Una voz decía con dulzura «Merry Merry». Una mano me acarició la mejilla y me arregló el pelo. Me volví y abrí los ojos. Pero la lámpara estaba encendida, y durante un instante quedé deslumbrada. Levanté la mano para taparme los ojos y me coloqué de lado, escondiendo la cara en la almohada.
– Apaga la luz -conseguí decir.
Sentí que la cama se movía, un segundo más tarde había desaparecido el halo de brillo de debajo de la almohada. Alcé la cabeza y sentí la habitación en una oscuridad casi perfecta. Era casi de madrugada cuando Roane y yo nos dormimos. Tendría que haber habido luz fuera. Me incorporé para inspeccionar la habitación oscura. De alguna manera, no me sorprendió que Jeremy estuviera cerca del interruptor. No me preocupé por Roane. Sabía que estaba en el océano, con su nueva piel. No me había dejado sin protección, pero me había dejado. Quizá este hecho debería haber herido mis sentimientos, pero no fue así. Le había devuelto a Roane su primer amor, el mar.
Hay un dicho antiguo: no te interpongas nunca entre un duende y su magia. Roane estaba en los brazos de su amada, y no era yo. Quizá no volveríamos a vernos nunca más, y él no me había dicho adiós. Pero sabía que si alguna vez necesitaba algo que pudiera darme, no tenía más que bajar al mar y llamarle. Pero no podía darme amor. Yo amaba a Roane, pero por fortuna no estaba enamorada de él.
Me arrodillé desnuda en las sábanas arrugadas, mirando por las ventanas negras.
– ¿Cuánto tiempo hemos estado durmiendo?
– Son las ocho del viernes por la noche.
Salté de la cama y me puse de pie.
– Oh, Dios mío.
– Supongo que eso significa que no es nada bueno que sigas en la ciudad ahora que ya ha oscurecido.
Le miré. Estaba de pie cerca de la puerta, con la luz encendida. Era difícil decirlo en la oscuridad, pero parecía vestido con uno de sus trajes habituales, con una hechura impecable, tan elegante como siempre. Pero había una tensión latente en él, porque quería decir otras cosas, cosas más directas, o quizá ya sabía algo. Algo malo.
– ¿Qué ha sucedido?
– Todavía nada -dijo.
Le miré.
– ¿Qué crees que pasará? -no podía contener la sospecha de mi voz.
Jeremy se echó a reír.
– No te preocupes, no he hecho ninguna llamada, pero estoy seguro de que en estos momentos la policía sí lo ha hecho. No sé por qué has estado escondida durante todo este tiempo, pero si te escondes del sluagh, el Huésped, tendrás muchos problemas.
Sluagh era una forma despreciativa de llamar a las hadas menores de la Oscuridad. El Huésped era el término delicado. Primero venía el término despreciativo, la delicadeza era un pensamiento secundario. Oh, bueno. Sólo otro miembro de la corte de la Oscuridad podía decir sluagh sin que fuera un insulto mortal.
– Soy una princesa de la Oscuridad. ¿Por qué debería esconderme de ellas?
Se apoyó en la pared.
– Ésta es la cuestión, ¿no?
Incluso a través de la oscuridad podía sentir el peso y la intensidad de su mirada. Era grosero que un duende interrogara a otro con preguntas directas, pero, vaya, él tenía ganas de preguntar. Las preguntas no formuladas se palpaban en el aire.
– Sé buena chica y métete en la ducha. -Alzó un bolso que tenía a sus pies-. Te he traído ropa. Ringo y Uther esperan aquí abajo, en la furgoneta. Te llevaremos al aeropuerto.
– Ayudarme a mí puede ser muy peligroso, Jeremy.
– Entonces, date prisa.
– No tengo aquí el pasaporte.
Tiró a la cama un paquetito de papel. Era el que estaba debajo del asiento de mi coche. Había traído mi nueva identidad.
– ¿Cómo lo supiste?
