9

La parte de atrás de la furgoneta estaba vacía salvo por una moqueta y un cinturón de seguridad adaptado que Jeremy había instalado en un lado. Era el asiento de Uther. Empecé a arrastrarme hasta la fila central, pero Uther me tocó el brazo.

– Jeremy dice que si te sientas conmigo, mi aura servirá para cubrir la tuya y confundirá a tus perseguidores.

Pronunciaba cada palabra con sumo cuidado, porque aunque los colmillos sobresalían de la boca, no eran más que dientes modificados del interior de su cavidad bucal, con lo cual tenía cierta tendencia a no hablar claro. Había trabajado con uno de los logopedas más conocidos de Hollywood, para aprender a hablar como su profesor universitario del Medio Oeste. Esto no cuadraba con un rostro que era más de jabalí que humano. Una vez, se nos desmayó una cliente cuando él le habló por primera vez. Siempre es divertido asustar a los humanos.

Miré a Jeremy, y él asintió.

– Puede que yo sea mejor mago, pero Uther siempre está envuelto en esa energía más vieja que Dios. Creo que eso les despistará.

Era una idea tan sencilla como genial.

– Vaya, Jeremy, sabía que había algún motivo para que fueras el jefe.

Me sonrió, y después se dirigió a Ringo.

– Coge todo recto por Sepúlveda hasta el aeropuerto.

– A1 menos a esta hora no hay tráfico -dijo Ringo.

Me senté en la parte trasera de la furgoneta, al lado de Uther. La furgoneta giró en Sepúlveda demasiado deprisa, y Uther tuvo que cogerme para que no cayera. Sus enormes brazos me apretaban contra él, atrayéndome hacia un pecho casi tan grande como todo mi cuerpo. Incluso con mis escudos en su sitio, era un ser grande, cálido, vibrante. Había conocido a otros elfos que no tenían ningún tipo de magia, sólo el más sencillo de los encantos, pero eran tan viejos y habían vivido con tanta magia alrededor a lo largo de sus vidas que era como si hubieran absorbido el poder en cada poro de su piel. Ni tan siquiera un sidhe podría encontrarme en los brazos de Uther. Le sentirían a él, no a mí. A1 menos al principio.

Me relajé apoyada en el amplio pecho de Uther, en la cálida firmeza de sus brazos. No sé qué había en él, pero siempre me hacía sentir segura. No era sólo su envergadura. Era Uther. Transmitía calma, como un fuego al que uno se arrima en la oscuridad.

Jeremy se volvió en su asiento, todo lo que le permitía el cinturón. El movimiento le arrugó el traje, lo cual significaba que se disponía a decir algo serio.

– ¿Por qué protegiste mi espalda, Merry?

– ¿Qué? -dijo Uther.

Jeremy se deshizo rápidamente de la pregunta.

– Tenía una antigua herida de sidhe en la espalda. Merry puso una protección en ella y quiero saber por qué.

– Eres insistente -dije.

– Dímelo.

Suspiré, colocando los brazos de Uther a mi alrededor como una manta.

– Es posible que el sidhe que te hirió invoque al dragón de tu espalda o te obligue a convertirte en uno.

Los ojos de Jeremy se abrieron.

– ¿Puedes hacerlo?

– Yo no, pero no soy una sidhe de pura sangre. He visto hacer cosas similares.

– ¿Aguantará la protección?

Me hubiera gustado poder decir que sí, pero habría sido una mentira.

– Aguantará un tiempo, pero si está aquí el sidhe que hizo el hechizo puede ser lo suficientemente poderoso para romper mi magia, o simplemente golpear la protección con su propio poder hasta quebrarla. Las posibilidades de que el mismo sidhe me esté persiguiendo ahora son muy escasas, Jeremy, pero no podía permitir que me ayudaras sin protegerte.

– Sólo por si acaso -dijo.

Asentí.

– Eso es.

– Era muy joven cuando me hicieron esto, Merry. Ahora podría cuidarme solo.

