22

Gran se había reservado para ella las habitaciones del piso superior. En tiempos antiguos, cuando esta monstruosidad victoriana era nueva, esas habitaciones eran las dependencias del servicio, frías en invierno y tórridas en verano. Pero el aire acondicionado y la calefacción central son cosas maravillosas. Mi abuela había tirado algunas de las paredes para crear un acogedor salón con un cuarto de baño completo a un lado, un pequeño excusado sin uso alguno junto a él y un dormitorio grande para ella al otro lado del salón.

El salón estaba decorado en blanco, crema y varios tonos de rosa. Nos sentamos en un confidente estampado de respaldo duro, con tantas almohadas con puntillas que no sabía qué hacer con ellas. Había apilado unas cuantas a un lado, formando una improvisada montaña de flores y puntillas.

Estábamos tomando el té en un juego de tazas decoradas con flores. Mi segunda taza de té, junto con un platillo delicado, flotaba desde la mesita de café hacia mí. El truco para coger algo que levita es mantenerte quieto. Si vas a cogerlo, lo derramas. Hay que esperar, y si la persona que realiza la levitación lo hace bien, la taza o lo que sea tocará tu mano: es entonces cuando tienes que agarrarla. A veces, pienso que la mayor lección de paciencia es aguardar que una taza flote hasta tu mano.

Me había estado concentrando mucho en ese momento. En no derramar el té, en coger un terrón de azúcar de un azucarero flotante. Concentrándome, simplemente, en estar con mi abuela después de tres años. Pero en el fondo de mi mente no dejaba de formularme preguntas. ¿Quién había intentado matarnos en el coche? ¿Había sido Cel? ¿Por qué la reina ansiaba tanto mi regreso? ¿Qué quería de mí? Dicen que las carreras de caballos son el deporte de los reyes, pero no es ése el auténtico deporte real. El verdadero deporte real es la supervivencia y la ambición.

La voz de Gran me devolvió al presente con una sacudida que me hizo saltar. La taza de té levitante se movía un poco, como un barco ajustándose para entrar en el muelle.

– Perdón, Gran, no te he oído.

– Querida, estás demasiado nerviosa.

– No lo puedo evitar.

– No creo que la reina te haya traído sólo para ver cómo te matan tus enemigos.

– Si estuviera gobernada por la lógica, estaría de acuerdo, pero las dos la conocemos demasiado bien para pensar así.

Gran suspiró. Era incluso más baja que yo, unos centímetros por debajo del metro y medio. Me acuerdo de una época en la que me parecía enorme y creía que nada podía hacerme daño cuando estaba en sus brazos. El largo cabello castaño y ondulante de Gran acariciaba su delicado cuerpo como una cortina de seda, pero no escondía su cara. Su piel era marrón como una nuez y un poco arrugada, y no por la edad. Sus ojos eran grandes, y marrones como su cabello, con unas pestañas maravillosas. Pero no tenía nariz y sólo una boca muy pequeña. Era casi como si su cara fuera un cráneo marrón. Se distinguían los dos agujeros donde debería estar la nariz, como si se la hubieran cortado, pero ésta era la cara con la que había nacido. Su madre, mi bisabuela, pensaba que era guapa. Su padre humano, mi bisabuelo, le había repetido de pequeña que por supuesto lo era. Tenía el aspecto de su madre, la mujer que amaba.

Me hubiera gustado conocer a mi bisabuelo, pero era un humano puro y vivió en el siglo XVII. Habría podido conocer a Mi tatarabuela si no la hubieran matado en una de las grandes guerras entre humanos y elfos en Europa. Murió en una guerra en la cual, como brownie, no tenía necesidad de participar. Pero negarse a ir a una guerra se considera traición. Y la traición se paga con la muerte.

Los jefes sidhe te controlan siempre.

El platillo de porcelana me tocó la mano, abrí los dedos delicadamente y lo cogí. Habría sido más fácil poner toda la mano debajo del platillo para sostenerlo, pero no era correcto para una mujer. Había aprendido a tomar el té según unas reglas de etiqueta que llevaban cien años o más en desuso. El siguiente punto delicado con una bebida caliente en levitación es que cuando la persona rechaza la invitación, la taza se vuelve más pesada. Casi todo el mundo derrama un poco de té en las primeras ocasiones. No hay que avergonzarse por ello.

Yo no derramé nada. Gran me invitó a tomar el té por primera vez cuando yo tenía cinco años.

– Me gustaría saber qué decirte acerca de la reina, cariño, pero no lo sé. Lo mejor que puedo hacer es alimentarte. Torna unas pastas, querida. Son un poco pesadas para tomar el té, pero es lo que te gusta.

– ¿Rellenas de cordero? -pregunté.

– Con nabos y patatas, como a ti te gustan.

Sonreí.

– Habrá comida esta noche en el banquete.

– ¿Pero querrás comer? -preguntó.

Era un buen argumento. Cogí una de las pastas rellenas de cordero del platito flotante en el que descansaban.

– ¿Qué piensas del anillo?

– Nada.

– ¿Qué quieres decir con nada?

– Quiero decir, cariño, que no dispongo de suficiente información ni para aventurar una respuesta.

