Alistair Norton no tenía pinta de monstruo. Esperaba que fuera apuesto, pero el encuentro fue frustrante. Hay una parte de todos nosotros que cree profundamente que lo malo se muestra fuera, que deberíamos poder descubrir a la mala gente sólo con mirarles, pero desgraciadamente no funciona así. He pasado suficiente tiempo en ambas cortes para saber que lo bueno y lo bonito no son lo mismo. Yo sabía que la belleza constituía un camuflaje perfecto para el más sombrío de los corazones, y aun así quería que la cara de Alistair Norton me enseñara lo que había dentro. Deseaba alguna marca visible de Caín en él. Pero entró riendo en el restaurante. Era alto, ancho de hombros y con la cara angulosa, tan masculino que casi me hacía daño contemplarle. Sus labios eran un poco finos para mi gusto, la cara quizá excesivamente masculina y los ojos de un castaño vulgar. El pelo, que llevaba recogido en una coleta, tenía una rara tonalidad castaña, ni clara ni oscura. Pero era necesario buscar las imperfecciones, sencillamente porque no había.
Su sonrisa fácil suavizaba sus rasgos y lo convertía en alguien más cercano, menos modélico. La risa era profunda y encantadora. Tenía las manos grandes y lucía un anillo de plata con un diamante tan grueso como mi dedo pulgar, pero no llevaba alianza. No se veía ni siquiera una pálida señal de que se hubiera quitado el anillo. Su piel era tan oscura que tendría que haberse percibido una diferencia de bronceado. Nunca había llevado anillo. Siempre he creído que un hombre que no quiere llevar una alianza está pensando en engañar a su mujer. Nunca faltan excepciones, pero pocas.
Él parecía complacido.
– Sus ojos brillan como jades.
Había dejado las lentes de contacto en el despacho. El color natural de mis pupilas brillaba de verdad. Le di las gracias por el piropo, fingiendo modestia y sin apartar la mirada de mi copa. No era cuestión de modestia, intentaba ocultar el desprecio que se reflejaba en mis ojos. Tanto la cultura humana como la sidhe aborrecen el adulterio. A los sidhes no les preocupa la fornicación, pero una vez casados y cuando han prometido fidelidad tienen que ser fieles. Ningún duende aceptaría a quien ha roto un juramento. Si tu palabra carece de valor, tú también.
Me tocó el hombro.
– Una piel blanca perfecta.
Como no me lo saqué de encima, se inclinó y besó mi hombro con suavidad. Le toqué la cara al retirarse, y él lo interpretó como una suerte de señal. Me besó el cuello al tiempo que me acariciaba el pelo.
– Tu cabello es como seda roja -dijo respirando contra mi piel-. ¿Es tu color natural?
Me volví hacia él y puse la boca muy cerca de la suya antes de contestarle:
– Sí.
Me besó, y fue un beso delicado y bonito. Parecía tan sincero que me dio asco. Lo realmente horrible era que en realidad podía estar siendo sincero, que al principio de la seducción creía en las palabras que decía. Había conocido a hombres como él antes. Es como si se creyeran sus propias mentiras, como si creyeran que esta vez el amor será verdadero. Pero nunca dura porque no existe ninguna mujer suficientemente perfecta para ellos. Por supuesto, no es la mujer quien no es lo bastante perfecta. Son ellos. Intentan llenar alguna de sus carencias con mujeres o con sexo y esperan que si el amor es verdadero y el sexo funciona se sentirán completos al fin. Los donjuanes en serie son de algún modo como asesinos en serie. Ambos creen que la próxima vez será perfecta, que la experiencia siguiente será completa y acabará con esa necesidad sin fin. Pero nunca es así.
– Vámonos de aquí -susurró.
Asentí, sin reconocer mi propia voz. Había dado muchos besos con los ojos cerrados porque no siempre sabía mentir con la mirada. Bastante difícil era no mostrar reticencia cuando me tocaba. Esperar que mis ojos mostraran deseo y amor era pedir demasiado. Su coche respondía a las expectativas: caro, elegante y rápido. Era un Jaguar negro con asientos de piel también negra, de manera que era como estar sentada en un estanque en la oscuridad. Me abroché el cinturón. Él no. Conducía deprisa, sorteando el tráfico. Me habría impresionado más de no haber sido porque yo ya llevaba tres años conduciendo en Los Ángeles. Todo el mundo circula así en esta ciudad.
La casa era coqueta y pequeña, la más pequeña de los alrededores, pero contaba con el patio más grande. En realidad, había suficiente terreno a ambos lados de la construcción, de modo que ni siquiera alguien del Medio Oeste se habría quejado de falta de espacio. La vivienda tenía el aspecto de un lugar donde los niños esperan que papá vuelva a casa, mientras mamá corre vestida con su traje chaqueta intentando preparar la cena después de un día de duro trabajo.