– Te has estado escondiendo de las autoridades humanas, de tu… familia y sus esbirros durante tres años. No eres tonta. Sabías que te encontrarían, y por eso tenías un plan para protegerte. La próxima vez que escondas papeles secretos elige otro lugar. Fue uno de los primeros sitios en donde miré.
Observé el paquete, y después a él.
– Esto no es lo único que había debajo del asiento.
Jeremy se abrió la chaqueta como un modelo en la pasarela, mostrando la delicada línea de su camisa y corbata, pero lo que en realidad exhibía era el arma escondida en la cinturilla del pantalón. Sólo era una sombra recortada sobre la palidez de su camisa, pero intuí que se trataba de una LadySmith de nueve milímetros, porque era mi arma. Sacó otro cargador de un bolsillo.
– Las caja de municiones está en la bolsa de la ropa.-Colocó el arma encima del paquete y retrocedió hasta los pies de la cama.
– Pareces nervioso, Jeremy.
– ¿No tendría que estarlo?
– Nervioso de mí. No pensé que te impresionara la realeza. -Le miré a la cara e intenté sin éxito descubrir que era lo que estaba ocultando.
Jeremy levantó la mano izquierda.
– Tan sólo te diré que las Lágrimas de Branwyn duran mucho. Dúchate.
– Ya no siento el poder del hechizo.
– Mejor para ti, pero hazme caso con lo de la ducha. Le miré.
– Te preocupa verme desnuda.
Asintió.
– Te pido disculpas, pero ésa es la razón por la que Ringo y Uther están abajo en la furgoneta. Sólo es por precaución.
Le sonreí, y me asaltó el deseo de acercarme a él, de reducir esa distancia de seguridad que él había establecido. No quería a Jeremy de ese modo, pero la urgencia de ver hasta qué punto podía atraerle era un oscuro pensamiento que me acechaba. ¿Se trataba de los restos de la necesidad de la noche pasada, o las Lágrimas todavía me afectaban más de lo que me daba cuenta? No volví a pensar en ello. Simplemente me di la vuelta y caminé hacia el cuarto de baño. Una ducha rápida y pronto estaríamos de camino al aeropuerto.
Veinte minutos más tarde ya estaba lista, aunque mi cabello todavía estaba húmedo. Iba vestida con pantalones y traje de chaqueta azul marino y una blusa de seda color verde esmeralda. Jeremy también había escogido un par de zapatos negros de tacón alto y había incluido unas medias altas. Dado que no tenía ningún otro tipo de medias, no importaba demasiado. Pero lo demás…
– La próxima vez elígeme ropa para salir corriendo, y no te olvides de las zapatillas de deporte. Los zapatos, aunque sean de tacón bajo, no están hechos para esto.
– Nunca he tenido problemas por llevar zapatos -dijo.
Se estaba reclinando en una de las sillas de la cocina de respaldo duro. Lograba que la silla pareciera cómoda, y tenía un aspecto gracioso cuando se echaba hacia atrás en ella. Jeremy controlaba demasiado la situación para que me recordara la postura de un gato. Pero fue ese animal lo que me pasó por la cabeza cuando le vi estirarse en la silla. Con la diferencia de que los gatos no posan. Jeremy estaba posando e intentaba mostrarse relajado.
– Siento haber olvidado tus lentes de contacto marrones, aunque no creo que esto suponga un problema. Me gustan los ojos de color verde jade. Van a juego con la blusa, pero son muy humanos. Aunque yo hubiera dejado el pelo más rojo y un poco menos caoba.
– El cabello rojo destaca enseguida incluso cuando estás en medio de una multitud. Se supone que el encanto es para ayudar a esconderte, no a destacarte.
– Conozco muchas duendes que usan el encanto sólo para llamar la atención, para ser más bonitas, más exóticas.
Me encogí de hombros.
– Ése es su problema. No necesito hacer propaganda. Se levantó.
– En todo este tiempo no había imaginado que fueras una sidhe. Pensé que eras una hada, una verdadera hada, y que lo escondías por algún motivo, pero nunca imaginé la verdad.
Se apartó de la mesa, con los brazos pegados al cuerpo. Percibía en él una tensión muy presente desde que me había despertado.