– Eres un mago poderoso, pero no un sidhe.

– ¿De verdad es algo tan diferente? -preguntó.

– Sí.

Jeremy se calló y se volvió para ayudar a Ringo a encontrar el camino más rápido hacia el aeropuerto.

– Estás tensa -comentó Uther.

Le sonreí.

– ¿Y te sorprende?

Sonrió, con aquella boca tan humana debajo del hueso curvado de los colmillos, el hocico de cerdo. Era como si una parte de su cara fuera una máscara, y debajo hubiera sólo un hombre, un gran hombre, pero nada más.

Puso sus gruesos dedos sobre mi cabello, todavía mojado.

– Supongo que las Lágrimas de Branwyn todavía estaban activas cuando subió Jeremy.

De lo contrario no me habría entretenido duchándome, y Uther lo sabía.

– Eso me dijo Jeremy -Me senté para no humedecerle la camisa con mi pelo-. No quería mojarte la ropa, perdona.

Me atrajo delicadamente la cabeza de nuevo hacia su pecho con su enorme mano.

– No me quejo, era una simple observación.

Apoyé mi mejilla en su antebrazo.

– Roane se fue justo después de que llegásemos nosotros. ¿Fue a buscar ayuda?

Expliqué lo de Roane y su nueva piel.

– ¿No sabías que podías curarle? -preguntó Uther.

– No.

– Interesante -dijo-. Muy interesante.

Lo miré.

– ¿Sabes algo que yo no sepa sobre lo que sucedió?

Me observó, con unos ojos pequeños casi perdidos en la cara.

– Sé que Roane está loco.

Esto me obligó a mirarle, buscando su cara, tratando de interpretar qué se ocultaba detrás de aquellos ojos.

– Es un roano, y lo he devuelto al océano. El océano lo llama en lo más profundo de su corazón.

– ¿No estás enfadada con él?

Torcí el gesto y me encogí de hombros.

– Es un roano. No puedo culparlo por eso. Sería como acusar a la lluvia por mojarte. Es así.

– ¿Entonces no te preocupa en absoluto?

Volví a encogerme de hombros, y él me abrazo y me acunó casi como a un bebé. Lo miré con más comodidad.

– Admito estar decepcionada, pero no sorprendida.

– Muy comprensiva.

– No es eso, Uther, es que no puedo cambiar la realidad.

Froté mi mejilla en su cálido brazo y reparé en el encanto de Uther. Era tan alto y yo tan pequeña… Era como volver a ser una niña, la sensación de que si alguien puede sostenerte completamente en sus brazos, nada podrá hacerte daño. No era verdad cuando lo creía siendo una niña pequeña, y ciertamente no lo era entonces, pero no por eso dejaba de resultar agradable. En ocasiones, una falsa sensación de seguridad es mejor que nada.

– Maldita sea -exclamó Jeremy, alzando la voz para nosotros-. Ha habido un choque ahí delante. Creo que Sepúlveda está completamente bloqueada. Intentaremos ir por calles secundarias.

Incliné mi cabeza en el brazo de Uther para ver a Jeremy . -Déjame adivinar, todo el mundo intenta salir por aquí.

– Por supuesto -dijo-. Cálmate. Tardaremos un rato.

Levanté la cabeza para volver a mirar a Uther.

– ¿Te han contado algún chiste bueno, últimamente?

Sonrió un poco.

– No, pero se me van a dormir las piernas si tengo que aguantarlas plegadas de esta manera durante mucho tiempo.

– Perdón. -Empecé a moverme para que se pudiera colocar bien.

– No hace falta que te muevas.

Me puso un brazo debajo de los muslos, me colocó el otro brazo detrás de la espalda, y me levantó. Me alzó como a un niño pequeño, sin esfuerzo, mientras estiraba las piernas. Me sentó en su regazo, con un brazo detrás de mi espalda, y el otro descansando a lo largo de mis piernas y de las suyas.

Reí.

– A veces me pregunto cómo sería si fuera… más grande.