Por un momento, me pregunté si me había llevado a la casa que compartía con Frances. De ser así habría supuesto un cambio en su patrón de comportamiento y eso a mí no me gustaba. ¿Por qué te nía que modificar sus hábitos? Sabía que no había encontrado el micrófono, y que no había tocado mi monedero, lo cual significaba que no conocía la existencia de la cámara oculta que había en él. Yo esperaba a llegar a su nidito de amor para ponerla en marcha. No podía haber descubierto nada.
Ringo estaba apostado ante la vivienda de Norton cuidando de su mujer. Si Alistair se ponía demasiado violento antes de que pudiésemos meterlo en la cárcel, Ringo sabría determinar el momento adecuado para intervenir. No busqué a Ringo. Si estaba allí, no quería hacerle el centro de atención.
Alistair abrió la puerta para mí, y me ayudó a bajar del coche. Se lo permití porque estaba tratando de pensar. Al final, me decidí por la honestidad, o un tipo de honestidad.
– ¿Estás seguro de que no estás casado?
– ¿Por qué lo preguntas?
– Esto parece una casa familiar. Sonrió y me enlazó el brazo.
– No tengo familia: vivo solo. Acabo de trasladarme aquí.
Lo miré.
– ¿Compras con vistas al futuro? ¿Para mujer y niños?
Me tomó la mano y se la llevó a los labios.
– Con la mujer adecuada, todo es posible.
Dios mío, sabía muy bien lo que debía ofrecer a una mujer. Te dejaba entrever que tú podías ser la mujer que le domesticara, la que consiguiera hacerle sentar la cabeza. A la mayoría de mujeres, esto les gusta, pero yo sabía que los hombres no sientan la cabeza por una mujer, sino porque finalmente están preparados para hacerlo. Sea quien sea la mujer con la que estén saliendo, cuando están preparados para sentar la cabeza, ella es la elegida. No necesariamente ha de ser la mejor ni la más guapa, basta con que esté ahí en el momento adecuado. Poco romántico, pero cierto.
Se había ido de su apartamento. ¿Por qué? ¿Tenía algo que ver con el hecho de que Naomi Phelps le había abandonado? ¿Le puso esto suficientemente nervioso para que se fuera? ¿0 había estado planificando el traslado desde hacía tiempo? No había manera de saberlo sin preguntarlo, y no podía preguntar. Cuando Alistair Norton me invitó a entrar, sentí la necesidad de mirar atrás, de buscar a Jeremy y a los demás. Sabía que estaban allí fuera. Lo sabía porque tenía confianza en ellos. Alistair no había conducido tan deprisa como para dejar atrás a los dos vehículos: la camioneta para el sistema de sonido y para esconder a Uther, y el coche con Jeremy al volante por si necesitaban más capacidad de maniobra para seguir a Norron, o simplemente para hacer el cambio y que no viera el mismo coche detrás de él demasiado tiempo. Ellos estaban allí fuera, escuchándonos. Lo sabía, pero me hubiera gustado mirar por encima del hombro y verles. Era una muestra de inseguridad por mi parte.
Sentí la protección antes de que se abriera la puerta. Cuando entré, un poder me dio escalofríos. Él se dio cuenta.
– ¿Sabes qué estás sintiendo?
Podría haber mentido, pero no lo hice. Me hubiera gustado decir que era una corazonada, y a Alistair le habría agradado saber que era una persona con poderes místicos, pero se trataba de eso. Quería que supiera que no estaba desamparada.
– Tu puerta está protegida -dije.
El aire de la habitación me oprimía la piel, y era como si no pudiera respirar con suficiente profundidad, como si no hubiera bastante oxígeno. Me paré ante la entrada, esperando a que la situación mejorase. No lo hizo. El ambiente se volvía más denso, era como bañarse en aguas más profundas. Agua caliente, cerrada, que se pegaba a la piel.
Sabía que era poderoso por los hechizos que había hecho a su mujer y su amante. Pero la cantidad de poder que llenaba esa habitación era mucho más que humana: La única forma de que un brujo humano obtuviera tanto poder era negociar con seres no humanos. Yo no había contado con esto, nadie lo había hecho.
Me estaba hablando, pero yo no escuchaba. Mi cabeza estaba a punto de explotar: «¡ Vete!, ¡vete ya!». Pero si lo hacía, Alistair quedaría libre para matar a su mujer y torturar a otras mujeres. Salir corriendo sería seguro para mí, pero no ayudaría a nuestras clientes. Era uno de esos momentos en los que tenía que decidir si iba a ganarme el sueldo o no.
Una cosa me quedaba clara: los chicos de la furgoneta tenían que saber qué había descubierto.
– La protección no está para mantenerte a salvo, ¿no es cierto, Alistair? Aunque apartará otros poderes, la protección está para impedir que cualquier otro sienta cuánto poder tienes aquí. -La voz me salió entrecortada, como si tuviera dificultad en respirar.
