Capítulo 19

Carter me trajo narcisos a la mañana siguiente. No sabía dónde los habría conseguido en esta época del año. Seguramente se habría teletransportado a otro continente.

– ¿Qué significa esto? -pregunté-. No irás a tirarme los tejos ahora, ¿no?

– Para eso te traería rosas. -Por primera vez desde que lo conocía, el ángel parecía azorado-. No sé. Anoche parecías triste. Pensé… pensé que esto te animaría.

– Gracias… es un detalle, supongo. Sobre lo de anoche… cuando te grité…

Se encogió de hombros.

– No te preocupes. Todos tenemos momentos de debilidad. Lo que cuenta realmente es cómo nos recuperamos de ellos.

Puse los narcisos en un jarrón, y pensé en ponerlos en la encimera. El ramo de Román, ahora marchito, estaba allí ya, y los claveles rojos que compré la noche que murió Duane habían ido a parar a la basura hacía tiempo. Me parecía injusto hacerles la competencia a las flores de Román, así que puse las de Cárter en el alféizar de la ventana del dormitorio.

Después de aquello, los días se sucedieron en cómoda rutina. Cárter y yo no nos convertimos en amigos del alma, pero conseguimos alcanzar una suerte de agradable equilibrio. Salíamos juntos, veíamos películas juntos, e incluso de vez en cuando cocinábamos juntos. El ángel resultó ser muy apañado en la cocina; yo seguía siendo una inepta.

En el trabajo, me seguía a todas partes, tan invisible y discreto como había prometido. No sabía qué era lo que hacía durante mis turnos. Tenía la impresión de que deambulaba por la tienda, observando a la gente. Tal vez hojeando los libros, incluso. También sabía que pasaba mucho tiempo esperando en mi despacho, aunque yo no estuviera allí, esperando la aparición de otra nota del nefilim. No hubo ninguna. Sí que había ocasionales destellos de nefilim, sin embargo, y Cárter desaparecía durante un rato sin avisarme siquiera, bien rozándome la mejilla suavemente para indicarme que había vuelto o susurrando brevemente dentro de mi cabeza.

Empecé a tomar el café con Seth entre turno y turno. Estaba esperándome el primer día que volví con un moca de chocolate blanco y, para mi sorpresa, con otro también para él.

– Bruce me lo ha puesto descafeinado -explicó.

Su gesto era demasiado dulce como para resistirse, de modo que aquel día me había sentado a charlar con él, y el siguiente… No puede decirse que estuviera guardando las distancias como me había propuesto, pero sí me mantuve firme en mi negativa a confraternizar fuera del trabajo. Parecía conformarse con los encuentros en la cafetería, sin embargo, y pronto se generó una interesante dinámica.

Puesto que seguía deprimida por lo de Román, me movía y actuaba con apatía, hablando muy poco, demasiado absorta en mi desgracia personal. Seth debió de presentir algo de esto, y en vez de dejar que nuestras charlas de café se estancaran, asumía la iniciativa de la conversación, un cambio notable en él. Al principio parecía algo forzado, pero cuando ganó confianza, descubrí que realmente podía hablar tan bien como escribía. Me sorprendió el cambio y disfrutaba del tiempo que pasábamos juntos, descubriendo que mi anhelo por Román se aliviaba un poquito.

«Es verdaderamente agradable -observó Cárter una mañana después de dejar a Seth para encargarme del mostrador de información-. No entiendo por qué pasas tanto tiempo lamentándote por el otro tipo cuando tienes uno como éste.»

«No es tan sencillo como el que Seth sea agradable o no -repuse, sintiéndome aún un poco extraña por la comunicación mente a mente que tan tranquilamente empleaban los inmortales superiores-. Y tampoco es que esté buscando otro hombre. Además, ni siquiera conoces a Román. ¿Qué sabrás tú?»

«Sé que no hacía tanto tiempo que os conocíais. ¿Hasta qué punto podíais haber desarrollado vuestra relación?»

«Mucho. Era muy divertido. E inteligente. Y apuesto.»

«Supongo que hay relaciones cimentadas sobre mucho menos. Aun así, sigo apostando por Seth.»

«Largo. Tengo que trabajar.»