– Esto te molesta, ¿verdad? -dije.
Asintió.
– Soy un gran mago. Lo debería haber observado a través de la ilusión. ¿O acaso eres mejor maga que yo, Merry? ¿También has ocultado tú magia? -Por primera vez sentí que el poder crecía a su alrededor. Quizá no fuera más que un escudo, aunque también podía ser el inicio de otra cosa.
Me situé frente a él, con los pies separados y las manos en los costados, como imitando su imagen en un espejo. Convoqué mi propio poder, lentamente, con cuidado. De haber sido pistoleros, él ya habría desenfundado. Yo todavía trataba de mantener el arma en la cartuchera. Pensarás que después de todo este tiempo ya no confío en nadie, pero lo cierto es que no podía creer que Jeremy fuera mi enemigo.
– No tenemos tiempo para esto, Jeremy.
– Pensé que podría tratarte como si no hubiese cambiado nada, pero no puedo. Tengo que saberlo.
– ¿Saber qué, Jeremy?
– Quiero saber qué de los últimos tres años ha sido una mentira.
Sentí que el poder tomaba aliento en torno a él, que rellenaba su aura. Estaba convocando una gran cantidad de poder en sus escudos.
Mis escudos siempre permanecían en su sitio, cargados. Era un reflejo en mí, algo tan automático que la mayoría de la gente, incluso la más sensible, confundía mi escudo con mi nivel normal de poder. Yo me enfrentaba a Jeremy con los escudos a pleno poder. No tenía nada que añadir, era un hecho que mi escudo era mejor que el suyo. Mis hechizos ofensivos, en cambio…, bueno, había visto a Jeremy ejerciendo magia y sabía que aunque él nunca podría penetrar mis escudos, yo nunca podría herirle mágicamente. Esperaba no tener que comprobar nada de todo esto.
– ¿Vas a llevarme al aeropuerto o has cambiado de opinión mientras estaba en la ducha?
– Te llevaré -dijo.
La mayoría de los sidhe pueden ver magia en los colores o las formas, pero yo no lo había conseguido nunca. Sin embargo, soy capaz de sentirlo y Jeremy estaba cargando la habitación con toda la energía que vertía en sus escudos.
– ¿Entonces qué pasa con el viaje de poder?
– Eres una sidhe. Eres una sidhe de la Oscuridad. Sólo estás un grado por encima de un sluagh. -El acento de las Tierras Altas se hacía patente en las frases de Jeremy. Nunca antes le había visto perder su acento americano, de algún lugar indeterminado. Me ponía nerviosa porque muchos sidhe están orgullosos de conservar sus acentos originales, sean los que sean.
– ¿Y qué pretendes? -Pero tenía el presentimiento de que sabía adónde quería llegar. Casi hubiera preferido una batalla.
– La Oscuridad se desarrolla en el engaño. No hay que creerles.
– ¿No te merezco confianza, Jeremy? ¿Tres años de amistad representan menos para ti que viejas historias?
Un pensamiento amargo le cruzó por la cara.
– No son historias. -Y su acento se volvió a reforzar-. Me echaron de pequeño de la tierra de Trow. La corte de la Luz no se dignaría a aceptar un trow, pero la corte de la Oscuridad admite a todo el mundo.
Sonreí antes de poder contenerme.
– No a todo el mundo. -No creo que Jeremy pillara el sarcasmo.
– No, no a todo el mundo.
Estaba tan enfadado que sus manos empezaron a temblar levemente. Yo estaba a punto de pagar la factura de un agravio cometido cientos de años antes. No sería la primera vez y probablemente, tampoco la última, pero aun así me sacaba de quicio. No teníamos tiempo para su pataleta, y menos para una de las mías.
– Siento que mis antepasados abusaran de ti, Jeremy, pero eso fue antes de que yo naciera. La corte de la Oscuridad ha tenido un portavoz durante la mayor parte de mi vida.
– Para difundir las mentiras -dijo en un tono gutural.
– ¿Quieres comparar cicatrices? Me levanté la blusa y le mostré la huella de una mano marcada en mis costillas.