– ¿Era Cel quien intentó matarnos a Galen y a mí? Creo que lo que más me molesta es el hecho de que, quienquiera que pusiera el hechizo en el coche, quería sacrificar a Galen para llegar a mí, como si Galen no tuviera importancia.

El pastelito olía maravillosamente, pero había perdido el apetito de repente. El té me había revuelto el estómago y sentía arcadas. Nunca me sienta bien comer cuando estoy nerviosa. Puse el pastel en el plato, y éste flotó hacia la mesa.

Gran me cogió la mano. Se había pintado las uñas de un granate tan oscuro que casi era del mismo color que su piel.

– No conozco la magia superior, Merry; mi magia es más bien una habilidad innata. Pero si pretendían matarte, ¿por qué utilizaron una cuerda verde? El color de esperanza, de una vida familiar fructífera. ¿Por qué añadir este color?

– Lo único que se me ocurre es que tenían el hechizo para otro propósito y lo usaron contra mí en el último momento. Porque, ¿por qué otro motivo podría haber estado el hechizo allí?

– No lo sé, querida, me gustaría saberlo -dijo Gran.

Levanté la mano para que el anillo brillara a la luz otoñal.

– Quienquiera que pusiera el hechizo en el coche, usó este anillo para aumentar su magia. Sabían que el anillo estaría allí. ¿A quién iba a confiar la reina esta información?

– La lista de aquellos en los que confía es corta, pero la de aquellos demasiado asustados para ir contra sus deseos es larga. Podría haber dado el anillo y la nota a cualquiera, y confiado en que la obedecerían. A la reina no se le pasa por la cabeza que su Guardia pueda desobedecerla. -Me apretó la mano-. Obviamente, no te comerás estos pasteles. Los mandaré al piso de abajo. Les gustarán a mis invitados.

– Lo siento, Gran. No puedo comer cuando estoy nerviosa.

– No me siento ofendida, Merry, sólo soy práctica.

Hizo un gesto y la puerta se abrió al pequeño pasillo. Los platos con comida empezaron a desfilar hacia las escaleras del fondo.

– ¿Para qué serviría ejecutarnos a Galen y a mí? -pregunté.

Los platos todavía salían en danza por la puerta, pero se dirigió a mí sin que nada cayera ni salpicara.

– Quizá deberías preguntarte por las consecuencias de que el anillo de la reina se descubriese envuelto en un hechizo de amor concebido para ti.

– Pero no estaba concebido para mí. Podría haber viajado cualquiera en el asiento trasero del coche.

– No lo creo -dijo Gran. Me cogió la mano y tocó la joya de plata. No respondió a su toque como había respondido al de Galen-. Éste es el anillo de la reina, y tú eres de la sangre de la reina. Pero por azar de orden de nacimiento, Essus podría haber sido rey. Tú ya serías reina, y no Andáis. Sería tu primo Cel el segundo de la línea al trono, y no tú.

– A mi padre nunca le gustó la manera de gobernar la corte de Andáis.

– Sé que había quienes le instaban a matar a su hermana y llegar al trono -dijo Gran.

No intenté esconder mi sorpresa.

– No pensaba que lo supiera todo el mundo.

– ¿Por qué crees que fue asesinado, Merry? Alguien temía que Essus aceptara el consejo y empezara una guerra civil.

Le cogí la mano.

– ¿Sabes quién ordenó matarle? Negó con la cabeza.

– Si lo supiera, cariño, ya te lo habría dicho. Yo no formaba parte de las maquinaciones de ninguna de las cortes. Era tolerada, nada más.

– Mi padre hizo más que tolerarte -dije.

– Sí, lo hizo. Me concedió el placer de verte crecer de niña a mujer. Siempre le estaré agradecida.

Sonreí.

– Yo también.

Gran se sentó con las manos en el regazo, un indicio inequívoco de que se sentía incómoda.

– Si tu madre hubiera podido ver su bondad… Pero la cegó el hecho de formar parte de la corte de la Oscuridad.

– Mi madre quería casarse con un príncipe de la corte de la Luz. Nadie la quería tocar, porque, aunque era alta y guapa, les daba miedo llevársela a la cama. Tenían miedo de mezclar su sangre, tan pura, con la de ella. No querían mancillar su reputación con ella, y menos después de que su hermana gemela, Eluned, se quedara embarazada después de una sola noche con Artagan, y le obligara a casarse.

Gran asintió.

– Tu madre siempre pensó que Eluned había echado por tierra sus posibilidades de una boda en la corte de la Luz.

– Así es -dije-. Especialmente después de que naciera su hija, y… -Miré la cara de Gran-. La hija era igual que tú. -Estiré el brazo hacia ella al decir esto.

Me cogió la mano.

– Sé lo que piensan los de la Luz de mi aspecto, cariño. Sé lo que piensa mi otra nieta sobre el parecido familiar.

– Mi madre se fue con mi padre porque el rey Taranis le prometió un amante real al regresar. Tres años en la sucia e impura corte de la Oscuridad, y podría regresar y reclamar un amante de la Luz. No creo que pensara quedarse embarazada durante el primer año.