Ángeles. ¿Qué sabrían ellos?

Mientras caminaba de regreso a casa tras mi cuarto día en la librería con Cárter, me preguntó: ¿Quieres ir a ver a Erik?

Fruncí el ceño, pensativa. Ese día había trabajado en el turno de mañana y debía volver por la noche para la última clase de baile del personal. Disponía de dos horas antes de eso, y había supuesto que el ángel y yo continuaríamos con nuestra recién adquirida costumbre de ver alguna película antigua juntos.

– ¿Qué tienes en mente? -pregunté en voz alta, una vez a salvo en mi apartamento.

Se materializó a mi lado.

– Quiero tantear el terreno. Hace tiempo que no detectamos actividad nefilim. Ni nota, ni agresiones. Sin embargo, sabemos que todavía anda cerca porque no dejo de percibir esos destellos. ¿Por qué? ¿A qué está jugando?

Saqué una lata de Mountain Dew del frigorífico y me senté en un taburete.

– Y todavía no has descartado que Erik sea el chivato.

– No, no lo he descartado. Como dije antes, no quiero que sea él, pero probablemente es la mayor fuente mortal de información inmortal de los alrededores.

– Y -concluí preocupada- si se comunica con el nefilim, quizá conozca sus planes. ¿Qué vas a hacer, sacarle la información a golpes? Porque no quiero estar presente.

– Ése no es mi estilo. Puedo notar si la gente miente, pero no se me da particularmente bien… eh, ¿cómo expresarlo?, sonsacarles información. Como observaste hace poco, no soy precisamente un encanto. A ti, en cambio, encanto es lo que te sobra.

No me gustaba el rumbo que estaba tomando la conversación.

– ¿Qué quieres que haga?

– Nada extraordinario, te lo aseguro. Tan sólo habla con él como harías normalmente. Como si quisieras continuar con vuestra última conversación. Alude al nefilim si puedes, a ver qué ocurre. Le caes bien.

– ¿Qué harás tú?

– Estaré allí, invisible.

– Terminaremos a tiempo de conducir de regreso puntuales para la clase de baile.

– Falso. Te teletransportaré.

– Ugh. -A lo largo de los años me había dejado teletransportar por más de un inmortal superior. No era una experiencia agradable.

– Vamos -insistió al presentir mi renuencia-. ¿No quieres poner punto final a este asunto del nefilim?

– Vale, vale, deja que me cambie de ropa. Sigo sin estar segura de que no vayamos a llevarnos mal al final.

Hizo algunos comentarios propios de Jerome sobre mi tendencia a vestirme a la antigua, pero no le hice caso. Cuando estuve lista, nos volvimos invisibles, y me cogió las muñecas. Sentí algo, sólo un milisegundo, como una ráfaga de viento, y aparecimos en una esquina de la tienda de Erik. Un pequeño ataque de náusea, parecido al que había sufrido después de beber tanto, se apelotonó en mi interior antes de remitir.

Al no ver a nadie en los alrededores, ni siquiera a Erik, me hice visible.

– ¿Hola?

Momentos después, el anciano librero asomó la cabeza desde la trastienda.

– Señorita Kincaid, santo cielo. No la he oído entrar. Es un placer volver a verla.

– Lo mismo digo. -Le dediqué una sonrisa de súcubo de cinco estrellas.

– Qué arreglada va usted esta noche -observó, fijándose en mi vestido-. ¿Alguna ocasión especial?

– Voy a bailar después de esto. De hecho, no puedo quedarme mucho rato.

– Sí, por supuesto. ¿Le da tiempo a tomar el té?

Dudé un instante, que Cárter aprovechó para decirme mentalmente: Sí.

– Sí.

Erik fue a poner el agua al fuego, y yo despejé nuestra mesa, asumiendo ambos nuestros papeles habituales. Cuando volvió con el té, descubrí que era otra de sus variedades de hierbas, esta vez llamada Claridad.

Le felicité por la mezcla, sin dejar de sonreír, esforzándome al máximo por resultar encantadora. Hablamos incluso de trivialidades antes de lanzarme de cabeza al objetivo de mi misión.