A continuación, me miró, y por primera vez vi algo en sus ojos que no era agradable ni amable. Por un instante el monstruo asomó a aquellos ojos marrones.
– Tendría que haber sabido que lo notarías -dijo-. Mi pequeña Merry, con tus ojos, pelo y piel de sidhe. Si fueras alta y esbelta, parecerías una sidhe.
– Eso me han contado -dije.
Me tendió la mano. Yo estiré la mía, pero tuve que hacerlo a través del poder de la habitación, como empujándola entre una espesura invisible que ponía los pelos de punta. Sus dedos tocaron los míos, y entre nosotros pasó una corriente, como cuando hay demasiada energía estática. Rió y tomó mis manos entre las suyas. Me obligué a no retirarme, pero no pude sonreír. Ya bastante me costaba respirar a través del poder. Había vivido en sitios llenos de poder, con el poder embebido en las paredes, pero en esa estancia el poder llenaba el espacio como agua hasta no dejar aire para respirar. Alistair probablemente se creía un brujo importante y poderoso por ser capaz de convocar esta gran cantidad de poder, pero no era más que un aprendiz si no sabía controlarlo mejor. Mucha gente puede convocar poder. Convocar poder no es la medida de capacidad de un profesional, lo que cuenta es qué puede hacer uno con ese poder. Mientras me conducía, amablemente, a través del halo de energía, me pregunté qué hacía con toda aquella magia. Sin duda desperdiciaba mucha si permitía que flotara en el aire, pero uno no obtiene tamaña cantidad de energía sin tener alguna idea de qué está haciendo ni de qué se propone.
Mi voz me sonó extraña incluso a mí, tensa y entrecortada.
– La habitación está llena de magia, Alistair. ¿Qué vas a hacer con todo esto? -Esperaba que en la furgoneta estuvieran escuchándome.
– Déjame enseñártelo -dijo.
Estábamos ante la puerta cerrada de la pared de la izquierda.
– ¿Qué hay al otro lado de la puerta? -pregunté.
Era la única puerta visible desde la entrada. Había un pasillo que conducía desde la parte posterior de la sala de estar al interior de la casa, y una entrada abierta a la cocina. Era la única puerta cerrada, y si los chicos tenían que entrar a salvarme, no quería que empezaran a dar vueltas por ahí. Quería que entraran directamente y me sacaran de allí.
– No finjas, Merry. Los dos sabemos por qué estás aquí, por qué estamos aquí los dos. Es el dormitorio.
Abrió la puerta. El dormitorio era rojo desde la cama con dosel hasta la alfombra, pasando por las telas que cubrían todas y cada una de las paredes. Era como estar dentro de una caja de terciopelo rojo. Había espejos entre los pesados tapices, como joyas para cautivar la vista, pero ninguna ventana. Era una caja cerrada que constituía el centro de la magia que había sido convocada a ese lugar.
El poder cayó sobre mí como un abrigo sofocante. No podía respirar ni hablar. Mis pies dejaron de andar, pero Alistair no pareció notarlo y continuó empujándome hasta el interior de la habitación. Tropecé y lo único que me impidió caer en el suelo de madera pulida fueron sus brazos. Intentó sostenerme, pero me derrumbé en el suelo. Él no podía levantarme. No se trataba de un desmayo. Simplemente, me resistía a levantarme porque sabía adónde me quería llevar: a la cama. Y si ése era el centro de todo ese poder, no quería ir allí, todavía no.
– Espera -dije-, espera. Deja un segundo para que la chica recupere la respiración.
Había una pequeña cómoda a la altura de la cintura. Use el borde de la cómoda para ponerme en pie, aunque Alistair estaba allí para ayudarme, muy solícito. Dejé el bolso en la esquina de la cómoda, apretando dos veces el asa para poner en funcionamiento la cámara oculta. Si la cámara funcionaba captaría una imagen casi perfecta de la cama.
Alistair se me acercó por detrás y me rodeó con los brazos. Sin utilizar la fuerza bajó los míos a los costados. Pretendía que esto fuera un abrazo. En realidad, el pánico que sentía no se debía a él. Intenté relajarme, apretada a su cuerpo, pero no podía. El poder era demasiado fuerte, y me impedía relajarme. Lo máximo que podía hacer era no escapar.
Me besó en la mejilla y bajó sus labios por mi piel.
– No llevas maquillaje. -No necesito.
Volví la cabeza lo justo para animarle a continuar besándome la cara hasta el cuello. Era la invitación que necesitaba para continuar su camino hacia abajo. Sus labios se entretuvieron en mi hombro, pero sus manos se desplazaron hasta rodear mi cintura.
– Muy bien, eres un ser delicado. Te puedo abarcar toda con mis manos.
Me aparté lentamente de él en dirección a la cama. Mis sentidos respiraban aquella magia. Tenía años de práctica en resistirme a enormes cantidades de poder. Si uno es sensible a estas cosas y no se quiere volver loco, se tiene que adaptar. La magia puede convertirse en una especie de ruido blanco, como los sonidos de la propia ciudad, de manera que sólo captan tu atención cuando te concentras.