– Lo cual convirtió el arreglo temporal en permanente -dijo Gran.

Asentí.

– Por eso soy la Pesadilla de Besaba en la corte de la Luz. Mi nacimiento la vinculó a la corte de la Oscuridad, y siempre estuvo resentida conmigo por este motivo.

Gran negó con la cabeza.

– Tu madre es mi hija y la quiero, pero tiene muchas… dudas a veces sobre a quién quiere y por qué.

Estaba pensando que quizá mamá no quería a nadie, sino a su propia ambición, pero no lo dije en voz alta. A1 fin y al cabo, Gran era su madre.

El sol de la tarde estaba bajo.

– Necesito ir al hotel y vestirme para la fiesta.

Gran me cogió el brazo.

– Deberías quedarte aquí.

– No, y ya sabes por qué.

– He colocado protecciones en mi casa y mis propiedades.

– ¿Protecciones capaces de resistir a la Reina del Aire y la Oscuridad? ¿O a quienquiera que desee matarme? No lo creo.

Abracé a Gran, y sus delgados brazos me sostuvieron, apretándome contra ella con una fuerza impropia de un cuerpo tan delicado.

– Ten cuidado esta noche, Merry. No soportaría perderte.

Pasé una mano por su cabello maravilloso y vi una fotografía por encima de su hombro. Era una fotografía de ella y Uar el Cruel, que había sido su marido. Era alto y musculoso. Él estaba sentado en una silla y ella de pie a su lado. Gran tenía una mano sobre el hombro de Uar, cuyo cabello se derramaba como olas de oro. Su traje era negro con una camisa blanca, nada de particular. Nada especial, excepto su cara. Era muy… agradable de cara. Sus ojos eran como círculos de azul dentro de azul. Aparentemente, era todo lo que una mujer podría desear. Pero no lo llamaban «el Cruel» sólo por haber engendrado a tres hijos monstruosos.

Había apaleado a mi abuela porque era fea. Porque no tenía sangre real. Porque dio a luz dos hijas gemelas, y eso significaba que, a no ser que ella estuviera de acuerdo con él, su matrimonio era para siempre. Con Gran y Uar, no iban a hacer bromas.

Ella sólo le había concedido la versión sidhe del divorcio hacía tres años, cuando yo abandoné la corte. En su momento, me preguntaba si Gran le había concedido a Uar el divorcio a cambio de que éste intercediera por mí ante Andais. Era poderoso, y Andais respetaba su poder. No digo que Andais la amenazara. No, esto hubiese sido poco inteligente. Pero pudo haber sugerido que me dejaran recorrer mi camino durante cierto tiempo.

No pregunté nunca. Me aparté de ella y miré aquellos grandes ojos castaños, tan parecidos a los de mi madre.

– ¿Por qué le concediste el divorcio hace tres años? ¿Por qué entonces?

– Porque tocaba, niña, era el momento de que se fuera.

– No intercedió por mí ante Andáis, ¿verdad? ¿Fue ése el precio que pagó por librarse de ti?

Se carcajeó durante un buen rato.

– Cariño, cariño, ¿realmente crees que ese viejo tonel iba a hablarle a la Reina del Aire y la Oscuridad? Todavía no está recuperado del desengaño de que sus tres hijos fuesen expulsados de su corte y obligados a convertirse en súbditos de Andáis.

Asentí.

– Mis primos no son realmente tan malos. Los guantes quirúrgicos modernos son tan delgados que casi es como no llevar nada. Ya no envenenan a la gente por el simple contacto.

Gran volvió a abrazarme.

– Pero el veneno que se desprende de tus manos te impide ser un guardia con sangre real, ¿verdad?

– Bueno…, sí. Pero dejando la sangre real, hay mujeres que quieren.

– En la corte de la Oscuridad lo podría creer.

La miré. Tenía la gracia de parecer preocupada.

– Lo siento, Merry. Ha sido bastante inoportuno por mi parte. Te pido disculpas. Debería saber mejor que la mayoría que no hay tanto para escoger en ninguna de las dos cortes.

– Necesito ir al hotel, Gran.

Me condujo hacia la puerta, con su brazo en torno a mi cintura.

– Ve con cuidado esta noche, cariño, con mucho cuidado.

– Así lo haré. -Nos quedamos de pie, mirándonos mutuamente durante un segundo o dos, pero qué podíamos decir, ¿qué se puede decir?-. Te quiero, Gran.

– Y yo a ti, cariño.

Había lágrimas en aquellos fantásticos ojos marrones. Me besó con sus finos labios que siempre me habían acariciado con más cariño y amor que la hermosa cara de mi madre o sus manos como lirios blancos. Sentí el calor de las lágrimas de Gran en mis mejillas. Sus manos se aferraron a mí cuando empecé a bajar la escalera. Nos separamos una de la otra, y las puntas de los dedos temblaban cuando nos tocamos por última vez.

Miré varias veces hacia atrás para observar aquella pequeña figura marrón en lo alto de la escalera. Se dice que no hay que mirar atrás, pero si uno no está seguro de lo que hay delante, ¿qué queda sino mirar hacia atrás?

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