaba la idea. Quería mantener nuestra relación en secreto.

– ¿Porque usted se alojaba en el hotel?

– Tal vez.

– Sin embargo, usted salió muchas veces con ella. La gente habría descubierto su relación tarde o temprano.

– Quizá, pero no salimos tanto como dice. Yo estaba muy ocupado, volando de un sitio a otro, y ella tenía que cuidar a su padre.

– Ahora una pregunta algo distinta. ¿Se puso alguna vez un vestido mandarín rojo en su presencia?

– No. No era nada coqueta. Quise comprarle algo de ropa nueva, pero siempre me decía que no lo hiciera. Tenía una chaqueta de pijama que había pertenecido a su madre hacía quince años. No, no le… -Weng dejó de hablar, como si lo embargaran los recuerdos-. El Cielo está ciego. Una chica como ella no debería haber tenido tan mala suerte, ni haber acabado así.

El teléfono de la habitación comenzó a sonar. Weng descolgó rápidamente, como si hubiera estado esperando la llamada.

– Ah, señor Newman, sobre ese trato… Espere un momento -Weng se dio la vuelta, tapando el auricular con la mano-. Lo siento, es una llamada internacional. ¿Podemos seguir hablando en otra ocasión?

– Está bien -respondió Yu, sacando una tarjeta y escribiendo en ella el número del móvil que la comisaría le había proporcionado temporalmente-. Puede llamarme a cualquier hora.

La visita no había servido de mucho, pero al menos podía descartar dos posibilidades. En primer lugar, Weng quedaba excluido como sospechoso, y, lo que era más importante, Jazmín no parecía ser un ligue fácil que se dedicara al negocio sexual, en contra de las sospechas de Liao.

Con todo, le dio la impresión de haberse perdido algún detalle durante el interrogatorio, aunque no sabía exactamente cuál.

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