Estaba de pie en la alfombra persa que rodeaba la cama, tal y como Naomi la había descrito. No podía subirme a la cama porque sentía el círculo que había debajo de la alfombra como una gran mano que me apartaba. Era un círculo de poder, algo en cuyo interior refugiarse mientras se hace un conjuro, de manera que aquello que convocas no entre y te devore; o bien uno podía convocar algo al interior del círculo y quedarse a salvo fuera de él. Hasta que no sintiera el augurio no sabría qué tipo de círculo era, y tanto podía ser un escudo como una cárcel. Quizá ni siquiera lo supiera viendo el augurio y la construcción del círculo. Conocía la brujería de las sidhe, pero existen otros tipos de poder, otros lenguajes místicos con los que ejercer magia. Podía no reconocer ninguno de ellos, y entonces sólo habría una manera de saber qué era el círculo…: entrando en él.
El verdadero problema era que algunos círculos están construidos para mantener a las hadas en cautividad, y una vez dentro podría tener problemas para salir. Si realmente nos enfrentábamos a un grupo de aprendices probablemente no intentarían capturarnos, pero nunca se sabe. Si uno quiere algo con mucha fuerza, y no lo puede tocar ni retener nunca, el amor puede degenerar en celos más destructivos que cualquier odio.
Alistair se aflojó el nudo de la corbata mientras se me acercaba, dibujando en los labios una sonrisa de anticipación. Era extremadamente arrogante, seguro de sí mismo y de que me tenía. Era muy tentador escapar para no tener que ver nunca más aquella arrogancia. Todavía no había hecho nada ilegal, ni siquiera nada místico. ¿Era yo demasiado fácil? ¿Se reservaba las técnicas místicas para las más reticentes? ¿Tenía que ser más reticente? ¿O más agresiva? ¿De qué serviría grabar alguna acción ilegal de Alistair Norton? Todavía intentaba determinar si debía comportarme como la virgen reticente o como una puta ansiosa y agresiva cuando ya lo tenía delante. Se me había acabado el tiempo.
Se inclinó para besarme, yo levanté la cabeza y me puse de puntillas, apoyándome en sus brazos. Sus bíceps se flexionaron bajo mis manos, contrayéndose bajo la chaqueta. No creo que fuera consciente de ello, lo hizo por pura costumbre. Me besó como parecía que lo hacía todo, con mucha práctica y una habilidad delicada. Sus brazos rodearon mi cintura. Me apretó contra su cuerpo y me levantó del suelo. Empezó a llevarme hacia el círculo. Impedí que continuara besándome para decir «espera, espera», pero mi respiración se detuvo un segundo y nos encontramos del otro lado, dentro del círculo. Era como estar en el ojo de un huracán. Dentro del círculo se estaba tranquilo, era el lugar más tranquilo que había sentido en toda la casa. Aquella rigidez que me era desconocida se aligeraba allí a la altura de mis hombros y de mi espalda.
Alistair me agarró por las piernas y me llevo a la cama. Cuando estábamos cerca del centro de la cama, me depositó en ella y se puso de rodillas, mirándome desde arriba. Pero llevaba tres años trabajando con Uther, y uno ochenta no era nada cuando has comido con alguien que mide cuatro metros.
No creo que me mostrara suficientemente impresionada porque Alistair se quitó la corbata y la tiró a la cama, desplazando los dedos hacia los botones. Iba a desnudarse primero. Estaba sorprendida. Un obseso del control normalmente quiere que su víctima se desnude en primer lugar. Se había quitado la chaqueta y la camisa, y se llevaba las manos al cinturón antes de que yo pudiera pensar qué debía hacer. Pedirle que fuera más despacio me pareció una buena opción.
Me senté y le toqué las manos.
– Despacio. Déjame disfrutar de cómo te desnudas. Vas tan deprisa que parece que tengas otra cita después.
Le cogí las manos, frotándole la piel, abrazando sus brazos desnudos. Me concentré en los pelos de sus antebrazos y en cómo se erizaban cuando los tocaba. Si me concentraba sólo en las sensaciones físicas, podía conseguir que mis ojos mintieran o como mínimo mostraran un interés genuino. El secreto era no pensar demasiado en a quién estaba tocando.
– Sólo estás tú esta noche, Merry. -Me puso de rodillas y desplazó sus manos por mi pelo, moldeándolo con sus dedos de manera que podía coger mi cara entre sus grandes manos-. No habrá nadie más para ninguno de los dos esta noche, Merry.
No me gustó cómo había sonado la frase, pero fue su primer comentario de psicopático, de manera que lo estaba haciendo bien. -¿Qué quieres decir, Alistair? ¿Nos fugamos a Las Vegas? Sonrió, aguantando todavía mi cara, mirándome a los ojos como si quisiera memorizar su color.