– Y yo me pregunto cómo sería si fuera pequeño.

– Pero fuiste niño alguna vez. Te acordarás de cómo era.

Miró a lo lejos.

– Mi infancia pasó hace mucho tiempo, pero sí, lo recuerdo. Pero no me refería a ese tipo de pequeñez. -Me miró, y sentí en sus ojos un poco de soledad y de necesidad, algo que rompía aquella tranquilidad que yo tanto valoraba.

– ¿Qué te pasa, Uther?

Mi voz era suave. Disfrutábamos de gran intimidad allí atrás al no haber nadie en los asientos de en medio.

Su mano descansaba tranquila en mi muslo, y finalmente interpreté la mirada de sus ojos. No era una mirada que no hubiera visto antes en la cara de Uther. Recordé su comentario cuando me estaban poniendo el micrófono, cuando dijo que esperaría en la otra habitación porque hacía mucho tiempo que no había visto a una mujer desnuda.

Debí mostrar sorpresa, porque desvió la mirada.

– Lo siento, Merry. Si he estado inoportuno, dímelo, y no volveré a mencionarlo nunca más.

No sabía qué decir, pero lo intenté.

– No es eso, Uther. Estoy a punto de coger un avión e ir a Dios sabe dónde. Quizá no nos volvamos a ver nunca más.

Eso era parcialmente cierto. Quiero decir que abandonaba la ciudad y no se me ocurría ninguna manera de acabar con eso en el corto trayecto sin herir sus sentimientos o mentirle. Quería evitar ambas cosas.

Habló sin mirarme.

– Creía que eras humana con algo de sangre de duende. Nunca habría sugerido algo parecido a alguien que hubiese sido educado como humano. Pero tu reacción ante la deserción de Roane prueba que no piensas como un humano.

Se volvió hacia mí casi con timidez. La mirada de sus ojos era tan abierta, tan confiada. No era que pensase que iba a decirle que sí, eso no lo sabía, pero confiaba en que no reaccionaría mal.

El día anterior había pensado por primera vez en lo solo que debía sentirse Uther en la costa. Cuántas veces me había acurrucado en su cuerpo de esa manera, pensando en él como una especie de hermano mayor, como un sustituto del padre. Demasiadas. Yo había actuado mal, y él siempre había sido el perfecto caballero porque pensaba que yo era humana. Ahora él conocía la verdad, y eso había cambiado las cosas. Incluso si decía que no, y él se lo tomaba a bien, no podría volver a tratarle de aquella manera. No podría acurrucarme en sus brazos con la misma inocencia. Eso había pasado y por más que me doliera no había vuelta atrás. Lo único que podía hacer en ese momento era tratar de no herir a Uther. El problema era que no sabía cómo hacerlo porque no tenía ni idea de qué decir.

Mi reflexión se había prolongado en exceso. Cerró los ojos y me quitó la mano del muslo.

– Lo siento, Merry.

Le toqué el mentón:

– No, Uther, me siento halagada.

Abrió los ojos, me miró, pero la herida estaba allí, claramente visible. Él había puesto su corazón en la mano, y yo le había clavado una puñalada. ¡Mierda! Estaba a punto de coger un avión y no volver a ver a esa gente nunca más. No quería dejar a Uther así. Era un amigo demasiado bueno para hacerle eso.

– Soy humana en parte, Uther. No puedo… -No había una manera delicada de expresarlo-. No puedo dañarme tanto como lo haría un duende de pura sangre.

– ¿Daño?

A1 cuerno con la timidez.

– Eres demasiado grande para mí, Uther. Si fueras… más pequeño, podríamos tener una relación sexual una tarde, aunque no me veo saliendo contigo. Eres mi amigo.

Me miró a los ojos.

– ¿Podrías acostarte conmigo y no sentir repulsión?

– ¿Repulsión? Uther, has estado demasiado tiempo entre humanos. Tienes exactamente el aspecto que deberías tener. No eres ningún bicho raro.