– Quería darte las gracias por la ayuda prestada la última vez con la referencia de las escrituras -le expliqué-. Me sirvió para comprender toda la parte relacionada con los ángeles caídos, aunque confieso… que me condujo en una dirección extraña.

– ¿Sí? -Sus pobladas cejas grises se arquearon mientras se acercaba la taza a los labios.

Asentí con la cabeza.

– Además de mencionar la caída de los ángeles… hablaba también de los que se casaron y tuvieron descendencia. Los que tuvieron nefilim.

«Chica, no te andas por las ramas, observó secamente Cárter.»

El anciano asintió nuevamente, como si acabara de hacer un comentario perfectamente normal.

– Sí, sí. Un tema fascinante, los nefilim. Bastante polémico entre los estudiosos de la Biblia.

– ¿Y eso?

– Bueno, algunos fieles se resisten a aceptar que los ángeles, las más santas de las criaturas, pudieran rebajarse a practicar unas actividades tan ordinarias, caídos en desgracia o no. Que sus bastardos semidivinos pudieran caminar por el mundo es más impactante aún. Es algo que irrita a muchos religiosos.

– ¿Pero entonces es cierto? ¿Existen los nefilim? Erik me dedicó una de sus enigmáticas sonrisas.

– Nuevamente, me hace usted preguntas cuya respuesta me sorprende que no conozca.

«¿Lo ves? Conmigo hace lo mismo. Evita la pregunta.» «Jerome y tú nos lo hacéis todo el tiempo», le repliqué al ángel. A Erik le contesté:

– Bueno, como dije antes, mis conocimientos son muy limitados. -Se limitó a reírse por lo bajo, e insistí-: ¿Entonces? ¿Existen o no?

– Habla usted como si estuviera persiguiendo extraterrestres, señorita Kincaid. Irónico, puesto que algunos conspiranoicos afirman que los avistamientos de alienígenas son en realidad manifestaciones de los nefilim, y viceversa. Pero para tranquilizarla… o no, depende… sí, es cierto que existen.

– ¿Los alienígenas o los nefilim? -bromeé, intentando mantener el tono informal de la conversación, aunque sabía que se refería a estos últimos. Yo ya conocía su existencia, pero me alegró escuchar su vehemente confirmación. Si quisiera disimular el hecho de estar colaborando con un nefilim, sin duda se mostraría más elusivo.

– Si hubiera pasado usted tanto tiempo como yo en mi antiguo lugar de empleo, de hecho, sabría que ambos son reales.

Me reí, recordando que Krystal Starz tenía a la venta libros sobre cómo comunicarse con los seres del espacio exterior.

– Se me había olvidado. ¿Sabes?, últimamente he tenido un par de encontronazos con tu antigua jefa.

Erik entornó los ojos.

– ¿Sí? ¿Qué ha pasado?

– Nada grave. Diferencias profesionales, supongo. Le robé un par de antiguas colegas de trabajo tuyas… ¿Tammi y Janice? A Helena no le hizo mucha gracia.

– No. Me lo imagino. ¿Hizo algo?

– Se presentó en mi librería y armó un revuelo enorme, me vaticinó toda clase de desgracias. Nada serio.

– Es una mujer interesante -dijo.

– Eso es quedarse cortos. -Vi que nos habíamos desviado del tema y esperé que Cárter me amonestara por ello. No lo hizo-. Entonces, ¿sabes de alguna manera para detectar a los nefilim? ¿De anticipar dónde aparecerán?

Erik me dedicó una mirada extraña y no respondió de inmediato. Sentí cómo se me encogía ligeramente el estómago. Tal vez supiera algo más sobre nuestro nefilim. Esperaba que no.

– En realidad no -dijo, al cabo-. Identificar a los inmortales no es tan sencillo.

– Pero se puede hacer.

– Sí, por supuesto, aunque algunos se camuflan mejor que otros. Los nefilim especialmente tienen motivos para ocultarse, puesto que los persiguen constantemente.

– ¿Aunque no causen problemas? -pregunté, sorprendida. Ni Cárter ni Jerome habían mencionado eso.

– Aun así.

– Qué triste.