– La boda es sólo una ceremonia, pero esta noche te mostraré lo que significa ser fiel a un hombre.
Levanté una ceja antes de poder recuperarme y consciente de que mi cara ya mostraba lo que decía, comenté:
– Tienes una alta opinión de ti mismo.
– No es orgullo vano, Merry.
Me besó tiernamente, después se arrastró hasta el cabezal de la cama. Empujó la madera, y se abrió una pequeña puerta. Un compartimento secreto, ¡qué ingenioso! Volvió con una botellita de cristal en las manos. Era uno de esos frascos con curvas y muescas en los que se supone que uno guardará perfumes caros, aunque nadie lo hace.
– Quítate el vestido -dijo.
– ¿Por qué?
– Es aceite para masajes.
Sostenía la botella en alto de modo que podía ver el aceite espeso a través del vidrio.
Le sonreí, e intenté hacerlo de la manera que él quería: una sonrisa sexy, de flirteo, un poco cínica.
– Primero los pantalones.
Me sonrió con evidente placer.
– Pensaba que decías que querías ir despacio. -Si vamos a desnudarnos, tú primero.
Empezó a volverse y colocó la botella dentro del compartimento nuevamente.
– Te la aguantaré -dije.
Se detuvo a medio movimiento, volviéndose nuevamente hacia mí con un deseo casi palpable en sus ojos.
– Sólo si te pones un poco en los pechos mientras me desnudo.
– ¿Me manchará la ropa?
En realidad, parecía estar pensando en ello, y su cara mostraba preocupación.
– No estoy seguro, pero te compraré uno nuevo si se estropea.
– Los hombres prometen cualquier cosa en el calor del momento -dije.
– Déjame ver cómo resbala el aceite por esa piel tan blanca. Haz que brille para mí.
Me dio la botella y cerró mis manos a su alrededor. Me volvió a besar, y su boca se entretenía en mí, su lengua se abría paso para que el beso fuese más intenso. Se retiró, lentamente.
– Por favor, Merry, por favor.
Se echó hacia atrás y volvió a poner las manos en el cinturón. Sacó lentamente la lengüeta de piel a través de la hebilla de oro, marcando cada movimiento mientras me miraba. Me hizo sonreír porque hacía lo que yo le había pedido. Se estaba desnudando lentamente.
Lo menos que podía hacer era lo que él me había pedido. El sujetador dejaba al desnudo una parte suficiente de mis pechos para no tener que sacarlos del vestido. Destapé la botella. Tenía una de estas varillas de cristal al final, para adaptarse mejor a la piel. Podía sentir el aceite. Olía a canela y vainilla. Había algo familiar en el olor, pero no sabía qué. El aceite era casi transparente.
– ¿No hay que calentarlo antes? -pregunté.
– Reacciona con el calor de tu cuerpo. -Se sacó completamente el cinturón y lo tiró encima de la cama-. Ahora te toca a ti.
El aceite se pegaba al tapón como una costra pegajosa. Puse el extremo de la varilla en el borde superior de mi pecho. El aceite ya estaba caliente, a temperatura corporal. Recorrí mis pechos con la varilla y el aceite formó delicados regueros por mi piel. Me envolvió un olor a canela y vainilla.
Alistair se desabrochó el botón de los pantalones y bajó lentamente la cremallera. Llevaba un slip rojo escarlata, como si se hubiera vestido a juego con la habitación, que se adaptaba a su cuerpo como una segunda piel. Se tumbó en la cama para quitarse los pantalones, y me miró para que me arrodillará sobre él de la misma forma que lo había hecho él antes conmigo.
Levantó las manos para tocarme, todavía tumbado boca arriba, y desplazó sus dedos por el aceite, esparciéndolo por mi piel. Se puso de rodillas y empezó a acariciarme los pechos. Trató de meter los dedos bajo el vestido para tocar más, pero estaba demasiado ajustado. El plan anterior me ahorraba un embarazoso toqueteo. Se fregó el pecho con aceite y a continuación frotó el tapón de la botella por mis labios como si me estuviera aplicando carmín. Tenía un sabor dulce y espeso. Me besó, mientras aguantaba la botella con las dos manos, de manera que sólo su boca estaba en contacto conmigo. Me besó como si fuera a comerse el aceite que había en mis labios. Yo me fundí en el beso, apretando con mis manos su pecho lleno de aceite, sintiendo los músculos de su abdomen. Mi mano se desplazó hacia abajo y lo sentí duro y a punto. Sentirlo fue como un torrente de energía que me excitaba. Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba disfrutando y olvidé por qué estaba allí.
Me aparté de sus besos e intenté concentrarme, pensar. Pero no quería pensar. Quería tocarle y quería que me tocase. Mi boca casi se quemaba con la necesidad de acortar la distancia entre nosotros. Se acercó para darme otro beso y yo me eché hacia atrás, cayendo de espaldas en mi apresuramiento por dejar distancia entre nosotros.