– Es una ilusión -dijo, pero sonaba dudoso.
– La puedes tocar si quieres. El encanto engaña la vista, pero no el tacto de otro elfo.
Esto era, a lo sumo, una verdad parcial, porque yo podía utilizar el encanto para engañar cualquier sentido, incluso el de otro elfo, pero no era una habilidad común, ni siquiera entre las sidhe, y confiaba en que Jeremy me creyera. En ocasiones, una mentira plausible surte efecto con más rapidez que una verdad no deseada.
Se me acercó lentamente, con semblante receloso. Me encogía el pecho ver esta mirada en la cara de Jeremy. Miró la cicatriz, pero estaba lejos para tocarla. Sabía que la magia personal más poderosa de una sidhe se activaba con el contacto, lo cual revelaba un conocimiento de las sidhe mayor del que le suponía.
Suspiré y me enlacé los dedos encima de la cabeza. La camisa se deslizó hacia abajo y cubrió la cicatriz, pero supuse que Jererny podía levantarme la ropa. Continuó mirándome mientras se acercaba hasta que quedé al alcance de su brazo. Tocó la seda verde, pero me miró mucho tiempo a los ojos antes de levantarla, como si estuviera intentando leer mis pensamientos. Pero mi cara había recuperado ese aire familiar, educado, ligeramente aburrido y vacío que había perfeccionado en la corte. Podía contemplar cómo era torturado un amigo o asestar una puñalada a alguien con la misma mirada impávida. No puedes sobrevivir en la corte si tu cara revela tus sentimientos.
Jeremy levantó la tela muy despacio, sin apartar nunca su vista de mi cara. Finalmente, tuvo que bajar la mirada, y yo me apliqué en no hacer el menor movimiento. Detestaba que Jeremy Grey, mi amigo y jefe, me tratase como una persona muy peligrosa. Si supiera lo inofensiva que era.
Puso sus dedos sobre mi piel ligeramente áspera.
– Hay más cicatrices en mi espalda, pero acabo de vestirme, de manera que si no te importa, hasta aquí hemos llegado.
– ¿Por qué no las vi cuando estabas desnuda o cuando te escondieron el micrófono?
– No quiero que las veáis, pero no me molesto en esconderlas cuando voy vestida.
– No malgastes nunca energía mágica -dijo, como si se lo comentara a sí mismo. Sacudió la cabeza, como si estuviera oyendo algo que yo no podía escuchar. Me miró desconcertado-. No tenemos tiempo para estar aquí de pie discutiendo, ¿no?
– ¿He dicho yo eso?
– Mierda -dijo-. Es un hechizo de descontento, desconfianza, discordia. Significa que vienen ahora. -E1 miedo invadió su cara.
– Podrían estar a muchos kilómetros de distancia, Jeremy.
– O estar en la puerta -dijo.
Tenía razón. Si estaban allí fuera, sería preferible llamar a la policía y esperar. No podía asegurar que no hubiera chicos malos de la corte de la Oscuridad al acecho, pero estaba convencida de que si llamaba al detective Alvera y le decía que la princesa Meredith estaba a punto de ser asesinada en su jurisdicción, me enviaría ayuda.
Pero si podía, prefería largarme. Necesitaba saber quién andaba cerca.
Jeremy me miraba de forma extraña.
– ¿En qué estás pensando?
– El Huésped no está formado por sidhes, salvo uno o dos enviados para dirigir la partida de caza. Forma parte del horror de la persecución. Si los sidhe no quieren que los encuentre probablemente no pueda hacerlo, pero puedo encontrar al resto.
Jeremy no discutió. No preguntó si yo lo podía hacer, o si era seguro. Simplemente, lo aceptó. Ya no se comportaba como mi jefe. Era la princesa Meredith NicEssus, y si decía que podía encontrar al Huésped en plena noche, me creía. Nunca se hubiera creído a Merry Gentry, sin pruebas.