Recordé el extracto del libro de Harrington que hablaba de cómo tanto el cielo como el infierno habían repudiado a los nefilim. Puede que yo también me cabreara en ese caso, y quisiera causar problemas y hacerles saber a ambos bandos que no aprobaba su política.

Erik tenía poco más que ofrecer sobre los nefilim, y nuestra conversación fue tomando otros derroteros. Transcurrió una hora, para mi sorpresa, puesto que esperaba que Cárter me parara los pies antes. Me excusé y me disculpé con Erik, alegando tener que irme. Compré té, como de costumbre, y me invitó a volver cuando quisiera, también como de costumbre.

Cuando llegué a la puerta, me llamó con voz vacilante:

– ¿Señorita Kincaid? Sobre los nefilim…

Sentí cómo se me ponía la piel de gallina. Al final sí que sabía algo de todo esto. Maldición.

– Recuerde que son inmortales. Llevan aquí mucho tiempo, pero al contrario que otros inmortales, no tienen planes propios ni divinos que seguir. Muchos intentan llevar vidas honradas, incluso ordinarias.

Reflexioné acerca de esta curiosa información mientras salía, imaginándome a un nefilim cogiendo el tren para ir a trabajar todos los días. Costaba reconciliar esa imagen con otras, más horrendas, que llevaban tiempo rondándome la cabeza.

Hacía tiempo que había oscurecido, y el aparcamiento estaba vacío. Me hice invisible y esperé a que Cárter nos sacara de allí. Esperé. Y esperé.

– ¿Y bien? ¿Te vas a hacer de rogar? -murmuré. No hubo respuesta.

– ¿Cárter?

Nada.

Entonces se me ocurrió: Cárter había emprendido otra persecución del nefilim. Estaba sola. Estupendo. ¿Qué iba a hacer ahora? No tenía coche, y con independencia de lo que dijera el ángel sobre que seguía estando a salvo cuando él se iba de cacería, estar allí sola en la oscuridad me ponía nerviosa. Volví a entrar en la librería, visible. Erik me miró con sorpresa.

– ¿Te importa que espere aquí a que vengan a buscarme?

– En absoluto.

Claro que antes tenía que llamar a alguien para que viniera a buscarme. Saqué mi móvil nuevo, debatiéndome sobre qué número marcar. Cody sería la opción ideal, pero vivía lejos al sur de la tienda y yo estaba más al norte. Habría salido ya camino de la clase de baile, y haciéndole subir hasta aquí sólo conseguiría que los dos llegáramos tarde. Necesitaba alguien que viviera cerca, pero no conocía a nadie salvo… en fin, Seth vivía en el distrito universitario. No estaba muy lejos de Lake City. La cuestión era si estaría en casa o si seguiría en Queen Anne.

Decidí correr el riesgo y le llamé al móvil.

– ¿Diga?

– Soy Georgina. ¿Dónde estás?

– Hum, en casa…

– Genial. ¿Te importaría venir a buscarme?

Seth llegó al establecimiento de Erik quince minutos más tarde. Casi me esperaba que Cárter reapareciera entremedias, pero no había dado señales de vida. Le di las gracias a Seth y monté en su coche.

– Te lo agradezco de veras. El que tenía que recogerme me ha dejado plantada.

– No tiene importancia. -Vaciló y me miró de reojo-. Estás preciosa.

– Gracias. -Llevaba puesto un vestido rojo sin mangas con un top estilo corsé.

– Aunque te quedaría mejor con una camisa de franela.

Tardé un momento en recordar el conjunto que había llevado a la casa de su hermano, y otro más en recordar que no le había devuelto la camisa.

– Lo siento -me disculpé después de decirle eso mismo-. Te la devolveré enseguida.

– Tranquila. Después de todo, sigo teniendo tu libro como rehén. Es un trato justo. No dudes en ponértela alguna vez más, para que huela a ti y tu perfume.

Cerró la boca de golpe, seguramente temiendo haber hablado más de la cuenta, lo cual probablemente era cierto. Quise reírme del comentario, aliviar un poco su turbación, pero en vez de eso sólo podía imaginarme a Seth con la camisa de franela en la cara, inspirando hondo, aspirando mi fragancia. La imagen era tan sensual, tan tremendamente provocadora, que me aparté ligeramente de él y miré por la ventanilla para disimular mis sentimientos y mi respiración de pronto agitada.