Alistair se arrastró hacia mí, apoyándose en las rodillas y en una mano. Con la otra sostenía la botella. Se puso a horcajadas sobre mí, igual que un caballo se coloca sobre su potro. Mi mirada continuó bajando por su cuerpo hasta su duro miembro. No podía mantener los ojos en su cara. Me sentía avergonzada y aterrorizada.
– ¡Qué estúpida! -exclamé-. El hechizo está en el aceite.
La voz de él me llegó como un dulce susurro:
– El aceite es el hechizo.
A1 principio no entendí lo que quería decir, pero comprendí que ya no quería ponerme más. Empezó a abrir la botella y yo me senté, sujetándole las manos con las mías, conservando el tapón sobre la botella. En el momento en que toqué sus manos, perdí. Ya nos volvíamos a besar, sin que yo pudiera evitarlo. Cuanto más nos besábamos, más deseaba ser besada, como si este deseo se alimentara a sí mismo.
Me arrojé a la cama y me cubrí la cara con las manos.
– ¡No!
Ya sabía lo que era: Lágrimas de Branwyn, Alegría de Aeval, Sudor de Fergus. La mezcla podía convertir a un hombre en amante de una sidhe durante una noche. Podía incluso convertir a una sidhe en una esclava sexual, si esta sidhe no podía comunicarse con otra sidhe. Ningún duende, independientemente de su talento, de su poder, puede rivalizar con una sidhe, se dice. Puedes olvidar el tacto. Puedes luchar para no soñar con carne brillante, ojos como joyas fundidas y pelo hasta los tobillos envolviendo tu cuerpo, pero el deseo siempre está al acecho, como un alcohólico que no puede volver a tomar un trago sin correr el riesgo de no poder parar.
Grité durante mucho tiempo, sin palabras. Había otro efecto secundario de las Lágrimas de Branwyn. No hay encantamiento que se le resista. Porque tu concentración no se le puede resistir. Sentí que mi encanto se desvanecía, sentí mi piel como si mi cuerpo entero estuviera respirando.
Bajé las manos lentamente hasta que me vi en el espejo del techo. Mis ojos brillaban como joyas tricolores. El contorno exterior de mis iris era de color dorado, dentro de ellos había un círculo de jade verde y finalmente, había un fuego esmeralda alrededor de la pupila. Sólo una sidhe, o un gato, pueden tener estos ojos. Mi boca era una mezcla de carmesíes: los restos de mi lápiz de labios, y el brillo escarlata de los propios labios. El blanco de mi piel era tan puro que resplandecía como la más perfecta de las perlas y de nuevo desprendía luz, como una vela cubierta por un paño. El rojo y negro de mi pelo caía alrededor de los colores brillantes como sangre oscura derramándose. Si mi pelo hubiese sido negro azabache, habría pasado por una Blancanieves esculpida en joyas.
No era simplemente mi propio ser sin encanto. Era yo cuando el poder me asistía, cuando había magia en el aire.
– Dios mío, eres una sidhe -murmuró.
Volví hacia Alistair mi mirada brillante. Esperaba ver miedo en sus ojos, pero sólo había una ligero asombro.
– Dijo que vendrías si éramos fieles, si creíamos de verdad, y aquí estás tú.
– ¿Quién te dijo que vendría?
– Una princesa sidhe.
Hablaba en un tono que infundía respeto, pero sus manos se deslizaron debajo de mi vestido y sus dedos empezaron a juguetear con el borde de mis bragas. Le agarré la muñeca y le pegué con la otra mano. Le pegué con suficiente fuerza como para dejarle marcada mi mano en la cara. Teníamos la prueba que necesitábamos para meterle en la cárcel. Ya no necesitaba continuar jugando. Uno puede sacar la energía de las Lágrimas de Branwyn y pasar del sexo a la violencia, al menos así lo dicen en la corte de la Oscuridad. Y yo quería probarlo.
Si me hubiera devuelto el golpe, quizá hubiera funcionado, pero no lo hizo. Se dejó caer encima de mí y me sujetó en la cama. Norton tenía la cara al mismo nivel que la mía. Hubo un momento en que le miré a los ojos, y vi la misma siniestra necesidad que sentía yo. Las Lágrimas funcionaban en ambos sentidos. No se puede utilizar este arma para seducir sin ser seducido.
Profirió un ruido gutural y me besó. Comí de su boca y lleve una mano a la goma que le sujetaba la coleta. Cuando se la quité, su cabello, largo hasta los hombros, se esparció sobre mí como una cortina de seda. Hundí las manos en su cabellera y le sujeté el pelo con los puños cerrados mientras exploraba su boca.
Su mano libre intentaba hurgar bajo el vestido en busca de mi pecho, pero era demasiado ajustado. Me rasgó la tela, y mi cuerpo se estremeció con el tirón al tiempo que su mano hurgaba en mi sujetador.