Lancé mi fuerza, conservando los escudos en su lugar, pero extendiendo mi círculo de poder. Era peligroso, porque si estaban encima de nosotros, les bastaría esta apertura para vencerme, pero era la única manera de saber lo cerca que estaban. Sentí a Uther y a Ringo fuera, sentí sus cuerpos, su magia. Percibí la fuerza del mar y un repiqueteo hacia la tierra, la magia de todos los seres vivos, pero nada más. Extendí mi poder cada vez más, kilómetro a kilómetro, y no había nada, hasta que, casi al límite de mis posibilidades, algo presionaba el aire como una tormenta que avanzaba hacia mí, pero no era una tormenta, o al menos no era una tormenta de viento y lluvia. Estaba demasiado lejos para obtener una percepción clara de qué misteriosas criaturas acompañaban a los sidhe, pero era suficiente. Teníamos bastante tiempo.
Me retiré nuevamente a mis escudos, aferrándome a ellos.
– Están a varios kilómetros.
– ¿Entonces, cómo hicieron el hechizo de desacuerdo?
– Mi tía podría susurrarlo en el viento de la noche y aun así alcanzaría su objetivo.
– ¿Desde Illinois?
– Tardaría un día o tres, pero sí, desde Illinois. Pero no estés tan preocupado. Nunca se ensuciaría las manos personalmente con trabajos de recadero. Quizá me quiera ver muerta, pero no a distancia. Quiere darme un castigo ejemplar, y para eso necesitarán llevarme a casa.
– ¿Con cuánto tiempo contamos?
Negué la cabeza.
– Una hora, quizá dos.
– Entonces, llegaremos a tiempo al aeropuerto. Sacarte de la ciudad es lo único que te puedo ofrecer. Un mago sidhe, uno que ni siquiera estaba allí, me alejó de la casa de Alistair Norton. No puedo romper la magia de sidhe, y eso significa que no voy a poder ayudarte.
– Tú enviaste las arañas a través de la protección que había en la casa de Norton. Me recomendaste esconderme debajo de la cama. Hiciste bien.
Me miró de forma extraña.
– Pensé que tú habías fabricado las arañas. Nos miramos el uno al otro por un momento.
– No fui yo -dije.
– Yo tampoco -dijo en voz baja.
– Sé que lo que voy a decir suena a película, pero si no fuiste tú y tampoco fui yo…
– Uther no es capaz de algo así.
– Roane no practica magia activa -dije. De repente, sentí frío, y no tenía nada que ver con la temperatura. Uno de nosotros tenía que decirlo en voz alta-. ¿Entonces quién fue? ¿Quién me salvó?
Jeremy sacudió la cabeza.
– No lo sé. A veces, la corte de la Oscuridad te puede amparar antes de destrozarte.
– No te creas todas las historias que te cuentan, Jeremy.
– No es una historia.
La ira que se filtraba en estas simples palabras las hacías hirientes y groseras. De golpe, me di cuenta de lo asustado que estaba Jeremy. La ira era un escudo del miedo. Todas las reacciones de Jeremy tenían un regusto personal. No se trataba de un miedo genérico, sino de un miedo concreto, basado en algo más allá de las historias o leyendas.
– ¿Has tenido contacto con el Huésped?
Asintió y abrió la puerta.
– Quizá sólo tengamos una hora. Vámonos de aquí.
Me apoyé en la puerta y le impedí que la abriera.
– Esto es importante, Jeremy. Si has sido esclavo de una de ellas, entonces esta sidhe tendrá… poder sobre ti. Necesito saber lo que sucedió.
Entonces hizo algo que no me esperaba. Empezó a desabrocharse la camisa.
Enarqué las cejas.
– ¿No te estarán afectando todavía las Lágrimas de Branwyn? Entonces, sonrió. No era su sonrisa habitual, pero aun así suponía una mejora.
– Una vez, fui protegido por un miembro del Huésped. -Se apretó la corbata y el cuello de la camisa, pero se desabrochó los botones, se quitó la chaqueta, la colocó sobre un brazo, y se dio la vuelta-. Levántame la camisa.