Sacudió la cabeza.

– Estoy exiliado, Merry. No puedo volver al país de los elfos, y aquí entre los humanos soy un bicho raro.

Me estremecía al oírle decir eso.

– Uther, no dejes que los ojos de los demás te hagan odiarte a ti mismo.

– ¿Cómo puedo conseguirlo? -preguntó.

Puse una mano sobre su pecho, sintiendo el pulso seguro de su corazón.

– Dentro está Uther, mi amigo, y te quiero como a un amigo.

– He estado suficiente tiempo entre humanos para conocer el discursito ese de «te quiero como a un amigo».

Se apartó nuevamente de mí, y observé que su cuerpo se sentía incómodo, como si no soportase que le tocara.

Me arrodillé. Podría decir que me puse a horcajadas sobre él, pero lo más que alcanzaba era a poner una rodilla en cada uno de sus muslos. Le toqué la cara con las manos, explorando la curva de su frente, sus espesas cejas. Tenía que bajar los brazos y acercarme desde abajo para tocarle la mejilla. Le pasé el pulgar por los labios, desplazando mis manos por el delicado hueso de sus colmillos.

– Eres un gigante muy guapo. El doble colmillo es muy apreciado. Y esta curva al final se considera un signo de virilidad.

– ¿Cómo lo sabes? -Su voz era casi un susurro.

– Cuando era adolescente, la reina tomó como amante a un criado llamado Yannick. Después de haber estado con él, dijo que ningún sidhe la podía llenar como lo hacía su precioso gigante. Luego el gigante perdió su favor, pero salvó la vida, que era más de lo que conseguían la mayoría de amantes no sidhe de la reina. Los humanos normalmente se suicidaban.

Uther me miró. Mientras me arrodillaba frente a sus piernas, estábamos casi frente a frente.

– ¿Qué pensabas tú de Yannick? -preguntó, con una voz cada vez más floja, que me obligaba a acercarme a él para escucharle.

– Creo que estaba loco. -Me acerqué para besarle y se apartó. Puse una mano en cada lado de su cara y le situé delante de mí para que me mirase-. Pero creo que todos los amantes de la reina estaban locos.

Tuve que sentarme en el regazo de Uther, con una pierna a cada lado de su cintura para tener un buen ángulo para besarle. Los colmillos se interponían, pero si servía para quiterle el dolor de los ojos, valdría la pena.

Le besé como amigo. Le besé porque no le encontraba feo. Había crecido entre elfos que hacían que Uther pareciera un chico de portada según modelos humanos. Algo que aprendes en la corte de la Oscuridad es a amar a cualquier forma de elfo. Hay belleza en todos nosotros. La fealdad es un concepto desconocido en la corte de la Oscuridad. En la corte de la Luz se me consideraba fea, porque no era ni lo bastante alta ni lo bastante delgada, y mi pelo era del color cobrizo de la corte de la Oscuridad, no del rojo más humano de la corte de la Luz. En la Oscuridad tampoco había tenido demasiados novios. No porque no me encontraran atractiva, sino porque era mortal, y creo que una sidhe mortal era algo que les asustaba. Me trataban como si padeciera una enfermedad contagiosa. Sólo Griffin lo había intentado, y al final tampoco había sido suficiente sidhe para él.

Sabía lo que significaba ser siempre un bicho raro. Lo puse todo en aquel beso, cerrando los ojos, acariciándole el mentón. Le besé con suficiente fuerza para sentir cómo se ensanchaban los huesos de su mandíbula antes de curvarse.

Uther besaba igual que hablaba, con cuidado, pensando cada movimiento como cada sílaba. Sus manos me acariciaban la espalda, transmitiéndome su sorprendente fuerza, el potencial de un cuerpo capaz de quebrarme como a una muñeca frágil. Había que confiar mucho en él para acompañarlo a la cama y creer que saldrías intacta. Pero confiaba en Uther, y quería que volviera a creer en sí mismo.