El tacto de su mano en mi pecho me hizo apartar la cabeza y retirarme de su boca. De repente me sorprendí mirando en los espejos de la pared más lejana. Necesité algunos segundos para darme cuenta de que pasaba algo raro. Una parte de todo aquello era una maniobra de distracción. Alistair me besaba el cuello y mordisqueaba mi piel, cada vez más abajo. Parte de eso era la magia de otra persona. Alguien poderoso no quería que supiese que estaban mirando. Pero los espejos estaban en blanco como los ojos de un ciego. Miré al espejo que había encima de la cama, y también estaba vacío, como si Alistair y yo no estuviéramos allí.
A continuación sentí el hechizo, como una herida que me succionaba el poder y lo llevaba a la superficie hasta derramarse por los poros de mi piel, y luego cada vez más arriba, hasta los espejos. Fuera lo que fuese, chupaba mi poder como una tenia psíquica. Lo extraía lentamente como alguien que chupa con una pajita. Hice lo único que se me ocurrió. Hice retroceder el poder al centro del hechizo. Ellos no se lo esperaban, y la magia se tambaleó. Había una figura en el espejo, pero no era Alistair ni yo. La figura era alta, delgada, cubierta con una gabardina gris que ocultaba su cuerpo por completo. La gabardina era pura ilusión, una ilusión para ocultar el brujo que se hallaba detrás del hechizo. Y cualquier ilusión puede destrozarse.
Alistair me mordió suavemente el pecho, y mi concentración se hizo pedazos. Le miré mientras se llevaba mi pezón a la boca. Sentí como si su boca conectara una línea de alta tensión que me iba del pecho a la entrepierna. Me desgarraba la garganta, me hacía estremecer con su tacto. Una pequeña parte de mí detestaba que ese hombre pudiera hacer reaccionar mi cuerpo, pero la mayor parte de mi ser se había convertido en puras terminaciones nerviosas y carne excitada. Estaba hundiéndome profundamente en las Lágrimas de Branwyn, sumergiéndome en ellas. Pronto no habría ya pensamiento, sólo sensaciones. No lograba pensar en concentrar poder. Lo único que podía oler, sentir o saborear era canela, vainilla y sexo. Tomé ese sexo, esa necesidad, lo envolví con mi mente, y lo arrojé al hechizo. La capa tembló, y durante un segundo casi llegué a vislumbrar lo que había en su interior, pero Alistair se arrodilló y me bloqueó la vista.
Se quitó la ropa interior de las caderas, los muslos, y de golpe me encontré mirando su longitud dura y brillante. Aguanté la respiración durante un segundo, no porque fuera tan maravilloso, sino por pura necesidad. Fue como si mi cuerpo viera el remedio para toda su necesidad, y el remedio consistía en tenderme bajo el cuerpo de Alistair. No sé si era la visión de él desnudo o el poder que había infundido al hechizo, pero me sentía más yo misma. Un yo palpitante, ninfómano, pero aun así era una mejora.
Me senté. La parte delantera del vestido estaba rasgada, el sujetador bajado, de manera que mis pechos estaban expuestos.
– No, Alistair, no -dije-. No lo haremos.
Una chispa de energía recorrió la cama, por todo mi cuerpo. Alistair miró como si viera algo que yo no veía, y dijo:
– Pero dijiste que sólo utilizabas pequeñas cantidades. Demasiado la podría volver loca.
Él escuchaba. Yo no oía nada.
Fuera lo que fuese lo que se reflejaba en el espejo, no se estaba escondiendo de Alistair, sino de mí.
Alistair abrió la botella. Tuve tiempo de decir «no». Mi mano saltó hacia adelante como si quisiera desviar una bomba. Alistair arrojó el aceite sobre mí. Fue como ser tocada por una gran mano líquida. No podía moverme, lo único que podía hacer era gritar. Vertió el aceite sobre mi cuerpo y el líquido me empapó el vestido y se filtró en mi piel. Él me levantó la falda, y esta vez no pude de tenerle. Estaba paralizada. Vertió más aceite sobre mis bragas de satén, y yo caí en la cama, con la columna arqueada y las manos aferrándose a las sábanas. Sentía que mi piel se hinchaba, que se tensaba con un deseo que reducía el mundo a la necesidad de ser tocada, de ser poseída. No me importaba quién lo hiciera. El hechizo no se preocupaba de ello, ni yo tampoco. Abrí mis brazos al hombre desnudo que se arrodillaba ante mí y el se derrumbó sobre mi cuerpo. Lo sentía tenso contra el satén de mis bragas. Incluso esa fina pieza de tela era demasiado. Lo quería dentro de mí, lo deseaba más de lo que nunca había deseado a algo o a alguien.