Qué coqueta sin remedio estaba hecha, decidí mientras el resto del paseo en coche transcurría en silencio. Tan pronto estaba llorando por Román como me entraban ganas de revolearme con Seth en la cama. Era una frívola. Generaba sensaciones encontradas en los hombres, revoloteando de uno a otro, atrayéndolos con una mano y apartándolos de mí con la otra. Lo cierto era que el subidón de energía de Martin estaba tocando a su fin, por lo que casi todos los varones empezaban a parecerme atractivos de nuevo, pero aun así… no tenía vergüenza. Ya no sabía qué ni a quién quería.

Cuando Seth aparcó pero se negó a entrar conmigo en Emerald City, me sentí culpable, sabedora de que él pensaba que yo pensaba que él era un pervertido o algo por culpa del comentario sobre el perfume. No podía dejarlo correr, no podía soportar la idea de que se sintiera mal por mi culpa. Y menos cuando sus palabras habían sido un cumplido tan erotizante. Tenía que arreglar las cosas.

Me incliné hacia él, esperando que el top me ayudara a zanjar el asunto.

– ¿Recuerdas esa escena en La casa de cristal? ¿Cuándo O'Neill acompaña a casa a la camarera? Enarcó una ceja.

– Hum, si la escribí yo.

– Si no me falla la memoria, ¿no dijo algo acerca de que es una lástima abandonar a una mujer con un vestido con escote?

Seth me miró fijamente, inescrutable su expresión. Por fin, una sonrisa menos aturdida de lo normal aleteó en sus labios.

– Dice: «Un hombre que deja sola a una mujer con un vestido como ése no merece llamarse hombre. Una mujer con un vestido como ése no quiere estar sola.»

Le dirigí una mirada cargada de intención.

– ¿Y bien?

– ¿Y bien, qué?

– No me obligues a deletreártelo. Con este vestido, no quiero estar sola. Entra conmigo. Me debes un baile, ¿sabes?

– Y tú sabes que yo no bailo.

– ¿Crees que eso detendría a O'Neill?

– Creo que O'Neill exagera a veces. No conoce sus límites.

Sacudí la cabeza, exasperada, y me di la vuelta.

– Espera -me llamó Seth-. Voy contigo.

– Al límite, ¿no? -dijo Cody más tarde cuando llegamos a la cafetería de la librería, ya cerrada, prácticamente corriendo.

Le di un abrazo rápido, y Seth y él se saludaron cordialmente con la cabeza antes de que el autor se fundiera con el resto de los empleados.

– Es una larga historia.

– ¿Es cierto? -Me susurró Cody al oído-. ¿Cárter está aquí ahora?

– En realidad no. Estaba conmigo, pero me dio plantón. Por eso he llegado tarde. Tuve que pedirle a Seth que me recogiera. El semblante serio del joven vampiro se relajó.

– Seguro que ha sido un sacrificio enorme para los dos.

Hice oídos sordos a la pulla y reuní a la tropa para comenzar la clase. Como habíamos observado la última vez, la mayoría estaban tan listos como podrían llegar a estarlo jamás. No practicamos nada nuevo, sino que optamos por repasar las técnicas ya conocidas para cerciorarnos de que tuvieran bien aprendida la base. Seth, tal y como había prometido, no bailó. Le costó más resistirse, sin embargo, ahora que la mayoría de las empleadas ya lo conocían. No pocas mujeres intentaron sacarlo a la pista, pero él se mantuvo en sus trece.

– Saldría a bailar si se lo pidieras tú -me dijo Cody en un momento determinado.

– Lo dudo. Lleva toda la noche negándose.

– Ya, pero tú eres muy persuasiva.

– Algo parecido me dio a entender Cárter. No sé de dónde os sacáis esta reputación de Doña Simpática que me echáis.

– Tú ve y pídeselo.

Puse los ojos en blanco y me acerqué a Seth; noté que ya me estaba observando.

– Bueno, Mortensen, tu última oportunidad. ¿Estás preparado para dar el salto de voyeur a exhibicionista?