– Detesto interrumpir -dijo Jeremy-, pero hay otra colisión frente a nosotros. Hay un accidente en cada calle en la que entramos.

No dejé que me continuara besando.

– ¿Qué has dicho?

– Hay dos colisiones en las dos calles secundarias que hemos cogido -dijo Jeremy.

– Demasiada coincidencia -dijo Uther.

Me besó delicadamente en la mejilla y me dejó liberar de su abrazo para sentarme a su lado, todavía a la sombra de su energía. El dolor se había desvanecido de sus ojos, dejando algo más sólido. El beso había merecido la pena.

– Saben que estaba en el piso de Roane, pero no saben dónde estoy ahora. Están intentando cortar todas las vías de escape. Jeremy asintió.

– ¿Por qué no les detectaste?

– Ha estado muy ocupada -comentó Ringo.

– No -dije-, pero de la misma manera que el aura de Uther les impide localizarme, también bloquea mi poder para sentirles.

– Si te apartas de él, podrás sentirles -dijo Jeremy.

– Y ellos a mí -dije.

– ¿Qué quieres que haga? -preguntó Ringo.

– Parece que estamos atascados. No creo que puedas hacer nada -dije.

– Han bloqueado todas las carreteras -afirmó Jeremy-. Ahora empezarán a buscar entre los coches y al final nos encontrarán. Necesitamos un plan.

– Si Uther se viene conmigo, echaré un vistazo para comprobar si mis ojos pueden sentir algo que el resto de mi cuerpo no puede.

– Será un placer -dijo Uther, y rió.

Los dos estábamos riendo cuando me dirigí a la segunda fila de asientos. Uther mantenía una de sus manazas sobre mi hombro. Había coches aparcados a un lado de la calle, y dos carriles de tráfico. El motivo por el que no avanzábamos era una colisión de tres coches a la altura del semáforo. Un coche estaba volcado sobre la calzada. El segundo se había incrustado en él, y un tercero en los dos anteriores, de manera que los tres vehículos formaban un amasijo de hierros y de cristales rotos. Imaginé cómo el segundo y el tercer coche se habían empotrado en el primero. Lo que carecía de explicación era cómo el primer automóvil había ido a parar a donde estaba, volcado en medio de la calzada. Ningún percance explicaba que el primer vehículo acabara allí, bloqueando por completo la calle. Apostaba a que alguien o algo había volcado el coche y lo había dejado para que otros vehículos chocaran con él hasta formar una pila de hierros y gente ensangrentada. Mientras pudiesen usar encanto para esconderse y no ser acusados, los peatones heridos no les importaban en absoluto. Cómo odio a veces a mi familia.

La gente se agolpaba en las aceras, salía de sus coches y se asomaba a las puertas. Había dos coches de policía aparcados en medio de la intersección, parando el tráfico que todavía intentaba acceder a la calle transversal. Las luces de los coches de policía cortaban la noche en ráfagas de luz coloreada, compitiendo con los neones y los escaparates iluminados de las tiendas y los bares situados a ambos lados de la calle. Oí la sirena de una ambulancia, probablemente el motivo por el cual la policía abría paso.

Miré hacia la multitud, pero no vi nada extraño. Utilicé mi otro sentido. Había estado limitada por la energía de Uther, pero no completamente indefensa. Podría determinar lo cerca que estaban antes de revelarme.

El aire vibraba dos coches delante de nosotros, como una onda de calor, con la diferencia de que no era calor y nunca tienes una sensación de este tipo después del anochecer. Algo grande avanzaba entre los coches, algo que no quería dejarse ver. Extendí mi poder y detecté otras tres ondas:

– Hay cuatro formas que se mueven, todas ellas más grandes que un humano. La más cercana está sólo dos coches más adelante.

– ¿Puedes ver formas? -preguntó Jeremy.

– No, sólo ondas.

– Retener el encanto en su sitio estando entre coches es más de lo que pueden hacer la mayoría de duendes -dijo Jeremy.

Aparentemente, ninguno de nosotros creía que el primer coche hubiese volcado por sí solo.