No quería levantarle la camisa. Sabía de lo que eran capaces mis familiares cuando tienen creatividad. Había muchas posibilidades horribles y no deseaba ver ninguna de ellas marcada en la piel de Jeremy. Pero levanté la tela gris porque tenía que saberlo. No grité porque estaba preparada. Chillar era un exceso.
Su espalda estaba cubierta de cicatrices de quemaduras, como si alguien lo hubiera marcado al fuego una y otra vez. Con la excepción de que la marca tenía la forma de una mano. Toqué sus cicatrices, igual que él había tocado las mías. Empecé a colocar mi mano sobre una de las marcas de mano, entonces dudé y le advertí.
– Quiero colocar mi mano sobre una de las cicatrices para ver su tamaño.
Asintió.
La mano era mucho más grande que la mía, mucho más grande que la marca de mi propio cuerpo. Era una mano de hombre, con unos dedos más gruesos que los de la mayoría de sidhe.
– ¿Sabes el nombre de quien te lo hizo?
– Tamlyn -dijo. Parecía incómodo, y lo tenía que estar.
Tamlyn era el alias más habitual de los elfos. Tamlyn, junto a Robin Goodfellow y dos o tres más eran las típicas identidades falsas cuando había que esconder el nombre verdadero.
– Tenías que ser muy joven para no sospechar nada cuando te impuso este nombre -dije.
Asintió.
– Lo era.
– ¿Puedo comprobar tu aura?
Me sonrió por encima del hombro. El movimiento le arrugó la piel de la espalda, haciendo que las cicatrices dibujaran formas.
– Aura es una palabra nueva. Los duendes no la utilizan.
– Poder personal, entonces -dije, pero mi mirada estaba fija en su espalda. Le levanté la camisa hasta los hombros-. ¿Estabas atado cuando te hicieron esto?
– Sí, ¿por qué?
– ¿Puedes colocar las manos en la postura en que fueron atadas?
Respiró como si quisiera preguntar por qué, pero finalmente se limitó a levantar las manos sobre la cabeza y apoyó el cuerpo en la puerta. Levantó los brazos hasta que estuvieron lo más extendidos posible, ligeramente separados de su cuerpo hasta formar una Y. La camisa había vuelto a su sitio y tuve que levantarla nuevamente. Pero cuando lo hice, vi lo que pensé que vería. Las quemaduras en forma de mano habían formado un dibujo. Era la imagen de un dragón, o quizá, más exactamente, de un wyrm, largo y en forma de serpiente. Tenía una vaga forma oriental a causa de la forma de mano, pero era sin duda un dragón. No obstante las quemaduras sólo formaban el dibujo si Jeremy estaba exactamente en la misma postura de cuando fue torturado. Cuando bajó los brazos, la piel se separó y sólo quedaron cicatrices.
– Puedes bajar los brazos -dije.
Lo hizo y al mismo tiempo se volvió para mirarme. Empezó a ponerse la camisa. No creo que fuera consciente de lo que estaba haciendo.
– Tienes mala cara. ¿Qué has visto en las cicatrices que no haya visto nadie más?
– No te pongas la camisa, todavía no, Jeremy. Tengo que colocar una protección en tu espalda.
– ¿Qué has visto, Merry? -Dejó de abrocharse la camisa, pero no se la quitó para mí.
Negué con la cabeza. Jeremy había tenido estas cicatrices durante cientos de años y nunca había sabido que un sidhe había jugado un poco con su carne. El acto revelaba un gran desprecio por la víctima, una crueldad insoportable. Por supuesto, podría ser muy práctico: crueldad con intención. El sidhe, quienquiera que fuese, podía haber colocado un hechizo sobre las quemaduras. Podría hacer salir un dragón de la espalda de Jeremy o convertirlo a él en uno. O quizá no, pero más valía asegurarse.
– Deja que te proteja la espalda, en la furgoneta te lo explicaré.
– ¿Tienes tiempo? -preguntó.
– Claro. Sácate la camisa para que las quemaduras queden al descubierto.
Me miró como si no me creyera, pero cuando le puse de cara a la puerta, no se quejó y se levantó la camisa de seda para que yo pudiera trabajar.