Entonces algo cayó del espejo. Era una pequeña mancha negra, pero consiguió atraer mi atención. Se acercó y vi que era una pequeña araña que colgaba de una tela sedosa. Observé cómo la araña se deslizaba lentamente hasta el hombro de Alistair. La araña era pequeña y negra y brillante como el charol. Mi cuerpo estaba más frío, mi cabeza más clara. Jeremy había conseguido hacerme llegar algo. Comprendí que el mago que se hallaba al otro lado del hechizo les había mantenido a todos atrapados fuera de la casa.
Sentí el suave glande del pene de Alistair colándose bajo mis bragas, tocando mi humedad hinchada. Me hizo gritar, pero todavía podía pensar, todavía podía hablar. Si no podía escapar, sería una verdadera violación.
– ¡Para, Alistair, para!
Intenté salir de debajo de él, pero era demasiado grande, demasiado fuerte. Estaba atrapada. Empezó a presionar contra mí, pero puse una mano entre su entrepierna y la mía. Podría haberme penetrado, pero pareció distraerse. Me agarró la mano, tratando de moverla para conseguir su objetivo.
– ¡Jeremy! -grité.
Alistair y yo luchábamos. Miré al espejo. Estaba lleno de una niebla gris y temblaba como agua hirviendo. Se desvaneció como una burbuja. Sólo entonces me di cuenta de que el mago era sidhe. Él o ella se estaban escondiendo de mí, pero los espejos revelaban que era magia de sidhe. Entonces Alistair ganó la batalla y se introdujo en mi interior. Yo emití un grito, a medio camino entre la protesta y el placer. Mi mente no lo quería, pero el aceite todavía recorría mi cuerpo.
– ¡No! -grité, pero mis caderas se movieron debajo de él, intentando ayudarle en la penetración.
Quería, necesitaba que estuviera en mi interior, sentir su cuerpo desnudo dentro del mío. Aun así, grité:
– ¡No!
Alistair se acobardó y retrocedió la pequeña distancia que había avanzado, poniéndose de rodillas y dando un manotazo a su espalda. Sacó la mano con un rastro carmesí: había aplastado la araña. Otra pequeña araña negra se movía bajo su brazo. La arrojó lejos. Dos arañas más se paseaban por sus hombros. Intentó tocar el centro de su propia espalda y se volvió como un perro que se muerde la cola. Entonces le vi la espalda. Su piel se había abierto y una marea de pequeñas arañas negras salió de ella. Se deslizaron como agua negra, como una segunda piel que se movía y le golpeaba. Gritó, dando zarpazos a su espalda, aplastando algunas de ellas, pero cada vez había más, hasta que él se convirtió en una masa móvil de arañas. Entraban en su boca cuando la abría para gritar y se ahogaba.
Todos los espejos vibraban, respiraban, el cristal se alargaba y se estrechaba como algo elástico y con vida. Oí la voz de un hombre en mi cabeza: «Métete debajo de la cama, ahora». No rechisté. Salté de la cama y me arrastré debajo de ella. Las sábanas rojas se caían por los costados, escondiéndolo todo excepto un pequeño rayo de luz. Se produjo un sonido de cristal que se rompía, como mil ventanas que se quiebran a la vez. Los gritos de Alistair se desvanecieron bajo el sonido del cristal que caía. El cristal explotó sobre la alfombra, con un sonido estridente y agudo.
La habitación se llenó gradualmente de silencio, a medida que el cristal se iba adueñando de la habitación. Escuché un ruido de madera que se astillaba. No podía verlo, pero pensé que se trataba de la puerta.
– ¡Merry! ¡Merry! -Era Jeremy.
– Merry Dios mío -chilló Roane.
Me arrastré hasta la esquina de la cama y levanté el borde de la sábana para ver el suelo resplandeciente.
– Estoy aquí, estoy aquí -dije.
Saqué la mano de debajo de la cama y la agité, pero no podía moverme más sin ser cortada por el cristal.
Una mano tomó la mía, y alguien colocó una chaqueta sobre el cristal para que Roane pudiera sacarme de debajo de la cama. Hasta que me sostuvo en sus brazos no me di cuenta de que todavía estaba cubierta de Lágrimas de Branwyn, y de lo que esto podía representar para nosotros. Pero vislumbré lo que había sobre la cama, y eso me impidió articular palabra. Creo que me olvidé de respirar durante uno o dos segundos.
Roane me llevó hasta la puerta. Miré por encima de su hombro la escena de la cama. Sabía que era un hombre. Incluso sabía que se trataba de Alistair Norton, de lo contrario no sé si hubiera sido capaz de reconocer que se trataba de un ser humano. El bulto era tan carmesí como las sábanas sobre las que yacía. El cristal lo había convertido en una masa de carne. No vi las arañas debajo de toda esta sangre. Sabía dos cosas, quizá tres. En primer lugar, el mago que había al otro lado del hechizo era sidhe; en segundo lugar, él o ella había intentado matarme; en tercer lugar, si no fuera porque Jeremy hizo pasar su hechizo a través de la protección, yo sería un pequeño resto rojo sobre la cama teñida de sangre. Debía un gran favor a Jeremy.