– La mayoría de sidhe no pueden hacerlo, pero algunos sí.

– Así pues, cuatro más grandes que humanos, y como mínimo un sidhe en las proximidades -dijo Uther.

– Sí.

– ¿Cuál es el plan? -preguntó Ringo.

Una buena pregunta, ésta. Desgraciadamente, no disponía de una respuesta adecuada.

– Tenemos cuatro policías en el cruce. ¿Serán una ayuda o un estorbo?

– Si pudiésemos romper su encanto, hacerlos visibles a la policía, y ellos no lo descubrieran inmediatamente… -dijo Jeremy.

– Si hicieran algo mal a plena vista de la policía… -dije.

– Merry, cariño, creo que has comprendido mi plan.

Ringo me volvió a mirar.

– No sé demasiado de magia de sidhe, pero si Merry no es una sidhe de pura sangre, ¿tendrá suficiente poder para romper su encanto?

Todos me miraron.

– ¿Y bien? -dijo Jeremy.

No tenemos que romper el hechizo. Lo único que tenemos que hacer es sobrecargarlo -dije.

– Te escuchamos -dijo Jeremy.

– El primer coche ha volcado, pero los demás simplemente han chocado. Están mirando en los coches, buscándome a mí pero sin tocar a nadie. Si salimos y les combatimos, los sidhe no podrán ocultarse.

– Creía que queríamos evitar la lucha directa en la medida de lo posible -dijo Ringo.

La onda ya casi estaba allí.

– Si alguien tiene una idea mejor, tenéis unos sesenta segundos para ponerla en común. Ya están aquí.

– Esconderse -propuso Uther.

– ¿Qué?

– Que Merry se esconda -dijo.

Era una buena idea. Pasé atrás y Uther se apartó lo suficiente de la pared para que pudiera arrastrarme como un gusano detrás de él. No creía que fuese a funcionar, pero era mejor que no hacer nada. Podíamos luchar más tarde si me encontraban, pero si pudiese esconderme… Me apreté entre la fría pared metálica y la espalda caliente de Uther e intenté no pensar demasiado. Algunos sidhe te pueden oír pensar si estás lo bastante agitado. Estaba completamente fuera de su campo visual. Aunque abriesen la gran puerta corredera, y no pensaba que se arriesgasen a ello, no me verían. Pero en realidad no eran sus ojos lo que me preocupaba. Hay muchos tipos de elfos, y no todos tienen una vista fiable como la de un humano. Y eso sin contar con el sidhe que estaba produciendo el encanto. Si éramos el único coche con ocupantes no humanos, los sidhe vendrían a investigarnos antes de abandonar el área. Él, o ella, tendrían que ocuparse.

Ansiaba mirar aquella onda que se asomaba a todas las ventanas. Pero una mirada hubiese acabado con mi intención de esconderme, así que me agaché detrás de Uther e intenté quedarme muy quieta. Oía y sentía que algo hacía ruido contra la pared metálica de mi espalda. Algo muy grande presionaba contra el metal. Entonces oí un ruido nasal, como el de un hipopótamo gigante.

Tuve la corazonada de pensar que iba a olerme y a continuación, algo traspasó el metal a pocos centímetros de mí. Chillé y salté desde mi posición antes de que mi mente registrara el puño, largo como mi cabeza, incrustado en el lateral de la furgoneta.

Oí un sonido de cristal que se hacía añicos. Algo con un brazo grande como el tronco de un árbol y un pecho más ancho que la ventana de la furgoneta estaba apoyado del lado del conductor. Ringo le golpeó el brazo, pero éste le agarró por la camisa y empezó a tirar de él a través de la ventana rota.

Yo empuñaba el arma, pero no podía disparar. Jeremy se movió entre los asientos, y vi el brillo de una espada en su mano.

Se oyeron ruidos metálicos cuando los puños del gigante destrozaban el lateral de la furgoneta, y entonces una cara inmensa miró por el agujero. Miró más allá de Uther, como si no estuviera allí, y clavó en mí sus ojos amarillos.