Concentré poder en mis manos como si sostuviera calor en las palmas. Abrí las manos lentamente, con las palmas mirando hacia la espalda desnuda de Jeremy. Coloqué las manos casi rozando su piel y el calor tembloroso acarició la espalda de Jeremy y le produjo un escalofrío.
– ¿Qué runas utilizas? -preguntó, inquieto.
– No utilizo -dije. Esparcí aquel poder cálido por las cicatrices de su espalda.
Empezó a darse la vuelta.
– No te muevas.
– ¿Qué quieres decir con que no utilizas runas? ¿Qué otras cosas puedes usar?
Tuve que arrodillarme para asegurarme de que el poder cubría cada cicatriz. Cuando me hube asegurado de que todo estaba cubierto, lo sellé, visualizando el poder como una capa de luz amarilla brillante sobre su piel. Sellé los extremos de ese brillo para ajustarla a su piel, como un escudo.
Jeremy respiraba con dificultad.
– ¿Qué utilizas, Merry?
– Magia -dije, y me levanté.
– ¿Puedo bajarme la camisa?
– Sí.
La seda gris cayó en su sitio, y la protección era tan sólida que sentí que la camisa quedaba abultada por la magia, aunque no era así. La seda se pegó a su espalda como si no le hubiera hecho nada, pero nunca dudé de que había hecho bien mi trabajo.
Empezó a ponerse la camisa por dentro del pantalón, antes incluso de volverse hacia mí.
– ¿Has usado sólo tu magia personal para esto?
– Sí.
– ¿Por qué no utilizas runas? Contribuirían a potenciar tu magia.
– Muchas runas son en realidad antiguos símbolos de deidades o criaturas olvidadas desde hace tiempo. ¿Quién sabe? Podría invocar al mismo sidhe que te hizo daño. No puedo correr ese riesgo. Jeremy se puso la americana y se arregló la corbata.
– Ahora cuéntame qué es lo que te asustó de las cicatrices de mi espalda.
Abrí la puerta del apartamento.
– De camino a la furgoneta. -Salí al rellano sin darle tiempo a protestar. Habíamos perdido mucho tiempo, pero precisaba proteger su espalda.
Nuestros zapatos de vestir repiqueteaban en los escalones.
– ¿Qué era, Merry?
– Un dragón. En realidad, un wyrm porque no tenía patas.
– ¿Tuviste una visión en las cicatrices?
Me abrió la puerta de la calle, como siempre. Saqué el arma de mi espalda y le quité el seguro.
– Pensé que el Huésped estaba lejos -dijo Jeremy.
– Un sidhe sólo se podría esconder de mí. -Mantenía el arma apuntada hacia abajo, de forma que resultara poco visible-. No me volverán a llevar allí, Jeremy. Cueste lo que cueste.
Eché a andar en medio de una suave noche antes de que él pudiera decir nada. Muchos elfos, especialmente los sidhe, consideraban que usar armas modernas era hacer trampa. No había ninguna norma escrita en contra del uso de pistolas, pero aun así se consideraba incorrecto, a no ser que uno fuera miembro de la guardia de elite de la reina o del príncipe. Tenían que llevar armas para proteger a los miembros de la realeza. Bueno, yo era un miembro de la realeza, un miembro exiliado, pero aun así real, tanto si a los demás les gustaba como si no. No tenía ninguna guardia que me protegiera, de manera que lo haría yo misma. Al precio que fuese.
La noche nunca era verdaderamente oscura en Los Ángeles: había demasiada luz eléctrica, demasiada gente. Busqué una figura solitaria oculta en la penumbra. La busqué con los ojos y estableciendo un círculo de energía en torno a nosotros mientras avanzábamos hacia la furgoneta. Había gente en las otras casas. Les podía sentir moviéndose, vibrando. Un grupo de gaviotas sobrevolaba uno de los tejados, medio dormidas, revoloteando en señal de protesta al notar que mi magia se desplazaba sobre ellas. Había una fiesta en la playa. Percibía cómo se elevaba la energía, la tensión, el miedo, pero era un miedo normal; ¿debo hacerlo o no debo hacerlo?, ¿es seguro? No había nada más, a excepción de la presencia permanente de la energía del mar cuando uno se hallaba cerca de la costa. Se convertía en una especie de ruido blanco, en algo a lo que no haces caso, pero no dejaba de estar allí. Roane estaba en alguna parte de ese poder arrollador. Esperaba que se lo estuviera pasando bien. Sabía que yo no.