Inclinó la cabeza hacia mí, con curiosidad.

– ¿Todavía estamos hablando del baile?

– Bueno, eso depende, supongo. Una vez le oí decir a alguien que los hombres bailan igual que practican el sexo. Así que, si quieres que todos los presentes piensen que eres la clase de tipo que se limita a quedarse sentado y…

Se levantó.

– A bailar.

Salimos a la pista y, pese a su valiente declaración, saltaba a la vista que estaba nervioso. Le sudaba la palma cuando me dio la mano, y vacilaba demasiado a la hora de apoyar la otra por completo en mi cadera.

– Tu mano se traga la mía -bromeé en voz baja, deslizando mis dedos entre los suyos-. Relájate. Escucha la música, y cuenta los pasos. Fíjate en mis pies.

Mientras nos movíamos, me dio la impresión de que ya había practicado antes los pasos elementales. No le costaba recordar el ritmo. Su problema era coordinar los pies con la música, algo que para mí era instintivo. Podía escuchar prácticamente cómo contaba los sones mentalmente, alineándolos artificialmente con sus pies. De resultas de ello, se pasaba más tiempo mirando al suelo que a mí.

– ¿Nos acompañarás cuando salgamos? -le pregunté como si tal cosa.

– Lo siento. No puedo hablar y contar al mismo tiempo.

– Ah. Está bien. -Hice todo lo posible por disimular mi sonrisa.

Seguimos así, en silencio, hasta que terminó la clase. En ningún momento llegó a convertirse en un proceso natural para Seth, pero no se saltó ningún paso, prestándoles atención con inquebrantable determinación y diligencia, sudando profusamente durante todo el proceso. Tan cerca de él como estaba, podía sentir algo parecido a la estática en el aire que nos separaba, embriagador y electrizante.

Hice la ronda con Cody cuando terminamos, despidiéndome de todo el mundo. Seth, uno de los últimos en salir, se acercó a nosotros mientras nos dirigíamos a la puerta de atrás.

– Buen trabajo esta noche -le dijo Cody.

– Gracias. Estaba en juego mi reputación. -Seth se volvió hacia mí-. Espero haber disipado las dudas sobre esa relación entre el baile y el sexo.

– Supongo que había un par de parecidos notables -observé, con cara de póquer.

– ¿Un par? ¿Qué hay de la atención al detalle, el esfuerzo físico, los ríos de sudor y el empeño exclusivo en hacer bien mi trabajo?

– Más bien estaba pensando que no te gusta hablar durante el sexo. -Mala, lo sé, pero no pude evitarlo.

– Bueno, tengo cosas mejores que hacer con la boca.

Tragué saliva, seca mi propia boca.

– ¿Todavía estamos hablando del baile?

Seth nos dijo buenas noches y se fue.

Lo vi alejarse, pensativa.

– ¿Alguien más está a punto de desmayarse?

– Yo seguro que sí -sonó risueña la voz de Cárter detrás de nosotros.

Cody y yo dimos un respingo.

– Dios -exclamé-. ¿Cuánto hace que has regresado?

– No hay tiempo para formalidades. Esperad, muchachos.

Tras un rápido vistazo en rededor para cerciorarse de que estábamos solos, el ángel nos tomó repentinamente de las muñecas. Experimenté nuevamente esa sensación de vértigo y náusea, y cuando me quise dar cuenta, nos encontramos en una sala de estar elegantemente decorada. No había visto nunca este sitio, pero era precioso. Adornaban la estancia muebles de cuero bien conjuntados, y en las paredes colgaban obras de arte de aspecto caro. Opulencia. Estilo. Majestuosidad.

El único problema era que el lugar estaba arrasado. El lujoso mobiliario se encontraba cubierto de cortes, las mesas se habían volcado, y los cuadros estaban torcidos, desfigurados, o las dos cosas. En una pared habían pintado con spray un símbolo enorme que no reconocí: un círculo con una raya que lo cruzaba verticalmente y otra atravesada en diagonal, de izquierda a derecha. La mezcla de glamour y vandalismo me dejó completamente desconcertada.

– Bienvenidos a Cháteau Jerome -anunció Cárter.

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