– Princesa -dijo el ogro-, te hemos estado buscando.

Uther le dio un puñetazo en la cara. El ogro sangró por la nariz y retrocedió. Se oían chillidos fuera, chillidos humanos. El encanto se había desvanecido bajo los efectos de la violencia. Los ogros aparecieron ante los humanos como por arte de magia. Oí un grito.

– ¡Alto, policía!

La policía se acercaba. Sí. Me guardé el arma para ahorrarme explicaciones.

Me volví hacia la parte delantera. Ringo continuaba en el asiento del conductor. Jeremy estaba inclinado sobre él y tenía sangre en las manos. Pasé la fila de asientos de en medio hasta ellos. Empecé a preguntar si Ringo estaba herido, pero en cuanto vi su pecho obtuve la respuesta. Su camisa estaba empapada de sangre y tenía un trozo de cristal grande como mi mano clavado en el pecho.

– Ringo -pronuncié su nombre delicadamente.

– Perdón -dijo-, no te seré de mucha ayuda. Tosió, y vi que le dolía.

Le toqué la cara.

– No hables.

Oía a la policía hablando con los ogros, diciéndoles cosas como:

«¡Las manos encima de la cabeza! ¡De rodillas! ¡No te muevas!». A continuación, oí la voz de otro hombre, una voz suave y masculina, con un pequeño deje. Conocía aquella voz.

Me lancé a la puerta corredera, mientras Jeremy todavía decía:

– ¿Qué? ¿Qué pasa?

– Sholto -dije.

La cara de Jeremy mostraba desconcierto. El nombre no significaba nada para él.

Lo intenté de nuevo.

– Sholto, señor de aquello que pasa por en medio, señor de las sombras, rey de los sluagh.

Fue el último título el que le hizo abrir los ojos e hizo que el miedo asomara a su rostro.

– ¡Oh, Dios mío! -dijo.

Uther dijo:

– ¿Está aquí Shadowspawn?

Lo miré.

– Nunca le digas eso a la cara.

A través de la ventana rota escuchaba las voces con claridad. Me sentía como si me estuviera moviendo en cámara lenta. La puerta no se quería abrir, o yo estaba torpe por el miedo.

La voz decía:

– Muchas gracias, agentes.

– Esperaremos a que llegue el transporte para los ogros -dijo el policía.

La puerta se abrió y apenas tuve un momento para verlo todo. Tres de los ogros estaban arrodillados en la acera, con las manos sobre sus cabezas. Dos policías los apuntaban con sus armas. Un agente estaba en la acera frente a los ogros; el otro, al otro lado de la fila de coches aparcados. Entre los coches y este policía había una figura alta, aunque de una altura solamente humana. La figura iba vestida con una gabardina gris y lucía una larga melena blanca. La última vez que había visto a Sholto llevaba una capa gris, pero el efecto fue sorprendentemente similar cuando se volvió, como si hubiera percibido mi presencia. Incluso a varios metros de distancia y en la oscuridad observé en sus ojos tres tonos distintos de dorado: dorado metálico alrededor de la pupila, después ámbar y finalmente un círculo del color de las hojas en otoño. Tenía miedo de Sholto, siempre le había temido, pero cuando vi aquellos ojos, me di cuenta de lo mucho que añoraba a los sidhe, porque durante un segundo me alegré de ver a otro ser con un triple iris. Luego la mirada de aquellos ojos familiares me hizo estremecer.

Se volvió, sonriendo, hacia la policía.

– Esperaré a la princesa.

Empezó a caminar hacia la furgoneta y no le detuvieron. Comprendí el motivo a medida que se me acercaba. Le colgaba del cuello el emblema de la reina, la placa que llevaba su guardia. Se parece mucho a la placa de policía, y se ha dado mucha publicidad al hecho de que usar uno de los emblemas si no te lo mereces comporta una maldición. Una maldición a la que no se arriesgaría ni tan siquiera un sidhe.