Se abrió la puerta corredera de la furgoneta y vi a Uther acuclillado en la penumbra. Me tendió la mano y yo estiré mi brazo izquierdo. Su mano cogió la mía y tiró de mí al interior de la furgoneta. Cerró la puerta.
Ringo me miró por encima del asiento del conductor. Casi no cabía en él, con toda aquella musculatura, aquellos largos brazos y aquel pecho inmenso aprisionados en un asiento construido para humanos. A1 sonreír mostró una boca de dientes afilados como los de un lobo. La cara era un poco alargada para dejar sitio a los dientes, lo cual desproporcionaba el resto de su rostro, más humano. Los dientes asomaban por encima de su piel marrón. Ringo había formado parte de una banda de barrio. Un día un grupo de sidhe de la corte de la Luz se perdieron en lo más profundo y oscuro de Los Ángeles. Se encontraron con unos pandilleros: la máxima expresión de la interacción cultural. Los sidhe se llevaron la peor parte en la batalla. Es difícil saber qué sucedió. Tal vez fueran demasiado arrogantes para luchar contra un grupo de quinceañeros. Quizá los adolescentes eran mucho peores de lo que se habían imaginado los visitantes reales. El caso es que estaban perdiendo la pelea hasta que uno de los miembros de la pandilla tuvo una idea brillante. Cambió de bando con la condición de que se cumpliera su deseo.
Los sidhe estuvieron de acuerdo, y Ringo mató a sus compañeros de pandilla. Su deseo era ser un elfo. Los sidhe le habían dado su palabra de honor de que le concederían este deseo y no podían echarse atrás. Para convertir a un humano pleno en duende parcial, hay que derramar en él un poco de magia, puro poder, y es la voluntad o el deseo humano lo que determina la forma de esa magia. Ringo tenía unos catorce años cuando esto sucedió. Quizá pretendía mostrarse fiero, aterrador, ser el más grande hijo de puta del barrio, y así la magia le había concedido su deseo. Según los cánones humanos, era un monstruo. Según los de los sidhe, lo mismo. Según las medidas de duende, era simplemente uno más de la pandilla.
No sé por qué motivo Ringo dejó las bandas. Quizá le encandilaron. Quizás alcanzó la sabiduría. Cuando le conocí, ya llevaba muchos años siendo un ciudadano ejemplar. Estaba casado con la novia de siempre y tenía tres hijos. Estaba especializado en el trabajo de guardaespaldas y trabajaba para muchas celebridades que sólo buscaban la compañía de una imagen exótica y musculosa. Un trabajo fácil y sin gran peligro, y con la oportunidad de mantener contacto con las estrellas. No estaba mal para el hijo de una yonki de quince años y de padre desconocido. Ringo guarda en el escritorio una foto de su madre a la edad de trece años. Tiene ojos brillantes y aparece guapa y bien peinada, con toda la vida por delante. Al año siguiente, ya se drogaba y murió de sobredosis a los diecisiete. No tiene fotos de su madre mayor de trece años, ni en su despacho ni en su casa. Es como si, para Ringo, todo fuera irreal después de aquello, como si no fuera su madre.
Su hija mayor, Amira, tiene un aspecto misterioso como en esa foto. No creo que hubiese sobrevivido si la hubiera descubierto drogándose. Ringo dice que drogarse es peor que la muerte, y estoy convencida de que lo cree.
Ninguno de los dos advirtió el arma cuando me la metí en la cintura. Quizás estaban con Jeremy cuando encontró el arma y los papeles.
Jeremy se sentó en el asiento del acompañante.
– Vamos al aeropuerto.
Fue todo lo que dijo. Ringo arrancó el coche y nos fuimos.