No sabía qué les había contado, pero lo podía adivinar. Se le había enviado para detener el ataque del que era víctima y me quería llevar a casa sana y salva. Todo muy razonable.

Sholto se dirigió hacia mí con pasos largos y elegantes. Era guapo, no con la belleza que te quita el sentido de algunos sidhe, pero aun así impresionante. Sabía que los humanos le miraban al caminar, porque no lo podían evitar. Sholto tenía el aspecto, los ojos, la piel, la cara, los hombros, todo humano, a excepción de que justo debajo de su pecho había un montón de tentáculos, extremidades con bocas. Su madre era sidhe, su padre no.

Alguien me tocó el hombro y yo me sobresalté y no pude reprimir un grito. Era Jeremy.

– Cierra la puerta, Uther.

Uther cerró la puerta, casi en las mismas narices de Sholto. Se apoyó contra ella para que no pudiera abrirse desde el exterior sin un considerable esfuerzo.

– Corre -dijo Uther.

– Corre -repitió Jeremy.

Lo entendí. Salvo en una guerra, los sluagh cazaban una presa por vez, y su presa era yo. Sholto no les haría daño si yo no estaba allí. Me escapé por el agujero que los ogros habían abierto en la chapa, al otro lado de la furgoneta. Me las arreglé para pasar por la abertura sin cortarme. Escuché que Sholto golpeaba educadamente la puerta de la furgoneta.

– Princesa Meredith, he venido para llevarte a casa.

Me tiré al suelo y usé los coches aparcados para esconderme y deslizarme hasta la acera a fin de mezclarme con la multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo. Me eché encima otra capa de encanto. El pelo era de un marrón indescriptible, la piel más oscura todavía, bronceada. Me abrí paso entre la multitud, cambiando poco a poco de aspecto para no atraer la atención de nadie. Cuando logré llegar a la calle lateral, lo único que conservaba el mismo aspecto era la ropa. Me quité la chaqueta, empuñé el arma y enrollé la chaqueta alrededor de la mano y el brazo. Sholto había visto a una mujer pelirroja de piel pálida, con chaqueta azul marino. De pronto era una mujer con pelo marrón y camisa verde. Caminé lentamente por la calle, aunque había un lugar entre mis omoplatos que me dolía como si él me estuviera perforando.

Quería volverme y mirar atrás, pero me obligué a continuar caminando. Avancé hasta la esquina sin que nadie dijera: «¡Es ella!». Allí me detuve un segundo. Quería mirar por encima del hombro. Luché contra aquella necesidad y doblé la esquina. Cuando estuve fuera de su vista, dejé escapar un suspiro que no sabía que estaba reteniendo. No estaba fuera de peligro, no con Sholto cerca, pero era un buen comienzo.

Percibí un ruido por encima de mi cabeza, un sonido agudo y fino, casi demasiado agudo para ser oído, pero se filtró entre los sonidos normales de la ciudad como una flecha disparada directamente al corazón. Observé el cielo nocturno, pero estaba vacío, a excepción del rastro distante de un avión que brillaba en la oscuridad. Volví a oír un sonido tan agudo que casi hacía daño, como los chillidos de murciélagos, pero no vi nada.

Empecé a caminar hacia atrás, lentamente, mirando todavía al cielo, cuando un movimiento captó mi atención. Me fijé en la parte superior del edificio más cercano. Allí, una fila de formas negras se asomaba a la cornisa. Era una hilera de capuchas negras del tamaño de personas bajitas. Una de las capuchas se removió como un pájaro al posarse. La forma negra levantó la cabeza y reveló una cara pálida y plana. Su boca se abrió levemente y emitió un grito agudo.

Podían volar más rápido de lo que yo corría. Ya lo sabía, pero de todas formas me volví y eché a correr. Escuché sus alas desplegarse con un sonido cortante. Seguí corriendo. Sus gritos agudos me perseguían en medio de la noche. Corrí más deprisa.

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